AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Sucesos Cotidianos || Mathéo Thibault & Jason Dresner
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Sucesos Cotidianos || Mathéo Thibault & Jason Dresner
Le ardían las manos. El roce continuado de la rugosa madera sin tratar le había hecho mella durante las horas que llevaba trabajando. Tronco para aquí, tronco para allá, una cansada labor para la que no contaba con más que un par de descansos que apenas le bastaban para recuperar el aliento. Su empleo, si es que aquella ocupación se podía denominar así y no explotación, se extendía por más de la mitad del día, seis a la semana, para dejarle el tiempo necesario como para no desfallecer en medio de la faena. Mentalmente ya estaba acostumbrado al ritmo, pero su cuerpo a veces parecía dar signos de no haber sido traído a este mundo para dicho esfuerzo. ¡Ja! Mathéo se reía de la mera idea cada vez que pensaba en ella. No tenía otra opción, apenas había trabajos con mejores condiciones y no podía permitirse el riesgo de probar suerte postulándose para uno de ellos y perder el presente. El dinero apenas llegaba para cubrir el sustento y el pago del alquiler de la pequeña habitación en un barrio de mala muerte. Pero así era la vida en París; al menos la de esa mayoría de habitantes que no habían nacido bien en la nobleza, bien en la pudiente burguesía. Y este contrato no firmado no sólo había curtido su cuerpo, también su espíritu, convirtiéndole en alguien susceptible y volátil, posiblemente a causa del poco sueño que alcanzaba a reponer, en un lento proceso que había comenzado al crecer en un orfanato y que había continuado al haber sido echado por haber llegado ya a una edad.
Acababa de terminar su jornada y sus pies le llevaban por costumbre por la vía de tierra que conectaba el aserradero con la ciudad. Había llovido con fuerza esa misma tarde y el barro se le pegaba en las botas, dificultándole el caminar. Al menos su vivienda se encontraba en los límites de la ciudad, lo cual reducía significativamente el tiempo del trayecto. Ésta era una de las pequeñas cosas que le alegraban la existencia, sintiéndose afortunado en comparación con las penurias que debían soportar otros. Puede parecer que le achacase cierta falta de empatía o quizás cierta crueldad, pero el paisaje del que hablamos es mundo de supervivencia y la malicia tampoco era el alimento de este alivio, sino una ignorancia voluntaria. Así se insuflaba fuerzas para arrancar la suela del calzado del viscoso suelo y llegar a París antes de que el sol se ocultase en el horizonte. Aún le quedaba suficiente tiempo, pero no eran pocas en las que había atravesado la barrière du Trône en completa oscuridad. Al final llegó a la urbe en un tiempo menor del previsto, algo que ni le motivo ni le desanimó, pues si bien se alegraba de no tener que andar más, sabía que en su casa le esperaban aún un par de horas de no hacer nada. Así pues, su tránsito se volvió pesado mientras giraba hacia su quartier, como si fuera en esa situación en la que tenía impedimentos para moverse y no antes. Sus hombros cayeron y sus pies apenas se despegaban del suelo, pero su cabeza se hallaba erguida, bien alta. Tampoco nadie se percató de su postura, ya que las muestras de cansancio eran tan comunes como también lo eran los excéntricos que no seguían una correcta colocación de su anatomía, tan sólo un par de niñas se le quedaron mirando fijamente, seguramente por las dos coronas que bordeaban su pupila, de un azul tan sutil y luminoso que casi parecían blancas. Él no las observó más que por dos segundos, sin entender a qué venía el repentino interés.
Sin embargo, su expresión hubo de cambiar al girar la esquina, llegando ya a la calle principal de la cual salía el callejón de su inmueble. Sus ojos se clavaron en la figura alargada de un muchacho a unos cuantos pasos de distancia y los labios olvidaron su fatiga para alzar las comisuras antes de abrirse:
- ¿Qué haces aquí, Jason? ¿No tenías trabajo hasta tarde? – preguntó al alcanzar su vera. Había reconocido al jovenzuelo a la primera, sin ni siquiera tener que enfocar la mirada al tenerse bien aprendida su silueta. Se apoyó contra la pared y se cruzó de brazos, dando a entender que había dado por finalizado su recorrido, al menos por el momento.
Acababa de terminar su jornada y sus pies le llevaban por costumbre por la vía de tierra que conectaba el aserradero con la ciudad. Había llovido con fuerza esa misma tarde y el barro se le pegaba en las botas, dificultándole el caminar. Al menos su vivienda se encontraba en los límites de la ciudad, lo cual reducía significativamente el tiempo del trayecto. Ésta era una de las pequeñas cosas que le alegraban la existencia, sintiéndose afortunado en comparación con las penurias que debían soportar otros. Puede parecer que le achacase cierta falta de empatía o quizás cierta crueldad, pero el paisaje del que hablamos es mundo de supervivencia y la malicia tampoco era el alimento de este alivio, sino una ignorancia voluntaria. Así se insuflaba fuerzas para arrancar la suela del calzado del viscoso suelo y llegar a París antes de que el sol se ocultase en el horizonte. Aún le quedaba suficiente tiempo, pero no eran pocas en las que había atravesado la barrière du Trône en completa oscuridad. Al final llegó a la urbe en un tiempo menor del previsto, algo que ni le motivo ni le desanimó, pues si bien se alegraba de no tener que andar más, sabía que en su casa le esperaban aún un par de horas de no hacer nada. Así pues, su tránsito se volvió pesado mientras giraba hacia su quartier, como si fuera en esa situación en la que tenía impedimentos para moverse y no antes. Sus hombros cayeron y sus pies apenas se despegaban del suelo, pero su cabeza se hallaba erguida, bien alta. Tampoco nadie se percató de su postura, ya que las muestras de cansancio eran tan comunes como también lo eran los excéntricos que no seguían una correcta colocación de su anatomía, tan sólo un par de niñas se le quedaron mirando fijamente, seguramente por las dos coronas que bordeaban su pupila, de un azul tan sutil y luminoso que casi parecían blancas. Él no las observó más que por dos segundos, sin entender a qué venía el repentino interés.
Sin embargo, su expresión hubo de cambiar al girar la esquina, llegando ya a la calle principal de la cual salía el callejón de su inmueble. Sus ojos se clavaron en la figura alargada de un muchacho a unos cuantos pasos de distancia y los labios olvidaron su fatiga para alzar las comisuras antes de abrirse:
- ¿Qué haces aquí, Jason? ¿No tenías trabajo hasta tarde? – preguntó al alcanzar su vera. Había reconocido al jovenzuelo a la primera, sin ni siquiera tener que enfocar la mirada al tenerse bien aprendida su silueta. Se apoyó contra la pared y se cruzó de brazos, dando a entender que había dado por finalizado su recorrido, al menos por el momento.
Última edición por Mathéo Thibault el Vie Nov 14, 2014 5:19 pm, editado 2 veces
Mathéo Thibault- Hechicero Clase Baja
- Mensajes : 12
Fecha de inscripción : 14/10/2014
Re: Sucesos Cotidianos || Mathéo Thibault & Jason Dresner
Sucesos cotidianos
Aquel sábado, estaba siendo nefasto. A pesar de haber encontrado un trabajo de lunes a viernes en el circo, ejerciendo como ayudante del dueño y llevando las cuentas, los fines de semana solía trabajar en un almacén de grano, cargando sacos a los camiones. Sin embargo, aquel día, después del descanso para comer, el patrón se le había acercado y le había entregado el dinero del mes, junto con una palmada en la espalda y un "lo siento, muchacho, pero ya no te podemos seguir pagando". ¿Qué maldita suerte era la suya? Necesitaba, no sólo ocupar su tiempo para mantenerse alejado de casa unas horas cada día, sino que el salario para poder mantener a su madre. Desde luego, la vida era un asco, y no estaba de su parte. Ahora se vería obligado a ir a suplicar que le ampliaran la jornada laboral en el circo y aún así, no tenía nada claro que su jefe accediera. Era un buen tipo, pero no parecía que les sobrara el dinero precisamente allí...
Dio un gran rodeo para volver, de hecho se entretuvo con cualquier cosa que pudo. No quería llegar a casa antes de lo habitual y preocupar a su madre. Si sabía que le habían echado, aunque no fuera por su culpa ni hubiese hecho nada mal, a su señora parienta le daría un patatús, y ya era lo último que le faltaba. Como si no fuera suficiente con la depresión, su estado casi vegetativo por la falta de ganas de hacer NADA y su facilidad para dejar de comer, encima una crisis de histeria. Ni hablar.
Sin darse cuenta, había llegado a su barrio de casas a medio derruir. El ambiente estaba cargado de malos olores que presagiaban alguna que otra muerte y muchas enfermedades por malnutrición y la ingesta de agua en mal estado. A él no le afectaba, se había criado allí y ese aroma a gente pobre viajaba siempre consigo. Cruzó junto a la fuente medio oxidada que abastecía a la mitad de la zona y pudo ver a un grupo de niños pelearse por beber primero. A pesar de lo deprimente que pudiera verse aquello para muchos, para quienes vivían allí, era su mundo y no lo veían tan mal, después de todo. Sonrió por las riñas y empujones que se propinaban unos a otros y se vio obligado a esquivar a un niña que perseguía a otra para tirarle de las trenzas. Al pisar ya una de las grandes calles que llevaba cerca de su cuchitril en ruinas, se detuvo a hablar con la señora que se encargaba de cobrarle el alquiler de la propiedad.
-Madame Girard, aquí tiene parte del dinero de este mes. Si me da de tiempo hasta el martes, prometo traerle el resto.
-Siempre igual, jovencito. Algún día los echaré a usted y a su madre de allí, ya lo verá. -La mujer movió el puño en alto, que debido a su más que corta estatura, a penas alcanzaba al mentón de Jason. No era una mala mujer, pero debía hacerse respetar frente a sus inquilinos o sino nadie le pagaría nunca lo que le debían. Ella conocía a Jason desde que naciera y en el fondo le tenía cariño, así que cuando creyó que nadie les miraba, hizo un intento de guiño para indicarle que esperaría hasta el martes.- Ahora déjeme pasar, muchachito, tengo cosas que atender. -Y sin esperar respuesta por parte del joven, se alejó a paso bastante rápido para ser una señora tan menuda.
Aún no se había dado media vuelta, que escuchó una voz familiar a sus espaldas. Giró y se encontró con Mathéo, un joven con el que se llevaba bastante bien. Los dos vivían cerca y tenían grandes responsabilidades sobre sus hombros para subsistir, así que se habían visto atraídos el uno hacia el otro de manera casi natural, con tal de tener alguien con quien hablar y poder quejarse sin que se lo echaran en cara.
-Sí, bueno, se suponía que hoy salía tarde... -Se inclinó para hablarle de manera confidente y sin que los cientos de orejas aburridas de las paredes se enteraran.- Me han echado del almacén...
Dio un gran rodeo para volver, de hecho se entretuvo con cualquier cosa que pudo. No quería llegar a casa antes de lo habitual y preocupar a su madre. Si sabía que le habían echado, aunque no fuera por su culpa ni hubiese hecho nada mal, a su señora parienta le daría un patatús, y ya era lo último que le faltaba. Como si no fuera suficiente con la depresión, su estado casi vegetativo por la falta de ganas de hacer NADA y su facilidad para dejar de comer, encima una crisis de histeria. Ni hablar.
Sin darse cuenta, había llegado a su barrio de casas a medio derruir. El ambiente estaba cargado de malos olores que presagiaban alguna que otra muerte y muchas enfermedades por malnutrición y la ingesta de agua en mal estado. A él no le afectaba, se había criado allí y ese aroma a gente pobre viajaba siempre consigo. Cruzó junto a la fuente medio oxidada que abastecía a la mitad de la zona y pudo ver a un grupo de niños pelearse por beber primero. A pesar de lo deprimente que pudiera verse aquello para muchos, para quienes vivían allí, era su mundo y no lo veían tan mal, después de todo. Sonrió por las riñas y empujones que se propinaban unos a otros y se vio obligado a esquivar a un niña que perseguía a otra para tirarle de las trenzas. Al pisar ya una de las grandes calles que llevaba cerca de su cuchitril en ruinas, se detuvo a hablar con la señora que se encargaba de cobrarle el alquiler de la propiedad.
-Madame Girard, aquí tiene parte del dinero de este mes. Si me da de tiempo hasta el martes, prometo traerle el resto.
-Siempre igual, jovencito. Algún día los echaré a usted y a su madre de allí, ya lo verá. -La mujer movió el puño en alto, que debido a su más que corta estatura, a penas alcanzaba al mentón de Jason. No era una mala mujer, pero debía hacerse respetar frente a sus inquilinos o sino nadie le pagaría nunca lo que le debían. Ella conocía a Jason desde que naciera y en el fondo le tenía cariño, así que cuando creyó que nadie les miraba, hizo un intento de guiño para indicarle que esperaría hasta el martes.- Ahora déjeme pasar, muchachito, tengo cosas que atender. -Y sin esperar respuesta por parte del joven, se alejó a paso bastante rápido para ser una señora tan menuda.
Aún no se había dado media vuelta, que escuchó una voz familiar a sus espaldas. Giró y se encontró con Mathéo, un joven con el que se llevaba bastante bien. Los dos vivían cerca y tenían grandes responsabilidades sobre sus hombros para subsistir, así que se habían visto atraídos el uno hacia el otro de manera casi natural, con tal de tener alguien con quien hablar y poder quejarse sin que se lo echaran en cara.
-Sí, bueno, se suponía que hoy salía tarde... -Se inclinó para hablarle de manera confidente y sin que los cientos de orejas aburridas de las paredes se enteraran.- Me han echado del almacén...
Jason Dresner- Humano Clase Baja
- Mensajes : 21
Fecha de inscripción : 29/08/2014
Re: Sucesos Cotidianos || Mathéo Thibault & Jason Dresner
Aquel jovencito del que hablamos, que no era menor que Mathéo de todas formas, era uno de las pocas personas a las que éste podía considerar como amigo. Quizás su cercanía había sido una consecuencia de ya haberse conocido siendo niños, aunque por aquel entonces no hubieran intercambiado más que un par de palabras, o quizás el resultado de esa extraña atracción que provoca fijación para con aquellos individuos con los que la mano etérea que impulsa hacia ellos entiende que tienes una alta afinidad. Mathéo no lo sabía, pero le gustaba pensar que la cierta era la segunda opción, en un infantil juego en el que fingía que existían en el mundo fuerzas ocultas más cercanas a la magia que a la razón. Cada vez que se encontraba con él, su ánimo tendía a elevarse, sabiéndose en compañía de alguien que parecía comprenderle en más temas de los que él mismo podía intuir. Y aquella ocasión no fue una excepción, al menos hasta que él le comunicara las no tan buenas nuevas.
- ¿Te han echado? – repitió al fin tras los dos segundos que le llevó transmutar su cara de incredulidad a una mueca de disgusto - ¿Y a razón de qué, si es que puede saberse? – no podría decir que él supiera cómo se sentía, pues había tenido la suerte de haber dado con un empleo estable en el que, por el momento, no había indicios de ser prescindible. Y aun así, sí podía entenderle, pues uno de sus principales miedos era el verse en la calle con no más recursos que unos escasos ahorros y la bondad del hado. Ni siquiera tenía familia a la que acudir y tampoco es que fuera alguien con don de gentes -. Bueno, no deberías preocuparte, estoy seguro de que encontrarás algo con lo que salir adelante. Al fin y al cabo tienes motivos para hacerlo – claramente se refería a su madre, la cual, según lo que se comentaba por el barrio y por lo que el propio muchacho le había confirmado, no andaba precisamente en sus cabales, por lo que el hijo debía cargar con ella y cuidarla. Y, pese a saber lo mucho que complicaba su vida la reducción de ingresos, sencillamente no tenía el corazón, u otras palabras que acudieran a su mente, para no consolarle y regalarle una pizca de sus esperanzas - ¿Sabes de algún sitio donde pudieran necesitarte? Si quieres puedo preguntar en el aserradero si hay algún puesto vacante.
Dicho esto, y en lo que esperaba respuesta, su mano se dirigió a su bolsillo y sacó un cigarrillo que apresuró a prender con una cerilla. Éste era uno de sus pocos vicios, el cual le acarreaba un grave problema de conciencia por el agujero que suponía en su bolsillo, pero uno del que no había sido capaz de deshacerse: las veces que lo había intentado le había invadido un terrible mal humor que le provocaba el no aguantarse ni él mismo. Dio una calada que lanzó al aire y volvió a girarse hacia su compañero:
- Y, al margen de eso, ¿qué tal te va todo? ¿Cómo está tu madre? Hace unos cuantos días que no te veo – y eso no era raro, ya que, aunque vivieran bastante cerca, ambos solían estar bastante ocupados con la obligación que era sobrevivir.
- ¿Te han echado? – repitió al fin tras los dos segundos que le llevó transmutar su cara de incredulidad a una mueca de disgusto - ¿Y a razón de qué, si es que puede saberse? – no podría decir que él supiera cómo se sentía, pues había tenido la suerte de haber dado con un empleo estable en el que, por el momento, no había indicios de ser prescindible. Y aun así, sí podía entenderle, pues uno de sus principales miedos era el verse en la calle con no más recursos que unos escasos ahorros y la bondad del hado. Ni siquiera tenía familia a la que acudir y tampoco es que fuera alguien con don de gentes -. Bueno, no deberías preocuparte, estoy seguro de que encontrarás algo con lo que salir adelante. Al fin y al cabo tienes motivos para hacerlo – claramente se refería a su madre, la cual, según lo que se comentaba por el barrio y por lo que el propio muchacho le había confirmado, no andaba precisamente en sus cabales, por lo que el hijo debía cargar con ella y cuidarla. Y, pese a saber lo mucho que complicaba su vida la reducción de ingresos, sencillamente no tenía el corazón, u otras palabras que acudieran a su mente, para no consolarle y regalarle una pizca de sus esperanzas - ¿Sabes de algún sitio donde pudieran necesitarte? Si quieres puedo preguntar en el aserradero si hay algún puesto vacante.
Dicho esto, y en lo que esperaba respuesta, su mano se dirigió a su bolsillo y sacó un cigarrillo que apresuró a prender con una cerilla. Éste era uno de sus pocos vicios, el cual le acarreaba un grave problema de conciencia por el agujero que suponía en su bolsillo, pero uno del que no había sido capaz de deshacerse: las veces que lo había intentado le había invadido un terrible mal humor que le provocaba el no aguantarse ni él mismo. Dio una calada que lanzó al aire y volvió a girarse hacia su compañero:
- Y, al margen de eso, ¿qué tal te va todo? ¿Cómo está tu madre? Hace unos cuantos días que no te veo – y eso no era raro, ya que, aunque vivieran bastante cerca, ambos solían estar bastante ocupados con la obligación que era sobrevivir.
Mathéo Thibault- Hechicero Clase Baja
- Mensajes : 12
Fecha de inscripción : 14/10/2014
Re: Sucesos Cotidianos || Mathéo Thibault & Jason Dresner
Sucesos cotidianos
Asintió ante la primera de las preguntas, dándole una patada a un pequeño canto rodado y mandándolo a saber dónde. Deslizó ambas manos en los bolsillos de sus gastados pantalones y resopló, encogiendo ligeramente el cuello y alzando los hombros, mostrando claramente lo abatido y desganado que estaba por la situación.
-No sé lo que voy a hacer...- Se rascó el muslo a través del forro de tela y terminó por apoyarse de espaldas a uno de los muros de ladrillo que conformaban las casuchas destartaladas de aquella calle. -Dijeron que no me podían seguir pagando, no creo que haya sido el único al que echaron...- Murmuró con desgana. Le sabía mal por los demás, pero lo suyo era peor. Le daba de pleno, como era obvio, y si su madre se enteraba... Dios le librase de semejante desenlace. En las últimas dos semanas la mujer había parecido estabilizarse un poco, pero desde hacía medio año, las cosas no pintaban nada bien. No podían permitirse pagar un médico lo suficientemente bueno, así que debían pasar con lo que les permitía alcanzar con los ahorros. Un goteo incesante de malas noticias que nunca especificaban lo suficiente como para tomar medidas. ¿Tenía tratamiento? ¿Cura? ¿Duraría para siempre? Ninguna de esas preguntas había hallado aún una respuesta. Y ese hecho, había afectado aún más a la salud de su madre, la cual en realidad, parecía estar viviendo entre dos mundos, el de los vivos y el de los muertos, como una sonámbula, como una pluma que flota entre dos corrientes sin llegar a caer al suelo ni emprender el vuelo.
-Gracias, Mathéo.- Forzó lentamente una sonrisa por la amabilidad de su amigo. Sabía que él tampoco dormía en un lecho de flores, que todos en aquel barrio estaban hundidos hasta el cuello en deudas y malvivir. Y que se preocupara por él e intentara animarle, era algo que muy pocos se molestarían en hacer. La gente tenía tantos problemas que sólo se sabían mirar el ombligo. No como los ricos, que lo hacían por hacer oídos sordos a los gritos de la plebe, sino a la manera de los pobres, donde debían pisarse los unos a los otros para sobrevivir y sacar adelante sus familias.
Le vio sacar el cigarrillo y tuvo que contener las ganas de quitárselo y arrojarlo al suelo. Era un mal vicio y un malgasto de dinero que bien podía ser utilizado para cosas mucho más productivas y sanas. Pero precisamente porque costaba dinero, era por lo que no se lo robó de los labios. Le miró de manera reprobadora y negó, chasqueando la lengua.
-Eso acabará contigo.- Resopló y retomó la oferta que le había hecho eso sobre el aserradero. No tenía la posibilidad de negarse a ningún empleo. Lo que fuera por unos francos más al final de la semana. -Por favor, pregunta por ahí... aún debo parte del alquiler.- Miró a su alrededor, observando como unos chiquillos se miraban el tabaco de su compañero con ojos recelosos. -Será mejor que nos movamos, aquí hasta un escupitajo te lo roban.
-No sé lo que voy a hacer...- Se rascó el muslo a través del forro de tela y terminó por apoyarse de espaldas a uno de los muros de ladrillo que conformaban las casuchas destartaladas de aquella calle. -Dijeron que no me podían seguir pagando, no creo que haya sido el único al que echaron...- Murmuró con desgana. Le sabía mal por los demás, pero lo suyo era peor. Le daba de pleno, como era obvio, y si su madre se enteraba... Dios le librase de semejante desenlace. En las últimas dos semanas la mujer había parecido estabilizarse un poco, pero desde hacía medio año, las cosas no pintaban nada bien. No podían permitirse pagar un médico lo suficientemente bueno, así que debían pasar con lo que les permitía alcanzar con los ahorros. Un goteo incesante de malas noticias que nunca especificaban lo suficiente como para tomar medidas. ¿Tenía tratamiento? ¿Cura? ¿Duraría para siempre? Ninguna de esas preguntas había hallado aún una respuesta. Y ese hecho, había afectado aún más a la salud de su madre, la cual en realidad, parecía estar viviendo entre dos mundos, el de los vivos y el de los muertos, como una sonámbula, como una pluma que flota entre dos corrientes sin llegar a caer al suelo ni emprender el vuelo.
-Gracias, Mathéo.- Forzó lentamente una sonrisa por la amabilidad de su amigo. Sabía que él tampoco dormía en un lecho de flores, que todos en aquel barrio estaban hundidos hasta el cuello en deudas y malvivir. Y que se preocupara por él e intentara animarle, era algo que muy pocos se molestarían en hacer. La gente tenía tantos problemas que sólo se sabían mirar el ombligo. No como los ricos, que lo hacían por hacer oídos sordos a los gritos de la plebe, sino a la manera de los pobres, donde debían pisarse los unos a los otros para sobrevivir y sacar adelante sus familias.
Le vio sacar el cigarrillo y tuvo que contener las ganas de quitárselo y arrojarlo al suelo. Era un mal vicio y un malgasto de dinero que bien podía ser utilizado para cosas mucho más productivas y sanas. Pero precisamente porque costaba dinero, era por lo que no se lo robó de los labios. Le miró de manera reprobadora y negó, chasqueando la lengua.
-Eso acabará contigo.- Resopló y retomó la oferta que le había hecho eso sobre el aserradero. No tenía la posibilidad de negarse a ningún empleo. Lo que fuera por unos francos más al final de la semana. -Por favor, pregunta por ahí... aún debo parte del alquiler.- Miró a su alrededor, observando como unos chiquillos se miraban el tabaco de su compañero con ojos recelosos. -Será mejor que nos movamos, aquí hasta un escupitajo te lo roban.
Jason Dresner- Humano Clase Baja
- Mensajes : 21
Fecha de inscripción : 29/08/2014
Re: Sucesos Cotidianos || Mathéo Thibault & Jason Dresner
Al parecer, el tabaco había desviado por un instante la conversación y había ocasionado la pérdida de las últimas preguntas, dado que Jason no las contestó. Tampoco era algo que le interesara, no porque no le importasen las novedades en la vida de éste, sino porque no creía que hubiera nada de mayor trascendencia que lo que ya le había contado.
- Hace falta más que esto para acabar conmigo – bromeó soltando una pequeña carcajada. En realidad intuía que tenía razón y que aquel humo estaba comenzando a minar su salud, pero no es que aquello fuera a cambiar sus hábitos. Quizás por la falta de una sentencia firme, continuaba fumando y lo hacía incluso cuando, teniendo la garganta irritada, le acarreaba una leve tos. De todas formas, tampoco se preocupó por evitar que la emanación llegara al muchacho, achacando sus muecas tan sólo a una preocupación por la integridad del recién llegado. Esta suposición posiblemente tan sólo fuera una fantasía para sentirse un poco más apreciado de lo que realmente era -. Preguntaré, algo tiene que haber. París es demasiado grande como para que nadie necesite ayuda – el problema quizás fuera precisamente el tamaño de la urbe, dado que, aunque la oferta de empleo fuera mayor, el número de trabajadores resultaba aún más grande y los trabajos que ellos podían desempeñar eran demasiado generales como para que cualquiera pudiera realizarlos. Pero quien pierde la esperanza lo pierde todo y Mathéo era lo suficientemente testarudo como para no darse por vencido; al menos no antes de haber comenzado a buscar.
No se había percatado de aquellos niños que se habían acercado intencionadamente, pero con disimulo, hasta que su amigo se refirió indirectamente a ellos. Les miró tanto con desconfianza como con cierta hostilidad, cerrando el puño por mero instinto. No sería la primera vez que una panda de mocosos entrenados le sobrepasaran y le robaran.
- Sí, mejor. Vayámonos a otro lugar más tranquilo – calló durante dos segundos, pensando antes de dar una rápida resolución -. Vamos a mi ca… habitación – se corrigió. Aún tenía el impulso de referirse a su vivienda con el término que no era, quizás como el reflejo de un sueño no realizado. De hecho, quería mudarse, aquel cuarto le agobiaba por su estrechez y además debía lidiar con los ruidosos vecinos, pero no se podía permitir nada mejor y tampoco tenía interés en irse a un barrio que estuviera lejos de donde vivía Jason, ya que, como he mencionado, se trataba de uno de sus pocos amigos.
Retomó la marcha que ya antes había comenzado, adentrándose en aquella calleja que iba a morir a n muro cuyo musgo brillaba por el agua de la lluvia. No alcanzó a dar una docena de pasos cuando volvió a frenarse, rotando para abrir la puerta de su edificio. Pero, para desbaratar aquel desviado sentimiento de pertenencia e insistir en la real propiedad del inmueble, no tardó en aparecer una mujer menuda y oriunda que se interpuso en su camino, señalando enérgicamente con una mano al cigarrillo:
- ¡Ah, no, Thibault! ¡Aquí no entras con esa pestilente cosa! – se trataba de madame Lacour, la esposa del propietario, la cual había establecido la norma de que, en el rellano no se podía fumar. El motivo, la manía de usar la baranda de las escaleras cual tendal, ocasionando que la ropa terminaría oliendo a humo si alguien se decidía a usar su libre albedrío. Tal regla molestaba en sobremanera a Mathéo, el cual blasfemaba contra la dama a raíz de ello, siempre cuando ella no pudiera oírlo. Necesitaba descargarse de alguna manera, pero tampoco quería que le echaran.
- Disculpe – murmuró secamente y tiró el resto al suelo de la calle antes de pasar al lado de la señora, directo al piso de arriba. Ella le recriminó por sus modales, pero hizo caso omiso. El besar el culo a esa mujer no formaba parte del reglamento del bloque y, mientras pagase, no tenían motivos para dejarle en la calle.
Tras comprobar si Jason le seguía, subió tres tramos de peldaños antes de adentrarse en un pasillo, todo en completo silencio ya que no le gustaba hablar cuando la arrendataria podía escucharlo. Se acercó a la tercera puerta a la derecha y, casi a tientas por la lobreguez, introdujo la llave en la cerradura.
- ¡Detesto a esa mujer! – se quejó una vez dentro, dirigiéndose directamente al camastro en el que se sentó. Era tan estrecho que, mientras sus pies tocaban el suelo, su espalda no encontraba demasiada dificultad para encontrarse con la pared. Al margen de ese enser, no había apenas muebles, tan sólo una vieja silla, que posiblemente tuviera mejor uso en un anticuario, y una pequeña estantería de la cual tan sólo estaba ocupada, por su ropa, media de las cinco baldas. No resultaba completamente desagradable gracias a la ventana que iluminaba esos escasos metros, pero su modestia quedaba clara. Y aun así había elegido su domicilio como destino tan sólo por evitar el riesgo de terminar yendo a la del inglés. No terminaba de tolerar a su madre, no porque la considerara mala persona, pero sí porque no podía sentirse cómodo en su presencia. Esta confesión era uno de los secretos que nunca le había revelado -. Ya sabes, ponte cómodo – aunque no hubiera necesidad de mencionar lo obvio, invitó a su amigo extendiendo el brazo para abarcar con él el extenso espacio.
- Hace falta más que esto para acabar conmigo – bromeó soltando una pequeña carcajada. En realidad intuía que tenía razón y que aquel humo estaba comenzando a minar su salud, pero no es que aquello fuera a cambiar sus hábitos. Quizás por la falta de una sentencia firme, continuaba fumando y lo hacía incluso cuando, teniendo la garganta irritada, le acarreaba una leve tos. De todas formas, tampoco se preocupó por evitar que la emanación llegara al muchacho, achacando sus muecas tan sólo a una preocupación por la integridad del recién llegado. Esta suposición posiblemente tan sólo fuera una fantasía para sentirse un poco más apreciado de lo que realmente era -. Preguntaré, algo tiene que haber. París es demasiado grande como para que nadie necesite ayuda – el problema quizás fuera precisamente el tamaño de la urbe, dado que, aunque la oferta de empleo fuera mayor, el número de trabajadores resultaba aún más grande y los trabajos que ellos podían desempeñar eran demasiado generales como para que cualquiera pudiera realizarlos. Pero quien pierde la esperanza lo pierde todo y Mathéo era lo suficientemente testarudo como para no darse por vencido; al menos no antes de haber comenzado a buscar.
No se había percatado de aquellos niños que se habían acercado intencionadamente, pero con disimulo, hasta que su amigo se refirió indirectamente a ellos. Les miró tanto con desconfianza como con cierta hostilidad, cerrando el puño por mero instinto. No sería la primera vez que una panda de mocosos entrenados le sobrepasaran y le robaran.
- Sí, mejor. Vayámonos a otro lugar más tranquilo – calló durante dos segundos, pensando antes de dar una rápida resolución -. Vamos a mi ca… habitación – se corrigió. Aún tenía el impulso de referirse a su vivienda con el término que no era, quizás como el reflejo de un sueño no realizado. De hecho, quería mudarse, aquel cuarto le agobiaba por su estrechez y además debía lidiar con los ruidosos vecinos, pero no se podía permitir nada mejor y tampoco tenía interés en irse a un barrio que estuviera lejos de donde vivía Jason, ya que, como he mencionado, se trataba de uno de sus pocos amigos.
Retomó la marcha que ya antes había comenzado, adentrándose en aquella calleja que iba a morir a n muro cuyo musgo brillaba por el agua de la lluvia. No alcanzó a dar una docena de pasos cuando volvió a frenarse, rotando para abrir la puerta de su edificio. Pero, para desbaratar aquel desviado sentimiento de pertenencia e insistir en la real propiedad del inmueble, no tardó en aparecer una mujer menuda y oriunda que se interpuso en su camino, señalando enérgicamente con una mano al cigarrillo:
- ¡Ah, no, Thibault! ¡Aquí no entras con esa pestilente cosa! – se trataba de madame Lacour, la esposa del propietario, la cual había establecido la norma de que, en el rellano no se podía fumar. El motivo, la manía de usar la baranda de las escaleras cual tendal, ocasionando que la ropa terminaría oliendo a humo si alguien se decidía a usar su libre albedrío. Tal regla molestaba en sobremanera a Mathéo, el cual blasfemaba contra la dama a raíz de ello, siempre cuando ella no pudiera oírlo. Necesitaba descargarse de alguna manera, pero tampoco quería que le echaran.
- Disculpe – murmuró secamente y tiró el resto al suelo de la calle antes de pasar al lado de la señora, directo al piso de arriba. Ella le recriminó por sus modales, pero hizo caso omiso. El besar el culo a esa mujer no formaba parte del reglamento del bloque y, mientras pagase, no tenían motivos para dejarle en la calle.
Tras comprobar si Jason le seguía, subió tres tramos de peldaños antes de adentrarse en un pasillo, todo en completo silencio ya que no le gustaba hablar cuando la arrendataria podía escucharlo. Se acercó a la tercera puerta a la derecha y, casi a tientas por la lobreguez, introdujo la llave en la cerradura.
- ¡Detesto a esa mujer! – se quejó una vez dentro, dirigiéndose directamente al camastro en el que se sentó. Era tan estrecho que, mientras sus pies tocaban el suelo, su espalda no encontraba demasiada dificultad para encontrarse con la pared. Al margen de ese enser, no había apenas muebles, tan sólo una vieja silla, que posiblemente tuviera mejor uso en un anticuario, y una pequeña estantería de la cual tan sólo estaba ocupada, por su ropa, media de las cinco baldas. No resultaba completamente desagradable gracias a la ventana que iluminaba esos escasos metros, pero su modestia quedaba clara. Y aun así había elegido su domicilio como destino tan sólo por evitar el riesgo de terminar yendo a la del inglés. No terminaba de tolerar a su madre, no porque la considerara mala persona, pero sí porque no podía sentirse cómodo en su presencia. Esta confesión era uno de los secretos que nunca le había revelado -. Ya sabes, ponte cómodo – aunque no hubiera necesidad de mencionar lo obvio, invitó a su amigo extendiendo el brazo para abarcar con él el extenso espacio.
Mathéo Thibault- Hechicero Clase Baja
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Fecha de inscripción : 14/10/2014
Re: Sucesos Cotidianos || Mathéo Thibault & Jason Dresner
Sucesos cotidianos
Agradeció que su amigo ofreciera su estancia como punto de reunión, pues no soportaría llegar tan pronto a casa y encontrarse con su madre. Ya iba siendo bastante deprimente el día por sí sólo, como para encima añadirle el gran toque dramático del que era característica la mujer que le trajera al mundo. Más aún si se presentaba con Mathéo. Seguro que lo usaría como arma contra él, diciendo que se pasaba tanto tiempo con sus amigotes que era normal que le hubiesen echado a la calle. ¿A caso sabía ella cuánto trabajaba él para mantenerla? ¿Para que no les echaran de su cutre hogar y terminaran durmiendo en un albergue, o aún peor, bajo un puente? No, claro que no era consciente de nada de eso, porque para ella el tiempo no tenía sentido, avanzaba y retrocedía según le convenía a su atrofiado y disconforme cerebro.
-Vayamos entonces, sí.- Siguió a su compañero, con aquel que se dignaba a compartir alguno de sus secretos. Obviamente no todos, o ya no se le acercaría. ¿Porque quién en su sano juicio, se juntaría con un chaval que tenía tres personalidades distintas? Porque ese era Jason. Un joven de veintitrés años que debía compartir su cuerpo con otros dos seres a los que a penas conocía y que le usurpaban el puesto sin avisar y a saber por cuánto tiempo cada vez. Él desconocía las cosas que sucedían durante esos periodos en los que Ethan o Dresner tomaban el control, al menos no estaba seguro de que lo que le contaran, fuera del todo cierto. Había llegado a una especie de acuerdo con ellos y escribían un diario para consultarse las cosas. Sin embargo, Ethan le había comentado que él era consciente de todo lo que sucedía mientras Jason estaba al mando y Dresner decía que él no. Algo no le olía bien en eso, pero no tenía manera de comprobar nada.
Una vez llegaron al edificio y se abrió la puerta, Jason se encogió sobre si mismo ante la aparición de aquella mujer. No era la primera vez que se topaba con ella y desde luego, la manera en que trataba a su amigo no le gustaba lo más mínimo. Pero era su casera y si hubiera mal ambiente, Mathéo se vería obligado a dejar la habitación y buscarse otro lugar en el que vivir. Él gustosamente le ofrecería venir a su casa, pero sabía que no aceptaría, tanto por no ser una molestia, como por no tener que aguantar a su madre, que si bien no era como la señora Lacour, era odiosa también a su manera. Esperó a que se desprendiera del cigarro y ambos entraron en el edificio, esquivando la figura de la "dama" para subir escaleras arriba. Aunque le cayera mal, debía admitir su mérito por lograr que se deshiciera del pitillo. Siguió los pasos largos y lentos de su compañero y una vez en el interior de su pequeño cuarto, cerró la puerta, justo a tiempo de ahogar la exasperada queja sobre la arrendadora.
-Lo sé, lo sé. Siempre dices lo mismo y sabes que comparto tu opinión aunque la soporte una ínfima parte de lo que tú lo haces.- Tras el ofrecimiento ajeno, se aproximó y se sentó junto a él, a los pies del camastro. Ambos jóvenes medían más o menos lo mismo, así que tenían las mismas dificultades para encontrar cómoda esa postura. Aún así, ninguno se quejaría. La vida estaba llena de dificultades como para fijarse en semejantes tonterías. Giró un poco para medio encarar a Mathéo y así poder hablar mirándole a los ojos. Algo cambió sutilmente en el muchacho, aunque si nadie decía nada, seguramente el contrario ni si quiera se percataría. La postura de la espalda de Jason, siempre un poco encorvada, ahora se veía enderezada, pero con los hombros caídos. Sus cejas se arquearon ligeramente hacia abajo por las puntas exteriores de su rostro y su mirada se volvió más apacible y compasiva. -¿Sigues buscando quien te ayude con la lectura?- La voz sonaba igual, aunque el tono de la frase parecía más cercano de lo habitual. -Porque si quieres, yo podría ayudarte.- Seguramente aquel era el punto clave que haría saltar las alarmas en la cabeza de Mathéo, ¿por qué ofrecerse ahora, después de tanto tiempo? La respuesta era sencilla, a la vez que complicadísima. Ya no estaba hablando con Jason, ahora trataba con Ethan.
-Vayamos entonces, sí.- Siguió a su compañero, con aquel que se dignaba a compartir alguno de sus secretos. Obviamente no todos, o ya no se le acercaría. ¿Porque quién en su sano juicio, se juntaría con un chaval que tenía tres personalidades distintas? Porque ese era Jason. Un joven de veintitrés años que debía compartir su cuerpo con otros dos seres a los que a penas conocía y que le usurpaban el puesto sin avisar y a saber por cuánto tiempo cada vez. Él desconocía las cosas que sucedían durante esos periodos en los que Ethan o Dresner tomaban el control, al menos no estaba seguro de que lo que le contaran, fuera del todo cierto. Había llegado a una especie de acuerdo con ellos y escribían un diario para consultarse las cosas. Sin embargo, Ethan le había comentado que él era consciente de todo lo que sucedía mientras Jason estaba al mando y Dresner decía que él no. Algo no le olía bien en eso, pero no tenía manera de comprobar nada.
Una vez llegaron al edificio y se abrió la puerta, Jason se encogió sobre si mismo ante la aparición de aquella mujer. No era la primera vez que se topaba con ella y desde luego, la manera en que trataba a su amigo no le gustaba lo más mínimo. Pero era su casera y si hubiera mal ambiente, Mathéo se vería obligado a dejar la habitación y buscarse otro lugar en el que vivir. Él gustosamente le ofrecería venir a su casa, pero sabía que no aceptaría, tanto por no ser una molestia, como por no tener que aguantar a su madre, que si bien no era como la señora Lacour, era odiosa también a su manera. Esperó a que se desprendiera del cigarro y ambos entraron en el edificio, esquivando la figura de la "dama" para subir escaleras arriba. Aunque le cayera mal, debía admitir su mérito por lograr que se deshiciera del pitillo. Siguió los pasos largos y lentos de su compañero y una vez en el interior de su pequeño cuarto, cerró la puerta, justo a tiempo de ahogar la exasperada queja sobre la arrendadora.
-Lo sé, lo sé. Siempre dices lo mismo y sabes que comparto tu opinión aunque la soporte una ínfima parte de lo que tú lo haces.- Tras el ofrecimiento ajeno, se aproximó y se sentó junto a él, a los pies del camastro. Ambos jóvenes medían más o menos lo mismo, así que tenían las mismas dificultades para encontrar cómoda esa postura. Aún así, ninguno se quejaría. La vida estaba llena de dificultades como para fijarse en semejantes tonterías. Giró un poco para medio encarar a Mathéo y así poder hablar mirándole a los ojos. Algo cambió sutilmente en el muchacho, aunque si nadie decía nada, seguramente el contrario ni si quiera se percataría. La postura de la espalda de Jason, siempre un poco encorvada, ahora se veía enderezada, pero con los hombros caídos. Sus cejas se arquearon ligeramente hacia abajo por las puntas exteriores de su rostro y su mirada se volvió más apacible y compasiva. -¿Sigues buscando quien te ayude con la lectura?- La voz sonaba igual, aunque el tono de la frase parecía más cercano de lo habitual. -Porque si quieres, yo podría ayudarte.- Seguramente aquel era el punto clave que haría saltar las alarmas en la cabeza de Mathéo, ¿por qué ofrecerse ahora, después de tanto tiempo? La respuesta era sencilla, a la vez que complicadísima. Ya no estaba hablando con Jason, ahora trataba con Ethan.
Jason Dresner- Humano Clase Baja
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Fecha de inscripción : 29/08/2014
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