Un chien andalou - Lucern Ralph

por **Miranda Schreiber** Mar Feb 01, 2011 12:41 pm

Peso y levedad. Miranda era el peso, y Miranda era la levedad. La insoportable levedad del ser. Miranda era lo que me alejaba de toda responsabilidad, de toda realidad y me llevaba a la nada, pero a la vez era mi peso, quien me aferraba a esa nada haciéndome caer dentro de ella. Caída cual abismo, ciega.

¿No te había dicho ya que yo soy tu razón de existir? Tú eres la causa de mi desgracia. Pero si la desgracia es hermosa. Puede ser pero en la vida lo más triste, no es ser del todo desgraciado, es que nos falte muy poco para ser felices y no podamos conseguirlo… ¿Felicidad, qué mierda es eso? No voy a lastimarte, solo voy a arrancarte tu jodida cabeza si sigues así.

Podía sentir como aquella porcelana pálida, tan frágil y barnizada simulaba ser mi piel. El metal tan gélido como la muerte misma era suplicio de esta muñeca que descansaba en esos fierros, testigos de vidas, sufrimientos, demencia y locura. Miranda encontraba tan reconfortante aquel frío como yo misma lo hacía. Mi piel se pegaba por inercia a cada centímetro que aquella superficie rectangular me proporcionaba, algo corroída hacia los bordes. Un leve movimiento hacía chirriar las ruedas oxidadas, estancadas hacía largos años en el mismo lugar. Abro los ojos pero poco cambiaba en el ambiente. Una ventana cubierta por una tela mohosa. Lúgubre. Abandonado. El lugar propio para los que no tenemos alma. Miranda estaba extrañamente relajada, recostada en el centro observando el vacío, la carencia de luz. Dibujando una sonrisa cínica cada vez que un grito retumbaba por entre las paredes de cemento. Si, ¿No era divertido ver el dolor ajeno? Era como vernos en el espejo. Esa maldita ¿Yo? Si tu ¿Disfrutas observándote? Me gusta la vista.

Agujas clavadas cual pinchazos, aquella porcelana tan perfecta ahora se rasgaba. Maldita Miranda, ella era quien me llevaba a ese lugar, a observar como éramos para todos ¿Y nos importaba? Un carajo, nadie era digno de nosotras, por eso estábamos rodeadas por nadies. Sin nombre, sin identidad. Era solo nuestro mundo.

Otro grito espeluznante corta el silencio, risas rasgadas de la profundidad de las fauces, llantos desesperados. Miranda se unía al jubilo. Mierda mierda mierda. El dolor se agudiza, la odiaba, la odiaba. Mi quijada se tensa al igual que mis músculos. La mesa se desplaza apenas unos milímetros seguida por el chirrido de las viejas ruedas. No me sorprendo cuando observo como mis palmas sangran apenas cuando mis uñas presionan contra ellas. Quería gritar, quería dejar a Miranda allí, encerrada para librarme de ella. No más peso, no más levedad, solo el camino librado al azar incierto ¿Puedes dejar de decir estupideces? ¿Quieres ver como te hago miserable? Basta! Pero si recién comienzo.

Miranda sonríe pícara, obligándome a cerrar más los puños, las uñas se clavan haciendo que el dolor aumente. Un grito se escapa por entre mis dientes. Te odio. Más, más. Grita más! NO

El miedo lleva a la ira, la ira lleva al odio, el odio lleva al sufrimiento. Tienes miedo, por eso quieres hacerme sufrir.

Miranda grita enfurecida volviendo a sentarse en una esquina. Mi cuerpo se relaja sobre la mesa. Nadie notaba que estábamos allí. Éramos invisibles a los ojos de la sociedad. Y claro que no, no éramos el amor.

por **Tarik Pattakie** Miér Feb 09, 2011 6:43 pm

El silencio cubre los callejones con su presencia, el aire crepita con el aroma masculino, es salvaje, misterioso, único. La Luna es solo una mancha en el cielo esta noche, su boca encierra el olor a puro, es erótico y adictivo conforme cala con cinismo. Su boca es una mueca tórrida y atrevida, son los recuerdos de la mujer desnuda que invade sus pensamientos con cada paso que da a través de la oscuridad que envuelve los callejones como una maldita manta con púas, hiere y sangra a través de su piel, crea llagas que provocan ese estimulante dolor que le indica el camino hacia el infierno. Silencio. Todo a su alrededor se baña en silencio. Cada callejón por el que transita grita a los cuatro vientos que ha sido abandonado. La basura está tirada en una esquina y ese jodido olor putrefacto ni siquiera atrae a los perros. Tic tac. Su reloj en el bolsillo gira sus manecillas, el segundero avanza, el minutero espera impaciente. Lucern alza la vista hasta el techo en el momento exacto en que un gato salta y, como si hubiese estado encerrado en una maldita burbuja donde los sonidos externos no se reproducen dentro, ésta se resquebraja y el maullar del gato desata cada nota que llega desde lo lejos. – Aruba. Aruba. Aruuuuba. La voz de una niña subió sus decibeles conforme entraba en su campo visual. – Aruuuba. ¡Maldición! El sonido agudo molestaba al vampiro. – Aruuu... Lucern siseó enfurecido, sintiendo sus caninos raspar su labio inferior. Era cierto que le gustaba la sangre de los niños, quizás era momento de tomar el aperitivo... Pero antes de que se moviera con agilidad tras la pequeña, la voz de una mujer acaparó su atención. Extraño.... hacía un momento se encontraba solo y ahora tenía a su alcance a dos humanas de las cuáles beber. La pequeña corrió por el callejón, siguiendo al gato...

No fue difícil decidirse, Lucern estaba deseoso de alguien que opusiera alguna resistencia. Esta noche no se encontraba condescendiente ni con ganas de tomar lo que la naturaleza le proporcionaba, quería algo difícil... tal vez unas cuantas palabras y después... ¡Diablos! La mujer caminaba a grandes zancadas, seguirle el paso no era un problema, pero le habría gustado... Saltó hasta el techo, sin preocuparse en ser sigiloso. Quería saborear su miedo, alimentarse del olor de su sudor, satisfacer su locura con el rápido retumbar de su corazón. La mujer alzó la vista como, maldita sea, el había hecho hacía un momento. No hubo momento para sonrisas sádicas, tan pronto como ella emprendió su huida, Lucern se encontraba saltando sobre los techos como un demente. Sus chillidos aumentaron y, en medio del miedo, la mujer rubia terminó en un callejón sin salida. Lucern no se detuvo, corrió alrededor, ofreciéndole más que la paranoia contra la que luchaba. - ¿Quién anda ahí? Un tartamudeo mientras la mujer agarraba su bolso y regresaba hasta la esquina, observó una luz a lo lejos y un suspiro de alivio aligeró su carga. El Sanatorio Mental mantenía un portón gigantesco, Lucern sonrió con júbilo, deteniéndose...

No era la primera vez que se encontraba en ese lugar, pero esta oportunidad no la iba a dejar pasar. Finalmente se dejó caer en el callejón donde la mujer se había “encerrado”, acomodó el cuello de su abrigo y caminó lentamente hasta el Sanatorio. La mujer lloraba a uno de los enfermeros o, era un ¿loco? Las batas blancas no decían mucho y a él poco le importaba. Una fuerte ráfaga agitó su cabello, atrajo el olor de la hembra y... El portón se abrió y cerró, Lucern cambió de dirección. Entrar era tarea sencilla para el vampiro... Tal vez, solo tal vez, sería hasta divertido...

por **Miranda Schreiber** Lun Mayo 02, 2011 9:24 pm

Si ves la luz ¿Observas al sol? Si estás sumido en la oscuridad ¿Es de noche? Si el calor entibia tu cuerpo ¿Estás vivo? Si el frío eriza tu piel ¿Es invierno? Y si Miranda habla dentro de ti ¿Estás loco?

Subía y bajaba, queriendo escapar de mi pero un costal lo obligaba a retroceder a su lugar de inicio. Sin embargo aquello que insistía en mantener nuestra sangre fluyendo quería escapar ¿Puede el corazón temerle a la vida? ¿O podemos nosotras temer a por su insistencia de mantenernos consumidas por la miseria a la que el pueblo condecora con la palabra “vida”?

Miranda era presa de su obstinación, completamente marchita por la rabia y recelo que guardaba para consigo misma, para conmigo ¿Para con nosotras? ¿Todavía no comprendes que la única razón por la que seguimos con vida es por mi? Basta. Sabes que es cierto. No, déjame ¿Cómo podría hacerlo?

La sonrisa irónica se reflejaba en mis ojos, pero mis gestos solo plasmaban el terror sumiso ante una real enemiga. El pecho sobresaliendo era lo único que nos delataba de pasar por un cadáver. La juventud de un ser no se mide por los años que tiene, si no por la curiosidad que almacena. Ninguna era la nuestra por la vida. Éramos la peor aberración, la muerte puede tentarte, pero el deseo de ir por ella era solo una cuestión de ¿Miranda? ¿Irías a buscarla por mí?
Miranda estaba por todas partes, podía sentir como su respiración chocaba contra mi piel, como su cabello se mezclaba con el mío, su maldita sonrisa me impedía gritar, quería correr pero sus piernas me impedían hacerlo. Espanto, era eso lo que curaba a la curiosidad, pero la curiosidad no existía porque nada era de interés. Allí estaba ella, sin curiosidad en lo que podría ser de mi vida ¿Mi? Nuestra ¿Nuestra? Mi vida, no la tuya. ¿Y la mía? Solo será la sombra.

Sombra fue aquella silueta gris que se formo en cuanto mis pies tocaron sigilosos el frío. Calar los huesos no era repulsivo, sino que aquel dolor agudo era la causa de las minúsculas comisuras formadas en torno a lo que eran nuestros labios. Apenas las yemas amortiguando el ruido, Miranda no debía saber que estaba escapando de allí. Tenía que abandonarla, tenía que ser libre.

Si ya eres libre.
No lo soy.
Claro que si, Libre es aquel que no es esclavo de sus sentimientos.
Eso suena a una puta condena, como TU MIRANDA.

Ella sonríe, pero yo continúo. No podía distinguir la hora ni el lugar, había una puerta sin números, un letrero sin palabras y un pasillo sin almas. Acogedor para ¿Ibas a pensar algo con Lástima? No.

El miedo en los labios, Miranda altanera en nuestros ojos observaba por ambas ventanas de un vidrio gris cada paso que dábamos por aquel corredor vacío. Escapar de ella sería inútil, por lo que simplemente nuestros ojos se cerraron. Las viejas cortinas acariciaban nuestra piel con algunos hilos que hacía tiempo habían dejado de formar parte de un todo, para ser únicos, inservibles y molestos. Nuestros pies buscaban el apoyo de manera sutil sobre el suelo. Sonidos ninguno, salvo por gritos aislados, el viento y un zumbido. Molesto, eran las moscas. Miranda era una mosca, todos eran moscas, y yo quería matar a las moscas ¿Pero luego? Nuevamente el pánico, confusión y Miranda observaba en silencio aquella sucesión de desamparo que tanto disfrutaba de engendrar.

El corredor vacío, salvo por nosotras dos. Yo gritando, Miranda sonriendo, nuestros pasos y las moscas. Nada tenía sentido, solo el de seguir caminando antes de que Miranda se diera cuenta de cual era mi verdadero plan. Ella debía quedarse junto con las moscas y nadie debía verme.

Off: Perdón por la demora y la pésima calidad de mi post, es hasta que vuelva a tomar la mano pero es mi cuarto intento y estoy grhghgfhglgjdl. Promero mejorar o Miranda me mata!

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