Un inesperado reencuentro (Con Gilbert)

por **Molly Winslet** Dom Nov 09, 2014 3:30 pm

La noche era fresca y fragante, el dulce olor de las rosas recien regadas invadiendo cada rincón de la gran entrada, tan... embriagador. Hoy estaba de buen humor, parecía que las cosas se estaban asentando bien en París, y mi nombre volaba de boca en boca entre las fiestas de la alta clase. No pude retener mi sonrisa de autosuficiencia. Ah... humanos, tan fáciles de convencer e influir, aún sin utilizar ningún tipo de poder mental.
La gran ciudad francesa nunca me había parecido tan exuberante, tan atractiva... Lo que antes me resultaba peligroso y daba lugar a remordimientos ahora eran mis mayores fuentes de diversión. Los humanos ya no me parecían ningún misterio, pasando a asemejarse a simples marionetas sedientas de un poco de atención por mi parte.
Oh sí, ser vampira era lo mejor que podría haberme pasado. Y en cierto modo, esa era la razón por la cual me encontraba en aquellos momentos allí, frente al enorme y ostentoso teatro. Pero no un teatro cualquiera, un teatro creado por y para aquellos que sabían saborear la vida como yo, un teatro para vampiros.
Muchas auras similares a la mía, entremezcladas con alguna que otra aureola humana.
"Qué ilusos" me regocijé, observando como aquellos ojos iridiscentes de mi especie obervaban con deleite sus gargantas ornamentadas. Y pensar que Gilbert debía de disfrutar de aquellos manjares un día tras otro, aunque nunca hubiera imaginado que su pasión sería el arte de actuar...
Negué con la cabeza, aquel vampiro era todo un misterio para mí, y aun así, me sentían estrechamente vinculada a él. Al fin y al cabo, el me había regalado esta nueva vida tan pomposa e irresistible. Me percaté de que aún sostenía en mis manos el áspero papel doblado con las anotaciones de aquella dirección. No había sido difícil encontrarle.
Guardé la nota en uno de los pliegues de mi falda exquisitamente bordada, esperando pacientemente con la barbilla alta y una sonrisa socarrona en los labios. Extendí una mano hacia los rosales que se encontraban a mi espalda, con los ojos fijos en la multitud que iba y venía por el espléndido portón dorado abierto de par en par.
Una espina rozó mis dedos curiosos, pero no consiguió perforar mi pétrea piel. Acaricié aquellos pétalos sedosos distraídamente. ¿Se enfurecería? Al fin y al cabo, había huido precipitadamente después de conseguir lo que quería, ignorando sus consejos de ser precavida. Bajé la mirada hacia los guijarros relucientes por el agua, habían pasado dos años, seguramente ya se habría olvidado del asunto.
Arranqué la rosa por el tallo, provocándome pequeñas heridas en los dedos al presionar contra las espinas. Rocé la aterciopelada flor con mi nariz, aspirando su aroma con los ojos cerrados. Entonces, noté su aura a unos metros de mí, saliendo del edificio. Sonreí sin abrir todavía los párpados, intentando retrasar todo lo posible el encuentro.
Agudicé el oído, escuchando cómo el tejido de sus ropas se doblaba y extendía a medida que Gilbert caminaba. También pude notar su respiración calmada y la forma en que sus cabellos ondeaban en el aire. Abrí los ojos lentamente, encontrándome con su expresión de extrañeza y reconocimiento al verme. Aparté la rosa de mi rostro, sin borrar aquella sonrisa burlona.
-Ha pasado mucho tiempo, monsieur -susurré, consciente de que él sí podría oírme a pesar de la distancia que nos separaba.

por **Gilbert T. Rouché** Lun Nov 10, 2014 5:24 am

El público aplaudió hasta que sus manos ardieron, algunos incluso le silbaron. No era tan bueno, sólo que los vampiros tendían a hacerlo todo con más detalle y esmero, algo que les hacía quedar por encima de los mortales humanos normales y corrientes. Pero a él le gustaba aquello, había renacido en París para dedicarse al teatro. Y lo estaba consiguiendo. Pero no todo era tan bonito. Cuando se cambió y se vistió con sus ropajes habituales, impolutos y elegantes, tuvo la sensación de que le aguardaba una noche, digamos, extraña. No tenía sed, no sabía por qué, pero no estaba realmente sediento. Podría sobrevivir hasta la noche siguiente sin beber.

Se despidió de sus compañeros antes de arrebujarse en su gabardina de la brisa nocturna veraniega de París y salir a la calle. Los sonidos, aun sin activar su oído más desarrollado que el de los humanos, llegaban de manera clara a su cerebro. La respiración de unos, el relincho de unos caballos, unas cuantas hojas agitándose entre sí por culpa de la brisa... y su voz. Se detuvo en seco, pues la reconoció, obligando así a que un carro de caballos le sortease con una maniobra peligrosa; pero hizo caso omiso de las blasfemias del cochero. ¿Cuánto hacía, veinte años? La convirtió, y en lugar de dejarla que la ayudase a sobrellevar los primeros días, huyó. Además, Gilbert la convirtió pensando que podrían ser compañeros de caza, pues nada mejor que un novato para cazar durante toda la noche.

—Así que sigues en París —susurró, sabiendo que le escucharía, mientras cruzaba la pavimentada calle hacia ella—. Pensaba que, al igual que a mí, la abandonaste y huiste. ¿Cómo puedes abandonar a tu amo? —las últimas palabras las susurró en su oído, pues llegó junto a ella con la gracilidad y el sigilo de siempre. La quitó la rosa de las manos, sin importarle sentir las espinas rozar su piel, y la olió con los ojos cerrados. Un olor que, inevitablemente, le evocó al pasado. A las rosas que había en el jardín de su villa romana, al olor de rosas que había en el lujoso hogar de su creador... ¿Dónde estaría su creador? Sí, le echaba de menos. Pero ahora eso no importaba.

Abrió los ojos, observando los de Molly. Tan bella como siempre, pues que fuese homosexual no quería decir que no viese la belleza en las mujeres. Molly era bellísima, de hecho. Un gran sacrificio para Satanás. —¿Cuántos años hace de tu conversión? ¿Y cómo sobreviviste sola la primera semana? —. Alzó un brazo, y con la mano acarició uno de los pómulos de la joven, con la misma suavidad que si fuesen dos mortales.

por **Molly Winslet** Lun Nov 10, 2014 5:07 pm

-Así que sigues en París - su voz tintineó en mis oídos con una suavidad exquisita, como sólo era posible entre los de nuestra especie -. Pensaba que, al igual que a mí, la abandonaste y huiste. ¿Cómo puedes abandonar a tu amo?

Sus cabellos rozaron mi mejilla cuando susurró aquellas palabras en mi oído, pero me mantuve impasible, con un brillo divertido en los ojos. Observé pícara cómo me arrebataba la rosa y aspiraba su dulce aroma con deleite. Sus pupilas se encontraron con las mías de nuevo. Recorrí su rostro esculpido con la mirada, un rostro tan perfecto y pálido como el mármol, con unos ojos intensamente oscuros que, ciertamente, podían resultar incluso intimidantes.

-¿Cuántos años hace de tu conversión? ¿Y cómo sobreviviste sola la primera semana?

No pude evitar que una risita juguetona saliera de mis labios mientras él me acariciaba el pómulo con el dorso de la mano. Ah, Gilbert... tan travieso y protector. Desde el principio supe que me llevaría bien con él, y que era el adecuado para llevarme a la otra vida.

-¿De veras me ha echado en falta, caballero?- sonreí pícara mientras acariciaba una de las solapas de su abrigo, de una lana increíblemente suave-. Sin embargo, si mal no recuerdas, sólo han pasado dos años desde aquello... Oh, sé que le debe haber supuesto una tortura mi ausencia.

Me reí traviesa mientras mi mirada regresaba a la suya, pero entonces decidí dejar el juego para otro momento. Entorné los párpados, dejando entrever algo de mi alivio al haberle encontrado.

-Aun así, he de decir que yo sí te he echado de menos -alisé la solapa con la que habían estado jugueteando mis dedos y enlacé mi brazo con el suyo-. Al fin y al cabo, he vuelto en tu busca.

Tiré suavemente de su brazo, indicándole que avanzáramos. Volví a arrebatarle la rosa, mirando distraídamente sus pétalos de un rojo intenso.

-Ciertamente, fue una tarea difícil -esbocé una sonrisa anhelante-, pero de una forma u otra salí adelante. Quizá fue un acierto haber huido de París... los destrozos de mi carácter neófito y voluble de aquellos días... fueron muy temerarios, he de reconocer.

Alcé el rostro para encontrarme de nuevo con sus bonitos ojos oscuros.

-Pero sé que hice mal en escapar, debí haber acudido antes a ti. Aún así...- apreté los labios, algo contrariada con el recuerdo-. No podía quedarme. Era demasiado peligroso, mis padres hubieran acabado por encontrarme y... las cosas se hubieran puesto muy difíciles para lo que ya eran.

Esperaba que pudiera comprenderlo, o al menos que me perdonara. No había sido acertado por mi parte no despedirme y marcharme sin más, pero en aquellos momentos no era capaz de pensar con claridad sobre nada. Dejé traslucir mi culpa por un segundo, pero aparté la mirada antes de que él pudiera objetar nada más.

-Sin embargo... he regresado, y te he encontrado- sonreí divertida-. Aún me quedan muchas cosas por aprender, monsieur, y muchos manjares que compartir... si no tuviera inconveniente.

por **Gilbert T. Rouché** Mar Nov 25, 2014 2:06 pm

En realidad, no tenía nada que reprocharla. Él mismo había abandonado a su amo tras convivir unos doscientos cincuenta años con él. Pero era agua pasada, agua pasada que volvía a nacer... pero agua pasada. Animado por su suave tirón comenzó a caminar con ella, dejando que los pasos de ambos resonasen en las cada vez más vacías calles de París. —Los neófitos tenéis esa tendencia a abandonar a vuestros creadores tarde o temprano... y créeme, te lo digo por experiencia propia —rió, una risa con amargura, mientras callejeaba por París, evitando los núcleos de gente.

La miró mientras seguía hablando, en cierto modo fascinado por lo que contaba. Era una historia casi semejante a la suya, sólo que aquí ella había ido hacia él y en el caso de Gilbert su amo fue a buscarle a él. —Ya no tienes familia, Molly, ya lo sabes. Ahora todos los nuestros son tu familia. Me sigue pareciendo fascinante que sobrevivieses tú sola la primera semana, recuerdo la mía como un maldito martirio —rodó los ojos, siendo totalmente sincero, soltando un suspiro con suavidad mientras la acariciaba la mano. Necesitaba saber que “su hija” estaba ahí, que había vuelto. Gilbert tenía cosas más importantes de las que preocuparse, pero siempre era bueno tener a los suyos más cercanos localizados.

Luego asintió con el rostro, mientras casi sin quererlo aquel callejeo que Gilbert llevó a cabo les llevaba a uno de los puentes más nuevos y rudimentarios que cruzaban el Sena, asentado en piedra y madera. Gilbert avanzó hasta la mitad, donde se asomó con suavidad al agua y se vio obligado así a soltar su brazo. —Por supuesto, aún hay cosas que debes aprender, y no hay mejor modo de aprender que practicando. Así que... algún día podríamos cazar juntos. Quinientos años dan para mucho aprendizaje.

por **Molly Winslet** Miér Ene 14, 2015 4:02 pm

Nuestros pasos nos llevaron a un largo puente, donde Gilbert se detuvo y, soltando mi brazo, se asomó al bordillo observando las aguas serenas. Observé la manera en que su rostro se perdía entre aquel infinito espejo de la ciudad mientras hablaba.

-Por supuesto, aún hay cosas que debes aprender, y no hay mejor modo de aprender que practicando. Así que... algún día podríamos cazar juntos. Quinientos años dan para mucho aprendizaje.

Alcé una comisura, divertida.

-Debe ser todo un experto en el arte, caballero.

Me di la vuelta, dando la espalda al Sena, y dejé que mi cuerpo reposara sobre la fría piedra, apoyándome con las manos en el bordillo y observando de medio lado a mi acompañante.

-Nunca imaginé en mi vida humana un placer tan… -mis pupilas se dilataron levemente- primitivo…

Me relamí los labios ante el pensamiento.

-Desconozco si fue por el miedo, o por la repugnancia que me produjo en un principio sentir aquel deseo profundamente carnal… Pero mi primera presa fue la más deliciosa de todas.

Aparté las pupilas de sus iris luminosos, dejando la mirada perdida en la inmensidad del cielo nocturno.

-Me vi reflejada en aquellos ojos asustados de una señorita de buena cuna – aquel maldito recuerdo de mi vida humana me asaltó de nuevo, provocando que frunciera el ceño-. Y, sin embargo, tras sentir como su vitalidad se expiraba entre mis manos desesperadas y mi boca insaciable, me convertí en el depredador que soy.

De alguna forma, tras la conversión, los recuerdos de aquel repugnante vagabundo me irritaban de sobremanera, y parecían aparecer en todo momento. Quizá fuera porque, de alguna forma, acabé haciendo lo mismo que él. Aunque nada tenía que ver mi sed de sangre con sus intenciones sucias y maliciosas.

Alejé aquellos pensamientos y fijé mis iris cristalinos en los ajenos, sonriendo burlona.

-¿Cómo fue su primera víctima, monsieur Rouché?

por **Gilbert T. Rouché** Jue Ene 22, 2015 11:49 am

Escuchó atentamente a Molly, volviendo a adoptar una posición normal, con un codo apoyado en el borde del puente y su vista fija en el perfil de la joven. No había perdido la belleza que le atrajo cuando la convirtió; al contrario, y a decir verdad como siempre solía ocurrir, su belleza había mejorado considerablemente. Aun así, ni la más bella de las féminas parisinas haría que le gustasen las mujeres en un sentido sexual, pues era obvio que sí sentía esa atracción vampírica natural por ellas; y si lo hiciesen, ninguna de ellas superaría a su creador, ahora su casi némesis.

—Los de noble cuna son los mejores. Será obsesión mía, pero su sangre está más fresca y limpia, a veces incluso sabe a vino. ¿Mi primera víctima? —preguntó tras un suspiro, mirando ahora a los ojos de Molly, la que antaño, no hace mucho, convirtió.
Se quedó unos minutos meditando. Su primera víctima había sido compartida con el perfecto Dante, cada uno atacando un lado del cuello del hombre del que bebieron e indicándole cuándo parar. Su primera víctima sola...

—Fue semanas más tarde de mi conversión. Me desperté y mi amo, mi convertidor, como quieras llamarle, no estaba en casa, así que salí por mi propio pie y me topé con un carruaje en medio de un sendero. Tras matar a los caballos, entré dentro del carro y encontré a un niño y una madre, vestidos de manera elegante. Bebí y maté de la mujer mientras el niño observaba todo, con miedo para irse pero también para quedarse. Cuando acabé, cogí al niño y... bueno, joder... me vi obligado a matarle. No quería que los cazadores fuesen detrás de mí, y eso que desconocía que existían por aquella época.

Su mirada se perdió en el río y luego apartó el rostro hacia la dirección opuesta a Molly, como si se avergonzase de aquello. Y en parte se avergonzaba de haber sido tan cabrón, ¿sería la naturaleza vampírica, que le había hecho ser así? Podría ser la excusa, pero tendría que culpar a Dante y eso no le gustaba en absoluto. Suspiró de nuevo, encogiendo un hombro.
—Me arrepentí, al fin y al cabo... Siempre podía haberle convertido o algo así, pero dudo que un niño de doce años quiera la inmortalidad. Así que era la solución más rápida.

Miró los ojos de Molly, con el ceño fruncido, preguntándose cómo habían llegado a acabar confesándose tal cosa.

por **Molly Winslet** Jue Feb 05, 2015 5:32 pm

Escuché aquellas palabras pacientemente, con los ojos fijos en su rostro. No pude evitar arrugar la nariz ante la mención del niño. No era algo del gusto de nadie, pero tampoco me suponía ningún tabú matar a un humano en estado de crecimiento. Sin embargo, matarlo por un simple trámite, sin la intención de alimentarse o cualquier otro propósito… no me resultaba agradable a los oídos y al corazón.

Advertí su vergüenza cuando su rostro se volvió para no mirarme.

-Me arrepentí, al fin y al cabo... Siempre podía haberle convertido o algo así, pero dudo que un niño de doce años quiera la inmortalidad. Así que era la solución más rápida.

Sus iris volvieron a encontrarse con los míos, con una frente ligeramente arrugada opacando aquel ceño.

-En ese aspecto he de darle la razón… Un alma inocente tan bruscamente corrompida por algo tan violento como el vampirismo sólo podría generar una abominación incontrolable. O esa es mi teoría…

Me quedé pensativa unos segundos. Tampoco es que hubiera indagado mucho sobre el tema, pero sería interesante descubrir si, por casualidad, aquellos niños inmortales crecerían vertiginosamente como consecuencia de la conversión, o quedarían en una etapa inmadura de por vida. Sin quererlo, aquello me trajo a la mente la imagen de cierto rostro de querubín que tanto me irritaba y me enternecía a la vez.

Olivier, mi hermano pequeño y el único ente del universo capaz de calmar mis agitadas emociones y convertirme en una fiel esclava de sus deseos, era todo un misterio para mí ahora. Suspiré frustrada.

“Tampoco creo que sea necesario que recuerde a su hermana como un monstruo creado a partir de la perfección, todo con la intención de atraer a los humanos hacia su propia muerte” me dije a mi misma en mi mente, algo angustiada.

La irritación comenzó a emerger como la espuma ante aquellos sentimientos que sólo conseguían hacerme vulnerable, y me hacían sentir humillada. ¿Cómo una vampira, esculpida en el más puro granito y prácticamente indestructible, podía sentir aquella debilidad por los sentimientos de un simple humano de escasa edad que formó parte de un pasado bochornoso?

La conversión me había otorgado algo más que fuerza física y poderes de control, me había dado todo aquello que ansiaba mi alma desde que vi la luz del mundo por primera vez: la libertad. Si bien es cierto que a cambio me perdí a mi misma, pero aquello no me resultaba ninguna tragedia, sino más bien una renovación, una versión mejorada de mí misma.
Sólo tuve que tirar la piel muerta y vulnerable que antes me cubría.

Miré a mi acompañante con agradecimiento, él me había otorgado la bendición, o maldición, de ser parte de una raza inmortal y lujosa.

-Mi transformación implicó muchas cosas… -susurré, siguiendo el hilo de mis pensamientos-. Quizá ya no recuerdes mi forma humana, pero aquella muchacha orgullosa y de corazón noble se perdió en el momento en que tu sangre corrió por mis venas.

No sabía muy bien a que se debía todo aquel sentimentalismo hacia Gilbert, pero supuse que la razón más lógica debía ser aquel lazo de sangre. Podía percibir la familiaridad de albergar una parte de su ser en mi interior, como si yo sólo fuera un trozo de arcilla que él moldeó y pulió. Y así, mi condición de inferioridad era innegable, pues yo era su criatura y él mi creador.

-Nuestra única opción es aceptarlo, y dejarse llevar por esta vida nueva, que no está exenta de placeres y virtudes justamente-me sonreí burlona al percatarme de lo filosófico de mis palabras-. Y si matar a un niño es una vía para conservarla, yo tampoco dudaría en hacerlo, pues la moral sólo es un invento humano, y nosotros no tenemos ningún deber de obedecerla.

Me erguí, algo cansada y con cierta irritación por toda aquella cháchara sentimental, pero a la vez sentía cierta ligereza en el pecho, como si me hubiera arrancado una piedra del mismo.

Sonriendo y con las pupilas puestas de forma traviesa en las de mi compañero, le invité a jugar a aquello que todos nosotros conocíamos tan bien:

-Y dicho esto, ¿qué le apetece cenar hoy, monsieur Rouché?

por **Gilbert T. Rouché** Sáb Mar 07, 2015 11:14 am

Quizá ya no recuerdes mi forma humana, pero aquella muchacha orgullosa y de corazón noble se perdió en el momento en que tu sangre corrió por mis venas. Estaba de acuerdo con eso; es más, incluso creía que todos perdían algo. Así se lo dijo. —No puedo estar más de acuerdo, Molly. Todos perdemos algo con la conversión, si bien es cierto que tampoco creo que todos perdamos nuestra parte más buena. Todos pecamos, los vampiros, me refiero, pero ello no nos convierte en malas personas, ¿me equivoco?

Alzó una ceja. No era experto en el tema de la moral y la bondad en los vampiros, pero algo le decía que en efecto no todos ellos eran malos. Algunos eran casi la encarnación del mismo Satán, mientras que otros habían sido transformados en su contra y seguían aferrándose a la bondad humana que en su forma mortal les caracterizaba. ¿Por qué eran así?, ¿qué era lo que marcaba a los vampiros su forma de ser durante la eternidad?, ¿el tipo de sangre?, ¿o era algo del azar?, eran preguntas que Gilbert se hacía muchas veces.

—Tú lo has dicho: para conservarla. Yo no maté a ese niño para conservar esta vida, por muy hambriento que estuviese estoy seguro de que podría haber aguantado uno o dos días más. En fin, es igual, es agua pasada y hace tantos años que ni siquiera había venido a Francia.

Sonrió con suavidad y alzó ambas cejas ante su última pregunta, relamiéndose sin darse cuenta los labios. No fue hasta que lo mencionó que le entró el hambre, esa sed de sangre que hacía mella en todos los capilares del cuerpo. —Hoy no voy a poner ninguna queja; te dejaré elegir, como hija mía que eres —sonrió divertido al usar esa expresión, dándola un muy suave codazo en el costado—. Aun así, ¿qué te parece si buscamos un burgués gordinflón y con más oro en la sangre de lo que tú y yo podríamos llegar a reunir?
Eso era un poco falso, pues Gilbert no podía quejarse de falta de dinero, pero como se decía, siempre habrá alguien que tenga más que tú.

por **Molly Winslet** Mar Mar 10, 2015 6:29 am

Su mirada se tornó maliciosa en aquel instante, humedeciéndose los labios sutilmente a la par que un brillo sanguinolento manchaba sus iris.

—Hoy no voy a poner ninguna queja; te dejaré elegir, como hija mía que eres —me golpeó juguetonamente en el costado, cómplice, a lo que yo respondí con una risita burlona—. Aun así, ¿qué te parece si buscamos un burgués gordinflón y con más oro en la sangre de lo que tú y yo podríamos llegar a reunir?

Alcé una comisura, divertida y poniendo los brazos en jarras de forma teatral.

-Qué gustos tan refinados, monsieur… -incliné ligeramente la cabeza hacia un lado, dejando entrever mis colmillos en una sonrisa juguetona-. Sin embargo… hay piezas más exquisitas y con algo menos de grasa…

Aparté las manos de mis caderas y me di la vuelta, dándole la espalda a mi compañero descaradamente para continuar atravesando el puente, cruzando los brazos por detrás, y observando con una falsa inocencia a los transeúntes. Sin embargo, la malicia y el deseo eran visibles en aquella comisura alzada de mis labios carnosos.

Escuché los suaves pasos de Gilbert siguiéndome, a tan sólo un par de metros de mí. Inundé mis fosas nasales del aire nocturno por un instante, mientras analizaba con ojos sabios a varios humanos insensatos que paseaban por allí. Un aroma particularmente dulce me atrajo, y me detuve, dejando que mi creador quedara tras mi espalda a pocos centímetros.

Sin apartar la mirada de aquella suculenta víctima, incliné la cabeza ligeramente hacia atrás, rozando el hombro de Gilbert con mi pelo y acercándome a su oído.

-C’est la cerise sur le gâteau… Vous ne pensez pas?

.:

Tres fragancias realmente embriagadoras, pero mi alma se deleitaba con aquella última que seguía los pasos de las otras dos. Una mujer algo mayor, regordeta y de mirada altiva iba acompañada de un hombre que debía encontrarse en la treintena, realmente apuesto y bien parecido. Sin embargo, era la joven que les seguía la que me hacía la boca agua, seguramente una dama de compañía para alguno de los dos anteriores.

Todo en aquella suculenta muchacha se me hacía irresistible, la candidez de su mirada, la carne blanda de su garganta pulida, su pelo suave y fácilmente arrancable… Un latigazo de malicia recorrió mi columna vertebral. Pero dejé que fuera Gilbert quién decidiera si era demasiado arriesgado, o demasiado cruel…

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