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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Fiona Di Centa Dom Ago 10, 2014 10:34 pm

“You had something to hide,
Should have hidden it”


Las risas procedían de la mesa en la esquina, la que estaba claramente iluminada por decenas de velas y en la que abundaban el alcohol y el opio. Mujeres y hombres se apostaban en derredor al círculo de madera, ellos elegantes aunque ligeramente desarreglados, ellas engalanadas tal como su profesión lo dictaba. Una, sin embargo, era la excepción a esta regla. Las ropas y joyas de la mujer pálida y pelirroja, sentada en medio del bullicioso grupo, daban fe de un estatus superior al de cualquiera de los que la rodeaban. Su vestido verde esmeralda, ajustado en el torso y con un generoso escote, se encontraba perfectamente colocado, su callera impecablemente recogida. Parecía una delicada flor en medio de un descuidado y vulgar jardín. Las apariencias podían ser engañosas incluso allí, la meca de la depravación, el lugar en el que las inhibiciones eran reemplazadas por los deseos libidinosos y la carne no era considerada más que un servicio para ofrecer y por la cual pagar. Los olores se mezclaban, sobreponiéndose unos a otros mientras los comentarios ramplones y las bromas pesadas eran  seguidos por un coro de risotadas sin estilo ni clase. Ella, por su parte, se limitaba a sonreír con sorna mientras repasaba uno a uno a los humanos que habían acudido a su mesa, como moscas atraídas en vuelo suicida por el resplandor de una llama. A su izquierda un hombre mayor, de porte regio y amplio bigote que jugaba con el humo de un costoso cigarro, a su derecha un jovenzuelo, atento aunque poco apuesto, que intentaba llamar su atención pavoneando sobre el dinero y el poder que tenía aunque, en realidad, ni siquiera le pertenecieran. Otros varones salpicaban la escena y, tras ellos venían, invariablemente, las prostitutas.

Se encontraba en su zona de confort, por supuesto. Siendo el centro de atención, ensalzada y más deseada que la mejor de todas las mujerzuelas. Tan admirada como inalcanzable. Sus razones eran considerablemente diferentes a las de los humanos presentes e, incluso, de los pocos inmortales que había conseguido descubrir en el lugar. Ella se alimentaba tanto de sangre como de adulación y con cada instante que pasaba sentía como su ego se henchía y regodeaba, empachado pero nunca satisfecho por completo. No vendía su cuerpo, estaba muy por encima de eso. Tampoco pagaba por favores sexuales, sabía que podía hallarlos donde y cuando deseara si tener que recurrir al dinero para que se completase la transacción. Para algunos resultaba un completo misterio el que una mujer de elevada posición social se encontrase en aquel burdel, en medio de tal juerga y aceptando, sin pudor alguno, las insinuaciones que pudiesen ofrecérsele. Tal vez fuese eso, precisamente, lo que animaba a los desconocidos a tomar una silla y aproximarse hasta la atiborrada mesa ¿Tenían acaso la ilusión de poseer por unas horas tan delicado y fino cuerpo? Podían fantasear ¿por qué no? pero no dejaría de ser nada más que plana imaginación. Esto era algo que solo los más próximos llegaban a confirmar al notar que, aunque las palabras fuesen consentidas, la pelirroja no aceptaba ningún tipo de contacto físico.

Habían pasado unos pocos minutos desde su ingreso al burdel antes de que decidiese cerrar su mente a los patéticos pensamientos que poblaban el lugar. Mentes superfluas y predecibles, aburridas. Sexo era lo que todos buscaban (lo cual no estaba mal para ella) pero, tras el exterior lujurioso, se escondían cientos de pensamientos cargados de inseguridad, culpa y confusión, principalmente por parte de los maridos  hartos de la monotonía del hogar, y de envidia y rencor por parte de las prostitutas que le veían a ella como una fuente de distracción para sus posibles clientes. Si tan solo hubiese mantenido abierta su mente habría podido predecir el pueril ataque de una de las prostitutas quien, en un arranque de furia, y obnubilada por el alcohol y las drogas que corrían por sus venas, se atrevió a lanzarle a la cara el contenido de una de las copas. El vino oscuro salpicó, no solo el pálido rostro, sino también el costoso y hermoso vestido verde – Maldita puta fina, lárgate de aquí y ve a vender tu culo en…- la frase no llegó a ser terminada pues, en menos de un segundo, la pelirroja había arrojado la mesa por los aires, tirando a muchos de los presentes al suelo y creando un caos de cuerpos, vidrio y licor, antes de lanzarse contra la artífice del insulto y aferrarla por la garganta mientras elevaba el cuerpo con la facilidad propia de un musculoso macho. Los gritos resonaban en el lugar pero nada podía importarle menos, al final del día estaba harta de vivir en la oscuridad, de esconder su verdadera naturaleza e ignorar su evidente superioridad. La regla vital del anonimato había sido anulada de sus prioridades de vida y se encontraba más que dispuesta a mostrarse tal cual era ante los humanos. –Podrías trabajar toda tu miserable vida antes de poder adquirir un vestido tan fino ¿y aún así tienes la osadía de mancharlo con vino?– reprendió a la mujer medio asfixiada antes de revelarle los colmillos.


Última edición por Fiona Di Centa el Mar Dic 30, 2014 10:11 am, editado 1 vez
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Mensaje por Tarik Pattakie Mar Ago 12, 2014 4:57 am

El olor a sexo, sudor y alcohol cubría al burdel con su manto exquisito mientras que los jadeos, gemidos y gruñidos se hacían eco desde los pasillos. Lucern se llenaba los pulmones de aquél vicio. Tantos pulsos entonando una melodía invitaban a cualquiera de su especie a obligarlos a detenerse. Cualquier neófito en un lugar como aquél no podría controlar sus instintos. Solo los más experimentados podrían verse rodeados de tales placeres y no sucumbir al llamado de la sangre. Y eso último, había comprobado, resultaba difícil de hacer cuando el sexo estaba de por medio. Si existía un lugar donde los vampiros eran propensos a mostrarse, por decisión propia o no, ese sería uno de los sitios. No es que él estuviese en calidad de recolector. Ni mucho menos. De eso se dedicaban los respectivos miembros de La Hermandad. Sin embargo, siempre había una excepción para el líder, quien podía jugar con la carta que más le gustara. El de As de los Verdugos, sin duda, era su favorito y por el que mejor era conocido. ¿Entonces era el placer lo que le motivaba esa noche? Tal vez. Nada era seguro cuando se trataba de él. Había exigido privacidad al llegar, llevándose a dos mujeres a una de las mejores habitaciones. Una vez la puerta se había cerrado, les había pedido que se despojaran de toda vestimenta. El juego dio inicio. Se había limitado a dar placer, sin siquiera molestarse en quitarse la ropa. Cuando una de las prostitutas había intentado hacerlo, su mirada había bastado para que se congelase en el acto. Nadie más marcaría los pasos. Ceder el control, de cualquier situación, no le resultaba fácil. El que repartiera tareas y rangos, solo era la forma que utilizaba para mantener a su clan funcionando. A los suyos les gustaba el poder, por eso siempre estaban compitiendo. Pierre, el líder de los La Hermandad de la Luna, era la prueba de ello. Como Alfa de su manada, se declaraba el más apto para las misiones de mayor relevancia. Lucern podía ver ciertos rasgos de su personalidad en el licántropo. De no ser un Infiltrado, lo habría invitado. Su boca se torció en una sonrisa arrogante cuando una de las prostitutas se arqueó bajo su asalto, llegando a su orgasmo. Golpeó con su lengua en ese punto por última vez antes de separarse. Tan rápido que la joven no lo advirtió, sus colmillos se clavaron en la vena femoral. Succionó.

– Eli tenía razón. – Chilló la otra mujer, que era testigo de la escena. – Ella… Tú… - Armándose de valor, había intentado correr en dirección a la puerta. Tropezó y se levantó temblando. Lucern sellaba los gemelos en el muslo de la mujer que ahora yacía inconsciente en la cama - dado que había tomado más de la necesaria - con toda la tranquilidad del mundo. Justo cuando la prostituta cogía el picaporte, él la rodeó con un brazo sobre el vientre. Su mano libre, jugaba ya con uno de los pezones erectos. Evidentemente, no le producía ningún repudio estar con un no-muerto. Sus colmillos no se habían retraído, de modo que ella pudo apreciarlos de cerca cuando ladeó ligeramente la cabeza. No le costó nada meterse en su mente. Lucern buscó sin tregua uno de los recuerdos de la joven que le revelase el rostro de la compañera que conocía su secreto. Como ella, habría otras en ese lugar que trabajasen como muñecas de sangre para los suyos. Iba asegurarse de que no se extendieran más allá los rumores. Teniendo en su mente el rostro de Eli, se tomó su tiempo para poseerla. Esa vez, sí había usado más que su hábil lengua. Su marca había quedado en uno de los pechos de la humana. Dejar marcas visibles, solo atraía la atención de los molestosos cazadores. Abandonó la habitación en el momento justo en que una mesa se hizo pedazos. Varias botellas y vasos de cristal se hicieron añicos al estrellarse con el suelo, pero Lucern y los presentes, no prestaron atención a eso; sino a la maldita mujer que hacía gala de su fuerza y exhibía sus colmillos sin importarle las consecuencias. Un gruñido, que se hizo oír desde las profundidades de su pecho, hizo girar algunos rostros. Nadie saldría de ahí sin antes manipular sus recuerdos. Pero eso podía esperar unos segundos más. Todo lo que tenía que hacer era eliminar la amenaza principal. Sin una palabra, cerró y atrancó las puertas. Un mueble que solo alguien de su especie podría mover por su peso y tamaño, estaba ahora impidiendo la entrada y salida de prostitutas y clientes. – Acabas de infligir varias normas, chérie. – Como si estuviesen bailando una danza macabra, Lucern se movió entre los presentes. – No se nos está permitido mostrarnos ante los humanos. -



Última edición por Lucern Ralph el Dom Ene 25, 2015 2:02 am, editado 4 veces
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Mensaje por Fiona Di Centa Lun Ago 25, 2014 8:31 pm

“Now you're not satisfied
With what you're being put through”


Una mujer en apuros y ningún caballero galante que se ofrezca a rescatarle. Aunque claro, no es que se encontrase rodeada precisamente de “caballeros”, además nadie arriesgaría su vida o integridad física por salvarle el pellejo a una prostituta que, encima, no poseía la capacidad para hacerse de amigos leales. Lo único que importaba en medio del caos generado por la sobrerreacción de la vampiresa ante el patético ataque era escapar del lugar aunque ni siquiera se comprendiera exactamente lo que estaba ocurriendo. Sonriendo la pelirroja apretó un poco más el frágil cuello, consiguiendo que los ojos de la prostituta se inyectaran en sangre. Adoraba su fuerza y poder, saberse y sentirse superior a la manada de humanos que ahora gritaba e intentaba buscar una salida del burdel. Que tonta había sido al perder su tiempo buscando halagos vanos que inflamaran su ego, lo que tendría que haber hecho desde un principio para alimentar su necesidad de protagonismo era asesinar en público. Tan sencillo como prohibido, sencillamente irresistible. Bueno, al menos ahora lo sabía y se formaban en su mente cientos de posibilidades y variables para la implementación en el futuro de su descubrimiento de la noche ¿debería preocuparse por lo que aquellos humanos dijesen sobre lo ocurrido en el lugar? y si llegaban a identificarla ¿la perseguirían hasta su mansión, intentarían atraparla y hacerle confesar su secreto? ¡Oh! Que emocionante era solo imaginarlo. Que se fuesen y el destino dictara lo que habría de suceder con todos. Que ese fuera el inicio de la revolución de la que había escuchado, en sus manos… con su rostro.

Un gruñido inhumano la sacó de sus cavilaciones e ilusiones apocalípticas. Inmediatamente después escuchó el inequívoco sonido de la puerta cerrándose y siendo atrancada por parte del mobiliario. Todos los espectadores de su desvergonzado teatro se encontraban ahora atrapados. Fiona sintió la ira crecer en su interior, sobrepasando por mucho la molestia sentida al descubrir su precioso vestido arruinado. Un inmortal, el artífice del encierro, le observaba y manifestaba en voz alta su desaprobación. - ¿Y quién lo dice? – preguntó con altanería observando como el vampiro se aproximaba, esquivando en el proceso los cuerpos humanos que se interponían en su camino. - ¿A quién diablos le importa eso? - continuó después de bufar tras la declaración de la norma cardinal que sabía había infringido. Por lo que veía se trataba de un ser que la superaba en edad, y no precisamente por algunas pocas décadas. Sin embargo, los enfrentamientos tenidos en el pasado con vampiros antiguos, y de los cuales había salido airosa, mas por suerte que por fuerza o astucia, le hacían creer en una falsa seguridad de poder manejar la situación en la que se encontraba. Algunos de los humanos congregados prestaban ahora atención a la escena. Sin quererlo la interrupción del inmortal le había otorgado un público más atento. – ¿Tanto le importa a usted el destino de este despojo humano? ¿De verdad espera conseguir algo más que importunarme? – las palabras iban cargadas de ironía, su expresión saturada de falsa incredulidad. Alimentándose de su propia furia, y pretendiendo generar de nuevo el caos, la vampiresa sacudió con fuerza el cuerpo que pendía de su mano, haciendo crujir los huesos del cuello y consiguiendo que la cabeza de la humana quedase colgando en un ángulo antinatural. – Lo lamento, Monsieur, creo que ha llegado tarde a la puesta en escena. Aquí ya no hay nada que salvar- miró el cadáver con expresión de tristeza para después soltar una suave y fría risa mientras el cuerpo era arrojado sobre el grupo más cercano de humanos en pánico.
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Mensaje por Tarik Pattakie Miér Ene 07, 2015 9:52 pm

El rictus cruel en su boca no se alteró por la pérdida humana. No le importaba ni una de esas malditas almas. No realmente aunque, por mucho que los suyos odiasen admitirlo, la sangre de ellos era el único medio que existía para que su raza subsistiera. A pesar de que entre ellos osaban compartirla durante el sexo, los nutrientes jamás serían los mismos. Necesitaban beber directamente de los humanos para mantener sus fuerzas. Esa era una de las primeras lecciones que todo neófito aprendía. El infierno que se instalaba en la garganta tras despertar como hijo de la noche, no desaparecía, sin importar los años que pasaran. Lo único a lo que se podía aspirar, era a sobrellevarlo. A diferencia de los licántropos, ellos no tenían una bestia esperando la llegada de la Luna Llena. Ellos, eran La Bestia. El silencio se hizo pesado dentro de esas cuatro paredes, aunque los gritos realmente no se habían terminado. Deliberadamente, los estaba ignorando. Las personas se hacían a un lado. Algo en sus orbes azules, les advertía sobre el peligro. O quizás, era esa arrogancia que destilaba con cada paso que daba, lo que les hacía querer estar en cualquier sitio, menos en su camino. Enarcó una ceja cargada de petulancia ante las estupideces que escuchaba. La fémina era joven. Había sido convertida no hacía más de dos décadas, lo que la convertía en una niña. Se sentó en el brazo de un sillón bastante confortable, que había corrido con la suerte de permanecer aún en pie. – Dime que no eres tan estúpida como aparentas ser. ¿Cuántos años tienes? ¿Diez? – No había duda alguna de que la estaba insultando. La impaciencia destilaba en sus cuestiones. A pesar de que muchos simpatizaban con Quartermane para salir del anonimato, la mayoría de sus seguidores eran simples peones. Lucern no podía imaginar porqué demonios alguien dejaría que un niño jugase a pelear en una guerra que no estaba destinada a ganar. – ¿O tal vez tan solo llevas formando parte de nuestro mundo un par de noches? Lo que despejaría toda clase de duda. – Los rasgos aristocráticos del vampiro, eran afilados.

–  ¿Nadie te enseñó que no deberías hablarle así a tus mayores? – Lenta y persuasivamente, su mente se alargaba para alcanzar la ajena. Un simple movimiento de su mano, y el burdel desapareció. En su lugar, solo había un abismo que se extendía infinito. No había forma de que los humanos corrieran por allí ahora, sin temer a lo que se movía entre las sombras. Ralph raramente hacía uso de ilusiones. Prefería hacer uso de la fuerza bruta. Sin embargo, La Hermandad había sido creada por un propósito y siempre podía fingir un poco. Si quería liderar a toda la raza vampírica, ¿por qué no ganárselos para su causa? Si al final apuntaba hacia el desastre, entonces podría limpiar la basura.  Además, nunca estaba de más esparcir el temor. – ¿Dónde está tu Sire? – Demandó. – Aunque dada tu socarronería, no me sorprendería saber que le has abandonado creyendo saberlo todo sobre nosotros. – A pesar de que el vampiro parecía mantener toda su atención centrada en la pelirroja, cierto era que se regocijaba en el miedo que fluctuaba alrededor. El aire estaba cargado de las emociones que embargaban a los humanos. Chasqueó la lengua contra su paladar al ver que ésta, aún seguía sosteniendo el cuerpo roto de la hembra. – ¿Es gratificante? – Agregó en un tono aburrido, sacando de su bolsillo un cigarrillo. – ¿Luchar contra esas criaturas que están lejos de poder defenderse? – Tan rápido que el ojo humano no podría haber visto, se movió para encender el pitillo con una de las velas dispuestas por el burdel. La ilusión jugaba con la realidad por una fracción de segundo. – Yo podría ofrecerle más entretención de la que existe en este lugar, madame. – Una parte de él, esperaba que aceptara escuchar su propuesta y se dispusieran a limpiar las malditas mentes de los presentes; pero la otra, la que quería jugar suciamente, esperaba que se negara. Había mucho apostándose, más de lo que ella siquiera podía empezar a imaginarse.
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Mensaje por Fiona Di Centa Lun Feb 02, 2015 9:46 pm

“It's just time to pay the price,
for not listening to advice”



Si aún fuese humana el rostro entero de la pelirroja se encontraría ardiendo con un rojo tan encendido como el de su propia cabellera. Pero, como ya no lo era, la única señal visible de la rabia que rugía en su interior, causada por las palabras del insolente vampiro, fue el cambio en su expresión. Por supuesto que él podría aproximarse a su edad como inmortal con solo mirarle, de la misma forma en cómo ella lo había hecho ya, por lo que las preguntas formuladas tenían un solo objetivo el cual resultaba obvio incluso para el ganado humano que contaba con el autocontrol suficiente como para observar la situación. Olvidándose por completo del cadáver, e ignorando la agitación que había causado sobre los desafortunados humanos presentes, miró iracunda al inmortal – La estupidez, como la sabiduría, puede reducirse a una cuestión de percepción – replicó colocando las manos en la cintura e inclinando ligeramente la cadera – Y permítame afirmarle que llevo en “nuestro mundo” tiempo más que suficiente como para aceptar lo que soy ¿Debe acaso un ser superior arrastrase ante su comida? – sin proponérselo su tono viró al de una jovenzuela desafiando a su padre. Insolente y malcriada, era la deducción que cualquiera que la escuchara podría fácilmente alcanzar.

– Nadie me enseño nada que me resultara de utilidad, hablo como me viene en gana a quien me viene en gana, simple y efectivo ¿O va a decirme ahora que los demonios tienen su propio código de conducta en el infierno? – y de repente el entorno cambio. El que conociera de antemano sobre aquel poder no evitó que diese un respingo. Sus ojos barrieron en derredor, buscando algún punto de referencia en el cual anclar su mente, pero lo único que permanecía impasible era el causante de la ilusión. Estaba temporalmente atrapada, tanto como los humanos que gimoteaban encogiéndose sobre si y rogando por despertar de aquella pesadilla sin sentido. El temor la espoleó pero era tan obtusa que no le prestó la atención requerida. – Mi Sire… - repitió mostrando, por un segundo, el dolor que sentía al recordarlo, pero recuperando con rapidez su altivez y altanería – Eso no es de su incumbencia – le miró amenazadoramente indiferente ante el hecho de que surtiera o no efecto alguno. Su Sire, así como su pasado, era asunto suyo y de nadie más y no permitiría que un aparecido, y por lo visto ciego seguidor de la normas y las “buenas costumbres”, le cuestionara al respecto.

Una carcajada sin atisbo de humor resonó en el aire – ¿Le parece acaso que hay lucha alguna? No, monsieur, yo no lucho contra insectos, tomo lo que de ellos me sirve, me entretengo con su propia debilidad y con la facilidad con la que sus cuerpecillos son pulverizados bajo mi poder – empezó a avanzar con un paso lento y metódico hasta el sitio donde él se encontraba, contoneando deliberadamente sus caderas y balanceando con delicadeza sus brazos – Me ofrece más diversión al tiempo que me ataca por no cumplir reglas obsoletas y absurdas. Dígame ¿su actuar en la cama es igual de limitado? Pues no me imagino lo tedioso que debe ser el retozar junto a alguien tan encaprichado con el buen comportamiento – se encontraba ya frente a él y con un movimiento rápido arrebató el cigarro de sus labios - ¿O tal vez son solo argumentos para disfrazar una obsesión por el control? – preguntó antes de dar una calada al cigarro ajeno. – Me pregunto si vale siquiera la pena gastar mi tiempo escuchándole -
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