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Elegir una presa y comenzar la cacería - Diario de un ex cazador  2WJvCGs


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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Bernard Liusse Jue Jul 10, 2014 10:42 pm

Hace un poco mas de seis meses Cosimo, a comprado una villa cercana a su antigua residencia, solo para poder recorrerla cuando la angustia lo aprisiona. Entonces, por las noches, suele ir a caminar por el que alguna vez fuera su pequeño paraíso. Siempre pasaba lo mismo, cuando se recostaba en la cama que fuera de su matrimonio,  en ese lecho noches a noche, se ilusionaron con la llegada de su hijo, aquel que crecía en el vientre  de Maryeva. Entonces solía cerrar los ojos y el aroma al cabello de la felina inundaba sus fosas nasales, la risa cristalina de aquella mujer cubría sus recuerdos,  enloqueciendo sus sentidos, haciendo que el odio absoluto ahogaba su razón.  Entonces, las lagrimas llenaban sus ojos y debía alejarse del lugar, como si éste le quemara, al igual que el sol de la mañana. Dolido, devastado por los recuerdos, solía recorrer el bosque, necesitando descargar esa ira contenida. A veces azotaba los arboles, golpeándolos salvajemente, abriéndose heridas en la piel de sus brazos, las que luego sanaban sin dejar rastro de lo ocurrido. Sus grito solían inundarlo todo, como alaridos de espectros que lloraran una pena eterna en dolientes  gemidos cada noche.

Cuando la falta de sangre llamaba a su instinto, solía buscar sus presas en los que le recordaban la tremenda injusticia. Como ésta noches, que decidió hacer una locura, casi inmolarse. Luego de haber visitado el santuario de su eterna amargura, de correr desquiciado por las soledades del pantano y llegar casi sin fuerzas a las abandonadas calles nocturnas  de un París somnoliento, Cosimo, observó desde el lugar mas alto de una de las construcciones, la imponente figura recortada en el cielo nocturno, de la catedral de Notre Dame, y pensó en todos los que  al igual que la asesina de su mujer, se escondían allí, pensó en cada uno de  los malditos inquisidores. Recordó algunos, que habían sido sus amigos, otros que habían formado parte de su familia y el estomago se le hubiera revuelto, de no ser porque en verdad estaba muerto. No era necesario verlos para saber que allí seres iguales a la responsable de la temprana muerte de Maryeva, caminaban, respiraban y se reían, mientras su adorada mujer estaba pudriéndose bajo una lapida.

Sus ojos se tiñeron de un tono rojizo, y  la sed de  sangre y venganza le nubló todo entendimiento, por eso se abalanzó a la sede de la Inquisición sin medir consecuencia. Pero antes de cruzar el puente que unía la isla donde se alzaba la monumental construcción, Cosimo, se frenó en seco, los pasos firmes y seguros de un mortal, de una mujer, atrajeron su atención. Pero no se trató solamente de eso, porque en verdad, los mortales poco o nada le interesaban a menos que, como ésta,  fueran inquisidores o estuvieran relacionados con su tragedia. Definitivamente ésa mortal era uno de ellos, por eso se detuvo, esperando expectante contemplar la que podría ser su cena. Escondido entre las sombras de una construcción, agazapado en el marco de un umbral. la vio dirigirse calle arriba, hacia el centro de la ciudad. Le pareció o que era una inquisidora muy aguerrida o una verdadera temeraria, porque bien se sabía que al bajar el sol, era mejor que ninguna mujer anduviera sola por la ciudad, no tan solo por los sobrenaturales, sino por todos los depravados que deambulaban por la ciudad.
Cuando pasó a su lado pudo comprobar que se trataba de una mujer simple, de cabellos rubios, mirada cristalina y esbelta figura, algo despistada porque a pesar de lo alto que era, ni le había puesto atención. Sonrió jactancioso, tampoco me importa que te fijes en mi, si solo quiero tu sangre. No pudo dejar de contemplarla con ojos de avezado cazador, - es una inquisidora y por su olor no es de ninguna facción de temer, ba, una simple investigadora, un ratón de biblioteca –  pensó con despreció, no era de los que a él le interesaran mucho, de todos, en verdad, era  a los que menos detestaba.

A pesar de eso, el olor de su piel, mezclado con una característica fragancia que se pegaba a cada uno de los seres que  trabajaban  adentro de la sede de la Inquisición demostraba que ésa supuesta frágil mujer, era una asesina en potencia, porque al final de cuentas, todos eran entrenados en el uso de las armas. Ademas para él toda inquisidora, correspondiera a cualquier facción, era una asquerosa asesina – a excepción de mi madre – caviló, él adoraba a su creadora Dania, por ella, no había asesinado a todos los inquisidores que se le ponían en frente, ni había terminado en una de las mazmorras del vaticano.

Inspiró, buscando mas rastros en el perfume de la mujer, pero no lo había. Caviló por un segundo que era lo más conveniente, si seguir con su plan principal y entrar a la sede, matar a unos cuantos soldados, vapulear el avispero y volver a su refugio, saciado de la sed de sangre que lo estaba consumiendo. O, seguir a la joven y secar su bello cuerpo como una pasa, suspiró frustrado por no poder decidirse tan fácilmente. Entonces, los sonidos lejanos de una trifulca llamaron su atención, parecía que por alguno de los callejones unos borrachos intentaban cometer alguna perversidad.

Observó hacia donde se dirigía la misteriosa inquisidora, cerró sus ojos y guardó en su memoria el olor de ese ser, como cuando era cazador y solía grabar en su cabeza las características y particularidades de sus presas. Siempre había sido bueno en eso, le servía muy bien en sus cacerías que solían durar varias noches, ya que le gustaba matar la moral de su victima, romper sus fortalezas, volverlos locos,  y recién darles el golpe de gracia. Solo que ahora, sus victimas no eran los sobrenaturales, sino los inquisidores.

Chasqueó su lengua con desdén, fastidiado de no poder matar a la inquisidora, pero ya tendría tiempo. Giró su cuerpo levemente y tomó el camino que lo acercó inexorable al callejón donde un par de borrachos intentaban vejar a un muchacho. Aquello le produjo repugnancia, siempre había creído que el castigo por semejante atrocidad era solo la muerte. No se tratara que estuviera en contra de los gustos a la hora del placer, sino el hecho de avasallar el derecho ajeno.  Ni modo, no podría dejar la situación así, ademas en verdad se encontraba sediento.

Se acercó lentamente, casi como un espectro, un joven no mayor que su hermana pequeña, intentaba defenderse pero eso era imposible, ya lo tenían inmovilizado. Cosimo, sintió el ruido  cuando desgarraron las ropas del adolescente, así también pudo oír, aquel grito ahogado mezclado con el llanto de la desesperación. La victima lo había descubierto, ya no podía volverse, no se sentiría honorable si no lo salvaba de aquel aprieto. Por eso sonrió, intentando transmitirle seguridad, mientras con su dedo  indice apoyado en sus labios le pedía que no lo descubriera.

La masacre fue tan rápido que le pareció un suspiro. Se relamió, sus colmillos mientras observaba con desdén el escenario que había quedado – rayos, creo que estropee el maldito lugar – rió por su chiste que solo él podía entender. Sus dedos aun estaban manchados por la sangre de las viseras de sus victimas, - ¿porque los destripo? - se preguntó mientras empujaba con su pie derecho uno de los cuerpos, acercándolo a un grupo de  perros que con su cerviz baja y olisqueando la sangre se acercaban con miedo ante un depredador mas peligroso. Los chuchos, no tardarían en dar cuenta de aquel macabro festín. Aun pensando en la pregunta, se respondió -porque un depredador necesita disfrutar de la caza – .

Sacó un pañuelo, y limpió meticulosamente sus dedos. Volvió a guardarlo, no sería tan tonto para dejar semejante evidencia allí, Levantó su vista y observó con sus ojos aun  rojos por su ansias de sangre, al único sobreviviente, - no te preocupes, estoy bastante saciado, ademas no suelo tomar sangre de inocentes... a menos claro que esté muy urgido por la sed... pero ya vez... tus captores me sirvieron para ir llevándola – sonrió de lado. Con lentitud se incorporó y acercó a donde estaba el muchacho que temblaba aterrado. Lo tomó con dos dedos, de su mano derecha, de la mandíbula y  mirándolo a los ojos, le implantó un recuerdo – has estado a punto de ser violentado, pero un animal salvaje... no no no... mejor... un hombre lobo... si mejor un hombre lobo... hagamos  pasar como que a veces llegan a ser héroes... si... que no son solo unos chuchos rotosos... asi que, escucha... te estaban forzando y  un enorme lobo  se ha encargado de éstos dos... pero tu pudiste escapar... metiéndote en ésas alcantarillas...-  dijo tomando el rostro del joven y señalando la abertura que daba a esa zona peligrosa de Paris. Lo empujó como si se tratara de basura, - ahora vete – a lo que el muchacho corrió como un demente, hundiéndose en los túneles.

Cosimo, contemplo nuevamente su obra,  fastidiado por haber ensuciado sus zapatos y el pañuelo que debería quemar, - pero valió la pena... estaba muerto de hambre – ,  mientras comenzaba a reír. De pronto recordó su presa anterior, esa que no había podido seguir. El olor a sangre, no le permitía concentrarse, por lo que subió con rapidez a los tejados y de allí se dedico a olfatear el aire, buscando el perfume de la mortal, - a!!!! ya te tengo!!! - sonrió triunfante, saliendo apresuradamente en su búsqueda.


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Mensaje por Bernard Liusse Lun Jul 14, 2014 7:48 pm

No tardó en darle alcance, entonces la reconoció apenas entrar en la mansión, esa no era cualquier construcción, Cosimo sabía bien que pertenecía, o mejor dicho, había pertenecido a un Inquisidor, - un desertor mejor dicho – pensó – un igual – sonrió de costado. Por eso la mujer sería también una inquisidora, era muy común que una familia se dedicara al mismo trabajo generación tras generación. Así había sido en su caso, él era un cazador, como lo fue toda su familia materna a excepción de su querida hermanita Giulia, que se había emperrado en no seguir la tradición y casarse con un perro de la iglesia – ba no solo ella, tambien Chiara, solo que ese perro, decidió abandonar la orden antes que perderla – dijo malumorado – aaaayyy que ternurita... já como si un perro dejara de ser un chucho porque se crea gato – maldijo por lo bajo . Eso lo fastidió, los odiaba tanto que no podía controlarse. Los inquisidores se habían convertido en su plato favorito, en su objetivo mas apetecible y si a eso le mezclaba que aquella mujer era un bocadito para nada despreciable, pues era doblemente mejor.

Se dedicó a contemplar como su presa se preparaba para descansar, pero decidió no saborearla esa noche, - me conformaré con entrar a su hogar y contemplarla descansar – se dijo, relamiendo sus colmillo. La sangre que había obtenido de los mal vivientes lo habían saciado, en verdad hubiera sido un desperdicio no poder disfrutar de aquel delicioso elixir que corría por las venas de la hija de un vampiro tan legendario como Rasmus.

Cuando todas las luces de la casa se apagaron, cuando sus agudos oídos escucharon el acompasado sonido de la respiración de la inquisidora, decidió acercarse por la ventana que daba al balcón de la mujer. Había manipulado la mente de una de las doncellas para que le permitiera entrar, a lo que sin problema accedió a la construcción y de allí a la habitación donde la joven dormía. El olor a la sangre de la joven le llegó a sus fosas nasales, mezclada con un perfume dulzón, - seguramente una de esas esencias que utilizan las mujeres para atraer a los posibles candidatos – sonrió con crueldad – ¿crees que tendrás tiempo? - movió la cabeza negando de una forma muy teatral – lo lamento pequeña, pronto serás mi cena – la observó con mayor detenimiento, corrió lentamente las sabanas hasta dejarla destapada y poder observar su cuerpo cubierto por un coqueto camisón, - mmm... bueno, tal vez podrías ser mi amante unas noches y luego mi cena... no tenemos porqué apresurar tu partida de éste mundo – dijo acercando su cuerpo al de la joven y casi acariciando con su mano derecha el cabello que cubría parcialmente el rostro femenino.

La vio moverse, temblar, ya que todavía hacía frio, apenas si estaban saliendo del invierno, pero para Cosimo, eso poco importaba, él no sentía ni calor, ni frio, todo aquello se había acabado esa noche en mitad del bosque, cuando su madre lo había vuelto a la vida. Leire se incorporó en el lecho aun  algo dormida y se volvió a tapar, sin darse cuenta que muy cerca de ella, entre la obscuridad reinante de su habitación un ser la asechaba. - duerme – dijo el vampiro a su victima, la que sin pensarlo lo obedeció cayendo rendida en un sueño profundo. Cosimo sonrió jactancioso por los poderes que estaba dominando. Volvió a acercarse a donde la mujer dormía y con una navaja que llevaba escondida en una de sus botas cortó un mechón del rubio cabello – un souvenir, para poder esperar el momento justo en que serás mía – expresó casi en un suspiro, antes de abandonar la habitación y luego el hogar de la inquisidora. Por ésa noche ya había cumplido con su objetivo.


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Mensaje por Bernard Liusse Dom Ago 10, 2014 6:52 pm

Habían pasado varias semanas, o tal vez meses de aquella primera noche, en donde encontrara a la victima que deseaba cazar. Cosimo, todas las noches, las usaba para asechar, vigilar. Maquinando como sería esa caza, pero sin decidirse a cometerla. Había algo en la mujer que le llevaba a no hacerlo. Cada vez que se decidía, luego de meditarlo, llegaba a la conclusión que era una perdida de tiempo alargar lo que ya tenía decidido desde el primer momento. Por eso, aquella noche tomó su capa, sus guantes y presto salió de su mansión, montando su caballo y cruzando con rapidez la solitaria ciudad, en su mente aquellos ojos azules, lo llamaban, al igual que esos labios carnosos, y la delicada piel que hacían que su sed se intensificara y secara su garganta, - no puedo seguir así, debo ponerle fin a ésto – se dijo, malhumorado por su terquedad.

Cuantas veces había estado a escasos milímetros de esa arteria palpitante, de ese corazón que latía como un pequeño ser en mitad de aquel pecho juvenil. Era verdad, el problema radicaba en que cada vez que intentaba alimentarse de ella, la imagen de su hermana Chiara llegaba a su mente. Entonces cerraba sus ojos y suspiraba, maldiciendo mientras se alejaba, confundiéndose con las sombras de la habitación. Se quedaba allí, velando el sueño de aquella inquisidora, como si solo fuera una inocente joven.

Iba en su montura, intentando encontrar el porqué de su comportamiento, de su prurito ¿Acaso podría ser que el vampiro se estaba enamorando? Negó con la cabeza, - no – se contestó, - es el parecido, es la pureza de ésta mujer que me recuerda tanto a mi querida hermana – Entrecerró los ojos, aun no perdonaba del todo a su cuñado, ¿como podía ser que después de casi tres años y dos criaturas,  no hubiera formalizado sus lazos con Chiara? - ¿o acaso será uno de esos granujas que prefieren no casarse y tener aventuras? No, él la ha llevado a vivir en su casa, es la señora del hogar, todos la conocen por Di Rosso, pero aun así, no dejan de ser solo palabras -  dio un grito, en la calle oscura, mientras se acercaba a la zona residencial, en breve estaría al lado de ese lecho y ésa noche, no habría quien la salvara, - hoy serás mía – se prometió – te poseeré, y luego beberé de ti... hasta que no quede ni una sola gota en tu cuerpo – apresuró a su caballo, no podía perder tiempo, ni dejar que la determinación se le fuera de las manos.

Apenas llegar, saltó de su montura, camino, por el jardín, trepó hasta el balcón, pero éste se encontraba cerrado, observo el interior, - nadie adentro... ¿donde estas...? - se preguntó. Decidió, ir a la Catedral, al nido de las víboras, no podía pasar mas tiempo, la violaría allí para luego matarla. Pero entonces, escuchó un murmullo, agudizó su oído, eran unas doncellas que en el altillo hablaban. Se deslizó con cautela, hasta apoyarse al lado de la saliente que poseían las pequeñas ventanas que daban luz diurna y ventilación a esas miseras habitaciones de servicio. - Dios, la hora que es y la señorita Leire que no llega – dijo una, - no te preocupes, de seguro estará en la Catedral – hubo un silencio antes que la primera se dignara a hablar – no, hoy no fue, escuché que le decía al mayordomo que iría al jardín botánico y que regresaría por la tarde. Que debíamos prepararle todo el equipaje para su viaje a España... y la noche ha llegado y ella... ¿crees que le haya pasado algo? - la otra mujer chasqueó la lengua, - no creo, las malas noticias son las primeras en llegar... de seguro que esa niña boba anda con algún enamorado... no le creo eso de que es una señorita de su casa... zorra... eso debe ser... una autentica zorra... - se notaba la amargura en la voz de aquella mujer y Cosimo solo sonrió entrecerrando los parpados y relamiendo sus colmillos.

No perdió el tiempo, a galope tendido devoró la distancia que lo separaba del jardín botánico y olfateando el aire buscó el aroma inconfundible de esa piel. Al principio fue un aroma apenas perceptible. Se encaminó, ciego de sed y deseos, todos sus bajos instintos, aquellos que en vida no hubiera dejado salir, emanaban como fragancia de sus poros. Sus ojos brillaban, deseaba poseerla, oírla gemir bajo su cuerpo, llevarla al orgasmo para luego, clavar sus colmillos en la piel de alabastro y matarla lentamente. En esa ensoñación de tremendo placer estaba ensimismado, cuando los gemidos de amantes llegaron a sus oídos.

Se paró en seco cuando distinguió el aroma de la piel  de su presa, intensificado por el acto sexual, - que me lleva el demonio – profirió, no lo podía creer, ¿acaso era cierto lo que esa maldita criada había dicho? ¿era Leire una zorra, ademas de una perra de la iglesia? - no, ella es virgen – se dijo mascullando, sabiendo que de ser así alguien la estaba forzando antes que él o la había seducido, - eso te pasa por esperar – se maldijo mientras se acercaba para ver desde una de las ventanas del lugar.

El fuego iluminaba el lugar, un misero aposento, con lo mínimo que podía necesitar un viajero y allí, en un sencillo lecho, el cuerpo de blancura semejante a un alabastro, recibía gustosa las embestidas de es hombre, de piel blanca pero mas morena, de cabellos rubios. Se movió a otra ventana para intentar ver de quien se trataba. Cuando lo hizo, su rostro se petrificó, su mirada se volvió tan fría como el filo de un cuchillo, - hijo de... – masculló, aquel, que se servía de su presa, el que le estaba robando parte de su placer era nada mas y nada menos que su cuñado, ¿o acaso podía existir otro hombre que fuera tan idéntico a Ruggero como dos gotas de agua?


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