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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Julianne MacFarlane Lun Ene 19, 2015 7:44 pm

You know I am not born to tread in the beaten track — the peculiar bent of my nature pushes me on
Mary Wollstonecraft

Desayunó sola, como cada mañana. Su marido no se tomaba la molestia de disimular que había llegado al amanecer, borracho como una cuba, con olor a humo y perfume barato. Había asaltado su cama, como siempre; la había obligado a cumplir su deber marital, como siempre; y ella lo había empujado antes de que acabe en su interior, como siempre. No tenía deseo alguno de que volviese a plantar su simiente en su vientre, había prometido no traer más hijos a un mundo espantoso y con un padre que más parecía un monstruo que un ser humano. Luego se había bañado, asqueada, sacándose el hedor de su cuerpo y sometiendo a un tratamiento desinfectante los rasguños y mordidas que le había dejado en la zona de los hombros y la espalda. <<Al menos no me marcó el rostro>> había pensado, con ironía, sentada frente al espejo, mientras tapaba con polvo de arroz el moretón de días anteriores, que aún no se había borrado de su pómulo. Al principio de su matrimonio, había decidido contar cada ocasión en que él la había golpeado; los hechos se fueron sucediendo tan seguidos, que perdió la cuenta en cuestión de pocos meses.

Luego de ordenar el almuerzo y dejar listas las tareas que le correspondían a los pocos empleados que conservaban –Luca dilapidaba su herencia y periódicamente se veían obligados a recortar personal y sueldos-, fue a buscar a Mihai, que ya había tomado su leche y jugaba en las rodillas de su nana, que lo hacía saltar. La risa fresca de su hijo, que se escuchaba desde el pasillo, le repuso los ánimos. La joven empleada era inglesa como ella, y compartían ideales. Se la había recomendado una de las escritoras de Le voix des femmes, y era quien la mantenía informada, quien recaudaba información y quien, además, la ayudaba con las heridas cuando su marido perdía los estribos. La joven era callada, y Julianne agradecía su discreción, la cual fue innecesario que pidiera. La primera vez que le había tocado ser testigo de las atrocidades de su matrimonio, con un solemne silencio, se había dedicado a colocarle compresas y devolverle la dignidad cepillándole el cabello y ayudándola a maquillarse. Con el tiempo, se había enterado que la madre de la muchacha había pasado por su misma situación, y Julianne pensó en el triste destino de esa empleada, que pasaba su existencia cuidando de las mujeres golpeadas por sus maridos. Sin embargo, tenía en el rostro aquella mueca de resignación que poseen los pobres, y aceptaba lo que le tocaba en suerte con total tranquilidad.

Asesinaron al Parlamentario Roberts —anunció mientras colocaba al bebé en los brazos de su madre.

¡No es posible! —exclamó en un susurro, al tiempo que acomodaba a su niño y tomaba entre sus manos el papel que la chica extraía de su manga, hecho un bollo. Lo leyó rápidamente, era un mensaje cifrado, con la firma de la entrañable Mary. — Desgraciados. El mismo método que utilizaron con mis padres —apretó en su puño la noticia. Guardó silencio varios segundos, hasta que caminó hacia una vela y, poco a poco, fue quemando el comunicado. —Tenía pensado escribir sobre otro asunto, pero esto me parece más importante. Vamos.

Julianne no podía decirle a nadie, pero estaba ansiosa. Aquel día recibiría a su cuñado, que había prometido hacer una importante donación para el periódico. La londinense no sabía cómo se había atrevido a comentarle al Duque sus actividades ilícitas, y si bien su respuesta fue la esperada -silencio-, no dejó de sorprenderse cuando días después, él se interesó en lo que ella había hablado, en un instante de imprudente verborragia y necesidad de vomitar su verdad. Había almorzado en la mansión de su familia política, nadie se había atrevido a preguntar por los golpes que mostraba en el rostro, que descendían por su cuello, o por los tres dedos de la mano izquierda que tenía entablillados. Luego, cuando había quedado a solas con su cuñado, había llorado de impotencia y dolor, mientras le relataba los hechos. Vladimir era un gran escucha, quizá porque no la miraba, no la juzgaba, o porque no tenía nada para decirle; lo único que Julianne había necesitado en aquel momento, era hablar, y el Duque se lo había permitido. Luego, había regresado a su máscara de orgullo maltrecho. Desde aquel día, tiempo atrás, Vladimir se había mostrado solícito y generoso con su causa.

Tras bajarse del coche de alquiler, pues no tenía suficiente presupuesto para mantener un carruaje propio, con caballos y chofer incluidos, había recorrido el largo salón del comedor comunitario, como si fuera una dama sociedad, que se recluía en aquel confín de la ciudad a purgar la culpa por su condición económica ayudando a aquellos desfavorecidos. Sin embargo, era otro el panorama. Una de las encargadas de llevar adelante aquel establecimiento, era una asidua militante de Les voix des femmes y habilitaba un pequeño cuarto en la parte trasera, para que, cada tanto, algún que otro redactor de la edición clandestina, utilizara aquella cueva para escribir y darle rienda suelta a sus ideas. Nadie sospechaba, pues se esperaba que los encumbrados fuesen voluntarios y diesen generosos donativos a los pobres; al fin de cuentas, ella era una Basarab por adopción. La doncella se fue con el bebé a jugar a un rincón del patio, pues la mañana soleada invitaba al disfrute, mientras Julianne se sentaba en el pequeño escritorio, pluma en mano, y se convertía en quien realmente era: Justice.


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Mensaje por Vladimir Basarab Jue Abr 16, 2015 12:06 am

El Duque, no había sido informado sobre la llegada de sus familiares a tierras francesas. Si bien su hermanastro no parecía tener ningún problema pidiendo audiencias para hacerle sus recurrentes préstamos, anunciarle sobre su repentino interés de pasar una temporada en Francia, sí parecía serlo. Temprano, la misiva de su cuñada había aparecido sobre su escritorio. Vladimir, había tardado en romper el sello. Su mirada había vagado sobre su nombre por lo que había parecido una eternidad. Julianne tenía una elegante floritura. La mujer debería haber sabido que tal perfección, habría captado su atención. Le había visto incontables veces escribiendo para su periódico que si cerraba los ojos, podría imaginársela con la pluma en la mano, concentrada en las palabras. Solo el carraspeo de su cazador y guardián, lo habían sacado del momentáneo trance. Inmediatamente, había roto el sobre y devorado cada una de las líneas. Eso sería suficiente para que quedaran archivadas en su memoria fotográfica. Más tarde, en varias semanas o meses, él podría recitarlas sin cambiar nada. De modo que había enviado una corta respuesta, aceptando ir a su encuentro. Nunca se negaría a ello. Sabía que tenía que ir solo para evitar ser cuestionado. El Duque, era incapaz de decir mentiras. No entendía por qué debía hacerlo o porqué las personas necesitaban hacer uso de ellas. Solo sabía que era importante para su cuñada, que no dijese nada. Todo el tiempo que Zachary le estuvo dando cátedras de porqué debía acompañarlo, alegando que su hermana le había contratado, el loco Basarab había estado alineando su ejército de soldados, ignorándolo. El cazador gruñó su malhumor, muy consciente de que Vladimir osaba jugar dicho papel para salirse con la suya. Llegó al comedor comunitario, minutos antes de lo acordado.

Sin embargo, en el patio, el llanto de un bebé atrajo su atención. Algo en el sonido, lo remontó a su niñez. Vlad desconocía que las personas podían llorar por algo más que el dolor físico. Su padre, Octavian, había perdido la paciencia con él cuando a los cuatro años aún no había pronunciado ninguna palabra o, peor aún, dirigido la mirada. Se desvió de su destino, solo para encontrarse con la nana del pequeño que, no tardó en descubrir, se trataba de Mihai. La mujer no solo había enmudecido al verlo, también había dejado de mover a su sobrino en su afán de tranquilizarlo. El Duque no necesitaba verla a los ojos para saber que el asombro y el miedo los ensombrecían, sus hombros y la espalda rígida se lo decían. Durante un minuto completo, la mirada del rumano se clavó en los orbes llorosos del pequeño Basarab. No sabía cómo, o porqué, pero cuando se trataba de ese niño, podía enfocarse en él. Quizás se debía a que Mihai era incapaz de juzgarlo o, como él, también se sentía perdido.  Encerrado en la palma de su mano, estaba uno de los soldados que pertenecían a su colección. Las piedras preciosas y semipreciosas, no eran del todo, su único pasatiempo. – ¿Está enfermo? – Cuestionó a la niñera, poniendo en la mano del crío el objeto con que él se entretenía. – No, su Señoría. Él solo quiere volver. – Farfulló ésta, incómoda por su presencia. Increíblemente, Mihai estiró sus brazos hacia Vladimir. Julianne le había permitido en anteriores ocasiones cogerlo, pero él siempre se había negado. No quería hacerle daño. Esa vez, lo hizo. Le parecía lógico que, ya que iba a ver a su cuñada, podía también llevarle a su hijo. – ¿Entonces por qué llora? – Su pregunta dejó de importar cuando el niño se quedó callado y llevó el soldado a su boca. La niñera les siguió, pero no hubo más palabras. El Duque estaba concentrado en cuidar que Mihai no se tragara el juguete. Cuando llegaron al cuarto donde Julianne esperaba, fue la doncella quien habló, tratando de explicar por qué Vlad tenía al pequeño. Por supuesto, estaba preocupada de lo que el loco de los Basarab pudiese hacerle a su pupilo. No podía estar más equivocada.


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Mensaje por Julianne MacFarlane Lun Abr 20, 2015 9:02 pm

Sumida en sus cavilaciones, pluma en mano y hoja en blanco, cuando la puerta se abrió, dio un brinco de la silla, que cayó a sus espaldas, provocando un leve estruendo. Por un segundo, imaginó que había sido descubierta y llegaban a apresarla; pero la imagen que encontró fue aún más increíble. Vladimir, su cuñado, entraba con Mihai en brazos, y con la niñera por detrás, con la cara desfigurada por el espanto. No escuchó ninguna de las explicaciones que la empleada le dio, el corazón le latía demasiado acelerado y los ojos se le llenaron de lágrimas. Era la primera vez que los veía tan juntos, y no pudo evitar la emoción que le provocó la escena. Entre ellos había un vínculo tácito, se notaba en la manera que su bebé contemplaba a quien se suponía era su tío, y éste en la forma que sostenía a quien creía su sobrino. Julianne rodeó el escritorio y despachó rápidamente a la empleada, que no podía creer cómo su jefa confiaba tanto en aquel hombre. Había demasiados rumores sobre su persona como para que ella se sintiera segura a su lado, ¡y pusiera en peligro el bienestar de su hijo! Con resquemor, y sin desviar la vista, se retiró. Cuando por fin la puerta se cerró, la inglesa se acercó a los recién llegados.

Vladimir… —susurró, segundos después. —Hola, hijo —murmuró con la voz estrangulada cuando el pequeño le sonrió.

Julianne estaba demasiado conmocionada, el impacto del cuadro que presenciaba había significado una caricia a su tan desvalida moral. Sin embargo, se instó a recobrar la compostura; tragó el nudo que le atenazaba la garganta y, por fin, sus labios se separaron en una amplia sonrisa, que reflejaba la alegría que le significaba la llegada del Duque. Aún le parecía increíble que él hubiese aceptado unirse a su causa sin pedir demasiadas explicaciones, aunque no le había sorprendido. Había aprendido que Vladimir tenía sus razones para actuar, por más que no las expresara. El mundo interno de su cuñado era especial, y aunque muchos lo creían tan complejo como para tildarlo de demente, para la bruja era la persona más simple que habitaba el planeta. Sus gustos eran definidos, no especulaba con los demás, no disfrutaba de la desgracia ajena, tampoco tenía exigencias y cuando decidía hablar, era directo y conciso. ¡Ella era mucho más compleja que él! Julianne callaba sus sentires, se sometía a su marido y pretendía llevar una doble vida. Eso distaba mucho de las formas del rumano y, sin embargo, sabía que él no la juzgaría ni la reprendería.

¿Ese soldado es uno de tu colección? —preguntó cuando se percató que Mihai estaba extremadamente entretenido chupando la figura, que costaba una fortuna y que él maltrataba como si se tratase de uno de los juguetes baratos que ella lograba comprarle. —No vayas a romperla, hijo. Tu madre tendrá que vender todas sus pertenencias para pagársela a tu tío —bromeó, aunque no estaba segura si Vladimir estaba prestándole atención. — ¿Quieres beber algo? —no sabía muy bien qué hacer con sus manos, por lo que optó por cruzarse de brazos; siempre su cuñado había logrado intimidarla, aunque no de una forma negativa, de una forma temerosa, sino de la manera en que cohíben aquellos seres dignos de admiración. Sin dudas, Julianne lo admiraba, porque se había puesto al frente de la familia, a pesar de las habladurías –aunque, en ocasiones, la hechicera creía que él se encontraba ajeno a todas ellas- y de las supuestas limitaciones que se le atribuían.

Tocaron la puerta, y con un gesto de visible molestia, Julianne dio el permiso. Se trataba de una de las muchachas que escribía para el periódico, le traía una misiva, y por su expresión, supo que no se trataba de nada bueno. << ¿Otra muerte más?>> se preguntó mientras abría el papel. Lo leyó rápidamente antes de romperlo, y le agradeció a la joven, que se retiró no sin antes detenerse en el Duque.

Apresaron a una amiga… —comentó con indignación y apretando los puños, a sabiendas de que la torturarían para sacarle información. —Todo está volviéndose demasiado difícil, la clandestinidad de nuestra causa cada día se ve más en riesgo. Y yo aquí, sin poder hacer nada, sin poder volver a Londres y luchar junto a mis compañeras —reflexionó, antes de apoyarse en su escritorio, con la cabeza gacha. La noticia la había devastado.
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Mensaje por Vladimir Basarab Lun Oct 05, 2015 1:44 am

El Duque de Rumanía, tenía varios nombres. Cuatro, para ser exactos. Sin embargo, nadie jamás se refería a él por ninguno de ellos. Aquello habría sido una falta de respeto. Los Basarabs, habían desempeñado un papel muy importante en el establecimiento del Principado de Valaquia, dando al país su primera línea de príncipes. No era de extrañar que su ducado, no tuviese precedentes. Su fortuna era inmensamente bochornosa. Un legado que, además, incluía una gran variedad de propiedades que; en palabras de su hermana – no suyas, por supuesto – “tomaría toda una vida ir de una a otra, antes de poder volver al castillo donde había crecido”. Vladimir se había abstenido de señalar que no compartía su opinión. A menudo, había descubierto que el silencio era su mejor compañero. Cada vez que Julianne le llamaba por su nombre de pila, sentía algo en el pecho que no podía identificar. Ni siquiera sus hermanas se dirigían a él con tanta familiaridad. Desde que su padre había muerto, y él tomado el título que le correspondía por derecho de nacimiento, ellas le habían dado el mismo trato que al anterior Duque. Él era lo suficientemente experto en leer las emociones – aunque fuese ajeno a las propias – que había sabido que respeto no era lo único que le mostraban, había miedo, resquemor y temor a que actuase de la misma forma que su padre. Después de todo, estaba loco; loco y libre del sanatorio. Eso, pensó, no parecía concluyente para las madres casamenteras que veían en él a un hombre soltero, rico y con título. ¿Por qué pensaba en eso ahora? Quizás encontrar a Julianne escribiendo, había evocado las invitaciones que le aguardaban sobre su escritorio. Al parecer, su presencia era requerida en salones para entretención de la crema y nata de la sociedad. El niño sobre su rodilla, hizo un ruido de succión y el rumano sonrió. Mihai encontraba intrigante al soldado, tal como hacía él, excepto porque su mente iba más dirigida a guerras y estrategias. La inocencia del crío, definitivamente, parecía llamarlo con la misma intensidad que los diamantes.

La pregunta de su cuñada le hizo apartar la mirada del pequeño aunque su mano, se negaba a abandonar de todo el improvisado juguete. Parecía que al Duque no le importaba que sus dedos quedasen embadurnados de saliva. Con su mano libre, masajeó su sien, como si intentara encontrar una respuesta. No tuvo que buscar más, pues Julianne pronto estaba dirigiéndose a su hijo. – No sabía que el más pequeño de los Basarab compartía conmigo esta afición por los soldados. Más tarde le haré llegar su propio ejército, uno que vaya acorde a su tamaño. – Señaló, con toda naturalidad, esbozando una sonrisa que escondía más de lo que dejaba ver a simple vista. A Vladimir le gustaba dar obsequios. Era la única forma que tenía para demostrar que alguien le importaba, porque sus gestos y palabras, raramente lo hacían. – De ese modo, no tendrás que pensar jamás en vender tus pertenencias por mis deliberadas acciones. – El breve pero fuerte golpeteo en la puerta, le salvó de continuar hablando. El rumano no era capaz de saber cuándo alguien estaba bromeando. No lograba entender porqué a algunas personas les podría resultar divertidas y no fuera de lugar. A pesar de que su mirada no se movió del cabello de Julianne, pudo sentir el peso de la mirada de la recién llegada. ¿Qué les era más extraño? ¿Tener al loco de los Basarab en sus instalaciones o que el loco cargase al hijo de su jefa? Apartó su mano de la sien, pues Mihai había encontrado entretenido su anillo, abandonando por completo todo interés por el soldado. Escuchó la preocupación en la voz de su cuñada, pero también – si no se equivocaba – la impotencia. Luca no era lo único que la tenía acorralada. Si ella le hubiese pedido ayuda con su matrimonio, él la habría prestado; pero no lo había hecho. El Duque creía que jamás lo haría. La única forma en que le había permitido hacerlo, había sido aquélla fría noche en el interior de su biblioteca; cuando él había prestado su oído y la calidez de su cuerpo. No habían hablado jamás de lo que había pasado, era como si Julianne hubiese olvidado, contrario a su mente maestra. – Pero no te detendrás. – Señaló, no cuestionó. Ese tema era importante para ella. – Incluso aunque su descubrimiento pueda ponerte en peligro, a ti y a tu hijo. – Y era por eso, que él no habría podido negarse a guardar su secreto. – Dime lo que quieres que se haga, y estará hecho. Puedo estar loco, pero poseo un título, y qué título. – Ambos sabían a lo que se refería. Los Basarabs no eran cualquier familia.


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Mensaje por Julianne MacFarlane Jue Oct 22, 2015 12:14 am

A pesar de la angustia, de la indignación, de la moral maltrecha, Julianne sonrió. No fue un gesto amplio, tampoco le iluminó el rostro ni mostró sus dientes blancos, pero sí le relajó el ceño fruncido. Vladimir le había inspirado primero ternura, luego gratitud. Con aquel simple ofrecimiento, le había dicho eso que tanto necesitaba: “no estás sola, Julianne; hay alguien que vela por ti y por tu hijo”. Le habría gustado que ese hombre maravilloso que era su cuñado la amase, y también poder amarlo. Le habría gustado, también, formar una familia con él y ese hijo de ambos, aunque nunca supieran del vínculo que los unía. Había fantaseado, en más de una ocasión, con esa idea; pero la sabía imposible, y era su mayor tristeza. Su cuñado era uno de los mejores hombres que conocía, y a ella no le importaban las cosas que se dijeran de él, la inglesa sabía, con total seguridad, que la mayoría eran mentiras producto de la maldad humana, o fantasías generadas por la ignorancia. El ser humano siempre había tendido a condenar aquello que no podía comprender, y por eso catalogaban al Duque como un loco, simplemente, porque no lograban ver más allá de su persona.

Claro que no me detendré —confirmó. Releyó nuevamente la misiva, memorizando las pocas líneas, y se dirigió hacia una de las velas para quemarla. Notó que Mihai se distraía observando cómo el papel se prendía fuego, y le causó gracia el estornudo que le provocó los rastros de humo. —Tampoco te involucraré más —agregó antes de acercarse a él. —Aprecio tu ayuda en ésta causa, aprecio tu discreción y tu apoyo, lo valoro como a nada —con un suave movimiento, estiró su mano y le acarició la mejilla con el dorso de los dedos. No fue un contacto profundo; se trató de un leve roce, tímido. —Pero sé que pondría en peligro, no sólo tus bienes, sino tu buen nombre, y eso no me lo podría perdonar —aseguró. Se sentía pequeña ante él; aunque su contextura delgada y su escasa estatura, no iban en consonancia con la firmeza de su voz grave. —Además, si algo llegase a ocurrirme, serías tú el encargado de Mihai. Luca…Luca es muy singular, y no lo veo dedicado a la crianza de su hijo —observó con una sonrisa amarga. —Sé que nadie cuidaría y querría a mi pequeño tanto como tú, además él te adora, ¡te mira con devoción! —y era verdad. Mihai tenía un sentimiento profundo por su tío, y a Julianne no le parecía casualidad. Desde el nacimiento, su retoño había demostrado una sensibilidad especial, y quizá era eso lo que le permitía ver en su tío la luz que el resto de las personas se esmeraban en ocultar.

Había aprendido a no privarse del contacto de Vladimir, quizá por eso se atrevió a tomar su mano libre entre las suyas, nuevamente con delicadeza, como si se tratase de una pluma. Le observó las líneas de la palma, y le agradó la diferencia de tamaño con las propias. “Tiene las mismas manos que Luca” observó, aunque su esposo las empleaba para destrozarla, y las de su cuñado, la habían hecho sentir mujer. Cuánto necesitaba volver a sentirse deseada, que la mirasen con vehemencia. El recuerdo de la pasión compartida le enrojeció las mejillas, aunque no se alejó. Vladimir era magnético, y a pesar de que no lo miraba, sabía que sus orbes oscuros e intensos, estaban posados en ella. Depositó un suave beso en el centro de la palma de su cuñado, y luego alzó el rostro para sonreírle.

¡Qué cuñada desconsiderada tienes! —exclamó, finalmente, rompiendo la atmósfera. —Te había ofrecido algo para beber. Lamentablemente, el lugar es precario, sólo tenemos té, y no es de lo mejor que has probado, pero te gustará —tomó a Mihai en brazos cuando éste estiró sus manitos. Por más amor que profesase por su tío, al niño le costaba separarse demasiado tiempo de su madre; y a Julianne le pasaba lo mismo. Con agilidad, sacó una taza –que estaba muy lejos de ser la fina porcelana de los Basarab- de un mueble, y la colocó en su escritorio. Con la misma habilidad, vertió la infusión que humeaba en la tetera. —Déjame contarte, querido cuñado, que tu última donación sirvió para instalar una imprenta aquí en París, algo que venía siendo complicado por la maquinaria. No sé cómo agradecerte… —el entusiasmo había regresado. A la escritora le habría gustado preguntarle si él se había unido a esa causa por una convicción o sólo en solidaridad con ella.


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Mensaje por Vladimir Basarab Mar Dic 08, 2015 5:45 pm

Vladimir, no estaba acostumbrado a que las personas lo tocaran. Al menos, no de la forma en que lo hacía su cuñada. La suave caricia sobre su mejilla, distaba mucho a compararse con los golpes que le infligían en el sanatorio mental, en un inútil intento por curar su mal. Prueba de ello, eran las marcas que adornaban – casi en su totalidad – su espalda. En el pasado, no había noche en que se acostase sin haber recibido una serie de azotes por incumplir las órdenes de sus superiores. No mirarlos directamente a los ojos cuando se lo pedían, o nadar en sus recuerdos en medio de conversaciones, eran afrentas suficientes para tener que disciplinarlo. A sus compañeros de las habitaciones vecinas, nos les iba mejor que a él. El sonido que hacía el látigo al lacerar la piel, acompañado de los sollozos de los enfermos, le hacían imposible conciliar el sueño. Actualmente, aquello no era diferente. Su memoria fotográfica, jamás le permitiría olvidar cada maldito episodio vivido. Despertarse cada cierto tiempo, se había convertido en su martirio. La única vez que había logrado descansar sin sentirse amenazado, había sido cuando sostenía a Julianne entre sus brazos y había sido tan efímero, que de no confiar en su capacidad para evocar recuerdos con extrema precisión, habría pensado que lo había imaginado. Ella, por supuesto, no lo sabía. El Duque había dejado que la calidez de su cuñada le embriagara, ahuyentando a los fantasmas que le perseguían inmisericordes. Si bien quería dar a conocer su opinión respecto a la situación que les envolvía, escuchar su voz le tranquilizaba, sin importar cuál fuese el sentimiento que externara. Se abstuvo de llevarle la contraria porque, realmente, ¿qué ganaba? Era de conocimiento público que el Ducado de Rumanía, había terminado en manos de un loco que había tenido la fortuna – o desdicha – de salir de su confinamiento. Su propia familia no se molestaba en negarlo. Luca, especialmente, escupía su verborrea cada que le veía llegar; como si creyese que Vladimir no notaba que traía a colación ese tema justo cuando sabía que lo escucharía. Su medio hermano, quien creía que le había sido arrebatado su título, parecía estar ensañado en desgraciar la vida de los demás.

Como si él supiera que nunca tendría una familia propia, había decidido protegerlos a ellos. Si algo le pasase, sería Luca quien heredase el título y; por consiguiente, el pequeño Mihai. Era eso último lo que realmente le importaba. Su cuñada, se aseguraría de que su hijo no terminase como los anteriores Basarabs. – Julianne. – Habló finalmente, saboreando el nombre, como si se tratase de una exquisitez. – Nada va a ocurrirte. No lo permitiré. – No solo porque no querría saber que ella estaba en peligro, sino también porque lo que hacía, podría cambiar el curso de la historia. Era arriesgado, pero no egoísta su acto. O al menos, así era como el panorama le había parecido cuando estudió los pros y contra de que escribiera en un periódico. A veces, no sentir, le permitía mirar todo con objetividad. – Mi protección no solo se extiende a mi sobrino, también hacia ti. No hay apellido que salvaguardar. ¿O vas a fingir demencia como todos e insultar mi inteligencia? Cuando hablan de los Basarabs, hablan especialmente de mí. – No había ninguna emoción en sus palabras, ni siquiera aburrimiento, solo una constatación de los hechos. En el sanatorio, Vladimir había intentado darle a los demás aquello que querían para que le dejasen en paz. Sin embargo, tantos intentos y fracasos, habían terminado por hacerlo desertar. Jamás sería como cualquier persona. El vacío que dejó el niño, pareció pasarse a su pecho. Extraño, pensó, frunciendo el ceño. No era el momento para profundizar en ello. Tal vez, simplemente se debía a que era la primera vez que sostenía a alguien tan frágil. Se masajeó las sienes, señal de que el dolor de cabeza se hacía cada vez más fuerte. – El té será suficiente. – Agregó. Hablar con Julianne, no era diferente a cómo los pensamientos se arremolinaban en su cabeza. Podrían pasar de un tema a otro en un santiamén. – ¿Necesitas más activo? Ayudarte me es tan gratificante, como agregar una pieza más a mis colecciones. – Esa era la mejor comparación que se le ocurría para expresarse. Quien le conociera, sabía cuánto significaban sus pasatiempos para él. – ¿Luca también ha venido? – Necesitaba saber qué territorio estaba explorando aunque, suponía que éste, no tardaría en aparecer cuándo necesitase otro préstamo.  – Mihai y tú son bienvenidos en mi casa. – Pocos miembros de su familia, podían esperar oír esas palabras. Ellos, eran especiales.


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Mensaje por Julianne MacFarlane Dom Dic 20, 2015 6:39 pm

Julianne se preguntó por qué seguía estremeciéndose cada vez que él la llamaba por su nombre. La forma en que lo pronunciaba, con su voz profunda como sus pensamientos, le provocaba un leve cosquilleo que le recorría la espina dorsal. Lo desestimó, como desestimaba todo aquello que la hacía feliz. En su rostro se reflejó el agradecimiento que profesaba por Vladimir, que él le dijese que cuidaba de ella la emocionaba. También, ese hombre que la sobrepasaba por más de treinta centímetros, le generaba un instinto de protección similar al que tenía por Mihai. Le habría gustado que el Duque no fuese consciente de todas las barbaridades que se decían de él, y a pesar de que en más de una ocasión, tanto empleados como conocidos, le rogaban que no se acercase al Loco Basarab, y mucho menos dejase que su hijo lo hiciera, Julianne, simplemente, no podía alejarse. Sabía que defenderlo era en vano, y optaba por investirle a su expresión un gesto de oscuridad que dejaba claro el hecho de que nada la alejaría de Vladimir. Ella sólo se apartaría de su lado si era el deseo del Duque que lo hiciera. Nada le impediría su compañía.

Asintió a la dureza de sus palabras, y como se había acostumbrado al maltrato de Luca, agachó la cabeza como una niña a la que acababan de reprender por cometer una travesura. Lo observó masajearse las sienes y le preocupó que estuviese enfermo. Sabía que padecía de terribles jaquecas, pero no había presenciado muchas. Por la mueca de su boca, supo que estaba sufriendo. Dejó a Mihai en el piso, que dio unos pasitos tambaleantes hasta sentarse a jugar con algo imaginario. Julianne lo siguió con la mirada, la cual regresó inmediatamente a Vladimir. Las dos tazas de té humeaban y le impregnaban a la atmósfera un suave aroma que era capaz de sosegar hasta el corazón más atormentado. La inglesa era la clase de mujer que creía que todo se solucionaba con un té de por medio. Ocurriese lo que ocurriese, siempre había una taza de la infusión acompañando.

Siéntate, no te noto bien —expresó con la voz vacilante. Se atrevió a tomarlo con suavidad de un brazo y ayudarlo a que se ubicase en la silla. Se colocó a sus espaldas y llevó los pulgares a las sienes de su cuñado, mientras que con el resto de la mano le envolvía la cabeza. Comenzó a masajear con delicadeza. —Luca no sabe nada de esto, estamos tú y yo, Vladimir. Y Mihai, por supuesto —el niño continuaba abstraído en su juego con el soldadito y algo que sólo él lograba ver. —Después hablaremos de mi asunto —dio por cerrada la cuestión que les daba cita en aquel lugar. —No sé si alguna vez te conté, pero mi padre era parlamentario. Un honorable miembro de la Cámara de los Lores —el orgullo teñía sus palabras. —Y las sesiones eran maratónicas, solía llegar a casa con unos dolores de cabeza terribles, y mi madre lo sentaba, así como estás tú ahora, y le masajeaba las sienes y el cráneo así como lo estoy haciendo —aunque él no pudiera verla, una sonrisa nostálgica se había impregnado en sus labios. Cuánto añoraba aquella época feliz… Nada deseaba tanto como el hecho de que Mihai y sus padres hubieran logrado conocerse. Solía tener sueños hermosos en los que Thomas y Elena jugaban felices con su pequeño nieto. Jamás había visto a dos personas que se amasen tanto como ellos y sabía que para ella eso estaba vedado.

Vladimir… —lo nombró casi en un susurro. De pronto, la respiración se le había acelerado y el recuerdo del pasado acudió nuevamente a su mente. — ¿Está mal si…? —sus manos descendieron hacia su nuca, donde ejerció una leve presión, para continuar hacia sus clavículas y luego hacia su pecho. Sus pequeños dedos se detuvieron allí. Julianne dio un paso hacia adelante y acercó su vientre, de forma que la cabeza de su cuñado se relajase contra ella. — ¿Está mal si nos quedamos así por un momento? —sí, sabía que estaba mal pero, simplemente, no podía evitarlo. Dedicó un vistazo a Mihai, que se había quedado dormido en el piso. Parecía muy cómodo, como si fuese un colchón de plumas y no una corteza dura e incómoda. Ese niño era la razón de su vida, y lo habían creado juntos, por más que Vladimir nunca lo supiese. Ese hombre, el Loco Basarab, al que todos subestimaban y odiaban, había hecho de ella una mujer plena y había depositado en su vientre a su gran amor.


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Mensaje por Vladimir Basarab Mar Mar 22, 2016 9:44 pm

Él permaneció sentado en tenso silencio, disfrutando de las caricias que le prodigaba. No. No le había contado aquélla historia acerca de sus padres porque, de otra manera, lo habría recordado. Vladimir, cerró una de sus manos sobre la de ella. Sus dedos trazaron, una y otra vez, rápidos patrones en la piel. Por lo general, las personas que se veían obligadas a estar en su compañía, no resistían por mucho tiempo, su escrutinio. Aunque el Duque no podía mirar a nadie directamente, eso no significaba nada. Lo oía y veía todo. Que Julianne pudiese quedarse así, sin hablar, sin preguntar nada más, lo llenaba de calidez y paz. Sus demonios, desaparecían, a la par que lo hacía su fuerte dolor de cabeza. Las punzadas se hicieron intermitentes. Parecía que, mientras se dedicaba a crear líneas, números y figuras; éstas retrocedían. – Si te hubieses casado conmigo, Luca nunca te habría lastimado. Yo, no te habría lastimado. – No sabía por qué lo había dicho. No había estado pensando en ello cuando lo hizo. Simplemente, la frase salió de su boca. Su cuñada sabía, que él no recordaba lo que había pasado aquélla noche que despertó en el cuarto de un burdel, con dos cortesanas apuñaladas y sangre incriminándolo. Esa era la razón por la que había abandonado Rumanía con tanta prisa. Si bien, su guardián y amigo, se había encargado de eliminar cualquier rastro que le conectase con dichas muertes; todos sabían que si le hacían preguntas directas, no mentiría. Basarab era incapaz de hacerlo. La escena se reproduciría en su magnífica mente y relataría los hechos, tal cual los veía aparecer en sus pensamientos. – ¿Habrías aceptado, Julianne? – Movido por el instinto y el deseo de captar las emociones que él era incapaz de identificar dentro de sí, pero que había aprendido a ver en los demás y nombrar; se levantó y la rodeó, para quedar frente a ella. Quizás fue un segundo o dos, pero sus miradas se encontraron. Luego, la suya se apartó como era costumbre y una sonrisa torcida curvó sus comisuras, cuando vio al niño gorjear entre sueños. – Perdóname. No tengo derecho a realizar ese tipo de cuestiones, mucho menos con Mihai en la misma habitación. – Porque si hubiese terminado con un tipo como él, pensó, podría haberle dado hijos defectuosos. Vladimir siempre había sido consciente de lo diferente que era. Sin duda alguna, no querría pasar su enfermedad a otro miembro de su familia.

¿Y realmente importaba? Él nunca habría podido amarla. No porque no quisiera, sino porque era incapaz de hacerlo. Había tenido amantes, y nunca había sentido algo, cualquier cosa, por ellas. Elena, su hermana, decía que aquello se debía a que no había conocido a la mujer indicada; pero el Duque sabía que sólo estaba siendo amable. Había prestado atención a esa particularidad en los demás. La única que no parecía temer a su locura, era Julianne. No sabía por qué y eso le intrigaba, de la misma forma en que las piedras preciosas lo hacían. Los colores estaban allí, cuando la veía, brillantes y cegadores. Alargó la mano para coger un mechón que caía en la frente de la fémina, como si no lograse contener el impulso. Lo soltó, maravillado por la manera en que éste se rizaba cuando escapaba de sus dedos. Tomó más tirabuzones, deshaciendo el peinado. Era sedoso, como las hebras de un tapiz. Finalmente, no pudo evitar lo que sucedió a continuación. Su mano se deslizó sobre la parte trasera de su cuello y la atrajo hacia sí, para besarla. Vladimir quería volver a sentirla bajo su cuerpo. Quería ver cómo sus mejillas se suavizaban por el placer. Anhelaba sumergirse en ella hasta encontrar su liberación y, entonces, volver a comenzar desde el principio. Ella era auténtica. Lo miraba como lo que era, un hombre. No como el Duque o el loco Basarab. Pasó su lengua por el labio inferior. Sabía a miel. Notaba su pulso bajo las puntas de sus dedos, creando una composición exclusiva para él. La acarició firmemente. – Ven conmigo a casa esta noche. – Pidió solemne, rozando sus labios con los suyos. La necesidad que Julianne había despertado en él, con su dulce voz y sus tiernas caricias, era tal; que le había orillado a pedirle una noche más entre sus brazos. Nadie sospecharía. Era su cuñada, ¡por el amor de Dios! ¿En qué clase de hombre lo convertía eso? Luca no la merecía, pero él tampoco. – Te deseo. – Definitivamente, las medias tintas, nunca se le darían. Después de todo, ¿qué ganaba ocultándolo? Ella podía sentir la tensión en sus músculos. Sólo la presencia del niño, evitaba que él cometiese algo estúpido. Si es que no lo había hecho ya, con sus palabras manifestadas.


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Mensaje por Julianne MacFarlane Dom Mar 27, 2016 8:46 pm

La sinceridad de Vladimir la abrumaba. También la conmovía. Pero, por sobre todas las cosas, la hacía sentir mujer. Cuando él le hablaba, cuando la tocaba, cuando sus miradas se cruzaban los pocos instantes que el Duque podía, su interior temblaba y desfallecía, recordándole su naturaleza indómita, esa que su marido había logrado burlar. Julianne se veía fea, se sentía patética y tenía pena de sí misma, porque Luca así lo expresaba. En su esposo sólo había desprecio y odio: la veía como a un despojo, la golpeaba como a un animal y la sometía como a una esclava. Él era la bestia que se cernía sobre ella, para opacar todo lo bueno que alguna vez había existido, todo lo bueno que alguna vez había poseído. Pero, cuando recordaba las manos de Vladimir sobre su cuerpo, sus caricias generosas, el calor de su piel, podía pensar en que, al menos una vez, había sido valorada por un hombre. Y quizá el anhelo de volver a sentirse de esa forma, la instó a corresponder a su beso, y se dejó envolver por la humedad y la calidez de su boca, incapaz de no aferrarse a su ropa, con sus manos pequeñas cerradas a los costados del cuerpo de su cuñado, en contacto con la fina tela de su ropa. Temía que, si lo abrazaba, no pudiera soltarlo más.

Hubiera querido responder a sus preguntas. ¡Claro que se habría casado con él! ¡Y, por supuesto que Vladimir nunca la habría lastimado! No importaba todo lo que se dijese de su persona, Julianne tenía la certeza de que sería incapaz de hacerle daño a ella o a Mihai. Mihai… Él era su hijo, pero no tenía valor para confesárselo, especialmente porque no podría soportar que dudase de ello. El miedo a que su cuñado la juzgase o la considerase una mentirosa, le provocaba náuseas, y así había aprendido a callar aquella verdad que la asfixiaba. Cuando el contacto finalizó, la muchacha se sintió vacía; quería rogarle que continuase besándola, que no se detuviera, quería seguir sintiéndose única, porque eso era lo que Vladimir le transmitía. Julianne no sabía si él tenía otras amantes, si alguna mujer se atrevía a compartir su lecho, pero la sola idea de saberlo con otra, le oprimía el corazón. No tenía derecho a exigir nada, especialmente, cuando él no recordaba el encuentro casual y secreto en el que habían concebido a su pequeño.

No pudo ocultar la sorpresa ante su propuesta, mucho menos ante su confesión. Abrió los ojos hasta el ardor, y parpadeó una, dos, tres veces, creyendo que había escuchado mal. Todo su cuerpo gritaba que sí, que aceptara, que se entregara a él. Sentía los fuertes y consistentes latidos de su corazón, golpeando contra su pecho, martilleándole los oídos, mortificándole las muñecas. No pudo contener las dos lágrimas que cayeron por sus mejillas, y detestó sentirse tan débil ante él. Lo rodeó con los brazos y apoyó el rostro en su pecho. Eran tan alto, estaba tan tibio, olía tan bien…

Luca me matará —fue lo primero que pudo decir. Y era verdad. Su marido, raramente regresaba a su casa, y dudaba que aquella noche apareciera, pero si volvía y no la encontraba, las consecuencias que pagaría serían terribles. —Y también matará a Mihai —y la sola idea de que él le hiciese daño al niño, la rebelaba. Su voz mortificada se agravó ante el miedo y el odio. —Pero iré contigo… —susurró, intentando convencerse de que aquello estaba bien. Alzó el rostro y le miró los labios, aún brillantes por el momento compartido. Los acarició con el pulgar de su mano derecha, sin poder soltarse aún. —Tengo miedo, Vladimir. ¿Cómo haré para volver a mi hogar después de estar contigo? ¿Cómo haré para continuar? —eran demasiadas preguntas, a las cuales no podía responder. —Sin embargo, lo único que sé es que también te deseo, te deseo como a nada en éste mundo, y que enfrentaré lo que tenga que enfrentar.

Se puso en puntas de pie para volver a besarlo, pero tocaron la puerta, dos golpes firmes que la obligaron a separarse rápidamente de su cuñado. No se molestó en retocarse el cabello, tampoco le importaba lo que pensasen de ella, quizá porque era un secreto a voces el trato que su marido le prodigaba. Lo bueno de su causa, era que todas las mujeres que luchaban por un mundo mejor, tenían su propio infierno. Le dio permiso a Irene, una señora ya entrada en años, que traía una canasta que depositó en el suelo en cuanto entró. Mihai también se despertó, se levantó lentamente y se acercó a su tío. Le extendió sus manitos pidiéndole que lo alzara. Julianne sonrió con ternura, y regresó su vista a la recién llegada.

¿Traes lo que pedimos? —preguntó, una vez que la puerta se cerró. Notó la duda en la mujer, que miró a Vladimir. —No te preocupes por él, es de mi confianza —dicho esto, Irene corrió la manta que cubría el contenido. Armas, una veintena. La joven sonrió con satisfacción. —Imagino que te aseguraste de que todas funcionan —la señora asintió, con la convicción chispeándole en la mirada. —Perfecto. Puedes retirarte —Irene desapareció rápidamente. —Te pido, por favor, que no hagas ningún comentario sobre esto —le rogó a su cuñado.


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