AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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El contrato [Priv. Adrik]
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El contrato [Priv. Adrik]
Los deseos son anhelos del corazón muy curiosos. Algunos son nobles, protagonistas de cuentos infantiles que llegan al final con gran esplendor para los pequeños inocentes. Algunos otros son egoístas, como la euforia de una mujer al tener entre sus sábanas a un amante prohibido. Un deseo no se puede ocultar el tiempo suficiente para que éste se extinga, porque carcome el alma y le reclama por un poco de luz.
En este mundo existen los inmortales, muchos de los cuales subestiman el poder del querer y el pensamiento. Creen que sus siglos y milenios son la garantía de un dominio perfecto sobre sí mismos. No hay criatura más mentirosa que un inmortal, salvo, en contadas ocasiones, el ser humano. Recuerdo a una fémina que rondaba París, Francia, desde la época de 1519. Era una jovencita muy callada, pero también muy observadora. Le gustaba entender lo que sucedía en su entorno, sin dejar cabos sueltos a la imaginación. Desde pequeña dictaba a los adultos pensamientos impropios para una criatura "inocente y pura". Si alguien le aplicaba mano dura, ella ignoraba los castigos y continuaba con su aprendizaje. Cuando llegó a tener quince años, descubrió que en sus venas corría sangre de la realeza, pero al poco tiempo comprendió la verdad del mundo en el que vivía. Una madre usada por el Rey, sólo para un placer temporal en las noches que su cuerpo pedía algo más que la frigidez de su reina. El producto de aquella pasión no sería más que una humilde campesina que con suerte podría unirse en matrimonio con un granjero. Por sus ojos verdes, algunos guardaban la esperanza de que pudiera cazar a un comerciante o incluso algún noble.
Pero como les he explicado arriba... los deseos son cosas curiosas. Interrumpen el destino asignado a desafortunadas campesinas como ella para crear el caos a base de la ambición. Ni siquiera el descubrimiento de su proceder le impidió conformarse y buscar una vida tranquila y pacífica. Probablemente sólo enardeció su coraje y su deseo de poder. Ah, que linda y hermosa criatura que miraba la luna con aires de ilusión. ¿Pero sería la inteligencia y la curiosidad armas suficientes para aferrar entre sus manos aquello por lo que tanto aspiraba? Un trono, una corona. Quería lo que sabía que era suyo, al saber la condición del reino inglés al no tener un heredero varón. Exiliada en París, era un poco complicado hacer nada más que estudiar. Robaba libros, estudiaba las estrellas, descubría las maravillas de la ciencia conforme ésta acudía a sus necesidades.
Durante un tiempo se ganó la confianza de un viejo estudioso al que solía venderle leche. Él tenía un acento muy extraño y aseguraba que venía de muy, muy lejos. No hablaba mucho de su pasado, pero le narraba leyendas de su tierra y alguna de ellas conseguía arrancarle gritos de impresión. Cuando el anciano enfermó y vio que la joven se acercaba peligrosamente a la edad apropiada para comprometerse, decidió que era tiempo de jugar una última partida. Le contó acerca de un hombre que cumplía deseos. "¡Cualquier deseo que te imagines!", enfatizó al ver la cara de escepticismo de la muchacha. Aclaró que siempre pediría un pago a cambio, y que muy pocos tenían la capacidad de pagarle. Sabía que la joven no se conformaría con un cuento para la tarde, así que le dio el nombre de tan misterioso comerciante. Le juró que pronto él iría a visitarla, y cumplió su palabra.
La joven de curiosos ojos verdes caminaba por los prados de la campiña con una canasta vacía entre las manos. Ya había vendido la mantequilla y el pan, y había cobrado una pequeña "comisión" de la que su madre no habría de enterarse jamás. Cualquiera opinaría que Yuna era egoísta, malagradecida y que tal vez recibía cierta influencia del demonios; pero lo cierto es que ella pensaba en sus propios intereses desde la infancia, tal como habían hecho sus padres. No nació con la pureza de una dama que espera encontrar un amor de cuento para así salir de la pobreza; aquella burda ingenuidad le producía nauseas. Prefería pensar en sí misma como alguien que obraba su propio destino. Desafortunadamente, la voluntad no había sido suficiente hasta ese momento para realizar su deseo secreto.
Se le había hecho tarde reuniendo dichas comisiones, logradas gracias a cierto carisma y un toque de intimidación. Tenía la esperanza de juntar el dinero suficiente para viajar a Inglaterra, donde escaparía del trabajo y vería la forma de subir peldaño por peldaño. No se dio cuenta que, en el solitario camino, una presencia se unía a la suya en silencio. Miró el paisaje lejano oscurecer ante la noche.
En este mundo existen los inmortales, muchos de los cuales subestiman el poder del querer y el pensamiento. Creen que sus siglos y milenios son la garantía de un dominio perfecto sobre sí mismos. No hay criatura más mentirosa que un inmortal, salvo, en contadas ocasiones, el ser humano. Recuerdo a una fémina que rondaba París, Francia, desde la época de 1519. Era una jovencita muy callada, pero también muy observadora. Le gustaba entender lo que sucedía en su entorno, sin dejar cabos sueltos a la imaginación. Desde pequeña dictaba a los adultos pensamientos impropios para una criatura "inocente y pura". Si alguien le aplicaba mano dura, ella ignoraba los castigos y continuaba con su aprendizaje. Cuando llegó a tener quince años, descubrió que en sus venas corría sangre de la realeza, pero al poco tiempo comprendió la verdad del mundo en el que vivía. Una madre usada por el Rey, sólo para un placer temporal en las noches que su cuerpo pedía algo más que la frigidez de su reina. El producto de aquella pasión no sería más que una humilde campesina que con suerte podría unirse en matrimonio con un granjero. Por sus ojos verdes, algunos guardaban la esperanza de que pudiera cazar a un comerciante o incluso algún noble.
Pero como les he explicado arriba... los deseos son cosas curiosas. Interrumpen el destino asignado a desafortunadas campesinas como ella para crear el caos a base de la ambición. Ni siquiera el descubrimiento de su proceder le impidió conformarse y buscar una vida tranquila y pacífica. Probablemente sólo enardeció su coraje y su deseo de poder. Ah, que linda y hermosa criatura que miraba la luna con aires de ilusión. ¿Pero sería la inteligencia y la curiosidad armas suficientes para aferrar entre sus manos aquello por lo que tanto aspiraba? Un trono, una corona. Quería lo que sabía que era suyo, al saber la condición del reino inglés al no tener un heredero varón. Exiliada en París, era un poco complicado hacer nada más que estudiar. Robaba libros, estudiaba las estrellas, descubría las maravillas de la ciencia conforme ésta acudía a sus necesidades.
Durante un tiempo se ganó la confianza de un viejo estudioso al que solía venderle leche. Él tenía un acento muy extraño y aseguraba que venía de muy, muy lejos. No hablaba mucho de su pasado, pero le narraba leyendas de su tierra y alguna de ellas conseguía arrancarle gritos de impresión. Cuando el anciano enfermó y vio que la joven se acercaba peligrosamente a la edad apropiada para comprometerse, decidió que era tiempo de jugar una última partida. Le contó acerca de un hombre que cumplía deseos. "¡Cualquier deseo que te imagines!", enfatizó al ver la cara de escepticismo de la muchacha. Aclaró que siempre pediría un pago a cambio, y que muy pocos tenían la capacidad de pagarle. Sabía que la joven no se conformaría con un cuento para la tarde, así que le dio el nombre de tan misterioso comerciante. Le juró que pronto él iría a visitarla, y cumplió su palabra.
París - Crepúsculo
La joven de curiosos ojos verdes caminaba por los prados de la campiña con una canasta vacía entre las manos. Ya había vendido la mantequilla y el pan, y había cobrado una pequeña "comisión" de la que su madre no habría de enterarse jamás. Cualquiera opinaría que Yuna era egoísta, malagradecida y que tal vez recibía cierta influencia del demonios; pero lo cierto es que ella pensaba en sus propios intereses desde la infancia, tal como habían hecho sus padres. No nació con la pureza de una dama que espera encontrar un amor de cuento para así salir de la pobreza; aquella burda ingenuidad le producía nauseas. Prefería pensar en sí misma como alguien que obraba su propio destino. Desafortunadamente, la voluntad no había sido suficiente hasta ese momento para realizar su deseo secreto.
Se le había hecho tarde reuniendo dichas comisiones, logradas gracias a cierto carisma y un toque de intimidación. Tenía la esperanza de juntar el dinero suficiente para viajar a Inglaterra, donde escaparía del trabajo y vería la forma de subir peldaño por peldaño. No se dio cuenta que, en el solitario camino, una presencia se unía a la suya en silencio. Miró el paisaje lejano oscurecer ante la noche.
Yuna Rutledge*- Vampiro Clase Baja
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Fecha de inscripción : 23/05/2013
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Re: El contrato [Priv. Adrik]
"La magia siempre tiene un precio"
Dicen que huele tu necesidad. Colecciona suspiros de anhelos insatisfechos, respiraciones interrumpidas por el dolor de un corazón roto, lágrimas producto de la más infiel traición. Es una sombra, un ente que cobra vida con cada elemento de tu impuro corazón, hasta que ésta se hace visible. Los más viejos aldeanos dicen que sólo aparece cuando tu necesidad es tal, que podrías cumplir sus exigentes y crueles precios. Un ser del averno creado para tentar a las almas torturadas, sólo para satisfacer sus deseos. Te lo da todo, sólo para arrancarte el doble de lo que entrega. Según las leyendas, transmitidas de boca en boca, nadie termina feliz. Pero cuidado, incauto, él sabrá convencerte. Te ofrecerá el más vil anhelo, secará tus lágrimas con sus gráciles manos y te dará una salvación que condenará tu alma para siempre.
Di su nombre. Repítelo tres veces. Camina alrededor de un círculo de tréboles. Llora. Suplica. Invócalo. Vamos, humano. Sé estúpidamente valiente, corre la senda que no has de pisar y allí, a tu lado, ha de estar.
“Mas allá de donde el sol se deja caer sobre las aguas embravecidas, en lugares sagrados y antiguos encontrarás lo que has perdido, aquello que en secreto tu corazón anhela…”
Se deslizó con tranquilidad sobre aquel camino, una mera línea recta e irregular, falta de vegetación. Era como estar perdido en medio de la nada, siendo una sombra entre la, cada vez mayor, oscuridad. El silencioso caminar sería capaz de hacer a cualquiera estremecer, no era la primera vez que alguien caía de rodillas al verlo, llorando por haber invocado a un demonio antiguo al que no sabían controlar. Pero no había nada que temer, sólo mostraría su peor cara cuando llegase el momento del cobro. Si asustaba a su presa antes de que firmase su pacto, ¿cómo conseguiría nuevas almas?.
Hacía algún tiempo atrás, un viejo lo había invocado. Había hecho cada estúpida plegaria, hasta que él se decidió a mostrarse ante él. Aunque él los necesitaba, esperando cada vez que realizaban la convocación de su nombre, le divertía hacerles creer de lo contrario. Aquel mundo era una mera actuación, una representación que si se realizaba de la forma adecuada, se podía conseguir el efecto buscado o el resultado ansiado. Todo era un juego en el que ellos lo necesitaban desesperadamente, y él, pobre diablo infeliz, se congratulaba tomando todo lo que podía a cambio. Oro, sangre, muerte y destrucción. No se conformaba con menos.
Pero aquel anciano le había pedido algo insólito. Aún podía recordar perfectamente su rostro surcado por arrugas ,líneas que mostraban las tristezas que habían marcado para siempre su cuerpo. Si había reído, no había quedado constancia alrededor de sus labios. - Quiero que encuentres a una joven que te necesita. Acude a ella como si te hubiera invocado y escucha su deseo. - Los ojos cansados, hundidos en un cuerpecillo que era más huesos que carne, lo miraron con intensidad. Sabía lo que implicaba el peso de su mirada. Aquel hombre daría lo que fuera a cambio de su deseo. Y así había sido, se lo había dado todo.
Por eso él estaba allí, en medio de la nada, junto a alguien que lo llenaba de curiosidad. Sus interés se debía a algo mucho más profundo que el mero físico de una joven. Ni siquiera su sangre era lo suficientemente atractiva como para que él se apareciera ante alguien. No, era sólo por las palabras del viejo. Aquella muchacha debía tener uno de los deseos más jugosos que le hubieran pedido, a fin de cuentas, jamás había tenido un cliente que hubiese pedido la condenación de otro sólo para satisfacer el capricho de alguien tan joven, como aquella que caminaba ante él.
- Dicen que me buscas.- Susurró a la espalda de la mujer, mientras se detenía detrás de ella con indiferencia a la larga caminata que había tenido que realizar para poderla tener aislada de todo. La había acechado desde que había despertado con la caída del sol, sabía casi todo de aquella mujer, podría asegurar que la conocía mucho mejor que sus propios padres. No sólo había escuchado sus suspiros, sino que podía oír el grito ahogado que reverberaba en el interior de aquel hermoso cuerpo. Había algo, inteligente y mezquino, en su interior. Era idéntica a una princesa caprichosa, salvo por la vestimenta y la vivienda. Los modales, a su parecer, era algo carente de sentido. Una princesa no los necesitaba, ya podría comer sopa con sus manos, que seguiría siendo “la mujer más bella y delicada” del reino. Dios no quisiera que hubiera un Rey con una hija carente de atributos atractivos a los ojos de los hombres.
- Un viejo conocido, bastante insistente si me permites decirlo, me pidió que viniera a verte.- Caminó a su alrededor, acechándola como si fuese una presa que estuviese analizando para valorar si valía o no la pena de ser cazada. Sus ojos la recorrieron, subiendo desde sus finos tobillos hasta su cintura, deteniéndose allí un segundo de más, sólo para continuar como si nada hasta los brillantes ojos verdes de la doncella, su princesa campesina.
Esbozó una pequeña sonrisa, una adorable y pícara expresión que lo hacía parecer un duende dispuesto a bailar a su alrededor. Era como una personificación malévola de las juguetonas hadas que había escrito Shakespeare en su “sueño de una noche de verano”. Sus ojos brillaron con diversión, esperando a que ella cayese en la tentación.
- ¿Sabes quién soy? Repite mi nombre, querida. Lanza al aire tres veces la palabra que hará que todo lo que has soñado se haga realidad.- Hizo una reverencia ante ella, tomando una de sus manos, e ignorando si ésta estaba limpia o no, la besó con suavidad. Un mero roce de la carne de sus labios, sobre la pálida y cremosa piel de ella. Se irguió, clavando sus ojos en los de ella, absorbiéndola con tan solo la intensidad del peso de su mirada. Dejó que en las esferas verdes azuladas de sus orbes danzara la promesa de los sueños cumplidos.
Adrik Ivanović- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 98
Fecha de inscripción : 28/07/2013
Re: El contrato [Priv. Adrik]
Tendría que haberse esperado cualquier reacción negativa de su parte, como la mayoría de las jóvenes campesinas. No creía que fuera única o especial por haber mirado al desconocido con ojos de curiosidad, en vez de experimentar el puro y llano terror de ver a alguien merodeando en tan solitario terreno. Quizás en el fondo lo esperaba, o tal vez, también muy en el fondo, anhelaba que un desconocido se plantara frente a ella para decirle que algo (lo que sea) había cambiado su vida. Siempre vio a la muerte como un final indeciso, como una posibilidad inminente que podía varias de mil maneras, y que tarde o temprano acudiría a ella para decirle que el tiempo había acabado. ¿Pero era esa su hora de la muerte? No lucía como tal, incluso cuando la creciente falta de luz ensombrecía aquel encuentro.
Su rostro estaba plácido como el de un perezoso felino, pero en realidad lo estaba evaluando con cuidado, Prefería no hacer evidente que desconfiaba de él. Guardó silencio ante sus primeras palabras, pero la segunda vez que habló, consiguió de ella un ligero ceño fruncido.
― Ese hombre estaba un poco loco y creía en las leyendas del norte. Me temo que la insistencia de su viejo amigo pudo ser su última broma pesada. ―Le dijo en voz baja. No era la voz apagada y ceniza que utilizaba a diario, sino una pausada y calculadora que buscaba medir las reacciones del hombre, que no lucía fácil de intimidar. Aunque no era necesario fingir que ese encuentro era el resultado de la última broma de un viejo cascarrabias, de cierto modo no quería admitir que aquello pudiera ser cierto. Un titubeo humano, una pizca de inseguridad que siempre acorralaba a la mayoría. Sin embargo...
Recordó su mirada emocionada cuando le comunicó que ese desconocido acudiría a ella, que le daría cualquier cosa a cambio de un pago equivalente. El viejo había muerto con la esperanza de que ella pudiera salir del pueblo donde nunca debió quedarse. Y esa esperanza se presentaba ante ella con unos ojos traslúcidos tan bonitos como amenazantes, con un aura peligrosa que advertía lo que era bastante obvio: no iba a tener misericordia al momento de efectuar el cobro. ¿Y valía la pena? La respuesta era como la brisa de verano, y le acarició el rostro cuando él sonrió y le dedicó las tentadoras palabras que había estado esperando oír. Yuna descubrió en la reverencia del extraño dos cosas; una de ellas, es que el roce de un beso en la mano era lo mejor que había experimentado en la vida; y dos... pensó, con una mirada fría y decidida... haría lo que fuera por ver aquel tipo de reverencia de todos los ingleses.
― Adrik... ―Pronunció cuando él se puso de pie, no como si le llamara sino como si lanzara una promesa al infierno. Le miró intensamente.― Adrik... ―Y sus labios temblaron al sentirse tan cerca de la distancia, de cualquier cosa que la sacara de ahí. Su voz bajó una octava al concluir:― Adrik.
El tiempo parecía haberse detenido, igual que los sonidos de la naturaleza y todo lo que podía ser irrelevante en su encuentro. Observó tanto tiempo al hombre que era evidente su falta de educación; por otro lado, no era la acción de una niña ignorante que no sabía lo que significaba caer en cuenta de las virtudes de un caballero. Supuso que si el infierno quería un trato con ella, le mandaría al ser más bello y tentador que tuviera. Y vaya que sí, ahí estaba él. Ella se preguntó qué ocurriría ahora, y supo que estaba dispuesta a sentir el dolor de verse despojada de su alma...
No le importaba que el viejo le hubiese transmitido sus deseos al extraño mercenario de almas, porque ahí, en ese instante, era ella quien debía hablar y declarar su precio. El gesto de su mano fue delicado y sutil, como si restara importancia y considerara que su petición era poca cosa.
― Quiero que me conviertas en la Reina de Inglaterra. ―Dijo, pero no dio más explicaciones. No soltó que ella era, directamente, la heredera al trono del reino ni que su padre la había echado en brazos de su madre sin piedad ni misericordia, porque en realidad, era irrelevante. Su deseo era claro y no admitiría ninguna posible complicación. Sin embargo, había otro asunto que saldar. Ladeó la cabeza y un fino mechón de cabello castaño cenizo resbaló sobre su frente.― ¿Cuál es el precio a pagar?
Su rostro estaba plácido como el de un perezoso felino, pero en realidad lo estaba evaluando con cuidado, Prefería no hacer evidente que desconfiaba de él. Guardó silencio ante sus primeras palabras, pero la segunda vez que habló, consiguió de ella un ligero ceño fruncido.
― Ese hombre estaba un poco loco y creía en las leyendas del norte. Me temo que la insistencia de su viejo amigo pudo ser su última broma pesada. ―Le dijo en voz baja. No era la voz apagada y ceniza que utilizaba a diario, sino una pausada y calculadora que buscaba medir las reacciones del hombre, que no lucía fácil de intimidar. Aunque no era necesario fingir que ese encuentro era el resultado de la última broma de un viejo cascarrabias, de cierto modo no quería admitir que aquello pudiera ser cierto. Un titubeo humano, una pizca de inseguridad que siempre acorralaba a la mayoría. Sin embargo...
Recordó su mirada emocionada cuando le comunicó que ese desconocido acudiría a ella, que le daría cualquier cosa a cambio de un pago equivalente. El viejo había muerto con la esperanza de que ella pudiera salir del pueblo donde nunca debió quedarse. Y esa esperanza se presentaba ante ella con unos ojos traslúcidos tan bonitos como amenazantes, con un aura peligrosa que advertía lo que era bastante obvio: no iba a tener misericordia al momento de efectuar el cobro. ¿Y valía la pena? La respuesta era como la brisa de verano, y le acarició el rostro cuando él sonrió y le dedicó las tentadoras palabras que había estado esperando oír. Yuna descubrió en la reverencia del extraño dos cosas; una de ellas, es que el roce de un beso en la mano era lo mejor que había experimentado en la vida; y dos... pensó, con una mirada fría y decidida... haría lo que fuera por ver aquel tipo de reverencia de todos los ingleses.
― Adrik... ―Pronunció cuando él se puso de pie, no como si le llamara sino como si lanzara una promesa al infierno. Le miró intensamente.― Adrik... ―Y sus labios temblaron al sentirse tan cerca de la distancia, de cualquier cosa que la sacara de ahí. Su voz bajó una octava al concluir:― Adrik.
El tiempo parecía haberse detenido, igual que los sonidos de la naturaleza y todo lo que podía ser irrelevante en su encuentro. Observó tanto tiempo al hombre que era evidente su falta de educación; por otro lado, no era la acción de una niña ignorante que no sabía lo que significaba caer en cuenta de las virtudes de un caballero. Supuso que si el infierno quería un trato con ella, le mandaría al ser más bello y tentador que tuviera. Y vaya que sí, ahí estaba él. Ella se preguntó qué ocurriría ahora, y supo que estaba dispuesta a sentir el dolor de verse despojada de su alma...
No le importaba que el viejo le hubiese transmitido sus deseos al extraño mercenario de almas, porque ahí, en ese instante, era ella quien debía hablar y declarar su precio. El gesto de su mano fue delicado y sutil, como si restara importancia y considerara que su petición era poca cosa.
― Quiero que me conviertas en la Reina de Inglaterra. ―Dijo, pero no dio más explicaciones. No soltó que ella era, directamente, la heredera al trono del reino ni que su padre la había echado en brazos de su madre sin piedad ni misericordia, porque en realidad, era irrelevante. Su deseo era claro y no admitiría ninguna posible complicación. Sin embargo, había otro asunto que saldar. Ladeó la cabeza y un fino mechón de cabello castaño cenizo resbaló sobre su frente.― ¿Cuál es el precio a pagar?
Yuna Rutledge*- Vampiro Clase Baja
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Re: El contrato [Priv. Adrik]
El darlo todo por lo que queremos no significa que luego no nos arrepentiremos.
Su cabeza se inclinó hacia un lado, mirándola con curiosidad mientras la escuchaba. Había tenido ante él a numerosos tipos de humanos, cada cual más extravagante que el anterior, pero ella era diferente. Podía sentir la fortaleza que había en ella, el brillo especulador en sus ojos mientras lo observaba intentando analizarlo de la misma forma en que él, minutos antes, había hecho con ella. << Chica lista. No te fías del desconocido que te promete un deseo capaz de cumplirse con tan sólo decir su nombre tres veces.>>
Sonrió y simplemente se encogió de hombros mientras escuchaba cómo calificaba al anciano que lo había convocado, de loco o algo aún peor. Guardó una calma absoluta, él había hablado, dependía de ella el tomar o no lo que le había ofrecido. No solía correr detrás de nadie, porque sabía que al final siempre acudirían a él. Era sólo cuestión de tiempo y perseverancia, pues cuando perdían la primera oportunidad, muchas veces no dejaba que hubiera una segunda. ¿Cuán vulgar sería correr tras un humano sólo para asegurarse de que tuviera un alma más atormentada por sus servicios?. Si quiera podía plantearse la respuesta a tamaña demencia.
Su rostro se hizo eco de la estación que cubría aquel hemisferio del planeta, luciendo en él una sonrisa que se abría como la flor al rocío de la mañana. Tan brillante era, que el sentimiento buceó hasta llegar a sus ojos y hacerlos brillar con una felicidad tan desbordante como la de un niño.
- ¡¡Fantástico, querida!!. Tanto valor en tan corto período de tiempo, casi creí que no pronunciarías jamás mi nombre por tercera vez.- Rió, emitiendo el sonido grave y sensual de un hombre que sabe cómo atraer la atención de aquel que se encuentra frente a él. Si pudiera compararse con algo más terrenal y mucho menos maravilloso, seguramente sería el ronroneo satisfecho de un gato que sabe asegurado su desayuno.
Y lo cierto era que aquellas tres palabras la habían convertido en alguien lo suficiente poderosa como para exigir cualquier deseo, teniendo la certeza de que éste se haría realidad. El pago, independientemente de lo que dijeran las malas lenguas, es acorde a algo tan magnífico como conceder aquel deseo insatisfecho por tanto tiempo. O al menos, eso era lo que pensaba Adrik mientras se concentraba en pensar un pago acorde al deseo que ella expresara.
- Así que el trono de Inglaterra.- Susurró con aire pensativo, moviéndose por primera vez desde que quedó frente a ella. Caminó rodeándola, dejando que su instinto le dijera cuál sería el precio para alguien como ella.
Podía ver su soledad y pobreza, pero también su altivez y orgullo. La chica tenía dotes para ser reina, sobretodo porque parecía saber cómo dar órdenes y esperar que éstas se hicieran realidad, independientemente de su precio. Igualmente, poseía belleza, quizás no una de esas pálidas y frágiles como parecía preferir en estos momentos la corte, pero sí como para quemar el corazón de un monarca y hacerse con un lugar en su cama. Todo parecía dispuesto a que su deseo se cumpliera y él, un demonio impío, no iba negarse el disfrutar de un grueso botín sobre el que echar sus garras.
- Mi precio será barato, pequeña. Por esta vez, no será oro, tierras ni un puesto prominente en vuestra corte. Lo que quiero, futura Reina de Inglaterra, es vuestro útero.- Sonrió con un gesto sumamente infantil, haciéndolo un hombre menos amanezante de lo que era a pesar de lo que pedía. – Ése es mi único precio, madame. Tu fertilidad como prenda por mi deseo.
Adrik Ivanović- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 28/07/2013
Re: El contrato [Priv. Adrik]
Aunque era fría la mirada que dedicaba al ser sobrenatural que actuaba de banquero en aquella noche olvidada, había interés y curiosidad en su interior. Interés, porque lo que se estaba jugando era lo más valioso que tendría jamás en su vida (o eso pensaba ella). Y la curiosidad, natural en cualquiera de los mortales que habitaban el planeta, fluía y se retorcía en busca de los pensamientos reales de Adrik. Después de todo, quedaba claro que era una chica calculadora a la que le gustaba estar al tanto de todo. Y era difícil leer a alguien que se notaba tan peligroso y se comportaba tan jovial. No quería pensar que ella estaba cediendo, o que pudiera hacerlo en un futuro, pero podía admitir bajo una coacción bastante especial... que Adrik le parecía encantador.
Que fría la sangre inglesa, en verdad. No se inmutó cuando se vio rodeada como un objeto a estudiar, ni siquiera parpadeó. Pero había un cosquilleo en su mano derecha que le inquietaba; ¿por qué, destino extraño y un poco cruel, deseaba detenerlo cogiéndolo de la mano?
— ¿Demasiado? —Susurró como duda interna. Pero él no respondió a su inquietud, sino que fue directo al grano. ¡Que hombre tan agradable! Habían pocos así a los que su orgullo masculino no les hiciera hacer tonterías. E incluso cuando el precio era exorbitante, hasta para ella, sus labios formaron una sonrisa satisfecha.
— Has pedido algo considerable, pues lo tengo en mi poder y no tengo miedo alguno de entregártelo. —Mintió de buena manera, liberando de una vez las ataduras de la elegancia y yendo directamente por el capricho de un monarca que puede hacerlo todo. Tocó el rostro del sobrenatural y asintió.— Te lo daré, una vez me encuentre en el trono que ahora ocupa ese cerdo de ojos bonitos. Pero antes, respóndeme algo: ¿Correrá peligro mi vida? —Sus ojos no dejaba lugar a dudas de su desconfianza. Él tenía razón, no se fiaba de un trato tan bueno.— ¿Cobrarás algo más que mi fertilidad en caso de que mi cuerpo no resista una intervención semejante? No te confundas, ser pobre no me hace una idiota. —Acarició el dobladillo de su camisa, como si éste fuera un adorable conejo salvaje.— Tienes que darme una garantía de mi vida.
¿Le daría algo más a cambio de un útero? Y ella, ¿le daría algo más a cambio de un trono? La probabilidad era uno de esos misterios excitantes que ella desconocía, pues era la clase de emociones que sólo se vivían en los más espinosos caminos. Se vio a sí misma retrocediendo, no porque le tuviera miedo, sino porque prefería mantener a raya el repentino deseo de tocarlo. Mejor, se dijo a sí misma, mantener todo como un buen negocio.
— Mi curiosidad asciende lo suficiente para preguntarte, además... ¿Qué eres exactamente? —Sus ojos verdes se clavaron en los ajenos con intensidad.— Sé que no eres humano. Entonces, ¿qué?
Que fría la sangre inglesa, en verdad. No se inmutó cuando se vio rodeada como un objeto a estudiar, ni siquiera parpadeó. Pero había un cosquilleo en su mano derecha que le inquietaba; ¿por qué, destino extraño y un poco cruel, deseaba detenerlo cogiéndolo de la mano?
— ¿Demasiado? —Susurró como duda interna. Pero él no respondió a su inquietud, sino que fue directo al grano. ¡Que hombre tan agradable! Habían pocos así a los que su orgullo masculino no les hiciera hacer tonterías. E incluso cuando el precio era exorbitante, hasta para ella, sus labios formaron una sonrisa satisfecha.
— Has pedido algo considerable, pues lo tengo en mi poder y no tengo miedo alguno de entregártelo. —Mintió de buena manera, liberando de una vez las ataduras de la elegancia y yendo directamente por el capricho de un monarca que puede hacerlo todo. Tocó el rostro del sobrenatural y asintió.— Te lo daré, una vez me encuentre en el trono que ahora ocupa ese cerdo de ojos bonitos. Pero antes, respóndeme algo: ¿Correrá peligro mi vida? —Sus ojos no dejaba lugar a dudas de su desconfianza. Él tenía razón, no se fiaba de un trato tan bueno.— ¿Cobrarás algo más que mi fertilidad en caso de que mi cuerpo no resista una intervención semejante? No te confundas, ser pobre no me hace una idiota. —Acarició el dobladillo de su camisa, como si éste fuera un adorable conejo salvaje.— Tienes que darme una garantía de mi vida.
¿Le daría algo más a cambio de un útero? Y ella, ¿le daría algo más a cambio de un trono? La probabilidad era uno de esos misterios excitantes que ella desconocía, pues era la clase de emociones que sólo se vivían en los más espinosos caminos. Se vio a sí misma retrocediendo, no porque le tuviera miedo, sino porque prefería mantener a raya el repentino deseo de tocarlo. Mejor, se dijo a sí misma, mantener todo como un buen negocio.
— Mi curiosidad asciende lo suficiente para preguntarte, además... ¿Qué eres exactamente? —Sus ojos verdes se clavaron en los ajenos con intensidad.— Sé que no eres humano. Entonces, ¿qué?
Yuna Rutledge*- Vampiro Clase Baja
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Re: El contrato [Priv. Adrik]
“Beber a pequeños sorbos viene a ser un nuevo renacer. Esos instantes en que se nos revela la trama de nuestra existencia mediante la fuerza de un ritual que recuperaremos como era antes por mayor placer aún por haberlo infringido, son paréntesis mágicos que le ponen a uno el corazón al borde del alma, porque, fugitiva pero intensamente, una pizca de eternidad ha venido de pronto a fecundar el tiempo.”
Los silencios entre ellos eran espacios estratégicos en los que parecía librarse una guerra interna, de esas en las que uno hablaba consigo mismo, intentando resolver qué había detrás de cada palabra. Como si ambos fueran dos reyes que, con una amable sonrisa y un simple apretón de manos, se mirasen a los ojos enfrentándose el uno al otro, intentando ocultar las sombras de todas las argucias y mentiras que cargaba cada uno. Impidiendo así que el otro conociese lo peor de uno mismo para no dañar una alianza necesaria, fría y calculadora, sí, pero necesaria.
- Por supuesto que es algo considerable, al fin y al cabo, tú y yo estamos tramando algo grande.- Sus ojos brillaron con picardía, llenos de la vida que le había otorgado su aceptación. En algunas ocasiones, había tenido que agarrar a aquellos que lo convocaban, incitándolos con algo más que amables palabras, para que aceptaran antes de huir de él. Los seres humanos tenían algo que siempre se interponía entre él y su recompensa, para fortuna suya, no era el sentido común. Pero desafortunadamente, en comparación con el sentido común, los que los impelía a correr, poniendo la mayor distancia entre ambos, era precisamente el instinto. Eso tan animal e innato en ellos, en algunas ocasiones los salvaba de un demonio como él. Pero en esta ocasión había tenido fortuna, ¡ Que Dios bendijera la avaricia!.
Su sonrisa tembló cuando ella lo tocó. Por un instante, el aroma de su sangre y la calidez de su piel lo sorprendió. Había olvidado lo que sentía cuando alguien vivo tocaba su cuerpo, incluso cuando aquella conexión era algo tan frágil como un mero roce de sus dedos, recorriéndole el contorno de su dura y fría piel, su bestia se despertaba. Era como pasear un filete delante del rostro de un tigre, restregando la superficie cruda y sangrienta, ante las fauces de alguien capaz de llevarse el brazo y el filete de un sólo bocado.
- Todos morimos en algún momento, si deseas saber cuándo tendrá lugar ése acontecimiento, deberás pagar por otro deseo.- Su mirada se mantuvo sobre los ojos de ella, enfrentándola a pedirle una respuesta más concreta. Si creía que tocándolo, mareándolo con su aroma, iba a ceder a sus preguntas, es que no había escuchado con atención nada de lo que decían las leyendas de él. No era una criatura que siguiera los caprichos de otros, bastante le costaba el satisfacer los suyos propios como para comprometerse con los de los demás. Además, ¿qué sentido tenía el calmar el temor de sus clientes, si era éste mismo el que los guiaba de nuevo a él?. No iba a trabajar gratis para nadie, menos para alguien que insistía en tocarlo una y otra vez.
Se rió con calidez, acariciándola con el sonido de su voz antes de que volviera a apartarse de él. Al parecer ella comenzaba a entender que estar a su lado sólo despertaba su curiosidad. No podía evitar sentir el impulso de molestarla, presionando su naturaleza curiosa, para saber hasta dónde podría llegar con tal de saber las respuestas a sus preguntas.
- ¿ No son demasiadas preguntas para habernos encontrado en a penas unos instantes?- Volvió a reír y se acercó a ella, dando un paso hacia delante. Se agachó un poco para acercarse a su oído y susurrarle con mucha lentitud. - Puedo ser aquello que desees que sea.- Su voz era a penas un murmullo audible, un zumbido capaz de arder ante el contacto de la piel. Un roce directo nacido en su mente, lanzado por sus labios y lengua, destinados a clavarse en lo más profundo del corazón de aquella mujer. Para que no se olvidase de que él era un sueño, y como tal, ella podía decidir cuánto exigirle. Si esto fuese un cuento, ella escribía la historia de ambos, aunque, por supuesto, todo bajo el precio adecuado.
Adrik Ivanović- Vampiro Clase Alta
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Re: El contrato [Priv. Adrik]
Haber vivido hasta el momento como una campesina de escasa humildad, le impedía a Yuna captar las señas de un hombre, como el ligero fruncir de su ceño, su ladear de cabeza, algún encogimiento de hombros o el pequeño hoyuelo al formar una sonrisa. Ignoraba lo que aquellos diminutos y fugaces detalles podían significar. De hecho, seguía pensando que los hombres eran las criaturas más simples y vulgares que existían sobre la fas de la tierra. Pero con el transcurrir de la conversación, una voz en su cabeza le advertía que no podía subestimar a Adrik. Intentó observarlo con más atención, predecir sus movimientos y meditar sobre qué tanta ventaja estaba obteniendo él de aquel acuerdo.
Al final no le quedaba más remedio que resignarse a su situación actual. Cumplir su objetivo de gobernar Inglaterra y sus conquistas a lo largo del globo era su prioridad, incluso si debía sacrificar un par de cosas que en el futuro le harían falta. Además, tal como respondía él a sus dudas, resultaba evidente que no cooperaría en absoluto con ella, más allá de lo necesario.
— No dudo que seas un excelente negociante, incluso para otros que no sean campesinos sin educación. —Le dijo con severidad. Ladeando ligeramente la cabeza y mirándolo con cuidado.— Mi curiosidad asciende a grados que apenas podrías imaginarte, pero no quiero ofender a mi propia inteligencia haciéndote más preguntas. Sólo tengo un útero, y es todo lo que pienso pagar. —Sentenció, juntando las manos por encima de su vestido como haría una monarca digna e inflexible. Sin embargo, no se esperaba temblar de aquella forma nada más oír su risa. Se parecía bastante a la sensación que tuvo de niña, cuando escuchó por primera y única vez a una mujer cantando en un teatro ambulante. Su voz era estremecedora. Sólo que aquella dulce mujer le provocó admiración, no deseo.
Consideró la idea de reír como si aquello fuera un simple chiste entre colegas, adueñándose de una distancia física y verbal de un tema tan escabroso como ese. Pero él no parecía desear lo mismo, sino por el contrario, acortó la distancia entre ambos y estuvo a punto de rozarla. Sus palabras la hicieron respingar tan violentamente como el tono que usó para ellas. Yuna, que era una muchachita joven y algo inocente con respecto a la sensualidad, no quería verse deslumbrada por ella. Sólo quería poder y su dulce sabor. Pero levantar la mirada hacia los ojos de Adrik fue inevitable.
— No. —Le susurró, aunque hubo una duda en aquel monosílabo que lo hizo sonar como una pregunta. La muchacha se aclaró la garganta y apretó las manos contra su falda. Aquel era un pacto con el demonio, y aunque esperaba salir bien librada de él en unos años, no podía evitar pensar que valía la pena ceder a su instinto más bajo con él. "Un pecado más, ¿qué daño puede hacer?". Levantó una mano temblorosa al pecho ajeno, presionando suavemente, dejándola ahí un instante... antes de apartarlo. Su mirada se volvió dura y la curvatura de sus labios también.— Serás mi perro guardián, entonces. No tienes que responder a ninguna de mis dudas, ni garantizarme nada. Pero tenerte cerca es la única forma de confiar que me darás lo que quiero. —Y dicho esto, levantó la nariz con orgullo le dio la espalda.— Espero que no tardes demasiado en darme las primeras noticias de nuestro trato, Adrik. No pienso pasar más de tres días en la cabaña en la que estoy viviendo.
Al final no le quedaba más remedio que resignarse a su situación actual. Cumplir su objetivo de gobernar Inglaterra y sus conquistas a lo largo del globo era su prioridad, incluso si debía sacrificar un par de cosas que en el futuro le harían falta. Además, tal como respondía él a sus dudas, resultaba evidente que no cooperaría en absoluto con ella, más allá de lo necesario.
— No dudo que seas un excelente negociante, incluso para otros que no sean campesinos sin educación. —Le dijo con severidad. Ladeando ligeramente la cabeza y mirándolo con cuidado.— Mi curiosidad asciende a grados que apenas podrías imaginarte, pero no quiero ofender a mi propia inteligencia haciéndote más preguntas. Sólo tengo un útero, y es todo lo que pienso pagar. —Sentenció, juntando las manos por encima de su vestido como haría una monarca digna e inflexible. Sin embargo, no se esperaba temblar de aquella forma nada más oír su risa. Se parecía bastante a la sensación que tuvo de niña, cuando escuchó por primera y única vez a una mujer cantando en un teatro ambulante. Su voz era estremecedora. Sólo que aquella dulce mujer le provocó admiración, no deseo.
Consideró la idea de reír como si aquello fuera un simple chiste entre colegas, adueñándose de una distancia física y verbal de un tema tan escabroso como ese. Pero él no parecía desear lo mismo, sino por el contrario, acortó la distancia entre ambos y estuvo a punto de rozarla. Sus palabras la hicieron respingar tan violentamente como el tono que usó para ellas. Yuna, que era una muchachita joven y algo inocente con respecto a la sensualidad, no quería verse deslumbrada por ella. Sólo quería poder y su dulce sabor. Pero levantar la mirada hacia los ojos de Adrik fue inevitable.
— No. —Le susurró, aunque hubo una duda en aquel monosílabo que lo hizo sonar como una pregunta. La muchacha se aclaró la garganta y apretó las manos contra su falda. Aquel era un pacto con el demonio, y aunque esperaba salir bien librada de él en unos años, no podía evitar pensar que valía la pena ceder a su instinto más bajo con él. "Un pecado más, ¿qué daño puede hacer?". Levantó una mano temblorosa al pecho ajeno, presionando suavemente, dejándola ahí un instante... antes de apartarlo. Su mirada se volvió dura y la curvatura de sus labios también.— Serás mi perro guardián, entonces. No tienes que responder a ninguna de mis dudas, ni garantizarme nada. Pero tenerte cerca es la única forma de confiar que me darás lo que quiero. —Y dicho esto, levantó la nariz con orgullo le dio la espalda.— Espero que no tardes demasiado en darme las primeras noticias de nuestro trato, Adrik. No pienso pasar más de tres días en la cabaña en la que estoy viviendo.
Yuna Rutledge*- Vampiro Clase Baja
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Re: El contrato [Priv. Adrik]
“El orgullo emplearemos en cantar sus loores;
Nada iguala al encanto que hay en su autoridad;
Su carne espiritual tiene un perfume angélico,
Y nos visten con ropas purísimas sus ojos.”
Charles Baudelaire
Sin duda le encantaba su trabajo, había nacido con una vocación innata para saber qué querían los demás, así que explotar esa habilidad sólo era una de sus mejores decisiones. Era casi como un duende caprichoso, su noción de diversión consistía precisamente en torturar a los humanos a su antojo; pero también poseía el orgullo de los elfos, su ansia por el conocimiento y su infinita astucia, haciéndolo una criatura arrogante ante todos los demás. Sin embargo, no eran esos sus peores rasgos, poseía muchas capas ocultas en su interior, sólo dependía de cuál de ellas desprendieras. Una perfecta muñeca matrioska con otras copias, mucho más pequeñas, en su interior.
Era una lástima que ella no cediera a su curiosidad, podría sacar mucho de cada una de sus preguntas, pero no lo satisfacía. Debía conformarse con su útero, al menos por ahora. Sabía que una vez que se acostumbraban a que todos sus deseos se hicieran realidad, siempre volvían de nuevo a él. Era entonces cuando el pago se volvía siempre mayor que el anterior, cuanto más desesperados, más grande era el tesoro que entregaban.
- Deberías dejar de llamarte campesina sin educación, recuerda que dentro de poco serás reina, mi dulce, dulce niña. – Su sonrisa se suavizó, al igual que su voz, separándose de ella para dejarla respirar aire limpio de su aroma. Necesitaba que se concentrase, que esa fiera mueca que le dedicaba fuera más que un gesto que le gritaba desesperadamente que mantuviera las distancias. Así que, por esta vez, cedió a aquel grito silencioso, producto de una inocencia tal, que no podía esperar para jugar con ella de nuevo.
No le sorprendió el verla emitirle órdenes como si realmente fuera uno de sus futuros súbditos, aquella muchacha iba a terminar llorando si realmente creía que tenía el poder, o si quiera la voluntad, como para derrotarlo y atarlo a sus antojos infantiles. En aquel pequeño encuentro había descubierto las suficientes carencias en ella como para hacerle pensar en cómo había siquiera conseguido que alguien como él llegara allí, en medio de la nada, para concederle lo que había deseado por tanto tiempo. Tal vez debería tener en cuenta que la suerte estaba del lado de esa niña que lo miraba como una mujer. Subestimarla podría hacerle perder algo que no estaba dispuesto a pasar.
- Como deseéis, vuestro perro guardián se despide de la mujer que nació campesina sólo para convertirse en Reina. – Se rió y realizó una reverencia ante ella antes de que desapareciera así como había llegado, desvaneciéndose en el aire y dejando como única evidencia de su presencia el eco de su voz tras él.
Tres días más tarde, a la misma hora en la que Adrik se había desvanecido, una comisiva real se había detenido ante la cabaña de Yuna. Los doce consejeros del Rey, junto con el abogado real, aparecieron en nombre del señor de Inglaterra, exigiendo que ella acudiera a la Corte para tomar el puesto que le correspondía como heredera. El hijo del Rey había muerto a manos de los enemigos de un país vecino, así que el Rey, antes de morir sin descendencia, arriesgándose a dejar su trono en manos de sus enemigos, prefería dejar la corona en una bastarda. Y así, de las tierras más humildes del Reino, nació una Reina en ciernes.
Adrik Ivanović- Vampiro Clase Alta
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