"¡Diabluras y maleficios! ¡Quemadla en la hoguera!"
Toda su vida se tranza en esa línea de espectro. Había así nacido, incluso, de una madre que en ofrenda paría la cría de Satanás cuando se ofreció en un aquelarre. Al menos, eso es lo que decía la gente de Selfoss, en el minúsculo pueblo donde ella nació. Más infame fue la vida de su madre a quien detuvieron cuando cargaba a su bebé de apenas unos meses. A la joven bruja la colocaron en la fría silla de hierro y la hundió una y mil veces en el lago para comprobar ante los pueblerinos que era una bruja. Entre risas escandalosas confesó ser una concubina del diablo y de este modo al día siguiente la quemaron en la plazoleta como un festín morboso para los ojos de los más creyentes. En cuanto a la recién nacida, ¿Qué culpa tenía? Por su bien, la dejaron en un internado femenino. Una pequeña y nefasta escuelita de niñas donde, y justamente, la directora de dicho lugar era la líder del aquelarre.
Fue creciendo entre burlas y maltratos, las otras niñas la odiaban por ser tan rara y porque su madre era una blasfema. La rodeaban y la arañaban, empujaban y hasta arrancaban sus cabellos para hacerla sentir mal. Pero su calvario no terminaba allí, pues al ser ofrecida en sacrificio para el culto de brujas prefirieron mejor mantenerla viva pero usaban su persona para invocar demonios y espíritus en su infante cuerpo. Fue en un ritual oscuro en que algo salió mal, tal vez algo en la lectura del maleficio que fue errado o quizá cual fue el grave traspié cometido que el poder del demonio invocado se burló de las brujas cuando se compadeció de la pequeña niña y le dio la oportunidad de vengarse de ellas al entregarle el poder a ella y no al aquelarre. Se alzó, en las llamas oscuras del maleficio, y castigó vilmente a aquellas malignas brujas en una sangrienta venganza. De esta manera al fin pudo librarse de ellas y salir de ese horrible internado. Aria abandonó el pueblo donde nació, no así los lindes de Selfoss en donde vivió como un ser de la naturaleza.
La neblina era densa, tan gris y melancólica cuando un barco de bárbaros arribó en Selfoss. Aquellos hombres saquearon, mataron y destruyeron todas las granjas y poco tardaron en dar con el escondite de Aria en el bosque. A ella la tomaron prisionera con cuantos otros y la volvieron esclava de la tripulación. Nada más asqueroso y humillante que servir a una tropa de bárbaros. Suerte tuvo de que habían mujeres en edad tentadora y de curvilíneas fisionomías, que comparadas con ella, flaquísima, destartalada y siendo “la fea” sólo la usaban como esclava y blanco de burlas en comparación a las otras a quienes mancillaban sus cuerpos. Pero Aria no agradecía nada, no tenía por qué hacerlo. Las cadenas con grilletes marcaban ardientemente sus muñecas y tobillos, los golpes, llagas y hematomas en su cuerpo y rostro hablaban tanto como el odio que se reflejaba en sus ojos. El rencor hacia los hombres era mucho mayor que los montes más altos de Selfoss. Cuando la flaquísima animaleja que tenían por sirvienta ya no pudo pararse más de tanto cargar, limpiar y servir, la arrojaron en el primer puerto que hallaron y la dejaron a su suerte con apenas unos débiles signos vitales. Fue un puerto de Estocolmo. Su vista era nublosa debajo del sol en aquel puerto, pero pudo divisar como muchos pasaban por al lado de ella y la miraban con asco para luego pasar por alto su existencia. Lo último que vio fue a un joven chico un poco mayor que ella hablarle en su idioma pero Aria no entendía ninguna palabra de esa extraña lengua. El chico la llevó hacia los ríos de la zona más rural, allí la sumergió para limpiarla y simbólicamente le daba un nuevo nacimiento. Aria emergió del agua con las energías renovadas, tan blanca y pura, tan renovada que levitó sobre el río dejando que las gotas de aguas cayeran sobre el mismo río que le volvió a dar la vida. El chico la bautizó como la niña del río, curiosamente no se aterró de ver lo que sus ojos fueron testigos. Por un tiempo halló protección en ese chico quien a escondidas la alimentaba y daba abrigo, al parecer vivía en un hogar donde era adoptado o algo por el estilo. Aria podría haberse quedado en el bosque cerca del río que le dio la vida pero los tiempos en Estocolmo no mostraban buenos pronósticos y, por lo demás, ella no podría estar en un lugar por mucho tiempo. Se embarcó en un barco decente que pudo costear con unas pocas monedas de oro que robó. Viajó de puerto en puerto por mucho tiempo. Donde llegaba se encargaba de buscar brujas y brujos que le enseñaran sus secretos, cuando los conseguía ella emprendía nuevamente el viaje pues necesitaba siempre más. Además, la inquisición ya sabía de su nombre, no podía estar mucho en tierras fijas.
Con la ambición de encontrar una cofradía mágica, un círculo de hechicería, llegó hasta Francia de donde había escuchado ciertos rumores que captaron su atención. Como era de esperar, Aria se quedaría en los bosques de París evitando la sociedad.
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