AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Jugar a la muerte no es cosa de niños. [Violette]
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Jugar a la muerte no es cosa de niños. [Violette]
¿Y quién soy yo si el tiempo ya me ha hecho olvidarlo; si el pulso ha dejado de bombear? Un proyecto de humanidad perdida, engalanada con las costumbres más mortales... Atrapado en vida aún habiendo muerto.
Una neblina densa, difícilmente distinguible del humo de las industrias se había hecho con la capital francesa. Escondía los picos de los tejados, subía por las escaleras e inundaba las plazas. Llegaba a bajar el resplandor de las velas dentro de las casas, y más importante aún, escondía la mugre de las calles, los esqueletos de los puestos de mercado, y la suciedad presente en la triste metrópoli. Tan grande era la inmundicia, que caminaba midiendo mis propios pasos, entre molesto y asqueado por el aura de decadencia y los olores estancados que conformaban la zona más pobre de París.
A las doce de la noche, la callejuela del arrabal se encontraba desierta, a excepción de mi mismo y el joven que con mecánica exactitud abandonaba la iglesia de Montmartre a hora tan tardía. Jean Tournuelle Di Pent no era otro que un hombre que había terminado en los caminos del Señor; por mucha sorna que esto pudiera causarme. Era hijo de un modesto terrateniente, que al morir su mujer y perder sus tierras, encontró alivio en alistar a su único hijo a las voluntades de la Santa Madre Iglesia.
Eran tiempos difíciles. La mayoría de la población tenía problemas para llenar medio plato por las noches, y la reciente revolución de finales de siglo había luchado por acomodarse tras la revuelta: el baño de sangre no volvería a repetirse.
En cualquier caso, el padre del joven murió hacía escasos dos años, entre prostitutas que no habría podido pagar. Y Jean Tournuelle, después de rezar y pedir perdón por su progenitor, volvió a quedar solo. Contrariamente a lo que pudiera haber esperado de una posición ventajosa, no cayó en tentaciones, y eso siempre me hubo llamado la atención. En tiempos en los que el pecado atacaba hasta los interiores de la propia inquisición, pocos habían que se mantuvieran exentos de culpa. Fuera como fuera, toda aquella información carecía de sentido, pues Jean Tournuelle Di Pent nunca aparecería en los libros de historia, ni levantaría un revuelo tras su marcha, ni supondría una movilización de la inquisición. Así, le seguía los pasos, calado en un abrigo oscuro y una bufanda modesta del mismo color. Veía perfectamente en la noche, y me hice a un ritmo tranquilo, pausado, siguiéndolo durante apenas varias calles más. Ignorancia habría supuesto el creer que no sabía que le seguía. El cuerpo del discípulo se estremecía ante un frío inexistente. Yo sonreía desde hacía ya la calle anterior. Me detuve en mi avance, gran sorpresa la mía cuando se giró con un crucifijo. Dios padre sálvanos a todos nosotros.
Lo tomé, y lo forcé en el interior de su boca.
Terminar con la vida de Jean Tournuelle no me tomó ni un minuto, y tras semejante actuación me sumí en un extraño e insatisfactorio vacío: La gran eterna sensación de la decepción, pues habría esperado una mayor resistencia. El cuerpo exento de vida permaneció inmóvil con las cuencas oculares en blanco, y un suspiro sacudió mi propio cuerpo. Un suspiro que dejaba entrever muy poco sentido de culpa.
Me incorporé, tirando del cuerpo lacio al interior del callejón que conectaba con una Rue más céntrica y hundí los dientes en el cuello, inundado por el frenesí de la sangre. Actuación como esa podría haberse llevado a cabo sin una muerte, pero eso formaba parte del juego, del pequeño placer que suponía gozar de una eternidad que no tenían otros. Puedes decidir sobre las muertes de los demás sin temer la propia, y la sensación... es eufórica.
Me hube alzado momentos después, para limpiar la sangre más indiscreta que estuviera en mis ropas. La sencillez y el hedor de las calles había vuelto a tomar protagonismo, y abandoné el callejón, sereno, pues no hay mayor satisfacción que el ser el ejecutor de tu propia obra de arte. Ante todo, siempre actuaba solo.
Las calles serpenteantes bajaban a la Rue principal, y seguí el curso de éstas, aparentemente impoluto aunque la camisa blanca apareciera manchada de sangre. De haber estado en mi mano me habría hecho con tabaco, pero no había pensado en cosa tan insignificante al salir por la capital. Los pasos me dirigieron hasta la intersección, a las puertas de un burdel. Era demasiado pronto para plantearme volver a casa.
Me calé la chaqueta, pasándome una mano por el cabello rubio, y giré la esquina con la intención de marchar hacia uno de los bares que acostumbraba a frecuentar. El trayecto no me robaría demasiado tiempo. En cierto modo, resultaba desolador el tener que volver a las sombras antes del alba.
Aedric Wentworth- Vampiro Clase Media
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Fecha de inscripción : 06/06/2014
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Re: Jugar a la muerte no es cosa de niños. [Violette]
Mi vida había cambiado, como acostumbraba a ser, demasiado rápido hasta para mí, que en ocasiones sentía que me faltaba el aire con que respirar y sobrevivir. Primero tras la muerte de una familia de licántropos en la que me encontraba siendo protegida por ellos, tras un encuentro tras luna llena, fui tomada a recaudo de la inquisición. Allí dentro, en ella, temí mucho ya que mi futuro se veía muy incierto, y ya ni las palabras de ánimo de Christopher, el inquisidor culpable de mi agarre, me habían aligerado la angustia de esos primeros días en que me encontré siendo objeto de extraños experimentos.
Aún en algunos días recuerdo la celda en que me alojé por unas tres noches, antes de que Christopher pudiera sacarme de allí. El ambiente húmedo, aquel nauseabundo olor a muerte, pena y desesperación y como no; aquellos infernales gritos que de tanto en tanto asolaban aquel lugar de tinieblas y muerte. Me pincharon tantas veces que ya ni recuerdo en cuantos distintos lugares sentí la aguja penetrar mi piel. A veces dolorosamente y otras no tanto. Me dieron a beber extrañas infusiones, las que o no me hicieron nada, simplemente sabían raro a mi garganta o me hacían retorcerme de dolor por unos largos minutos. Hasta en una ocasión, cuando Christopher no se encontraba frente a mí, me dieron de beber una poción que hacía que me fuera imposible volverme animal. Y así fue, como pasé mis tres horas más agónicas de toda mi vida, sin poderme convertir en felina, encontrándome sin la mitad que me componía. Sintiéndome de pronto tullida.
Por suerte Christopher llegó a tiempo y me hizo volver a la normalidad. Momento cual aproveche para volverme felina y arañarle hasta ensañarme con mis pequeñas garras, el rostro de aquel infeliz inquisidor que me había hecho lo peor que podían cometer contra mí. Enseguida me separaron y bajo mi negación casi violenta, me cortaron las uñas, dejando mis patas inservibles para hacer algo más que no fuera caminar.
Todo eso por suerte fue antes de que Christopher obteniendo el permiso pertinente pudiera sacarme de aquel lugar y convertirme en su aprendiz, y objeto ocasionalmente de sus experimentos, a los que no me oponía, ya que no acostumbraba a hacerme mal y si lo hacía rápidamente hacia que se me fuera. Desde entonces he estado con él, aprendiendo a su lado y curioseando sin cesar cada máquina y apuntes del brujo, el cual parecía satisfecho de mi interés. Aunque en el fondo yo no compartiera realmente el papel de la inquisición en la matanza de los sobrenaturales.
No solía pasarme muchas veces como felina en casa del inquisidor y solo cuando él no se encontraba en casa, era que me arriesgaba algunas noches a salir a pasear por los tejados y calles de Paris, estirando mis pequeñas patas felinas de tanto en tanto. Y esta noche había sucedido así. Él se había ido recién llegada la noche, y yo tras hacerme la dormida, al saber de su partida me vestí y rápidamente salí por la ventana, perdiéndome por las calles y callejones. Sin embargo esta vez como una pequeña niña, ya que lo que quería hacer requería expresamente de esa condición. Ya que como felina no podía llevar una bolsa con comida a los gatos callejeros de París.
Me había acostumbrado a hacer el mismo camino una y otra vez. Pasando por las calles más alumbradas, hasta los callejones más oscuros, hasta llegar a la esquina de un edificio abandonado, donde me esperaban cada dos semanas los gatos para que les diese de comer. Al llegar al lugar, sonreí al verlos y apresurada, les entregué la comida. Las sobras que había puesto a tirar la cocinera, y que yo había recogido a tiempo. Me quedé agachada junto a ellos, con un deseo vibrante de volverme gata y estar allí con ellos, cuando un gato pequeño empezó a restregar su blanca cabecita por los bordes de mi vestido, sonsacando una dulce sonrisa, tras la que lo tomé en mis manos y me lo llevé a mi pecho, dándole calor ya que me lo encontraba muy frio. Le acaricié sin cesar, hasta que dejando finalmente los demás gatos el plato limpio se fueron dispersando de nuevo y yo decidí que también era hora de marchar.
Me levanté del suelo, aún con el pequeño gato en mis brazos. Me quité el polvo del vestido que llevaba acorde al color de mis ojos y de un diseño sencillo, dejé el plato allí para el siguiente día tener donde ponerles la comida, y con una sonrisa mientras seguía acariciando al gatito fue que distraído volví sobre mis huellas, saliéndome de ese callejón, para internarme en otros, hasta que de pronto choqué contra alguien.
Me quejé, y sobándome la nariz vi contra quien me había chocado, encontrándome con un joven en mi camino. — Os pido disculpas señor… no os vi. —Dije humildemente mirándole a los ojos, los que provocaron un escalofrió que bajó por mi espalda. Había algo que no olía bien y no acababa de gustarme, todo y así aparté la mirada para centrarme en el gatito que en mis brazos se debatía ferozmente, hasta que tras un arañazo en mi cuello, hizo que lo soltara y se fue corriendo, como si temiera por su vida o hubiese olido al mismísimo diablo en las cercanías. —Gatito... ¡No! Ven. —Exclamé ya que por algún motivo no deseaba quedarme en ese callejón oscuro cerca de aquel joven que seguía mirándome. No obstante el gatito no volvió, y con una mirada de disculpa por el comportamiento del gato, me volví al desconocido, sin percatarme todavía de las manchas de sangre de su ropa.
Aún en algunos días recuerdo la celda en que me alojé por unas tres noches, antes de que Christopher pudiera sacarme de allí. El ambiente húmedo, aquel nauseabundo olor a muerte, pena y desesperación y como no; aquellos infernales gritos que de tanto en tanto asolaban aquel lugar de tinieblas y muerte. Me pincharon tantas veces que ya ni recuerdo en cuantos distintos lugares sentí la aguja penetrar mi piel. A veces dolorosamente y otras no tanto. Me dieron a beber extrañas infusiones, las que o no me hicieron nada, simplemente sabían raro a mi garganta o me hacían retorcerme de dolor por unos largos minutos. Hasta en una ocasión, cuando Christopher no se encontraba frente a mí, me dieron de beber una poción que hacía que me fuera imposible volverme animal. Y así fue, como pasé mis tres horas más agónicas de toda mi vida, sin poderme convertir en felina, encontrándome sin la mitad que me componía. Sintiéndome de pronto tullida.
Por suerte Christopher llegó a tiempo y me hizo volver a la normalidad. Momento cual aproveche para volverme felina y arañarle hasta ensañarme con mis pequeñas garras, el rostro de aquel infeliz inquisidor que me había hecho lo peor que podían cometer contra mí. Enseguida me separaron y bajo mi negación casi violenta, me cortaron las uñas, dejando mis patas inservibles para hacer algo más que no fuera caminar.
Todo eso por suerte fue antes de que Christopher obteniendo el permiso pertinente pudiera sacarme de aquel lugar y convertirme en su aprendiz, y objeto ocasionalmente de sus experimentos, a los que no me oponía, ya que no acostumbraba a hacerme mal y si lo hacía rápidamente hacia que se me fuera. Desde entonces he estado con él, aprendiendo a su lado y curioseando sin cesar cada máquina y apuntes del brujo, el cual parecía satisfecho de mi interés. Aunque en el fondo yo no compartiera realmente el papel de la inquisición en la matanza de los sobrenaturales.
No solía pasarme muchas veces como felina en casa del inquisidor y solo cuando él no se encontraba en casa, era que me arriesgaba algunas noches a salir a pasear por los tejados y calles de Paris, estirando mis pequeñas patas felinas de tanto en tanto. Y esta noche había sucedido así. Él se había ido recién llegada la noche, y yo tras hacerme la dormida, al saber de su partida me vestí y rápidamente salí por la ventana, perdiéndome por las calles y callejones. Sin embargo esta vez como una pequeña niña, ya que lo que quería hacer requería expresamente de esa condición. Ya que como felina no podía llevar una bolsa con comida a los gatos callejeros de París.
Me había acostumbrado a hacer el mismo camino una y otra vez. Pasando por las calles más alumbradas, hasta los callejones más oscuros, hasta llegar a la esquina de un edificio abandonado, donde me esperaban cada dos semanas los gatos para que les diese de comer. Al llegar al lugar, sonreí al verlos y apresurada, les entregué la comida. Las sobras que había puesto a tirar la cocinera, y que yo había recogido a tiempo. Me quedé agachada junto a ellos, con un deseo vibrante de volverme gata y estar allí con ellos, cuando un gato pequeño empezó a restregar su blanca cabecita por los bordes de mi vestido, sonsacando una dulce sonrisa, tras la que lo tomé en mis manos y me lo llevé a mi pecho, dándole calor ya que me lo encontraba muy frio. Le acaricié sin cesar, hasta que dejando finalmente los demás gatos el plato limpio se fueron dispersando de nuevo y yo decidí que también era hora de marchar.
Me levanté del suelo, aún con el pequeño gato en mis brazos. Me quité el polvo del vestido que llevaba acorde al color de mis ojos y de un diseño sencillo, dejé el plato allí para el siguiente día tener donde ponerles la comida, y con una sonrisa mientras seguía acariciando al gatito fue que distraído volví sobre mis huellas, saliéndome de ese callejón, para internarme en otros, hasta que de pronto choqué contra alguien.
Me quejé, y sobándome la nariz vi contra quien me había chocado, encontrándome con un joven en mi camino. — Os pido disculpas señor… no os vi. —Dije humildemente mirándole a los ojos, los que provocaron un escalofrió que bajó por mi espalda. Había algo que no olía bien y no acababa de gustarme, todo y así aparté la mirada para centrarme en el gatito que en mis brazos se debatía ferozmente, hasta que tras un arañazo en mi cuello, hizo que lo soltara y se fue corriendo, como si temiera por su vida o hubiese olido al mismísimo diablo en las cercanías. —Gatito... ¡No! Ven. —Exclamé ya que por algún motivo no deseaba quedarme en ese callejón oscuro cerca de aquel joven que seguía mirándome. No obstante el gatito no volvió, y con una mirada de disculpa por el comportamiento del gato, me volví al desconocido, sin percatarme todavía de las manchas de sangre de su ropa.
Última edición por Violette el Jue Jul 03, 2014 1:22 pm, editado 1 vez
Nalia- Cambiante Clase Baja
- Mensajes : 46
Fecha de inscripción : 14/10/2013
Re: Jugar a la muerte no es cosa de niños. [Violette]
Mis propios pasos se vieron acelerados por las estrechas callejuelas, replanteándome el ir hacia el local. Quizás esa no fuera la mejor idea, pero lo cierto es que tenía poco más que hacer aquellos días. En ocasiones trataba de evadirme de la rutina, o al menos, tratar de no pensar en ello. Había gran variedad de opiniones de cara a la inmortalidad, pero en mi caso no sabía decir si estaba de acuerdo con ella o no lo estaba. Mentiría si dijera que en circunstancias normales habría accedido a semejante conversión, pero de eso hacía ya muchos siglos, y no tenía tiempo para pensar en mis propios errores. Echaba de menos aquella época, así como gestos tan humanos como podían serlo el respirar y el sentir el oxígeno dentro de los pulmones. La sensación de alivio al hacerlo había desaparecido. Carecía de la necesidad de respirar para seguir viviendo. Un cuerpo tan frágil como el cuerpo mortal podía llegar a tener cierta belleza, lejos de éste que habito ahora, tan monstruoso.
Hice una pausa, cruzando una serie de callejones que dejaron en mi subconsciente una hilera de pensamientos y frases, pero había aprendido a ignorarlos al caminar. Las primeras veces habían sido difíciles, como el tratar de convencerme de que no estaba loco, y de que no eran voces fantasmales aquello que me cruzaba la cabeza. Había variedad de temas, no mentía cuando decía que las mayores preocupaciones de la sociedad se reducían a un techo, el sexo y el hambre; un hambre voraz. Durante el tiempo en el que había estado vivo había sido de la misma manera, y lo había experimentado de primera mano, el estómago vacío, y la certeza de que poco había que hacer al respecto. Era irónico el pensar que muchos siglos después seguía desempeñando el mismo papel de sirviente, esta vez de forma voluntaria. Me había acostumbrado a ello, estaba en mis propias raíces, aunque esta vez lo hiciera por dobles intenciones, en muchas ocasiones bastante más oscuras de lo que aparentan a simple vista. Lo cierto es que sabía ganarme la confianza de cualquiera, y utilizar esa ventaja en contra de cualquier incauto era sencillo. Tenía una cierta predilección por jugar con las palabras, y de ser hiladas correctamente podía darse pie a más de una situación entretenida. Aquella noche, sin embargo, no había nada entretenido de lo que tomar ventaja, y eso era quizás un inconveniente. Jean Tournuelle había supuesto toda la emoción, y este había decidido terminar con ella demasiado pronto, me habría esperado más por su parte, pero siendo de la iglesia no podía pedirle mucho más. Rezaría por él, quizás, pero de momento reanudaba mi camino…
Me quedé en silencio, a tiempo de oír una voz suave, como el terciopelo, y reconocí en ella la inocencia de la infancia. ¿Un niño? No eran horas para que hubiera una niña por las calles, eran en horas como esas en las que se movían sujetos como El Destripador por las calles, aunque esto fuera París y no la ciudad londinense. La curiosidad me pudo; tal vez, y desvié mi trayectoria, alcanzando a ver un gato negro correr por el suelo de piedra. Me resultó extraño el ver una reacción similar, siendo que era conocedor del carácter confiado y altanero de los gatos de calle. ¿Notaron mi llegada entonces…? Mi paso se detuvo de manera repentina, seguido por un golpe seco, cuando un cuerpo más menudo chocó contra el mío propio, y di un paso hacia atrás, con la intención de retomar el equilibrio. Una niña. Sonreí con interés, cierta satisfacción al haber encontrado un segundo plato de manera tan sencilla a horas como aquellas, pero quizás fueran las palabras de esta, o su apariencia lejos de tener maldad las que me hicieron detenerme unos instantes y medir mis propios gestos. Notaba algo extraño en su esencia, una alteración, que se veía al mismo tiempo cubierta por un olor aún más fuerte. La sangre de Tournuelle no había sido nada al lado de lo que podía prever de ella. ¿A- quizás? No era humana.
-¡Oh! Por favor, no. No os disculpéis, debí haberme percatado de que caminabais con tanta prisa. ¿Os encontráis bien, Milady? Espero que no os hayáis hecho daño, mea culpa. –No me pasó desapercibido el segundo gato que sostenía en las manos, ni la reacción desesperada de este por escapar de los brazos de la menor. Las zarpas llegaron a crear un suave arañazo en los brazos de la joven, y gesto como aquel solo hizo una llamada aún más persuasiva de mis instintos. Yo no era ningún principiante, y eso no supuso ningún tipo de problema, aunque confirmara mis sospechas respecto a su sangre. Cambiaformas quizás. Uno poco experimentado, dada su edad aparente. –Siento lo de su amigo. –Sonreí con suavidad, haciendo referencia al gato que había huido instantes antes, y tomé su mano despacio, con la intención de equilibrarla después del choque, y así mismo, saludarla. Gestos como aquellos podrían haber tratado de ser cálidos, pero esa calidez no llegó a los ojos, como tantas otras veces. Hacía mucho tiempo que estos se habían hundido en la eterna expresión de inapetencia, que arrancaba las mayores frustraciones de los que buscaran en ellos alguna emoción. –Me siento afortunado de haberos encontrado aun siendo por torpeza. No quiero pensar que podría haberos ocurrido, de seguir caminando sola a tan tierna edad. Hay muchos que tomarían ventaja de su inocencia. –Silencio. Silencio en todo el callejón a medida que hablaba, por mucho que las palabras que estuviera entonando fueran una burla a la realidad y mis propios pensamientos. Dios sabe que la mataría, y que disfrutaría con ello, y que tomaría su sangre, y sus huesos, sin serme un cargo de conciencia el llevar a cabo tales pecados. -¿Os permite vuestro padre salir a horas como éstas o quizás os encontráis sola? Tristes almas las que son como vos. –Hice una pausa, encontrando su apariencia de lo más interesante, y decidí hacer que fuera ella la que me entretuviera el resto de la noche.
-Los gatos callejeros se cuidan solos, Milady, sin embargo…¿quién la cuidará a vos? –La pregunta se quedó en el aire como una suave amenaza que delataba el peligro tras ella. Sonreí, de manera casi imperceptible, e hice firme el agarre en su mano, tomándola, y la alcé, para concederle un suave beso en los nudillos. -¿Me permitiría acompañarla?
Hice una pausa, cruzando una serie de callejones que dejaron en mi subconsciente una hilera de pensamientos y frases, pero había aprendido a ignorarlos al caminar. Las primeras veces habían sido difíciles, como el tratar de convencerme de que no estaba loco, y de que no eran voces fantasmales aquello que me cruzaba la cabeza. Había variedad de temas, no mentía cuando decía que las mayores preocupaciones de la sociedad se reducían a un techo, el sexo y el hambre; un hambre voraz. Durante el tiempo en el que había estado vivo había sido de la misma manera, y lo había experimentado de primera mano, el estómago vacío, y la certeza de que poco había que hacer al respecto. Era irónico el pensar que muchos siglos después seguía desempeñando el mismo papel de sirviente, esta vez de forma voluntaria. Me había acostumbrado a ello, estaba en mis propias raíces, aunque esta vez lo hiciera por dobles intenciones, en muchas ocasiones bastante más oscuras de lo que aparentan a simple vista. Lo cierto es que sabía ganarme la confianza de cualquiera, y utilizar esa ventaja en contra de cualquier incauto era sencillo. Tenía una cierta predilección por jugar con las palabras, y de ser hiladas correctamente podía darse pie a más de una situación entretenida. Aquella noche, sin embargo, no había nada entretenido de lo que tomar ventaja, y eso era quizás un inconveniente. Jean Tournuelle había supuesto toda la emoción, y este había decidido terminar con ella demasiado pronto, me habría esperado más por su parte, pero siendo de la iglesia no podía pedirle mucho más. Rezaría por él, quizás, pero de momento reanudaba mi camino…
Me quedé en silencio, a tiempo de oír una voz suave, como el terciopelo, y reconocí en ella la inocencia de la infancia. ¿Un niño? No eran horas para que hubiera una niña por las calles, eran en horas como esas en las que se movían sujetos como El Destripador por las calles, aunque esto fuera París y no la ciudad londinense. La curiosidad me pudo; tal vez, y desvié mi trayectoria, alcanzando a ver un gato negro correr por el suelo de piedra. Me resultó extraño el ver una reacción similar, siendo que era conocedor del carácter confiado y altanero de los gatos de calle. ¿Notaron mi llegada entonces…? Mi paso se detuvo de manera repentina, seguido por un golpe seco, cuando un cuerpo más menudo chocó contra el mío propio, y di un paso hacia atrás, con la intención de retomar el equilibrio. Una niña. Sonreí con interés, cierta satisfacción al haber encontrado un segundo plato de manera tan sencilla a horas como aquellas, pero quizás fueran las palabras de esta, o su apariencia lejos de tener maldad las que me hicieron detenerme unos instantes y medir mis propios gestos. Notaba algo extraño en su esencia, una alteración, que se veía al mismo tiempo cubierta por un olor aún más fuerte. La sangre de Tournuelle no había sido nada al lado de lo que podía prever de ella. ¿A- quizás? No era humana.
-¡Oh! Por favor, no. No os disculpéis, debí haberme percatado de que caminabais con tanta prisa. ¿Os encontráis bien, Milady? Espero que no os hayáis hecho daño, mea culpa. –No me pasó desapercibido el segundo gato que sostenía en las manos, ni la reacción desesperada de este por escapar de los brazos de la menor. Las zarpas llegaron a crear un suave arañazo en los brazos de la joven, y gesto como aquel solo hizo una llamada aún más persuasiva de mis instintos. Yo no era ningún principiante, y eso no supuso ningún tipo de problema, aunque confirmara mis sospechas respecto a su sangre. Cambiaformas quizás. Uno poco experimentado, dada su edad aparente. –Siento lo de su amigo. –Sonreí con suavidad, haciendo referencia al gato que había huido instantes antes, y tomé su mano despacio, con la intención de equilibrarla después del choque, y así mismo, saludarla. Gestos como aquellos podrían haber tratado de ser cálidos, pero esa calidez no llegó a los ojos, como tantas otras veces. Hacía mucho tiempo que estos se habían hundido en la eterna expresión de inapetencia, que arrancaba las mayores frustraciones de los que buscaran en ellos alguna emoción. –Me siento afortunado de haberos encontrado aun siendo por torpeza. No quiero pensar que podría haberos ocurrido, de seguir caminando sola a tan tierna edad. Hay muchos que tomarían ventaja de su inocencia. –Silencio. Silencio en todo el callejón a medida que hablaba, por mucho que las palabras que estuviera entonando fueran una burla a la realidad y mis propios pensamientos. Dios sabe que la mataría, y que disfrutaría con ello, y que tomaría su sangre, y sus huesos, sin serme un cargo de conciencia el llevar a cabo tales pecados. -¿Os permite vuestro padre salir a horas como éstas o quizás os encontráis sola? Tristes almas las que son como vos. –Hice una pausa, encontrando su apariencia de lo más interesante, y decidí hacer que fuera ella la que me entretuviera el resto de la noche.
-Los gatos callejeros se cuidan solos, Milady, sin embargo…¿quién la cuidará a vos? –La pregunta se quedó en el aire como una suave amenaza que delataba el peligro tras ella. Sonreí, de manera casi imperceptible, e hice firme el agarre en su mano, tomándola, y la alcé, para concederle un suave beso en los nudillos. -¿Me permitiría acompañarla?
Aedric Wentworth- Vampiro Clase Media
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Re: Jugar a la muerte no es cosa de niños. [Violette]
La inocencia tenía situaciones como aquella. Normalmente las almas de luz pura, los de noble corazón y pacificas maneras, eran encontradas por aquellos monstruos de oscuros sentimientos. Almas corruptas de oscuridad, como los demonios. Y la bondad, como la luz, terminaba siendo encarcelada por la maldad, pereciendo de incontables formas ante ella, si no se era precavido. Y yo, jamás seria precavida. Solía meterme en líos, en tantos que había perdido la cuenta, como de las veces en que Christopher me había avisado de que más allá del hogar existían seres que no dudarían de matar a una pequeña cambiaformas. No debía escaparme, no sin avisarle de mis excursiones nocturnas, y aun así lo hacía. Mi parte felina me hacía lanzarme a la noche en busca de distracciones, fuera de las lecciones de la inquisición y Christopher, con el que prefería entrenar y aprender, ya que él me enseñaba la tecnología y aquello me agradaba. Yo era muy observadora, mientras que la inquisición me hacía luchar, terminando magullada y herida a causa de mi abnegación a la lucha. En ocasiones luchaba mejor como leona, que como humana.
Pero aquella noche era para distraerme, debía hacerlo y así alimentando a mis gatos callejeros, lo hice. Hasta que caminando de nuevo, me topé contra aquel hombre y el gato se escapó de mis brazos, subiéndose ante mi mirada a un árbol cercano y bufarse.
Frunciendo el ceño al ver la reacción del gato, como si aquel hombre pudiera ser-le algún peligro, volví mi sonrisa al extraño y negué. – No es vuestra culpa señor, no me avergoncéis, ha sido mea culpa. En las noches es peligroso ir con prisas, más aún cuando pocas luces alumbran las calles y callejones, verdad? — Le miré viendo sus oscuros ojos en los míos y aunque sentí un escalofrío bajar por mi espalda, avisándome, no hice caso al instinto. Una parte de mí, quizás todavía se negaba a creer que todos los sobrenaturales fueran simples bestias que asesinar e investigar. A fin de cuentas yo era uno de ellos. — Estoy bien, no os preocupéis por mí. Apenas recibí más que un arañazo superficial en mi piel. —Con una de las manos tapé mi herida a su vista, sintiendo como rápidamente aquel arañazo se borraba de mi piel gracias a la sanación acelerado de los sobrenaturales. Un rasgo que por estudios de Christopher, todos los vampiros, licántropos y cambiaformas teníamos menos los brujos que contaban con otros poderes. Sentí su mano sobre la mía, estabilizándome tras el golpe de ambos y por primera vez sentí realmente. Esa fría piel que me sujetaba, me recordaba a un muerto, a la vampiresa que había conocido de la inquisición; Uriel. ¿Sería aquel señor un vampiro? ¿O solo se trataba de que se encontraba helado? Frunciendo el ceño negué ante sus palabras, otorgándole una de mis dulces sonrisas. — Estoy a salvo no os preocupéis. Mi hogar se encuentra cerca, así como toda mi familia que yace bailando en uno de los bailes de sociedad, en los que no fui invitada. Por ello ando por aquí, pero podéis estar tranquilo. Los demonios de la noche no existen. — Mentiras. Solo eso salía de mis labios sintiendo cierto miedo de que mis sospechas no fueran infundadas, y aquel hombre frente a mí fuera un vampiro. El primer vampiro con el que me habría encontrado, fuera de los que regentaban la inquisición.
— Está usted también solo en esta noche, mi señor? Es una gran pena que se encuentre solo en una noche tan fresca y bonita como esta. No ve la luna roja y brillante? En cada luna de sangre en el palacio Royal celebran bailes en donde muchas damas esperan ser sacadas en el primer baile. —Comenté dejando un momento mi vista perdida en la luna que alumbraba aquella noche, todo y que su luz no llegar al callejón oscuro en el que nos encontrábamos todavía. — Los gatos callejeros no tienen quien les cuide. Todos necesitamos que alguien nos cuide y nadie es una excepción a ello. —Sonreí con inocencia y advirtiendo de nuevo su piel fría contra la mía, asentí a su última petición. Aún no deseaba irme, ahora le observaría, sacaría toda conclusión que pudiera con él y quizás en la mañana pudiera en el mejor de los casos, sorprender a Christopher con algo nuevo sobre los vampiros. En cierto sentido la felina que habitaba en mí, sentía curiosidad por él y lo que se ocultaba en la noche, bajo las sombras.
— Si no os resulta una molestia, seré agraciada con vuestra compañía en la que quizás si tengáis razón, y más me valga no permanecer sola. —Me sonrojé al sentir sus labios en mis nudillos, aun así dejé mi mano en la ajena. — ¿No tenéis otros planes, señor? ¿Algún lugar al que debaís acudir? No deseo todavía regresar a mi hogar y a sus cálidas paredes. — Lo que deseaba era saber más de él y no terminar todavía mi escapada nocturna. — Si me lo permitís, preferiría ser libre por unas horas más.
Pero aquella noche era para distraerme, debía hacerlo y así alimentando a mis gatos callejeros, lo hice. Hasta que caminando de nuevo, me topé contra aquel hombre y el gato se escapó de mis brazos, subiéndose ante mi mirada a un árbol cercano y bufarse.
Frunciendo el ceño al ver la reacción del gato, como si aquel hombre pudiera ser-le algún peligro, volví mi sonrisa al extraño y negué. – No es vuestra culpa señor, no me avergoncéis, ha sido mea culpa. En las noches es peligroso ir con prisas, más aún cuando pocas luces alumbran las calles y callejones, verdad? — Le miré viendo sus oscuros ojos en los míos y aunque sentí un escalofrío bajar por mi espalda, avisándome, no hice caso al instinto. Una parte de mí, quizás todavía se negaba a creer que todos los sobrenaturales fueran simples bestias que asesinar e investigar. A fin de cuentas yo era uno de ellos. — Estoy bien, no os preocupéis por mí. Apenas recibí más que un arañazo superficial en mi piel. —Con una de las manos tapé mi herida a su vista, sintiendo como rápidamente aquel arañazo se borraba de mi piel gracias a la sanación acelerado de los sobrenaturales. Un rasgo que por estudios de Christopher, todos los vampiros, licántropos y cambiaformas teníamos menos los brujos que contaban con otros poderes. Sentí su mano sobre la mía, estabilizándome tras el golpe de ambos y por primera vez sentí realmente. Esa fría piel que me sujetaba, me recordaba a un muerto, a la vampiresa que había conocido de la inquisición; Uriel. ¿Sería aquel señor un vampiro? ¿O solo se trataba de que se encontraba helado? Frunciendo el ceño negué ante sus palabras, otorgándole una de mis dulces sonrisas. — Estoy a salvo no os preocupéis. Mi hogar se encuentra cerca, así como toda mi familia que yace bailando en uno de los bailes de sociedad, en los que no fui invitada. Por ello ando por aquí, pero podéis estar tranquilo. Los demonios de la noche no existen. — Mentiras. Solo eso salía de mis labios sintiendo cierto miedo de que mis sospechas no fueran infundadas, y aquel hombre frente a mí fuera un vampiro. El primer vampiro con el que me habría encontrado, fuera de los que regentaban la inquisición.
— Está usted también solo en esta noche, mi señor? Es una gran pena que se encuentre solo en una noche tan fresca y bonita como esta. No ve la luna roja y brillante? En cada luna de sangre en el palacio Royal celebran bailes en donde muchas damas esperan ser sacadas en el primer baile. —Comenté dejando un momento mi vista perdida en la luna que alumbraba aquella noche, todo y que su luz no llegar al callejón oscuro en el que nos encontrábamos todavía. — Los gatos callejeros no tienen quien les cuide. Todos necesitamos que alguien nos cuide y nadie es una excepción a ello. —Sonreí con inocencia y advirtiendo de nuevo su piel fría contra la mía, asentí a su última petición. Aún no deseaba irme, ahora le observaría, sacaría toda conclusión que pudiera con él y quizás en la mañana pudiera en el mejor de los casos, sorprender a Christopher con algo nuevo sobre los vampiros. En cierto sentido la felina que habitaba en mí, sentía curiosidad por él y lo que se ocultaba en la noche, bajo las sombras.
— Si no os resulta una molestia, seré agraciada con vuestra compañía en la que quizás si tengáis razón, y más me valga no permanecer sola. —Me sonrojé al sentir sus labios en mis nudillos, aun así dejé mi mano en la ajena. — ¿No tenéis otros planes, señor? ¿Algún lugar al que debaís acudir? No deseo todavía regresar a mi hogar y a sus cálidas paredes. — Lo que deseaba era saber más de él y no terminar todavía mi escapada nocturna. — Si me lo permitís, preferiría ser libre por unas horas más.
Nalia- Cambiante Clase Baja
- Mensajes : 46
Fecha de inscripción : 14/10/2013
Re: Jugar a la muerte no es cosa de niños. [Violette]
Sorpresa. Me encontré de algún modo en una disputa, una encrucijada de caminos, y podría decirse que dudé, aunque yo fuera de aquellas personas a las que no les gustara confesar esas cosas. Sentí de alguna manera la inocencia de la otra, de manera más sincera, y comprendí a primera instancia que poco debía de saber ella del mundo y de lo que aguardaba para los que se entregaban con los brazos abiertos a la idea de vivir. Llegó a arrancarme una sonrisa suave la carencia de maldad, y quizás fuera por eso o por el estar ya satisfecho de haberme alimentado previamente, que decidí no hacer daño alguno a la cambiante y por el contrario, acompañarla el resto del camino.
No escapó a mis ojos los gestos de ella, la manera en la que corrió a cubrirse las magulladuras, como si no supiera de la rapidez que tenían los de su especie y la mía para regenerarse. Decidí no delatarla a pesar de ello, y alejé su mano de mis labios, sin liberarla. Agradecí el tono que utilizó, sabiendo lo recurrente que se había vuelto para los mortales tratarme como un niño en lugar de conservar los modales que debieran. No fue eso lo que me enfadó a pesar de ello, y al oírla no pude si no mostrar indignación.-¿Carece de invitación? ¡Tonterías! ¿Quién querría olvidar a alguien como vos? Poco deben de quererla si no permiten que asista. ¿Ha estado alguna vez en uno de los bailes de sociedad, milady? Son de lo más interesantes. -Y fue entonces cuando alcé su mano con suavidad para que diera una vuelta sobre si misma. Al final del paso la miré y sonreí con suavidad. -¿Cuantos años tiene? Si no es molestia, claro. - Y es que estaba apareciendo en mi cabeza una idea peculiar, pues si bien no podíamos asistir a ese baile en concreto, podía llevarla a otros que me eran más conocidos.
Solté su mano, devolviéndole la libertad que pude haberle quitado durante esos instantes. -No se deje engañar. Los demonios si existen, pero cada uno se muestra de manera diferente. Hay quien dice que los peores se encuentran aquí dentro, milady.-Y acto seguido llevé el índice a su frente, rozándola apenas con la yema de los dedos. -Lamentaría mucho que se encontrara con alguno que otro por estos parajes. Muchos son demasiado ineptos como para hacer un trabajo bien hecho y podrían dejarla muy mal parada. ¿Acaso no los teme?
Y encontré en la valentía de ella un deje casi romántico por su manera de ver el mundo. Traté de controlar en todo momento mis opiniones al respecto, ya que yo tampoco era una persona demasiado optimista. No dejaría que siguiera caminando por aquellas zonas de la Rue ella sola, hasta ahí estaba seguro. No era yo el único que utilizaba aquella área como campo de juegos.
Me cogió desprevenido una vez más la rapidez con la que me ofreció su confianza, y quizás solo por eso me planteara castigarla, o demostrarle a mis ojos cuan equivocada estaba esa forma de ser. Había sido yo en otro tiempo quien había chocado numerosas veces contra mi propia ignorancia, y estaba en mi evitar que la joven hiciera lo mismo. -Sois demasiado confiada. Permitirme que os diga que es un error por su parte. -Pero no volví a hablar, ofreciéndole mi mano de nuevo, y andando hacia el exterior del callejón y hacia una de las amplias avenidas. -¿Querríais ir a un baile? -Pregunté, y la luna solo me confirmó que era un día particularmente malo para que alguien como ella anduviera sola por la capital. Llegué a sonreír a su manera de ser tan temeraria. -Puedo llevaros a uno, me ofrecería a bailar con vos si lo quisierais. -Y sería tan fácil traicionarla ahora. La posibilidad volvió a barajarse en mi propia mente, y esperé una respuesta por su parte. ¿De cuanto me conocía acaso? ¿Escasos minutos apenas?
Decidí no discrepar hacia las observaciones que hubo dado y asentí a ellas, conforme nuestros pasos fueron avanzando frente a las tabernas y los bares. -Tranquila, no estaba en mis planes hacer nada particular esta noche. Sea como sea, no os preocupéis, no es menester que lleguemos a una hora en concreto. ¿Cuando desearíais volver a casa? No querría preocupar a vuestra familia. -Le sonreí con suavidad, haciendo memoria de las diferentes salas de fiesta en la ciudad parisina, y una vez encontrada la adecuada, tomé una ruta en concreto. No quería verla rodeada de muchos de mi especie, aquella noche bien podríamos camuflarnos entre humanos.
No escapó a mis ojos los gestos de ella, la manera en la que corrió a cubrirse las magulladuras, como si no supiera de la rapidez que tenían los de su especie y la mía para regenerarse. Decidí no delatarla a pesar de ello, y alejé su mano de mis labios, sin liberarla. Agradecí el tono que utilizó, sabiendo lo recurrente que se había vuelto para los mortales tratarme como un niño en lugar de conservar los modales que debieran. No fue eso lo que me enfadó a pesar de ello, y al oírla no pude si no mostrar indignación.-¿Carece de invitación? ¡Tonterías! ¿Quién querría olvidar a alguien como vos? Poco deben de quererla si no permiten que asista. ¿Ha estado alguna vez en uno de los bailes de sociedad, milady? Son de lo más interesantes. -Y fue entonces cuando alcé su mano con suavidad para que diera una vuelta sobre si misma. Al final del paso la miré y sonreí con suavidad. -¿Cuantos años tiene? Si no es molestia, claro. - Y es que estaba apareciendo en mi cabeza una idea peculiar, pues si bien no podíamos asistir a ese baile en concreto, podía llevarla a otros que me eran más conocidos.
Solté su mano, devolviéndole la libertad que pude haberle quitado durante esos instantes. -No se deje engañar. Los demonios si existen, pero cada uno se muestra de manera diferente. Hay quien dice que los peores se encuentran aquí dentro, milady.-Y acto seguido llevé el índice a su frente, rozándola apenas con la yema de los dedos. -Lamentaría mucho que se encontrara con alguno que otro por estos parajes. Muchos son demasiado ineptos como para hacer un trabajo bien hecho y podrían dejarla muy mal parada. ¿Acaso no los teme?
Y encontré en la valentía de ella un deje casi romántico por su manera de ver el mundo. Traté de controlar en todo momento mis opiniones al respecto, ya que yo tampoco era una persona demasiado optimista. No dejaría que siguiera caminando por aquellas zonas de la Rue ella sola, hasta ahí estaba seguro. No era yo el único que utilizaba aquella área como campo de juegos.
Me cogió desprevenido una vez más la rapidez con la que me ofreció su confianza, y quizás solo por eso me planteara castigarla, o demostrarle a mis ojos cuan equivocada estaba esa forma de ser. Había sido yo en otro tiempo quien había chocado numerosas veces contra mi propia ignorancia, y estaba en mi evitar que la joven hiciera lo mismo. -Sois demasiado confiada. Permitirme que os diga que es un error por su parte. -Pero no volví a hablar, ofreciéndole mi mano de nuevo, y andando hacia el exterior del callejón y hacia una de las amplias avenidas. -¿Querríais ir a un baile? -Pregunté, y la luna solo me confirmó que era un día particularmente malo para que alguien como ella anduviera sola por la capital. Llegué a sonreír a su manera de ser tan temeraria. -Puedo llevaros a uno, me ofrecería a bailar con vos si lo quisierais. -Y sería tan fácil traicionarla ahora. La posibilidad volvió a barajarse en mi propia mente, y esperé una respuesta por su parte. ¿De cuanto me conocía acaso? ¿Escasos minutos apenas?
Decidí no discrepar hacia las observaciones que hubo dado y asentí a ellas, conforme nuestros pasos fueron avanzando frente a las tabernas y los bares. -Tranquila, no estaba en mis planes hacer nada particular esta noche. Sea como sea, no os preocupéis, no es menester que lleguemos a una hora en concreto. ¿Cuando desearíais volver a casa? No querría preocupar a vuestra familia. -Le sonreí con suavidad, haciendo memoria de las diferentes salas de fiesta en la ciudad parisina, y una vez encontrada la adecuada, tomé una ruta en concreto. No quería verla rodeada de muchos de mi especie, aquella noche bien podríamos camuflarnos entre humanos.
Aedric Wentworth- Vampiro Clase Media
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Fecha de inscripción : 06/06/2014
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