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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Lucius Simon Bermingham V Lun Ago 18, 2014 11:58 pm

Día Sábado. Como cada mañana de ese día, a la misma hora, y siempre que el tiempo anduviera de buen humor, el único hijo de los Bermingham V cumplía sagradamente con algo que a los sirvientes de la mansión extrañaba en demasía: comprar artículos de su interés por su propia cuenta. Rara vez sus propios padres elegían personalmente lo que llevaban; usaban a los sirvientes para cumplir con lo que salía en la lista, con eso bastaba. Pero el heredero era diferente. Lo fue desde que nació, según los señores. Pero la historia de Lucius se remontaba más atrás. Mucho más atrás. En ese entonces era un esclavo negro que vuelto brujo debido al impulso de la magia que recorría furiosa su sangre. Ahora que ocupaba el cuerpo de un blanco señorito, el afán de poder seguía ahí, pero había cambiado la deidad. Actualmente sólo existía Lucifer.

¿Por qué la necesidad de hacer esos trámites personalmente cuando tenía decenas de sumisos a sus pies? Se lo preguntaba a veces, cuando se quedaba mirando hacia el exterior buscando una nueva ofrenda  a su señor del inframundo. Debía ser porque más allá de la nobleza y la esclavitud, era un hechicero. Y el hechicero siempre debía cerciorarse en carne y hueso de que los componentes de sus maquinaciones fuesen justo los idóneos para llevarlas a cabo.

Ingresó a uno de los locales, al que acudía siempre. Las figuras se quedaron de hielo como la expresión del púber, casi tan inmóvil como una pintura. Las señoras que atendían detestaban el momento de la semana en que llegaba Lucius a buscar lo de siempre. No lo querían ahí. Tanta frialdad les calaba hasta los huesos, y más con esa formalidad neutral que empleaba. Por eso siempre se apresuraban lo más posible para envolver los paquetes y entregar el cambio.  

Muy bien. Aquí está lo que siempre pide. —hablaba presurosamente la más anciana de las féminas mientras ataba el cordel— Diez frascos de vidrio a su señoría y cortesía. Son veinte francos.

Y como siempre, Lucius los tenía preparados en sus manos. Sin quitarle la vista de encima a la señora, le entregó la cantidad de dinero solicitada. La mujer tenía ganas de preguntarle qué estaba viendo de esa forma tan poco atinada, pero se lo tragaba. El apellido Bermingham V era espada y escudo.

Desearía que no viniera más, ¿no es así? —rompió el niño en silencio sin tinte alguno en su voz. Era como escuchar un eco.

Oh, yo no diría nada de eso. —intentó suavizarse la mujer, aunque ganas de darle la espalda al muchacho no le faltaban. Ignoraba los poderes del hechicero.

Pero lo ha pensado. —hizo hincapié. Los ojos de la mujer se agrandaron— No tiene nada que temer. De hoy en adelante, vendrán enviados especialmente para mis encargos semanales.

Un incómodo silencio reinó hasta que el ladrón de cuerpos tomó con sus manos el paquete y se dirigió hasta la puerta. Era cómplice de sí mismo. La verdad era que sí volvería, pero cuando lo hiciera, las castigaría. Deseaba poder ofrecerle a Satanás algunas almas más dignas que las de esas moscas mentirosas, pero aquellas se oirían bastante bien cuando fueras carcomidas en el averno. Su padre estaría orgulloso. Después de todo, no olvidaba la primera vez que Lucifer le había hablado sentado en su cama.

«Te he esperado por mucho tiempo. Ahora deberás demostrarme que la espera ha valido la pena» Lucius le sonrió a la dama con la boca torcida, pero sin un solo brillo en los ojos. Era aterrador percatarse de tal nivel de insipidez en un chico tan joven.

Adiós, Madame Dupriê.


Última edición por Lucius Simon Bermingham V el Jue Sep 18, 2014 2:42 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Ainhoa G. Fugger Dom Ago 24, 2014 7:49 pm


“ Si te acostumbras a poner limites a lo que haces, físicamente o a cualquier otro nivel, se proyectara al resto de tu vida. Se propagara en tu trabajo, en tu moral, en tu ser en general. No hay limites. Hay fases, pero no debes quedarte estancado en ellas, hay que sobrepasarlas... El hombre debe constantemente superar sus niveles.”
— Bruce Lee


Se había levantado muy temprano, más de lo normal, era el día de la semana, en que iba a hacer algunas compras, necesarias para ella y para la mansión, en esa ocasión, la señorita Delacroix le había confiado algunas cosas, que serian especiales para el comienzo de su entrenamiento mágico, algo que la tenía muy emocionada, por fin comenzaría a conocer ese mundo con más intensidad, ella llevaba sus prácticas personales, de forma discreta, aumentando su sensibilidad notablemente, estaba esperanzada de que tuviera dentro de ella, lo que necesitaba para seguir con el entrenamiento, aquella chispa mágica, la deseaba, la anhelaba, estaba segura, que la tenia, solamente debía desarrollarla.

Salió con una gran cesta de la mansión, luego de que las labores estuvieran ya divididas y distribuidas entre los otros empleados, lo que hacía que pudiera salir de la sin muchas preocupaciones encima, la señorita Delacroix, sabia de su ausencia, ella misma le había delegado aquella tarea, pero si algo salía mal, seria ella la posible culpable.

El sol aun no estaba en su punto máximo, se sentía el frio de la madrugada, aunque Ainhoa poseía un buen abrigo que cubría todo su cuerpo, sentía que podía morirse congelada, pero el calor interior, su motivación de hacer las cosas bien, le daban ese movimiento a su vida, además de que le gustaba el dinero, que le pagaran eso también iba bien con ella, por eso siempre había un empeño en trabajar y hacer las cosas bien.

Había llegado a la dirección que le había dado la joven de la casa, era una tienda, de mucha variedad de especias, tanto como para la cocina, como para otro recurso o eso pensó Ainhoa mientras entraba y la campañilla sonaba, el lugar parecía acogedor, había una joven de rasgos asiáticos en el fondo, que con cierto desinterés en ella, la vio de reojo, al parecer estaba ocupada en ciertas cosas, arreglando mercancía, Ainhoa se detuvo a mitad de la tienda, sintiendo como un aire frio, la hacía temblar; la temperatura del lugar se notaba cálida, tal vez por alguna chimenea en la tienda. Eso le pareció extraño, pero no quiso mostrarlo, solamente remoto su caminar hasta donde estaba la joven que atendía la tienda.

— Buenos días, me han pedido buscar un pedido de la señorita Angelique Delacroix — dijo en un tono suave. La joven, de unos años mayor que ella, pero por su buena posición, podía ver que, tenía el dinero suficiente, como para gastar un poco en su belleza y así no verse tan de edad, ella solamente pareció sonreír un poco y asentir, mientras pedía que la esperara un momento, mientras traía el pedido de la bruja, mientras Ainhoa esperaría.

Termino de tener todo lo que en la lista había solicitado la dueña de la mansión en donde trabajaba, algunas especies no la había escuchado jamás, debían provenir de diferentes países los cuales ella ni podría pronunciar bien su nombre, estaba ciertamente encantada, salió de la tienda mientras trataba de revisar un poco lo que había en aquella cesta, aprenderse los aromas de cada pedazo de hoja seca y tratar de adivinar para lo que podría llegar a utilizarse. Estuvo a punto de tropezarse con alguien, sus pies se detuvieron justo a tiempo, miro hacia abajo y encontró unos ojos de color celeste mirándola fijamente, Ainhoa parpadeo varias veces antes de darse cuenta de su posible accidente.

Todo era muy sencillo de deducir, el simplemente ver la vestimenta del joven se sabía que debía ser cuidadosa en su trato, se inclino rápidamente, mientras daba tres pasos hacia atrás — Mi señor, No lo vi, mis más sinceras disculpas — se disculpo, mientras sostenía su cesta recelosamente, nada se le debía caer y perder de ese lugar, pues todo era para la señorita Delacroix, si algo faltaba, el castigo podría ser severo, pues a la bruja no le gustaba los errores
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Mensaje por Lucius Simon Bermingham V Jue Sep 18, 2014 6:19 pm

Un golpe de la nada. Estado alerta inmediato, instantáneo, subnormal. Los ojos claros del púber se enfocaron velozmente al sentir el repentino impacto. A pesar de estar permanente a la ofensiva, sentía la amenaza por todas partes, desde el cielo, desde las entrañas de la tierra, de donde fuera. Violentamente se giró esperando lo peor, como un brujo rival que hubiera detectado que el origen de su alma no era el mismo que el de su cuerpo, o una bestia sobrenatural hambrienta de la magia que fluía por sus venas. ¿Por qué tan nefasto? Quien esperaba lo peor de los demás, solía ser también el engendro capaz de las fechorías más crueles. Ese era Lucius. O mejor dicho: aquel era Gambo, el negro.

No hubo nada en el semblante enseñado que indicara ofensa. Sólo hubo rastros de una puesta en guardia, como un insecto sacudido por un cambio en la brisa. Al examinar el cuerpo invasor, Lucius enmarcó sus cejas. Pero qué mujer tan vulgar. No era blanca, pero tampoco negra. Una muestra del hibridismo en todo su esplendor. De inmediato sintió repulsión por esa mezcla. Si ocupar el cuerpo de un niño de nieve ya le provocaba retorcijones en el estómago, el fruto de una pieza de ébano vendida al poderoso era un insulto por donde se le mirase. Arrugó la nariz como si se hubiese colado hollín en sus cavidades. Imposible enfocarse en las correctas ropas de la fémina llevando ese color tostado en la piel.

No importaba de dónde venía. Con Satanás que lo escudaba y el color que la condenaba, se atrevía a devorar cadáveres de lactantes sobre los cuerpos inertes de sus madres. Tomó su bastón, removió la empuñadura y asomó el filo de éste. Certero y frío, tal como si se tratase de una extensión del objeto y no el objeto de su persona, hizo retroceder a la mujer hasta la pared tras ella.

Tienes cinco segundos para pronunciar un nombre que me interese —presionó el filo bajo la yugular para suscitar miedo. En realidad no la mataría, no ahí mismo. Si Lucius quería asesinar, lo hacía sólo mediante la magia. Y procuraba borrar las huellas. Pero decidiría en ese mismo instante si la ofrecería a su amo oscuro— Eso si en algo aprecias tu vida. —que para él valía menos que la de un cerdo enfermo.

De pronto, el tiempo y el espacio se congelaron a la vez. Una pausa a todo. Eso significaba sólo una cosa: Lucifer. El hechicero vio cada clavo y tabla del lugar arder en llamas incandescentes como hierro fundido. Y en el centro de aquella ilusión, la voz profunda y carraspera del ángel caído. A contraluz lo miró, haciendo más agudo el filo de su cuerpo, así como la línea entre la fantasía y la realidad.

No, Lucius. Déjala en paz… por ahora —se oyó dentro de su mente, hipnotizante. Cada vez que el celoso de Dios hablaba, el fuego serpenteaba más fuerte— No todos los sacrificios se liquidan ipso facto. A este becerro se le engorda primero. Recuerda: cada ofrenda que me hagas se te devolverá inmensamente. Pero sólo si lo haces como yo te diga. No coseches un alma hoy si puedes brindarme dos mañana ¿O no percibes ese olor a magia en sus cochinas manos?

El fuego, la ilusión, y el Diablo desaparecieron. Se reanudaron los segundos; resurgieron las intrigas.

Lucius estaba confundido ¿Qué? No podía ser una bruja; lo hubiera detectado. ¿Entonces qué? Con el ceño fruncido, aguardó a que la mestiza hablara. Cómo odiaba tener paciencia, casi tanto como a la misma espera.
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Mensaje por Ainhoa G. Fugger Jue Sep 25, 2014 10:33 am

Que incrédula era al pensar que con su sumisión lograría solucionar todo, había estado segura que sería uno más de aquellos que insultaban todo lo que quisiera pero terminaban yéndose dejándola ilesa. Esperaba solamente humillaciones verbales, en las cuales podría hacerse la sorda, mientras que con una sonrisa hipócrita pedía disculpas las veces que fuera necesario. Pero esta no era una persona normal, aunque solamente era un niño, las mujeres que trabajaban en la tienda, parecieron temblar cuando presenciaron tal acto de imprudencia de Ainhoa, pues ellas sabían que no sería nada bueno. Con tal mirada de furia fulminándola, quiso abrir su boca para seguir el protocolo de disculpas.

Retrocedió, su voz tembló, simplemente balbuceo. El bastón del chico se había convertido en un arma filosa. Ainhoa quiso tratar de calmar sus nervios, pero aquello estaba señalando a su cuello, lo que la hacía tragar saliva y mover su garganta. La pared fue su cárcel, cuando sintió como su cuerpo se presionada, comenzó a temblar. Era un ratón sin salida, que podría ser eliminada en un segundo, pero era un lugar público; pensaba. No sería capaz; trataba de creer. Pero al mirar a sus ojos, veía aquella chispa intensa que parecía advertirle que nada de lo que estaba acostumbrado iba a servir con aquel joven.

— Delacroix… — balbuceo como pudo. — S…soy empleada de la mansión Delacroix — ¿Era capaz de al nombrar a la Srta. Delacroix podría ser salvada de tal enrollo? No lo sabía, pero debía intentarlo, además, el había pedido un nombre y ese era el único con realmente importancia que conocía. Alzo su mano, la cual se veía claramente que temblaban. En ella había un brazalete con dos figuras colgando en ella. Estaba el escudo de la familia tallado en un fino material y luego estaba una estrella de David, moviéndose de un lado a otro.

En el ambiente había un aire pesado, comenzaba a marearse, se sentía feo, era como si una capa fuerte de malos sentimientos la invadieran de repente. Una gran fuerza negativa la hizo sentirse pesada. “No fuera”. Entrecerró sus ojos sintiendo un leve mareo, tal vez era por el mismo nerviosismo que lograba debilitarse — Se lo suplico, perdóneme la vida — susurro. Se sentía débil, pequeña, pesada, no podría describirlo, solamente sabía que no quería sentirse así.

Sus piernas temblaban. Que cruelmente te recordaban lo poco que valías en este mundo, por esa razón deseaba volverse poderosa, no quería sentirse nuevamente pisoteada, su ambición era grande y no importaba lo que costara, pero para poder seguir avanzando en la vida, necesitaba respirar.
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