Lo que sea por unos francos. // Deverick

Lleva semanas buscando un empleo que dure más de una noche, sin importar el tipo de labor que se le exija, ni el horario, ni quién le contrate, pero no hay manera. Los días pasan muy despacio cuando se tiene dinero para comer y están a punto de echar a tu madre de su casa, junto contigo, aunque eso sea menos relevante. La desesperación consume a Jason y eso hace que sus personalidades afloren con mayor facilidad, en especial Dresner, que parece alimentarse de cada sentimiento negativo que aflora en la mente del muchacho.

Aquel día, como lleva haciendo todos los anteriores, sale a patrullar la ciudad, no en búsqueda de delincuentes, sino de empleo. Llama a cada puerta, sin importar que sea domicilio, tienda o empresa, a sabiendas que en cualquier lugar puede haber un puesto vacante, o ninguno. Va recorriendo las calles y marcando el recorrido en un mapa, asegurándose así de no saltarse ni una sola posibilidad. Hoy toca alejarse un poco y en su camino, se cruza con el circo. Ni se le ha pasado por la cabeza la posibilidad de visitarlo, no sin dinero, claro está. Recuerda haber asistido a una función cuando era un niño, cuando aún vivía su padre, pero de aquello hace demasiado tiempo y el rememorarlo le resulta doloroso, así que aparta la idea con una sacudida de cabeza y se planta frente a la puerta, observando el enorme cartel pintado a mano con el dibujo de un tigre de fauces abiertas en primer plano y a su alrededor un mono con sombrero, unos trapecistas y unas chicas subidas de puntillas sobre los lomos de unos caballos. Le asombra las cosas que se pueden encontrar en un lugar como ese y sonríe, soñando por unos segundos con los párpados abiertos. Todo su cerebro se detiene en la imaginación cuando por el rabillo del ojo ve una nota pegada en la parte inferior del letrero, en el que se indica que se busca alguien para llevar las cuentas. No medita la idea, simplemente arranca el trozo de papel de ahí, inconscientemente para que nadie más lo lea, y se encamina al interior del lugar.

El olor resulta algo violento al principio, pero no le cuesta demasiado acostumbrarse a él, viviendo donde vive en las condiciones en las que lo hace. Allí también huele mal, aunque de distinta manera, es más a podredumbre, hongos y muerte, aquí huele a estiércol, alcohol y tierra mojada. Se encuentra con un hombre corpulento con una larga barba y le pregunta dónde puede localizar al dueño de ese sitio, siguiendo a continuación el dedo que señala en diagonal hacia la derecha. Pasa varias carpas con las puertas de tela cerradas y debe contener su curiosidad de saber qué esconden dentro. Finalmente llega a una que parece algo más suntuosa, si es que se puede decir esa palabra, y se detiene delante. Mira a ambos lados, sin motivo alguno, y carraspea ruidosamente, pues no hay puerta a la que llamar para luego hablar casi a voz en grito.

-¿Disculpe? Vengo por lo del trabajo...

En cuanto le indican que pase al interior, lo hace sin demora. Observa con disimulo la no decoración de la carpa y al hombre que tiene delante, demasiado joven para ser el propietario de un circo, según su propia opinión. El lugar se ve completamente desordenado y aunque no huele tan mal como en el exterior, sigue sin ser un aroma agradable para el olfato de ningún ser humano. Ve que le ofrece una silla y la toma, agradecido, tras llevar andando a saber cuántas horas desde que despertase.

-Muchas gracias, disculpe la intrusión...

Si algo se aprende cuando no se tiene nada, es a ser humilde, y educado, porque con buenas palabras, se pueden conseguir muchas cosas. Al menos ese es su punto de vista, y por lo que sabe de él, también el de Ethan. Reacciona de manera exagerada al escuchar que ha sido el único en ofertarse al puesto, pero lo disimula con rapidez, pellizcándose en la pierna con una mano.

-Vaya, ¿en serio...?

Dice intentando ocultar una mueca de dolor por su propia acción. Sus ojos se mueven solos, buscando algo con lo que distraerse, intentando no pensar en el daño, ni en nada negativo, hasta que escucha las preguntas y se obliga a sí mismo a prestar atención. Abre la boca para responder a la primera, pero ve que el contrario la enlaza con la otra y vuelve a pegar los labios, hasta que el otro se calla y se crea un incómodo silencio de varios segundos. Se percata entonces de que espera que ahora si conteste y lo hace, incorporándose un poco en la silla, ya que se ha ido resbalando ligeramente.

-Perdón, sí, Jason, 23 años y... no. Bueno, depende de lo que se refiera a experiencia en esto. ¿A trabajar en un circo? En eso ninguna, en hacer cuentas sí, he tenido trabajos temporales en algunos establecimientos llevando los números. También sé escribir y leer, aunque bueno, eso viene en el lote de las sumas y restas, etc, ¿no?

Ríe nerviosamente, notando que habla más de la cuenta, pero no puede evitarlo, quiere mantener a su yo presente consciente y no dejar que asome Dresner, no sería nada bueno en su posible primer día de trabajo, no, no...

Aunque las palabras del dueño parecen querer tranquilizarle, y no sólo por la primera palabra que usa, no tienen demasiado efecto en Jason. Nota las palmas de las manos sudorosas, a pesar de intentar secárselas continuamente en el pantalón y los dedos repiquetean sobre sus rodillas de manera silenciosa al topar con la tela que lo separa de su huesuda articulación.

Sus ojos siguen al contrario cuando éste se levanta y empieza a remover papeles de un lado a otro, sin saber exactamente qué es lo que está buscando, o tal vez no busque nada y sólo quiera agitar hojas como si se hubiese vuelto loco. Dada su situación, no le resultaría de extrañar que ese sea el caso, a fin de cuentas, como loco, él es un excelente ejemplo.

Finalmente comprende lo que anda haciendo y se impulsa con un pie para incorporarse, despegando su trasero de la silla y así alcanzar el papel que le tiende. Se lo mira con detenimiento, procurando prestar atención no sólo a los números que lee, sino a lo que le dice su -con suerte- futuro jefe. Hay muchos cálculos, algunos menores, otros de ellos desorbitados. Con una centésima parte del total de esa cantidad, él podría vivir un año entero con su madre en su derruida casa. ¡Menuda locura de gastos!

Carraspea con una mano frente a la boca y alza la mirada hacia el hombre.

-¿Tiene un carboncillo para hacer unas notas?

Necesita repasar eso concienzudamente para no cometer errores, algunos gastos están desglosados y si no lo tiene en cuenta, puede desechar posibilidades más lógicas por ir deprisa.

-La mayoría de cosas son esenciales, pero algunas...

Extiende el brazo y abre los dedos de la mano a la espera del utensilio para hacer cálculos, sumido ya en cuentas mentales y sin mirar más al circense.

Una vez entregada la hoja con los cálculos y anotaciones que considera útiles, se mantiene tenso durante unos segundos que le parecen horas, mientras el dueño del circo lee con atención. Se arremanga las perneras de su pantalón con los dedos de manera nerviosa hasta que prácticamente le alcanzan las rodillas, momento en que el contrario se dirige a él y suelta la tela, junto con un exagerado suspiro, que suena al unísono con del otro hombre. Le ve levantarse y hace lo mismo de manera automática, sin tener muy claro si es lo lógico o no. Mira la mano y la estrecha, tal vez demasiado fuerte, pero seguro que con exceso de sudor. Ríe con cierto tono estúpido y aliviado.

-No esperaba que esto terminara así... tan rápido y con un trabajo.

Comenta de manera distraída, más hablando para él mismo en voz alta que con el otro, mientras se rasca la nuca y alborota su cabello en esa zona. Alza la mirada cuando se percata que le ha hecho una pregunta a la que aún no ha respondido y asiente rápidamente.

-Sí, claro, no bebo nunca, pero si usted quiere...

Nunca en su vida había probado el whisky, las bebidas alcohólicas son un lujo que no se pueden permitir. El único en su familia que lo había tomado, era su ahora difunto "padrastro" y el asco que le produce pensar en él, es desmesurado. Hace una mueca, no por la copa, sino por el repentino recuerdo. Se lleva el vaso a los labios y le da un gran trago sin meditarlo, haciendo desaparecer casi la mitad del líquido gaznate abajo. Su nuez se desliza hacia arriba y hacia abajo de manera lenta y pegajosa, notando un fuerte ardor que le quema el esófago y termina por toser con los ojos enrojecidos y brillantes por las lágrimas que retiene. Eso sabe a rayos.

Por un breve instante, cuando el fuego de la bebida le abrasa la garganta, Dresner asoma la cabeza y transforma la mueca de desagrado en una pérfida sonrisa ladeada. Es a penas un segundo, y con suerte su nuevo jefe no se habrá ni percatado, pero aún así, Jason empieza a ser consciente de sus idas y venidas, de las micras de segundo en que alguna de sus otras personalidades toman posesión de su cuerpo y lo usan a su gusto, sin que él pueda recordar luego lo sucedido, excepto que no era él mismo.

Cuando le ofrece un poco de agua, agradecido toma el vaso y le da un buen trago, negando con la mano libre ante la sugerencia de seguir tomando de esa bebida del infierno que, por lo que sabe ahora, puede resultar un terrible desencadenante para todo el mundo en el circo. Se seca unas perlas de sudor de la frente con la manga de la camisa y suspira al bajar la copa.

-Me quedo con el agua, gracias...

Intenta forzar una sonrisa que espera parezca natural y asiente ante la pregunta que le es formulada. ¡Ver el circo por dentro, el sueño de todo niño! Sí, puede tener veintitrés años, pero sigue siendo un crío por dentro y las cosas le ilusionan como si fuera la primera vez. Desea olvidarse por un rato de sus problemas y sumirse en el mundo circense, le parece una idea espléndida.

-¡Por favor, lo estoy deseando!

Dice sin contener su entusiasmo y deja las dos copas sobre la mesa, apiladas, tal y como las ha tenido desde que cogiera el segundo recipiente. Coloca la silla más cercana a la mesa, como si le pareciera el lugar más lógico para que no moleste y mira luego al contrario a los ojos.

-Cuando quiera... jefe.

Ríe ante la idea de llamar a alguien así. Es consciente de que le ha dicho que nada de formalidades y que no le llame por el apellido, pero poder decir esa palabra, implica que tiene un empleo, que conseguirá dinero y que podrá mantener a su madre y su vieja y ruinosa casa. ¡Se encuentra pletórico!

Cada vez que las emociones estallan en el interior de Jason, hay un peligro inminente de aparición no deseada. Sin embargo, al mismo tiempo y sin saber el motivo, no es una ciencia exacta el que asome Ethan o lo haga Dresner, tampoco es cien por cien seguro que lo haga si quiera alguno de los dos. Es por eso que el temor del joven está presente continuamente. Un sobresalto, una sonrisa, una lágrima o un golpe, pueden alterar su personalidad o pueden dejarla impasible. ¿Comprenderá algún día el por qué de todo eso? Espera sinceramente que sí... con todo su corazón y el pesar más grande.

Ahora, sin embargo, está tan ilusionado ante la idea de ver el circo desde sus entrañas, lo que nunca ningún espectador puede ver, que se olvida momentáneamente de sus problemas, aunque no deba.

Sigue a su jefe por allá donde va, admirando todos y cada uno de los detalles, por tontos que puedan parecer. La paja que cubre el suelo por donde pisan; los antiguos carteles anunciando el circo que se enroscan unos sobre otros, recostados sobre una de las carpas; el pequeño banderín colorado que culmina el toldo en el punto más alto de la pista central... Puede que el señor Coupemachè no vea la magia que el encuentra en todo eso por llevar ya un tiempo trabajando en el lugar, tal vez incluso se haya criado allí toda su vida, pero a Jason le sobrecoge la idea de lo que está a punto de experimentar y una enorme sonrisa permanece impresa en su rostro.

Al entrar en la zona donde se encuentran los animales, su primer instinto es, como no, meter la mano en la jaula más peligrosa de todas, pero por suerte, el aviso llega a tiempo y se detiene, apoyando la mano zurda sobre la diestra para hacerla bajar con poco disimulo.

-Anotado, nada de tocar ni alimentar a las fieras...

La pregunta le suena a oferta irrechazable y obviamente la acepta, asintiendo con ímpetu. Ahora mismo, como si le quiere enseñar las letrinas. Todo en el circo es estupendo, y nada ni nadie le hará cambiar de opinión. ¿O tal vez sí?

Asiente a todo lo que le comenta su jefe, aunque no entiende la gracia sobre la edad, tiene 23 años, tampoco es un crío... y recuerda haber oído rumores sobre niños circenses, aunque a decir verdad, no había ninguno pintado en el cartel, ni lo recuerda de cuando lo visitara la única vez en su infancia. Sea como sea, está a punto de averiguar si el circo es un lugar para niños o para adultos. Y, siendo sinceros, poco le importa una cosa u otra mientras él pueda estar ahí.

Salen de la carpa grande y se aproximan a otra más pequeña que tiene como puerta dos solapas de tela caídas con cuerda trenzada al filo de cada una, seguramente para atarlas entre sí al cerrar, pero que ahora permanecen desunidas. Primero entra el señor Coupemachè y él le sigue un par de pasos por detrás, quedándose con la boca desencajada al ver a todas esas personas atareadas en sus quehaceres. Al menos hasta que los ven a ellos y se detienen. Jason se gira, esperando ver detrás de él a un monstruo con tres cabezas, ocho patas y un ojo, pero no hay nada ni nadie. ¿Le miran a él? Con disimulo se toca la cabeza, por si le ha cambiado algo mientras no se daba cuenta, pero no hay nada fuera de lugar.

Para cuando quiere hablar y preguntar si sucede algo, escucha al dueño del circo alzar la voz con autoridad y se pone recto como un palo, dando un paso hacia atrás, pues a punto ha estado de acercarse a susurrarle al oído momentos antes. Se siente algo rígido, pero al ver que los malabaristas, trapecistas y demás istas vuelven a lo suyo, suspira con alivio y se encuentra con la mirada de su jefe que pronto le indica que le siga para sentarse con él. Lo hace y se encoge de hombros ante su pregunta, pues no tiene una respuesta mágica, sino una de lo más obvio y desesperada.

-Necesito el dinero y nadie más me ha querido contratar. Los pocos empleos que he tenido, no han durado más de tres días y así no puedo mantener a mi madre ni la casa.

No pretende darle pena, ni mucho menos, simplemente es sincero. Puede tener muchas flaquezas, pero intenta decir siempre la verdad. Menos cuando le preguntan por ellos... porque entonces, no hay verdad que valga, ya que no sabe lo que pasa cuando Ethan o Dresner se apoderan de su cuerpo.