El ciervo blanco -Alizée Fairfax-

por **Éline Rimbaud** Jue Oct 09, 2014 11:35 am

Era la onírica de un sueño dentro de un sueño. Visión tal que solo podrían anhelar los artistas. La belleza mórbida de una escena sumergida en fábulas y relatos de otros siglos. Hasta para el hada pelirroja, la etérea Éline -que podía ser bien ninfa, ánima, loca- era una imagen digna de quedar grabada en su atrofiado inconsciente. Podría darse el caso de que cuadro tal fuese otra de las obras macabras de los cristales rotos del alma de la desquiciada, mas, os juro yo, este narrador dotado de todas sus facultades mentales -quizá éstas escaseaban también para mi- que aquel lienzo era verdadero.

Ni los juncos se atrevían a moverse mientras el ciervo blanco bebía de las cristalinas aguas. Todos los animales callaban, cohibidos y extasiados por la maravilla única, mitológica y pura que tan solo los ojos humanos de Éline Rimbaud pudieron contemplar. Todo en él era majestuosamente grandioso. Desde las ondas que creaba con su fina lengua al tiempo que saciaba su sed animal, hasta la cornamenta marfileña. De nieve. Era de nieve.

"Es la bestia más hermosa del mundo", le dijo Éline al señor Maspero, su ruiseñor ficticio. A lo que éste no pudo por más que darle la razón.

Quería dar un paso. Otro. Otro. Quería tocar su pelaje albino. La suavidad de la inocencia animal. Pero temía asustar a la criatura con su boca negra, sus ojos negros, su alma negra. Un ser tan blanco moriría ante el mugriento y vomitivo contacto de Éline, pues ella todavía llevaba el veneno de la Víbora en la piel. En la sangre.

El ocaso rugió. Rasgó el manto de nubes difuminadas por el anaranjado telón de París. La quimérica criatura alzó la cabeza y Éline pudo escuchar su corazón. "Bombea muy rápido, señor Maspero. ¿Se va a marchar?". Lloró, pues no quería alejarse de ese blanco cegador nunca más. Mas, como si el animal hubiera escuchado las palabras pensadas de la vagabunda, elevó el aire con su rápida y grácil carrera.

Desapareció. La noche rugió otra segunda vez, y la turbada pelirroja perdió a la criatura de vista. "¿A dónde ha ido, señor Maspero? ¡Lo necesito! Necesito el blanco de esa criatura. Es el único blanco que puedo tocar con solo ver".

Salió pues ella también, detrás del precioso animal. Ya no lo escuchaba latir. El corazón. ¿Qué habían hecho con el corazón los cuervos? "Han sido ellos. Porque son negros y le tienen envidia. Quieren asesinarla". Corrió por la frondosidad del bosque. Su carrera fue igual de grácil que la de la blanca bestia, pero no igual de rápida.

Cuando lo vio, allí tumbado con los ojos negros abiertos y el hocico seco, se le murió el espíritu a ella también.
-¿Qué te han hecho, pequeño milagro? -susurró llorando. La vida se le había ido y el corazón se había enterrado abajo, muy abajo. La sangre del vientre se derramaba en la verdosidad del claro. Y el ciervo ya no era blanco, si no del color de las avellanas en invierno-Te han robado tu alma especial -las lágrimas se derramaban como tormenta de sus claros ojos.

Temblaba y una extraña araña tejía en su garganta impidiéndole casi respirar. Se atrevió a tocar el frío cadáver de la antaño criatura especial. Una rabia roja e hirviente la sacudió de pronto. Su cuerpo, su cabello de fuego, sus ojos del azul calmado ahora estallaban en un mar embravecido.
-¡CUERVOS, SALID DE AHÍ! ¡PRESENCIAD LO QUE HABÉIS HECHO! Sois malos, sois escoria -escupió- Le habéis robado su blanco y lo habéis matado.¡Envidiososenvidiososenvidiososmiserables!

Gritó al viento. Y solo el viento respondió.

por **Alitzée Quincampoix** Dom Oct 19, 2014 2:40 pm

Recordó la vez en la que siguió al Conejo Blanco madriguera abajo, las agujas del reloj casi les volvieron locos ambos. Esta vez era distinta, Alizée, corría tras el zorro anaranjado que había visto deslizarse entre las ramas del bosque azul. Aquel animal avanzaba sorprendentemente rápido. Y a la muchacha, descalza como se encontraba, le costó darle alcance.

—¡Ahí estáis! —exclamó, al hallarlo parado a los pies de la nada.

“¿Te han robado tu alma especial?” El animal hablaba con algo o alguien. Su voz era dulce y titilante. La muchacha no pudo encontrar el receptor del mensaje que aquel zorro enviaba a la nada.

—¿Con quién habla? —preguntó Alizée, adivinando al gato junto a ella.

Tan solo su sonrisa había hecho acto de presencia, sin embargo, pronto los ojos y el resto del cuerpo le siguieron.

—Con nadie —repuso el gato de Cheshire.

—¿Con nadie? Pero si habla, con alguien debe de estar hablando. ¿Acaso es una demente?

—Claro que lo es pequeña Alicia, esa joven es una lunática.

—Os dije que era Alizée.

El gato respondió con una sonrisa cantarina.

—¿Y bien? ¿Vais a acercaros a ver que le ocurre al zorro pequeña niña?

La muchacha se sentó sobre su trasero en la hierba y torció los labios en un gesto pensativo.

—No lo sé. No me desearía inmiscuirme en asuntos de locos.

—Aproximaos a el zorro, puede que su demencia ayude a la vuestra. Pero tened cuidado, al contrario que vuestra locura, la del zorro puede no ser tan inocente —El cuerpo del animal fue desapareciendo gradualmente, hasta que tan solo quedó una sonrisa sin gato.

—Pero si yo no estoy loca.

—Decidme entonces con quién habláis —Y desapareció con una risilla.

Alizée resopló y se levantó del suelo, sobresaltándose cuando el zorro comenzó a chillar a los cuervos. Se acercó con pasos silenciosos hasta que quedó a la altura del animal. Su hermoso pelaje anaranjado perfilaba un rostro ~~destrozado por el dolor~~ bello y preocupado. Se atrevió a acariciar su cabello.

—Contadme que os duele señor zorro.

por **Éline Rimbaud** Sáb Nov 08, 2014 8:51 am

Las rosas son rojas, los cisnes negros, las nubes moradas, ¡y los árboles quedan huecos! Adivinanza por adivinar. Un, dos, tres. ¡Un conejo blanco! Responda otra vez.

Qué peculiar era a veces el mundo, que había dado por bien juntar a dos perdidas de razón en un paisaje tan pintoresco como lírico. ¡Mas parecía un cuento de heroínas que la tragicomedia clásica que en verdad era!

Olía la locura del conejo blanco a kilómetros. Pero era una locura inocente, no la retorcida de la pelirroja -ya sabéis. Por el mar corren las liebres, por el monte las sardinas, tralará-, por eso, por esa candorosa esquizofrenia era imposible que el conejillo blanco hubiese herido a su Maravilla.

Y, hablando de Maravillas y blanqueces, al ciervo se le escapaba la vida por momentos. Diminutas esferas de cristal con un poco de alma mágica en ellas desertaban. magníficas, a través del hocico del cervatillo malherido. ¿Cómo era posible que nadie se diese cuenta de la vida? Todo el mundo pasaba por ella sin planteársela siquiera. ¿Quién podía llegar a ser tan monstruoso como para arrebatar el derecho a vivir de una criatura tan especial como era el ciervo blanco?

¡Ratas, ratas, ratas! ¡Todos ellos!

"Contadme qué os duele, señor zorro". Ay, pero qué vocecilla. Diminuta, fina, inocente. Una voz que al zorrillo de pelirrojos cabellos le rompió el corazón por la pureza con la que estaba dicha.

Se sorbió la nariz y se limpió las lágrimas. Ya no estaba furiosa, sólo triste. Porque el cervatillo se moría. Había un círculo rojo -rojo, como las rosas- por el que se le escapaban también las esferas de cristal de alma.

-Mi maravilla. Se muere. Antes era blanco, pero ahora es sólo marrón. ¡Marrón! ¡Qué color más vulgar! Ya ha perdido su don especial -se agachó y volvió a acercarse al animal moribundo. Sus manos temblorosas acariciaron la superficie sedosa y peluda del cuello del cervatillo. Puede que el zorro y el conejo estuvieran ahí con él hasta su fin, pero el ciervo especial seguiría muriendo solo, porque todos -animales y humanos- morimos solos. Y eso la entristeció todavía más.

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