AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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La Liberté guidant le peuple [Privado]
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La Liberté guidant le peuple [Privado]
Cuando apoyó su espalda en el respaldar del mullido asiento, sintió como cada músculo de su cuerpo era abandonado por la tensión. Cerró los ojos un instante, para sentir el hormigueo en sus pies, ajustados en los chapines de raso. Le dolía la cabeza, y sólo los acordes casi paradisíacos de la orquesta lograban volver a sosegarla. La discusión en el camarín con uno de los encargados del teatro, la había dejado no sólo agotada, si no, también, exasperada. Estuvo a punto de estampar el vaso de agua contra la pared, también de lanzar las flores al piso, y lo peor de todo, estuvo a punto de insultar al hombre. Querían cambiar la fecha de estreno de la ópera, y Geneviève se negó rotundamente. No estaba lista la escenografía, tampoco el vestuario. Ella ya sabía su libreto, pero faltaban ajustar algunas notas, además, no dejaría que su grupo trabajara incómodo. Ella le explicó una, dos y tres veces con paciencia lo imposible que era hacer las modificaciones y acelerar los procesos para que la obra comenzara quince días antes de lo previsto, sin embargo, la tenacidad del hombre era tan grande como el protocolo de la cantante, que tras dar la tercera razonable exposición, se dejó caer sobre el sillón de terciopelo bordó que tenía. Desde su posición observó a Robinson, como se apellidaba el caballero, y lo dejó hablar hasta que se puso de pie y le dijo que no habría ningún adelanto; si lo anunciaban, ella no se presentaba. Quizá fue la furia que el hombre percibió en su mirada o la mano de la joven señalando la puerta lo que lo invitó a partir, cualquiera de los dos motivos, fueron suficientes para que el señor murmurara una disculpa y se retirara.
Le latían las sienes y tenía un nudo en la garganta, producto del deseo de llorar. Pero Geneviève jamás lloraba, y no recordaba la última vez que lo había hecho. Quizá hacía muchos años, a lo mejor, en alguna despedida dolorosa o en un momento de nostalgia, lo cierto era que la joven no hacía uso, con frecuencia, de sus lagrimales. No lo consideraba un signo de debilidad, era sabido que muchas veces, las lágrimas caían de emoción o felicidad, pero eran ciertos aspectos que ella había preferido olvidar o no tener presentes. Salvo cuando cantaba, allí explotaba su veta emotiva con frenesí, intentaba que los personajes fueran creíbles, y que la historia que relataba su voz grave, llegara al alma de los espectadores y los acariciara, como suaves plumas de un blanco puro. No contemplaba los rostros, pero podía ver, al final del espectáculo, los rostros de aprobación, los ojos enrojecidos o las pestañas húmedas de quienes la contemplaban desde abajo. Geneviève se había vuelto una muchacha egoísta, sin embargo, cuando cantaba, no sólo lo hacía para ella, si no, también, para su público, esos que la aplaudían hasta que sus manos ardían y los que la vitoreaban como a una diosa. No importaba el rango social, ella abría su corazón para todos los que se atreviesen a exponerlo a su talento magnífico.
Se sorprendió a sí misma acariciando la butaca, imaginando a los espectadores. Sus sentidos, ya aletargados, podían disfrutar de la orquesta y de su melodioso compás. Tarareó algunas partes, al tiempo que mantenía los ojos cerrados y balanceaba su cabeza lentamente, de un lado a otro. Algunos de sus bucles colorados, aquellos que se habían desprendido del recogido, se movían al mismo ritmo. Finalizó el ensayo del segundo acto, y estuvo tentada de aplaudir, pero no era correcto. Admiraba a esos hombres que con tanta pericia y dedicación transformaban las notas musicales en aquellos maravillosos acordes. Esperó, con expectativa, la entrada del tercer acto. Por el rabillo del ojo, vio la figura del encargado desaparecer tras una puerta. Contuvo la respiración sin conocer, conscientemente, los motivos de aquel accionar, pero, en lo profundo, sabía que era porque no deseaba otra conversación acalorada. Tendría que hablar con su abuelo, no podía seguir tolerando aquellas faltas de respeto, sólo porque era una mujer. Cuando él estaba presente, nadie se atrevía a desafiar al Duque de Aquitania, Auguste Lemoine-Valoise. Se negaba, de manera de lo más rotunda, a aceptar la representación oficial de él o de cualquier perteneciente al sexo masculino, sin embargo, todos sabían que era el anciano el que manejaba los contratos de su nieta favorita.
—Qué golpe a mi orgullo —susurró sin ánimos de dramatismo, y se ajustó la mantilla con la que se cubría los hombros. Sacudió la cabeza, despejando un pensamiento sobre cierto personaje, reprendiéndose por tan descabelladas ideas.
Le latían las sienes y tenía un nudo en la garganta, producto del deseo de llorar. Pero Geneviève jamás lloraba, y no recordaba la última vez que lo había hecho. Quizá hacía muchos años, a lo mejor, en alguna despedida dolorosa o en un momento de nostalgia, lo cierto era que la joven no hacía uso, con frecuencia, de sus lagrimales. No lo consideraba un signo de debilidad, era sabido que muchas veces, las lágrimas caían de emoción o felicidad, pero eran ciertos aspectos que ella había preferido olvidar o no tener presentes. Salvo cuando cantaba, allí explotaba su veta emotiva con frenesí, intentaba que los personajes fueran creíbles, y que la historia que relataba su voz grave, llegara al alma de los espectadores y los acariciara, como suaves plumas de un blanco puro. No contemplaba los rostros, pero podía ver, al final del espectáculo, los rostros de aprobación, los ojos enrojecidos o las pestañas húmedas de quienes la contemplaban desde abajo. Geneviève se había vuelto una muchacha egoísta, sin embargo, cuando cantaba, no sólo lo hacía para ella, si no, también, para su público, esos que la aplaudían hasta que sus manos ardían y los que la vitoreaban como a una diosa. No importaba el rango social, ella abría su corazón para todos los que se atreviesen a exponerlo a su talento magnífico.
Se sorprendió a sí misma acariciando la butaca, imaginando a los espectadores. Sus sentidos, ya aletargados, podían disfrutar de la orquesta y de su melodioso compás. Tarareó algunas partes, al tiempo que mantenía los ojos cerrados y balanceaba su cabeza lentamente, de un lado a otro. Algunos de sus bucles colorados, aquellos que se habían desprendido del recogido, se movían al mismo ritmo. Finalizó el ensayo del segundo acto, y estuvo tentada de aplaudir, pero no era correcto. Admiraba a esos hombres que con tanta pericia y dedicación transformaban las notas musicales en aquellos maravillosos acordes. Esperó, con expectativa, la entrada del tercer acto. Por el rabillo del ojo, vio la figura del encargado desaparecer tras una puerta. Contuvo la respiración sin conocer, conscientemente, los motivos de aquel accionar, pero, en lo profundo, sabía que era porque no deseaba otra conversación acalorada. Tendría que hablar con su abuelo, no podía seguir tolerando aquellas faltas de respeto, sólo porque era una mujer. Cuando él estaba presente, nadie se atrevía a desafiar al Duque de Aquitania, Auguste Lemoine-Valoise. Se negaba, de manera de lo más rotunda, a aceptar la representación oficial de él o de cualquier perteneciente al sexo masculino, sin embargo, todos sabían que era el anciano el que manejaba los contratos de su nieta favorita.
—Qué golpe a mi orgullo —susurró sin ánimos de dramatismo, y se ajustó la mantilla con la que se cubría los hombros. Sacudió la cabeza, despejando un pensamiento sobre cierto personaje, reprendiéndose por tan descabelladas ideas.
Última edición por Geneviève Lemoine-Valoise el Mar Oct 01, 2013 9:14 am, editado 1 vez
Geneviève Lemoine-Valoise- Humano Clase Alta
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Re: La Liberté guidant le peuple [Privado]
Terminando estaba de arreglarse con cierta tristeza. Al parecer no supo de ese fantasma, Elvin, tampoco sabia de su hermana, Esmeralda, aquella mujer despanpanante que era todo lo contrario a ella misma, pero eran uña y carne, ella misma se sintio culpable de aquel dia en que la protegio de aquel abusador de barba azul, un tipo que encerraba a sus mujeres en un calabozo, las mataba, y al dia siguiente iba en busca de una nueva presa para su coleccion. Pero su hermana se sacrifico por ella, murio y la misma Cilo acabo con el desalmado de Barba Azul. Desconocio y nunca supo el verdadero nombre de esa persona.
Por su espejo corria una lagrima silenciosa tras recordar la noche en que huyeron hacia Paris. Y ahora estaba sola en una mansion que era enorme, no tenia apenas ningun sirviente porque los dos que tenian, se habian esfumado, se habian largado dejandola sola ante la vida. Aquel amigo parecia aun esperar la respuesta de ella. La habia invitado a palacio a pasar unos dias con ella. ¿Sería su unica familia? Terminaba de apartar la lagrima de sus ojos y firmemente se vistio como pudo con un bello vestido azul oscuro, que no hacia justicia a su belleza. No sabia tampoco de moda, quien le dejaba los vestidos sobre la cama para ponerselos al dia siguiente era su adorada hermana que ya no estaba a su lado.
Podria ser cierto, que en algun lugar del globo terraqueo existiera alguna familia para ella con quien estar o durar varios años. De momento, se iba al teatro, a ver a una cantante de opera que estaba consiguiendo fama enseguida. Su voz le encantaba, la habia escuchado un par de veces y esta sería de nuevo la siguiente vez que la veria. Estaba echa un lío. Se puso unos zapatos plateados que bueno, si parecian conjuntar con el vestido, temio por caerse por lo altos que eran, pero le resulto bastante comodos. Tomo el carruaje con lentitud y fue como en un sueño. paso tan rapido el tiempo que no se dio cuenta de que ya estaban frente al teatro. Se bajo lentamente del carruaje y vio que la gente salia. Le extraño mucho. Con decision, entró en el teatro, pero los acomodadores les dijeron a la pobre Cilo que espectaculo habia finalizado.
Ella solamente asintio cabizbaja, pero de reojo vio a una muchacha... ¿Podria ser la cantante a quien admiraba tanto?
Por su espejo corria una lagrima silenciosa tras recordar la noche en que huyeron hacia Paris. Y ahora estaba sola en una mansion que era enorme, no tenia apenas ningun sirviente porque los dos que tenian, se habian esfumado, se habian largado dejandola sola ante la vida. Aquel amigo parecia aun esperar la respuesta de ella. La habia invitado a palacio a pasar unos dias con ella. ¿Sería su unica familia? Terminaba de apartar la lagrima de sus ojos y firmemente se vistio como pudo con un bello vestido azul oscuro, que no hacia justicia a su belleza. No sabia tampoco de moda, quien le dejaba los vestidos sobre la cama para ponerselos al dia siguiente era su adorada hermana que ya no estaba a su lado.
Podria ser cierto, que en algun lugar del globo terraqueo existiera alguna familia para ella con quien estar o durar varios años. De momento, se iba al teatro, a ver a una cantante de opera que estaba consiguiendo fama enseguida. Su voz le encantaba, la habia escuchado un par de veces y esta sería de nuevo la siguiente vez que la veria. Estaba echa un lío. Se puso unos zapatos plateados que bueno, si parecian conjuntar con el vestido, temio por caerse por lo altos que eran, pero le resulto bastante comodos. Tomo el carruaje con lentitud y fue como en un sueño. paso tan rapido el tiempo que no se dio cuenta de que ya estaban frente al teatro. Se bajo lentamente del carruaje y vio que la gente salia. Le extraño mucho. Con decision, entró en el teatro, pero los acomodadores les dijeron a la pobre Cilo que espectaculo habia finalizado.
Ella solamente asintio cabizbaja, pero de reojo vio a una muchacha... ¿Podria ser la cantante a quien admiraba tanto?
Dawn Nimmet- Vampiro Clase Alta
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Re: La Liberté guidant le peuple [Privado]
Geneviève se levantó de súbito de su silla, y escuchó como un par de cuerdas perdían por unos brevísimos instantes sus acordes. Miró hacia el escenario, y levantó la mano pidiendo disculpas. Los tres músicos que se distrajeron ante el brusco movimiento, asintieron con sus cabezas y una media sonrisa, que ella devolvió. Caminó entre las butacas, maldiciendo internamente el vestido que no le permitía salir con facilidad. El camino era angosto, y las faldas demasiado anchas. Tuvo la profunda necesidad de arrancarse las enaguas, el corsé, y todas las telas que la aprisionaban, pero se mantuvo con su habitual frialdad exterior. Su taconeo fue amortiguado por el alfombrado rojo, y eso le dio la tranquilidad para salir de la zona donde podía seguir distrayendo a sus colegas.
Se dirigió a su camarín, y se encontró con una de sus doncellas, que acomodaba sus vestidos. Ya había dos ramos de flores ubicados en respectivos jarrones, y la cantante tuvo la imperiosa necesidad de arrojarlos a la basura, junto con todo lo que había en el habitáculo. Una vez más, se contuvo de cometer actos incorrectos y escandalosos. Se había pasado la vida haciéndolo, y no veía lo menester en arrojar, vaya paradoja, todos sus modales al tacho y pisotearlos. Saludó con simpleza a la joven, a Geneviève le agradaba aquella muchacha, sus movimientos eran leves, y realizase la tarea que realizase, siempre lo hacía con presteza y dedicación, y, lo más importante, sin hacer si quiera un mínimo sonido.
Se recostó sobre el sillón de terciopelo azul, y antes de que pudiera pedirlo, la dependienta ya había colocado una copa con agua frente a ella. Geneviève le sonrió con agradecimiento, y bebió del líquido como si se tratase de un elixir. Hasta ese momento no se había percatado de lo seca que tenía la garganta, y lo menos que necesitaba era lastimarla días antes del estreno de la obra. Eso sería realmente trágico, y no estaba para que nadie, absolutamente nadie, le diese sermones sobre cómo cuidar su carrera.
—Necesito un poco de aire, iré hasta la puerta —le anunció a la doncella, quizá más por querer expresar un deseo que por tener que contarle a la empleada a dónde se dirigía. La joven asintió con lealtad.
Decidió cruzar por la platea, el ensayo de instrumentos seguía, y la música invadía cada rincón de la imponente obra arquitectónica. El teatro, a pesar de tener la mayor parte de sus luces apagadas, se erigía espléndido ante la mirada de cualquiera. Claro, ella había visto muchos como ese, pero siempre la atrapaba la magia que envolvía esos lugares, que, al fin de cuentas, eran el único sitio donde se sentía realmente libre. La sorprendió una figura femenina cerca de la entrada, y rogó que fuera una empleada del lugar, aunque, por su ropa, era evidente que no se trataba de quien ella quería. Miró hacia a un lado y hacia el otro, y supo que se había colado en el ensayo, lo cual, era ilegal.
—¿Qué hace usted aquí? —preguntó con los brazos en jarra, pero su voz no fue exigente, aunque su mirada inquisitoria demostraba lo contrario.
Se dirigió a su camarín, y se encontró con una de sus doncellas, que acomodaba sus vestidos. Ya había dos ramos de flores ubicados en respectivos jarrones, y la cantante tuvo la imperiosa necesidad de arrojarlos a la basura, junto con todo lo que había en el habitáculo. Una vez más, se contuvo de cometer actos incorrectos y escandalosos. Se había pasado la vida haciéndolo, y no veía lo menester en arrojar, vaya paradoja, todos sus modales al tacho y pisotearlos. Saludó con simpleza a la joven, a Geneviève le agradaba aquella muchacha, sus movimientos eran leves, y realizase la tarea que realizase, siempre lo hacía con presteza y dedicación, y, lo más importante, sin hacer si quiera un mínimo sonido.
Se recostó sobre el sillón de terciopelo azul, y antes de que pudiera pedirlo, la dependienta ya había colocado una copa con agua frente a ella. Geneviève le sonrió con agradecimiento, y bebió del líquido como si se tratase de un elixir. Hasta ese momento no se había percatado de lo seca que tenía la garganta, y lo menos que necesitaba era lastimarla días antes del estreno de la obra. Eso sería realmente trágico, y no estaba para que nadie, absolutamente nadie, le diese sermones sobre cómo cuidar su carrera.
—Necesito un poco de aire, iré hasta la puerta —le anunció a la doncella, quizá más por querer expresar un deseo que por tener que contarle a la empleada a dónde se dirigía. La joven asintió con lealtad.
Decidió cruzar por la platea, el ensayo de instrumentos seguía, y la música invadía cada rincón de la imponente obra arquitectónica. El teatro, a pesar de tener la mayor parte de sus luces apagadas, se erigía espléndido ante la mirada de cualquiera. Claro, ella había visto muchos como ese, pero siempre la atrapaba la magia que envolvía esos lugares, que, al fin de cuentas, eran el único sitio donde se sentía realmente libre. La sorprendió una figura femenina cerca de la entrada, y rogó que fuera una empleada del lugar, aunque, por su ropa, era evidente que no se trataba de quien ella quería. Miró hacia a un lado y hacia el otro, y supo que se había colado en el ensayo, lo cual, era ilegal.
—¿Qué hace usted aquí? —preguntó con los brazos en jarra, pero su voz no fue exigente, aunque su mirada inquisitoria demostraba lo contrario.
Geneviève Lemoine-Valoise- Humano Clase Alta
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Re: La Liberté guidant le peuple [Privado]
Guiada por la decepción no pensó que aquella mujer del fondo fuese a acercarse hasta ella, se podría decir que ahora se sentía dichosa al conocer finalmente a la mujer, a la musa del canto que estaba ante ella, hasta su toque autoritario, preguntando que hacia ella aquí, le agradaba, le hacía ver la falta de autoridad que a ella misma le faltaba tener en la vida – Yo estaba aquí, pues la verdad creía que hoy hacia su función…y como ando sola en mi casa pues pensé buscar algún entretenimiento…-se mordió el labio inferior, comenzando a aflorar sus miedos por la reacción que pudiera ella tener a su respuesta.
Estaba rodeada de varios guardianes que cuidaban la seguridad del teatro, la cantante que seguía con sus brazos en jarras, quizás se había tomado muy a pecho su manera de haber captado la pregunta ajena. Se lamio los labios para después hacer una leve reverencia - Bu-bueno…-Tartamudeó, tenía que controlarse un poco – Tiene razón, además creo que no he venido en buen momento…-Para variar se sentía fuera de lugar, excepto cuando aquel sádico vampiro llamado Santhiago la obligaba a abrirse de piernas para su propio goce.
Tampoco es que se sintiera emergida en un inmenso placer cuando estaba con esa sádica persona, solamente, la música era su salida al placer, eso y dormir sin ser molestada durante muchas, muchas horas. Se encontraba en el teatro aun, caminando hacia la salida. Sabía que había molestado o ella simplemente se lo imaginaba así, estaba confundida pero aun así continuo en salir hacia fuera, hacia el exterior en donde aún había un carruaje para ella si es que decidía seguir caminando hacia adelante.
Paro insitu para girar su rostro unos grados hacia atrás y miro a la cantante que seguía en su sitio. Miro también a los guardias del teatro que también la miraba algo sorprendidos, los miraba una y otra vez pero no captaba nada en sus miradas. Cilo inmediatamente sintió como su corazón sentía como lo apretaban, sentía como la ansiedad antes de las lágrimas comenzaba a salir a flote, se sentía cada vez más como una niña pequeña a la que han dejado sin familia, se sentía la peor persona del mundo y ahora, que ya había recordado como se sentía en el mundo, su mano fue directa a su rostro, siguiéndole su otra mano para taparse al completo, mancharía su rostro con líneas oscuras del carboncillo que uso para maquillarse levemente sus ojos, pero no lo supo hasta que se miró de reojo en un espejo.
Si, su reflejo en el espejo era el resultado de cómo estaba en realidad viviendo. El reflejo que vio en el espejo, hizo que su cabello recogido, se lo deshiciera ella misma con desesperación aguda, que después fue como desesperándose más y más, teniendo en cuenta que ya nada le importaba en absoluto. Era un juguete de un vampiro sádico, no tenía familia, no tenía a nadie a quien recurrir y ni siquiera sabía si tenía algún familiar más que la que tuvo en un principio, Elvin se fue, su querida hermana la dejo tirada sin previo aviso, desapareciendo sin más ¿Cómo quería que estuviera en estos instantes?
Estaba rozando el borde de la histeria, sus cabellos ahora estaban desordenados, sus pinzas, adornos del cabello estaban en el suelo desperdigados sin ton ni son. Se miró en el espejo y el maquillaje había comenzado a correrse por sus mejillas. El tinte negro de su máscara había costado una fortuna, y ahí veía su fortuna, dejándose correr por su rostro en líneas rectas hasta caer al suelo, a la moqueta de aquel teatro.
Quería romper su rostro, quería golpear el reflejo que veía enfrente, pero cuando iba a golpear el espejo en el que se miraba, varias personas la detuvieron, Cilo insistía, pero finalmente consiguieron alejarla de aquel reflejo que tanto la martirizaba.
Estaba rodeada de varios guardianes que cuidaban la seguridad del teatro, la cantante que seguía con sus brazos en jarras, quizás se había tomado muy a pecho su manera de haber captado la pregunta ajena. Se lamio los labios para después hacer una leve reverencia - Bu-bueno…-Tartamudeó, tenía que controlarse un poco – Tiene razón, además creo que no he venido en buen momento…-Para variar se sentía fuera de lugar, excepto cuando aquel sádico vampiro llamado Santhiago la obligaba a abrirse de piernas para su propio goce.
Tampoco es que se sintiera emergida en un inmenso placer cuando estaba con esa sádica persona, solamente, la música era su salida al placer, eso y dormir sin ser molestada durante muchas, muchas horas. Se encontraba en el teatro aun, caminando hacia la salida. Sabía que había molestado o ella simplemente se lo imaginaba así, estaba confundida pero aun así continuo en salir hacia fuera, hacia el exterior en donde aún había un carruaje para ella si es que decidía seguir caminando hacia adelante.
Paro insitu para girar su rostro unos grados hacia atrás y miro a la cantante que seguía en su sitio. Miro también a los guardias del teatro que también la miraba algo sorprendidos, los miraba una y otra vez pero no captaba nada en sus miradas. Cilo inmediatamente sintió como su corazón sentía como lo apretaban, sentía como la ansiedad antes de las lágrimas comenzaba a salir a flote, se sentía cada vez más como una niña pequeña a la que han dejado sin familia, se sentía la peor persona del mundo y ahora, que ya había recordado como se sentía en el mundo, su mano fue directa a su rostro, siguiéndole su otra mano para taparse al completo, mancharía su rostro con líneas oscuras del carboncillo que uso para maquillarse levemente sus ojos, pero no lo supo hasta que se miró de reojo en un espejo.
Si, su reflejo en el espejo era el resultado de cómo estaba en realidad viviendo. El reflejo que vio en el espejo, hizo que su cabello recogido, se lo deshiciera ella misma con desesperación aguda, que después fue como desesperándose más y más, teniendo en cuenta que ya nada le importaba en absoluto. Era un juguete de un vampiro sádico, no tenía familia, no tenía a nadie a quien recurrir y ni siquiera sabía si tenía algún familiar más que la que tuvo en un principio, Elvin se fue, su querida hermana la dejo tirada sin previo aviso, desapareciendo sin más ¿Cómo quería que estuviera en estos instantes?
Estaba rozando el borde de la histeria, sus cabellos ahora estaban desordenados, sus pinzas, adornos del cabello estaban en el suelo desperdigados sin ton ni son. Se miró en el espejo y el maquillaje había comenzado a correrse por sus mejillas. El tinte negro de su máscara había costado una fortuna, y ahí veía su fortuna, dejándose correr por su rostro en líneas rectas hasta caer al suelo, a la moqueta de aquel teatro.
Quería romper su rostro, quería golpear el reflejo que veía enfrente, pero cuando iba a golpear el espejo en el que se miraba, varias personas la detuvieron, Cilo insistía, pero finalmente consiguieron alejarla de aquel reflejo que tanto la martirizaba.
Dawn Nimmet- Vampiro Clase Alta
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Re: La Liberté guidant le peuple [Privado]
Geneviève quedó azorada ante la reacción desmedida de la intrusa. Sus ojos se abrieron de par en par al observar a aquella muchacha desbordada emocionalmente. Los hombres de seguridad la miraron, y ella se encogió de hombros y negó con su cabeza, explicando con gestos que no entendía qué le había sucedido. Intentó recordar si había sido demasiado rigurosa, pero la pregunta había sido simple, aunque sabía que podía parecer que hablaba con dureza cuando su humor le jugaba una mala pasada. Pero no, no la había maltratado, no era su estilo, si quiera con aquellas personas que realmente la irritaban. Sin embargo, sintió una oleada de culpa, la muchacha le había confesado su admiración, y ella la había dejado partir sin siquiera agradecerle. Se recordó que se debía a su público, sin aquellos que compraban boletos y que la vitoreaban luego de cada actuación, no sería nadie. Ni siquiera su talento le habría servido de algo si el público no la aceptaba.
—Por favor, búsquenla y que se reúna conmigo en el salón —señaló hacia una puerta de vidrio que estaba a mano derecha.
El salón era donde solían realizarse las tertulias luego de las obras, donde la high society europea cotilleaba tras su dosis de cultura. Verla de día, sin la ornamenta que la caracterizaba en las noches de jolgorio, la convertía en una sala cálida y amena. Estaba alfombrada en color bordó, los grandes ventanales con cortinas claras recogidas permitían que la luz del sol penetrara e hiciera brillar la ornamenta. Se paró frente a un cuadro de Jean-Pierre Houël, que representaba la Toma de la Bastilla, y databa del mismo año del suceso, 1789. Geneviève no había estado en Francia en aquel acontecimiento, pero le parecía brillante que la gente se hubiera alzado contra el Ancien Régime. Ella había creído, a pesar de ser muy joven, en los ideales revolucionarios, claro que nunca había manifestado su opinión al respecto. No sólo porque para su abuelo era un tema sensible –no había pasado por la guillotina gracias a sus contactos-, sino, porque a nadie le importaba lo que una mujer tuviera para decir con respecto a la política. Claro que Geneviève no era cualquier mujer, no era una simple niña mimada que no veía más allá de sus narices, sin embargo, prefería no generar polémica. Portaba un apellido al cual debía honrar.
—Lamento mucho si fui grosera con usted —la había escuchado entrar, a pesar de parecer inmiscuida en sus propios pensamientos. Si algo la caracterizaba, era su excelente oído, y no sólo el musical— Espero sepa comprender que no he tenido un buen día —seguía con sus manos cruzadas en la parte baja de la cintura, y la cabeza en alto, observando la pintura.
Giró lentamente, ya sin su expresión osca. Le hubiera gustado sonreírle, pero Geneviève jamás sonreía, salvo cuando estaba sobre el escenario. Cuando la función terminaba, y el telón se elevaba para que los artistas saludaran, ella mostraba sus blanquísimos dientes en una sonrisa sincera, que desaparecía en el preciso instante en que el telón volvía a caer. Sin embargo, mostraba una expresión amable, intentando transmitirle a la desconocida algo de tranquilidad. Notó su rostro hinchado y maltratado a causa de las lágrimas y, nuevamente, un cierto deje de culpa le provocó una pequeña puntada en el pecho. Aquella joven debía tener una vida difícil. Geneviève comprendía lo que era eso, sin embargo, no se permitía expresar, si quiera en la intimidad y soledad de su alcoba, un resto de debilidad. ¿Cuándo había sido la última vez que había llorado a causa de su existencia? No lo recordaba, quizá nunca lo había hecho. Si un recuerdo de ese tipo la asaltaba, lo descartaba con la misma facilidad con la que aprendía un guión. Era algo que prefería no tener presente.
—No nos hemos presentado, aunque usted debe conocerme, sino, no habría venido creyendo que había función —estiró su mano— Geneviève Lemoine-Valoise.
—Por favor, búsquenla y que se reúna conmigo en el salón —señaló hacia una puerta de vidrio que estaba a mano derecha.
El salón era donde solían realizarse las tertulias luego de las obras, donde la high society europea cotilleaba tras su dosis de cultura. Verla de día, sin la ornamenta que la caracterizaba en las noches de jolgorio, la convertía en una sala cálida y amena. Estaba alfombrada en color bordó, los grandes ventanales con cortinas claras recogidas permitían que la luz del sol penetrara e hiciera brillar la ornamenta. Se paró frente a un cuadro de Jean-Pierre Houël, que representaba la Toma de la Bastilla, y databa del mismo año del suceso, 1789. Geneviève no había estado en Francia en aquel acontecimiento, pero le parecía brillante que la gente se hubiera alzado contra el Ancien Régime. Ella había creído, a pesar de ser muy joven, en los ideales revolucionarios, claro que nunca había manifestado su opinión al respecto. No sólo porque para su abuelo era un tema sensible –no había pasado por la guillotina gracias a sus contactos-, sino, porque a nadie le importaba lo que una mujer tuviera para decir con respecto a la política. Claro que Geneviève no era cualquier mujer, no era una simple niña mimada que no veía más allá de sus narices, sin embargo, prefería no generar polémica. Portaba un apellido al cual debía honrar.
—Lamento mucho si fui grosera con usted —la había escuchado entrar, a pesar de parecer inmiscuida en sus propios pensamientos. Si algo la caracterizaba, era su excelente oído, y no sólo el musical— Espero sepa comprender que no he tenido un buen día —seguía con sus manos cruzadas en la parte baja de la cintura, y la cabeza en alto, observando la pintura.
Giró lentamente, ya sin su expresión osca. Le hubiera gustado sonreírle, pero Geneviève jamás sonreía, salvo cuando estaba sobre el escenario. Cuando la función terminaba, y el telón se elevaba para que los artistas saludaran, ella mostraba sus blanquísimos dientes en una sonrisa sincera, que desaparecía en el preciso instante en que el telón volvía a caer. Sin embargo, mostraba una expresión amable, intentando transmitirle a la desconocida algo de tranquilidad. Notó su rostro hinchado y maltratado a causa de las lágrimas y, nuevamente, un cierto deje de culpa le provocó una pequeña puntada en el pecho. Aquella joven debía tener una vida difícil. Geneviève comprendía lo que era eso, sin embargo, no se permitía expresar, si quiera en la intimidad y soledad de su alcoba, un resto de debilidad. ¿Cuándo había sido la última vez que había llorado a causa de su existencia? No lo recordaba, quizá nunca lo había hecho. Si un recuerdo de ese tipo la asaltaba, lo descartaba con la misma facilidad con la que aprendía un guión. Era algo que prefería no tener presente.
—No nos hemos presentado, aunque usted debe conocerme, sino, no habría venido creyendo que había función —estiró su mano— Geneviève Lemoine-Valoise.
Geneviève Lemoine-Valoise- Humano Clase Alta
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Re: La Liberté guidant le peuple [Privado]
Cilo estaba exhausta, por lo que pasaba, termino entrando en la habitación de aquella…Bueno, no era una habitación, creyó que era un salón y en efecto, estaba adornado como tal. Seguramente esto costaría demasiado que ni ella misma podría pagar o bueno, el dinero, era otra cosa por la que no pensaba y que se ocupaba otras personas pero ¿y si la robaban? No sabía el resultado de ello pero con lo inocente que era seguramente alguien intentaría quedarse con su dinero y quedarse ella en la calle. No supo porque pensó ahora esas cosas cuando tenía a la cantante de lirico frente suya, ofreciéndole acomodamiento para que ella estuviera más agusto. No supo cómo entrarle o que decir para agradecérselo, pero estaba esperando a que acabara su pesadilla de inmediato.
-Disculpe la histeria de antes…-se limpió con un pañuelo sus lágrimas que eran pocas-…Estoy vagando en sombras que ni siquiera el día pueden resolver, hay personas que me quieren…para actos impuros…-bajo la cabeza-…Familia no tengo ya y no sé qué hacer…oh! Dios mío, lamento aburriros con mi tertulia…-se fue sentando sobre un cómodo sofá de dos plazas que estaba tapizado de una manera ostentosa, elegante y Cilo se sintió como antaño.
-Cilo…-Miraba por fin a la mujer mientras esta se quedó pensando su apellido-…Nightleaf…-Sonrió con pocas ganas-…Cilo Nightleaf…-Como la fría nieve, así su voz había sonado. Fría, inmune a la calidez de su acostumbrada personalidad que todos conocían. Estaba sentada correctamente tendría que estar una señorita de clase alta, incorporada correctamente con la espalda recta, le era inevitable estar así, siempre había sido el ojito derecho de su familia en todo. Aquel recuerdo le hizo sonreír un poco, sus labios se habían curvado ligeramente, pero no duro mucho el trazo de su sonrisa.
-¿Hoy no había función? –Pregunto cambiando de tema, preocupándose más de lo que pensaría sobre ella misma, acabaría matándola mentalmente, haciéndole pasar por mas penurias y malos tragos de su subconsciente, pensando en Santhiago, un vampiro que la había violado más de una vez, pero que a su vez, la tenía controlada, por si se chivaba a la inquisición. La inquisición. Pensándolo mejor…Tendría que cambiar - ….¿Sabe de alguien que trabaje para la inquisición? –Murmura lentamente sin temor en sus silabas, estaba pensando en alistarse en esa “salvación” pero sabía que era bruja, no tendría oportunidad más que la hoguera, pero tendría que conocer a alguien que podría ayudarla.
Le quitaron la virginidad brutalmente y la violo dos veces, después la manipulaba a su antojo y su intuición le decía que estaba a punto de conocer a alguien con quien compartiría su vida. Era de locos. Seguramente otro maltratador. No quería más dolor en su vida. Pensó, que a partir de ahora, fuese ahora ella quien repartiera el dolor, entrenando con pequeños blancos, después poder acercarse más a su objetivo, a aquel que la toco sin su permiso.
Santhiago Morel, había firmado su sentencia de muerte. Pero…¿Qué estaba pensando en ese momento? ¿Venganza? Tal vez, pero tendría que dejarlo para después. Ahora estaba frente a su idola. Obviamente no conocería a nadie para que la pudiera ayudar-…De nuevo discúlpame…Me deje llevar por el desánimo…-sonrió ahora…¿Más tranquila?
Tal vez.
-Disculpe la histeria de antes…-se limpió con un pañuelo sus lágrimas que eran pocas-…Estoy vagando en sombras que ni siquiera el día pueden resolver, hay personas que me quieren…para actos impuros…-bajo la cabeza-…Familia no tengo ya y no sé qué hacer…oh! Dios mío, lamento aburriros con mi tertulia…-se fue sentando sobre un cómodo sofá de dos plazas que estaba tapizado de una manera ostentosa, elegante y Cilo se sintió como antaño.
-Cilo…-Miraba por fin a la mujer mientras esta se quedó pensando su apellido-…Nightleaf…-Sonrió con pocas ganas-…Cilo Nightleaf…-Como la fría nieve, así su voz había sonado. Fría, inmune a la calidez de su acostumbrada personalidad que todos conocían. Estaba sentada correctamente tendría que estar una señorita de clase alta, incorporada correctamente con la espalda recta, le era inevitable estar así, siempre había sido el ojito derecho de su familia en todo. Aquel recuerdo le hizo sonreír un poco, sus labios se habían curvado ligeramente, pero no duro mucho el trazo de su sonrisa.
-¿Hoy no había función? –Pregunto cambiando de tema, preocupándose más de lo que pensaría sobre ella misma, acabaría matándola mentalmente, haciéndole pasar por mas penurias y malos tragos de su subconsciente, pensando en Santhiago, un vampiro que la había violado más de una vez, pero que a su vez, la tenía controlada, por si se chivaba a la inquisición. La inquisición. Pensándolo mejor…Tendría que cambiar - ….¿Sabe de alguien que trabaje para la inquisición? –Murmura lentamente sin temor en sus silabas, estaba pensando en alistarse en esa “salvación” pero sabía que era bruja, no tendría oportunidad más que la hoguera, pero tendría que conocer a alguien que podría ayudarla.
Le quitaron la virginidad brutalmente y la violo dos veces, después la manipulaba a su antojo y su intuición le decía que estaba a punto de conocer a alguien con quien compartiría su vida. Era de locos. Seguramente otro maltratador. No quería más dolor en su vida. Pensó, que a partir de ahora, fuese ahora ella quien repartiera el dolor, entrenando con pequeños blancos, después poder acercarse más a su objetivo, a aquel que la toco sin su permiso.
Santhiago Morel, había firmado su sentencia de muerte. Pero…¿Qué estaba pensando en ese momento? ¿Venganza? Tal vez, pero tendría que dejarlo para después. Ahora estaba frente a su idola. Obviamente no conocería a nadie para que la pudiera ayudar-…De nuevo discúlpame…Me deje llevar por el desánimo…-sonrió ahora…¿Más tranquila?
Tal vez.
Dawn Nimmet- Vampiro Clase Alta
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Re: La Liberté guidant le peuple [Privado]
El primer pensamiento de Geneviève fue que la joven era una especie de loca que se había escapado del sanatorio mental, y con la suerte que acarreaba ese día, no era una posibilidad del todo descabellada. Escuchó con atención su despliegue de dramatismo, como si realmente le importara lo que estuviera diciendo. Se sintió una cretina por rotular a la muchacha de aquella manera. Quizá tenía demasiados problemas como para medirse, era más que obvio que se encontraba completamente perturbada por sus emociones, y no debía medir con la misma vara que se medía a sí misma, pues la cantante era completamente inexpresiva en su vida cotidiana. Difícilmente alguien supiera si estaba alegre o triste, si ella no quería que el otro se enterase. Tenía una máscara que sólo se quitaba cuando desplegaba en el escenario todo su talento, y donde nadie se sentía involucrado, y al mismo tiempo, todos se conectaban con sus emociones, haciéndolas propias, tocando el corazón de cada espectador con su voz celestial. Pero en situaciones como aquella, no podía hacer más que escuchar, con la cabeza levemente inclinada y los brazos cruzados a la altura de la boca del estómago.
Agradeció que la joven se atropellara con sus propias palabras, pues sentía un cierto grado de incomodidad al tener que consolarla. Tampoco le dejó decirle “mucho gusto”, cuando Cilo le dijo su nombre. No la acompañó a sentarse, tenía demasiadas ocupaciones como para instalarse en ese cómodo y tentador sofá a purgar las penas de una total y completa desconocida. Siguió sintiéndose terriblemente egoísta, y se dijo que el día que ella necesitara a alguien, estaría completamente sola. <<No, mi abuelo siempre estará a mi lado>> resolvió con simpleza. Él siempre estaba, siempre lo había hecho, a pesar de los miles de kilómetros que, en ocasiones, los habían separado. La pregunta sobre la Inquisición la tomó desprevenida, no era algo de lo que se hablase en una conversación común y corriente, y cayó en la cuenta que la situación no había sido normal desde el instante en que la joven huyó llorando como si Geneviève le hubiera dado un palazo en la nuca. Se preguntó qué había hecho para merecer aquello, pero intentó poner su mejor voluntad para deshacerse, con cortesía, de aquella situación tan embarazosa.
— ¿La Inquisición? Bueno, sí, conozco a algunos miembros. Pero no es bueno enredarse con ellos, Cilo. No se si usted sabe bien de qué se trata, pero es… —hizo una pausa para buscar una palabra que suavice, pero no la encontró— es peligroso. Ellos no son como usted y como yo —luego de eso, se arrepintió. Quizá aquella muchacha era un ser sobrenatural –descartó el vampirismo ya que estaban a plena luz del día- y quería entregarse. Lo único que le faltaba era que la relacionaran con ese tipo de criaturas, y la metieran en un problema. Mantuvo su misma expresión, que nada decía, y se sentó al lado de la señorita— No se preocupe, Cilo. Todos podemos tener días mejores o peores. Usted no ha hecho nada malo, y ya olvidé lo que ha pasado —Geneviève raramente sonreía, y si bien aquella no fue la ocasión, sus ojos intentaron transmitir tranquilidad— Si usted ha venido aquí en busca de información sobre el Santo Oficio, es el lugar equivocado. Y, sinceramente, yo preferiría no inmiscuirme en ese terreno. No me conoce, ni yo a usted, pero acepte mi consejo: aléjese. Sea lo que sea que tenga que resolver, intente buscar otros recursos —imaginó que, quizá, aquella joven era acosada por un sobrenatural, y rogó que no se apareciera en el preciso instante que se encontraba en compañía de ella.
Agradeció que la joven se atropellara con sus propias palabras, pues sentía un cierto grado de incomodidad al tener que consolarla. Tampoco le dejó decirle “mucho gusto”, cuando Cilo le dijo su nombre. No la acompañó a sentarse, tenía demasiadas ocupaciones como para instalarse en ese cómodo y tentador sofá a purgar las penas de una total y completa desconocida. Siguió sintiéndose terriblemente egoísta, y se dijo que el día que ella necesitara a alguien, estaría completamente sola. <<No, mi abuelo siempre estará a mi lado>> resolvió con simpleza. Él siempre estaba, siempre lo había hecho, a pesar de los miles de kilómetros que, en ocasiones, los habían separado. La pregunta sobre la Inquisición la tomó desprevenida, no era algo de lo que se hablase en una conversación común y corriente, y cayó en la cuenta que la situación no había sido normal desde el instante en que la joven huyó llorando como si Geneviève le hubiera dado un palazo en la nuca. Se preguntó qué había hecho para merecer aquello, pero intentó poner su mejor voluntad para deshacerse, con cortesía, de aquella situación tan embarazosa.
— ¿La Inquisición? Bueno, sí, conozco a algunos miembros. Pero no es bueno enredarse con ellos, Cilo. No se si usted sabe bien de qué se trata, pero es… —hizo una pausa para buscar una palabra que suavice, pero no la encontró— es peligroso. Ellos no son como usted y como yo —luego de eso, se arrepintió. Quizá aquella muchacha era un ser sobrenatural –descartó el vampirismo ya que estaban a plena luz del día- y quería entregarse. Lo único que le faltaba era que la relacionaran con ese tipo de criaturas, y la metieran en un problema. Mantuvo su misma expresión, que nada decía, y se sentó al lado de la señorita— No se preocupe, Cilo. Todos podemos tener días mejores o peores. Usted no ha hecho nada malo, y ya olvidé lo que ha pasado —Geneviève raramente sonreía, y si bien aquella no fue la ocasión, sus ojos intentaron transmitir tranquilidad— Si usted ha venido aquí en busca de información sobre el Santo Oficio, es el lugar equivocado. Y, sinceramente, yo preferiría no inmiscuirme en ese terreno. No me conoce, ni yo a usted, pero acepte mi consejo: aléjese. Sea lo que sea que tenga que resolver, intente buscar otros recursos —imaginó que, quizá, aquella joven era acosada por un sobrenatural, y rogó que no se apareciera en el preciso instante que se encontraba en compañía de ella.
Geneviève Lemoine-Valoise- Humano Clase Alta
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Re: La Liberté guidant le peuple [Privado]
La escuchaba atentamente para entender que tenía que alejarse, pero es que tenía suficiente con Santhiago entre sus piernas cada vez que a él se le antojaba cierto capricho. Estima el autocontrol ajeno pero el cual ella no tiene. Desea ser como cierta mujer, pero aquí cada uno es como es, no sabe lo que le espera y va por el camino fácil. Cilo está algo dispersa, no se había dado cuenta de que no sabía por dónde empezar a buscar, quería algún inquisidor, si, pero estaba claro que no sabía por dónde buscar en un principio. Teniendo en cuenta de que tenía el ojo echado al comportamiento elegante de la cantante, esta misma se propuso a seguir el consejo por unos días, hasta que Santhiago mismo volviera a hacerle lo mismo. No sabría cómo decirle que parase sus torturas, el nunca escuchaba. Estaba tentado a controlarla a primeras con ilusiones acabando ella a su merced.
-Suspira-
-Seguiré vuestro consejo pues es sabio al fin de cuentas…pero el miedo me aflige mas por las noches que cualquier otra hora del día…-suspiro-…ya que es por la noche cuando actúa…-desvía la mirada para darse cuenta de que sus ropas estaban desordenadas, movidas hacia un lado. Se levanto con gracia y elegancia a pesar de lo que habia sucedido hace unos minutos atras, y se recolocó el vestido para que tuviera una apariencia un poco mas aceptable. Estaba bien guapa con ese vestido, pero en su rostro aun quedaban el recorrido del carboncillo usado para la sombra delineante en la parte inferior de sus párpados. Miró a Geneviève y le dedico una sonrisa afable-....Gracias por tomaros unos instantes para darme ánimos...ya que seguramente, creo que tiene muchísimos asuntos que resolver aquí o fuera del teatro que, para mi gusto, usted es un ídolo a seguir. La admiro y adoro su trabajo...-Sonrio un poco, débil y sin ganas hasta que se dio cuenta, de que por la puerta entraba un sirviente con dos tazas de té y galletas dulces de chocolate-....¿Ha pedido dulces? -Se extrañó que le trajeran los menesteres para degustarlos ahora, no habían tenido tiempo para pedir al menos algo.
-Recuerdo algo que me dijo mi padre...y es...-tose-...Si tu no lo has pedido...no lo tomes..-Miro con temor a Geneviève-...como refiriendose a que, si él no ha pedido algo, él no lo tomaba. Hubo una vez que se pasó dos años enteros preparando la comida y bebidas ya que anteriormente, habían intentado envenenarle en el té...-rie-...por eso, si no lo he preparado yo, prefiero no arriesgarme...
-Suspira-
-Seguiré vuestro consejo pues es sabio al fin de cuentas…pero el miedo me aflige mas por las noches que cualquier otra hora del día…-suspiro-…ya que es por la noche cuando actúa…-desvía la mirada para darse cuenta de que sus ropas estaban desordenadas, movidas hacia un lado. Se levanto con gracia y elegancia a pesar de lo que habia sucedido hace unos minutos atras, y se recolocó el vestido para que tuviera una apariencia un poco mas aceptable. Estaba bien guapa con ese vestido, pero en su rostro aun quedaban el recorrido del carboncillo usado para la sombra delineante en la parte inferior de sus párpados. Miró a Geneviève y le dedico una sonrisa afable-....Gracias por tomaros unos instantes para darme ánimos...ya que seguramente, creo que tiene muchísimos asuntos que resolver aquí o fuera del teatro que, para mi gusto, usted es un ídolo a seguir. La admiro y adoro su trabajo...-Sonrio un poco, débil y sin ganas hasta que se dio cuenta, de que por la puerta entraba un sirviente con dos tazas de té y galletas dulces de chocolate-....¿Ha pedido dulces? -Se extrañó que le trajeran los menesteres para degustarlos ahora, no habían tenido tiempo para pedir al menos algo.
-Recuerdo algo que me dijo mi padre...y es...-tose-...Si tu no lo has pedido...no lo tomes..-Miro con temor a Geneviève-...como refiriendose a que, si él no ha pedido algo, él no lo tomaba. Hubo una vez que se pasó dos años enteros preparando la comida y bebidas ya que anteriormente, habían intentado envenenarle en el té...-rie-...por eso, si no lo he preparado yo, prefiero no arriesgarme...
Dawn Nimmet- Vampiro Clase Alta
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Re: La Liberté guidant le peuple [Privado]
Sintió un arrojo de pena por la joven visitante. Se notaba a leguas que su corazón estaba perturbado, y que algo le nublaba la vista, otorgándole aquel destello opaco, que ensombrecía su color maravilloso. No era el hecho de haber estado llorando minutos antes, había algo más profundo y triste, algo que en nada se condecía con la situación vivida. Por sus palabras, podía deducir que alguna extraña criatura la rondaba por las noches, y ese horario era propio de sólo una especie. Se le erizó la piel de sólo imaginar que un vampiro perseguía a aquella muchacha de aspecto tan frágil, se le hizo un nudo en la garganta y lamentó no poder hacer nada por ella. Geneviève tenía una carrera que cuidar y un nombre que resguardar, no deseaba, bajo ningún punto de vista, verse envuelta en asuntos peligrosos. Demasiados problemas tenía en su vida, como para cargar sobre su espalda con los de una desconocida. Intentó desestimar el tema, se limitó a observarla, sin hacer más comentarios al respecto. Pecaba de egoísta, pero el apellido Lemoine-Valoise no era del tipo que podía mancharse y salir airosa. Hasta que se casara, debía proteger su reputación, que implicaba tanto su profesión como su vida privada; cuando contrajera nupcias, todo daría un giro de trescientos sesenta grados, y debería dedicarse a criar hijos y mantener complacido a su marido. Esa vida limitada le provocaba náuseas, e intentaba pensar lo menos posible en ese día, pero se acercaba, y era inminente el final de su libertad. Se preguntó si a sus futuros niños les gustaría su voz, o ésta terminaría apagándose en la profundidad y lejanía del Medio Oriente.
A la cantante también le llamó la atención el hecho de que les fuera servido un refrigerio, pero consultó su reloj de bolsillo, tirando levemente de la leontina y, efectivamente, era la hora en que ella tomaba un té de menta para descansar la garganta. Observó al empleado encargado de servirlas, y si bien no lo conocía, se instó a no entrar en la paranoia de Cilo. A pesar de que era lo suficientemente desconfiada como para estar prevenida sobre un posible atentado a su persona, consideraba de lo más descabellado un envenenamiento. No tenía enemigos, o eso creía, y el veneno era un arma de mujeres, según las creencias populares, y jamás le había llegado algún rumor sobre una dama que tuviera recelo con su persona. El aroma de la infusión la acarició como una brisa fresca, y la despejó de aquella locura que la extraña muchacha comenzaba a contagiarle. Supuso que su asistente estaba en conocimiento de su visita, y pidió que enviaran dos tazas de té y galletas para ambas, no había que buscarle demasiadas vueltas al asunto.
—No se preocupe, Cilo, siempre que tengo ensayo bebo un té a ésta hora. No hay nada que temer —intentó encontrar algún vestigio de nerviosismo en el empleado, pero sólo encontró cortesía— Puede retirarse, muchas gracias —despidió al chico. — ¿Desea azúcar? —preguntó al tiempo que colocaba dos terrones en su bebida. —Tome asiento de nuevo, por favor, estamos aquí conversando. Ya que soy su ídolo —dijo sin vanidad— (algo que, me halaga en demasía), supongo que le gustaría compartir conmigo éste simple refrigerio —inclinó levemente su cabeza, y sus labios se curvaron, mostrándole una cuota de amabilidad. Se dio cuenta que había pasado todos esos minutos intentando que la joven se sintiera a gusto, y rogó para que su paciencia durase lo suficiente para no espantarla. Se recordó, una vez más, que se debía a su público, y que su carrera estaba construida en base, no sólo a su talento innato, sino al hecho de siempre mostrarse afable con todos aquellos que se le acercasen.
A la cantante también le llamó la atención el hecho de que les fuera servido un refrigerio, pero consultó su reloj de bolsillo, tirando levemente de la leontina y, efectivamente, era la hora en que ella tomaba un té de menta para descansar la garganta. Observó al empleado encargado de servirlas, y si bien no lo conocía, se instó a no entrar en la paranoia de Cilo. A pesar de que era lo suficientemente desconfiada como para estar prevenida sobre un posible atentado a su persona, consideraba de lo más descabellado un envenenamiento. No tenía enemigos, o eso creía, y el veneno era un arma de mujeres, según las creencias populares, y jamás le había llegado algún rumor sobre una dama que tuviera recelo con su persona. El aroma de la infusión la acarició como una brisa fresca, y la despejó de aquella locura que la extraña muchacha comenzaba a contagiarle. Supuso que su asistente estaba en conocimiento de su visita, y pidió que enviaran dos tazas de té y galletas para ambas, no había que buscarle demasiadas vueltas al asunto.
—No se preocupe, Cilo, siempre que tengo ensayo bebo un té a ésta hora. No hay nada que temer —intentó encontrar algún vestigio de nerviosismo en el empleado, pero sólo encontró cortesía— Puede retirarse, muchas gracias —despidió al chico. — ¿Desea azúcar? —preguntó al tiempo que colocaba dos terrones en su bebida. —Tome asiento de nuevo, por favor, estamos aquí conversando. Ya que soy su ídolo —dijo sin vanidad— (algo que, me halaga en demasía), supongo que le gustaría compartir conmigo éste simple refrigerio —inclinó levemente su cabeza, y sus labios se curvaron, mostrándole una cuota de amabilidad. Se dio cuenta que había pasado todos esos minutos intentando que la joven se sintiera a gusto, y rogó para que su paciencia durase lo suficiente para no espantarla. Se recordó, una vez más, que se debía a su público, y que su carrera estaba construida en base, no sólo a su talento innato, sino al hecho de siempre mostrarse afable con todos aquellos que se le acercasen.
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Re: La Liberté guidant le peuple [Privado]
-Discúlpeme….he tomado…-rectifico-…He tenido varias experiencias malas en el pasado, disculpe mi desconfianza pero es lo único que me queda…-suspira-….Seis por favor….-Mostro paciencia y educación a pesar de lo que había pasado a continuación, sabía que estaba frente a una cantante bella y con hermosa voz. Se quedó mirándola fijamente -…. ¿Puedo preguntarle? ¿Porque ya para mí que me acicalo sola me cuesta saber o hacerme una personalidad tan fuerte y que en apariencia de la sensación que quiero mostrar… o simplemente se levanta así de perfecta por las mañanas? … -La pregunta había quedado en el aire, esperando a ser respondidas. En ese momento, Cilo recordó que había cogido un pañuelo y lo había envuelto en papel. No tenía envoltura para darle el presente.
De su bolsa saco un objeto en forma cuadrada, Cilo estaba nerviosa por si lo rechazaba, pero era un hermoso pañuelo, de seda asiática que había comprado y confeccionado a placer para su ídola –Puede que a diario le regalen este tipo de presentes o simplemente crea que los regalos son meramente innecesarios para recalcar el gran esfuerzo que hace una persona, pero me halagaría que aceptara este presente….es de mi propia fabricación…es decir, la tela es comprada pero el bordado dorado con sus iniciales es de mi mano…-Tomo la taza entre sus manos tras dejar el obsequio a un lado en la mesa de café-….¿Cómo logra estar tan serena? –Pregunto de nuevo -…Lo…siento…son…-negó-..no quiero aburrirla…-Dijo dando escuetos sorbos mudos de su taza de té, dejo tranquilamente aquella taza para poder tomar una galleta y morderla-…Rica..
Se refería a la galleta que degusto con tranquilidad.
Parecía que nada o nadie quiera hablar. Había silencio, ese silencio incomodo en el que estabas pensando solamente en quedar bien cuando no tenías por qué quedar bien en realidad. Solamente ser tú mismo y nadie te juzgará o eso es lo que ahora se pensaba Cilo. Aquella lujosa sala, la abrumaba. Su hogar era sombrío y solitario, lo echaba de menos y ahora vivía con el amigo de su padre en una de las habitaciones del palacio Real. Tenía en mente quedarse a tomar más te con pastas, pero no sabía si estaba incomodando a su “anfitriona” en el teatro, a quien estaba tomando con ella aquel delicioso té con pastas.
De su bolsa saco un objeto en forma cuadrada, Cilo estaba nerviosa por si lo rechazaba, pero era un hermoso pañuelo, de seda asiática que había comprado y confeccionado a placer para su ídola –Puede que a diario le regalen este tipo de presentes o simplemente crea que los regalos son meramente innecesarios para recalcar el gran esfuerzo que hace una persona, pero me halagaría que aceptara este presente….es de mi propia fabricación…es decir, la tela es comprada pero el bordado dorado con sus iniciales es de mi mano…-Tomo la taza entre sus manos tras dejar el obsequio a un lado en la mesa de café-….¿Cómo logra estar tan serena? –Pregunto de nuevo -…Lo…siento…son…-negó-..no quiero aburrirla…-Dijo dando escuetos sorbos mudos de su taza de té, dejo tranquilamente aquella taza para poder tomar una galleta y morderla-…Rica..
Se refería a la galleta que degusto con tranquilidad.
Parecía que nada o nadie quiera hablar. Había silencio, ese silencio incomodo en el que estabas pensando solamente en quedar bien cuando no tenías por qué quedar bien en realidad. Solamente ser tú mismo y nadie te juzgará o eso es lo que ahora se pensaba Cilo. Aquella lujosa sala, la abrumaba. Su hogar era sombrío y solitario, lo echaba de menos y ahora vivía con el amigo de su padre en una de las habitaciones del palacio Real. Tenía en mente quedarse a tomar más te con pastas, pero no sabía si estaba incomodando a su “anfitriona” en el teatro, a quien estaba tomando con ella aquel delicioso té con pastas.
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Re: La Liberté guidant le peuple [Privado]
A Geneviève le causaba cierta gracia el concepto que Cilo tenía de ella. De hecho, siempre le había provocado un atisbo de diversión la cantidad de mitos que se tejían en torno a su figura, algunos tenían cierto grado de realidad, aunque magnificados en ciertos aspectos, otros, eran completamente falaces. Si bien jamás había sido blanco de amoríos o conquistas, sabía que en muchos lugares se hacían apuestas sobre quién sería su marido, hasta que el compromiso con Al-Saud se oficializó, dando por tierra todas las opciones que había, pues nadie imaginó que su abuelo terminaría casándola con un oriental de dudosa reputación pero sí de grandes riquezas. Muchas habrían matado por su posición, viviría sobre oro y no haría más que disfrutar de la fortuna de su esposo, encerrada entre las paredes de su residencia, y sólo asistiría a las reuniones que él autorizara, se vestiría como a él pareciera más conveniente y soportaría, que en pocos años, su marido también fuese de unas cuantas más; pero siempre repleta de riquezas, por supuesto.
—No soy perfecta ni mucho menos, Cilo —aseguró ocultando una sonrisa tras la taza de té humeante que se llevó a los labios, para mojarlos escasamente— Estoy bastante informal, pues en mis días de ensayo prefiero la ropa más cómoda —Geneviève jamás perdía la elegancia, por más sencillo que fuese su atuendo en esos momentos. Esa era, quizá, su mayor virtud adquirida, pues la voz le había sido dada por Dios.
La observó sacar de su bolso un objeto, y se emocionó sinceramente ante el gesto. Sí, recibía infinidad de regalos de admiradores, de sus familiares, de personas que requerían algún favor o que estaban agradecidos por un gesto, sin embargo, era de las pocas cosas que siempre la tomaban por sorpresa. Si bien no dejó traslucir lo que le provocaba, lo aceptó con gran cortesía. Extendió la tela sobre sus manos, le pareció un trabajo precioso, delicado y elegante. Era el arte de Cilo, y como toda expresión de la creatividad humana, la cantante lo admiraba y se sentía profundamente agradecida que le fuera regalado. Ella le entregaba su arte a los espectadores en cada función, era un trozo de su alma que les mostraba a esas personas, la gran mayoría desconocidas, y eso era lo que la joven le daba.
—Le agradezco, no se imagina lo maravilloso que es su presente. No era necesario, pero jamás me atrevería a rechazarlo —lo apoyó en su regazo y lo dobló con cuidado. Con su índice derecho acaricio las iniciales de su nombre, bordadas sobre la tela, y se sintió una niña. Recordó la ocasión, muy lejana, que su abuela le regaló un pañuelo, y si bien no lo había hecho ella, pues no sabía bordar, algo que entendió con los años, a Geneviève le gustó creer que la mujer se había esmerado. —Cilo, usted tiene una gran capacidad para cambiar de tema en un santiamén —bromeó— Es muy espontánea, nunca pierda esa virtud, no muchas damas la poseen —tomó la taza de té, y dejó que un pequeño sorbo cruzara por su garganta.
—No soy perfecta ni mucho menos, Cilo —aseguró ocultando una sonrisa tras la taza de té humeante que se llevó a los labios, para mojarlos escasamente— Estoy bastante informal, pues en mis días de ensayo prefiero la ropa más cómoda —Geneviève jamás perdía la elegancia, por más sencillo que fuese su atuendo en esos momentos. Esa era, quizá, su mayor virtud adquirida, pues la voz le había sido dada por Dios.
La observó sacar de su bolso un objeto, y se emocionó sinceramente ante el gesto. Sí, recibía infinidad de regalos de admiradores, de sus familiares, de personas que requerían algún favor o que estaban agradecidos por un gesto, sin embargo, era de las pocas cosas que siempre la tomaban por sorpresa. Si bien no dejó traslucir lo que le provocaba, lo aceptó con gran cortesía. Extendió la tela sobre sus manos, le pareció un trabajo precioso, delicado y elegante. Era el arte de Cilo, y como toda expresión de la creatividad humana, la cantante lo admiraba y se sentía profundamente agradecida que le fuera regalado. Ella le entregaba su arte a los espectadores en cada función, era un trozo de su alma que les mostraba a esas personas, la gran mayoría desconocidas, y eso era lo que la joven le daba.
—Le agradezco, no se imagina lo maravilloso que es su presente. No era necesario, pero jamás me atrevería a rechazarlo —lo apoyó en su regazo y lo dobló con cuidado. Con su índice derecho acaricio las iniciales de su nombre, bordadas sobre la tela, y se sintió una niña. Recordó la ocasión, muy lejana, que su abuela le regaló un pañuelo, y si bien no lo había hecho ella, pues no sabía bordar, algo que entendió con los años, a Geneviève le gustó creer que la mujer se había esmerado. —Cilo, usted tiene una gran capacidad para cambiar de tema en un santiamén —bromeó— Es muy espontánea, nunca pierda esa virtud, no muchas damas la poseen —tomó la taza de té, y dejó que un pequeño sorbo cruzara por su garganta.
Geneviève Lemoine-Valoise- Humano Clase Alta
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Re: La Liberté guidant le peuple [Privado]
Cilo solo estaba atenta a las sabias palabras de su ídolo – Discúlpeme….Con usted, me resulta demasiado fácil entablar conversación…y debo decir, si me permite decirlo, que no suelo encontrarme con mucha gente…a menudo…-Su rostro había bajado hasta sus rodillas las cuales tapo un poco más con la falda si cupiese aunque ya de por si estuvieran cubiertas sus rodillas. Se estuvo quieta -….Perdone mi indiscreción pero ¿tiene usted familia? –Cilo se quedó observando a su ídolo, con una sonrisa calmada, apaciguada sintiéndose que estaba con un ángel-….perdón…-Desvió la mirada hacia un lado, demostrando que no tenía mucho que hacer ahí mismo o si tenía que decir algo importante, lo estaba reteniendo demasiado tiempo, hasta que se le ocurrió algo imposible pero que no perdería nada sino lo intentaba.
Sabia de sus habilidades.
Sabía en sus capacidades de talentos como el canto, tocar el arpa u otros campos del arte -….-Fijo su mirada celeste en los ojos de Geneviève con firmeza, como nunca había mirado a una persona-….Se me ocurrió una idea….aunque si usted le incomoda…no seguiré…aunque me gustaría contarle que…-suspiro-…siempre me ha agradado el canto y tocar instrumentos de cuerda como lo son el violín o el arpa. Toco también el piano pero prefiero instrumentos de cuerda….No entiendo porque….solamente siento que las cuerdas de mi corazón van al compás de las notas del arpa…o que van en sintonía….Aunque el canto podría….bueno…me gustaría si pudiera…aprender de una buena maestra….Cantar al menos…como usted…o poder a entender….-suspiro, se estaba liando en su petición y llevaría a confundir a Geneviève.
-Lo siento…-De nuevo se estaba disculpando. Debería de disfrutar más y lamentarse menos, pero la vida que llevaba no era para nada bonita. Su hermana muerta, una persona a la que había empezado a tener cariño se fue…y ahora…estaba sola, completamente sola sin saber de su familia en Escocia o es que si quedaba alguien vivo todavía-…Estoy hablando demasiado cuando debería de estar calmada y en silencio…-Sonríe con un deje de ironía-…He…estado sola…no tengo a nadie con quien hablar y bueno…todo se reduce a nada….-Tomo su taza de té para llevársela a los labios, beber un sorbo y acabar sonriendo mientras cogía una pasta, se la metía en la boca y la degustaba lentamente.
Acabo riéndose.
Se volvió a dar cuenta de que había vuelto a cambiar el tema, se termino lo que estaba degustando y volvio a dar un sorbo al té-....aunque no le gustará la lentitud al igual que el agua que corre a través de los rios de los bosques el cual no soporta la lentitud....-Observo que las servilletas estaban en el centro de la mesa-....y si me concede mi peticion de ser...alguien cercano a usted...le prometo que puedo ponerme en forma....-Sonrio pues con sus dones aquello no le costaba en absoluto.
Sabia de sus habilidades.
Sabía en sus capacidades de talentos como el canto, tocar el arpa u otros campos del arte -….-Fijo su mirada celeste en los ojos de Geneviève con firmeza, como nunca había mirado a una persona-….Se me ocurrió una idea….aunque si usted le incomoda…no seguiré…aunque me gustaría contarle que…-suspiro-…siempre me ha agradado el canto y tocar instrumentos de cuerda como lo son el violín o el arpa. Toco también el piano pero prefiero instrumentos de cuerda….No entiendo porque….solamente siento que las cuerdas de mi corazón van al compás de las notas del arpa…o que van en sintonía….Aunque el canto podría….bueno…me gustaría si pudiera…aprender de una buena maestra….Cantar al menos…como usted…o poder a entender….-suspiro, se estaba liando en su petición y llevaría a confundir a Geneviève.
-Lo siento…-De nuevo se estaba disculpando. Debería de disfrutar más y lamentarse menos, pero la vida que llevaba no era para nada bonita. Su hermana muerta, una persona a la que había empezado a tener cariño se fue…y ahora…estaba sola, completamente sola sin saber de su familia en Escocia o es que si quedaba alguien vivo todavía-…Estoy hablando demasiado cuando debería de estar calmada y en silencio…-Sonríe con un deje de ironía-…He…estado sola…no tengo a nadie con quien hablar y bueno…todo se reduce a nada….-Tomo su taza de té para llevársela a los labios, beber un sorbo y acabar sonriendo mientras cogía una pasta, se la metía en la boca y la degustaba lentamente.
Acabo riéndose.
Se volvió a dar cuenta de que había vuelto a cambiar el tema, se termino lo que estaba degustando y volvio a dar un sorbo al té-....aunque no le gustará la lentitud al igual que el agua que corre a través de los rios de los bosques el cual no soporta la lentitud....-Observo que las servilletas estaban en el centro de la mesa-....y si me concede mi peticion de ser...alguien cercano a usted...le prometo que puedo ponerme en forma....-Sonrio pues con sus dones aquello no le costaba en absoluto.
Dawn Nimmet- Vampiro Clase Alta
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Re: La Liberté guidant le peuple [Privado]
Cilo, sin dudas, era una joven de lo más peculiar. Geneviève jamás había sido dada a las conversaciones fluidas por el mero placer de la interacción, era más bien retraída y solía responder con una cortesía que rayaba la antipatía, pero su rostro por demás encantador, terminaba mitigando su carácter taciturno y medido. Lo cierto era que, la cantante se sentía siempre dividida. En el único sitio donde se sentía plena, libre y feliz, era sobre un escenario, interpretando a cualquiera que no fuera ella misma. Esa era la vida que había conocido desde pequeña, desde que su adorado abuelo descubrió el vigoroso talento que la había convertido en una personalidad destacada de la cultura del primer mundo, diferenciándola del resto de las jóvenes de alcurnia, que no tenían más cualidades que gastar y gastar dinero en sus ropas o a lo sumo, tocar el piano para complacer al grupo familiar. La pelirroja, en cambio, no sólo deleitaba el oído ajeno, sino también se alimentaba de su propio arte.
—Tengo familia, sí —aseguro antes de sorber té sin hacer ruido al tragar— Padres, dos hermanos mayores y abuelos —y si bien el único que se había comportado como un verdadero familiar era Auguste, no cabía aquella aclaración. —Mi abuelo es el Duque de Aquitania, Auguste Lemoine-Valoise, supongo que debe conocerlo, pues es evidente que usted no es una dama cualquiera —aseguró y apoyó la taza en el platito que estaba sobre la mesa.
Geneviève no pudo ocultar el asomo de sorpresa que se figuró en su rostro cuando la muchacha le hizo aquella consulta. Si bien le pareció imprudente, pues una joven educada jamás debe entablar lazos de confianza con tanta rapidez, se dio cuenta que viniendo de alguien como Cilo, no era tan descabellado. Su acompañante era de lo más insólita, una pieza única que despertaba en la pelirroja un deje de rechazo, pues la abrumaba con tanto palabrerío, pero al mismo tiempo, una curiosidad indescifrable. Podía ver que tras aquellas frases interminables y profundo deseo de expresarse y ser aceptada, que se traslucía en su constante pedido de disculpas ante la menor oración, había una niña que necesitaba ser cuidada. Ya era una realidad contundente que su existencia no era color de rosas. <<¿Y la de quién lo es?>> reflexionó rápidamente, respondiendo a sus propios pensamientos.
—Cilo, no puedo más que confesar que me toma desprevenida —se acomodó lentamente en su asiento— Yo no soy profesora de canto, nunca ha estado en mis planes serlo, pero podría recomendarle a algún maestro. Seguramente le tomarán pruebas y ahí se decidirá qué hacer con usted —no quería que la muchacha creyese que la estaba rechazando. —En éste momento, mis conocidos no se encuentran en la ciudad, todos están fuera del país, pero si tiene paciencia, puedo intentar contactarla con alguno de ellos. Tendría que escribirles —pensó en cuál sería el más apto. Todos eran extremadamente estrictos y morirían de escuchar a una señorita que habla tanto. Pero si Cilo tenía aptitudes, aquellos aspectos de su educación podían pulirse.
—Disculpe mi atrevimiento. Me ha mencionado que ha estado sola, ¿con quién vive? Acabo de notar que ninguna doncella la acompaña, y no creo que a sus personas cercanas les agrade que pasee sin una acompañante —intentó ser cautelosa en sus palabras. —Mi pobre doncella espera en mi camarín, debe estar preguntándose dónde me he metido —nuevamente, intentó sonar simpática, virtud que, claramente, debía dejar de intentar inventar, pues no le salía muy bien ese papel en la cotidianeidad.
—Tengo familia, sí —aseguro antes de sorber té sin hacer ruido al tragar— Padres, dos hermanos mayores y abuelos —y si bien el único que se había comportado como un verdadero familiar era Auguste, no cabía aquella aclaración. —Mi abuelo es el Duque de Aquitania, Auguste Lemoine-Valoise, supongo que debe conocerlo, pues es evidente que usted no es una dama cualquiera —aseguró y apoyó la taza en el platito que estaba sobre la mesa.
Geneviève no pudo ocultar el asomo de sorpresa que se figuró en su rostro cuando la muchacha le hizo aquella consulta. Si bien le pareció imprudente, pues una joven educada jamás debe entablar lazos de confianza con tanta rapidez, se dio cuenta que viniendo de alguien como Cilo, no era tan descabellado. Su acompañante era de lo más insólita, una pieza única que despertaba en la pelirroja un deje de rechazo, pues la abrumaba con tanto palabrerío, pero al mismo tiempo, una curiosidad indescifrable. Podía ver que tras aquellas frases interminables y profundo deseo de expresarse y ser aceptada, que se traslucía en su constante pedido de disculpas ante la menor oración, había una niña que necesitaba ser cuidada. Ya era una realidad contundente que su existencia no era color de rosas. <<¿Y la de quién lo es?>> reflexionó rápidamente, respondiendo a sus propios pensamientos.
—Cilo, no puedo más que confesar que me toma desprevenida —se acomodó lentamente en su asiento— Yo no soy profesora de canto, nunca ha estado en mis planes serlo, pero podría recomendarle a algún maestro. Seguramente le tomarán pruebas y ahí se decidirá qué hacer con usted —no quería que la muchacha creyese que la estaba rechazando. —En éste momento, mis conocidos no se encuentran en la ciudad, todos están fuera del país, pero si tiene paciencia, puedo intentar contactarla con alguno de ellos. Tendría que escribirles —pensó en cuál sería el más apto. Todos eran extremadamente estrictos y morirían de escuchar a una señorita que habla tanto. Pero si Cilo tenía aptitudes, aquellos aspectos de su educación podían pulirse.
—Disculpe mi atrevimiento. Me ha mencionado que ha estado sola, ¿con quién vive? Acabo de notar que ninguna doncella la acompaña, y no creo que a sus personas cercanas les agrade que pasee sin una acompañante —intentó ser cautelosa en sus palabras. —Mi pobre doncella espera en mi camarín, debe estar preguntándose dónde me he metido —nuevamente, intentó sonar simpática, virtud que, claramente, debía dejar de intentar inventar, pues no le salía muy bien ese papel en la cotidianeidad.
Geneviève Lemoine-Valoise- Humano Clase Alta
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Re: La Liberté guidant le peuple [Privado]
Palabras y más palabras. Viéndose reflejada en Geneviève por como hablaba sin cortes ni siquiera disculpas a como solía ella en esa reunión-….¿Maestros? –Soltó una risita tonta en lo que pudo pensar que gente demasiado estricta aunque se quedó mirándola fijamente en cuanto le pregunto por su soledad. Después su rostro se puso…serio, triste pero no derramaba lagrimas -….Bu…bueno…Nos mudamos desde Escocia hará uno o dos años a Paris mi hermana y yo…pero al paso del tiempo, su es…-se lamio los labios en lo que pensaba palabras que no sonaran extrañas-….su estancia, fue corta en Paris dejándome prácticamente sola…sin nadie a quien recurrir…aunque bueno, hacia caso a mi madre y aprendí cosas….-pero lo de la dama de compañía jamás se lo hubiera esperado.
-….Nunca tuve una…o nunca llegué a tener una en realidad…-Bajo el rostro hacia sus volantes, después sus ojos fueron hacia la tetera que aun podía sentir la calidez del té con lo que se echó un poco más y comió una galleta que contenía chocolate negro en esencia -….Soy como los cuervos que emanan en los cementerios y que su única compañía es el silencio que provoca el silencio de las tumbas, con lo que por eso pian continuamente con sus cantares de tristeza por doquier….-Frunció el ceño al recordar a aquel vampiro que la tomo por primera vez en el burdel, arrancándole su virginidad.
La taza tembló como si el recuerdo fueran las pisadas del pasado que llegaban a hacerse nítidas en el presente y en aquella sala, pero no salió a mas allá de su cabeza, se quedó en los recuerdos de Cilo inminentes, sin tener permiso a recordar mucho más ya que miro a Geneviève de nuevo -…..Dis….-Esta vez soltó una risita, iba a volver a disculparse al final de cada oración como lo había estado haciendo durante toda la reunión -….Seguro que es alguien con un carácter afable y bondadoso…y que seguramente os quiera con mucho fervor…-Cilo podría ser una persona tímida, a veces o la mayoría del tiempo torpe por donde fuera, pero siempre tenía un gran corazón y disfrutaba dando cachitos de su corazón a todo aquel que conocía, para que tuvieran parte de ella….Sentía en su interior que algo estaba a punto de ocurrir y solamente para su goce pero desconocía que era aquello….aún.
Cilo giró su rostro hacia la puerta y después en dirección hacia Geneviève -….¿Espera a alguien? –Termino por beberse el té lentamente y acabando también con la galletita que había dejado a mitad -….-Se quedó en silencio, intentando averiguar el aura de aquel que les hubiera interrumpido, pero la notaba demasiado pura, inocente…más el más inocente siempre llevaba el diablo dentro escondido en alguna parte. Aquel pensamiento le hizo sonreír, pues, si ella era la inocente de la sala, entonces ¿Llevaba las alas de Satanás sobre su espalda? Imposible. Cilo era incapaz de hacer nada ni siquiera a aquel demonio quien se presentaba con los cuernos, cola y alas del mismísimo diablo.
-….Nunca tuve una…o nunca llegué a tener una en realidad…-Bajo el rostro hacia sus volantes, después sus ojos fueron hacia la tetera que aun podía sentir la calidez del té con lo que se echó un poco más y comió una galleta que contenía chocolate negro en esencia -….Soy como los cuervos que emanan en los cementerios y que su única compañía es el silencio que provoca el silencio de las tumbas, con lo que por eso pian continuamente con sus cantares de tristeza por doquier….-Frunció el ceño al recordar a aquel vampiro que la tomo por primera vez en el burdel, arrancándole su virginidad.
La taza tembló como si el recuerdo fueran las pisadas del pasado que llegaban a hacerse nítidas en el presente y en aquella sala, pero no salió a mas allá de su cabeza, se quedó en los recuerdos de Cilo inminentes, sin tener permiso a recordar mucho más ya que miro a Geneviève de nuevo -…..Dis….-Esta vez soltó una risita, iba a volver a disculparse al final de cada oración como lo había estado haciendo durante toda la reunión -….Seguro que es alguien con un carácter afable y bondadoso…y que seguramente os quiera con mucho fervor…-Cilo podría ser una persona tímida, a veces o la mayoría del tiempo torpe por donde fuera, pero siempre tenía un gran corazón y disfrutaba dando cachitos de su corazón a todo aquel que conocía, para que tuvieran parte de ella….Sentía en su interior que algo estaba a punto de ocurrir y solamente para su goce pero desconocía que era aquello….aún.
*TOC*TOC*TOC*
Cilo giró su rostro hacia la puerta y después en dirección hacia Geneviève -….¿Espera a alguien? –Termino por beberse el té lentamente y acabando también con la galletita que había dejado a mitad -….-Se quedó en silencio, intentando averiguar el aura de aquel que les hubiera interrumpido, pero la notaba demasiado pura, inocente…más el más inocente siempre llevaba el diablo dentro escondido en alguna parte. Aquel pensamiento le hizo sonreír, pues, si ella era la inocente de la sala, entonces ¿Llevaba las alas de Satanás sobre su espalda? Imposible. Cilo era incapaz de hacer nada ni siquiera a aquel demonio quien se presentaba con los cuernos, cola y alas del mismísimo diablo.
Dawn Nimmet- Vampiro Clase Alta
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Re: La Liberté guidant le peuple [Privado]
La soledad que relataba Cilo, de cierta forma, la entristeció. Desde muy pequeña había experimentado el estar alejada de todos, el viajar sola, el no tener quién la abrazara, quién le contara un cuento o quien le indicara qué hacer más allá de elevar un tono o bajar dos. Su infancia y juventud las había pasado encerradas estudiando, esmerándose en levantar, cada día un poco más, la barrera que separaba su corazón del mundo exterior. Geneviève había endurecido su expresión, su alma, para apalear las exigencias que en la niñez comenzaron y que, tenía la certeza, jamás llegarían a su fin. Comprendió que la hermana de la joven había fallecido, y se le hizo un nudo en la garganta de sólo imaginar perder a alguno de sus hermanos. Si bien ellos eran mayores y tenían sus vidas hechas, y que había compartido poco y nada con ellos, le resultaba insoportable la sola mención de perderlos, la sola idea de que alguno de ellos fuera abandonar el mundo terrenal. Los amaba, claro que los amaba, igual que a sus padres, que si bien decidieron que el peso de su educación recaiga sobre su abuelo, habían hecho lo mejor que podían. Su abuelo era otro tema, era otro mundo, el hombre más especial, el hombre de su vida. Él representaba todo lo querido, y no podía imaginarse la vida sin él. Auguste sería eterno, viviría por siempre, nunca la dejaría, permanecería junto a ella a pesar de todo y todos.
Antes de que pudiera hacer algún comentario, golpearon la puerta. De cierta forma, lo agradeció, porque no sabría qué decir. Aún la sensación de angustia no le abandonaba el pecho, y su garganta no se había logrado recomponer. Susurró un “permiso” y se puso de pie para cruzar el salón. Aprovechó para carraspear y recomponer su ánimo. No le gustaba aquel sentir, le hacía creer que era débil, cuando sabía muy bien lo fuerte que podía llegar a ser. Pero también, sabía de lo pequeños que pueden llegar a convertirse los seres humanos ante la perspectiva de la muerte, ante el dolor de perder a los seres amados. Su círculo de amistades era reducido, y en la única persona que confiaba era en su abuelo; sin embargo, eso no significaba que no rezara por toda su familia o que les deseara el mal, a pesar de la forma en que se habían desentendido de ella desde que hizo su primer viaje y se instaló en el extranjero a estudiar. Era sólo una niña, y hubiera necesitado, al menos, a su madre. Pero Edna había decidido quedarse a acompañar a su esposo y seguir cuidando de sus demás hijos. Geneviève no la juzgaba, y en parte, le estaba agradecida por haberle permitido ser libre. Sólo que las cadenas, fue ella misma quien se las ató.
—Marie, sabía que serías tú —la cantante suponía que su doncella estaría al borde del colapso sin saber dónde se encontraba su ama. —Cambia esa cara —suavizó el gesto, le parecía graciosa la expresión de la empleada, de total preocupación. —Estoy tomando mi té con una conocida, en unos minutos iré al camarín —la muchacha se despidió con una disculpa y, antes de que la pelirroja cerrara la puerta, escuchó cómo Marie exhalaba un suspiro de alivio. Si hubiera sido otra clase de muchacha, seguramente hubiera sonreído. Se limitó a sentir ternura.
—Disculpe, Cilo, mi doncella… —comentó mientras volvía a sentarse en el mismo lugar que antes. —Ella es lo más parecido a una sombra que puedo tener. Usted debería contratar una doncella, siempre es útil. Y, aunque a veces podamos sentirnos invadidas por su constante presencia, por su servilismo, son una buena compañía. —aseguró. Inclinó levemente su cuerpo, tomó la tetera, y se sirvió un poco más de té. Le agradaba atenderse a sí misma, generalmente tenía su ejército de asistentes rodeándola y actuando antes de que ella, si quiera, pensara lo que deseaba. —Me comentó que llegó desde Escocia. Maravilloso país. Estuve en Edimburgo en una ocasión, aunque mi estancia fue muy breve. Quizá algún día vuelva y pueda recorrer sus praderas con mayor tranquilidad. Mi futuro esposo es un hombre de mundo, dado a los viajes, espero quiera acompañarme —algo, dentro suyo, le indicaba que Al-Saud la encerraría en su palacio y no la dejaría salir nunca más.
Antes de que pudiera hacer algún comentario, golpearon la puerta. De cierta forma, lo agradeció, porque no sabría qué decir. Aún la sensación de angustia no le abandonaba el pecho, y su garganta no se había logrado recomponer. Susurró un “permiso” y se puso de pie para cruzar el salón. Aprovechó para carraspear y recomponer su ánimo. No le gustaba aquel sentir, le hacía creer que era débil, cuando sabía muy bien lo fuerte que podía llegar a ser. Pero también, sabía de lo pequeños que pueden llegar a convertirse los seres humanos ante la perspectiva de la muerte, ante el dolor de perder a los seres amados. Su círculo de amistades era reducido, y en la única persona que confiaba era en su abuelo; sin embargo, eso no significaba que no rezara por toda su familia o que les deseara el mal, a pesar de la forma en que se habían desentendido de ella desde que hizo su primer viaje y se instaló en el extranjero a estudiar. Era sólo una niña, y hubiera necesitado, al menos, a su madre. Pero Edna había decidido quedarse a acompañar a su esposo y seguir cuidando de sus demás hijos. Geneviève no la juzgaba, y en parte, le estaba agradecida por haberle permitido ser libre. Sólo que las cadenas, fue ella misma quien se las ató.
—Marie, sabía que serías tú —la cantante suponía que su doncella estaría al borde del colapso sin saber dónde se encontraba su ama. —Cambia esa cara —suavizó el gesto, le parecía graciosa la expresión de la empleada, de total preocupación. —Estoy tomando mi té con una conocida, en unos minutos iré al camarín —la muchacha se despidió con una disculpa y, antes de que la pelirroja cerrara la puerta, escuchó cómo Marie exhalaba un suspiro de alivio. Si hubiera sido otra clase de muchacha, seguramente hubiera sonreído. Se limitó a sentir ternura.
—Disculpe, Cilo, mi doncella… —comentó mientras volvía a sentarse en el mismo lugar que antes. —Ella es lo más parecido a una sombra que puedo tener. Usted debería contratar una doncella, siempre es útil. Y, aunque a veces podamos sentirnos invadidas por su constante presencia, por su servilismo, son una buena compañía. —aseguró. Inclinó levemente su cuerpo, tomó la tetera, y se sirvió un poco más de té. Le agradaba atenderse a sí misma, generalmente tenía su ejército de asistentes rodeándola y actuando antes de que ella, si quiera, pensara lo que deseaba. —Me comentó que llegó desde Escocia. Maravilloso país. Estuve en Edimburgo en una ocasión, aunque mi estancia fue muy breve. Quizá algún día vuelva y pueda recorrer sus praderas con mayor tranquilidad. Mi futuro esposo es un hombre de mundo, dado a los viajes, espero quiera acompañarme —algo, dentro suyo, le indicaba que Al-Saud la encerraría en su palacio y no la dejaría salir nunca más.
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