¿Y ahora que hacemos?

Me encontraba de pie en la azotea del edificio localizado directamente frente al hotel Des Arenes, la brisa nocturna movía mi ondulado cabello oscuro y los rayos plateados de la luna le otorgaban a este un intenso brillo mientras mis manos se alzaban sosteniendo firmemente la ballesta que traía conmigo. Mi mirada recorrió rápidamente las paredes externas del hotel mientras mi mente secluía cualquier pensamiento que no fuese el objetivo que apremiaba en ese momento mis acciones.

Conté mentalmente las ventanas hasta encontrar la de la habitación que buscaba. Contuve la respiración sin desviar mi atención de su interior. Era como si por un instante todo desapareciese, no escuchaba ningún ruido que pudiera provenir de mi alrededor, tan solo esperaba mientras alzaba mis brazos acercando la ballesta hacia mi rostro, con los dedos fijos en el gatillo hasta el instante en que finalmente vi el movimiento.

Repentinamente y en cuestión de segundos los tres individuos tomaron acción, desde donde me encontraba pude ver como la familiar figura de un hombre joven entraba en la habitación pero adelantándose a ellos comenzaba a maniobrar ofensivamente. Mientras él se encargaba del primer vampiro me concentré completamente en el segundo y disparé con decisión, sin esperar a que la primera saeta alcanzase el blanco mis manos se apresuraron a buscar al tercer vampiro. Sabía que la cabeza del primero ya rodaba por el suelo pero al ocuparme en disparar al segundo le había perdido de vista.

-¡Demonios!- Mis manos estaban listas para disparar la segunda flecha pero el maldito chupasangres se me había adelantado y se había lanzado sobre Lugh. No podía arriesgarme a lastimarlo. Sin que yo me percatase de ello mis latidos se habían acelerado pero mi mente continuaba fría esperando el momento propicio el cual llegó cuando tras recibir un cabezazo el vampiro se separó momentáneamente de él. Aprovechando el espacio que ahora les separaba y sin titubear ni un segundo volví a disparar dando certeramente en el blanco.

En mi rostro se dibujó una lenta sonrisa y mi mirada se desvió hacia la joven y apuesta silueta masculina que ahora se erguía solitaria en la habitación. -No puedes arrebatarle la diversión a una chica.- respondí sin esforzarme en alzar la voz, segura de que a pesar de la distancia él me escucharía como lo había hecho en tantas ocasiones en el pasado.

Entonces volteé y corrí hasta llegar al extremo contrario de la azotea para así tomar impulso y saltar a la anexa salvando los metros en el aire y desde allí realicé la misma maniobra para saltar sobre el espacio que separaba la misma de la escalerilla de incendio del hotel. Estaba acostumbrada a realizar este tipo de maniobras. Trabajar para la Inquisición se parecía en muchos sentidos a trabajar como mercenaria, aún exponías tu maldito cuello cada día de tu existencia sin que nadie en el mundo tuviese la menor idea.

Los peatones que deambulaban por las calles de París no tenían la menor idea de lo que hacíamos ni de las plagas que eliminábamos en el nombre de Dios. Nuestra misión era completamente secreta y no recibíamos ningún crédito por eliminar a las llamadas abominaciones que se asentaban en París y esa era la manera en que debía proseguir de acuerdo a las autoridades Eclesiásticas de quienes recibíamos las órdenes. No debíamos llamar la atención de nadie, en cierta forma era como si no existiéramos, como si fuéramos simples marionetas cuyos hilos eran manejados por un poder considerado superior pero maldita sea si alguna vez llegaba a creérmelo. Yo respiraba, yo podía aún sentir lo que era la dicha, el dolor y la rabia. Yo existía. Y Lugh... él también existía.

Alcé la ventana rota y entré en la habitación. Esta aún estaba a oscuras, iluminada tan solo por los tenues rayos lunares que se filtraban en ella desde el exterior, pero con la visión felina de mi compañero y la mía propia de halcón podíamos vernos el uno al otro perfectamente como si estuviéramos en plena luz del día.

Mi mirada se fijó en la de él mientras caminaba lentamente en dirección a la mesa. Me observaba con aire despreocupado habiendo dejado ya atrás el anterior altercado como si hubiese sucedido ya hace tiempo en lugar de hace tan solo unos minutos. Se le veía tranquilo y sosegado y a la vez condenadamente atractivo. Me dedicó una encantadora sonrisa que no hizo más que aumentar dicho atractivo diez veces más y él lo sabía perfectamente.

-Acaso la Santa Iglesia alguna vez está satisfecha?- Era cierto que acabábamos de eliminar con éxito una amenaza que había estado aquejando y provocando dolores de cabeza  a la misma durante una cantidad de meses interminable hasta el momento en que finalmente se decidieron a dejarnos a Lugh y a mi a cargo de la misión pero después de enterarse de que habíamos tenido éxito no se darían golpes de pecho para inmediatamente encargarnos una nueva.

Tomé asiento junto a la mesa frente a él y sonreí lentamente al observar la copa de vino que ya tenía lista para mi, me incliné sobre ella y permanecí así, con mi rostro cerca del suyo, sosteniendo la mirada de sus oscuros ojos. -En realidad este ha sido un buen trabajo y creo que ya viene siendo hora de que la sagrada institución nos pague de alguna manera.- Volví a sonreír levemente sin pasar por alto el leve roce de nuestros dedos al tomar la copa de su mano, tras sentirlo y para distraerme llevé la copa a mis labios constatando que en realidad era un buen vino.

-Por nosotros...- Alcé una ceja, estaba acostumbrada a tratar con el sexo opuesto, había aprendido a leer sus intenciones, a anticiparme a ellas y a reaccionar de la manera apropiada. El arte del engaño se domina observando a las personas y deduciendo todo aquello de ellos que pueda servir a tus propósitos en esta profesión, pero aunque conocía de hombres y de las artimañas del ser humano, aunque hace mucho tiempo atrás había perdido mi ingenuidad, tenía que admitir que Lugh no era como los otros y que frente a él yo no reaccionaba igual, en ocasiones estando con él me sentía extrañamente vulnerable aunque nunca se lo había dicho y no estaba segura de que alguna vez se lo diría.

-¿Me preguntabas que hacemos el resto de la noche?- Me levanté de la mesa, con la copa de vino en mis manos y  sonreí mirando a nuestro alrededor. La habitación era lujosa, los muebles de un diseño exquisito. El mantel, las cortinas, las sábanas de seda, todo era elegante y derrochaba comodidad.

-Yo digo que la Santa Sede no necesita saber de nosotros sino no nos reportamos de inmediato y esperamos al alba, así que puede irse al diablo esta noche.- dije heréticamente. Caminé por la habitación lentamente reflexionando un poco antes de voltear a verle nuevamente.  

-Y teniendo en cuenta que no tengo ninguna habitación reservada en este hotel no nos queda más remedio que compartir esta.- Lo dije con una pequeña sonrisa antes de añadir con mayor seriedad. -Has debido esperarme. Somos un equipo. ¿Qué tal si no hubieran sido tres sino una docena?- Aparté la mirada y apuré el vino que me restaba. Me preocupaba él, que alguna vez algo saliera mal...