couleurs dansantes.

Había llegado a París apenas unas semanas atrás y ya me había metido en un gran lío. No es que estuviera arrepentido de lo que iba a hacer, pero la verdad es que no sabía cuan bien podría llegar a ser el resultado de eso. Sin embargo, la situación era bastante excitante, y llena de emoción, pero...¿Saldría ileso? No lo sabía...

Mi bienvenida a París no se si se podía decir que había sido la mejor. Era claramente difícil llegar a nuevo país, aún cuando yo tenía bastantes conocimientos sobre el idioma. De la vivienda por suerte había logrado rentarle a una tierna anciana una habitación por unos pocos francos la noche. Sin embargo, sabía que no podría permanecer de por vida viviendo allí, y menos sin tener un trabajo. Si bien llevaba conmigo todo el dinero que había conseguido por la venta del restaurante que pertenecía a mi madre en Londres, ese dinero quería guardarlo para invertirlo en la ocasión apropiada.

Desde el primer día de mi llegada comencé a buscar un empleo. La verdad no deseaba gastar el dinero que tenía. Era complicado lo de buscar trabajo; recorrí bastantes negocios, locales, servicios, sin muy buen resultado. En un momento había pensado hasta en ofrecerme para alguna fábrica, pero la verdad es que me arrepentí; no estaba tan desesperado como para alistarme en un trabajo tan duro y explotador.

Una mañana estaba paseando por las encantadoras calles de las afueras de París cuando vislumbré una enorme carpa de vastos colores. Me di cuenta que se trataba de un circo y decidí acercarme para vislumbrarlo de más cerca. Para mi sorpresa había un pequeño cartel colgado en la entrada "Se necesita con urgencia un/una trapecista". Lo pensé durante unos momentos. No es que yo fuera realmente un trapecista, pero durante mis años de infancia y hasta hace poco siempre andaba con mi amigo en el pueblo de Inglaterra trepando árboles y colgándonos de diversas alturas.

No lo dudé demasiado y con seguridad toqué la puerta de lo que era la ventana para comprar las entradas. Nadie respondió. Supuse que no debía haber nadie allí. No me iba a dar por vencido tan fácil, así que decidí rodear la enorme carpa. Observé que detrás de esta se hallaban unos cuantos carromatos y algunas personas de lo más extrañas estaban allí. Grité para ver si me oían, pero no tuve suerte. Decidí trepar por la cerca y acercarme. Le expliqué a una señora que estaba vestida bastante extraña y que poseía un lunar perturbador en su mejilla izquierda el motivo de mi visita. Sin decir palabra se alejó y volvió con un hombre enano. Éste me hizo señas para que lo siguiera. Me llevo a una de las carpas y me señalo el trapecio. "Demuéstrame lo que sabes hacer", me dijo con un gruñido. Nervioso accedí. La verdad improvisé lo que pude, y fue bastante patético. Sin embargo me aceptó. Entendí que debían necesitar a alguien verdaderamente con urgencia.

A los dos días ya me había mudado al circo junto con aquellos personajes tan extraños. Hubiera preferido permanecer en mi habitación e ir solo cuando fuese necesario, pero el enano me ordenó que debía mudarme allí con ellos. No pude sociabilizar demasiado con el resto. Nos separaban muchas cosas, principalmente el idioma y la forma de ser. Eran todos muy extraños...

Finalmente el día en que debía salir ante el público llegó. Estaba ya sentado en el trapecio, otros dos trapecistas estaban también a mi izquierda. La muestra la había ensayado tan solo cuatro días antes por lo tanto no era seguro que saliera bien, aunque esperaba que si.

Finalmente las luces se encendieron y la orquesta comenzó a sonar. Los tres trapecistas comenzamos a movernos allí arriba. La altura daba bastante temor. Intenté hacer todo como estaba pautado, e ir tan veloz como los otros dos; los tres debíamos estar sincronizados. Pasaron unos cinco minutos en donde todo venía saliendo muy bien y la gente nos aplaudía, pero luego algo sucedió. Comencé a marearme y mi cuerpo estaba dejando de responder. No sabía que podía ser todo eso, pero empecé a temer. Mis ojos comenzaron a nublarse y atiné a sentarme en el trapecio sin continuar con los trucos. De un momento al otro sentí que estaba cayendo y mi conciencia se apago...

[Off: Lo primero, que siento muchísimo la tardanza En serio.]

El ambiente era tan tenso que podía cortarse con un cuchillo. Los focos de luz iluminaban el piramidal techo de la carpa, y se oía como todo el público contenía la respiración. Jorani sintió como sus dedos se clavaban en la barandilla de pura expectación. Nunca había llegado a ver aquellos saltos tan impresionantes. Iban a tal velocidad que la ropa brillante de los artistas dejaba una leve estela, como si fuera un rayo fugaz. Pero algo, durante unos segundos, le pareció ir mal. Uno de los trapecistas empezó a tener movimientos más torpes. Casi por instinto, apretó los dientes. El trapecista efectuó un salto... pero no se agarró a ninguno de los otros, ni a ningún columpio. La sonrisa desapareció del rostro de la oriental, y sus ojos rasgados se abrieron como platos.

"¿¡Es que nadie se da cuenta!?- pensó, horrorizada, mirando a ambos lados. El cuerpo del trapecista se precipitaba hacia el suelo, como si flotara. No había red de seguridad, ni nada. Bajo él sólo había la dura arena del escenario. Jorani gritó con todas sus fuerzas.

-¡¡Se está cayendo!!

Incluso en su deficitario francés, la gente pareció entenderla, y como si de pólvora se tratase, la multitud entró en pánico. Los demás trapecistas pararon. Todos miraban, pero nadie actuaba. ¿Y ella? ¿Ella que podía hacer? Por lo visto, ni siquiera pensó en que ella poco podría hacer, pero aún así, se agarró fuertemente a la valla para saltar sobre ella y atravesar corriendo el escenario. Como si ella sola pudiera parar aquella caída. Su razón solo le susurraba que no podía dejar que aquel chico saliera herido. Pero por suerte, los oficiales fueron más sensatos que ella. Entre cuatro, rápidamente cogieron una tela y la sujetaron en el centro de la pista. El muchacho cayó pesadamente en ella, totalmente inconsciente, y hubo un suspiro generalizado. El jefe de la pista salió corriendo, con una sonrisa nerviosa, y se colocó delante de ellos, cara al público.

-¡Que no haya pánico! ¡No ha pasado nada, el chico está completamente ileso! ¡El espectáculo debe continuar!

La multitud saltó en aplausos. Jorani jadeó, como si le hubieran quitado un peso de encima. El jefe de pista la miró, con el ceño fruncido y cara de pocos amigos.

-Llevaoslo atrás.- le ordenó a los hombres. Uno de ellos, el más grande, lo había cogido en brazos. Luego miró a la oriental a la cara. Ella se sintió empequeñecer ante la grave mirada del hombre.- Debes conocerle. Acompañales afuera.

Ella no dijo nada. Ni siquiera intentó corregirlo. Pero supuso que sería normal que pensaran que debía conocerlo después de aquella reacción. Se limitó a tragar saliva y a acompañar a los silenciosos trabajadores afuera, a paso ligero, hacia las carpas de los artistas.

(OFF: No hay problema!)

No se exactamente cuanto tiempo habré estado desmayado pero para mi alegría cuando desperté me di cuenta que no me había hecho ningún daño. Me comentó un malabarista que había caído sobre una tela sostenida por unos oficiales. Evidentemente en el circo ya habían albergado la posibilidad que por ser principiante podría caerme.

Cuando desperté me encontraba sobre la tele afuera de la carpa principal, sobre el césped. Había algunas personas a mi alrededor curiosos por saber como me encontraba. Apenas logré incorporarme observé que el enano, la autoridad allí en el circo, se hizo paso entre las personas que estaban allí y se acerca hacia mi con cara de enfado y mirada de desaprobación. - Lo que ha pasado hoy es un completo escándalo. - Gritó. - Jamás ha sucedido algo así! Si te hubiera pasado algo probablemente nos obligarían a cerrar el circo por falta de responsabilidad. - Yo tenía un dolor de cabeza bastante fuerte y poco podía entender como solo me reprochaba haberme caído sin siquiera haberme preguntado como me encontraba. - Agradece que te han salvado. Y claro esta que aquí no eres bienvenido. Toma tus cosas cuanto antes y vete. - Yo poseía una cara de estupefacción y no podía creer que me estuviera diciendo eso. - Claro esta que no recibirás ninguna paga por el espantoso número que acabas de hacer. - Terminó de decir eso y se fue diciéndole a algunos otros que trabajan en el circo que se alejaran de allí y que vuelvan a sus ocupaciones. Algunos me miraron con cara de pena, y otros con algún gesto de indignación, pero todos se largaron sin decir nada.

Me hubiera quedado solo encima de esa tela sentado en el césped sino hubiera sido por una jovencita que estaba allí parada observándome. No pertenecía a la compañía del circo, o por lo menos no la había visto nunca. Me quise contener un llanto que tenía atravesado en el pecho porque no me gustaba llorar delante de otra persona, pero no me aguanté y comencé a lagrimear. Realmente me encontraba muy angustiado y tenía muchas sensaciones dentro. La frustración de haber hecho mal el número; el recuerdo horrible de mi caída; el despertarme luego del desmayo rodeado por gente; el hecho de que me despidieran sin siquiera pagarme, y aparte el darme cuenta que no tenía hogar, porque hasta ese momento había vivido en el circo.

Siento que me veas así - Logré decirle a la muchacha secándome las lágrimas. - Soy Timothy, pero no se quien eres tu...¿Acaso perteneces al circo? Pero jamás te he visto. - Intentaba ser amable con la chica porque parecía una persona agradable, y me interesaba saber que motivo la había llevado a permanecer allí conmigo.

Así que esa muchacha había salvado mi vida. - Le voy a estar agradecido toda mi vida señorita. Suerte que estaba usted presente en ese momento. Si no vaya a saber como estaría ahora. - Muerto tal vez, aunque no diría eso delante de ella. - No por favor, no se sienta avergonzado. No me molesta para nada que este aquí. Por lo menos usted no se ha ido como todos los demas... - Le dije con algo de tristeza.

A decir verdad, siento un fuerte dolor de cabeza - Le comenté a la muchacha. - No se si usted puede hacer algo con eso. Luego creo que estoy bien. El tobillo me duele un poco. Tal vez al caer en la sabana se torció. - Me molestaba bastante, aunque no era un dolor exagerado, pero si la muchacha era médica tal vez podría hacer algo para mejorarme.

No se que haré ahora. - Le dije decepcionado. - No tengo a donde ir. A donde pasar la noche. Ni tampoco tengo empleo. - Me di cuenta que todo aquello lo estaba diciendo en voz alta delante de la chica. - Siento mucho lo que acabo de decir. No me gusta para nada dar lástima...No es lo que busco. Es solo que no se que debería hacer ahora.