Victorian Vampires
Aleister Crowley || ID 2WJvCGs


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Aleister Crowley || ID 2WJvCGs
PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



NIGEL QUARTERMANE

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Mensaje por Aleister A. Crowley Mar Ago 26, 2014 8:47 pm


DATOS BÁSICOS

▲NOMBRE DEL PERSONAJE▲
Aleister Atathürk Crowley

▲EDAD▲
27 aparentes. 28 Reales

▲ESPECIE▲
Vampiro

▲FACCIÓN A LA QUE PERTENECE▲
Ninguna

▲TIPO, CLASE SOCIAL O CARGO▲
Clase alta

▲ORIENTACIÓN SEXUAL▲
Bisexual

▲LUGAR DE ORIGEN▲
Schleswig, Alemania

▲HABILIDADES/PODERES▲
Seducción, confusión y bloqueo mental



DESCRIPCIÓN PSICOLÓGICA


“¿Qué sentido tiene ser inhumano cuando tal es mi naturaleza?”


Si en algo puede considerársele creyente de la Gracia Divina, es en que ha dedicado su mísera existencia a todos esos vanos placeres terrenales, a lo material y a todo aquello que le resulte conveniente, porque, ¿quién quiere pasar una corta existencia en represión, una vida bajo la fría máscara de la bondad y santidad? Aleister es un hombre lleno de malas experiencias buscando borrar los abrumadores recuerdos de su pasado con una vida alocada y al mismo tiempo refinada. Busca ser un monstruo, aquel ser que se dedica a jugar con la ingenuidad e ignorancia humana,  a aprovechar al máximo los deseos desesperados de cada persona para salir ventajoso siempre.

El vampiro puede ofrecerte su faceta angelical, dejar de lado aquel duro semblante suyo para conquistarte y conseguir de ti lo que sea que haya llamado su atención. Él puede ser un poeta, un filósofo, crítico, libertino, artista, inclusive un amante si es lo que deseas, pero todo tiene un precio y no es dinero lo que él busca.

Siente una contradictoria fascinación hacia el género humano, una atracción inevitable hacia sus despreciables existencias, aunque tras su conversión su trato con la sociedad se vio considerablemente afectado. Dejó de ser, en un principio, el cazador en el que se convirtió tan pronto cobrara su primera víctima, aquel joven de vista aguda que observaba vehemente cada acto y movimiento de aquellos que le rodearan, preguntándose siempre, filosofando, acerca del porqué la humanidad resultaba tan terrible y burda. Cambió, sí, pero vuelve a ser el mismo una vez regresa al terreno de juego y siempre y cuando le resulte apetecible lidiar una vez más con la ingenuidad de una buena víctima.

Quizá a lo largo del juego, que siempre dependerá del humano, consigas tratar con él por más de una noche, conversar con él largas horas y escuchar de su parte grandísimas mentiras para conquistarte. No tolera tocar temas personales, puede responderlos con tonterías, ignorar las preguntas cambiando de temas, pero la insistencia puede costarte la vida de una manera muy poco placentera. Aleister puede estar riéndose en un momento y fulminarte con la mirada al otro con tan sólo escuchar de ti una pregunta directa o alguna especulación que resulte certera, pues todo lo que se refiere a él no le resulta un tema agradable, nada que merezca la pena sacar a la luz y así arruinar una buena noche.

Fuera de esas ridículas actuaciones, el peliblanco es un hombre solitario, silencioso y sumamente tranquilo. Cuando la sed no lo agobia prefiere pasar la noche entera tumbado en su diván, meditando a veces en nada y a veces en sí mismo. Un ser contradictoriamente rebelde, dispuesto a llevar la contraria y a joder existencias con aquellos que conozca y por los que no sienta ningún deseo de asesinar. Es selectivo con tanto con sus víctimas como con sus lazos afectivos, no basándose en la comodidad, sino hasta en el más insignificante deseo que despierten en él, y no precisamente tienen que resultarle placenteros, pues para el placer posee otras fuentes. Un ejemplo de ello es la relación que posee con su creador; una mezcla de incordio y una necesidad de tenerle siempre cerca, la cual generalmente negará alejándose cuanto le resulte posible; una amistad a base de insultos y piques que quizás oculte algo de aprecio hacia aquel vampiro, a fin de cuentas aquel hombre milenario llegó a barrer las desgracias del alemán con otras mucho peores.



HISTORIA


“‘Mala suerte’ es apenas un eufemismo”


Uno suele iniciar su relato con el clásico dato de nacimiento, omitiendo detalles irrelevantes de la niñez y la crianza, pero el caso de Aleister es distinto, nada en su vida es irrelevante. Absolutamente todo es causa y efecto, incluso desde antes de su nacimiento.

Un amorío pasajero fue lo que unió a Adam Crowley, un joyero reconocido a nivel internacional según su herencia patrilineal y poseedor de diversas empresas complementarias, y Katheryn Svalbard, una joven de exquisita belleza e hija del dueño de una famosa cadena de hoteles en Noruega. Los Svalbard y los Crowley era una familia cuya alianza había sido siempre fuerte a partir de los negocios, pues aunque fuesen ambas de países distintos, eran socios en sus antiguas empresas, complementándose siempre unos a otros, brindándose servicios de los que no podían prescindir y que gracias a ellos poseían gran renombre.

Era Adam, en aquel entonces, un hombre ajeno a los vanos asuntos del amor, entregado enteramente al trabajo que su padre le había heredado, sin embargo la belleza de Katheryn le cautivó. Cuando él era joven los Svalbard no habían concebido aún a la dama y sus asuntos le mantuvieron apartado de Noruega por largos años, prefiriendo enviar a un emisor para que hiciese su parte y no perder el tiempo en viajes. Por supuesto, llegó un momento en el que la presencia de Adam fue requerida en la morada de los Svalbard, precisamente para celebrar el compromiso de la única mujer que habían engendrado. Quizá no le interesaba mucho el hecho de que aquella joven fuese a casarse, pues no la conocía y hacía tiempo que su relación con esa familia se había limitado a los negocios, sin embargo no demoró en aceptar la invitación que esperanzados le hicieron llegar y partió tan pronto le fue posible a Oslo, capital del país nórdico.

La celebración ocurrió durante el invierno, muy cerca de las fiestas decembrinas y los Svalbard tenían la intención de persuadirlo a pasar esas fechas en su compañía, de manera que pudieran ponerse al corriente y que Adam pudiese hablarles sobre la muerte de su padre. Sin embargo no consiguieron que éste dejase a un lado el trabajo y aquellas amistades alemanas con las que solía pasar sus inviernos, a veces de caza o apostando, por lo tanto éste sólo se hospedaría en Oslo un par de noches. Y no fue que cambió de opinión sino hasta la llegada del supuesto evento.

El hombre se dio la suficiente importancia como para llegar justo a la fiesta de compromiso y llegó directamente a hablar con el padre de Katheryn, Atathürk, precisamente para que su presencia en aquel salón fuese aún más evidente, para que todos supieran que el famoso Adam Crowley les acompañaba. Por supuesto, el amable anfitrión, sin pensarlo dos veces, presumió a su amigo con todos los invitados; un sinfín de apretones de mano, palabras cordiales y promesas de futuras reuniones y contratos. Nada interesante, en realidad, pero lo suficiente para inflar el ego de Adam. Sin embargo, la visión de ese hombre alto, sumamente apuesto y seguro de sí, se vio de pronto opacada por la llegada de cierta mujer que cautivó por completo a Adam.

Atathürk juró que había sólo una última persona a la que debía conocer y era, precisamente, la más importante de todas ellas, la mujer por la que se celebraba la fiesta. El anciano llevó a su invitado presurosamente entre la multitud de socios, familiares y amigos, no demorándose mucho en encontrar a una joven muchacha, quizá de diecisiete años, de piel blanca y vistosamente sedosa, tan alta como lo era su padre, pero castaña a diferencia suya, de ojos de una dulce tonalidad ambarina. Los ojos del alemán devoraron impúdicamente ese gentil cuerpo, buscando sus curvas por debajo del fino vestido que ella lucía esa noche, pero nadie más se percató. Atathürk estaba complacido con la interesante conversación que Adam sostuvo con Katheryn de un modo sumamente fluido mientras éste le miraba discreta e impetuosamente. Estaba tan cautivado, enamorado fervientemente de su exquisita belleza que de pronto se planteó la idea de que ella le pertenecía, que la arrebataría de manos de su prometido y sería él quien la desposara.


“El amor nos invade a través de la vista y una vez nos posee se convierte en irremediable locura”


Terminando el evento, en el cual frecuentó tanto como le fue posible a la joven Svalbard, Adam anunció a su apreciado socio que había cambiado de parecer y que el trabajo le permitiría pasar la época decembrina en Oslo, tal se lo habían propuesto desde un principio. Está de más señalar que sus intenciones eran meramente el de conquistar a la joven, hacerla suya para siempre. Crowley sabía que la presencia del prometido de Katheryn no faltaría y era, precisamente, lo que esperaba, pues de otra manera no podría persuadirlo para que se alejara de la castaña, espantarlo o matarlo si era necesario. Además aprovechó para resaltar a los ojos de su viejo amigo lo ventajoso que resultaría reforzar aquella alianza empresarial con la unión de ambas familias de una manera más estrecha, cosa que resultó fascinante para Atathürk y no dudó en tomarlo en cuenta.

Los días en Oslo transcurrían tranquilos hasta que el compromiso rompió de una manera trágica. Una fugaz discusión entre la dama y su prometido, gritos y llanto que ningún testigo pudo perdonar. Adam había sido capaz de convencer al jovencito de abandonar a la joven y mudarse fuera de Noruega, pues sus casi cuarenta años y su cuerpo bien esculpido intimidaban a cualquiera, acompañado además de amenazas y una mirada fulminante y dura, determinada a aliarse con la locura para lograr su cometido. Ella no deseaba perder a su amado, pero él insistió y rompiéndole el corazón se marchó, dejándola a merced de un dolor y desamparo irreversible. Pronto el noble Crowley prestó su apoyo incondicional a la joven, una calidez que resultaba sumamente tentadora y a la cual la joven sucumbió al finalizar el año.

Se casaron en Abril y se mudaron a Schleswig, Alemania, ciudad origen de Adam. Todo mundo parecía complacido con la noticia; finalmente aquella amistad que había durado generaciones se veía consumada en una sola pareja, un matrimonio que se haría cargo de ambas empresas durante los siguientes años. No obstante, la belleza de Katheryn hicieron de Adam un hombre sumamente posesivo y celoso, pronto las grandes celebraciones entre compañías tuvieron que conformarse con la sola presencia del alemán, pues éste no le permitía a su esposa salir de casa y la tenía vigilada a todo momento. La situación, que pronto pareció volverse tensa entre la joven y Crowley, se tranquilizó a causa de que ella estaba ahora encinta, que tenía en su vientre al primer vástago de aquel amado suyo.


“El hombre es tan sólo un intruso no deseado de la creación, un ser destinado a padecer sufrimientos y frustraciones inmerecidos, incomprensibles, y arbitrarios” – George Steiner.


El parto ocurrió en un apacible día de otoño, mientras Katheryn esperaba el regreso de su esposo a Schleswig tras un par de semanas de ausencia. Empezaron las contracciones durante la tarde y para la media noche la mujer había finalmente concebido a dos pequeños, en lugar de uno tal y como había supuesto. Era un varón y una niña, ambos idénticos, con la piel rosácea, típico en un recién nacido, y con sus pequeñas cabecitas apenas mostrando signos de una cabellera blanca como la de su abuelo. La apariencia de ambos bebés poseía más características de la familia Svalbard y sólo el niño poseía los ojos azules de su padre.

Llamó al varón Aleister Atathürk en honor a sus dos abuelos y a la preciosa niña Ginevra por la blancura de su cabello, pues ninguna mujer en su familia lo había heredado, salvo los hombres. La felicidad que la mujer sintió en aquellos momentos le impidió darse cuenta de lo problemático que sería aquel acontecimiento. Ella simplemente esperaba a su esposo que se suponía debía regresar durante la mañana de ese día y compartir con él la dicha de haber engendrado a tan hermoso par.

Adam regresó, según lo previsto, cuando la aurora acariciaba apenas los techos de la magnífica ciudad y la frescura del viento anunciaba un día agradable y pacífico. Pero no lo fue. Aquella mañana de otoño fue, quizás, la peor que Alemania presenciara nunca, el principio de días desdichados y noches suplicantes de muerte. Todo por un crimen que jamás sucedió.

Se recibió al hombre con felicitaciones referentes a la nueva noticia, haciendo que el dichoso castaño se apresurara a atravesar su casa hasta la recámara de su esposa, deseando verla luego de largos días y encontrarla sosteniendo a sus vástagos. Y así la encontró. De pie, llevando en sus brazos a la pequeña mientras que Aleister dormía plácidamente en su cuna. Las cortas hebras blancas ya eran mucho más apreciables en sus cabecitas y en los ojos entreabiertos de Ginevra ya podía apreciarse las tonalidades ámbar. La enorme sonrisa en el rostro de Adam se borró de inmediato y en su lugar apareció una mueca de sorpresa y una ira convertida en locura que amenazaba con tomar completo control de él. Katheryn se apresuró a decirle los nombres con los que los había bautizado en su ausencia, a lo que Aleister respondió con un bufido, comenzando a recorrer la habitación a zancadas, dando círculos sin siquiera dignarse a mirar a su joven esposa.

Atathürk. Atathürk. Ese maldito viejo rabo verde. Incesto. Alzó la vista súbitamente, posando su mirada llena de furia sobre ella. Cerró la puerta de la habitación y se aproximó a la noruega fingiendo que todo estaba en orden. Ella ingenuamente comenzó a hablar del gran parecido que tenía con su familia y cómo los ojos de la niña eran idénticos a los de ella, cuando, una vez más actuando repentinamente, la tomó de la cabellera haciéndola callar a causa de su agarre. La pobre mujer tuvo la oportunidad de dejar a la bebé sobre la cuna y luego llevar sus manos a donde las de él, buscando liberarse. Preguntaba entre sollozos a qué se debía aquella ofensa, qué había hecho para provocar su ira, pero éste se limitó a responder con una bofetada que la mandó al suelo. “¿Crees que no me daría cuenta? ¿Que podrías follarte a tu padre y hacerme creer que esos bastardos son míos?” Cabello blanco, ojos color miel, piel lechosa. Todo dentro de la atormentada mente de Adam tenía sentido y apuntaban a una sola cosa: Aquellos no eran sus hijos, Katheryn Svalbard había sido infiel al acostarse con su propio padre durante las ausencias de Adam.

La joven castaña se vio obligada a vivir en una prolongada desgracia, pues a pesar de que Adam intentó matarla aquella mañana, la obligó a vivir, a que tomara el papel de madre y que cuidara de los bastardos si es que no quería verlos muertos, porque además tenía la intención de restregar aquella infamia ante los Svalbard allá en Noruega. Pero la paciencia de aquel hombre fue escasa y la mujer no se libró de su mano dura.


“Ella era hermosa. Era la mujer más hermosa y gentil que jamás conocí, por eso la mató.”


Pasados seis años, Adam que ya lucía como un hombre rendido a la edad y aquellos vicios, llegó una noche a casa, totalmente ebrio y maldiciendo, como era costumbre. Subió las escaleras hasta la recámara de su esposa con botella en mano y la encontró preparando a sus hijos para dormir. Ellos seguían despiertos, tan enérgicos como cualquier niño que no desea volver a su cama, pero tan silenciosos como su padre lo demandaba. Entró con el rostro rojo de coraje, con amargas lágrimas emanando de sus ojos, y con su aliento apestoso a alcohol. La acorraló justo a un lado de la cama, preguntándole a gritos el por qué lo había traicionado, que si sabía lo mucho que lo había lastimado al destruir esa ilusión de tener herederos. Pero ella sólo lo miraba completamente aterrada, tartamudeando, tratando de defenderse con palabras, buscando la manera de explicarle que esos hijos eran de él, que los ojos de Aleister eran los suyos, que Ginevra se parecía a él, pero el hombre carecía de razón en ese momento. La poseyó ahí mismo, en el suelo y junto en la cama en donde los pequeños permanecían expectantes. Sus manos rodeaban su frágil cuello, ahorcándola hasta que sus brazos dejaron de defenderse, hasta que sus piernas dejaron de sacudirse y su mirada ambarina se volvió vacía. Adam sollozó sobre el cadáver. Ginevra mantenía el rostro oculto en su hermano, quien la abrazaba buscando protegerla y miraba atónito el cuerpo de su madre.

Los rumores corrieron pronto, y aunque Crowley compró a la prensa para que anunciara la muerte de su esposa como causada por una enfermedad y no por homicidio, la servidumbre de aquella casa sabía a la perfección lo que había ocurrido. Aleister sabía perfectamente cómo había sucedido. En consecuencia a tales rumores, los Svalbard recibieron pronto la noticia y la cotilla de la gente valía más que un hombre adinerado. Las relaciones entre ambas empresas se rompieron, ya no hubo ingresos para Crowley de su parte y eso le arrebató gran parte de su ganancia, tal como Atathürk esperaba que ocurriera. El imperio de Adam comenzó a desvanecerse y alguna utilidad debía conseguir de sus hijos que, cuando la necesidad lo abrumó, tenían ambos doce años de edad. Ya no se sentiría tan culpable de usarlos entonces.

Los prostituyó durante seis años. El hombre conocía a un sinfín de personas deseosas de dar rienda suelta a sus más desagradables gustos, los cuales no podían salir a la luz por razones obvias. Adam estaba ahí como esa pequeña puerta hacia la libertad para esas vidas, ese hombre dispuesto a vender a los de su propia sangre a fin de no quedarse en la ruina. La única manera en la que Aleister no reaccionara ante las fatalidades de su padre era siendo extorsionado por él, cediendo a sus mandatos mediante la única manera en la que era posible amenazarlo. Adam le dijo al peliblanco que si en algún momento alguno de los dos causaba problemas, no demoraría en alejarlo de Ginevra, en venderla a los burdeles donde no tuviera protección de nadie. Ella se parecía a su madre, era el único recuerdo que poseía de ella y hasta entonces no había hecho más que protegerla, que consolarla cada vez que un hombre terminaba de utilizarla y volviera a casa con las ganancias de aquella noche. Aleister sabía lo terrible que podía ser Adam cuando se lo proponía, lo desquiciado que podría llegar a ser ante cualquier provocación, de manera que no tuvo opción más que obedecer. Y así Crowley fue recuperando capital, vendiendo a sus hijos y cobrando extra para no exponer tan desagradables secretos a sus respectivas familias o ante la sociedad misma.


“Era idéntica a mi madre. El destino decidió que heredara su belleza para acosar a mi padre en los años siguientes, para recordarle lo que hizo.”


Sin embargo Adam Crowley ya no poseía la misma agilidad mental que antes, ahora era un atormentado que sufría por la muerte de Katheryn, que culpaba a todos menos a sí mismo, aquel hombre sin cordura que aborrecía tanto a la castaña que incluso la apariencia de su propia hija la torturaba, que la amaba de manera tan enfermiza que la veía en el cuerpo de Ginevra. Y entonces la historia se repite: Adam ebrio, Aleister y Ginevra despiertos, aguardando en la sala, sentados frente a la chimenea, esperando a que su padre entrara y conocer su destino aquella noche.

Les era agradable recibir con suma tranquilidad el calor que la chimenea les brindaba, sentirse abrigados por quien no fuese ellos mismos y permanecer sentados el uno cerca del otro en lo que debió haber sido un hogar para ellos. Los ojos de Ginevra fueron cerrándose a medida que Aleister la abrazaba y acariciaba sus cabellos, recordándole lo hermosa que había sido su madre. Las puertas de la estancia se abrieron de par en par tras un ruido sordo detrás de ellas, como algo que se estrellaba para abrirse paso. Entonces apareció Aleister con una botella en mano y deteriorado por el alcohol bebido esa misma noche. Caminó hacia sus hijos, quienes se habían alzado abruptamente tras escuchar el golpe y que ahora lo miraban aterrados, sin saber qué hacer.  

Su rostro estaba enrojecido de la ira, escupía las mismas injurias que antaño mientras lloraba amargamente. Pero ya no estaba Katheryn ahí, no la buscaba a ella, sino a su hija. Fue directo a ella, tambaleándose, chocando con algunos muebles y estrellando la botella en la cabeza de Aleister cuando éste se interpuso en su camino. El peliblanco permaneció tumbado en el suelo, con la cabeza sangrando y los vidrios incrustados en su piel torturándolo. Estaba inmóvil, apenas consciente y sin poder hacer nada más que ver cómo su padre poseía a Ginevra, ahorcándola hasta que dejó de patear y el brillo en sus ojos se perdía. Sintió cómo su respiración se agitaba, cómo su cuerpo trataba de reaccionar, pero su vista comenzó a nublarse y en poco perdió la consciencia.

Aleister despertó luego de un par de horas. El fuego de la chimenea estaba extinto, pero las brasas aún ardían en un intenso rojo, en un mortecino fulgor que le permitió distinguir la mancha carmesí sobre el tapete y saber que aquella humedad que sus manos palpaban era su propia sangre. Alzó la vista tratando de recordar cómo había terminado ahí y encontró a su hermana, tendida sobre la alfombra con sus piernas al descubierto, más sangre sobre sus muslos y sus ojos abiertos e inertes. Se levantó rápidamente y se aproximó a ella, abrazándola, apretándola contra su pecho llorando amargamente. El fulgor se extinguió. Ginevra estaba muerta. Aleister había enloquecido. Ya no había nada que le atara a este mundo y nada que le impidiera asesinar a Adam.


“Padre, hay alguien que desea conocerte. Es la muerte.”


Fue lo que susurró al entrar a la habitación de aquel hombre. Llevaba un candelabro en su mano y una botella de ginebra en la otra. Su padre dormía plácidamente en su cama, como si nada hubiese ocurrido, como si nunca se hubiera casado con Katheryn Svalbard y como si nunca hubiese desatado desgracias sobre su propia sangre. Sus mejillas seguían sonrosadas por la ebriedad y, aunque el alcohol lo mantenía sumido en el sueño, despertó al escuchar la voz adulta de Aleister.  Contempló al muchacho, a lo último de su legado, y le reconoció como hijo, sólo porque la luz del candelabro sólo le permitía ver facciones que sólo pudo haber heredado de él y esos ojos azules y profundos, como los de todo Crowley. No entendió lo que éste le dijo al momento de despertarlo y el peliblanco se percató, pues no había ninguna reacción de sorpresa en Adam.
– Hijo mío. ¬– Susurró.
– Padre.
– Hijo, mi Aleister. – Repitió y alargó en vano sus manos para tocar su rostro, pues Aleister se apartó.
– Padre… Hay alguien que desea conocerte.
– ¿Tan tarde?
– Eso no importa.
– ¿Quién es?
– La muerte.

Era demasiado tarde para todo. La cordura de Adam ya no era bien recibida ahora, aún si la locura le había abandonado por completo. Ya era tarde. Aleister ya había comenzado a derramar el contenido de la botella sobre la cama de Adam, mientras que éste sólo lo miraba confundido, aterrado, preguntando qué era lo que hacía mientras trataba de salirse de la cama. Pero el fuego ya había iniciado. Su hijo ya había soltado el candelabro sobre su lecho y ahora sólo se escuchaban los gritos del alemán. El olor a carne quemada ya comenzaba a esparcirse por toda la habitación, el humo ya se había apoderado de la estancia y el fuego ya consumía el lecho entero.
¿Qué hubiese sido de aquella familia si Adam no hubiera perdido la razón diecinueve años atrás, si no hubiera asistido a la fiesta de compromiso de Katheryn?


“No hubiera existido y el mundo no habría sido tan bello”


Aleister encendió la casa entera y aguardó su muerte junto al cadáver de su hermana, pensando en lo bien que se sentía matar, en que ya no poseía ningún otro motivo para vivir y que morir estaría bien. Sin embargo aquel no era el fin de su existencia. Ya no se escuchaban los gritos de Adam, pero escuchaba algo, muy a pesar de que el humo hubiera invadido sus pulmones, aturdiéndolo sobremanera. Pronto sintió unas manos que lo palpaban, brazos que lo levantaban del suelo y agitación. Movimientos bruscos, el sonido de la estructura crujir contra el fuego. “El amo está muerto” Gritaban a grandes voces. Sí. Adam estaba muerto. Aleister lo había matado. En su delirio, el peliblanco esbozó media sonrisa. Adam muerto.

La luz de la mañana se posó sobre sus párpados, obligándolo a despertar. Habían pasado días después del incendio y el alemán pasó inconsciente todo ese tiempo. Despertó siendo en último del linaje Crowley y el fin de ese imperio. Lo habían trasladado a sus propiedades en Holstein, esperando que, una vez despertara, decidiera hacerse cargo de los negocios de su padre, algo a lo que el peliblanco accedió. Había sobrevivido a la muerte dos veces, ¿qué podía ir mal si decidía tomar la empresa de Adam como medio para vengarse? Oh, sí. Aleister deseaba venganza. Quería destruir la vida de esas personas que osaron tocar a Ginevra y después asesinarlos.

Los siguientes seis años los pasó estudiando, preparándose en todos los sentidos para llevar la empresa de su padre lo mejor que pudiera. Se llevaría a sí mismo a la cima, en donde nadie pudiera cuestionarle, en donde el dinero fuera la respuesta a todo y la alcurnia el modo de llegar a ello. Después de ello se entregó completamente a manos de la sociedad, al libertinaje y al mismo tiempo a los negocios. Un millonario que sólo creía en la religión para conocer el camino hacia la muerte y seguirlo. No deseaba ser más el alma inocente que protegía a su hermana, el ingenuo que no tomaba ventaja de la situación sin importar nada.

Encontró a cada uno de los hombres a los que fueron vendidos él y Ginevra, los engañaba, los hacía quedar a su merced, dependientes de los préstamos del alemán, los hacía creer que les entregaría su cuerpo como antaño para luego asesinarlos tras haber repetido el mismo diálogo con el que asesinó a su padre. Los engatusaba con joyas, presentes ostentosos, haciéndoles olvidar que estaban en banca rota y que Aleister estaría para apoyarlos siempre. Pobres diablos. Los mató a todos. El comercio en Alemania se había convertido en un monopolio, pues Aleister absorbió las empresas de sus víctimas y las hizo crecer. Lo que no sabía era qué sería de ellas una vez él muriera.


“Estaba vivo, pero podía sentir a la muerte invitándome a seguirla, a olvidar que alguna vez tuve vida y que padecí sufrimientos como un hombre cualquiera.”


Mientras meditaba en el futuro de sus recientes adquisiciones decidió viajar a Estocolmo, quizás ahí encontraría a algún familiar, algún tío a quien pudiera entregarle, o quizás simplemente algo que lo mantuviera vivo unos cuantos años, cualquier cosa que mantuviera ocupada su mente por un largo tiempo. Recorrió las calles de la ciudad sueca y entró al primer bar que se le cruzó en el camino, sentándose solitario en la barra, como acostumbraba a hacer durante los primeros días de estancia en el país nórdico, pasando desapercibido hasta que cierto día un incauto se atrevió a corromper su tranquilidad..

Esa noche había decidido dejar de lado el ostentoso nombre Crowley, ser un simple extranjero que iba de paso a Suecia, sin ningún plan en realidad, pero un hombre dentro del bar le reconoció. Un periodista. El hombre, que estaba bebiendo con un par de camaradas, lo vio entrar y le reconoció en seguida, sin tomarse la precaución de darle un momento de respiro. Se levantó enérgico y se dirigió a la barra, en donde el peliblanco ya se había instalado, comenzando a hacer un montón de preguntas tras haberse presentado.


“El hombre no dejaba de hablar. Hacía eso que sólo los periodistas saben hacer: fastidiar a la gente, incomodarlos. Entonces sentí el peso de la responsabilidad caer sobre mí; debía matarlo por el bien de la humanidad.”


Aleister se rio y le pidió cortésmente que hiciera una pausa, que prefería darle la oportunidad de hacer una entrevista en algún lugar un tanto más privado, lejos de las miradas curiosas, que no estaba ahí para llamar la atención. Rentaron una habitación en el segundo piso de aquel establecimiento, algo pequeño y acogedor tan sólo para un par de horas. El hombre accedió de inmediato y le siguió en silencio. Se quitaron el abrigo y lo colgaron en el respaldo de sus respectivas sillas y el periodista tomó asiento primero. Aleister comenzó a responder sus preguntas, una por una y con la serenidad que le caracterizaba, mientras se daba la tarea de encender la chimenea.

Cada cosa que escapaba de sus labios era anotada con rapidez por las habilidosas manos del sueco, y entre más satisfecho quedaba con las respuestas, más quería saber del empresario alemán. Sin embargo la curiosidad del hombre se desvió, llevándolo a indagar acerca del oscuro pasado de Crowley. Era momento de callarlo. Era preciso hacer que el hombre dejara de entrometerse. Miró el fuego de la chimenea y se apartó de ella, dirigiéndose a la mesa y tomando la botella de ginebra que había subido consigo vertió un poco en dos vasos. Le aseguró al periodista que estaba interesado en su amistad, que ahora deseaba conocer más de su nuevo amigo. El hombre se sintió fácilmente en confianza y apuró el vaso a sus labios, bebiendo el contenido de un solo trago a fin de humedecer su garganta. Pero continuó hablando.


“No recuerdo sus nombres. Ninguno de ellos. Su identidad se esfumaba junto con el brillo en sus ojos.”


Se levantó de la mesa y se acercó a él con pasos pausados y elegantes, entonces rodeó el cuello ajeno con sus manos lechosas, privándole del aliento hasta que el hombre dejó de luchar. Pasó tan sólo un minuto cuando el dueño del bar llamó a la puerta, preocupado por el escándalo que se producía en aquella habitación. Aleister se apresuró a abrir y se excusó diciendo que su amigo había bebido en exceso, que sucumbió al alcohol luego de un corto periodo de ebriedad, al tiempo que le dejaba ver al hombre sentado y con la cabeza recostada en la mesa que tenía en frente, así como la botella rota sobre el suelo. Todo estaba en orden. Pidió que le trajeran algo de comer, algún asado para reanimar a su amigo y aminorar los efectos de la ginebra que estaban bebiendo. Pero los muertos no comen.

Esperó sentado frente al cadáver, bebiendo tranquilamente lo que quedaba de licor en su vaso, observando con esos ojos afilados y peligrosos al periodista. Realmente parecía que estaba durmiendo. Qué sencillo es estar muerto. Cuando llegó la comida, aguardó un poco más a que el olor del asado impregnara por completo la habitación, entonces puso el cerrojo a la puerta y echó el cadáver a la chimenea, ignorando cómo se quemaba el cuerpo mientras consumía parte del platillo y bebía del vino que le habían dado como acompañamiento. Al terminar bebió un último vaso del líquido púrpura, mientras observaba los últimos indicios del cuerpo descomponerse en el fuego y, antes de irse, echó a la chimenea la pequeña libreta del periodista.


“Aprendí de Adam lo vigorizante que resulta el acto de matar y de la experiencia lo agotador que resulta no dejar evidencia”


Salió del bar y sus pies le condujeron de vuelta al hotel en donde se hospedaba. Andaba a paso lento, como si fuese el dueño del tiempo y del espacio por el que los suecos transitaban. Aun así nadie volteaba a verlo, nadie se distraía de su caminata para voltear a ver la blanca cabellera del alemán. Aleister era una sombra, un fantasma vagando en Estocolmo. Y los días pasaron con rapidez, noches tranquilas y solitarias, días de cortos paseos por las calles suecas, hasta que recibió una invitación a una fiesta. Sabían que Aleister Crowley estaba ahí, porque se trataba de un evento de alta clase, de gente importante.


“De haber sabido que te conocería en aquella fiesta jamás hubiera ido. Pero aun así me hubieras encontrado, ¿no es así?”


Había estado meditando sobre aquel evento, discutiendo en sus adentros si debía asistir o no. Era cómodo y fácil pasar desapercibido, pero entonces su estancia en Suecia no tenía sentido, tomando en cuenta que buscaba en aquel lugar alguna buena razón para seguir viviendo o, al menos, a quién dejarle su imperio. Iría entonces. Debía hacerlo, sí.

Vistió de gala como la ocasión lo ameritaba y abandonó el hotel al menos una hora más tarde de la que se suponía debía llegar al evento. Un alemán en una fiesta exclusiva para la alcurnia sueca. Aquello debía implicar que era un personaje importante. Qué idea tan absurda. Aunque no considerara aquello posible, se dio la suficiente importancia para llegar tarde e ir directamente hacia los anfitriones, de manera que éstos pudieran presentarlo a otras personas. Las presentaciones y las tentativas a nuevos proyectos no se prolongaran mucho, pues Crowley no era tan aficionado a interactuar con desconocidos y los Salvin debían atender a otros invitados. Debía entonces tomarse un momento y conseguir algo de champán.


“Debo confesar que cuando te conocí sentí un vuelco en el estómago. No sabía que tú lo cambiarías todo, pero mi cuerpo sí. Sabía que a partir de entonces nada sería como antes.”


Volvió a pasar desapercibido. O al menos eso pensaba. Permaneció de pie en ningún punto en específico, bebiendo de su copa en pequeños tragos, observando a cada persona que estaba presente con sus oídos saturados de los siseos de las conversaciones lejanas. Sintió que alguien se aproximaba, no por el sonido de sus pasos, sino porque aquel poseía una presencia distinta a cualquiera de los invitados. Ambos se presentaron y comenzaron a charlar entre ellos. Una conversación sencilla, sin tratar temas personales ni demasiado serios, por lo que Aleister se sintió cómodo en aquella compañía y permaneció con él más tiempo del que deseaba quedarse en la fiesta. Y no se hubiera marchado si el cansancio no lo hubiese abrumado tanto. Se despidió, quedando en él la emoción de conocer a un hombre a quien no deseó asesinar, a un hombre cuya presencia no le provocara repulsión  ni le resultara tediosa.


“Pasé días pensando en que te vería de nuevo, que volverías a mí y que no me dejarías pensar en mi pasado.”


Permaneció en Estocolmo una semana más, ése era su límite. Vagó por las calles como acostumbraba a hacerlo, esperando sólo ser molestado por una sola persona. Sin embargo, fue una mujer quien se le acercó días después. Una joven dulce y amable a quien había conocido también durante el evento. No recordaba su nombre, pero la recibió con una cálida sonrisa. Quería estar sólo y ella sólo hacía preguntas. Se esforzó, durante el paseo, en encontrar en ella algún detalle de su madre o Ginevra para no tener que matarla, pero entonces la dama comenzó a preguntar por su origen. Cosa común en alguien que desea una amistad, pero Aleister no quería nada de eso.  La invitó a acompañarlo a su habitación de hotel a fin de que pudiera responder sus dulces preguntas de manera más personal y sin interrupciones, a lo cual ella ingenuamente aceptó. Ahí la mató.


“La ahorqué. No quise cortar su fina piel, porque entonces se volvería pálida y su fino vestido se teñiría de rojo. No. Yo disfruté verla muerta. Se veía tranquila, como si estuviera dormida, como si nada más importara. ¡Qué sencillo es estar muerto!”


Aquella noche no se quedó en el hotel. La emoción de su reciente víctima aún continuaba controlando su cuerpo, de manera que no se sentía cansado. Entonces salió. Quería quemar esa energía, meditar en lo fácil que era morir y llevarse contigo sus más profundos pesares.


“Estaba extasiado. Intranquilo. De pronto la muerte me pareció una idea atractiva y mi siguiente paso. No prolongaría más mi vida habiéndome decidido a terminar con ella.”


Sus pies lo condujeron a una iglesia, sus ojos estaban fijos en una alta torre a la que subió tras haberse adentrado al edificio. Se detuvo entre una caída de muchos metros y el campanario a sus espaldas.


“El viento soplaba dulcemente, invitándome a saltar, a seguirlo a donde quiera que fuere. Pero entonces te escuché llegar. ¿Qué hacías ahí? ¿Por qué llegaste tan tarde?”


Giró sobre sus talones al percatarse de que ahí estaba el hombre a quien había estado esperando por largos días. Esbozó una media sonrisa para él y se dejó caer. La distancia no lo mató, sin embargo fracturó varias costillas, las cuales perforaron sus pulmones, la cadera se partió en dos y ya no pudo moverse.

“Sentía el sabor de la sangre en mi boca. Mi propia sangre. La escupía mientras me preguntaba por qué aún seguía con vida. Debía morir, eso era lo que me correspondía a mí, ¿no es así? Era la tercera vez que me encontraba frente a la muerte y escapé de ella. Y entonces te odié. Te odié porque me arrebataste aquello que sería el único consuelo que poseía, la única manera en la que yo finalmente sería libre de todo y al mismo tiempo condenado por los pecados de mi padre y por los míos. Porque yo soy él, aunque él nunca fue yo. Un hombre en busca de una justicia que no existe. De haber sabido que cambiarías mis planes, que me llevarías a París después de salvarme la vida,  esa noche hubiera metido el cañón de la pistola a mi boca y hubiera apretado el gatillo por última vez, no me habría arriesgado a la supervivencia. Sin embargo el pasado y el dolor ya no me acosan como solían hacerlo. Me has hecho un muerto viviente, un hombre nuevo y ajeno a la vida humana y mortal. Soy otro Aleister. Soy un vampiro.”



DATOS EXTRA

∆ Repite una y otra vez su propia historia en su mente, como si la estuviera relatando a su creador, aunque jamás se la contará en persona.
∆ Le gustan los gatos, pero no tiene la paciencia para tener uno.
∆ Tiene una cicatriz en la mano derecha y otra en la espalda, resultado del incendio en el que asesinó a su padre. Usa guantes de cuero para ocultar las marcas en su mano.
∆ Quiere a su creador, pero jamás lo va a admitir en voz alta.







Última edición por Aleister A. Crowley el Lun Sep 08, 2014 11:49 pm, editado 1 vez


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Mensaje por Tarik Pattakie Miér Ago 27, 2014 2:31 am

FICHA EN PROCESO

POSTEA A CONTINUACIÓN CUANDO TERMINES TU FICHA PARA QUE UN MIEMBRO DEL STAFF
PASE A REVISARLA Y TE DE COLOR Y RANGO SI TODO ESTÁ EN ORDEN. GRACIAS.


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Mensaje por Aleister A. Crowley Lun Sep 08, 2014 11:52 pm

Ficha terminada
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Mensaje por Doreen Jussieu Mar Sep 09, 2014 8:14 pm

FICHA APROBADA
BIENVENIDO A VICTORIAN VAMPIRES

TE INVITO A LEER LAS NORMAS QUE TENEMOS EN EL FORO PARA QUE ESTÉS BIEN ENTERADA DE CÓMO SE MANEJA TODO Y ASÍ EVITARTE FUTUROS MAL ENTENDIDOS, Y SI TIENES ALGUNA DUDA O ACLARACIÓN SOBRE CUALQUIER COSA, NO DUDES EN PREGUNTARME A MÍ O A OTRO ADMINISTRADOR, ESTAMOS PARA AYUDARTE.

QUE TE DIVIERTAS.


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