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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Irathi Heaven Lun Oct 13, 2014 7:37 pm

La vida en la calle nunca es fácil, pero si eres prácticamente una sin techo, sin nada que echarse a la boca, la cosa se complicaba bastante más. Rollan le daba la razón. Llevaba varios días falto de energías. Apenas ladraba y aprovechaba cualquier momento para tumbarse. El hambre estaba consumiéndolos a ambos. La piel de su costado, tirante, apenas si era capaz de cubrir sus costillas. Y ella no es que tuviera un aspecto mucho mejor. Unas profundas ojeras de color violeta se habían instalado bajo sus ojos, haciéndola verse más demacrada todavía. Había perdido casi todas las curvas que en un pasado, que ahora se le antojaba muy lejano, tuvo. Aquella mañana se había levantado con las primeras luces del alba. Si su suerte no pensaba cambiar por sí sola, ella misma lo conseguiría. Había salido de la miseria en más de una ocasión, y aquella vez no sería diferente. Estaba sola en el mundo, siempre lo había estado, y era lo bastante fuerte para sobrevivir valiéndose de sus propios medios... Aunque eso implicase meterse en problemas. El mundo era un asco. París era un asco. En la sociedad no había lugar para alguien como ella y día a día aquel hecho se iba haciendo más y más evidente. No es que le importara, realmente, pero ¿cómo iba a confiar en que en el mundo seguía existiendo algo parecido a la bondad, cuando todo cuanto conocía daba muestras de lo contrario?

Tras ponerse su "disfraz", consistente en un gorro que cubría casi totalmente su larga cabellera negra, y un chubasquero de color verde con más partes manchadas que limpias, salió al exterior. Había pasado la noche en un cobertizo en mitad de la nada. La humedad le había dejado entumecida, y fue en ese momento cuando se dijo a sí misma, que aquel día tenía que comer algo, o acabaría por caer enferma. Y obviamente, si no podía pagar un techo propio, mucho menos iba a poder ponerse en tratamiento. ¡Si dudaba que los médicos la recibieran! Caminó deprisa hasta llegar al centro, y desde allí no tardó mucho en encontrar a la primera "presa" de la mañana. La mujer llevaba tantas joyas encima que no entendía cómo podía caminar en línea recta sin tambalearse. Era más que evidente que no echaría de menos un par de anillos y monedas, algo que, por otra parte, a ella podría salvarle la vida. Un choque fingido con la dama y después de disculparse y soportar la regañina que le soltó, salió corriendo con su pequeño botín, sin percatarse de que alguien más había visto lo que había hecho. Normalmente era mucho más cuidadosa cuando robaba por la calle, pero estaba tan hambrienta, tan desesperada, que no podía pensar con claridad.

Claro que de eso se dio cuenta cuando el policía ya la tenía cogida fuertemente de su escuálido brazo, y la arrastraba hacia la señora a fin de que se disculpase. La mujer, tras dirigirle una mirada de superioridad y auténtico asco, exigió al hombre que la metiera en un calabozo para que aprendiese la lección. ¡Como si no fuese bastante con la vida miserable que llevaba! No soportaba a la gente así. Iban con la cabeza bien alta, como si realmente merecieran la admiración de todos los demás. Como si fuesen mejores que el resto, cuando realmente no eran dignos de tener ni la mitad de cosas que tenían. Respondió a todas sus acusaciones y vejaciones con un escupitajo en toda la cara. Si realmente quería meterla en un calabozo como si se tratase de una rata, le daría motivos para hacerlo. El policía, ante los gritos de la mujer, abofeteó a la joven, haciendo que se le cayera el gorro. Y toda su tapadera, de golpe, se fue al traste. Que una mujer se vistiera de hombre no sólo estaba mal visto, sino que además podía consistir un delito grave si querían acusarla de suplantación de identidad. Aunque fuera mentira. Los pobres eran culpables de todo aquello de lo que los ricos quisieran acusarles. ¿Cómo demonios iba a integrarse en una ciudad que la trataba como una apestada?

- ¡¡Suéltame, pedazo de imbécil!! ¡¡Conozco mis derechos!! -La muchacha se revolvía con violencia, a lo que el policía se limitaba a responder apretando aún más su agarre. Le dolían los huesos, y cuanto más se resistía, el dolor que le producía se incrementaba mucho más. Rollan la seguía a lo lejos. Su cansancio era palpable, y se le contagiaba. Quizá había llegado el momento de rendirse a la evidencia. Tenía que buscar otra salida o acabaría por perecer. Y no quería darle esa satisfacción a la gente estúpida como la señora que la había acusado. Superaría todos los inconvenientes que la vida le iba imponiendo. Lo haría, y luego se burlaría de aquellos que se rieron de sus penurias. Esa era su misión.

- ¿Entonces supongo que sabes que tienes derecho a mantener cerrada la puta boca, no? ¡Cállate, escoria, si no quieres que vuelva a abofetearte! -Sus palabras volvieron a despertar en ella la llama de la ira. Tras pisarle un pie, le dio un cabezazo y salió corriendo, sólo para toparse con los otros dos agentes a los que había avisado para que se la llevaran. Esta vez, su brusquedad fue mucho mayor. La redujeron con violencia, y una vez su rostro se topó con la calzada, todo se volvió negro.

Despertó minutos después. Uno de los policías le había lanzado un cubo de agua al rostro, antes de traspasarla a una de las celdas de la comisaría. Irathi bufó, gritó y maldijo con las pocas fuerzas que le quedaban. Pero no sirvió de nada. Cuando escuchó la puerta abrirse, y un oficial bastante más condecorado se personó ante ella, supo que aquel sería el padre de todos los líos en los que se había metido. Cruzó los brazos bajo el pecho y desvió la mirada, dibujando aquella eterna cara de molestia que siempre la caracterizó, aunque el miedo era más que evidente. ¿Qué ocurriría con su perro si la obligaban a quedarse allí por mucho tiempo? ¿Qué le harían? ¿De qué estupidez iban a acusarla aquella vez? Notó el rostro tirante a causa del golpe que se había dado, y por más preguntas que le hicieron, no dijo ni una sola palabra. Horas más tarde, estaba encadenada a una silla junto al comisario. Había intentado escaparse -y casi lo consigue- de la celda, utilizando una horquilla para abrir la cerradura. Le habían dicho que como no se quedase quieta iba a tener problemas. Evidentemente, le importaba una mierda. Y sí, podía parecer que estaba actuando como una estúpida, pero por ahora su plan estaba saliendo perfectamente: ahora era una silla y dos esposas lo que la separaban de su libertad. Peor que antes no estaba, desde luego. Sólo haría falta una distracción, algo que hiciera que el oficial se levantase, y saldría corriendo de allí a seguir con su patética vida. Porque si bien era cierto que estando en la cárcel podría comer a diario, no podía concebir una vida privada de su libertad. Era lo único auténtico que tenía, lo que la caracterizaba. Ser libre formaba parte de su identidad.
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Mensaje por Xylia Tiersonnier Vie Oct 17, 2014 10:51 pm

Ojalá se pudieran disolver esas dulces memorias, desdibujar el camino que llevaba inexorablemente a ellas. ¿Por qué? Porque haberlas perdido para siempre dolía. Y te recordaban, en medio de rosas y amor malogrado, que no volverías a pasar por nada parecido. La cuesta arriba era lo que traerían los años venideros, y se volvería cada vez más empinada. Xylia pedía que la cotidianeidad la ahogara entre sus brazos, para no pensar en ello; sólo en sus sueños más osados se atrevía a soñar con que un milagro aconteciese para despertar en su cama de adolescencia, para así volver a quejarse de las más nimias molestias. Aquellas no eran más que incómodas hermosuras, que gracias a la costumbre de la buena suerte se malinterpretaban como razones para despotricar contra el mundo. Ahora entendía lo bello que era condimentar la existencia con leves perturbaciones. Cómo las extrañaba.

Listo, listo. —escuchó una pequeña vocecita que hizo a la joven madre despegar su vista de la ventana y ver a su retoño en la mesa junto a un plato vacío— Terminé todo.

Pero a la vez, no podía arrepentirse de su vida actual; ella había permitido su mayor alegría: su hijo Joachim. El color de su voz y el movimiento descoordinado de sus piececitos contra la madera hacían que olvidara, al menos por momentos, que no la envenenaba la falsa rutina que mantenía con su esposo. Con una sonrisa tomó al infante entre sus brazos, meciéndolo con ternura alrededor de su cintura. Se parecía a su padre, y a la vez no se asimilaban en nada. ¿Cómo Dios había premiado una unión tan desastrosa como la de ella y Flavien con tamaño regalo?

Cómo has crecido. Mami tendrá que hacer más esfuerzo para cargarte. Eres mi niño grande. Te amo, ¿lo sabes? —el niño asintió con leve sonrojo en las mejillas que su progenitora besó— Ahora mami irá a ver a papá. Los dos son unos golosos. Le toca comer a él.

¡Quiero ir! ¡Ver a papi, sí! —insistió el niño, saltando con prematuro entusiasmo.

Cielo, ¿recuerdas que hablamos que papi tiene un trabajo muy especial? Espantar a los malos es peligroso, y como él te ama con todo su corazón, no quiere que te hagan daño. Pero Gaétanne jugará contigo hasta que vuelva. Me esperarás, ¿cierto?

Con la cálida despedida de su hijo, a la que antecedieron lágrimas de desilusión, Xylia envolvió el almuerzo que había preparado para su marido, y se encaminó a la comisaría de París con un ánimo totalmente diferente. Estaba mecanizada e ida. Necesitaba abstraerse; era la única forma de tener el estómago suficiente para ser amable con su cónyuge, violador, y ¿por qué no decirlo? Su carcelero. Ingresó a la hora señalada, encontrando a Flavien escribiendo impacientemente en su puesto. Lo veía llenar forma tras forma, indicio inequívoco de que había atrapado un nuevo prisionero. Sintió lástima inmediatamente por el desafortunado.

Buenas tardes, Flavien. Lamento la demora —era propio de ella disculparse aunque hubiese llegado temprano. Con su conviviente más valía poner el parche antes que la herida. Depositó el alimento en la mesa y se sentó a su lado— ¿Cómo ha estado tu día?

Agitado, pero gracias a eso no ha sido aburrido del todo. —depositó la pluma en el tintero antes de girarse a la fuente de las canas de ese día— ¿Ves esa celda de allí? Ahí tengo a la ladrona que capturamos hoy. Dio una buena pelea para ser mujer. Incluso osó tratar de escaparse. Me obligó a dejarla así.

Xylia arrugó el entrecejo; para Flavien todos lo «obligaban» a comportarse de cierta manera. No hacía más que justificar lo bestial que podía ser. La madre se levantó de su asiento y se dirigió con cautela a la celda hasta que pudo verla a una distancia prudente. Qué imagen más triste era la de esa joven de delgado aspecto, inmovilizada en una silla y en evidente estado de humedad. ¿No les bastaba con que fuera débil y malnutrida? ¿Era necesario llegar a esos extremos? Qué crueldad: quitarle a quien nada poseía.

Pero… esta joven está totalmente empapada. —dijo un tanto asombrada sin apartar la vista.

Y vieras cómo pataleó. He apresado mocosos que no se quejan tanto. En fin, veremos si es tan valiente después de que termine de comer. —añadió el comisario sin prestarle demasiada atención. Estaba perdido en el aroma de la comida recién desenvuelta.

Con un suspiro de pesar, Xylia avanzó un par de pasos hacia la jaula que contenía a la presa. Esos ojos oscuros y ese cuerpo tatuado debieron haberla intimidado, pero no ocurrió a sí. Flavien la había encerrado, malherido, y tratado como objeto, igual que a ella. Podía estar viendo su propio reflejo, con la diferencia de que la rea guarecía dentro de sí la valentía para luchar. Los labios de Xylia se entreabrieron; sentir eso sí la intimidó.
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Mensaje por Irathi Heaven Sáb Oct 18, 2014 12:03 am

Había hecho eso mil veces. Escapar de apuros. Aquella vez no sería diferente. Eran unas esposas normales y corrientes, de las que había visto mil veces y le habían puesto en las muñecas otras mil más. Sabía perfectamente cómo funcionaban. Sabía que se abrían con suma facilidad con una horquilla como la que estaba sosteniendo entre los dedos. Y también sabía que de aquella silla a la puerta únicamente habían diez metros. Diez simples metros que podría correr en cuestión de segundos, derecha a su libertad. Sí, era un plan simple, en el que nada podía ni debía salir mal... ¡Demonios! ¿Entonces por qué estaba tan nerviosa? La mirada censuradora de aquel hombre, que dudaba que llegara a los cuarenta años, le daba escalofríos. Era evidente que se sentía superior a ella, mejor, más fuerte quizá, y eso, además de fastidiarla hondamente, la estaba haciendo dudar de sus capacidades. ¡De cosas peores había salido! De una banda de matones, de una inquisidora agresiva, de un incendio... ¿Y no iba a poder recorrer la distancia que iba desde la silla a la puerta sin inconvenientes? Sacudió la cabeza con violencia, devolviéndole la mirada con el mismo matiz de superioridad, añadiendo además una pizca de asco. Su tolerancia con los machitos era reducida. Y si además se trataba de policías lo llevaba bastante peor. Minutos más tarde, llegó su oportunidad de salir de allí de una vez por todas... O eso pensó.

Obviamente con lo que no contó fue con que cuando las cosas tienden a ir mal, siempre acaban saliendo mucho peor de lo que imaginabas. Cuando uno de los otros comisarios le pidió al oficial que le echara una mano con unas cajas que debían llevar al depósito, Irathi vio clara su oportunidad de escapar. Con una destreza casi exclusiva de aquellos que han aprendido a sobrevivir en la calle a duras penas, consiguió abrir las esposas tras unos cuatro intentos fallidos. La humedad de sus ropajes y por ende, de sus manos, le dificultó sumamente una tarea que en cualquier otra ocasión le hubiera resultado más que trivial. Pero lo logró. De sus labios salió un suspiro de alivio cuando finalmente pudo notar cómo la sangre corría libremente por sus manos, sin la molesta presión de las esposas en sus muñecas. Se puso de pie en un salto, para luego agazaparse y acercarse hasta la puerta rápida pero sigilosamente. No había moros en la costa, ni policías tampoco. Una sonrisa pícara se adueñó de su semblante. Estaba tan cerca de volver a su vida, a su mundo, que no se lo creía. En un par de zancadas más tuvo el pomo entre sus manos, y segundos después una bocanada de aire cálido la golpeó de lleno...

Pero en cuanto tuvo un pie fuera de la comisaría, a su espalda escuchó el inconfundible grito de "¡alto!" y el alma se le cayó a los pies tan bruscamente, que no pudo hacer nada más que echarse a temblar. Las férreas manos del oficial la arrastraron nuevamente hacia aquella apestosa sala donde había estado encadenada, aunque ahora las miradas despectivas se convirtieron en pura y simple agresividad. Que fuera merecida o no era un tema aparte. Claro que cuando su cuerpo volvió a obedecerle, no se quedó quieta recibiendo los golpes. Pateó, escupió y mordió hasta que vinieron otros dos policías para ayudar al oficial, que dedicó los siguientes diez minutos a gritar a ambos acerca de quién tenía la culpa por haberle puesto mal las esposas. ¿Tan inútil la creían para no ser capaz de escaparse por sí misma? Estaban bastante equivocados. Y en aquellos momentos no iba a negar que eso era un punto a su favor. Nadie reparó en la horquilla que llevaba bien sujeto en la mano izquierda, ni tampoco en el pequeño lapicero que acto seguido clavó en la mano del policía encargado de volver a esposarla. Una sonrisa maliciosa apareció en su semblante, justo después de soportar el golpe que el hombre le propinó en la mejilla derecha. Ahora los dos sangraban. ¿Y qué? Si quieres fastidiar a un perro rabioso, te arriesgas a que te muerda. Y eso era exactamente lo que había pasado. Finalmente acabó sentada en la misma silla pero dentro de una celda, la más cercana a la oficina.

- Oye, tú, nenaza... Yo me echaría alcohol antes de que se infectara la herida. Desangrarte no te vas a desangrar, aunque parezca que estés a punto de desmayarte... ¡Que vivan los cuerpos de seguridad! -Lanzó un escupitajo para dar más énfasis a su discurso. Pero el policía, impedido por el oficial, no pudo responder a su evidente provocación. Un suspiro exasperado salió de su garganta. Aquello empezaba a fastidiarle de verdad. Y encima su estómago comenzó a rugir cual león hambriento cuando menos posibilidades había de que alguien se interesara por él. - ¿Sabéis que tenéis que darme agua y comida, no? ¡Eh! ¡¡Eh!! Me pienso quejar a vuestros superiores.

- Mira, niñata, o te callas o te parto la cara. ¿Lo has entendido? Ibas a pasar una noche aquí y ahora te arriesgas a pasar bastante más tiempo... No te conviene tocarme las narices...

- Oh, sí, mira como tiemblo. ¿Me la vas a partir como tu amigo el del lápiz? ¿También te echarás a llorar? -Pudo oír el chirrido de una silla y luego el frenético abrir y cerrar de cajones y documentos. Lo había puesto nervioso, eso era evidente. Y bueno para ella. Nuevamente, volvió a tomar entre sus ágiles dedos la horquilla, buscando la cerradura de las esposas. Habían sido lo bastante estúpidos para volverle a poner las mismas después de haberse soltado dos veces. Y justo estaba a punto de conseguirlo una tercera cuando escuchó la voz de alguien más en la sala, y pasos que se acercaban hasta la celda. - Me cago en la puta... -La horquilla se le resbaló al tiempo que una silueta se colocaba justo delante de su celda. Al principio tuvo miedo de que fuera otro policía. No sabía si podría soportar otra tanda de golpes, y se le estaban acabando las ideas... Pero al levantar la cabeza, ni en un millón de años pensó que iría a toparse justamente con lo que se topó.

Unos ojos azules como el cielo la observaban directamente. Clavó la mirada en la muchacha con descaro, olvidándose momentáneamente de dónde estaba y de que la que fuese quizá su única posibilidad de escapar estaba ahora en el suelo. Aunque no duró demasiado. Oír la voz de aquel tipo la hizo hervir la sangre. - ¡Dios! ¡Cuánta fuerza y valentía juntas! ¡Agredir a una joven a la que sacas tres palmos y a la que no has dado de comer, después de comer tú! ¿Y eso os lo enseñan en la academia? ¿O es que la leche de tu madre estaba demasiado agria? ¡¡Gilipollas!! ¡¡Tengo mis derechos!! -Volvió a repetir, aunque a aquellas alturas estaba más que segura de que poco le importarían a nadie sus derechos. - Y tú qué miras... -Farfulló, pagando con la joven su más que evidente frustración pese a que de toda la comisaría hubiera sido la única en darse cuenta de que su ropa estaba más que empapada. Volvió a clavar la vista en la muchacha, esta vez prestando más atención. Lejos de querer juzgarla, en sus ojos pudo apreciar un brillo de... ¿lastima? Algo que nunca había apreciado especialmente, pero que en aquellos momentos le pareció lo más humano que nadie había sentido por ella en mucho tiempo.


Última edición por Irathi Heaven el Sáb Oct 25, 2014 1:13 am, editado 1 vez
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Liberté, Égalité, Fraternité, ou la Mort! | Privé Empty Re: Liberté, Égalité, Fraternité, ou la Mort! | Privé

Mensaje por Xylia Tiersonnier Dom Oct 19, 2014 11:43 am

Pero no; se juntaron con los de ella, ahogándose ambas miradas en el mar de la otra. Por un momento, Xylia sintió un notable desequilibrio volverle flojos los pies, obligándola a dar un paso atrás. Y aunque nunca había oído a ninguna mujer escupir tantas fechorías en tan poco tiempo, eso fue lo menos en lo que se fijó. De la boca de Xylia no salían palabrotas nunca, pero la necesidad tampoco la había llevado a aquel estado, o quizás era que la habían adiestrado de tal forma que no veía los improperios como una posibilidad. Sí, eso debía ser, aunque no era la verdad más cómoda para asumir, sobretodo cuando le idea era seguir pretendiendo que no existía el amor propio. Eso le hizo preguntarse quién de las dos era la verdadera prisionera.

Cegando el camuflado, pero potente ambiente que se creó, el comisario reaccionó a las ofensas levantándose violentamente de la mesa y caminando hacia el calabozo para descargar su evidente molesta. Flavien siempre lo arruinaba todo; acababa con lo hermoso y volvía tenebroso lo aterrador. Eso pensaba Xylia.

No puedo comer en paz así —bufó al tiempo que enseñaba un instrumento especial para casos así— Atrás; voy a tener que molerla a rebencazos otra vez, a ver si cierra la maldita boca.

Antes de que él pudiera sacar las llaves que lo llevaban a la joven, el impulso de su mujer quiso impedirlo. Flavien sintió el agarre en su brazo, volteándose en el acto para buscar respuesta en el rostro compungido de la blonda.

¡Oh no, esposo mío! Se lo pido. —en tiempo récord buscó excusa a su comportamiento fuera de lugar— Ponerlo infeliz es lo que quiere. No caiga en esas provocaciones. Por favor, trabajé mucho en hacerle un almuerzo delicioso. Que el trabajo duro no le arruine el apetito.

Sintiéndose alabado en su ego, Flavien tomó un respiro que medianamente lo relajó. Dio un vistazo de advertencia a la chica que se encontraba recluida y volvió a la mesa, pero esta vez no para sentarse, sino para tomar su plato caminar hacia el exterior. Segundos después ingresó otro oficial para reemplazarlo en sus funciones por si alguien llegaba con problemas que atender. Xylia pensó que aquella decisión fue acertada; cada uno tendría la posibilidad de descansar del mundo en movimiento.

Señora Tiersonnier —la saludó con un asentimiento de cabeza el reemplazante. Xylia respondió con una reverencia.    

Con las aguas ligeramente en calma, la joven madre se dio más libertad. Caminó más cerca de la verja que la separaba de la presa sin llegar a tocarla. El olor era nauseabundo, pero no arrugó la nariz. Había cosas más asquerosas rondando por ahí que la falta de higiene de una prisión.

Disculpa a mi marido. La mesura no es una de sus cualidades. —aludió al maltrato físico que había sufrido.

Decidió hincarse junto al calabozo, esta vez llevando las manos a los barrotes. Allí pudo apreciar los detalles de quien se encontraba al interior, incluyendo los dibujos que contaban la historia de su cuerpo. Fue realmente triste; aquella muchacha era joven y hermosa, dos tesoros que la hubieran convertido en la reina de cualquier lugar sin siquiera tener que proponérselo, pero había cometido el peor pecado: provenir de un origen desventajoso. Eso le daba una pesimista visión del futuro, pues tenía un hijo, y con eso sabía contra lo que tendría que luchar. No importaba cuán trabajador, honesto y caballeroso fuera; juzgarían sólo una cosa de él: su cuna. Paupérrima miseria compadecer a alguien así, pero lo hacía.

Me llamo Xylia —innumerables veces su marido le había ordenado que no revelara información a los delincuentes, pero no le importó. Flavien le había robado la vida; ¿qué más podían quitarle?— ¿Puedo saber quién eres o qué hiciste para que fueran así de duros contigo? Dicen que luchaste, ¿es cierto?
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Mensaje por Irathi Heaven Sáb Oct 25, 2014 2:13 am

Una de las cosas que más la fastidiaban, entre las muchas cosas que le tocaban las narices, era el hecho de que otros la vieran como una inútil por ser una mujer, o por ser pobre, o por ambas cosas. ¿Acaso estaban tan ciegos para darse cuenta de que ellos, en su situación, no hubieran durado ni dos días? ¿Tan sumidos estaban en su propio mundo perfecto e irreal que no se daban cuenta de la cruda realidad que los rodeaba? La vida era una ramera, y todo aquel que se empeñara en autoconvencerse de que era un camino de rosas, además de provocarle un asco insoportable, no provocaban en ella ningún sentimiento distinto a la lástima o la ira. Quizá por eso odiara tanto a la "justicia" tal y como estaba implementada en aquella sociedad decadente. La justicia de la época trataba de convencer a la gente de que todo iba bien, cuando era más que evidente que mentían. La verdadera justicia era la de la calle, aquella que implicaba una lucha directa por tu supervivencia, ¿cómo es que no podían verlo con la misma claridad que ella misma? Al parecer, los ojos no tenían el mismo propósito para unos que para otros. Ella había ayudado a mucha más gente en situaciones realmente complicadas de lo que esos estúpidos hombres con placa habían hecho en toda su carrera. Porque si defender a una mujer que tenía todo el dinero del mundo para gastárselo en joyas frente a una persona que era evidente que no tenía nada era justo, la noción de justicia que existía dejaba bastante que desear. Escupiría en la cara al que inventó esas absurdas leyes. Lo triste es que era fruto del colectivo, de la masa no-pensante de los pueblos. No tenía saliva para tanto imbécil.

Y por eso escupía veneno, escupía rabia, se retorcía para liberarse. Porque esas leyes no la representaban ni la representarían nunca. No iba a quedarse de brazos cruzados mientras pisoteaban sus ideales, su identidad. Porque era lo único que tenía, lo único que le quedaba. Sí, reaccionó con evidente miedo sonido de la silla del comisario, pero no porque el peso de la ley pudiera caer sobre ella, sino porque su maltrecho cuerpo no soportaría más golpes. Obviamente, aquel ser violento lo interpretó como le dio la real gana. No tenía miedo de él, ni miedo a la justicia, ni miedo a la ley. Tenía miedo al dolor físico, porque no sabía si podría soportarlo durante más tiempo sin derrumbarse. Y eso sí que hubiera sido lo peor que pudiera ocurrirle. Escupió nuevamente contra el suelo nada más verlo, notando aquel inconfundible sabor de la sangre inundando su boca. Le había roto algún diente, seguro. Pero no se quejó. Se limitó a observarlo desafiante, guardándose toda la inquietud en lo más profundo de su alma dolorida. - ¿Ah, sí? ¿En serio? Dudo mucho que en igualdad de condiciones tuvieras narices de enfrentarte a mi. Eres basura. Tú y todos esos estúpidos que aprovechan cualquier oportunidad para descargar su rabia en otras personas. ¡Grandiosa la justicia de esta ciudad! -Soltó, para luego limitarse a esperar la nueva tanda de golpes que finalmente no llegó jamás.

La rubia, cuya voz la dejó casi tan maravillada como la belleza y gracilidad de sus facciones, acudió como defensora al interponerse entre el hombre y ella misma. Espera, ¿había dicho esposo? La confusión se adueñó de su semblante. ¿Su "ángel" salvador casada con semejante bestia? ¿Podían coexistir dos fuerzas tan radicalmente opuestas sin destruirse mutuamente? No pudo evitar torcer el gesto ante la escena, antes de encontrar en ésta una nueva forma de fastidiar al comisario. No podía mantener la boca cerrada, y menos, estando encadenada a una silla. ¿Cómo iba a defenderse si no? - ¡Oh, vamos! ¿De verdad eres de esos que se dejan mangonear por su mujercita? Un argumento más a mi favor para decir que no tienes lo que hay que tener. ¿No habrás tenido hijos, no? Lo digo por la falta de huevos. -Sorprendentemente, el hombre, lejos de responder a su mofa con un golpe, hizo caso a la muchacha y se largó, refunfuñando, por supuesto. En cuanto escuchó la puerta de la salida cerrarse, sus hombros se relajaron visiblemente, y una oleada súbita de cansancio la hizo estremecerse. Alzó la vista para mirar nuevamente a la muchacha, y sus miradas volvieron a encontrarse. Algo se removió en su interior, aunque no supo decir si era gratitud o lástima. ¿Casarse con semejante despojo humano? O debía estar loca, o haber sido obligada. Muchas opciones no veía posibles. O no quiso verlas. - ¿Acaso tiene alguna cualidad? -Respondió simplemente, ignorando su disculpa. La culpa no era suya, así que no debía cargar con ella.

Forcejeó con los grilletes durante unos instantes, alzando nuevamente la mirada cuando la fémina mencionó su nombre. No respondió. De pronto, el brillo de la horquilla la hizo reaccionar bruscamente, haciendo que olvidase todo lo demás. Trató de ladearse para alcanzarla, con la mala suerte de acabar tirada en el suelo, demasiado lejos para poder alcanzarla. Se sentía como una cucaracha boca arriba. Desvalida y estúpida. Al menos, hasta que pudo escuchar el resto del discurso de la rubia. La chica enarcó la ceja, entre confundida y hastiada. ¿Acaso luchar no era lo que hacían todos cuando sentían que su dignidad había sido mancillada? ¿O es que realmente la sociedad había desnaturalizado tanto a las personas que éstas aceptaban sin más semejantes atropellos? De pronto sintió una honda lástima por aquella chiquilla de ojos claros y belleza inmaculada. Y sí, podía parecer irónico que precisamente ella, la que estaba tirada en el suelo como si fuese un bicho, fuera la que sintiera pena por la que estaba afuera, pero la prisión en la que Xylia permanecía era la peor de todas: el conformismo. - ¡Por supuesto que he luchado! Esa mala bestia sin cerebro que tienes por marido ha pisoteado todos mis derechos, uno tras uno, y sin pensárselo dos veces. ¿Qué otra cosa sugerirías que debería haber hecho? ¿Permanecer callada y tranquila mientras me maltrataban, ultrajaban y arrojaban agua e insultos a la cara? ¡Por favor! Ni un perro se merece semejante trato. -A ella misma jamás se le hubiera ocurrido tratar así a su Rollan, a nadie en realidad. - ¿Quién iba a luchar por mi? ¿Acaso debería haber permanecido de brazos cruzados? Pues no. La justicia no es justa. Estás casada con un capullo vestido de poli. No hay más realidad que esa. -Podía ser cruda e incluso injusta por decirle las cosas de aquella manera, pero su convicción era tal que la simple duda le parecía un insulto.

- Bah... ¿Cómo ibas a entenderlo? Tú estás ahí fuera, y yo aquí dentro. Y bien, Xylia, ¿por qué no vas a comer con tu amado esposo? ¿Acaso no te da miedo que te vea hablando con alguien como yo? -Su voz fue reduciendo poco a poco su intensidad. Observarla, incluso desde aquella incómoda postura, le transmitía confianza, algo que no le sucedía desde hacía bastante. Y eso la asustó. ¿Estaba delirando? ¿Tanta hambre tenía? Menos mal que no estaba lo bastante mal para disculparse, o realmente se hubiera sentido patética.

De pronto, el inconfundible ladrido de Rollan la hizo girar rápidamente -y con suma torpeza- la cabeza hacia la única ventana que había en la celda, custodiada por tres gruesos y oxidados barrotes. El rostro se le iluminó. - ¡Rollan! Hårnål!! Söka!! -Gritó en su idioma natal, aquel que únicamente utilizaba para transmitir mensajes cortos a su perro, a sabiendas de que no la entenderían. El perro aulló, como transmitiéndole que lo había entendido, para luego salir pitando moviendo el rabo con violencia. Los animales eran los únicos que nunca te fallaban. Las personas, a su lado, eran lo peor. Volvió a voltearse en dirección a la chica, esta vez con aquella sonrisa pícara que siempre la acompañaba en sus momentos de optimismo. Iba a salir de allí. Muy pronto. - Esto... Xylia, lamento lo que te dije, pero de verdad creo que tendrías que ir a ver a tu esposo. Quizá esté golpeando a alguien por la calle, o qué sé yo, se le veía alterado. -Murmuró. Si se quedaba allí parada no podría escaparse nunca. - Por cierto... ¿te importaría avisar al guardia para que me levante? Estoy empezando a marearme. -Evidentemente, mentía, pero eso tampoco es que se le diera del todo mal. Tumbada iba a ser complicado quitarse las esposas. Hasta para ella.
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Liberté, Égalité, Fraternité, ou la Mort! | Privé Empty Re: Liberté, Égalité, Fraternité, ou la Mort! | Privé

Mensaje por Xylia Tiersonnier Dom Dic 14, 2014 1:28 pm

«¿Acaso tiene alguna cualidad» Sí, pensó Xylia: su hijo. Irónicamente era su marido la misma razón de sus alegrías y tormentas. La rubia miró hacia el suelo por un momento, apagando un suspiro antes de que naciera. Suficientemente incómoda estaba ella como para prolongar el sentimiento en otra persona.

Comprendía —o eso intentaba— a la prisionera. ¿Quién más que ella, la hija rebelde de su padre, le haría eco esa contienda de lucha? Desde niña fue diferente, lo había sentido y se lo habían hecho notar de diversas manera, más crueles que otra cosa. Incluso nadó contra la corriente para que su propio matrimonio, una farsa de la peor clase, no fuera consumado. Aun así, después de verter un cáliz completo de lágrimas y sangre, ¿qué había ganado? Más de lo mismo. En cambio, si accedía a las demandas de su captor, consistente tanto en su marido como en la sociedad que los juzgaba, podía ser que jamás alcanzara la felicidad, pero las lágrimas pasarían desapercibidas y la sangre no pesaría. El amor de su hijo lo compensaría.

Por un momento la antigua Xylia quiso salir de ahí, pedirle a la prisionera que cambiaran de sitio. Así ella sería un espíritu libre entre cadenas y la rea el cuerpo desatado sin posibilidad de movimiento, pero porque lo vivía era que no se lo deseaba ni a su peor enemigo. Y la joven chica, pese a su aspecto desaseado y tosco, no tenía señales de ser una persona con maldad en el alma; hablaba de corrido, fuerte y claro. Era obvio que se trataba de alguien de carácter y que era plenamente consciente de lo que hacía.

Hay incontables historias, hechos y personas que dan miedo. Lo que está dentro de mi marido no es lo que me aterra; a él lo conozco. Sé lo que puede hacer y lo que no. Depende de mí asumir las consecuencias de traspasar esa línea que a estas alturas es una frontera más que conozco de los límites de esta ciudad. Descuida. No puede quitarme nada más. —dijo convencida de que nunca le quitaría a Joachim de los brazos por la simple y poderosa razón de que si lo hacía, no tendría nada más con qué atarla.

Probablemente, cuando llegara a casa, Flavien le pediría una compensación de sus atenciones o le restringiría pasearse por la ciudad. No estaba tan molesto como lo estaría en circunstancias similares porque el trabajo agobiaba hasta los pesares. Para ofuscarse había que tener energía y el comisario conservaba poca después de las jornadas extenuantes, gracias al cielo.

Xylia comenzó a jugar con sus manos sin control. No, no se debía a que la delincuente la hubiese llamado por su nombre de pila; el ego no le llegaba tan a las nubes como sus suegros quisieran. Lo que ocurría era que quería hacer algo ante la incómoda posición de la joven. Es que era de un vigor extraño, que se mantenía por lo alto a pesar de la adversidad. Tenía poca edad, eso se notaba. Al verla, parecía volver a los días en que una joven de cabellos vivos galopaba como un verdadero hombre por los prados de su pueblo natal. En ese entonces creía que el miedo era un mito. ¿Tan diferentes eran? Podía ser que en unos años a la indómita fémina alguien quisiera ponerle cadenas en contra de su voluntad, unas que la encarcelarían no tras barrotes, sino dentro de sí misma. ¿Tendría Xylia que darle la mala noticia de que su más preciada libertad sería arrebatada más temprano de lo que hubiera podido imaginar? Se negaba a tan ingrata labor.

Estás en esta incómoda posición, ¿y te preocupas por lo que pueda pasar afuera? Eres más peculiar de lo que creía —apreció la mujer casada antes de susurrar:— La gente en la calle está a salvo. Él prefiere golpear en privado. —quería que la muchacha lo supiera sin que los demás hombres de la comisaría se enterasen de sus problemas personales.— Tranquila, yo misma te levantaré.

Antes de que pudiera pedir las llaves, uno de los colegas de su cónyuge, habiendo escuchado esto último, le salió al paso.

No se lo recomiendo, señora —el hombre echó una mirada de desconfianza a Irathi— Podría morderle los dedos.

Xylia miró hacia el interior de la mazmorra con un gesto de confusión en el rostro; ¿en serio mordía a la gente? Eso era irrelevante. Dejarla así era inhumano. Era consciente de que a varios les tocaba peor, pero eso no quería decir que le gustase que aconteciese en sus narices.

En algún momento tendrán que moverla; ¿por qué no puedo ser yo?

Porque usted es… —una mujer y la señora de su compañero, quería decir. Pero en lugar de eso, tomó las llaves y abrió la cerradura— Yo lo haré, señora Tiersonnier.

Satisfecha con el ofrecimiento, Xylia agradeció el gesto y sonrió tristemente a la reclusa. Era poco, pero todo lo que podía hacer por el momento.

Perdona; no he preguntado el nombre al cual respondes. ¿Estaría bien si te llamara por quien eres y no por lo que dicen que eres?
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Mensaje por Irathi Heaven Dom Ene 18, 2015 3:53 pm

Realmente le daban lástima aquellas mujercitas que eran obligadas a casarse con despojos humanos como aquel tipejo que la había golpeado antes, porque de otro modo, no comprendía cómo alguien con aquellos ojos, con aquel cuerpo y con aquella bondad, podía haberse fijado en semejante... bestia. Males de aquella sociedad tan podrida, supuso, pero nunca llegaría a entender realmente por qué, por muy clavado que el matrimonio estuviera en sus conciencias, aquellas mujeres nunca se rebelaran contra aquellos que las consideraban de su propiedad. Le parecía francamente penoso. Ella jamás se habría sometido a la voluntad de nadie, mucho menos a la de un hombre, ni aunque en su dedo reluciese un anillo que indicara una unión entre ambos. El amor no era eso, no consistía en eso, y aunque claramente no todos los matrimonios eran por amor -de hecho, la gran mayoría no lo era- el roce hacía el cariño, ¿no? Ella siempre había tenido claro que de someterse a la presión social y acabar casándose, sólo lo haría bajo dos supuestos: uno, con el amor de su vida, algo bastante difícil ya que los hombres lo único que despertaban en ella era indiferencia y repulsión; o dos, con alguien que siempre respetara sus ideales, se quisieran o no. Y por supuesto, en cualquiera de los dos casos, no se sometería ante nadie. Nunca. Por encima de su cadáver. Su orgullo, exagerado a todas luces, era lo único que permanecía tan intacto como su libertad de pensamiento. Y no renunciaría a ninguna de las dos cosas. Aunque acabase en una celda, tal y como estaba ahora.

Y aquella chiquilla... Era obvio que no merecía estar casada con aquel hombre. Claro que por sus palabras también le resultó evidente que lo que había entre ambos no era amor. Y sin embargo, aunque de aquel tono pudiera percibir a una mujer derrotada por la vida y por un matrimonio que a todas luces debía haber sido pactado, no había miedo en ellas. Extraño. ¿Cómo podía no temer a un ser que, según ella, le había arrebatado todo? Supuso que precisamente por eso, porque ya no tenía nada que perder, aunque ese pensamiento le pareció lo más triste que había oído nunca. ¿De verdad sentía que no tenía nada que perder? ¿Y qué pasaba con su libertad, con su belleza, con la felicidad que estaba claro que no podría conseguir a su lado? ¿Qué pasaba con su vida? Le estaba quitando la posibilidad de vivir según sus propias reglas y convicciones, sin la necesidad de someterse a su voluntad, ¿acaso eso era "nada"? Pues sí que la había destrozado, si realmente pensaba eso. Porque Irathi, que nunca había tenido nada, aún sentía que tenía mucho que perder. Su vida. Su libertad. Sus principios. Y el sinfín de posibilidades que su vida y juventud le ponían por delante. En sus manos, y sólo en ellas, estaba conseguirlas, por supuesto, y por eso nunca osaría depositarlas en las de nadie. Rendirse nunca sería una opción, nunca lo había sido, tampoco con aquellas metas que se había propuesto. ¿Por qué una joven hermosa y tan joven como ella misma había aceptado un destino que la hacía infeliz? El matrimonio era una maldición, estaba claro.

Sin embargo, no compartió esos pensamientos con la joven. Sabía bien que la lástima no era bien encajada por la mayoría de gente, así que optó por callarse, aunque debía reconocer que ahora que sabía un poco más de su vida, le caía algo mejor. No tenía la culpa de estar casada con aquel tipo, aunque sí de seguir con él. No todo el mundo era valiente, por lo visto, cuando se trataba de defender lo que es de uno. Al menos, hasta que mencionó lo de los golpes. - Ni a medio hombre llega si se atreve a mancillarte con sus manazas. Ni tú deberías llamarte mujer si dejas que te toque. Esclava te pega más en ese caso. -Simplemente, no podía aceptar que cosas como esas sucedieran, sin que quienes la sufrían hicieran algo por remediarlo. Matarlo mientras dormía, envenenarlo, o mandarle a la mierda simplemente. ¿Acaso ella no había sufrido durante toda su vida? Muchísimo, más incluso que aquella chica, probablemente, y no se rendía. Quien lo hacía era o porque no tenía agallas, o porque tenía miedo. Y el miedo está para enfrentarlo. Por suerte, la mujer había llamado a aquel que la levantaría del suelo antes de que ella escupiera sus palabras. No le hubiera reprochado haberse arrepentido, desde luego, porque eso habría sido una muestra de que aún conservaba algo de orgullo o amor propio por el que luchar.

Y la suerte no dejó de sonreírle, al menos, de momento, porque cuando el guardia entró a la celda y la puso en posición vertical coincidió con el momento en que Rollan, su siempre fiel amigo, llegó a la ventana con una pequeña bolsa que ella siempre llevaba encima. ¿De dónde demonios la había sacado? - Duktig pojke! Kasta det! -Siseó para luego asestar un fuerte cabezazo directamente al cuello del hombre, que se desplomó en el suelo, inconsciente. La bolsa cayó justo en sus manos. Por suerte o por desgracia, Irathi había sido encerrada en tantas ocasiones que habían tenido muchas oportunidades para ensayar. Sacar una horquilla de la bolsa fue bastante más complicado y laborioso, aunque el problema ahora no era ese. ¿Qué iba a hacer con la chica? La miró de reojo, mordisqueándose el labio inferior debido al nerviosismo. No había sido lo bastante precavida para echarla antes de hacer eso, así que ahora tenía una testigo ocular de la agresión al agente. La verdad es que le importaba bastante poco. Así decidiera testificar en su contra, no iba a permanecer allí ni un minuto más. - Mira, no tengo nada en tu contra, Xylia, así que simplemente vete. Si te ven aquí pensarán que me has ayudado y ni tu maridito podrá librarte de ser mi compañera de celda. No me importa si me acusas de haber golpeado a este imbécil, pero debo pedirte un favor. Ni se te ocurra gritar. -Y el perro, que había desaparecido hacía un momento de la ventana, se situó entre la otra joven y la puerta. Tenía el lomo encrespado, preparado para atacar.

- Ya cálmate, Rollan, ella no hará nada... ¿Verdad? Por cierto, puedes llamarme Heaven. -Sus ojos siempre afilados se clavaron en los de la joven. Lástima que, a diferencia de ella misma, Xylia no pudiera escapar de su cárcel. O no quisiera hacerlo. El milagroso "clic" que hicieron las esposas al abrirse vino acompañado de una absoluta y repentina sensación de alivio. Hasta ese momento no se había dado cuenta de lo mucho que se las habían apretado. Sus manos estaban ligeramente amoratadas. Se levantó de un salto y golpeó al guardia para darle la vuelta, para acto seguido, quitarle las llaves. Aunque el muy estúpido había dejado la celda abierta. Se acercó muy lentamente a ésta, sin dejar de mirar a la joven, como esperando el momento en que ella se pusiera a gritar. Pero no le dio tiempo. Él apareció en ese mismo instante.

- Ella no hará nada, pero yo sí. -Su tono de voz le heló la sangre en las venas, aunque no tardó en volver a hervirle cuando aquel malnacido se atrevió a golpear a Rollan en el estómago, dejándolo tirado a un lado. - Me estás fastidiando mucho, mocosa, ni te imaginas cuánto. -Y no supo qué le dolió más, si el fuerte puñetazo que lanzó directamente a su vientre, o el que asestó a su dignidad al hacerla caer al suelo, gimiendo de dolor. Había sido tan rápido que apenas lo había visto venir. Temblaba. No por miedo, sino por vergüenza. Por rabia. El policía sacudió al otro hasta que finalmente le hizo despertar, y ambos se dispusieron a salir de la celda, no sin antes escupirle desde lo alto.

- Malditos... ¡Hijos de puta! -Cerró ambas manos hasta formar un puño, y a duras penas, se puso de rodillas para golpear el suelo de la frustración. Saldría de allí, lo haría, y entonces descubrirían por qué no debe encerrarse a un león tras cortarle la melena. Se vengaría. Recordarían su nombre.
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Liberté, Égalité, Fraternité, ou la Mort! | Privé Empty Re: Liberté, Égalité, Fraternité, ou la Mort! | Privé

Mensaje por Xylia Tiersonnier Vie Feb 13, 2015 10:17 pm

«Esclava te pega más en ese caso.»

¿Tan evidente era que no podía ocultar su ruina? Tan sorprendente no era, de todos modos. Sólo esperaba que Joachim no se diera cuenta. Se sonrió con la boca, mas no con los ojos. Estos últimos estaban pendientes de que el colega de su esposo no fuera brusco con la prisionera. Pero ¡oh! Sorpresa. Los roles cambiaron drácticamente de lugar. De pronto el maltratado fue el desgraciado hombre y la rea la agresora. El rostro de Xylia en su totalidad se transformó ante la improvisada escena; ¿se había vuelto loco el mundo? Retrocedió un par de pasos para cerciorarse de que no estuviera alucinando. Para su desconcierto, sí estaba ocurriendo, y en sus narices. Estaba sin habla. ¿Entonces el papanatas tenía razón? No, no podía ser. Xylia confiaba demasiado en sus presentimientos como para admitir su exceso de confianza. Trató de que el orgullo herido no la nublara y se preguntó «¿realmente puedo culparla por querer ser libre» Al menos ella parecía estar dispuesta a afrontar las consecuencias. Ella, que no tenía raíces. Ella, que podía ir adonde quisiera. Admirable.

¿Gritar? ¿Qué me piensas, un gato de salón? —replicó la castaña a pesar de que cada uno de los encajes de sus ropas la mostraban como tal. Y pareció que durante ese breve instante en que expulsó su interrogante revivía la altiva chica que montaba como hombre tras su padre.— No voy a irme sin más. No hasta que estés libre. Ahora escucha, que no hay tiempo: olvídate del guardia y de las llaves. De disimular y de disfrazarte al salir a la calle. Debes irte ahora que---

Dejó de dar explicaciones cuando un cánido poco amigable le hizo frente. De no ser por la tatuada, Xylia hubiera cometido el error de enfrentarse al animal sólo para demostrar que no tenía miedo. La intervención la sacó del aprieto que no había siquiera imaginado y también hizo algo más: un seguro para su recuerdo, el nombre.

Heaven, fue un error que me hayas dado tu nombre; es peligroso para quien necesita huir y no ser encontrada, sobretodo siendo una mujer. Pero te agradezco el desatino. Así será más difícil olvidar que basta con una sola detrás de barrotes.

No se podía pedir a la lluvia que no mojara ni al sol que no quemara. Eso había aprendido la joven a lo largo de sus medianos veintiún años. Al ver a la fugitiva a los ojos recibía eso de ella, que tenía una naturaleza tan poco maleable que aunque cumpliera con tres cadenas perpetuas seguiría siendo la misma en esencia. Un roble fuerte y pesado como un huracán. Pero la lluvia sólo era un problema si no te querías mojar. ¿Y Xylia, qué quería? Trató de verse reflejada en los ojos ajenos, a ver si conseguía obtener una pista, pero Flavien arruinó el intento. Flavien siempre arruinaba todo.

¡Esposo mío! —exclamó la muy desgraciada mujer al verlo entrar en acción.

Golpes, humillaciones, todo lo que estaba al alcance del puerco para que el poder volviera a sus manos. Xylia sintió compasión, pero más una impotencia terrible. Lo que hizo su marido con Heaven no se diferenció demasiado para ella de la vez que en él la forzó por primera vez. Al fin y al cabo se trataba del mismo mecanismo: utilizar lo más bajo para mantener las piezas alineadas bajo su vista.

—Suerte que llegué a tiempo, ¿no, querida? —bastardo.

Cuando Flavien salió de la celda intacto con su compañero, los ojos de Xylia lo buscaron inyectados en furia. Él le devolvió la mirada, cargada de triunfo. Si su mujer lo veía de esa manera, sólo podía significar una cosa: que había salido victorioso.

¿Ya ves por qué no me gusta que andes husmeando por aquí? Ya cumpliste con traerme el almuerzo. Ahora vuelve a casa. No me gusta que dejes al niño tanto tiempo solo. —Mentira. Era que no quería que Xylia pasara tiempo fuera de casa; eso le daba ideas. Pensar era tan nocivo para la mujer como a las ratas las ratoneras.— Pues ya ve. Espérame para la cena.

Xylia asintió obedientemente, tragándose el coraje por milésima vez. Pero esta vez no se iría derrotada. No se había acabado. Entonces creó su propia buena fortuna; se inclinó cerca de la tienda de Heaven fingiendo buscar un botón imaginario que se había desprendido de sus ropas para volver a ponerlo en su lugar y susurró al interior:

Vendré de nuevo. Confía en mí, Heaven.

Cumpliría con su palabra. Regresaría esa misma noche.
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Liberté, Égalité, Fraternité, ou la Mort! | Privé Empty Re: Liberté, Égalité, Fraternité, ou la Mort! | Privé

Mensaje por Irathi Heaven Jue Feb 19, 2015 10:21 pm

Nunca en su vida se había sentido tan humillada como en aquel momento. La habían apaleado en incontables ocasiones. La habían tratado peor que a un perro callejero, incluso la habían condenado -o intentado condenar, más bien- por crímenes que ella nunca había cometido. Y aún así, todas aquellas veces consiguió levantarse sin apenas pestañear, sin dejar que su orgullo saliese mal parado a pesar de los golpes, sin hundirse jamás. Pero aquella vez era diferente. Tal vez la culpa fuese de ese estómago suyo que no paraba de rugir, o haber visto al pobre Rollan caer delante de sus ojos, con un largo gemido de dolor saliendo directamente de su garganta. Tal vez fuera que con el tiempo, pese a que su mente siguiera siendo igual de firme, igual de fuerte, su cuerpo se estaba resintiendo, quebrándose ante las muchas miserias que estaba obligada a pasar. Sin embargo, incluso cuando sabía que eso era algo para lo que no tenía ningún remedio, no iba a rendirse. Irathi moriría luchando, peleando por obtener una vida mejor, por ofrecer un poco de justicia a aquellos que se hallaban en su misma situación. Porque nadie buscaba la justicia para los pobres, ni para los miserables.

Estiró el brazo para acariciar la cabeza de Rollan, quien parecía darle la razón con los ojos. Él tampoco se rendiría. Porque los perros se parecen a sus dueños, ¿no? Y ambos amaban la libertad, por ser lo único que realmente tenían. Por eso, antes de que el guardia al que su dueña había dejado KO momentos antes se agachara para poder cogerlo por el pelaje, propinó un fuerte mordisco en su mano derecha, para acto seguido salir corriendo, haciendo acopio de las pocas fuerzas que le quedaban. Irathi sonrió, triunfante. Si él escapaba, ella tendría otra oportunidad en cuanto las cosas se calmaran y otro guardia supliera al anterior en el cambio de turno. Pudo escuchar el bullicio en la habitación contigua, y los ladridos de su mejor y único amigo, alejándose. Sí, volvería a intentarlo. Volvería a luchar por recuperar lo que es suyo, lo que nadie podría nunca quitarle. Y esta vez, lo lograría... Aunque las dos patadas que lanzó directas a su estómago el esposo de aquella amable joven la hicieron dudar de si aguantaría tanto. Se encogió sobre sí misma, para luego toser con violencia. Un hilillo de sangre escapó de su boca. Pero volvió a erguirse. No, él no lo lograría.

Así que ni siquiera se quejó. Alzó la vista desde el suelo y dibujó una media sonrisa dolorida a la joven, que parecía algo asustada, ignorando deliberadamente al hombre que estaba a su lado. - ¿Y quién te dijo que ese fuera realmente mi nombre? Me pediste uno, y te di el que todos conocen. -Le guiñó un ojo para luego dedicar una mirada altiva a su esposo que ahora la observaba tras los barrotes, visiblemente orgulloso de su actuación. Éste cerró la puerta sin dejar de mirarla con ese deje de superioridad que tanto odiaba. Entonces Irathi se levantó, llevándose las manos al estómago, y se acercó a la reja, sin dejar de devolvérsela. Estaba maltrecha, sí, pero aún tenía las fuerzas suficientes para bromear a la mujer, y sobre todo, para plantar cara a aquel malnacido. Para demostrarle que aún no debía cantar victoria. Ella no iba a dejarse vencer. Hijo de perra. - Incluso los hijos de puta como tú tienen suerte en la vida... No sé qué vio esa muchacha en ti, pero espero que en algún momento de su vida se de cuenta de que no la mereces y te de una patada en el culo comparable a la paliza que tú me has dado a mi. Te quedarás solo, como el desgraciado que eres en realidad. Y yo me reiré de ti desde donde esté. Porque desgracia es lo único que te mereces. Lo único que tendrás. Bastard. Jag hoppas du ruttnar. -Escupió las palabras sin dejar de mirarle a los ojos. No tenía miedo. Nunca lo había tenido. Porque las heridas físicas no eran suficientes para hacerla temblar. Ella era libre, y eso le daba las fuerzas necesarias para aguantar lo inaguantable.

- Mira, como no te calles voy a volver a entrar ahí, y esta vez no me limitaré a utilizar las manos, ¿lo has entendido, escoria? -La presa sonrió, sintiéndose protegida por los barrotes, y satisfecha por haber logrado su propósito de fastidiarlo. No se merecía nada más que los augurios y maldiciones que ella le había dicho a la cara. Las verdades duelen, por eso se había enfadado. Aunque no pudo evitar que despertara una punzada de culpabilidad. ¿Y si pagaba su frustración con ella sobre la pobre chica que tenía la desgracia de tenerla por esposo? Sabía que Xylia no se protegería, que no se atrevería a defenderse. Lo gracioso es que aún así encontró las ganas de susurrarle, en cuanto aquel idiota se hubo marchado con su orgullo herido, que intentaría venir. Venir a por ella. Irathi sonrió con pesar, pero también con simpatía. Sacó la mano por entre los barrotes, y la sujetó por el brazo con delicadeza.

- ¿Por qué harías eso? No necesito que te la juegues, Xylia. No pasaré aquí mucho tiempo. Confía en mi. -Sonrió para devolverle las palabras, y dejarse caer finalmente al suelo, derrotada. Ya no necesitaba fingir. Había ganado aquel enfrentamiento. Pero las heridas las llevaría consigo. Todas y cada una de ellas. Sólo tenía que parar y recomponerse.


Y luego, volver a levantarse. Como siempre.


Última edición por Irathi Heaven el Dom Abr 26, 2015 2:03 pm, editado 2 veces
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Liberté, Égalité, Fraternité, ou la Mort! | Privé Empty Re: Liberté, Égalité, Fraternité, ou la Mort! | Privé

Mensaje por Xylia Tiersonnier Vie Mar 13, 2015 8:38 pm

Y de pronto, quiebre. Algo muy parecido a la parálisis sintió Xylia Tiersonnier por su brazo derecho. No era electricidad, pero se parecía. Conducía algo poderoso en medio de su carne, a través de sus venas hasta llegar directamente a su cerebro. ¿Qué era lo que estaba procesando, si es que en verdad lo estaba haciendo? Nada. Ese era el problema, que no estaba reflexionando nada. Estaba ahí, vivo, latiente. Eso era lo único que contaba.

La vio caer de pronto, con una sonrisa en el rostro que más que alegría daba un poco de lástima, pero al instante en la señora que se dio cuenta del sentimiento penoso que estaba depositando en la tatuada, se deshizo de él. No, ¿qué pensaría su padre si la veía así, compadeciendo? ¡él no le había enseñado a hacer eso! Le había enseñado a levantarse rápidamente para levantar a otros. Así se salvaban vidas, así valía la pena la propia. Entonces con un desconocido dolor se separó de la muchacha y caminó un par de pasos hacia atrás para que Flavien se diera cuenta de que estaba emprendiendo la marcha, que no lo estaba desobedeciendo, pero Xylia siempre se las arreglaba. Ganó tiempo haciendo ver que se arreglaba el sombrero y las faldas. Y aprovechó para darle el último consejo a la muchacha.

La confianza no es necesaria, Heaven. Sólo la vida lo es. Tú la tienes y yo también. Podrías luchar por ella. Aunque salgas de aquí, que sé que lo harás, lo importante es que sea con el cuerpo erguido y no tieso. Ambas sabemos que esa heridas pueden sanar, pero también pueden terminar mal, muy mal. Aquí la humedad es intensa y putrefacta, Si te da gangrena será tu fin. —gruñó levemente al percatarse de l posibilidad y de que no podía quedarse a evitarlo. Sería demasiado evidente para lo que planeaba hacer— De todas formas no te estoy preguntando, Heaven. Me verás llegar otra vez, a lo mejor no como recordarás en cuanto despiertes de tu agotamiento, pero vendré. Te juro que lo haré.

Deseando interiormente que no golpeara a otro guardia, porque él la golpearía de vuelta, Xylia se despidió de su marido, dio una breve mirada hacia atrás, y se largó de la prisión hacia su hogar con un único y fuerte pensamiento:

Por favor, vive. Desde ahora no puedo ayudarte. Sólo son unas horas. Sigue respirando.

Con el corazón hecho un nudo, la mujer casada atravesó las puertas de su nido casi sin darse cuenta. Algo se quedó albergado en su pecho al dejar los barrotes, como si en vez de dejarlo atrás los hubiera llevado consigo. Es que… ¡Dios! Había tanto de la antigua Xylia en esa flor desparramada en el suelo, tan joven, bonita, y maltratada por la misma sociedad que le exigía hasta la última gota de su sangre. El injusto contrato que el mundo les había hecho firmar al respirar el primer torrente de aire consistente en pagar su identidad no hacía efecto en Heaven; estaba luchando. Pero luchar contra la corriente tenía sus consecuencias, bien lo sabía Xylia.

Mientras mecía a Joachim en sus brazos tras leerle una historia en la sala, palpaba la bendición que su castigo le había dejado. Nada había más importante que su hijo, y aunque si él no estuviera ella no existiría, agradecía que Heaven no tuviera esas anclas que le impidieran zarpar. Así la vería reincorporarse y lanzarse al sol sin miedo, como una prolongación de la Xylia que pudo ser.

Ya con Flavien en casa tras una jornada interminable, Xylia decidió que apenas su marido y su hijo durmieran, su plan tendría lugar. Y  lo haría adoptando la piel de otro animal.


Noche.
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Liberté, Égalité, Fraternité, ou la Mort! | Privé Empty Re: Liberté, Égalité, Fraternité, ou la Mort! | Privé

Mensaje por Irathi Heaven Dom Jul 05, 2015 11:35 am

En cuanto aquella amable joven, casada con el monstruo que había conseguido doblegarla parcialmente, salió por la puerta, Irathi sntió como si un enorme peso se le quitara de encima. Se quedó allí tirada, mirando al techo como si no hubiera nada en el mundo que le importara más en aquel momento, y poco a poco, dejó que el dolor hiciese mella en cada átomo de su cuerpo, en cada rincón de su piel. Se dejó invadir por él, dejó que su alma se impregnase de aquella sensación terrible y angustiosa, y luego, cerró los ojos en cuanto las lágrimas comenzaron a desbordarse de ellos. Lágrimas de rabia, de impotencia, de rendición. Lágrimas de su orgullo que, herido, se retorcía en su interior, provocándole punzadas incluso más molestas que las de los golpes recibidos en su maltrecho cuerpo. Llorar era todo cuanto podía hacer, y extrañamente, también todo cuanto deseaba en aquel instante en que todo parecía oscuro y se sentía perdida. Porque la marcha de la joven, a pesar de facilitarle el descanso, la había dejado extenuada, vacía, como si al verla partir una parte de ella misma se hubiera esfumado con ella. Una parte desconocida, inexplorada hasta entonces: gratitud. Nunca se había sentido agradecida por nada, porque nunca le habían dado nada, ni bueno ni malo, que se mereciera ese esfuerzo por su parte. Pero aquellos minutos, aquellas horas, aquel breve instante en que ambas habían compartido sus miserias, aunque éstas fuesen incomparables en cuanto a gravedad, le habían hecho sentir más viva que en mucho tiempo. Y lo más importante, le habían recordado los motivos que tenía, que siempre había tenido, para querer sobrevivir. Motivos que aunque estaban siempre implícitos en sus actos, en su afán justiciero, no se hicieron tan conscientes como en aquel momento.

Ahora sabía que su espíritu de lucha, que esa forma de ser suya que la asemejaba tanto a una bestia enjaulada, tenían un propósito, una razón, que iba mucho más allá de su simple cabezonería -que también- y que respondían a una necesidad tan noble como la de ayudar a los demás. Una necesidad que no estaba seguida del egoísmo propio de quienes hacen obras de caridad para sentirse bien consigo mismos. Era una necesidad nacida de los deseos de cambiar las cosas. De los deseos que sabía que Xylia también ocultaba en su interior. Era bondad. Sí, aquella rubia de ojos brillantes se había comportado con ella con infinita bondad y dulzura, con amabilidad. Le había prometido volver, le había prometido jugarse su propia seguridad y bienestar por ayudarla. Y eso es lo que hacen las buenas personas. Eso es lo que ella hacía, lo que quería seguir haciendo. Y por eso tenía que luchar. Aunque sus métodos no fueran tan lícitos ni sutiles como los que podría poner en práctica aquella joven, tenían el mismo fin. Irathi era una buena persona, sumida en la miseria, que buscaba cambiar en mundo para que nadie tuviera que sufrir tanto como ella misma. No peleaba sólo por su vida, peleaba porque si ella no salía de allí, nadie llevaría a cabo su misión. Y era eso, precisamente eso, lo que no podía permitirse.

Poco a poco, las voces en el interior de la comisaría se fueron acallando, y más tras la marcha del capitán y del otro guardia al que antes había golpeado. Probablemente, ya nadie se acordara de aquella joven fiera que guardaban tras barrotes. Probablemente, ya nadie diese importancia a los sucesos acaecidos horas antes. Probablemente, ya nadie esperaría que aquella joven que parecía llevar bastante rato inconsciente, tumbada sobre su propia sangre y la del policía al que había herido, fuera a intentar nada otra vez. No, aquella chica que fingía ser un chico estaría demasiado cansada para pretender volver a escapar. Tampoco se molestaron en comprobar que estuviera bien, ni si seguía viva, ni si tenía sed, o hambre. La escoria no necesita todas esas comodidades. Quizá simplemente pensaron que con un techo y cuatro paredes entre las que dormir tenía más que suficiente. A pesar de la humedad. A pesar de las ratas. A pesar del hilillo de agua que se filtraba desde el techo. Y aquella joven sonrió para sus adentros, comprobando a cada momento que pasaba que todas aquellas suposiciones y creencias habían cobrado forma de hechos en las mentes huecas de aquellos hombrecillos. Lo agradeció quedándose aún más quieta, haciendo aún menos ruido. Invisible es como tenía que ser a partir de ahora, si quería aprovechar su oportunidad.

Oportunidad que, de hecho, se apareció cuando la noche cayó sobre París, acompañada de los ronquidos del único guardia que se había quedado en la comisaría para “custodiarla”. Rollan apareció momentos después, moviendo la cola con energía, y visiblemente más animado. Los animales solitarios, como aquel perro y su dueña, se manejaban bastante mejor cuando el Sol desaparecía. Y al amanecer, cuando se encontraran la celda vacía, todos se darían cuenta. El perro tardó apenas unos minutos en lograr colarse en el interior del lugar. Tantos años al lado de Irathi habían logrado hacer de él un auténtico experto en la labor de abrir puertas. Cuando estuvo frente a la celda de su dueña, éste se tumbó, esperando instrucciones. Solo entonces, aquella joven, antes inerte, “volvió a la vida”, y tras acercarse a su más fiel compañero, le rascó tras las orejas como sabía que tanto le gustaba. - Muy bien, amigo mío, pronto volveremos ahí fuera, juntos. Pero antes necesito que hagas algo por mi. Será complicado, lo sé, pero no más que deshacerte de esa bestia de antes, ¡lo has hecho genial, eh! -Vitoreó en voz baja, ante lo que el animal respondió con un agudo gruñido de satisfacción y orgullo. - Shh, muy bien, muy bien. Vamos, chico, gå på jakt efter nycklar. -Murmuró la joven, y Rollan salió disparado en busca de las llaves.

Las recogió de encima de la mesa, delante de las narices de aquel policía que parecía creer que la siesta formaba parte de sus horas de trabajo, y las llevó ante la joven, sin dejar de mover la cola. Ésta sonrió, cogiéndoselas del hocico. - Cada día lo haces mejor, estoy muy orgullosa. -Pero, no todo podía salir bien, estaba claro, porque justo cuando estaba intentando abrir la celda, la voz de un hombre resonó en la habitación contigua, y un fuerte estruendo indicó que el otro acababa de despertarse de la forma más brusca posible.

- ¡¡Otra vez durmiendo!! ¿Dónde demonios has dejado las llaves? Tengo que llevarle algo de comer a ese mocoso de la celda, o tendremos un problema. -Por suerte, el perro y su dueña pudieron reaccionar rápido. Él, escondiéndose en otra de las celdas vacías que permanecían abiertas, y ella, volviéndose a tumbar en la misma postura de antes, pero manteniendo las llaves escondidas bajo su cuerpo. - Eh, tú, despierta. Tienes que acercarte aquí para que te espose y así puedas comer...

- Puedes meterte tu comida por donde te quepa, bastard. -No necesitó girarse para adivinar el tono rojizo que adoptó el rostro del hombre ante aquella manifestación de ira por su parte.

- ¡Tráeme esas malditas llaves, para que pueda darle su merecido a esta escoria!
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