los locos y los niños siempre saben jugar ( Calliope )

Calliope masajeó sus sienes mientras respiraba hondo, intentando tranquilizarse e infundirse valor. Llevaba ya varias semanas en París, continuaba sin encontrar trabajo y sus pocos ahorros comenzaban a escasear. Si no comenzaba a trabajar pronto de lo que fuera se las vería en un serio aprieto. Se sentó en un banco y acarició sus doloridos tobillos. Si hubiera podido, se habría quitado ya los zapatos y habría recorrido las calles así, descalza, pero se encontraba en un barrio demasiado elegante para eso, uno en el que ella solo encajaría ataviada con un atuendo de sirvienta o algo por el estilo.

Sacó de su bolso el poco pan duro que le quedaba y unas cortadas de queso que había sacado a escondidas de la pensión y comenzó a comer mientras pensaba en lo que podía hacer. Sentía que la cabeza le iba a estallar, estaba cansada puesto que llevaba ya varios días sin poder dormir a pierna suelta. Levantó la mirada y vio como un par de señoras la observaban alzando una ceja y cuchicheando. Tragó saliva, limpió su falda y se levantó, caminando sin rumbo fijo.

Llevaba ya un buen rato caminando cuando una suerte de risas y vida llamó su atención. Elevó la mirada y se mordió el labio inferior. No sabía muy bien qué era eso, pero parecía que la gente se divertía, así que se acercó allí para curiosear un poco. Se acordó de su pequeña y de lo mucho que disfrutaría en un sitio como ese y se prometió que pronto la traería para que pudiera ver todo con sus propios ojos y no a través de las palabras que ella le escribía todos los días. Estaba pensando en eso cuando alguien la empujó, pero lo peor no fue eso, sino que ese mismo hombre hizo lo mismo con una pobre niña que contemplaba con entusiasmo una máquina que a Calliope le imponía demasiado. La pequeña se puso a llorar, viendo como su golosina se había caído al suelo y ya no podía comérsela. Sin pensárselo dos veces, la muchacha tomó su falda para poder caminar mejor y se acercó hasta donde estaba el susodicho.

-Disculpe, señor-dijo para llamar su atención mientras le daba un ligero golpe sobre el hombro-Creo que no se ha dado cuenta de que ha hecho llorar a una chiquilla. Comprendo que este artefacto le tenga obnubilado, por eso he decidido hacerle darse cuenta de su error, ya que dudo que alguien como usted no quiera subsanarlo de inmediato ¿no cree?

Calliope alzó una ceja ante la respuesta de aquel chico y se mordió el interior de su mejilla mientras apretaba sus puños. Por el rabillo del ojo pudo ver como la pobre niña a la que había empujado seguía sollozando y no pudo evitar acordarse de su propia hija y preguntarse qué estaría haciendo en ese preciso momento. Respiró hondo y sacudió la cabeza. Ahora no tenía sentido pensar en ella porque no podía hacer nada más que eso. Había llegado a París para poder darle un futuro mejor y se tenía que centrar en eso, aunque las cosas no estaban saliendo como ella pensaba.

Rebuscó en su monedero y suspiró. No estaba para gastar el poco dinero que le quedaba en caprichos, pero quiso pensar que alguien, en su antiguo hogar, también haría algo así por su pequeña. Compró otra golosina y se la tendió a la niña mientras esta se secaba los restos de lágrimas con la manga de su vestido.

Le dio las gracias y se quedó mirando al extraño hombre que la había empujado. Le sacó la lengua, aprovechando que estaba de espaldas y no podía verla y se marcho corriendo. Calliope sonrió ante ese acto por parte de la criatura y volvió a mirar a la noria que tenía delante. La aterrorizaba y, a la vez, la atraía. Justo como su situación actual.

Sin embargo, no podía dejar que las cosas quedaran así, por lo que reanudó su camino hasta colocarse a la altura de ese muchacho. Él parecía haber reducido la velocidad de su caminata, como si estuviera invitándola a seguirlo, por lo que no le costó mucho llegar hasta donde él se encontraba y ponerse a su lado.-¿Tan importantes son sus pensamientos, señor, que no se fija en las personas que hay a su alrededor?-dijo, lanzando la pregunta al aire.

No esperaba respuesta, por alguna razón sentía que ese tipo era de los que no hablaban mucho, pero teniendo en cuenta que la única conversación que había mantenido durante todo el día era un sinfín de preguntas sobre su persona que no habían llevado a obtener trabajo alguno...No tenía nada que perder, ni nada mejor que hacer, por lo que volvió a la carga.-Es impresionante ¿no cree? La noria, me refiero. Seguro que a esa chiquilla le habría encantado subir.

Calliope observó de reojo al muchacho que se encontraba a escasos metros de ella. Había conocido a muchas personas a lo largo de las escasas semanas que se encontraba en París, pero nunca pasaba de un cordial saludo, al menos por parte de la muchacha, y alguna que otra mirada de asco, esto por parte del resto. Ahora era distinto. Mantenían una distancia prudencial, era cierto, pero de alguna forma se hacían compañía. O al menos eso era lo que la morena pensaba, tal vez por la desesperación de no tener una conversación propiamente dicha. Tal vez por la desesperación que siente alguien que está lejos de su familia.

Desvió la mirada cuando el chico la miró directamente y dejó que sus ojos se deslizaran unos segundos por aquella atracción, que, en todos los sentidos, llamaba la atención de todos los allí presentes. Colocó un mechón de su cabello tras su oreja y respiró hondo y de forma lenta. Iba a decir algo, pero al descubrir la mueca del señor, se quedó en silencio, temerosa, como si pronunciar palabra alguna pudiera llegar a molestarle.

Asintió levemente ante la contestación del muchacho.-Puede ser-comenzó a decir ella, ladeando ligeramente la cabeza-Todos ocultamos nuestros pensamientos, sobre todo a los extraños, pero sería muy triste que, por mucho que sea lo único que posee, deje de observar al mundo. ¿No le parece? Puede estar perdiéndose cosas maravillas-terminó, haciendo gala de un positivismo que, ahora mismo, ella se sentía incapaz de seguir.

-Creo que así la llaman-susurró-O al menos eso es lo que me ha parecido entender antes. No puedo estar segura, nunca había visto semejante artilugio. Es...siniestro...y atrayente. Toda una contradicción, es cierto. No sé cómo explicarlo mejor o si usted me ha entendido, señor.

A veces hablaba más de la cuenta, otras se quedaba en silencio durante varios minutos. Fuera como fuera, nunca sabía cómo comportarse, sobre todo con extraños, y ellos solían mirarla de forma altiva o puede que, incluso, con lástima. Pero con el caballero era distinto, no es que el silencio fuera incómodo, ya que no era por su culpa, sino más bien parecía que ambos se sentían cómodos así. Sin mediar más de unas cuantas palabras seguidas.

-Me temo que no, señor-confesó-¿Está usted pensando en subir a semejante artilugio?-añadió, abriendo muchos los ojos y contemplando, de nuevo, el gran círculo que giraba y giraba, a gran altura en el cielo-¿No le da miedo?  

Calliope observó el monstruo de acero que se cernía frente a ellos. Contuvo el aliento. La gente parecía disfrutar de estar suspendida en el aire, pero a ella la sensación de no tener tierra firme bajo sus pies hacía que se sintiera pequeña, frágil. Casi se podría decir que se trataba de una metáfora de su vida actual, porque exactamente era así como se sentía. Estaba caminando sobre la cuerda floja y cualquier tropiezo haría que se precipitara al vacío. Dicho en otras palabras...Si no encontraba trabajo se quedaría sin nada, sin ni siquiera un techo sobre su cabeza, y con ella arrastraría a su pequeña. Esa noria representaba su mayor temor: El miedo a fracasar. Aunque también podía ser tan solo una excusa para poder sentir terror. Era más sencillo asustarse por esa enorme rueda giratoria que por su propia vida.

Se estremeció ante el contacto del chico. Su piel estaba helada e hizo que se arropara todavía más en su viejo abrigo.-No todo, señor. El mundo nos regala a diario cosas maravillosas. Corre el peligro de perdérselas si no está atento a lo que ocurre a nuestro alrededor. Pero supongo que las palabras de una desconocida no tienen peso, no se preocupe.

-Sus palabras suenan melancólicas-suspiró, ladeando ligeramente la cabeza. Tan solo eran palabras, sílabas pronunciadas en voz alta que acababan perdiéndose con el viento.  Frunció los labios. Esa bestia parecía llamar a todos los presentes, como el canto de una sirena, pero ella no pensaba sucumbir.

Apretó sus manos. Sus dedos estaban entumecidos por el frío, por lo que los metió dentro de sus bolsillos. París era frío, sobre todo con un abrigo tan fino. Deslizó su mirada hasta mirar de reojo al hombre que tenía al lado. Era extraño, casi parecía que estuviera inmerso en unos pensamientos demasiado importantes o intensos como para compartirlos en voz alta, pero la muchacha no le preguntó nada. Sencillamente se limitó a esperar en silencio a que decidiera hablar o terminar con esa improvisada reunión que había surgido de una diferencia.

-¿No le da miedo no escapar de su interior?-le preguntó, alzando una ceja. Calliope lo veía como un monstruo que devoraba a sus presas antes de que ellas se dieran cuenta de nada. Seguramente estaría exagerando, pero  los miedos no son algo racional. Se tiende a exagerar demasiado.

Se sintió como una niña pequeña a la que retaban para que se atreviera a hacer algo que la paralizaba. Por un segundo estuvo tentada a inflar  las mejillas y contener el aire en su boca durante unos instantes, pero tampoco hizo eso. Lo miró a él y después volvió a mirar al gigante de hierro, sopesando las opciones que tenía. Cambió el peso de su cuerpo de una pierna a otra y se cruzó de brazos, como siempre hacía cuando intentaba decidir algo. No sabía si subir o no, pero no solo era por su miedo. Tenía que controlar los gastos, no podía permitirse ningún capricho.  Sobre todo ahora que las monedas que tenía en su poder eran más bien escasas.

-Tener miedo forma parte del ser humano-comentó, encogiéndose de hombros.-Es parte de nuestra naturaleza ¿no te parece?-lanzó la pregunta al aire.

-No es lo mismo reprender a alguien cuando crees que no ha hecho algo bien, aunque este no sea más que un  desconocido-comentó.-Sin embargo,  no es el miedo todo lo que me impide  extasiarme con la posibilidad de volar, como usted dice. Digamos...que son problemas más cotidianos los que me impiden plantearme tal  posibilidad.

París la estaba sorprendiendo. Aunque no había tenido mucho tiempo para disfrutar de la ciudad sin ningún tipo de preocupación ya que empleaba todo el día en buscar trabajo, pero sí que era cierto que le encantaba caminar por las calles de esa ciudad y dejarse seducir durante unos segundos al día por su magia. Porque sí, estaba convencida de que esa ciudad era mágica y que aunque ahora no lo veía, sería la solución a todos sus problemas. Tal y como había pensado la primera vez que se le ocurrió viajar hasta allí para probar suerte.

-Habla usted como si se considerara la excepción que confirma la regla, señor-comentó al percatarse de que, al parecer, no se incluía entre aquellos que cambiaban el ciclo del que hablaba, mutando algo en la naturaleza: los hombres. Lo miró con curiosidad y alzó una ceja para luego sonreír levemente.-Sea como sea, habla con pasión, con plena convicción en aquello que dice, aunque sus palabras parecen estar envueltas de un gran pesimismo-lo miró-Sin embargo, yo no creo tener el poder para obrar cambio alguno. Tan solo me dedico a pasar un día y otro en esta ciudad. No quiero un cambio en mí, anhelo uno en otra persona-comentó, pensando en su hija,  pues deseaba que ella pudiera tener aquello que la muchacha no había podido tener, que no le faltara de nada.

Porque sí, ella era la razón por la que hacía todo. Su razón de vivir. Cada vez que pensaba en ella no podía evitar sonreír, aunque su día no fuera, precisamente, bueno. Le encantaría que su niña estuviera allí en ese preciso momento, le habría fascinado ver esa gran rueda gigante o cualquiera de las otras atracciones que allí se encontraban para deleite de todos los que se acercaran al lugar. Sí, le habría encantado. Un día, cuando volvieran a estar juntas, la llevaría allí y disfrutaría por completo de su sonrisa y todos y cada uno de sus gestos de sorpresa.

-¿Qué es lo que falla en mi argumento, en su opinión, señor?-le preguntó con curiosidad. La verdad era que ese hombre parecía todo un misterio, uno algo extravagante, pero ella no era nadie para ir juzgando a la ligera. Día tras día tenía que soportar las miradas y los cuchicheos sobre su persona cuando intentaba encontrar un trabajo en una de las zonas pudientes de la ciudad. Intentaba ignorarlos, pero cuando el cansancio hacía mella en ella no podía evitar darle vueltas y más vueltas a las pocas palabras que llegaban a sus oídos.

Quiso decir algo cuando él la tomó de la mano y la arrastró hasta la noria, pero no pudo. Y no porque el volver a sentir el frío la dejara sin palabras o porque el acercarse más a ese monstruo de metal la asustase, sino, más bien, por el comentario que el muchacho dijo segundos después.

Se soltó inmediatamente.-¿Mis insulsos problemas cotidianos?-preguntó furiosa-Usted no sabe nada de mí, señor, no se atreva a pensar que mis problemas se limitan a no saber si ponerme el vestido azul o el rojo o a no saber si hacer un guiso o mejor algo de arroz para comer-le dijo, mirándolo, pero esta vez molesta.

Calliope no tenía demasiados conocidos en París, por no decir que ninguno porque salvo el sacerdote que la animaba cada vez que se sentía decaída y la dueña del hostal en el que se alojaba, no conocía a nadie más. La soledad era más que una anécdota en su día a día, se había extendido de tal forma que la única manera que tenía de combatirla era recordarse el motivo por el cual se encontraba en la ciudad: su hija. Por eso agradecía cualquier conversación, por fugaz que fuera, aunque la que estaba teniendo con ese individuo comenzaba a ponerla nerviosa. Había algo en él que le llamaba la atención, que, en un principio, le había parecido curioso puede que, incluso, divertido, pero que ahora comenzaba a sacarla de sus casillas.

Escuchó con atención las palabras de esa persona con la que se había topado por casualidad y no pudo evitar que su rostro reflejara una mueca de asombro ante lo que estaba oyendo salir de sus labios. Por un segundo se preguntó si tan solo estaba siendo víctima de una broma o si se había cruzado con un demente que se había escapado de alguna institución de salud mental, lo que era peor. Tragó saliva y lo contempló de arriba abajo, buscando cualquier detalle que le pudiera dar una respuesta sobre la procedencia de ese hombre, pero no obtuvo nada.-Parece que no le importa demasiado mi opinión, señor, eso lo ha dejado más que claro. Lo que me pregunto es por qué entonces está hablando conmigo, caballero. ¿Tan aburrido ha sido su día que se dedica a entablar una conversación que no es de su agrado con una completa desconocida?-le preguntó, sin dejar de mirarlo en ningún momento, por si se le ocurría hacer alguna locura. Tenía que protegerse, se lo debía a su pequeña puesto que la criatura dependía de ella. Puede que el tono que el hombre había utilizado no pareciera contener amenaza alguna, pero el trasfondo del mensaje no daba esa misma impresión, por lo que la muchacha se puso, instintivamente, alerta, como una presa ante la inminente llegada del cazador.

-Sus palabras parecen las que diría alguien que no tiene preocupación alguna, señor-comentó, alzando una ceja, mientras sentía como la ira recorría cada una de las células de su ser. No le gustaba que alguien le dijera que aquello que le preocupaba, lo que le quitaba el sueño, carecía de importancia, menos todavía cuando conformaba todo su mundo.

-Creo que más que nada se trata de las palabras de alguien que vive en una jaula de oro inmensa, que no tiene que lidiar con el dolor y el sufrimiento en su día a día. ¿Pretende hacerme ver una realidad que poco o nada tiene que ver con la mía? Creo que, si es ese el caso y todo apunta a que sí, sus esfuerzos carecen de sentido.

-¿Para personas mediocres, caballero?-preguntó, dejando que en su tono de voz se notara un poco el enfado que sentía en su cuerpo y que se estaba apoderando de ella cada vez más, aunque intentaba controlarse. Respiró hondo para ello y apartó su mirada de ese señor unos segundos.-No creo que una persona inteligente viva en su propio mundo, más bien me parece que sería algo que haría un ser egoísta-añadió.-O demasiado solo.