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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Killian White Mar Jun 17, 2014 1:27 am

París, 1803.
Biblioteca

Era un día hermoso, eso no podía objetarse por ninguna circunstancia, sin embargo, y pese a tan esplendido clima y el gran aroma en una de más coloridas y alegres calles de París, Audrey se encontraba pensativo, llevaba ya un mes lejos de la casa Londinense, lejos de su pequeña Viviana y la extrañaba mucho más que a su propia hermana y madre de la niña. Pero sí estaba lejos de ellas era para asegurar rutas comerciales con algunas familias del norte de Francia y firmar el mercado con varios comercios de Paris.

Sus primos, los mellizos Scott y Chelsea estaban expandiendo la casa Nottinghams a una enorme velocidad, así como lo hicieron cuando eran los administradores generales, cuando el gobierno sobre los Cisnes Negros hacía más de 20 años les pertenecía. Por supuesto, ellos tenían que presentar los reportes a la ahora líder de la casa Londinense, su hermana Camile; pero algo en ella le decía que ambos no reportaban con veracidad toda la ganancia. Por ese otro motivo Audrey investigaba de los supuestos tratos de los Nottinghams en la ciudad del romance, tratos que no estaban confirmados y de los que no había pruebas de su existencias, pruebas que Camile le había pedido que encontrara.

Sin compañía, desayunaba, tomaba el té, comía y cenaba siempre en el mismo restaurante, en la misma mesa y atendido por los mismos meseros. Había caído en una monotonía, por las noches antes de dormir pensaba en su pequeña niña y se dormía con la esperanza de concluir su viaje y volver a verla, su único amor.

Harto de esa monotonía decidió desviarse de su camino al restaurante y entró a una biblioteca. Últimamente no había leído ningún libro, mientras cruzaba el marco de acceso entre el lobby y la sala de libros, el olor a los viejos y nuevos ejemplares llegaron a su nariz. Cerró sus ojos y no comprendió como pudo haber pasado tanto tiempo sin sumergirse en su pasión por la lectura, «¿era por su constante pensamiento en Viviana?» es porsible. Como sea, apareció en su rostro una amplia sonrisa y la excitación de tener ya entre sus manos algún volúmen de literatura francesa o quizá una enciclopedia le provocaron un estremecimiento que no pudo contener. Se dejó llevar por la emoción y como un chiquillo fue recorriendo los extensos pasillos.

Se detenía constantemente en los títulos que no había leído, acariciaba el lomo, con bastante cuidado lo sacaba y lo ojeba un par de veces, comprobaba la letra, la hoja, los margenes y si eran ilustrados analizaba como un maestro pintor la impresión. El ingles parecía más un buscador de libros antiguos que simplemente un hombre con la intención de leer una buena obra, ensayo o enciclopedia, lo que, en verdad era. Finalmente, en un rincón apartado encontró una obra de Dante Alighieri traducida del toscano al ingles, lo que le pareció muy cómodo. Con el libro bien conservado (pues no parecía tener más de un siglo) se dirigió a una de las mesas de lecturas no muy lejos del estante. Él siempre prefería dejar el libro justo en donde lo tomó que dejarlo en la charola para que otro lo haga. Por supuesto, era consciente que de eso se trataba el trabajo de los bibliotecarios pero era una manía que ya tenía, después de todo tenía una gran biblioteca en la mansión de Londres.

Se sentó y dejó el libro sobre la mesa, lo acarició como lo haría con una mujer, después, lo abrió y acarició la primera página, dejó que el tacto se hiciera uno con la hoja y tras breves segundos comenzó su lectura. Pasaron varios minutos, para que extrañamente sintiera la sensación de ser observado, bajó un poco el libro y barrió el lugar, no había nadie, al menos no en ese momento; regresó nuevamente a su lectura pero volvió a interrumpirse y esta vez al levantar la mirada vio a una hermosa mujer de perfil. Se quedó quieto, espectante como si se tratase de un exquisito cuadro exhibido en el Louvre.

Audrey dejó el libro en la mesa sin retirar sus manos, pensó en acercarse y entamblar una charla pero decidió no hacerlo. Suspiró y continuó su lectura convenciéndose de que tenía que ir a hablar con ella, para al menos saber su nombre.
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La indecisión de un corazón | Clara Bonet | BSTE  Empty Re: La indecisión de un corazón | Clara Bonet | BSTE

Mensaje por Saskia Borgano Sáb Jun 21, 2014 6:41 pm

El día en la biblioteca pasaba monótono, apacible, tranquilo como las siestas de verano cuando el sopor del calor la llevaban a buscar la fresca sombra de una glorieta y bajo alguna enredadera leía las páginas de un libro. Clara no tenía mas amor que los mil escritos que caían a sus manos y que imaginaba en cada palabra, punto o exclamación. Pero la verdad era que no se encontraba en ninguna soleada plaza, ni se estaba distrayendo con un buen libro en las manos. No, hoy tocaba el hastiado inventario de los estantes medios, aquellos que eran para los lectores que se dedicaban a pasar sus horas de sosiego leyendo autores variados y obras que tocaban diferentes géneros, pero que no correspondían a ejemplares vedados para la mayoría de los visitantes. Le tocaba listar los que podía manipular sin peligro de recibir sermón alguno y eso en verdad era un gran alivio, ya le había pasado de estar husmeando algunos anaqueles con el fin de llevarse una buena lectura para las noches frías del invierno pasado  ¿y que fue lo que recibió al querer leer unos libros de tapa roja y letras doradas? El grito disonante de un empleado antiguos, informándole que esa zona se encontraba vedada para  su categoría – ¿que era lo que insinuaba ese hombre? – pensó, aunque bien intuía que se trataba de su escala social, ella era una simple bibliotecaria, encargada de las tareas mas sencillas. Resopló recordando todo eso y bajando con cuidado varios libros de uno de los estantes, - muy bien, comenzaré con ustedes – les habló como si de niños pequeños se trataran, acariciando sus tapas, sonriendo al observar que a pesar del uso se mantenían en buen estado. Ella mimaba más ejemplares antiguos que los nuevos, ya que pensaba que si habían podido soportar el paso de los años era por el gran valor de la enseñanza que guardaban en sus paginas.

Bajó de la pequeña escalerilla de solo tres peldaños, que le ayudaba en su tarea y con los cinco libros en su regazo se dirigió a su escritorio. Con la mirada en ello y su mente en el listado que debería realizar, para luego devolverlos a su lugar, suspiró algo desanimada, faltaban varias horas para que llegara el momento de salir por la puerta de empleados y dirigirse a su hogar, prepararse una frugal cena y apoltronarse en un sillón, iluminada con las velas de mejor factura que su presupuesto le permitía, para deleitarse leyendo los últimos libros que había sacado prestado. El suave chirrido de la puerta principal al abrirse le hizo volver al presente. Giró su cabeza hacia los escritorios de recepción, allí las dos insulsas empleadas estaban en su sitio, listas para atender a quien había entrado. Pero los pasos ahogados de aquel individuo se dirigían hacia donde ella se encontraba. Rápidamente se escurrió entre las estanterías y lo contempló pasar. Era un hombre alto, delgado de ojos claros y rostro anglosajón, un caballero, un señor de la élite – o tal vez de la nobleza – caviló, aunque negó con la cabeza, ¿a ella que le podía importar que fuera un lord, un  empresario o un vagabundo? tenía que apurarse con ese inventario o la pondrían de patitas en la calle y lo que menos quería era tener que volver a Lion como una fracasada, dándole la razón a su padre que desde el principio le había parecido una idea descabellada que su adorada y única hija, fuera a la capital para demostrar que era alguien que valía para la sociedad. Él podía encontrarle un buen esposo que la mantuviera como una princesa y le diera todos sus caprichos. Pero Clara no era de ese tipo mujeres, no se consideraba una revolucionaria pero creía que la mujer debía tener otro destino en la vida ademas del que se esperaba de ella, casarse, parir hijos sanos, criarlos, y ser una buena esposa para el típico hombre burgués.

Volvió a suspirar, aunque más pareció un bufido suave y casi imperceptible. Apretó sus labios y esperó en silencio aún escondida mientras el hombre que se movía libremente por aquel sector de la biblioteca elegía que deseaba leer. Sonrió al recordar que libros había en la zona donde se detuvo y acarició los libros con cariño, esa acción le pareció de lo mas dulce, al darse cuenta de su pensamiento bajó la cabeza y con sumo cuidado comenzó a moverse para alejarse del caballero.

Pronto llegó a su escritorio, se sentó y comenzó a hojear con cuidado, buscando la información necesaria para el inventario, pasando volumen por volumen hasta terminar la tarea. Se levantó, tomó entre sus brazos los ejemplares y se dirigió a guardarlos. Al aproximarse a la zona, pudo ver que una de las mesas de lectura estaba ocupada por el caballero, no pudo dejar de mirarlo fugazmente y sonreír al ver como estaba ensimismado en la lectura, - es que Dante sabe como atrapar la imaginación y sumergirnos en sus universos – caviló, mientras dejaba los libros en su lugar y tomaba otros tantos, para continuar su trabajo.

Retomó el mismo camino, no supo porque razón ya que bien podría haber evitado el tener que pasar por donde se encontraba la mesa y de ésta manera no importunar al caballero. Pero allí estaba, pasando nuevamente, con sus brazos cargados de libros. Entonces, giró levemente para mirarle, - ¿porque? - ni ella misma lo supo, pero el hombre alzó su vista y ella por su timidez e inseguridad, desvió la mirada, prosiguiendo con su camino. Uno de los libros se zafó de su mano y calló estrepitosamente al suelo, haciendo que ella se asustara y preocupara, - espero que no te hayas dañado –  dijo en un susurro – y que no perturbe al caballero, lo que menos necesito ahora es que levanten una queja en mi contra – caviló cerrando los ojos y suspirando, definitivamente no era su día y todavía la separaba del final de su jornada  mas de media hora.
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