AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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I want to know more about you [ Lucern Ralph ]
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I want to know more about you [ Lucern Ralph ]
Las calles Parisianas, muy bellas, al menos desde su punto de vista. Aunque en este instante, no eran lo más bello que ella podía conocer.
Ahora, eran simples calles, ajetreadas, donde era difícil caminar. Había que buscarse, un pequeño espacio. Bastantes cuerpos chocaban entre sí. Todos, con una misma idea. Llegar a su hogar. ¿Por qué? El toque de queda se acercaba, pronto todos se encerrarían en sus respectivos hogares. Menos una persona. Isobella. Ella sabía que estaba mal, quedarse fuera después de esa hora. Se podría decir… que iba contra toda moral impuesta en la sociedad.
Pero ella no estaba dispuesta a adentrarse a ese sin fin de mar de gente, que desde su posición, se veía… de un cierto modo, gracioso.
Parecía un mar de verdad, como si fueran olas, que iban y venían, con suavidad, pero conforme los minutos transcurrían, el vaivén de la gente se volvía cada vez más rápido.
Comenzaba a oscurecer y la misma cantidad de gente continuaba en las calles, como si por un momento la calle se vaciara y en un segundo… volvía a llenarse.
Isobella miró el reloj que se encontraba a final de la calle a sus espaldas, giró en su propio eje. Faltaban cinco minutos, casi nada. Las manecillas del reloj parecían moverse con rapidez, mientras el “Tic Tac” retumbaba en sus oídos, como si fuera el mismísimo Big Ben de Londres, que alguna vez, ella había visitado varios años atrás.
Cerró los ojos, las voces y murmullos de la gente, comenzaba a amortiguarse hasta desaparecer completamente. Abrió los ojos y como si hubiese sido por magia, las calles estaban más que solitarias. Muertas. Como si una fuerte epidemia de gripe o alguna enfermedad mortal, hubiese atacado la ciudad.
Se miró en la ventana de un escaparate, su vestido estaba completamente arrugado y desaliñado. Bufó levemente enfadada. Sus vestidos, siempre terminaban mal, que a final de cada mes, tenía que renovar su armario.
Lo arregló a como pudo, acomodando su cabello, para que su nodriza no preguntara que que le había pasado. “¿Acaso te has metido en un Zoológico, Elle?” “¿A un bosque?” “¿Alguien te hizo daño?” Se imaginó unas cuantas preguntas de las miles con las que sería atacada por parte de su nodriza. Que la había acompañado desde la muerte de su madre, ella era como una madre para ella. Pero claro, nada comparado con su madre biológica.
Caminó mientras torcía la boca, perdida en el mar de sus pensamientos, distraída de si podía chocar con algo o alguien… lo más seguro era que con algo, porque a estas alturas, nadie ni nada estaría fuera de su hogar.
Ahora, eran simples calles, ajetreadas, donde era difícil caminar. Había que buscarse, un pequeño espacio. Bastantes cuerpos chocaban entre sí. Todos, con una misma idea. Llegar a su hogar. ¿Por qué? El toque de queda se acercaba, pronto todos se encerrarían en sus respectivos hogares. Menos una persona. Isobella. Ella sabía que estaba mal, quedarse fuera después de esa hora. Se podría decir… que iba contra toda moral impuesta en la sociedad.
Pero ella no estaba dispuesta a adentrarse a ese sin fin de mar de gente, que desde su posición, se veía… de un cierto modo, gracioso.
Parecía un mar de verdad, como si fueran olas, que iban y venían, con suavidad, pero conforme los minutos transcurrían, el vaivén de la gente se volvía cada vez más rápido.
Comenzaba a oscurecer y la misma cantidad de gente continuaba en las calles, como si por un momento la calle se vaciara y en un segundo… volvía a llenarse.
Isobella miró el reloj que se encontraba a final de la calle a sus espaldas, giró en su propio eje. Faltaban cinco minutos, casi nada. Las manecillas del reloj parecían moverse con rapidez, mientras el “Tic Tac” retumbaba en sus oídos, como si fuera el mismísimo Big Ben de Londres, que alguna vez, ella había visitado varios años atrás.
Cerró los ojos, las voces y murmullos de la gente, comenzaba a amortiguarse hasta desaparecer completamente. Abrió los ojos y como si hubiese sido por magia, las calles estaban más que solitarias. Muertas. Como si una fuerte epidemia de gripe o alguna enfermedad mortal, hubiese atacado la ciudad.
Se miró en la ventana de un escaparate, su vestido estaba completamente arrugado y desaliñado. Bufó levemente enfadada. Sus vestidos, siempre terminaban mal, que a final de cada mes, tenía que renovar su armario.
Lo arregló a como pudo, acomodando su cabello, para que su nodriza no preguntara que que le había pasado. “¿Acaso te has metido en un Zoológico, Elle?” “¿A un bosque?” “¿Alguien te hizo daño?” Se imaginó unas cuantas preguntas de las miles con las que sería atacada por parte de su nodriza. Que la había acompañado desde la muerte de su madre, ella era como una madre para ella. Pero claro, nada comparado con su madre biológica.
Caminó mientras torcía la boca, perdida en el mar de sus pensamientos, distraída de si podía chocar con algo o alguien… lo más seguro era que con algo, porque a estas alturas, nadie ni nada estaría fuera de su hogar.
Isobella A. Van Trousse- Humano Clase Alta
- Mensajes : 163
Fecha de inscripción : 27/10/2010
Re: I want to know more about you [ Lucern Ralph ]
La única luz en el interior de la mansión Ralph, provenía de las velas sostenidas en los soportes de plata que se encontraban sobre una pequeña caja de madera que guardaba dentro de sí, las únicas pertenencias que unían al conde con su pasado. Las había puesto ahí en cuanto sus pensamientos fueron acechados por la imagen de una mujer de cabellos negros, tan negros como el cielo sin ser tapizado. Sus dedos comenzaron a tamborilear el escritorio que mantenía una gran cantidad de documentos, todos acumulados en las últimas semanas donde la caza le había cegado. ¿Qué demonios importaban las fincas y las otras propiedades que le habían sido otorgadas tras la muerte de su padre, ahora que había encontrado un interés que no resultaba ser falso? Nunca había deseado el cargo que, obligatoriamente, había tomado. ¿Por qué empezaría a hacerlo ahora que su búsqueda había finalizado? Cierto. El comienzo de una nueva etapa se alzaba cual gigante correteando al enano, para finalmente aplastarlo.
La obscuridad se intensificó. Otra vela se había extinguido y las sombras se habían apoderado de otra parte de la habitación. Sentado en una cómoda silla, con la luz iluminando solo parte de su rostro, Lucern estiró la mano para hacerse con la copa de vino que mantenía asentado en el fondo, la sangre de un pobre aventurero que se había equivocado de dirección; llegando así hasta las puertas de su mansión, dándole fin al descanso en el que se sumía cuando el sol estaba en lo alto… Su cadáver, aún fresco, estaba tirado en el piso; manchando con aquélla desquiciante sustancia, la alfombra color vino. La mirada de horror del desdichado que, a estas alturas, se encontraría a la espera de Caronte para cruzar al otro lado; deleitaba su vista conforme agitaba el cristal, creando pequeños círculos hasta embadurnar su copa. Se veía tan… vacía. Con una sonrisa fantasmagórica, el vampiro se levantó y caminó con lentitud hasta donde yacía el cuerpo sin vida. Una lástima no poder seguir escuchando los gritos de auxilio cuando habían jugado. Lucern se inclinó hasta quedar a la altura de su cabeza y, dejando su copa a un lado, introdujo sus dedos en el ojo del humano, sacando el órgano sin estupor para dejarlo caer como si de una maldita aceituna se tratara, en el líquido que su garganta proclamaba.
Un suave jadeo escapó de sus labios conforme se bebía el líquido. Dulce… La sangre fresca era espléndida… Desafortunadamente, Lucern no era tan conformista. El viajero perdido, no había sido un buen acompañante. No le había enfrascado en una conversación interesante, lo que le recordaba porque prefería no tener amigos. Las mujeres, en cambio, siempre tendían a desarrollar conversaciones agradables y, honestamente, más que agradables, era el vaivén de dos cuerpos lo que lo hacía… llamativo. No. Lucern ya estaba comprometido. El vampiro salió de la mansión, adentrándose en las calles parisinas, camuflándose entre los humanos que caminaban ajetreados para guarecerse entre cuatro paredes que, al final de cuentas, era más una burbuja a punto de hacer ¡Plop! Pronto, las calles se vaciaron, dejándole solo… tan solo como puede estar un alma andante, en espera de que el destino, se cruce en su camino…
La obscuridad se intensificó. Otra vela se había extinguido y las sombras se habían apoderado de otra parte de la habitación. Sentado en una cómoda silla, con la luz iluminando solo parte de su rostro, Lucern estiró la mano para hacerse con la copa de vino que mantenía asentado en el fondo, la sangre de un pobre aventurero que se había equivocado de dirección; llegando así hasta las puertas de su mansión, dándole fin al descanso en el que se sumía cuando el sol estaba en lo alto… Su cadáver, aún fresco, estaba tirado en el piso; manchando con aquélla desquiciante sustancia, la alfombra color vino. La mirada de horror del desdichado que, a estas alturas, se encontraría a la espera de Caronte para cruzar al otro lado; deleitaba su vista conforme agitaba el cristal, creando pequeños círculos hasta embadurnar su copa. Se veía tan… vacía. Con una sonrisa fantasmagórica, el vampiro se levantó y caminó con lentitud hasta donde yacía el cuerpo sin vida. Una lástima no poder seguir escuchando los gritos de auxilio cuando habían jugado. Lucern se inclinó hasta quedar a la altura de su cabeza y, dejando su copa a un lado, introdujo sus dedos en el ojo del humano, sacando el órgano sin estupor para dejarlo caer como si de una maldita aceituna se tratara, en el líquido que su garganta proclamaba.
Un suave jadeo escapó de sus labios conforme se bebía el líquido. Dulce… La sangre fresca era espléndida… Desafortunadamente, Lucern no era tan conformista. El viajero perdido, no había sido un buen acompañante. No le había enfrascado en una conversación interesante, lo que le recordaba porque prefería no tener amigos. Las mujeres, en cambio, siempre tendían a desarrollar conversaciones agradables y, honestamente, más que agradables, era el vaivén de dos cuerpos lo que lo hacía… llamativo. No. Lucern ya estaba comprometido. El vampiro salió de la mansión, adentrándose en las calles parisinas, camuflándose entre los humanos que caminaban ajetreados para guarecerse entre cuatro paredes que, al final de cuentas, era más una burbuja a punto de hacer ¡Plop! Pronto, las calles se vaciaron, dejándole solo… tan solo como puede estar un alma andante, en espera de que el destino, se cruce en su camino…
Tarik Pattakie- Vampiro/Realeza
- Mensajes : 7350
Fecha de inscripción : 19/06/2010
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: I want to know more about you [ Lucern Ralph ]
"La oscuridad devoró la agonía, y me sentí débil y agradecida porque el recuerdo había llegado al final más definitivo de todos los posibles."
Stephenie Meyer;
Stephenie Meyer;
Frío. Era lo que recorría por las calles de Paris, una corriente que le helaba la sangre, perforaba sus huesos. Le entumecía las mejillas, que hasta hace un rato estaba ligeramente rosadas, ahora solo eran blancas, completamente, como el resto de su cuerpo. Como la nieve que caía en invierno y cubría todo a su paso.
Cualquiera que hubiera visto a Bella, hubiera pensado que era un fantasma. Se abrazó a sí misma, unos escalofríos que poco a poco se convertían en espasmos de dolor, invadieron su frágil cuerpo. El único sonido de la lejanía era el sonido de sus dientes que entrechocaban provocando un sonido bastante desagradable a sus oídos. Maldijo varias veces, por el frío, que tanto odiaba y hacía que miles de sentimientos la invadieran.
Odiaba el calor, odiaba el frío, lo que ella amaba, era un punto intermedio.
Trató de olvidarse del frío, pensando en otras cosas…
Un rostro masculino voló a su mente, dejándola tácita, aunque sin dejar de caminar. Un hombre el cual había sido parte de su infancia… adolescencia… ella lo había amado, demasiado. Pero como todo amor, este tuvo su “traba”, pero no fue únicamente eso… un hecho que marcó su vida desde ese instante.
Dejó de ser quien era, para convertirse en alguien distinta, alguien caprichosa, rebelde, agresiva dependiendo la situación, ni ella misma se reconoció en ese momento.
A la muerte de su madre, decidió cambiar, ser la persona que su madre siempre quiso, para que donde fuera que ella estuviera, su madre estuviera orgullosa de ella. Su única hija, a quien siempre amó como a su propia vida.
A la lejanía, vislumbró un farol, caminó hasta el, para atajarse en seco, a su lado, para que la llama que se encontraba dentro del cristal, pudiera calentarla, aunque fuera solo un poco.
Descansó su mano en el, se sentía cansada y algo abatida mentalmente por la laguna de sus pensamientos.
“No sé cómo es que te sigues haciendo tanto daño al pensar en esto, bien lo sabes, eres muy cabeza dura” escuchó el eco de la voz incrustada en su cabeza. No se podía deshacer de ella, por más que quisiera. Sin embargo, tal vez, no era una escueta voz, era algo llamado “Conciencia”.
Rodó los ojos mientras un escalofrío la volvía a invadir con cólera, no sabía qué hacer, ya no podía seguir caminando, sus piernas con demasiada dificultad le respondían, era como si le hubiesen puesto caliza en ellas, para que no se fuera y se enfermara en ese lugar o peor mismo, que muriese.
Tragó saliva, mordiendo su labio inferior inquieta. Optó por seguir con su caminar, ya que si permanecía ahí, era probable que las cosas… no saldrían nada bien.
A la distancia, advirtió una silueta, masculina, supuso de inmediato. Forzó la vista para poder reconocer al hombre que se encaminaba en su dirección. Torció la boca al no reconocerlo.
Al momento comenzó a inquietarse exageradamente, no podía fiarse, podía ser un vándalo, pero al igual, podía ser alguien perteneciente a la clase alta, media o baja, pero para ella, eso era lo de menos.
Miles de ideas cruzaron por su cabeza, una era, huir en dirección opuesta a la trayectoria del desconocido o simplemente, caminar ignorándolo. Pero siendo las únicas personas en la calle, a esa hora, era imposible pasar desapercibido uno del otro.
Optó… por la segunda… caminó, con lentitud, con la mirada precisa en el pavimento, con miedo, algo parecido al terror, de mirar al desconocido, que acorde los segundos transcurrían, estaban a menos pasos el uno del otro.
Isobella A. Van Trousse- Humano Clase Alta
- Mensajes : 163
Fecha de inscripción : 27/10/2010
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