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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Yuna Rutledge* Lun Oct 27, 2014 8:42 pm

Londres, Inglaterra. Invierno de 1537.

El primer descanso de la Reina en tres meses fue, curiosamente, reparador. Nuestra pequeña paloma de alas extendidas había temido, y con justa razón, que haber tomado un descanso nada más empezar sus labores reales la hubiesen hecho declinar. Tocar el trono real, portar la corona y acariciar cada superficie de su reino, fuera cubierta en oro y piedras preciosas o madera pútrida y mohosa, fue la mayor emoción de su vida. Por primera vez se vislumbraba en sus ojos un ligero atisbo de satisfacción. La felicidad aún estaba muy lejos, porque de buenas a primeras no era algo a lo que estuviese familiarizada, pero cada paso era un importante avance hacia su meta.

Sin embargo, nada más llegar a Londres, supo que cada pequeño gramo de alegría que tuviera, sería compensada con un terrible malestar físico. El clima húmedo de Inglaterra dificultó su respiración, pero no dejó que esto la detuviera. Acudió a cada audiencia (y Dios lo humillantes y duros que podían ser los parlamentarios), ceremonia, clase de etiqueta, baile y banquete que le fue asignado. A veces dormía tan sólo cuatro o cinco horas en la noche, viéndose obligada a usar incómodos polvos en la cara para disimular sus ojeras. Las reglas, que tanto odiaba de niña, seguían ahí. Pero en cada ocasión, su sonrisa se hallaba intacta. Porque aquel no era un esfuerzo inútil ahora que podía tomar el control en cualquier momento. Todo gracias a cierto demonio que se había desvanecido en el aire, ya más de tres meses atrás.

No fue sino hasta aquel día, uno donde la niebla cubría casi toda la ciudad, en la que la muchachita pudo descansar. Desayunó sin zapatos, omitió el uso de los polvos y durmió casi toda la tarde. Su apetito era bastante generoso y su antojo de lectura también. Había aprendido el inglés, el idioma que siempre debió ser suyo, casi de inmediato. Su acento era halagado por algunos y criticado por muchos otros. Pese a la determinación con la que se expresaba, conservaba cierto aire romántico en su forma de hablar y moverse, como si sedujera a los cuadros del pasillo o a las cortesanas que la acompañaban.

En el momento que presenciamos ahora, su descanso se hallaba en la cima de lo inimaginable. Lo que esperó por tanto tiempo, después del título real y la riqueza que siempre mereció. Un baño de agua caliente, con burbujas, sales marinas y un excelente surtido de jabones perfumados. Le resultaba tan placentera la sensación, que duró metida en aquella bañera por más de dos horas. Cada vez que el aguaba empezaba a enfriarse, pedía que se le renovara el agua caliente.

Miraba pensativa las llamas de la chimenea, con la madera crepitando y algunas chispas rebeldes extinguiéndose en el aire. Pensó que lo único que podía hacer de aquella noche de caprichos la utopía ideal, era la voz del hombre que consiguió todo eso para ella. Hacía tiempo que no sabía nada de él, y sin embargo, podía recordar su risa cínica, sus ojos maquiavélicos. Se preguntaba si sería posible oírlo nuevamente antes de que su oscuridad la devorara y consumiera el pago que ella debía dar a cambio.

Adrik. —Susurró sobre el vapor de la bañera. Cerró los ojos tranquilamente cuando unas velas al fondo de la habitación se apagaron.— Adrik. —Repitió con otra serie de velas apagándose, dejando sólo encendida la chimenea. Entonces, en un suspiro sobre la superficie del agua, concluyó:— Adrik.
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Mensaje por Adrik Ivanović Mar Dic 23, 2014 3:57 pm

La magia siempre había sido un elemento difícil de explicar, sobre todo para aquellos corazones demasiados centrados en la lógica. ¿ Cómo expresar el infinito para alguien cuyos días tenían un comienzo y un fin?. Nadie podría llegar a comprender mejor aquel ser salido de la nada, de quién nadie sabía lo más mínimo salvo su nombre y la pesada maldad que ocultaban cada uno de sus deseos concedidos. El patrón de las causas perdidas, el carnicero del infierno, el Loki de los Vikingos, el duende Rumpelstinski . Todos los cuentos hablaban de él, solo que la realidad se había mitificado, ocultando las enseñanzas de sus ancestros en un mero cuento sin pies ni cabeza. Pobre de los incautos que jugaran a invocarlo. Pobres de aquellos que repitieran su nombre tres veces, pues él, él siempre ganaba.

Cuando su nombre fue repetido por tercera vez, apagando la última de las velas, un pesado silencio se estableció en la habitación en la que Yuna tomaba su baño. Era como si realmente su invocación no hubiera surtido efecto, sin embargo, después de varios segundos, un solitario pétalo de rosa, tan rojo como la sangre, se deslizó por el aire. Revoloteando, haciendo giros encima de la bañera hasta quedar sobre una de las rodillas de Yuna, una pequeña porción de su blanquísima piel que se asomaba sobre el agua de la bañera como una isla solitaria y yerma.

A continuación, miles de pétalos de rosa descendieron del techo, como si por un extraño azar del destino, lloviera dentro de aquel Castillo pétalos de flores en vez del agua que limpiaba la ciudad en el exterior de aquella cálida habitación. Los pobres sirvientes de aquella mujer debían conformarse con el agua que se colaba por sus tejados agujereados, manchando sus camas. Mientras ella, la Reina de Inglaterra, disfrutaba del roce de los pétalos adueñarse de su ansiado descanso.

Cuando el último pétalo descendió por el aire, directo al rostro de Yuna, dirigiéndose como un enamorado que no toma consecuencias antes de lanzarse al vacío para poder rozar los labios de su amada, fue detenido por una mano pálida. Elegantes dedos masculinos que desprendían un aroma sutil y único, como la fragancia de un lirio puro en medio del bosque, con el inconfundible aroma del picante. Esa esencia cálida capaz de atraer a sus víctimas a una miel que los atraparía para siempre entre sus brazos.

- Mi reina, ¿ me llamaba?.- Preguntó Adrik, aunque podría ser el mismísimo demonio por ese susurro bajo y ronco que hablaba de maldades imposibles de expresar a viva voz. Sus dedos alejaron el pétalo, permitiendo que éste rozara los labios de ella antes de que él lo dejara caer sobre el agua.

De pie, tras su cabeza, se erguía aquel demonio que una vez la hizo reina, mirándola fijamente con esos ojos verdes astutos que le decían que sabía perfectamente lo que había estado haciendo, e incluso pensando, en su ausencia. Era como una sombra, estaba aquí y allí. Entre el ser y el estar. Entre el cielo y el infierno.


- ¿ Qué desea la reina de este humilde demonio?- Preguntó con una ligera sonrisa, mientras se inclinaba y depositaba un beso en su frente, dejando un rastro gélido allí donde la había tocado.- Mmm.. Hueles a oro y leyes, a granja y fresias. – Rió y se alejó de ella, enderezándose de nuevo para ocultar ese brillo pícaro que había bailado en sus ojos.
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Mensaje por Yuna Rutledge* Mar Dic 30, 2014 10:01 pm

Dado que ella seguía siendo una humana, de carne y hueso, debía conservar el asombro, la capacidad de asustarse por lo desconocido y lo sobrenatural; en teoría, debía temer a las fauces del infierno tanto como los otros fieles del reino. Quizás, más. ¿Pero por qué habría de hacerlo, incluso ante la presencia de un demonio oscuro como Adrik? Era la reina de Inglaterra y líder de la religión que su insípido padre había creado, ante las oposiciones de Roma, sin imaginarse alguna vez que ella, una bastarda hija de una campesina francesa, heredaría. No, no tenía miedo. No quería cerrar los ojos, aunque el fuego de la chimenea crepitara con devoción al hombre que había aparecido de la nada, en medio de la escasa luminosidad y los pétalos de rosa.

Le sostuvo la mirada con la cabeza echada hacia atrás del modo más digno, del único modo que una mujer y reina podía mirar a alguien en medio de su baño, en sus aposentos más íntimos. El cabello lo tenía un poco húmedo , con algunas hebras castañas pegadas a la mejilla. Si bien, no contaba con pudor y vergüenza, esta larga melena le cubría los pechos como dos cortinas corridas.

Sus ojos se cerraron automáticamente ante el contacto frío de sus labios contra la frente, con el resto del cuerpo estremeciéndose. Sus pestañas contenían algunas gotas de agua que lucían como diamantes diminutos.

¿Humilde demonio? —Susurró, burlona.— Tú hueles a secretos. —Le respondió en voz baja, conformándose con el aroma y no con su visión. Él era lo suficientemente fascinante para captar cada uno de sus atractivos por separado. Sus ojos, su cabello, su piel, su sonrisa, su aroma y el sonido de su voz. Como despertando de un sueño, levantó la vista a su rostro y se incorporó en la bañera, apretando ligeramente los labios por el dolor de espalda que la había estado aquejando desde días atrás. Sus cortesanas le habían explicado que era común, dado el cambio de ambiente, pero ella no estaba tan segura. Fuera lo que fuese, lo ignoró, como hacía con cualquier dolor que se le presentara.— La primera y última vez que nos vimos, cuando te fuiste, pensé que no había nada más en este mundo que pudiera desear además del trono de Inglaterra. —Una ligera pero significativa sonrisa se pintó en sus labios.— Un hecho que me complace, por supuesto. Pero... —desvió la mirada hacia la lejana ventana de la habitación, que era portal de una noche salpicada de estrellas. Aunque parecía haberle perdido todo el interés, su tono fue duro, inflexible y severo. Destilaba reproche.— Creo que ya lo sabías. Que no sería suficiente. Que te pediría otra cosa. Tus ojos me dicen que es un trabajo rutinario, y si algo odio, es sentir que soy otra más del montón.

Tras su franqueza, suspiró. Habría sido absurdo omitir cualquiera de estas palabras a una criatura como Adrik, quien parecía mirar en las almas de las personas. No había forma de ganarle, de ser más listo que él. Y eso la molestaba. Quizás su ira crecería un día hasta formar guerras, genocidios y revoluciones, pero hasta entonces, sólo quería una cosa...

Hoy, mañana o cuando quieras, puedes tomar tu pago por darme a Inglaterra. —Le aseguró sin temor en la mirada. Entonces se puso de pie, con las llamas marcando su figura pálida de un dorado reluciente. Quizás, pensó, sí olía a oro.— Sin embargo, tendrás que decirme cuál quieres que sea tu siguiente pago... porque quiero otro deseo. —Salió de la bañera y se rodeó el cuerpo con una bata de seda blanca. Se acercó a él, lo suficiente para que el calor de su cuerpo chocara con el frío ajeno. De cerca se dio cuenta, impresionada, que no había mucha diferencia de estatura, aunque la naturaleza de Adrik era lo suficientemente amenazante para ser precavida.— Hueles a secretos, Adrik, y mi curiosidad no me dejará en paz hasta saber qué eres.
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Mensaje por Adrik Ivanović Miér Dic 31, 2014 2:03 pm

Entre la luz de las velas amorfas
bailando al compás del viento,
se dibuja tu silueta en el suelo …


Cuanta seguridad, toda esa altivez descansando en un cuerpo tan frágil y aún demasiado delgado para haber pasado semanas siendo bien alimentado. ¿Cuántos jóvenes rollizos había visto en la alta clase, producto de la sobrealimentación que recibían a diferencia de los demás campesinos que apenas podían soñar con toda la cantidad de comida que ellos podían consumir en tan solo unas horas?. Pero no ella, la hermosa y demasiado orgullosa Yuna, la reina de Inglaterra. Aquella muchacha aún conservaba esa conciencia práctica que sólo la clase baja desarrollaba. Cuando cada uno de tus pasos podía llevarte a la horca si enojabas a la persona equivocada, aprendías a ser útil, de la forma que fuera.

- ¿ He dicho en algún momento algo presuntuoso por mi parte, majestad?.- Le preguntó mientras sus ojos observaban cómo ella, a pesar de su presencia, se levantaba de la bañera en toda su larga e interminable desnudez. No pudo evitar levantar una de sus cejas con una mueca de diversión contenida que hacía a sus labios torcerse ligeramente hacia arriba. Tuvo que hacer un esfuerzo enorme para no reírse o dejar que su sonrisa se mostrase, en todo su esplendor, para señalar que aquel comportamiento descarado provocaba una respuesta en él. Así que sólo se mantuvo inmóvil, de pie ante aquella bañera ligeramente humeante que sus largas piernas abandonaban.

- Creí que mi comportamiento había sido completamente genuino, quizás solo me haya equivocado.- Se encogió de hombros y siguió el camino que trazaban las gotas de agua que recorrían su espalda, su visión le otorgaba demasiados detalles a todo lo que transcurría en aquella habitación. Sin embargo, no había más que una tranquila cautela en sus ojos, ni siquiera había curiosidad por su presencia allí, él ya sabía que si lo habían invocado no era precisamente para que cobrase su deseo, sino precisamente para pedir uno más. ¿ Qué sería esta vez?.


- Bueno, no todos me han pedido ser rey o reina. – Sonrió con dulzura, una mueca destinada más a calmar su ego que a felicitarla por su primer deseo. En realidad él ya estaba acostumbrado a eso; la avaricia, el ego, la gula, la pereza… No importaba con qué humano se encontrase después de que le hubieran invocado. Siempre había algún pecado capital tras sus deseos, sólo en muy pocos casos había verdadera ingenuidad en sus palabras. Como si pedir que sus padres tuvieran un trabajo o un tercero fuera feliz, fuese lo más normal. Pero sólo habían sido dos personas. Dos únicos humanos en toda una eternidad concediendo deseos. ¿ Realmente debía disculparse por saber qué era lo que ella haría?. ¿ Fingir que no sabía que ella querría de nuevo tenerlo entre sus manos para experimentar cuánto podría llegar a darle?. ¿ Cuánto límite poseía su poder?. No. Su esencia jamás se había doblegado ante nadie, porque él ya lo advertía al comienzo. “ Yo siempre cobro mis deseos”. Pobre de aquellos que no podían pagar.

Su olor se hizo más intensa cuando ella se acercó, como si fuese una hermosa flor carnívora dispuesta a engullirla si se atrevía a tocar aquello que miraba. Sólo necesitaba que ella pidiera otro deseo, que su boca formase las palabras adecuadas. Era como una trampa mortal esperando a cerrarse sobre u víctima, y todos sus instintos respondían a ello. Su olor, el tono de sus ojos, la rojez de sus labios, el brillo de su pálida piel. Todo la incitaba a olvidarse del peligro y ceder. Una tentadora presencia activada sólo por su cercanía, preparada para que ella sólo desease más.

- Cobraré tu primer pedido antes de irme.- Se inclinó un poco hacia ella y sus pestañas castañas revolotearon en un único movimiento que descendía para volver a ascender, un tentador parpadeó que creó una sombra sobre sus mejillas que sólo incitaba a ver mejor la perfecta curva de sus labios. – Pero antes, debo recordarte que formules correctamente tu segundo deseo.- Sonrió y la miró fijamente con sus ojos verdes azulados, una mezcla de tonos salpicado con pequeñas motas marrones. - ¿ Qué deseas, Yuna?.

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Mensaje por Yuna Rutledge* Mar Feb 03, 2015 1:13 pm

Los breves pasos que dio sirvieron para rozar, con el dorso del pie, los pétalos de rosa. El saber que tenía los sentidos tan despiertos figuró una gran ventaja para la reina, renovando una confianza que se tenía a sí misma, no por el título que ostentaba, sino por la supervivencia que había logrado en Francia. Las noches de duda, incertidumbre y desesperanza habían dado paso a una creciente ambición, a un verdadero monstruo. ¿Y quién había abierto las puertas de par en par sino Adrik? Él, que parecía demasiado peligroso para rendir una batalla limpia, quien no obsequiaría ningún deseo. Parecía lógico pensar que mantenerlo cerca, mirándolo, fuera suficiente para beber de su infamia.

Oh, si tan sólo el pueblo inglés, los feligreses que tanto amaban a su monarquía, supieran la clase de reina que habían aceptado en el trono.

La ironía del varón la hizo sonreír. No era un halago en absoluto, pero a ella le gustaba la sensación de ir por encima de las expectativas, aún de forma negativa.

Los ricos están ciegos, sweety. —Le respondió sin esperar una réplica.— Pero la pobreza no es mucho más noble. El rencor, la ignorancia, las penas... son la marca de quien nace sin nada. —Frunció ligeramente los labios.— Sólo Dios sabe si existe alguien con un alma noble que pueda alcanzar el equilibrio. Pero ambos sabemos que esa no soy yo.

Había dicho demasiado, y no porque no era algo muy obvio en un principio, sino porque no deseaba alejarse del tema que les convenía. Dejó, pues, que un suspiro elocuente determinara el fin de cualquier réplica.

Además, ya puestos en la cercanía, no quería apresurar el deseo que esperaba pacientemente en la punta de su lengua, aguardando el momento indicado para expresarse con tanta astucia como determinara su dueña. La joven se limitó a obervarlo, con los ojos achicándose o agrandándose según las palabras del demonio. ¿Cómo sería ser abierta ahí mismo, manchando de sangre toda la habitación? ¿Cómo sería sufrir un dolor inimaginable que la hiciera gritar y la atormentara hasta el fin de sus días? Su cuerpo estaba atento a todo, como si se hubiese convertido en el conejo en una cacería... listo a cualquier cosa. Pero ella no huiría como la presa, sino que lo aguantaría.

Antes de decírtelo, pues ésto no es ni orden ni deseo, quiero que te quedes quieto. —Le susurró, aunque él no se había movido movido mucho desde su llegada. Las manos de la monarca, un poco huesudas todavía, se posaron suavemente a los lados de su rostro, apenas tocándolo. Del mismo modo, su cuerpo, cubierto por aquella fina bata de seda que parecía demasiado grande para su talle, rozó el ajeno. Los ojos verdes bajaron a aquellos labios, admirándolos como lo haría un pintor listo para inmortalizarlos. La cercanía era tanta que sólo el aire podía filtrarse entre ambos, pues a contra luz se habían vuelto una masa de sombras.

En el instante que la reina parecía buscar un beso del demonio, ésta se apartó. Se deslizó hacia un lado como si jamás hubiese pretendido nada de aquella índole, como una serpiente que cambia de dirección en el momento preciso.

Deseo tu presencia en este palacio por los siguientes veinte días, con el fin de responder veinte de mis preguntas. —Le dijo por fin, con aquella voz pragmática que la caracterizaba.— Tales preguntas deben ser respondidas con absoluta sinceridad. —Añadió, lanzándole una mirada que bien podía pertenecer a un emperador del Imperio Romano. Se sentó dignamente en el borde de su cama, con la vista fija en las llamas de la chimenea. Su mirada era astuta, pero el ceño fruncido que tenía endurecía gravemente sus facciones.— Ahora... —dijo con voz ronca.— ¿Cuál sería tu precio por ese deseo?
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Mensaje por Adrik Ivanović Mar Mar 17, 2015 11:00 am

Posado solitario en el sereno busto,
las palabras pronunció, como vertiendo
su alma sólo en esas palabras.



Sus palabras eran un susurro que parecía conectar la razón con algo mucho más peligroso, siempre había sabido que ella era un espécimen interesante, porque poseía la suficiente ambición como para adentrarse en aquel juego infernal. No podía evitar admitir que tenía curiosidad, desearía por una vez permanecer a su lado lo suficiente como para comprender porqué le causaba tal fascinación el complicado entresijo de sus pensamientos.

Sus dedos fueron algo fugaz sobre su piel, como el eco de una por favor resonando en el interior de su cabeza. La miró a los ojos mientras se acercaba a él, permaneciendo lo suficientemente inmóvil como para que las llamas fuesen las únicas que otorgasen a su cuerpo el más mínimo signo de que existía algo vivo en él. Al vibrar la llama, ésta emitía unas sombras sobre la habitación, extendiéndose sobre su cuerpo, permitiendo así entender que él verdaderamente estaba allí, físicamente, tentándola. Era como un demonio, preparando su tela de araña para que ella durmiera plácidamente en ella, al menos hasta el momento en que llegase el dolor. La lenta caricia de su poder sobre su cuerpo para cobrar aquello que le había prometido una vez en medio del campo.

Notó su aliento sobre su piel, la calidez de su piel contra su frío rostro. La sensación de ser tocado le resultó totalmente extraña ya que hacía mucho tiempo que él permitía que algo así ocurriese. El sonido de su corazón era similar al cantar de un gorrión asustado, un suave tamborileo que resonaba para él con mayor intensidad al crepitar del fuego en la chimenea. No pudo evitar pensar que ella era para él como el fuego queriéndose comer los troncos de madera. Su calidez parecía realmente querer marcar aquellos lugares que tocaba, dejando su fragancia sobre su piel, así como la tenue presencia de tibieza sobre su mandíbula.

Cuando su cuerpo femenino se deslizó lejos de él, dejando caer sus dedos lejos de él, llevándose con ella el calor y el canto del ruiseñor, emitió una sonrisa fugaz. Porque ella no entendía lo principal, lo peligroso que realmente él era y lo cerca que había estado de ser devorada completamente por mera curiosidad.

- Mi reina parece estar adaptándose bien a la corte, al parecer habéis comenzado a actuar como una mujer de vuestra clase.- Dijo con una voz tentadoramente cálida, siguiéndola con los ojos como una bestia presenciando el caminar inocente de su víctima antes de lanzarse a ella para tomarla. Presenció el decadente espectáculo que hacían sus piernas al deslizarse por el suelo, hasta llegar a su cama, donde se sentó como si aquella habitación fuese una extensión de su trono.

- Mi precio es justo, majestad. Veinte preguntas por veinte favores. – Su rostro mostró una expresión infantil cuando sonrió e inclinó su cabeza suavemente hacia un lado, permitiendo que su rostro fuera ligeramente tapado por el mismo, permitiendo que sus ojos verdes fueran enmarcados por el tono caramelo oscuro de las ondas que formaban cada mechón de pelo.

- Cuando yo os exija algo, deberéis cumplirlo. Sin preguntas, ni posibilidad de libraros. Cada una de mis palabras será una cadena irrompible. Y lo haréis veinte veces.- Sus ojos mutaron ligeramente, mostrando como el tono verde de sus ojos se fundía para dejar paso a un carmesí que nada tenía que ver con los zafiros más puros, ya que en ellos parecía reverberar no sólo el color de la sangre, sino las mismas llamas de un fucsia tan intenso que parecía como si las llamas del infierno se hubieran abierto solo para ella.

Como si él fuera una sombra, desapareció en el aire, como si jamás hubiera estado allí. Solo para aparecer detrás de ella, con el suave crujir del colchón hundiéndose bajo las rodillas del ser. Sus brazos la rodearon por la cintura, animándola a juntar su espalda contra su pecho, mientras una de sus manos ascendía por uno de sus costados para tomar su barbilla y alzar su rostro hacia arriba para que lo mirase. Unos ojos ahora verdes que la miraban intensamente, rodeándola desde detrás para que no tuviera escapatoria.

- ¿ Os parece justo majestad?. – Sus dedos ascendieron por su barbilla, rozándola, acariciando con sus yemas la piel de su rostro.

- ¿ O debo cobrar mi primer acto e irme?. – Bajó su rostro hacia el de ella y respiró sobre la frente femenina, sabiendo que estaba jugando sucio, pero ella había sido la primera en cruzar la línea y ahora quería saber que deseaba realmente su alma. ¿ Qué oscuro deseo había tras aquellos labios entreabiertos?.


- Decidme, pues yo solo respondo a vuestros deseos, majestad.- Susurró con una pequeña sonrisa traidora curvando mínimamente sus labios.

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