AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Achéron van Asch (En proceso)
3 participantes
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Achéron van Asch (En proceso)
• Nombre: | Achéron | • Apellido: | van Asch |
• Edad aparente: | 18 | • Edad real: | 53 |
• Especie: | Vampiro | • Clase: | Clase alta |
• Sexualidad: | Indefinido | ||
• Origen: | Champaña, Francia | Asch, Países Bajos | ||
• Poderes: | Hemokinesis, Telepatía, Persuasión |
PSICOLOGÍA
Nuestra existencia es un capricho de la naturaleza. No hay destino, es la suerte y la voluntad del fuerte lo que dictamina el curso de la historia. Y así, ¿cómo alguien podría tomar con seriedad la propia vida? Tan sólo es el producto del azar, frágil pieza con la que los poderosos tenemos el privilegio y casi el deber de jugar. Si ya al ser humano que me precedió le fue mostrada su superioridad sobre el populacho por derecho de nacimiento, ¿cómo no voy yo a considerarme superior a la clase de éste, ahora que soy mejor que cualquier mortal en casi cualquier aspecto?
Mas en los de mi especie habita un problema y es lo que muchos consideran como la definición de la existencia: lucha. En efecto, muchas veces necesitamos el conflicto para sentirnos vivos y los vampiros tenemos el problema de ser demasiado... capacitados. Somos conscientes de que algunos de nosotros somos con un simple pensamiento capaces de infligir un daño visceral; de que con una leve sonrisa, cualquiera de nuestras peticiones será concedida; de que la muerte es nuestra madre y que, por lo tanto, es difícil tornarla en nuestra contra. Algunos menesteres nos resultan demasiado sencillos y, por lo tanto, podemos vernos cargados de tedio surgido del aburrimiento. Todo puede acabar revelándose como banal, haciendo que nada tenga real importancia y que al final busquemos solucionar la vacuidad con cualquier entretenimiento, por muy fútil o incluso cruel que pueda parecer para otros.
Ello relaciono con mis gustos, que, si bien en general son mutables, sí que muestran aspectos perdurables. La música posiblemente sea mi debilidad, o quizás la demostración de una mente despierta, o más despierta que la mayoría del inculto populacho al menos. Disfruto de aquellos hombres y mujeres virtuosos, aunque en ningún momento pudiera llegar a considerarlos mis iguales. Por otro lado, mis conocimientos son relativamente extensos, quizás no tanto como los de un longevo vampiro, pero sí lo suficiente como para corresponder a mi educación como parte de la nobleza. Al humano que me precedió se le enseñó a hablar latín y alemán, amén del francés materno. Pero si de defectos debiéramos hablar, tan sólo mencionaré mi orgullo, quizás algo desmedido.
Por último, una pequeña revisión de mis creencias. Si bien al mortal le hubieran enseñado a respetar a Dios y, en cierta medida, a seguir sus preceptos, yo, como morador de la noche, rehuyo de su luz y, por lo tanto, su ley no tiene alcance para llegar a mí. Si existe o no, no es de mi incumbencia. Y, a partir de ello, que cualquiera saque la conclusión que considere necesaria para averiguar mi moral.
Mas en los de mi especie habita un problema y es lo que muchos consideran como la definición de la existencia: lucha. En efecto, muchas veces necesitamos el conflicto para sentirnos vivos y los vampiros tenemos el problema de ser demasiado... capacitados. Somos conscientes de que algunos de nosotros somos con un simple pensamiento capaces de infligir un daño visceral; de que con una leve sonrisa, cualquiera de nuestras peticiones será concedida; de que la muerte es nuestra madre y que, por lo tanto, es difícil tornarla en nuestra contra. Algunos menesteres nos resultan demasiado sencillos y, por lo tanto, podemos vernos cargados de tedio surgido del aburrimiento. Todo puede acabar revelándose como banal, haciendo que nada tenga real importancia y que al final busquemos solucionar la vacuidad con cualquier entretenimiento, por muy fútil o incluso cruel que pueda parecer para otros.
Ello relaciono con mis gustos, que, si bien en general son mutables, sí que muestran aspectos perdurables. La música posiblemente sea mi debilidad, o quizás la demostración de una mente despierta, o más despierta que la mayoría del inculto populacho al menos. Disfruto de aquellos hombres y mujeres virtuosos, aunque en ningún momento pudiera llegar a considerarlos mis iguales. Por otro lado, mis conocimientos son relativamente extensos, quizás no tanto como los de un longevo vampiro, pero sí lo suficiente como para corresponder a mi educación como parte de la nobleza. Al humano que me precedió se le enseñó a hablar latín y alemán, amén del francés materno. Pero si de defectos debiéramos hablar, tan sólo mencionaré mi orgullo, quizás algo desmedido.
Por último, una pequeña revisión de mis creencias. Si bien al mortal le hubieran enseñado a respetar a Dios y, en cierta medida, a seguir sus preceptos, yo, como morador de la noche, rehuyo de su luz y, por lo tanto, su ley no tiene alcance para llegar a mí. Si existe o no, no es de mi incumbencia. Y, a partir de ello, que cualquiera saque la conclusión que considere necesaria para averiguar mi moral.
HISTORIA
Me llaman Achéron van Asch. Por supuesto, éste no es el nombre que mis padres me designaron, pero, dado que considero al retoño del vientre materno hace tiempo muerto, no tiene sentido seguir respondiendo a tal apelativo. Mi verdadero nacimiento, el que siento que realmente lo fuera, sucedió unos años después del primero.
No expondré mucho de mi vida mortal, dado que son sucesos sin real importancia. Con revelar que fui dado a luz en el seno de una familia noble de Champaña debiera de ser suficiente para el lector. No presto atención a los recuerdos de aquella época, procuro desterrar buena parte de ellos de mi memoria por considerarlos ajenos. Dicha fugaz existencia vio su fin en una noche de primavera, cuando el muchacho que era hacía noche junto a su pequeño séquito en la pequeña villa de Asch, en los Países Bajos. El objetivo del viaje que estaban realizando era el conocer a su futura prometida, dama que jamás vería a su futuro señor. El joven se separó de los soldados en algún momento, ya que de vez en cuando se agobiaba por la constante compañía y necesitaba unos instantes a solas. Fue entonces cuando un hombre de cabello claro, mirada afilada y figura raquítica se cruzó en su camino, portando una sonrisa que logró que el francés desenvainara la espada. Su pretensión de defensa fue en vano: antes de que pudiera hacer una floritura, el arma se precipitó al suelo y su cuerpo a los brazos de aquel extraño individuo. En lo que consideró un tiempo imposible, se encontraron al otro extremo del pueblo, dentro de un viejo edificio que, a juzgar por su mal estado, debía de no estar habitado. El noble intentó escapar, pero su rival le venció sin miramientos y le obligó a sentarse en una silla, frente a la mesa en la que se erguía la única vela encendida en la sala. Allí le explicó sin miramientos ni reparos la situación. Ante la incredulidad del forzadamente invitado, le explicó que era un vampiro y que aquella noche había decidido probar de qué estaba hecha la aristocracia. Le retó a un duelo, el cual ganaría el primero que hiciese sangrar tres veces al contrario, prueba que no tenía permitida rechazar. Si ganaba el secuestrado, le dejaría marchar, pero en el caso de que perdiese moriría. Sin mayor preámbulo, asió una de los dos estoques que estaban apoyadas contra la mesa y se puso en pie. El combate fue una burla, ya que el joven, diestro guerrero, no pudo siquiera hacer sufrir al vampiro, el cual en un principio actuaba de manera defensiva. Pero, al cabo de media hora de intensas intentonas, el rubio hizo dos suaves movimientos que le cortaron ambas muñecas. Después, tiró su hoja al suelo y esperó a que le atacasen. No le fue difícil colocarse a la espalda del muchacho, agarrando su cabeza e hincando los dientes en su yugular. Así le hizo sangrar por tercera vez y así drenó hasta la última gota de sangre de su cuerpo. No tardó en morir.
De aquel instante surgió un nuevo ser, nacido de las entrañas de la muerte, con aguda astucia para sobresalir sobre los mortales y férreas mandíbulas para desgarrar su carne: yo. Pero, como feto recién venido al mundo, grité por los brazos de mi madre. Y, al no recibir su calor, me aferré a lo único que me servía de consuelo: mis recuerdos. Me negué a aceptar que entonces era un hijo de la noche y por mucho que mi nuevo padre quisiera hacerme entrar en razón, no hubo manera de sosegarme. Me precipité a la calle, evitando el amarre de mi captor, pues, aún débil, mis músculos eran más recios que siendo humano, y allí me topé con los camaradas del hombre que había sido. Me habían estado buscando y no tardaron en llevarme a la posada, inquietos por mi aspecto enfermizo. Me hicieron sentar en una silla y, a pesar de mi negación, me forzaron a tomar un caldo caliente para que entrase en calor. No duró más de un minuto en mi estómago antes de que violentamente lo vomitara. Ahí fue cuando se empezaron a preocupar de verdad por mi estado de salud, así que me llevaron al sencillo catre que usaba para dormir. Pero lo que ellos no comprendían –y lo que yo me negaba a admitir– era que necesitaba alimentarme y que el sustento para humanos no me satisfaría. Así pues, cuando me hubieron ayudado a desvestirme y me estaban introduciendo entre las ásperas sábanas, el cuello de un compañero quedó demasiado cerca de mi cara. En ese momento, sentí como si el tiempo se detuviese para insistir en mi sufrimiento, notando esa vena hincharse una y otra vez al tiempo que mi respiración –por aquel entonces no sabía que no necesitaba aire– se agitaba. Intenté frenarme, pero en mi anemia mi razón se hallaba nublada y no pude evitar caer en la tentación. Mis colmillos desgarraron con facilidad la piel y borbotones de aquel líquido rojizo se precipitaron para caer en mi boca, desparramándose por las comisuras y manchando mi camisón. El resto de hombres intentaron separarme de él, pero resultó imposible romper el grillete que eran mis brazos. Al final, uno de ellos, seguramente desesperado y aterrado por los gritos de mi víctima, me clavó una espada en el abdomen. Entonces me derrumbé al suelo por la incómoda sensación que era tener aquel extraño enser dentro de mi cuerpo. Recuerdo que me resultó curiosamente leve el dolor que sentía y que más que la aflicción fue la extrañeza lo que me dejó noqueado. Pero terminé descubriéndome vivo y, lejos de acercarme de nuevo a mi fin, cobrando cada vez más fuerza. Y, entonces, entré en cólera. Una hora después, mi padre vino a buscarme, encontrando a cada ser dentro de aquellas paredes regando con su sangre y sus vísceras el suelo de madera. Sonrió y me dio la mano para sacarme de aquel tugurio.
El siguiente año lo pasé como neófito, aprendiendo poco a poco las ventajas y los peligros de mi vida (o no-vida, como prefieren llamarla algunos). Mis nuevos atributos, mis poderes, mis necesidades, así como mis enemigos, desde la luz del sol hasta los filos de la inquisición. Pero había algo que parecía no grabarse en mi mente: el quid de mi condición. Algo en mí se negaba a aceptar mi nueva esencia, el ser un depredador y sobre todo el hecho de ya no ser humano. Mi padre aguantó la situación durante demasiado tiempo antes de, una noche, desaparecer. Desde luego que le busqué, pero no hubo manera alguna de dar con su rastro. Al final me resigné y, en algún callejón de Ámsterdam me derrumbé. Me hallaba solo, pero, más allá que esa mera cuestión, me hallaba solo por mi tozudez. Fue entonces y no antes cuando acepté que era un vampiro. Y fue a partir de entonces que tomaría el nombre de Aqueronte, escogido de la mitología greca porque así como Caronte recorre tal río para transportar a los fallecidos, la muerte usaría mi cuerpo para hacerse con nuevos difuntos; y a ello le uní el topónimo del lugar en el que fui creado.
Durante los siguientes años persistió el nomadismo que ya había tomado por costumbre. Me trasladaba de un lugar a otro de Centroeuropa y Francia, viajes que financiaba con los recursos que robaba a mis víctimas. Y, a día de hoy, me encuentro en el último lugar en el que mis pies me han depositado. París, una ciudad de la que no guardo más que fugaces y vanos recuerdos. Ni yo mismo puedo saber el porqué de mi presencia o qué pudiera me aguardarme aquí.
No expondré mucho de mi vida mortal, dado que son sucesos sin real importancia. Con revelar que fui dado a luz en el seno de una familia noble de Champaña debiera de ser suficiente para el lector. No presto atención a los recuerdos de aquella época, procuro desterrar buena parte de ellos de mi memoria por considerarlos ajenos. Dicha fugaz existencia vio su fin en una noche de primavera, cuando el muchacho que era hacía noche junto a su pequeño séquito en la pequeña villa de Asch, en los Países Bajos. El objetivo del viaje que estaban realizando era el conocer a su futura prometida, dama que jamás vería a su futuro señor. El joven se separó de los soldados en algún momento, ya que de vez en cuando se agobiaba por la constante compañía y necesitaba unos instantes a solas. Fue entonces cuando un hombre de cabello claro, mirada afilada y figura raquítica se cruzó en su camino, portando una sonrisa que logró que el francés desenvainara la espada. Su pretensión de defensa fue en vano: antes de que pudiera hacer una floritura, el arma se precipitó al suelo y su cuerpo a los brazos de aquel extraño individuo. En lo que consideró un tiempo imposible, se encontraron al otro extremo del pueblo, dentro de un viejo edificio que, a juzgar por su mal estado, debía de no estar habitado. El noble intentó escapar, pero su rival le venció sin miramientos y le obligó a sentarse en una silla, frente a la mesa en la que se erguía la única vela encendida en la sala. Allí le explicó sin miramientos ni reparos la situación. Ante la incredulidad del forzadamente invitado, le explicó que era un vampiro y que aquella noche había decidido probar de qué estaba hecha la aristocracia. Le retó a un duelo, el cual ganaría el primero que hiciese sangrar tres veces al contrario, prueba que no tenía permitida rechazar. Si ganaba el secuestrado, le dejaría marchar, pero en el caso de que perdiese moriría. Sin mayor preámbulo, asió una de los dos estoques que estaban apoyadas contra la mesa y se puso en pie. El combate fue una burla, ya que el joven, diestro guerrero, no pudo siquiera hacer sufrir al vampiro, el cual en un principio actuaba de manera defensiva. Pero, al cabo de media hora de intensas intentonas, el rubio hizo dos suaves movimientos que le cortaron ambas muñecas. Después, tiró su hoja al suelo y esperó a que le atacasen. No le fue difícil colocarse a la espalda del muchacho, agarrando su cabeza e hincando los dientes en su yugular. Así le hizo sangrar por tercera vez y así drenó hasta la última gota de sangre de su cuerpo. No tardó en morir.
De aquel instante surgió un nuevo ser, nacido de las entrañas de la muerte, con aguda astucia para sobresalir sobre los mortales y férreas mandíbulas para desgarrar su carne: yo. Pero, como feto recién venido al mundo, grité por los brazos de mi madre. Y, al no recibir su calor, me aferré a lo único que me servía de consuelo: mis recuerdos. Me negué a aceptar que entonces era un hijo de la noche y por mucho que mi nuevo padre quisiera hacerme entrar en razón, no hubo manera de sosegarme. Me precipité a la calle, evitando el amarre de mi captor, pues, aún débil, mis músculos eran más recios que siendo humano, y allí me topé con los camaradas del hombre que había sido. Me habían estado buscando y no tardaron en llevarme a la posada, inquietos por mi aspecto enfermizo. Me hicieron sentar en una silla y, a pesar de mi negación, me forzaron a tomar un caldo caliente para que entrase en calor. No duró más de un minuto en mi estómago antes de que violentamente lo vomitara. Ahí fue cuando se empezaron a preocupar de verdad por mi estado de salud, así que me llevaron al sencillo catre que usaba para dormir. Pero lo que ellos no comprendían –y lo que yo me negaba a admitir– era que necesitaba alimentarme y que el sustento para humanos no me satisfaría. Así pues, cuando me hubieron ayudado a desvestirme y me estaban introduciendo entre las ásperas sábanas, el cuello de un compañero quedó demasiado cerca de mi cara. En ese momento, sentí como si el tiempo se detuviese para insistir en mi sufrimiento, notando esa vena hincharse una y otra vez al tiempo que mi respiración –por aquel entonces no sabía que no necesitaba aire– se agitaba. Intenté frenarme, pero en mi anemia mi razón se hallaba nublada y no pude evitar caer en la tentación. Mis colmillos desgarraron con facilidad la piel y borbotones de aquel líquido rojizo se precipitaron para caer en mi boca, desparramándose por las comisuras y manchando mi camisón. El resto de hombres intentaron separarme de él, pero resultó imposible romper el grillete que eran mis brazos. Al final, uno de ellos, seguramente desesperado y aterrado por los gritos de mi víctima, me clavó una espada en el abdomen. Entonces me derrumbé al suelo por la incómoda sensación que era tener aquel extraño enser dentro de mi cuerpo. Recuerdo que me resultó curiosamente leve el dolor que sentía y que más que la aflicción fue la extrañeza lo que me dejó noqueado. Pero terminé descubriéndome vivo y, lejos de acercarme de nuevo a mi fin, cobrando cada vez más fuerza. Y, entonces, entré en cólera. Una hora después, mi padre vino a buscarme, encontrando a cada ser dentro de aquellas paredes regando con su sangre y sus vísceras el suelo de madera. Sonrió y me dio la mano para sacarme de aquel tugurio.
El siguiente año lo pasé como neófito, aprendiendo poco a poco las ventajas y los peligros de mi vida (o no-vida, como prefieren llamarla algunos). Mis nuevos atributos, mis poderes, mis necesidades, así como mis enemigos, desde la luz del sol hasta los filos de la inquisición. Pero había algo que parecía no grabarse en mi mente: el quid de mi condición. Algo en mí se negaba a aceptar mi nueva esencia, el ser un depredador y sobre todo el hecho de ya no ser humano. Mi padre aguantó la situación durante demasiado tiempo antes de, una noche, desaparecer. Desde luego que le busqué, pero no hubo manera alguna de dar con su rastro. Al final me resigné y, en algún callejón de Ámsterdam me derrumbé. Me hallaba solo, pero, más allá que esa mera cuestión, me hallaba solo por mi tozudez. Fue entonces y no antes cuando acepté que era un vampiro. Y fue a partir de entonces que tomaría el nombre de Aqueronte, escogido de la mitología greca porque así como Caronte recorre tal río para transportar a los fallecidos, la muerte usaría mi cuerpo para hacerse con nuevos difuntos; y a ello le uní el topónimo del lugar en el que fui creado.
Durante los siguientes años persistió el nomadismo que ya había tomado por costumbre. Me trasladaba de un lugar a otro de Centroeuropa y Francia, viajes que financiaba con los recursos que robaba a mis víctimas. Y, a día de hoy, me encuentro en el último lugar en el que mis pies me han depositado. París, una ciudad de la que no guardo más que fugaces y vanos recuerdos. Ni yo mismo puedo saber el porqué de mi presencia o qué pudiera me aguardarme aquí.
Última edición por Achéron van Asch el Mar Oct 14, 2014 7:47 am, editado 25 veces
Achéron van Asch- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 5
Fecha de inscripción : 09/10/2014
Re: Achéron van Asch (En proceso)
FICHA EN PROCESO
POSTEA A CONTINUACIÓN CUANDO TERMINES TU FICHA PARA QUE UN MIEMBRO DEL STAFF
PASE A REVISARLA Y TE DE COLOR Y RANGO SI TODO ESTÁ EN ORDEN. GRACIAS.
POSTEA A CONTINUACIÓN CUANDO TERMINES TU FICHA PARA QUE UN MIEMBRO DEL STAFF
PASE A REVISARLA Y TE DE COLOR Y RANGO SI TODO ESTÁ EN ORDEN. GRACIAS.
Doreen Jussieu- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 5232
Fecha de inscripción : 01/03/2011
Edad : 34
Localización : Zona Residencia.
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Re: Achéron van Asch (En proceso)
Ficha Finalizada
Achéron van Asch- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 5
Fecha de inscripción : 09/10/2014
Re: Achéron van Asch (En proceso)
FICHA APROBADA
BIENVENIDO A VICTORIAN VAMPIRES
TE INVITO A LEER LAS NORMAS QUE TENEMOS EN EL FORO PARA QUE ESTÉS BIEN ENTERADO DE CÓMO SE MANEJA TODO Y ASÍ EVITARTE FUTUROS MAL ENTENDIDOS, Y SI TIENES ALGUNA DUDA O ACLARACIÓN SOBRE CUALQUIER COSA, NO DUDES EN PREGUNTARME A MÍ O A OTRO ADMINISTRADOR, ESTAMOS PARA AYUDARTE.
NOTA: SOLO TE RECUERDO QUE PARA QUE SE LLEVE ACABO LA TRANSFORMACIÓN,ES NECESARIO QUE EL VAMPIRO DÉ SU SANGRE AL HUMANO.
QUE TE DIVIERTAS.
BIENVENIDO A VICTORIAN VAMPIRES
TE INVITO A LEER LAS NORMAS QUE TENEMOS EN EL FORO PARA QUE ESTÉS BIEN ENTERADO DE CÓMO SE MANEJA TODO Y ASÍ EVITARTE FUTUROS MAL ENTENDIDOS, Y SI TIENES ALGUNA DUDA O ACLARACIÓN SOBRE CUALQUIER COSA, NO DUDES EN PREGUNTARME A MÍ O A OTRO ADMINISTRADOR, ESTAMOS PARA AYUDARTE.
NOTA: SOLO TE RECUERDO QUE PARA QUE SE LLEVE ACABO LA TRANSFORMACIÓN,ES NECESARIO QUE EL VAMPIRO DÉ SU SANGRE AL HUMANO.
QUE TE DIVIERTAS.
Tarik Pattakie- Vampiro/Realeza
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