AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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No hay herejía ni filosofía tan odiosa para la iglesia, como el ser humano. || Privado
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No hay herejía ni filosofía tan odiosa para la iglesia, como el ser humano. || Privado
Lo inevitable sucedió. Los labios de la inquisidora hicieron fuerza escondiéndose y formando una linea delgada. Podía escuchar todo a través de las paredes delgadas de aquella zona de la inquisición, y aunque no lo fueran sabía lo que estaba por suceder. Ella le había advertido, le pidió de mil maneras que se comportara y que cediera, pero él tan terco y con ese carácter tan imposible hizo todo lo contrario. En su rostro se dibujó una sonrisa burlona, en su imaginación lo imaginaba desnudo frente a ella, con esa cara de engreído y de pocos amigos, y ella simplemente pronunciaba un “te lo dije” para hacerlo explotar. ¡Y claro que había explotado! En la realidad al mismo tiempo que en su imaginación. Se escuchó las garras del cambiante en la puerta que daba a la sala donde se encontraba. Negó repetidas veces y escuchó disparos. Lo habían detenido, sedado y estaba segura que lo estaban arrastrando a su nueva celda. Inevitablemente ella suspiró, después de haber tomado esa cantidad inimaginable de aire. Abrazó al cachorro que se había refugiado entre sus brazos. Temblaba el pequeño, y ella simplemente le acarició. Incluso lo apretujó hacía su pecho para darle confianza, ánimo y tranquilidad.
— Tranquilo — Susurró dándole un suave beso en el pelaje bicolor. La mujer se adentró al lugar, y unos asustados cardenales señalaron a la criatura que tenía con ella. La mujer con un simple arqueó de ceja y un movimiento negativo de cabeza lo dijo todo. Con paso firme salió del lugar hasta su oficina. Leyó un par de papeles y después salió de las oficinas de la iglesia sin soltar al cachorro. No lo dejaría indefenso en aquel lugar. No cuando conocía más que nadie las atrocidades que ponían suceder. Se lo llevó a casa.
— Hora de cenar — Articuló la viuda mientras masticaba un poco de pan con mermelada, esperaba que al cachorro le gustara la leche recién ordeñada, le había servido un gran tazón, y mientras ambos cenaban ella leía un par de notas sobre el padre de la criatura hechizada — No le harán nada — Se decidió a romper el silencio — Pero tienes un dueño muy temperamental, mañana estará todo como si nada ¿Está bien? Debes dormir y temprano iremos a liberarlo — Le aseguró. Al poco tiempo ambos estaban satisfechos. Lo tomó entre brazos y lo llevó a su cuarto dejándolo sobre la cama. Frente al cachorro comenzó a cambiarse, y al final ambos se quedaron dormidos bajo las sabanas calidas de la cama fina de la mujer.
Después de una noche acogedora y tranquila, Narcisse se dio un baño, alimento al cachorro y salió a prisa en su carruaje a la inquisición. No tardó nada en encontrarse frente a la celda que custodiaba a Cedric. Se le veía aún molesto, pero no le importaba el humor que estuviera teniendo el cambiante. Por fin se iría de la iglesia, se llevaría al cachorro y no se volverían a ver. No le molestaba cuidar al perrito, el problema es que no deseaba ya cruzarse en el camino a ese molesto ser.
— Buen día, señor Moncrieff — Rompió el silencio después de que sus palabras se cruzaron. Dejó al mimado cachorro en el suelo y le quitó la llave de la celda a un guardia — Ya está libre — Sonrió dejándole las rejas abiertas para que pasara. El pequeño Husky se acercó a su padre. Aquella escena la hizo sentir enternecida, extraño sí, pero eso fue lo que sintió.
— Tranquilo — Susurró dándole un suave beso en el pelaje bicolor. La mujer se adentró al lugar, y unos asustados cardenales señalaron a la criatura que tenía con ella. La mujer con un simple arqueó de ceja y un movimiento negativo de cabeza lo dijo todo. Con paso firme salió del lugar hasta su oficina. Leyó un par de papeles y después salió de las oficinas de la iglesia sin soltar al cachorro. No lo dejaría indefenso en aquel lugar. No cuando conocía más que nadie las atrocidades que ponían suceder. Se lo llevó a casa.
— Hora de cenar — Articuló la viuda mientras masticaba un poco de pan con mermelada, esperaba que al cachorro le gustara la leche recién ordeñada, le había servido un gran tazón, y mientras ambos cenaban ella leía un par de notas sobre el padre de la criatura hechizada — No le harán nada — Se decidió a romper el silencio — Pero tienes un dueño muy temperamental, mañana estará todo como si nada ¿Está bien? Debes dormir y temprano iremos a liberarlo — Le aseguró. Al poco tiempo ambos estaban satisfechos. Lo tomó entre brazos y lo llevó a su cuarto dejándolo sobre la cama. Frente al cachorro comenzó a cambiarse, y al final ambos se quedaron dormidos bajo las sabanas calidas de la cama fina de la mujer.
Después de una noche acogedora y tranquila, Narcisse se dio un baño, alimento al cachorro y salió a prisa en su carruaje a la inquisición. No tardó nada en encontrarse frente a la celda que custodiaba a Cedric. Se le veía aún molesto, pero no le importaba el humor que estuviera teniendo el cambiante. Por fin se iría de la iglesia, se llevaría al cachorro y no se volverían a ver. No le molestaba cuidar al perrito, el problema es que no deseaba ya cruzarse en el camino a ese molesto ser.
— Buen día, señor Moncrieff — Rompió el silencio después de que sus palabras se cruzaron. Dejó al mimado cachorro en el suelo y le quitó la llave de la celda a un guardia — Ya está libre — Sonrió dejándole las rejas abiertas para que pasara. El pequeño Husky se acercó a su padre. Aquella escena la hizo sentir enternecida, extraño sí, pero eso fue lo que sintió.
Narcisse Capet- Inquisidor Clase Alta
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Fecha de inscripción : 06/01/2013
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Re: No hay herejía ni filosofía tan odiosa para la iglesia, como el ser humano. || Privado
El dolor que sentía por la gran cantidad de plata corriendo por sus venas y su cuerpo combatiéndola, no se comparaba con el dolor que sentía en el pecho al saber a su cachorro lejos. No se había despegado de él desde que había nacido. Jamás así. En su mente, siempre supo el peligro que corría si lo dejaba a merced de Arya. Recordaba aquéllas tardes en que había salido a cazar, viéndose obligado a dejarlo bajo el cuidado de la bruja por unos instantes, con el miedo atenazándole. Y ahora, no solo era prisionero de los inquisidores, Baltic era custodiado por uno de ellos. El odio, se había alimentado de sus entrañas y; a pesar de que sus fuerzas habían menguado, había luchado. Nada le importaba. Lo único que había querido, era salir de ese jodido sitio y recuperar lo que le había sido arrebatado con mentiras. Narcisse le había traicionado. El interrogatorio, no había sido mero protocolo. El haber eliminado a varios cazadores para defender a su pequeño, finalmente, había sido utilizado como un arma en su contra. Para dejarlo ir, debía unirse a sus filas. Los muy idiotas, habían osado amenazarlo con dar órdenes a su líder para que procediera a dañar a su hijo. Por supuesto, se había vuelto loco en cuanto había escuchado aquéllas palabras y llamado al lobo para que diera caza. ¡Maldita sea! Debía controlarse, no actuar por instinto. Si les daba lo que querían, podría salir de allí. Más tarde, se encargaría de obtener su venganza. Su animal, nunca olvidaría. De modo que había aceptado ser uno de sus esbirros, siempre que Narcisse ayudase a Baltic. Ella tenía acceso a toda clase de información. Si podía eliminar la maldición del husky, él acataría órdenes. Por él, podía hacerlo. Por él, se obligaría a hacerlo. El lobo se agitó en su mente, pero no hubo ningún gruñido, como Alfa cuidaba de los suyos y el cachorro no solo era parte de su manada, compartía su sangre y quizás, pensó, habían sido cortados de la misma alma. Sin preocuparse en sí mismo, vertió sus últimas fuerzas para hacer uso de la visión compartida con Baltic y así asegurarse de que éste no sufría ningún daño.
Hizo contacto justo cuando la mujer, le colocaba un tazón con leche a su hijo. La había visto hacerlo antes y la había acusado de querer envenenarlo. Su mandíbula se apretó con fuerza al saber que le debía una. Narcisse podría haber dejado al cachorro morir de hambre hasta que él recuperara su libertad y pudiese hacerse cargo. Gruñó, llamando la atención del guardia. El idiota, lo estaba sobrevalorando solo porque se veía cansado. Cédric sabía que si se lo proponía, podría romperle el cuello antes de que los otros soldados apostados cerca, se dieran cuenta. Ver a través del husky, no disminuía en absoluto el atractivo de la fémina. Al contrario, Bal parecía mirarla con adoración. Estaba demasiado tranquilo como para encontrarse en una casa extraña. El cachorro no parecía extrañar a su guardián, mientras que cada noche, insistía dormir con Titán, como si el enorme perro fuese un oso de peluche. Y las cosas, realmente se volvieron interesantes cuando la mujer comenzó a desnudarse. Disfrutó del espectáculo, aunque se reprendió por eso. Ella era su enemiga, la primera en su lista; pero cuando su hijo se movió para enrollarse en la almohada de la hembra, se le escapó una maldición. El pequeño no tardó en quedarse dormido y se vio obligado a cortar la comunicación de una vía. El letargo lo golpeó con la fuerza de mil demonios, pero se negó a sucumbir. No bajaría la guardia mientras estuviese rodeado de inquisidores. Cerró los ojos y se obligó a relajarse. Su cuerpo expulsaría toda la plata y estaría mejor cuando Baltic volviera. Gruñó un buenos días a Narcisse cuando ésta entró varias horas después. No haber dormido, realmente lo ponía de malhumor. Un humor que se esfumó cuando vio a su cachorro. Apenas y fue consciente de que estaba en mejores condiciones. Un hambre feroz se había instalado en su estómago. Cogió a su crío con una mano, mientras éste arañaba por su cuello para lamerle el rostro. – Gracias por cuidar de él. – Murmuró entredientes. – No parece haber sufrido ningún daño. Al menos, no aún. – Corrigió, clavando sus orbes en los ajenos. – Ahora, tú y yo, hablaremos. –
Hizo contacto justo cuando la mujer, le colocaba un tazón con leche a su hijo. La había visto hacerlo antes y la había acusado de querer envenenarlo. Su mandíbula se apretó con fuerza al saber que le debía una. Narcisse podría haber dejado al cachorro morir de hambre hasta que él recuperara su libertad y pudiese hacerse cargo. Gruñó, llamando la atención del guardia. El idiota, lo estaba sobrevalorando solo porque se veía cansado. Cédric sabía que si se lo proponía, podría romperle el cuello antes de que los otros soldados apostados cerca, se dieran cuenta. Ver a través del husky, no disminuía en absoluto el atractivo de la fémina. Al contrario, Bal parecía mirarla con adoración. Estaba demasiado tranquilo como para encontrarse en una casa extraña. El cachorro no parecía extrañar a su guardián, mientras que cada noche, insistía dormir con Titán, como si el enorme perro fuese un oso de peluche. Y las cosas, realmente se volvieron interesantes cuando la mujer comenzó a desnudarse. Disfrutó del espectáculo, aunque se reprendió por eso. Ella era su enemiga, la primera en su lista; pero cuando su hijo se movió para enrollarse en la almohada de la hembra, se le escapó una maldición. El pequeño no tardó en quedarse dormido y se vio obligado a cortar la comunicación de una vía. El letargo lo golpeó con la fuerza de mil demonios, pero se negó a sucumbir. No bajaría la guardia mientras estuviese rodeado de inquisidores. Cerró los ojos y se obligó a relajarse. Su cuerpo expulsaría toda la plata y estaría mejor cuando Baltic volviera. Gruñó un buenos días a Narcisse cuando ésta entró varias horas después. No haber dormido, realmente lo ponía de malhumor. Un humor que se esfumó cuando vio a su cachorro. Apenas y fue consciente de que estaba en mejores condiciones. Un hambre feroz se había instalado en su estómago. Cogió a su crío con una mano, mientras éste arañaba por su cuello para lamerle el rostro. – Gracias por cuidar de él. – Murmuró entredientes. – No parece haber sufrido ningún daño. Al menos, no aún. – Corrigió, clavando sus orbes en los ajenos. – Ahora, tú y yo, hablaremos. –
Cédric Moncrieff- Condenado/Cambiante/Clase Media
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Re: No hay herejía ni filosofía tan odiosa para la iglesia, como el ser humano. || Privado
Sin duda el cachorro se había puesto inquieto de forma positiva al encontrarse con su dueño. De cierta manera aquello logró que la líder de facción se sintiera enternecida, sin embargo no cambió la postura. Recordaba las reacciones del cambiante la noche anterior, también la forma tan amenazante en que la veía, no es que le tuviera miedo, para nada, sabía las consecuencias que podría correr si bajaba la guardia. Con lentitud dio un paso hacía atrás dándoles el espacio que creyó se merecían. No entendía por completo el lazo que el animal y el “semi” humano tenían, pero debía ser muy fuerte. La posición sobre protectora de Cedric se lo decía. Incomoda por las muestras de afecto se quiso alejarse, y sólo alcanzo a darse un cuarto de vuelta cuando escuchó su voz. Aspiró con profundidad, poco a poco, con parsimonia dejó que el aire fuera escapando de sus pulmones, rodó los ojos, incluso los puso en blanco al escucharlo. ¿Por qué se empeñaba en ser tan extremista? ¿Tan cascarrabias? ¿Tan dramático? Le estaba aburriendo ya la posición del hombre, aunque debía agradecer que podían dirigirse un par de palabras, y después de eso se despedirían para siempre. O eso creía.
Se cruzó de brazos, su cuerpo mostró una posición relajada, aunque su cadera sobresalía más de lado izquierdo que del derecho. La punta de uno de sus pies comenzó a subir y bajar, de hecho resonó en el pequeño pasillo en el que se encontraban, uno que separa algunas de las celdas. Se sentía extrañamente incomoda, no lo mostraría, nada de debilidad, no a él ¡Claro que no! ¿Por dónde empezarían?
— Antes de empezar a soltar tus agresiones, y tus palabras obscenas — La inquisidora alzó la mano para impedir que la interrumpiera, que quisiera hablar más de la cuenta — No estoy aquí para que me trates mal, para que me alces la voz, no soy una mujer paciente, no tengo consideraciones, y por lo único que soporté todo esto es por ese cachorro, no sé porque, ni siquiera me gustan los animales, sólo él — Arrugó la nariz, claramente estaba molesta por haberse puesto en evidencia, el encantador Baltic había logrado que ella diera su baso a torcer. Hubo un incomodo silencio. Los miró a ambos, primo al cachorro y luego a él. Aspiró de nuevo con profundidad para calmarse.
— Bien, para que lo sepas no tengo intenciones de causar daño o asesinar a tú cachorro, no soy una mujer violenta — Se encogió de hombros — Es verdad, he asesinado, lo he hecho pero fue por emergencia nada más por eso, mi facción es tranquila, recopilo información importante, y tengo a los más inteligentes bajo mi titula, que lo sepas, así que ve sacando esa estúpida idea de la cabeza, no la tolero, me aburre que me consideren así. Si tu platica se trata sobre cortarme la cabeza si a tú criatura le acontece algo, entonces te diré una cosa, lo que llegue a pasarle será tu responsabilidad por no cuidarlo bien, así que déjame de una vez en paz, tengo suficiente en mi vida cómo para tolerarte — Gruñó con fuerza, y por primera vez se sintió la criatura enfrente de su presa, lista para atacar.
Su porte cambio, la espalda la colocó recta, mostrando su grandeza, su elegancia y también esa sensualidad que desbordaba al andar. Narcisse se inclinó para mover las manos pidiendo al cachorro regresar con ella. Era una clara señal de despedida. Lo que de verdad la alegró fue ver que la criatura cedía y se acercaba a ella dándole una dulce lamida en la mejilla y luego en la nariz. Al final le acarició la cabecita y se puso de pie, cuando los ojos de ambos adultos chocaron, ella arqueó una ceja, le estaba diciendo una cosa, le dejaba en claro todo.
Se cruzó de brazos, su cuerpo mostró una posición relajada, aunque su cadera sobresalía más de lado izquierdo que del derecho. La punta de uno de sus pies comenzó a subir y bajar, de hecho resonó en el pequeño pasillo en el que se encontraban, uno que separa algunas de las celdas. Se sentía extrañamente incomoda, no lo mostraría, nada de debilidad, no a él ¡Claro que no! ¿Por dónde empezarían?
— Antes de empezar a soltar tus agresiones, y tus palabras obscenas — La inquisidora alzó la mano para impedir que la interrumpiera, que quisiera hablar más de la cuenta — No estoy aquí para que me trates mal, para que me alces la voz, no soy una mujer paciente, no tengo consideraciones, y por lo único que soporté todo esto es por ese cachorro, no sé porque, ni siquiera me gustan los animales, sólo él — Arrugó la nariz, claramente estaba molesta por haberse puesto en evidencia, el encantador Baltic había logrado que ella diera su baso a torcer. Hubo un incomodo silencio. Los miró a ambos, primo al cachorro y luego a él. Aspiró de nuevo con profundidad para calmarse.
— Bien, para que lo sepas no tengo intenciones de causar daño o asesinar a tú cachorro, no soy una mujer violenta — Se encogió de hombros — Es verdad, he asesinado, lo he hecho pero fue por emergencia nada más por eso, mi facción es tranquila, recopilo información importante, y tengo a los más inteligentes bajo mi titula, que lo sepas, así que ve sacando esa estúpida idea de la cabeza, no la tolero, me aburre que me consideren así. Si tu platica se trata sobre cortarme la cabeza si a tú criatura le acontece algo, entonces te diré una cosa, lo que llegue a pasarle será tu responsabilidad por no cuidarlo bien, así que déjame de una vez en paz, tengo suficiente en mi vida cómo para tolerarte — Gruñó con fuerza, y por primera vez se sintió la criatura enfrente de su presa, lista para atacar.
Su porte cambio, la espalda la colocó recta, mostrando su grandeza, su elegancia y también esa sensualidad que desbordaba al andar. Narcisse se inclinó para mover las manos pidiendo al cachorro regresar con ella. Era una clara señal de despedida. Lo que de verdad la alegró fue ver que la criatura cedía y se acercaba a ella dándole una dulce lamida en la mejilla y luego en la nariz. Al final le acarició la cabecita y se puso de pie, cuando los ojos de ambos adultos chocaron, ella arqueó una ceja, le estaba diciendo una cosa, le dejaba en claro todo.
Narcisse Capet- Inquisidor Clase Alta
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Re: No hay herejía ni filosofía tan odiosa para la iglesia, como el ser humano. || Privado
Una de las cejas de Cédric comenzó a subir conforme la inquisidora le soltaba las palabras. No quería que le interrumpiera, se lo había dejado en claro, pero eso no impedía que su lenguaje corporal le hiciese saber lo que sentía. Estaba irritado, divertido e imaginándosela desnuda. Eso último, era por supuesto su culpa. La mujer se había cambiado frente a Baltic y, en consecuencia, frente a él. ¿Sabría sobre las habilidades que poseían los suyos? Desde luego. Había aprendido mucho sobre la estructura de la Santa Inquisición, como para conocer cuál era su trabajo como líder de los bibliotecarios. Se le escapó una enorme sonrisa al escuchar que su cachorro era especial para ella. El pequeño husky, no tenía ninguna figura materna. Lo poco que había conocido de Arya, había sido turbio y malditamente oscuro. Cédric no podía recordar ni un solo instante en que la madre de su hijo, se interesase por éste. Era una jodida lástima que quien parecía sentir afecto por Bal, le provocase desconfianza. No solo por su cargo dentro de aquélla organización, sino por la relación que pasarían a tener a partir de esa tarde. Iba a ser una difícil labor. El cambiante estaba seguro de que ella no tardaría en despedirlo. Ese pensamiento, solo hizo que ampliara su sonrisa; pero como ocurría cada vez que se encontraba con Narcisse, se le borró al escuchar su acusación. – ¿Por no cuidarlo bien? – Gruñó, tensando los músculos. A su lado, el cachorro se lucía dándole también muestras de agradecimiento a la cazadora. Ni siquiera se amilanó por sus rugidos. Evidentemente, tres años eran suficientes para que se acostumbrase a su manera de ser. – ¿Ha olvidado que pasé la noche aquí debido a usted, Narcisse? Tengo que decirle algo, los inquisidores no saben nada sobre ser hospitalarios. Al menos, uno de nosotros, pudo dormir bien. – No tuvo porqué señalar al susodicho, éste ya había rodado para señalarle a su ‘nueva amiga’, donde quería que pusiera sus manos.
Esa vez, Cédric fue más rápido. Lo cogió. No quería andar por esos pasillos con Bal suelto. – Pero no es sobre ello que quiero que hablemos. Usted no me tolera, yo no la tolero. – “Al menos en algo estamos de acuerdo,” murmuró entredientes. – Y sin embargo, nos veremos obligados a tratarnos. Los suyos han requerido, amablemente – agregó con sarcasmo – que me una a sus filas. – Nadie, jamás, podría haberlo obligarlo a hacer algo que no quisiera; pero a pesar de que ser un condenado, a las órdenes de quienes se hacían llamar ‘los siervos de Dios’, era lo último en su lista de cosas por hacer cuando estuviese muerto; había descubierto que quien tenía toda la información que una bruja podía necesitar para romper la maldición que pesaba sobre el crío, era ella. ¡Si tan solo eso fuese suficiente para que evitase tratarla con irritación! ¿Por qué no podía evitar actuar por impulso? – O es buena fingiendo ignorancia o realmente no sabe nada. – Bal suspiró, como si con ese gesto, se diese por vencido con la actitud de su padre. – Seré su nuevo guardaespaldas. – Le hizo un gesto exasperado, para que caminara cuando se detuvo ante la nueva noticia. – Al parecer, se burló, el altercado que se produjo ayer, llevaron a los suyos a pensar que necesitaba más protección. ¿Quién pensaría que contratarían al lobo? – Allí estaba de nuevo, esa sonrisa de depredador. – De modo que he aceptado, con una condición. Quiero su ayuda, Narcisse. Hay algo que solo usted puede darme. – Odiaba reconocerlo, pero era cierto. Si las brujas más poderosas no habían podido ayudarlo, era debido a la falta de información. – ¿Podemos ir a un lugar más privado? Al Alfa en mí, le gusta saltar a la menor provocación y aquí, hay muchos a los que quisiera ponerle las garras encima. – Era una petición y amenaza a la vez y; si se le ponía atención, una advertencia que iba dirigida a ella. ¡Maldita sea! ¿Por qué no podía, simplemente, quitarse la imagen de la cazadora desnuda?
Esa vez, Cédric fue más rápido. Lo cogió. No quería andar por esos pasillos con Bal suelto. – Pero no es sobre ello que quiero que hablemos. Usted no me tolera, yo no la tolero. – “Al menos en algo estamos de acuerdo,” murmuró entredientes. – Y sin embargo, nos veremos obligados a tratarnos. Los suyos han requerido, amablemente – agregó con sarcasmo – que me una a sus filas. – Nadie, jamás, podría haberlo obligarlo a hacer algo que no quisiera; pero a pesar de que ser un condenado, a las órdenes de quienes se hacían llamar ‘los siervos de Dios’, era lo último en su lista de cosas por hacer cuando estuviese muerto; había descubierto que quien tenía toda la información que una bruja podía necesitar para romper la maldición que pesaba sobre el crío, era ella. ¡Si tan solo eso fuese suficiente para que evitase tratarla con irritación! ¿Por qué no podía evitar actuar por impulso? – O es buena fingiendo ignorancia o realmente no sabe nada. – Bal suspiró, como si con ese gesto, se diese por vencido con la actitud de su padre. – Seré su nuevo guardaespaldas. – Le hizo un gesto exasperado, para que caminara cuando se detuvo ante la nueva noticia. – Al parecer, se burló, el altercado que se produjo ayer, llevaron a los suyos a pensar que necesitaba más protección. ¿Quién pensaría que contratarían al lobo? – Allí estaba de nuevo, esa sonrisa de depredador. – De modo que he aceptado, con una condición. Quiero su ayuda, Narcisse. Hay algo que solo usted puede darme. – Odiaba reconocerlo, pero era cierto. Si las brujas más poderosas no habían podido ayudarlo, era debido a la falta de información. – ¿Podemos ir a un lugar más privado? Al Alfa en mí, le gusta saltar a la menor provocación y aquí, hay muchos a los que quisiera ponerle las garras encima. – Era una petición y amenaza a la vez y; si se le ponía atención, una advertencia que iba dirigida a ella. ¡Maldita sea! ¿Por qué no podía, simplemente, quitarse la imagen de la cazadora desnuda?
Cédric Moncrieff- Condenado/Cambiante/Clase Media
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Re: No hay herejía ni filosofía tan odiosa para la iglesia, como el ser humano. || Privado
Todo se esfumó para ella, después de sus últimas palabras no habría forma de dar vuelta atrás. No deseaba verlo, lo había odiado desde el principio. Ser tan altanero, no tenerle respeto. Todo aquello y más produjo que la mujer ni siquiera deseara volver a topárselo aunque fuera para arrancarle la cabeza. Narciso era así, nunca había hecho más drama del necesario, y si tenía la solución para hacerse a un lado de un par de problemas, la tomaría sin chistar, por eso daba media vuelta, una que deseo hubiera sido prolongada e infinita. La situación sin duda se había salido de su control, y ahora pagaría los platos rotos. ¡Que desgracia!
— Tal parece que no puedo dejarlo sólo ni un minuto, hacen aquí lo que se les pegue en gana, y no me consultan a mi — Chasqueó la lengua sin ocultarlo. Por extraño que pareciera, Narcisse en ese momento no se dio vuelta para encararlo ¡Claro que no! Se sentía avergonzada, él le había ganado ese round con la frente en alto. Lo qué no comprendía era ¿por qué razón deseaba permanecer a su lado si ambos se odiaban? Negó y siguió caminando sin querer verlo — ¿Lo hace a propósito verdad? ¿Usted se siente complacido con fastidiarme? Esto no es mi culpa, me mandaron a mi ¡A mi! ¿Cree que quiero incordiar a alguien sólo por qué sí? De verdad es estúpido — Si, su falta de tolerancia se había esfumado. No le gustaba perder; nunca antes había perdido.
Narcisse lo sabía, una corazonada se lo aseguraba, y las palabras del hombre se lo confirmaron. Baldric era (o había sido) un humano, y por razón tanto recelo al estar el cachorro en peligro. Las conjeturas las hizo en ese instante al notar aquel todo de voz alterado y urgente. Se mordió el labio inferior queriendo decirle que aquello no era su problema, pero lo cierto es que quizás si lo era. No sólo de él o de ella, sino de ambos. La inquisidora estuvo buscando por mucho tiempo información de brujas poderosas que efectuaban grandes maldiciones, pero no había podido llegar a nada en concreto, quizás él le ayudaría a atrapar a un par.
Siguió avanzando en silencio. Atravesaron algunos pasillos amplios y al final unos más estrechos. En medio de una sabana de oscuridad ella decidió que debían entrar, y pronto llegaron a una puerta que no cualquiera la vería. Al final se adentraron a la gran oficina de la inquisidora, a pesar de las velas el lugar se encontraba fresco. Un par de ventanas al fondo se encontraban abiertas. Le estiró una silla para que se sentara frente al escritorio, y ella tomó su lugar correspondiente. Dejaba en claro su poder por encima de él.
— Lo cierto es que no pongo atención completa a las cosas que se generan en la inquisición, sólo aquello que es de mi total interés lo analizo. Tú expediente — Se volvió a poner de pie, abrió un apartado conde se encontraba un estampado con la letra M, por el apellido. Lo sacó, eran una gran cantidad de hojas, pero sólo le hizo ver la principal — Sólo leí esta. Hombre soltero, antiguamente casado, cincuenta y dos años reales, veintiséis aparentes. Vive solo con dos criaturas — Le volteó a ver — No especifica que criaturas, y habla sobre su mal carácter, aunque no lo imaginé así — Endureció un poco más las expresiones, él no sólo tenía un mal carácter. — Las demás paginas no me interesaron, lo único que debía hacer era traerte — Se encogió de hombros — O hacer una rutina de chequeo en tu hogar, pero te opusiste, así que debes asimilar las consecuencias — Recargó su espalda en el asiento — ¿De qué debemos hablar? ¿Mis ideas sin ciertas y el pequeño es tú hijo? — Los miró a ambos.
— Tal parece que no puedo dejarlo sólo ni un minuto, hacen aquí lo que se les pegue en gana, y no me consultan a mi — Chasqueó la lengua sin ocultarlo. Por extraño que pareciera, Narcisse en ese momento no se dio vuelta para encararlo ¡Claro que no! Se sentía avergonzada, él le había ganado ese round con la frente en alto. Lo qué no comprendía era ¿por qué razón deseaba permanecer a su lado si ambos se odiaban? Negó y siguió caminando sin querer verlo — ¿Lo hace a propósito verdad? ¿Usted se siente complacido con fastidiarme? Esto no es mi culpa, me mandaron a mi ¡A mi! ¿Cree que quiero incordiar a alguien sólo por qué sí? De verdad es estúpido — Si, su falta de tolerancia se había esfumado. No le gustaba perder; nunca antes había perdido.
Narcisse lo sabía, una corazonada se lo aseguraba, y las palabras del hombre se lo confirmaron. Baldric era (o había sido) un humano, y por razón tanto recelo al estar el cachorro en peligro. Las conjeturas las hizo en ese instante al notar aquel todo de voz alterado y urgente. Se mordió el labio inferior queriendo decirle que aquello no era su problema, pero lo cierto es que quizás si lo era. No sólo de él o de ella, sino de ambos. La inquisidora estuvo buscando por mucho tiempo información de brujas poderosas que efectuaban grandes maldiciones, pero no había podido llegar a nada en concreto, quizás él le ayudaría a atrapar a un par.
Siguió avanzando en silencio. Atravesaron algunos pasillos amplios y al final unos más estrechos. En medio de una sabana de oscuridad ella decidió que debían entrar, y pronto llegaron a una puerta que no cualquiera la vería. Al final se adentraron a la gran oficina de la inquisidora, a pesar de las velas el lugar se encontraba fresco. Un par de ventanas al fondo se encontraban abiertas. Le estiró una silla para que se sentara frente al escritorio, y ella tomó su lugar correspondiente. Dejaba en claro su poder por encima de él.
— Lo cierto es que no pongo atención completa a las cosas que se generan en la inquisición, sólo aquello que es de mi total interés lo analizo. Tú expediente — Se volvió a poner de pie, abrió un apartado conde se encontraba un estampado con la letra M, por el apellido. Lo sacó, eran una gran cantidad de hojas, pero sólo le hizo ver la principal — Sólo leí esta. Hombre soltero, antiguamente casado, cincuenta y dos años reales, veintiséis aparentes. Vive solo con dos criaturas — Le volteó a ver — No especifica que criaturas, y habla sobre su mal carácter, aunque no lo imaginé así — Endureció un poco más las expresiones, él no sólo tenía un mal carácter. — Las demás paginas no me interesaron, lo único que debía hacer era traerte — Se encogió de hombros — O hacer una rutina de chequeo en tu hogar, pero te opusiste, así que debes asimilar las consecuencias — Recargó su espalda en el asiento — ¿De qué debemos hablar? ¿Mis ideas sin ciertas y el pequeño es tú hijo? — Los miró a ambos.
Narcisse Capet- Inquisidor Clase Alta
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Re: No hay herejía ni filosofía tan odiosa para la iglesia, como el ser humano. || Privado
Dos podían jugar a ese juego y Narcisse podría ir aprendiendo que era mejor no molestar a un Alfa. El lobo en él merodeaba cada vez más cerca de la superficie, haciéndole saber a Cédric que no se sentara en aquélla silla. De modo que, educadamente – o tan educadamente como podía – dejó a Baltic sobre el asiento. Él permanecía a su lado, con los brazos cruzados sobre el pecho y una mirada lacerante, atravesándole. El pantalón que hacía apenas unos momentos le habían ofrecido, iba desabotonado, con la bragueta abajo. Evidentemente, los inquisidores, no tenían a nadie de su talle entre ellos. Tenía que reconocerlo, la mujer parecía no responder a su desnudez. Gruñó por lo bajo ante ese pensamiento. Le molestaba a sobremanera que ella fuese inmune a su cercanía. Como si necesitase confirmarlo, inhaló con fuerza, capturando el aroma femenino con ese gesto. Todo lo que provenía de ella, era molestia. Antes de que abandonase esa habitación, se dijo, le arrancaría la máscara que tan fríamente portaba. Un pensamiento que le hizo esbozar una sonrisa descarada, que pronto se convirtió en un rictus cruel al verle sacar lo que parecía ser un expediente que contenía información sobre él. Baltic, ajeno a la conversación, jugaba a rasguñar la silla. La inquisidora tendría un recuerdo de su hijo, para cuando se marcharan. – No deja de sorprenderme, Narcisse. Tal parece que posee cierto poder sobre mí. Puedo pasar de buen a mal humor en un santiamén solo hablando con usted. – Se inclinó levemente, no para leer la información que contenían dichas páginas, sino en un gesto de curiosidad y superioridad. – ¿Antiguamente casado? Creo que alguien olvidó invitarme a mi propia boda. – Agregó con una seriedad, que dejaba entrever el odio que sentía hacia la que suponía, ellos creían, había sido su esposa. – No debería confiar ciegamente en lo que pone allí, excepto por la parte de que tengo mal carácter. Me gusta que las cosas se hagan cómo y cuándo quiero. Debería recordarlo en el futuro. Nos ahorraría muchos enfrentamientos. –
¿Por qué demonios estaba bromeando con el enemigo? ¿O lo que él creía, era divertido? Nada había cambiado en su lenguaje corporal. La voz firme, la mirada calculadora, los músculos tensos. No parecía que estuviese pasándolo bien. Bal se había aburrido de rasguñar la madera y optado por morderla. No tardaría en dormirse de seguir así. De ese modo, era como pasaban sus tardes en la cabaña cuando no estaban buscando como deshacer la maldición. Mientras él trabajaba, el pequeño husky paseaba de un lado a otro junto a la otra ‘criatura’ que Narcisse mencionaba. Nada cambiaba en sus vidas y, con irritación, se preguntaba cómo habría sido si Arya hubiese querido al menos a su hijo. Una mueca de disgusto se dibujó en su boca al oír sobre sus sospechas. No quería darle motivos para que sintiese orgullosa por sus conclusiones. – ¿Qué nos delató? ¿El parecido? – Aunque el sarcasmo de Cédric era lanzado sin miramientos, había mucho más de lo que dejaba entrever con ello. Realmente, esperaba que así fuera. Cuando Baltic había sido maldecido para permanecer como un animal por el resto de su vida, apenas y había crecido lo suficiente como para compararlo consigo; pero había visto sus rasgos en el pequeño. Era un Moncrieff después de todo. Consciente de que estaba siendo descortés y de que dirigía su odio hacia ella, soltó un suspiro que casi sonaba a disculpa. Cogió al husky y finalmente, se sentó en la silla, con su cachorro sobre su regazo. Por primera vez, se le notó cansado. – Si la hubiese conocido hace tres años, Narcisse, habría sido distinto. Quizás después de esto, pueda comprender por qué siento tanto odio hacia los suyos. – Si ella no se dio cuenta que había reemplazado el ‘hacia usted’ por ‘hacia los suyos’, él sí lo hizo. – Le presento oficialmente a Baltic, el miembro más joven de la familia Moncrieff. – Sin nada de esfuerzo, dejó al cachorro sobre el escritorio. – De modo que tiene usted razón. Es mi hijo. Ahora debería coger ese documento y leer toda la historia. Estoy seguro que Arya detalló cómo y porqué dio a luz a una criatura del demonio. – Duras y mordaces fueron sus últimas palabras.
¿Por qué demonios estaba bromeando con el enemigo? ¿O lo que él creía, era divertido? Nada había cambiado en su lenguaje corporal. La voz firme, la mirada calculadora, los músculos tensos. No parecía que estuviese pasándolo bien. Bal se había aburrido de rasguñar la madera y optado por morderla. No tardaría en dormirse de seguir así. De ese modo, era como pasaban sus tardes en la cabaña cuando no estaban buscando como deshacer la maldición. Mientras él trabajaba, el pequeño husky paseaba de un lado a otro junto a la otra ‘criatura’ que Narcisse mencionaba. Nada cambiaba en sus vidas y, con irritación, se preguntaba cómo habría sido si Arya hubiese querido al menos a su hijo. Una mueca de disgusto se dibujó en su boca al oír sobre sus sospechas. No quería darle motivos para que sintiese orgullosa por sus conclusiones. – ¿Qué nos delató? ¿El parecido? – Aunque el sarcasmo de Cédric era lanzado sin miramientos, había mucho más de lo que dejaba entrever con ello. Realmente, esperaba que así fuera. Cuando Baltic había sido maldecido para permanecer como un animal por el resto de su vida, apenas y había crecido lo suficiente como para compararlo consigo; pero había visto sus rasgos en el pequeño. Era un Moncrieff después de todo. Consciente de que estaba siendo descortés y de que dirigía su odio hacia ella, soltó un suspiro que casi sonaba a disculpa. Cogió al husky y finalmente, se sentó en la silla, con su cachorro sobre su regazo. Por primera vez, se le notó cansado. – Si la hubiese conocido hace tres años, Narcisse, habría sido distinto. Quizás después de esto, pueda comprender por qué siento tanto odio hacia los suyos. – Si ella no se dio cuenta que había reemplazado el ‘hacia usted’ por ‘hacia los suyos’, él sí lo hizo. – Le presento oficialmente a Baltic, el miembro más joven de la familia Moncrieff. – Sin nada de esfuerzo, dejó al cachorro sobre el escritorio. – De modo que tiene usted razón. Es mi hijo. Ahora debería coger ese documento y leer toda la historia. Estoy seguro que Arya detalló cómo y porqué dio a luz a una criatura del demonio. – Duras y mordaces fueron sus últimas palabras.
Cédric Moncrieff- Condenado/Cambiante/Clase Media
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Re: No hay herejía ni filosofía tan odiosa para la iglesia, como el ser humano. || Privado
Cédric le recordaba a ella en más de un aspecto. Ambos eran imponentes, y si alguien dudaba en que lo fueran se lo hacían ver sólo una vez, con eso bastaba para que no volvieran a dudar al respecto. Además eran personas solitarias, aunque ella un poco más dado que nunca tuvo hijos. Sin embargo uno de los aspectos más destacables era su carácter, los dos parecían enfurecidos con la vida, y con todo aquello que les fue ocurriendo producto de situaciones ajenas a sus buenas intenciones en su momento. La inquisidora lo comprendía de cierta manera, y eso llegaba a lograr que lo soportara, aunque no se lo haría ver, no por el momento, y menos con esa actitud que él mostraba. La guerra entre ambos había iniciado desde que le asignaron la misión de llevarlo a La Santa Inquisición, y terminaría hasta que pudieran decirse adiós por última vez. Les faltaría mucho tiempo, y sin duda la fémina debía llenarse de paciencia. ¿Cómo lo haría? Ni siquiera con la sufrida de Francine pudo, seguramente fracasaría con él.
En medio de pensamientos, posturas a la defensiva, y una habitación con sólo ellos dos y el pequeño, Narcisse por fin pudo sonreír. Aquello fue de forma inevitable. Las preguntas de Cédric la hicieron de verdad bajar la guardia. Nunca se imaginó comparar el aspecto físico de un humano con el de un animal, sin embargo aquello no podía ser descabellado, no sí lo analizaban bien, él era el padre, y aunque el bebé estaba maldito, lo cierto es que había llegado a ser un humano. La mayor de las hermanas Capet arqueó una ceja de forma analítica, se puso de pie y se acercó al cachorro, no sintió miedo de que el cambiante la lastimara por agarrar a su pequeño, simplemente actuó.
— Ven acá, Baltic — Mencionó aquel nombre con ternura, una que no encajaba para nada con su personalidad. Ella misma se sorprendió — Quiero que me mires — Le ordenó al pequeño cachorro que intentaba hacer aquello que le mandaron, aunque en un principio fue en vano dado que bostezó. Narcisse no sólo se topó con la mirada de husky, también observó al papá, y después de desviar la mirada de uno al otro por varias ocasiones, volvió a dejar al animalito en la silla, volvió a su asiento y asintió — Tiene sus ojos, aunque los suyos se vean furiosos y los de él asustadizos — Contestó con tranquilidad. No buscaba hacerlo enojar, solamente le decía la verdad.
Sin embargo no todo puede ser miel sobre hojuelas, y las palabras del padre la hicieron mostrar la rabia y el odio que ella misma intentó guardar. ¿Cómo se atrevía a pronunciar esas palabras en voz alta frente al pequeño? Narcisse le dirigió una mirada asesina antes de mirar hacía su alrededor. Cogió al cachorro, lo abrazó con fuerza aunque sin buscar lastimarlo, y después lo acomodó en uno de los sillones, con la distancia prudente para que no los escuchara hablar. Tomó una esponja, misma que ella utilizaba para ejercer presión y aminorar su estrés, eso le daba seguridad de que el pobre pequeño se distrajera y terminara por dormir, dejándolos solos.
Cuando regresó con Cédric no se sentó, le sirvió una copa de lo más fuerte que tenía en ese momento, se la tendió aún con esas expresiones llenas de indignación.
— No vuelvas a hablar de esa forma frente a él, está maldito, pero está creciendo ¿lo comprendes? todo lo que digas y como te comportas él lo digerirá, y quizás la información le llegue de forma incorrecta, quizás crea que tú lo ves así — Le regañó. Ella nunca pudo ser madre, y no estuvo en sus planes por la forma que su vida fue tomando, sin embargo ahí estaba a flor de piel ese instinto materno. Quizás pudo haber sido una excelente mamá, quién sabe.
Sin pensarlo dos veces tomó el expediente del cambiante y lo echó directamente a la chimenea antes de volverse a sentar.
— No nos interesemos en su pasado, que es evidente le afecta y eso me provoca dolores de cabeza — Se encogió de hombros — Ya sabe, su carácter y sus constantes ganas de retarme — Le torció el gesto un momento — Aquí el tema de interés es su hijo, y como romper esa maldición, para su buena suerte tengo contactos, amigos, conocidos, gente que me debe favores, así que usted dirá — Sonrió de forma amplia, dado que él le debería más que su vida si ella le ayudaba a romper esa maldición — Tendrá que comportarse si lo quiere de vuelta, para su desgracia soy la única que podría ayudarle — Se relamió los labios burlona, sin dejar de mirarle.
En medio de pensamientos, posturas a la defensiva, y una habitación con sólo ellos dos y el pequeño, Narcisse por fin pudo sonreír. Aquello fue de forma inevitable. Las preguntas de Cédric la hicieron de verdad bajar la guardia. Nunca se imaginó comparar el aspecto físico de un humano con el de un animal, sin embargo aquello no podía ser descabellado, no sí lo analizaban bien, él era el padre, y aunque el bebé estaba maldito, lo cierto es que había llegado a ser un humano. La mayor de las hermanas Capet arqueó una ceja de forma analítica, se puso de pie y se acercó al cachorro, no sintió miedo de que el cambiante la lastimara por agarrar a su pequeño, simplemente actuó.
— Ven acá, Baltic — Mencionó aquel nombre con ternura, una que no encajaba para nada con su personalidad. Ella misma se sorprendió — Quiero que me mires — Le ordenó al pequeño cachorro que intentaba hacer aquello que le mandaron, aunque en un principio fue en vano dado que bostezó. Narcisse no sólo se topó con la mirada de husky, también observó al papá, y después de desviar la mirada de uno al otro por varias ocasiones, volvió a dejar al animalito en la silla, volvió a su asiento y asintió — Tiene sus ojos, aunque los suyos se vean furiosos y los de él asustadizos — Contestó con tranquilidad. No buscaba hacerlo enojar, solamente le decía la verdad.
Sin embargo no todo puede ser miel sobre hojuelas, y las palabras del padre la hicieron mostrar la rabia y el odio que ella misma intentó guardar. ¿Cómo se atrevía a pronunciar esas palabras en voz alta frente al pequeño? Narcisse le dirigió una mirada asesina antes de mirar hacía su alrededor. Cogió al cachorro, lo abrazó con fuerza aunque sin buscar lastimarlo, y después lo acomodó en uno de los sillones, con la distancia prudente para que no los escuchara hablar. Tomó una esponja, misma que ella utilizaba para ejercer presión y aminorar su estrés, eso le daba seguridad de que el pobre pequeño se distrajera y terminara por dormir, dejándolos solos.
Cuando regresó con Cédric no se sentó, le sirvió una copa de lo más fuerte que tenía en ese momento, se la tendió aún con esas expresiones llenas de indignación.
— No vuelvas a hablar de esa forma frente a él, está maldito, pero está creciendo ¿lo comprendes? todo lo que digas y como te comportas él lo digerirá, y quizás la información le llegue de forma incorrecta, quizás crea que tú lo ves así — Le regañó. Ella nunca pudo ser madre, y no estuvo en sus planes por la forma que su vida fue tomando, sin embargo ahí estaba a flor de piel ese instinto materno. Quizás pudo haber sido una excelente mamá, quién sabe.
Sin pensarlo dos veces tomó el expediente del cambiante y lo echó directamente a la chimenea antes de volverse a sentar.
— No nos interesemos en su pasado, que es evidente le afecta y eso me provoca dolores de cabeza — Se encogió de hombros — Ya sabe, su carácter y sus constantes ganas de retarme — Le torció el gesto un momento — Aquí el tema de interés es su hijo, y como romper esa maldición, para su buena suerte tengo contactos, amigos, conocidos, gente que me debe favores, así que usted dirá — Sonrió de forma amplia, dado que él le debería más que su vida si ella le ayudaba a romper esa maldición — Tendrá que comportarse si lo quiere de vuelta, para su desgracia soy la única que podría ayudarle — Se relamió los labios burlona, sin dejar de mirarle.
Narcisse Capet- Inquisidor Clase Alta
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Re: No hay herejía ni filosofía tan odiosa para la iglesia, como el ser humano. || Privado
¡Narcisse iba a volverle loco! La manera en que le provocaba, con sus movimientos y palabras; aunados por la forma en que trataba a su cachorro, amenazaba con deshacer una parte del muro de hielo que había levantado contra los de su clase. Pero era el descarado atrevimiento de la cazadora al regañarlo, lo que le resultaba insultantemente excitante. Definitivo, algo estaba jodidamente mal con él. Por supuesto, Cédric no pensaba de su hijo de esa forma. Él estaba orgulloso de la sangre que corría por sus venas y, más aún, de formar parte del clan de los Moncrieff. Baltic también lo estaría cuando lo comprendiera. Le gruñó en respuesta a su demanda pero, lejos de sonar como si estuviese marcando su territorio; el sonido que vibró en su pecho y garganta, se asemejaba a uno de los bufidos que Titán, el husky guardián de su pequeño, solía hacer cuando jugaba con ellos. Mientras barajeaba qué responder a su regañina, vacío el contenido de la copa sin apartar su intensa mirada de los labios de ella. La forma en que su lengua salía de su cavidad para remojárselos, le estaba hipnotizando. Se obligó a apartar sus ojos con un gruñido de irritación. – ¿Ahora quiere domesticarme, Narcisse? – Su tono, aunque burlón, no dejaba de ser provocador. – ¿Está intentando usar a mi cachorro a su favor, para lograr tan imposible propósito? – El torso del cambiante se movió unos apenas, imperceptibles centímetros, señal de que se estaba preparando para la cacería. El Alfa había visto a su presa y ahora quería ir tras ella. – Usted y su grupo de cazadores, sabe que completaré cualquier misión que se me asigne si con eso me aseguran el bienestar de Baltic. Y por bienestar entiéndase devolverlo a la normalidad. – Odiaba usar esa palabra ante una humana, pues ellos rara vez comprendían que para ellos su condición de cambiante era tan normal como respirar. – Ofreceré mi vida por la de él si es necesario. Solo quiero que mis errores sean resarcidos. – No se lamentaba por haber conocido a Arya. Cédric amaba a su hijo más que a nada.
Habiendo abandonado Canadá para evitar las constantes rencillas con su hermano mayor por el liderazgo, se había ido aislando de todo y de todos. Cada detalle dentro y fuera de su cabaña, la manera impecable y concienzuda con que trabajaba la madera, hablaba del hombre que realmente era. – Ponga sus condiciones, que yo también tengo un par de peticiones que hacer. – A pesar de que él saldría ganando si conseguía revertir lo que pasaba con su hijo, Cédric se negaba a enzarzarse en esa aventura sin establecer ciertos términos. De esa forma, se evitarían varios jodidos problemas. Estaba claro que seguir órdenes no era su fuerte, ni lo sería. Cuando los inquisidores le habían apresado para darle el ultimátum por haber acabado con varios de los suyos, el único pensamiento que molestaba al cambiante era el futuro que correría su cachorro si él moría. Baltic no podría quedarse condenado por el resto de su vida. Serviría a Narcisse, pero no por mucho tiempo. Su meta ahora consistía en ganarse un puesto de igual a igual. El lobo, no podía pedir menos. Con una franca sonrisa, se juró que la próxima vez las tornas cambiarían. Un leve suspiro proveniente de su pequeño, dejó en claro que éste se había quedado dormido. Moncrieff no necesitaba mirarlo para confirmarlo. La tranquilidad se había instalado en su mente. El nexo que compartía con su hijo, unilateral, era el ojo del huracán. Con una rapidez inaudita, el cambiante abandonó su posición para inclinarse sobre el escritorio. Su rostro, inescrutable, cubría todo el espacio personal de la líder de los Bibliotecarios. Las aletas de su nariz, inhalaron el olor que la fémina desprendía sin siquiera disimularlo. Oh, ahí estaba el indicio de que no era del todo inmune a su presencia. Las palmas de sus manos estaban firmemente sobre la madera, una a cada lado de los codos de ella. – Mientras no olvide que odio la idea de recibir ayuda de la Inquisición, seremos buenos compañeros. Baltic ha visto algo en usted que yo aún no alcanzo a ver. Pero lo averiguaré.– Sentenció, con promesas arremolinándose en sus orbes.
Habiendo abandonado Canadá para evitar las constantes rencillas con su hermano mayor por el liderazgo, se había ido aislando de todo y de todos. Cada detalle dentro y fuera de su cabaña, la manera impecable y concienzuda con que trabajaba la madera, hablaba del hombre que realmente era. – Ponga sus condiciones, que yo también tengo un par de peticiones que hacer. – A pesar de que él saldría ganando si conseguía revertir lo que pasaba con su hijo, Cédric se negaba a enzarzarse en esa aventura sin establecer ciertos términos. De esa forma, se evitarían varios jodidos problemas. Estaba claro que seguir órdenes no era su fuerte, ni lo sería. Cuando los inquisidores le habían apresado para darle el ultimátum por haber acabado con varios de los suyos, el único pensamiento que molestaba al cambiante era el futuro que correría su cachorro si él moría. Baltic no podría quedarse condenado por el resto de su vida. Serviría a Narcisse, pero no por mucho tiempo. Su meta ahora consistía en ganarse un puesto de igual a igual. El lobo, no podía pedir menos. Con una franca sonrisa, se juró que la próxima vez las tornas cambiarían. Un leve suspiro proveniente de su pequeño, dejó en claro que éste se había quedado dormido. Moncrieff no necesitaba mirarlo para confirmarlo. La tranquilidad se había instalado en su mente. El nexo que compartía con su hijo, unilateral, era el ojo del huracán. Con una rapidez inaudita, el cambiante abandonó su posición para inclinarse sobre el escritorio. Su rostro, inescrutable, cubría todo el espacio personal de la líder de los Bibliotecarios. Las aletas de su nariz, inhalaron el olor que la fémina desprendía sin siquiera disimularlo. Oh, ahí estaba el indicio de que no era del todo inmune a su presencia. Las palmas de sus manos estaban firmemente sobre la madera, una a cada lado de los codos de ella. – Mientras no olvide que odio la idea de recibir ayuda de la Inquisición, seremos buenos compañeros. Baltic ha visto algo en usted que yo aún no alcanzo a ver. Pero lo averiguaré.– Sentenció, con promesas arremolinándose en sus orbes.
Cédric Moncrieff- Condenado/Cambiante/Clase Media
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Re: No hay herejía ni filosofía tan odiosa para la iglesia, como el ser humano. || Privado
Narcisse era una mujer muy sincera. De hecho pocas veces dijo alguna mentira, y sí lo hizo, solamente habría sido por un bien, y nada más. Incluso tomando en cuenta que trabajaba para una institución falsa, se le daba bien las palabras para decir verdades aunque los visitantes no lo comprendieran. No iba a empezar a mentir con aquel cambiante, no se le daba en gana, y tampoco le parecía justo, se trataba sólo de un padre intentando recuperar por completo a su hijo, eso mismo ocasionaba desesperación, ira y muchas muertes. Ella misma reaccionó de la peor manera cuando su sobrino falleció, incluso mandó a asesinar. No eran tan distintos, ambos tenían un porqué, y gracias a eso su carácter resultaba un arma de doble filo. Para ella resultaba complicado comportarse de forma modosa, y más aún tener que ceder, su pasado podía llegar a respaldar sus acciones, pero nunca las justificaba, porque los años pasaban, y la forma de ser de las personas se amoldaba a consecuencia.
Estaba claro que Narcisse nunca jugaba, todo aquello que decía y hacía, lo realizaba de forma profesional, sin dobles intenciones, y mucho menos viéndole la cara a los demás, sin embargo aquella noche una chispa casi extinta en ella apareció. El juego, el coqueteo, e incluso las insinuaciones aparecieron, todo aquello como si de verdad se tratara de una criatura que siempre se comportaba así, aunque claramente no lo era. Cedric despertaba un remolino de cosas en ella, no sólo enfado o irritación, y por esa razón seguía de pie, lo seguía mirando, y buscaba poder seguir aquello que parecía un reto. Sólo el mejor podría triunfar sobre el débil, ¿o lo podrían los dos?
No se movió, y por unos largos segundos parecía que no parpadeaba con tal de no perder ni un segundo aquella visión. Después de un momento su sonrisa se torció mostrando lo cómoda y entretenida que se encontraba en ese momento. Si Cedric deseaba llegar a matarla, muy probablemente lo lograría, a fin de cuentas ella sólo era una humana entrenada y soberbia, no obstante le daría lucha, y no dejaría caer sus brazos antes de tiempo. Cuando pudo se acercó un poco más, las puntas de sus narices chocaron y ella le hizo una especie de caricia con la propia. Un acto primitivo, salvaje, y que en esos tiempos podría llegar a verse como algo atrevido y arrojado. Claro, a ella poco le importaba lo que llegara a parecerle al resto.
— Sigues sin comprender que aquí la única que puede establecer los términos y condiciones soy yo. Simplemente tienes que obedecer y realizar las misiones que se te ordenen — Estiró una de sus manos colocándola en la mejilla derecha del cambiante, sólo echó la cabeza hacía atrás para poder verlo con comodidad. — De no obedecer es muy probable que te dejen sin tu cachorro, eso sería una verdadera desgracia, al menos para ti, porque estoy segura lo dejarían bajo mi tutela. — Y no porque ella lo pidiera, o porque la iglesia lo deseara del todo, sino para estudiarlo, anotar lo que llegara a ver de él, y quitarle la maldición de una forma poco ortodoxa, cosa que para nada le gustaría hacer a ella, y que en más de una vez evitó realizar con otras criaturas.
Su dedo pulgar acarició la piel del rostro del hombre. Al menos no se había apartado aún, sin duda aquello sería un avance para ellos. O al menos eso podría parecer.
— No harás nada desagradable, supongo que te darán al principio dos opciones. Una de ellas sería protegerme, como lo sabes, y eso te conviene, verme, hablar conmigo, poder tratar con la información de forma directa y así estar más cerca de nuestro objetivo — Por alguna extraña razón Narcisse le mostró los dientes, incluso gruñó con erotismo. El aroma masculino también estaba ejerciendo efectos en ella. La inquisidora jamás se dejó llevar por los deseos y placeres mundanos, pero bien dicen por ahí que todos tienen una primera vez, o un talón de Aquiles, mismo que podría llevarla a la perdición.
Pensar en perder la tensó, y por esa razón echó su cuerpo para atrás por completo. Lo recargó en el asiento, y dejó que la linea entre ellos se volviera a formar.
— Tampoco sé que vio en mi — Volteó a ver al cachorro que dormía en medio de ese ambiente tenso entre los adultos. Su corazón se descongelaba a cada segundo que pasaba con ellos dos, aunque la influencia más grande era la del pequeño. — Necesitas tener paciencia, también mucha fe, algunos métodos son prolongados, los brujos utilizan magia que en ocasiones no comprendemos, pero que llegamos a descubrir, es todo un proceso, y de nosotros depende que a él no le ocurra nada — Suspiró profundamente, se notaba la sinceridad en su voz; la inquisidora no deseaba que el cachorro sufriera en el proceso. — ¿Qué necesitará de mi para poder trabajar con tranquilidad? Puede decirlo, no son condiciones, yo nunca las recibo, más bien serán sugerencias. Tenga la libertad de decírmelo, aproveche que mi generosidad sólo aparece cuando algo, o alguien me interesa — Hizo una pausa antes de voltear a verlo — En este caso parece que me interesan dos — Concluyó mientras arqueaba una ceja.
Estaba claro que Narcisse nunca jugaba, todo aquello que decía y hacía, lo realizaba de forma profesional, sin dobles intenciones, y mucho menos viéndole la cara a los demás, sin embargo aquella noche una chispa casi extinta en ella apareció. El juego, el coqueteo, e incluso las insinuaciones aparecieron, todo aquello como si de verdad se tratara de una criatura que siempre se comportaba así, aunque claramente no lo era. Cedric despertaba un remolino de cosas en ella, no sólo enfado o irritación, y por esa razón seguía de pie, lo seguía mirando, y buscaba poder seguir aquello que parecía un reto. Sólo el mejor podría triunfar sobre el débil, ¿o lo podrían los dos?
No se movió, y por unos largos segundos parecía que no parpadeaba con tal de no perder ni un segundo aquella visión. Después de un momento su sonrisa se torció mostrando lo cómoda y entretenida que se encontraba en ese momento. Si Cedric deseaba llegar a matarla, muy probablemente lo lograría, a fin de cuentas ella sólo era una humana entrenada y soberbia, no obstante le daría lucha, y no dejaría caer sus brazos antes de tiempo. Cuando pudo se acercó un poco más, las puntas de sus narices chocaron y ella le hizo una especie de caricia con la propia. Un acto primitivo, salvaje, y que en esos tiempos podría llegar a verse como algo atrevido y arrojado. Claro, a ella poco le importaba lo que llegara a parecerle al resto.
— Sigues sin comprender que aquí la única que puede establecer los términos y condiciones soy yo. Simplemente tienes que obedecer y realizar las misiones que se te ordenen — Estiró una de sus manos colocándola en la mejilla derecha del cambiante, sólo echó la cabeza hacía atrás para poder verlo con comodidad. — De no obedecer es muy probable que te dejen sin tu cachorro, eso sería una verdadera desgracia, al menos para ti, porque estoy segura lo dejarían bajo mi tutela. — Y no porque ella lo pidiera, o porque la iglesia lo deseara del todo, sino para estudiarlo, anotar lo que llegara a ver de él, y quitarle la maldición de una forma poco ortodoxa, cosa que para nada le gustaría hacer a ella, y que en más de una vez evitó realizar con otras criaturas.
Su dedo pulgar acarició la piel del rostro del hombre. Al menos no se había apartado aún, sin duda aquello sería un avance para ellos. O al menos eso podría parecer.
— No harás nada desagradable, supongo que te darán al principio dos opciones. Una de ellas sería protegerme, como lo sabes, y eso te conviene, verme, hablar conmigo, poder tratar con la información de forma directa y así estar más cerca de nuestro objetivo — Por alguna extraña razón Narcisse le mostró los dientes, incluso gruñó con erotismo. El aroma masculino también estaba ejerciendo efectos en ella. La inquisidora jamás se dejó llevar por los deseos y placeres mundanos, pero bien dicen por ahí que todos tienen una primera vez, o un talón de Aquiles, mismo que podría llevarla a la perdición.
Pensar en perder la tensó, y por esa razón echó su cuerpo para atrás por completo. Lo recargó en el asiento, y dejó que la linea entre ellos se volviera a formar.
— Tampoco sé que vio en mi — Volteó a ver al cachorro que dormía en medio de ese ambiente tenso entre los adultos. Su corazón se descongelaba a cada segundo que pasaba con ellos dos, aunque la influencia más grande era la del pequeño. — Necesitas tener paciencia, también mucha fe, algunos métodos son prolongados, los brujos utilizan magia que en ocasiones no comprendemos, pero que llegamos a descubrir, es todo un proceso, y de nosotros depende que a él no le ocurra nada — Suspiró profundamente, se notaba la sinceridad en su voz; la inquisidora no deseaba que el cachorro sufriera en el proceso. — ¿Qué necesitará de mi para poder trabajar con tranquilidad? Puede decirlo, no son condiciones, yo nunca las recibo, más bien serán sugerencias. Tenga la libertad de decírmelo, aproveche que mi generosidad sólo aparece cuando algo, o alguien me interesa — Hizo una pausa antes de voltear a verlo — En este caso parece que me interesan dos — Concluyó mientras arqueaba una ceja.
Narcisse Capet- Inquisidor Clase Alta
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Re: No hay herejía ni filosofía tan odiosa para la iglesia, como el ser humano. || Privado
La humana estaba metiéndose en terreno peligroso. El lobo en él se revolvía con inquietud. Cédric podía sentir cómo sus músculos ondulaban, queriendo propiciar el cambio. Una jodida caricia y estaba a punto de perder el control. ¿Podía ser tan imbécil? Era cierto que no había estado con una mujer desde hacía mucho tiempo, pero no por ello iba a saltar sobre la primera hembra que se negara a aceptar su liderazgo. Narcisse no solo era hermosa, poseía una lengua afilada que tendría a cualquier Alfa despertando un primitivo deseo: el sometimiento. Sus orbes, salvajes y lujuriosos, se clavaron en los ajenos. Se movieron hacia los labios de la cazadora, mismos que parecían invitarlo a devorarlos. El cambiante sabía que un solo movimiento por su parte, y haría exactamente eso. Quizás más. ¿Podría detenerse una vez que empezara? Gruñó en aprobación cuando su dedo acarició su rostro. ¡Maldita sea! Era tan patético. No era un puto gato, deseoso de caricias. Era un lobo, nacido para la cacería. Pero eso no parecía importar, ni las palabras que debieron de molestarlo, no cuando estaba disfrutando de su tacto. Ni Baltic, ni Titán, ni nadie que le importase iba a ser arrebatado de sus manos. Él era un protector. Destrozaría a cualquiera que intentase alejarlos de su lado. Ignoró aquélla voz que parecía querer incluir a Narcisse Capet en su corta lista. Lo estaban obligando a ser su guardián, ¡a base de amenazas! La vida y el futuro de su cachorro estaban en juego. No podía permitirse el lujo de verla como una compañera. Lo traicionaría, tarde o temprano lo haría. La cazadora tenía un alto rango dentro de la Santa Inquisición. No se arriesgaría a perder todo lo que había alcanzado solo porque Baltic la necesitase. Solo porque había visto cómo cuidaba del pequeño esa noche, como si le importara, no significaba nada. Regresó su mirada al rostro de la fémina, y una sonrisa verdadera, curvó sus comisuras. Se veía malditamente sexy haciendo ese gruñido. Cédric se encontró fantaseando en la clase de sonidos que haría cuando alcanzase el clímax. Desnuda, bajo su cuerpo. Su escritorio, sin duda, sería un buen lugar como cualquier otro.
Verla retroceder, lejos de causarle placer, le provocó decepción. Ya habría tiempo para analizar las emociones que despertaba en su interior. – Sugerencias. – Ladró, con más brusquedad de la que deseaba. Una parte de su cuerpo estaba dolorido por la cercanía de la hembra y por ende, su malhumor comenzaba a emerger, producto de la insatisfacción. Lo más sensato, habría sido coger a Baltic y salir de aquél lugar. Pero al parecer, comportarse como un imbécil era su nuevo pasatiempo. – Parece que no es consciente de lo que su desafío provoca en mí, Narcisse. – Se levantó de aquél sitio, rodeando el escritorio con la severidad afilando sus rasgos. – O tal vez lo es, y precisamente por ello, provoca al lobo. – ¿Por qué no se le había ocurrido antes? Ella era la líder de los Bibliotecarios. Por sus manos no solo pasaban expedientes de cada uno de los sobrenaturales registrados por la Iglesia, también estaba toda la información que habían recaudado investigando, experimentando. Cédric sabía que muchos de los suyos eran atrapados con vida para un futuro estudio. Su raza, era una de las más extraordinarias, pues poseían la habilidad de cambiar cuando lo desearan y vivían más que los humanos, cualquier científico querría poder encontrar la fórmula para emplearla. Se inclinó sobre la cazadora en todo su tamaño. No había hacia donde correr. La espalda de la hembra estaba sobre el respaldo y él, disfrutaba siendo el centro de atención de ella. Acercó su nariz bajo la barbilla, inhalando con fuerza, guardando su aroma en sus pulmones. Su boca depositó un beso sobre el cuello, sobre ese punto que palpitaba por su caricia. Sonrió pagado de sí mismo, alejándose apenas lo suficiente para mirarle a los ojos. – El concepto de tranquilidad está sobrevalorado. – Gruñó. – Más cuando usted se aferra a negar mi dominio. ¿Realmente quiere eso? Agregar eso último, no ayudará a su causa. No me hará más pacífico, ni menos posesivo. – Y porque no podía negarse ese placer por más tiempo, la besó. Su lengua acarició el labio inferior con languidez y, cuando finalmente ella los separó, la devoró. Luego, cuestionaría porqué le interesaban dos.
Verla retroceder, lejos de causarle placer, le provocó decepción. Ya habría tiempo para analizar las emociones que despertaba en su interior. – Sugerencias. – Ladró, con más brusquedad de la que deseaba. Una parte de su cuerpo estaba dolorido por la cercanía de la hembra y por ende, su malhumor comenzaba a emerger, producto de la insatisfacción. Lo más sensato, habría sido coger a Baltic y salir de aquél lugar. Pero al parecer, comportarse como un imbécil era su nuevo pasatiempo. – Parece que no es consciente de lo que su desafío provoca en mí, Narcisse. – Se levantó de aquél sitio, rodeando el escritorio con la severidad afilando sus rasgos. – O tal vez lo es, y precisamente por ello, provoca al lobo. – ¿Por qué no se le había ocurrido antes? Ella era la líder de los Bibliotecarios. Por sus manos no solo pasaban expedientes de cada uno de los sobrenaturales registrados por la Iglesia, también estaba toda la información que habían recaudado investigando, experimentando. Cédric sabía que muchos de los suyos eran atrapados con vida para un futuro estudio. Su raza, era una de las más extraordinarias, pues poseían la habilidad de cambiar cuando lo desearan y vivían más que los humanos, cualquier científico querría poder encontrar la fórmula para emplearla. Se inclinó sobre la cazadora en todo su tamaño. No había hacia donde correr. La espalda de la hembra estaba sobre el respaldo y él, disfrutaba siendo el centro de atención de ella. Acercó su nariz bajo la barbilla, inhalando con fuerza, guardando su aroma en sus pulmones. Su boca depositó un beso sobre el cuello, sobre ese punto que palpitaba por su caricia. Sonrió pagado de sí mismo, alejándose apenas lo suficiente para mirarle a los ojos. – El concepto de tranquilidad está sobrevalorado. – Gruñó. – Más cuando usted se aferra a negar mi dominio. ¿Realmente quiere eso? Agregar eso último, no ayudará a su causa. No me hará más pacífico, ni menos posesivo. – Y porque no podía negarse ese placer por más tiempo, la besó. Su lengua acarició el labio inferior con languidez y, cuando finalmente ella los separó, la devoró. Luego, cuestionaría porqué le interesaban dos.
Cédric Moncrieff- Condenado/Cambiante/Clase Media
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Re: No hay herejía ni filosofía tan odiosa para la iglesia, como el ser humano. || Privado
Quien estuviera fuera de aquel cuadro, y se detuviera a contemplarlo, seguramente pensaría que estaban a un paso de aniquilarse. Demasiada era la tensión que se percibía en aquella sala. El ego y el dominio de ambos incrementaba el peligro si alguien llegaba a interrumpir, porque muy probablemente toda la furia de ambos sería puesto a prueba al llegar un invasor. Sólo ellos entendían su juego, nadie más poseería la inteligencia, o la postura de ambos, y es que sólo ellos sabían lo que eran capaces de hacer por salir victoriosos. De cierta manera eran iguales; a ninguno le gustaba perder. Lo peor de todo es que parecía que en esa clase de situaciones no pensaban, mucho menos analizaban todo lo negativo que podrían vivir de seguir siendo gobernados por su soberbia y sus impulsos, aunque probablemente si lo supieran pero se encontraban dispuesto a conocer el desenlace de la historia.
Narcisse sabía la desventaja que poseía. Aunque fuera una mujer inteligente, ágil, poderosa y sumamente entrenada, nada se comparaba con un sobrenatural, que aunque no supiera nada de defensa, con un sólo movimiento podría doblegar a cualquiera. Todo aquello no la detenía, sabía que más de uno daría la vida por protegerla, ser una pieza fundamental en la inquisición daba grandes ventajas. En vez de temer las emociones incrementaban, la adrenalina que recorría su cuerpo la empujaba a seguir así. Lo saboreaba, por eso no le pondría freno alguno a todo aquello que apenas estaba comenzando.
En más de una ocasión observó la línea recta que se formaba en los labios masculinos. No es que fuera difícil hacer memoria de ella, eran gestos que Cédric hacía constantemente dado que el gesto era negativo, como casi todo su carácter. Le llamaba la atención su boca, también si en realidad sería tan cálida como el amor que profesaba por su hijo. Nunca negó el atractivo del cambiante, algo que incrementaba su interés. La humana hace tiempo había dejado de lado sus deseos y necesidades. Se dejaba dominar por la mente, pero siempre existían excepciones a la regla, y quizás él se había convertido en la suya; para su desgracia.
Sus ojos se cerraron sólo por un segundo, el suficiente para que él pudiera tomar acción. Aunque en un principio sus ojos se abrieron como platos mostrando su sorpresa, su cuerpo se relajó, la muralla construida se destruyó, sólo bastó dejarse llevar para afirmarse que había deseado eso. Ambas lenguas no se hicieron esperar, la lucha de egos incluso se formó en la boca de ambos, la pasión incrementó, y los segundos transcurrieron con rapidez tanto como los minutos, habían incluso encontrado la manera de respirar correctamente en medio del movimiento físico ejercido en la boca. La mujer ronroneó instintivamente en medio del beso, su temperatura corporal aumentó sin ni siquiera pedirle permiso. Sus manos se aferraban fuertemente en los descansa brazos, hasta que se dio cuenta de lo que hacía. ¡Esa no era ella!
Sus manos empujaron el pecho masculino al mismo tiempo que su rostro se ladeó. Impedía que próximos besos aparecieran, porque estaba segura que de ser así, no podría volver a controlar su deseo interno.
Cuando se supo a una distancia segura de él, su rostro volvió a dirigirse hacía el frente. Lo observaba con los ojos achicados, amenazantes, incluso en medio de esa mirada se notaba reproche, aunque en realidad no se sabía si era hacía él, o hacía ella misma. Había tropezado con una piedra firme y fuerte, esa que llevaba el nombre del cambiante. Rechinó los dientes un par de veces, estiró su brazo señalándolo, algo en el rostro del joven la ponía más de malas, esa sonrisa encantadora, y la forma en que su cuerpo se agitaba por la respiración acelerada. Se daba cuenta que ambos se encontraban así.
Se puso de pie para poder estirar el cuerpo, para intentar que sus muslos se relajaran después de aquella subida de excitación. Sí, la frígida de Narcisse Capet se había excitado.
— Parece que no tienes más que decir, y que todo se encuentra claro, ya sabes cual es tu función, que la debes de tomar y ejercer al pie de la letra, quien ganaría más que yo al obedecer eres tú, por supuesto que el pequeño, pero quien parece más ansioso era tú, así que ya sabrás que tanto quieres tratar en romper la brujería, y librarte de nosotros — Sonrió de medio lado. Por supuesto que no hablaría de lo que acababa de pasar, tampoco haría algún reclamo, eso sería darle el grado de importancia que ella no estaba dispuesto a darlo — ¿Tiene algo más que decir? Porque a diferencia de usted, yo tengo muchos pendientes y cosas que hacer como para perder el tiempo, así que sino tiene más que decir, puede retirarse a cuidar de mi puerta, así puede empezar a cumplir su trabajo — Se detuvo frente a él cruzándose de brazos.
Narcisse sabía la desventaja que poseía. Aunque fuera una mujer inteligente, ágil, poderosa y sumamente entrenada, nada se comparaba con un sobrenatural, que aunque no supiera nada de defensa, con un sólo movimiento podría doblegar a cualquiera. Todo aquello no la detenía, sabía que más de uno daría la vida por protegerla, ser una pieza fundamental en la inquisición daba grandes ventajas. En vez de temer las emociones incrementaban, la adrenalina que recorría su cuerpo la empujaba a seguir así. Lo saboreaba, por eso no le pondría freno alguno a todo aquello que apenas estaba comenzando.
En más de una ocasión observó la línea recta que se formaba en los labios masculinos. No es que fuera difícil hacer memoria de ella, eran gestos que Cédric hacía constantemente dado que el gesto era negativo, como casi todo su carácter. Le llamaba la atención su boca, también si en realidad sería tan cálida como el amor que profesaba por su hijo. Nunca negó el atractivo del cambiante, algo que incrementaba su interés. La humana hace tiempo había dejado de lado sus deseos y necesidades. Se dejaba dominar por la mente, pero siempre existían excepciones a la regla, y quizás él se había convertido en la suya; para su desgracia.
Sus ojos se cerraron sólo por un segundo, el suficiente para que él pudiera tomar acción. Aunque en un principio sus ojos se abrieron como platos mostrando su sorpresa, su cuerpo se relajó, la muralla construida se destruyó, sólo bastó dejarse llevar para afirmarse que había deseado eso. Ambas lenguas no se hicieron esperar, la lucha de egos incluso se formó en la boca de ambos, la pasión incrementó, y los segundos transcurrieron con rapidez tanto como los minutos, habían incluso encontrado la manera de respirar correctamente en medio del movimiento físico ejercido en la boca. La mujer ronroneó instintivamente en medio del beso, su temperatura corporal aumentó sin ni siquiera pedirle permiso. Sus manos se aferraban fuertemente en los descansa brazos, hasta que se dio cuenta de lo que hacía. ¡Esa no era ella!
Sus manos empujaron el pecho masculino al mismo tiempo que su rostro se ladeó. Impedía que próximos besos aparecieran, porque estaba segura que de ser así, no podría volver a controlar su deseo interno.
Cuando se supo a una distancia segura de él, su rostro volvió a dirigirse hacía el frente. Lo observaba con los ojos achicados, amenazantes, incluso en medio de esa mirada se notaba reproche, aunque en realidad no se sabía si era hacía él, o hacía ella misma. Había tropezado con una piedra firme y fuerte, esa que llevaba el nombre del cambiante. Rechinó los dientes un par de veces, estiró su brazo señalándolo, algo en el rostro del joven la ponía más de malas, esa sonrisa encantadora, y la forma en que su cuerpo se agitaba por la respiración acelerada. Se daba cuenta que ambos se encontraban así.
Se puso de pie para poder estirar el cuerpo, para intentar que sus muslos se relajaran después de aquella subida de excitación. Sí, la frígida de Narcisse Capet se había excitado.
— Parece que no tienes más que decir, y que todo se encuentra claro, ya sabes cual es tu función, que la debes de tomar y ejercer al pie de la letra, quien ganaría más que yo al obedecer eres tú, por supuesto que el pequeño, pero quien parece más ansioso era tú, así que ya sabrás que tanto quieres tratar en romper la brujería, y librarte de nosotros — Sonrió de medio lado. Por supuesto que no hablaría de lo que acababa de pasar, tampoco haría algún reclamo, eso sería darle el grado de importancia que ella no estaba dispuesto a darlo — ¿Tiene algo más que decir? Porque a diferencia de usted, yo tengo muchos pendientes y cosas que hacer como para perder el tiempo, así que sino tiene más que decir, puede retirarse a cuidar de mi puerta, así puede empezar a cumplir su trabajo — Se detuvo frente a él cruzándose de brazos.
Narcisse Capet- Inquisidor Clase Alta
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Re: No hay herejía ni filosofía tan odiosa para la iglesia, como el ser humano. || Privado
Cédric supo que estaba perdido en el momento en que la saboreó. Se sentía tan malditamente bien bajo su cuerpo. Sabía incluso mejor. Su lengua la recorrió por completo, conociendo cada recoveco, incitando a la suya a presentar batalla. La cazadora no lo decepcionó. Se entregaba a ese beso como hacía todo lo demás. Con pasión, fuerza y deseo. Un gruñido proveniente de su pecho acompañó el suave ronronear de la hembra. Quería enterrarse dentro de su calidez con una desesperación que rayaba en la demencia. De pronto se había vuelto una necesidad primitiva reclamarla. Su olor era tan poderoso y embriagador. El cambiante quería tocarla entre las piernas, solo para confirmar lo que su desarrollado sentido le decía. ¿Hacía cuánto tiempo que no se dejaba envolver por la seda de una mujer? Parecía toda una jodida vida ahora que la conocía. Su miembro estaba duro, deseoso de salir de la bragueta para tener un poco de atención, dejándole en claro que también quería unirse al juego. Antes de que su mano pudiese salir disparada para acariciar a su enemiga, ella se le adelantó. Le tomó un instante darse cuenta de lo que intentaba hacer. ¡La maldita inquisidora lo estaba empujando! ¡¿Pero qué demonios?! Un gruñido amenazador fue su respuesta. Al Alfa no le gustaba ser desafiado. Si Narcisse creía que iba a retroceder, estaba muy equivocada. No estaba en su naturaleza hacerlo. El lobo atacaba, defendía su territorio y; en lo que a él concernía, ella le pertenecía en esos instantes. Su pecho subía y bajaba con brío, como si acabara de recorrer todo el puto bosque. ¿Qué estaba mal con él? La plata, se dijo, la plata debió haberme debilitado. Pero estar allí parado, con la mirada clavada en ella, no hacía a su corazón ir más despacio ni le hacía sentir menos excitado. La vio estirarse y la odió por eso. Su cuerpo se movía con la gracia de una pantera, haciendo que sus ojos tomaran nota de cada curva que se escondía bajo esas prendas. Sin molestarse en ser discreto, inhaló con fuerza. Quería que la mujer notara lo que estaba haciendo. Quería ver en su rostro el conocimiento de que él, estaba llenando sus pulmones con su particular esencia.
Una sonrisa de satisfacción apareció entonces en las comisuras de su boca. ¿De modo que así iban a ir a las cosas? ¿Quería fingir que no había pasado nada? Qué equivocada estaba. Parecía olvidar que estaba tratando con un hombre que podía convertirse en un animal. Moncrieff, no era ningún caballero. Por un instante, quiso provocarla y decirle que no había nada que no hubiese visto ya antes. Había estado utilizando la visión compartida con su hijo desde que lo alejaron de su lado, pero hacer de conocimiento público que tenía esa habilidad, no estaba en sus planes. No iba a ponerle las cosas más fáciles. Desde que ahora Baltic estaría alrededor de esa mujer, quizás incluso cuando él no estuviese presente, tanto mejor si aseguraba su bienestar de esa manera. – ¿Cuál es la peor parte, Narcisse? ¿Saber que te has excitado por un cambiante o que deseas ver hasta dónde pudo haber llegado este maldito experimento de no haberme detenido? ¿Alguna vez lo has hecho con uno de mi tipo? – Había burla en sus cuestiones y también deseo de causar daño. La cazadora le había hecho recordar que estaba solo, que cuando regresaba a su cabaña, no había ningunos brazos cálidos para recibirlo en su cama. Recordó porqué había engañado a Arya. No porque no pudiese conquistar a una mujer. Estaba seguro que de haberlo querido, lo habría conseguido. ¡Demonios! Si en su clan había hembras dispuestas a estar con el segundo hijo del líder de la manada. Le había mentido a la hechicera solo porque en un arrebato, había querido sentirse parte de algo. – Si hubiese sido uno de esos tontos humanos bajo tu servicio, ¿les habrías dejado meterse entre tus piernas sin dudarlo? – Odiaba la idea de que su condición fuese el motivo de su reacción y también se despreciaba a sí mismo por reducirla a eso; pero el Alfa se había sentido herido y exigía su venganza de inmediato. Sin querer oír su respuesta, se dirigió hacia donde estaba Baltic. - ¿Va a quedarse contigo? ¿O también tiene que cuidar tu puerta? Es un perro, ¿cierto? -
Una sonrisa de satisfacción apareció entonces en las comisuras de su boca. ¿De modo que así iban a ir a las cosas? ¿Quería fingir que no había pasado nada? Qué equivocada estaba. Parecía olvidar que estaba tratando con un hombre que podía convertirse en un animal. Moncrieff, no era ningún caballero. Por un instante, quiso provocarla y decirle que no había nada que no hubiese visto ya antes. Había estado utilizando la visión compartida con su hijo desde que lo alejaron de su lado, pero hacer de conocimiento público que tenía esa habilidad, no estaba en sus planes. No iba a ponerle las cosas más fáciles. Desde que ahora Baltic estaría alrededor de esa mujer, quizás incluso cuando él no estuviese presente, tanto mejor si aseguraba su bienestar de esa manera. – ¿Cuál es la peor parte, Narcisse? ¿Saber que te has excitado por un cambiante o que deseas ver hasta dónde pudo haber llegado este maldito experimento de no haberme detenido? ¿Alguna vez lo has hecho con uno de mi tipo? – Había burla en sus cuestiones y también deseo de causar daño. La cazadora le había hecho recordar que estaba solo, que cuando regresaba a su cabaña, no había ningunos brazos cálidos para recibirlo en su cama. Recordó porqué había engañado a Arya. No porque no pudiese conquistar a una mujer. Estaba seguro que de haberlo querido, lo habría conseguido. ¡Demonios! Si en su clan había hembras dispuestas a estar con el segundo hijo del líder de la manada. Le había mentido a la hechicera solo porque en un arrebato, había querido sentirse parte de algo. – Si hubiese sido uno de esos tontos humanos bajo tu servicio, ¿les habrías dejado meterse entre tus piernas sin dudarlo? – Odiaba la idea de que su condición fuese el motivo de su reacción y también se despreciaba a sí mismo por reducirla a eso; pero el Alfa se había sentido herido y exigía su venganza de inmediato. Sin querer oír su respuesta, se dirigió hacia donde estaba Baltic. - ¿Va a quedarse contigo? ¿O también tiene que cuidar tu puerta? Es un perro, ¿cierto? -
Cédric Moncrieff- Condenado/Cambiante/Clase Media
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Re: No hay herejía ni filosofía tan odiosa para la iglesia, como el ser humano. || Privado
Narcisse imaginó todo aquello. La reacción negativa de un hombre al que habían rechazado, al que sin duda le pisotearon el ego sin ni siquiera imaginarlo. No lo culpaba, si estuviera en el lugar de él, muy probablemente reaccionaría de esa manera, o quizás peor. Las mujeres despechadas resultaban letales, su venganza se convertía en un acto de barbaros, y sólo el sufrimiento ajeno ayudaba para poder calmar el dolor que le habían provocado. Si existía alguna duda sólo bastaba con verla. Mirar por encima del hombro a los demás era una clara seña de dolor, alguien la había herido, la había pisoteado, y jamás volvería a dejar que volviera a ocurrir, por eso se comportaba como la peor de las mujeres, por eso buscaba sembrar odio en las reacciones ajenas. No iba a volver a involucrarse con nadie más, porque no estaba dispuesta de nuevo a perder con el corazón como primer plano.
Negó un par de veces. Se sentía cansada, encontrarse a la defensiva todo el tiempo llega a volverse complicado, en más de una ocasión su cuerpo sufrió los estragos, encontrarse alerta nunca era bueno, menos cuando la paranoia era su amiga. No le gustaba discutir con él, aunque aceptaba que de cierta manera algo de ello le gustaba, por fin había encontrado a alguien a su medida, quien no le importaba enfrentarla aún sabiendo que podría existir heridos. Su vida requería de eso: un hombre aventurero, fuerte, imponente. Alguien dispuesto a domar a una fiera salvaje. Ambos lo eran ¿Alguno cedería?
Por primera vez se dio cuenta de la soledad que existía en su vida. Era cierto, tenía familia, una hermana y un hermano. A la primera en muchas ocasiones buscaba arrancarle la cabeza, al segundo no lo veía desde hace demasiado tiempo, parecía incluso que no existía. No había más nada. Ausencias, recuerdos, perdidas, y dolor, uno que se convertía en enojo, en coraje, en una venganza que buscaba con desesperación. De morir sin crear justicia alguna su alma andaría en pena, y jodería al primero que se cruzara frente a su recuerdo aún medio viviente.
La inquisidora hizo una mueca mostrando dolor, probablemente él creería que se debía a las palabras que le otorgó, nada tenía que ver con eso, pero era mejor que lo creyera así. Darse cuenta de su realidad le calaba hondo, por un instante quiso pedirle que le diera una tregua, que ya no discutieran, que la envolviera en sus brazos estrechándola con fuerza, que le dijera que todo estaría bien, que la quisiera, y que le pidiera que abriera su corazón destruyendo sus barreras. ¡No ocurrió! No ocurriría. Su orgullo era más grande que su necesidad de ser querida, ya se había acostumbrado a eso, no tenía porque salir de su zona de comodidad. No existía peor castigo para el ser humano que lo nuevo, y no es que fuera malo, pero no tener idea de ello abrumaba. No cambiaría, claro que no se lo permitiría; su rostro se endureció más de la cuenta, sonrió con descaro, y terminó por reír con ironía.
Giró la perilla de la puerta de nuevo, con ello incrementó el dramatismo de la situación. Parecía que prácticamente lo estaba corriendo de aquella oficina.
— Le sorprenderá, señor — Suspiró, le estaba dando un poco de respeto, completa educación a quien no se lo merecía — La cantidad de criaturas que han podido alojarse entre mis piernas, no te creas tan especial, tampoco único, se lidiar entre sabanas con otras especies, parece que lo hago mejor de lo esperado, siempre quieren volver por más — De nuevo buscaba seguir dañando el orgullo de una criatura que podía arrancarle las entrañas en un abrir y cerrar de ojos si eso era lo que deseaba. No temía, era una imprudente. Demasiado soberbia para ser permitido, pero que así era. No había más.
— El cachorro se queda, es parte del trato, y no tiene nada que ver con su condición, sin embargo las consideraciones son para él, no para usted — Movió su mano, le pedía de esa forma que se alejara de la criatura, no toleraba para nada el que quisiera si quiera sacarlo de ahí. Narcisse se sentía en parte más humana con el cachorro, quizás porque despertaba en ella sentimientos que creía muertos, unos que no llevaban dobles intenciones. — ¿Tiene algo más que decirme? Porque sino, prefiero que se vaya, me ha insultado un par de veces, eso no lo tolero con nadie, no será la excepción, ¡Me estás cansando, Moncrieff! — Gruñó de nueva cuenta.
Negó un par de veces. Se sentía cansada, encontrarse a la defensiva todo el tiempo llega a volverse complicado, en más de una ocasión su cuerpo sufrió los estragos, encontrarse alerta nunca era bueno, menos cuando la paranoia era su amiga. No le gustaba discutir con él, aunque aceptaba que de cierta manera algo de ello le gustaba, por fin había encontrado a alguien a su medida, quien no le importaba enfrentarla aún sabiendo que podría existir heridos. Su vida requería de eso: un hombre aventurero, fuerte, imponente. Alguien dispuesto a domar a una fiera salvaje. Ambos lo eran ¿Alguno cedería?
Por primera vez se dio cuenta de la soledad que existía en su vida. Era cierto, tenía familia, una hermana y un hermano. A la primera en muchas ocasiones buscaba arrancarle la cabeza, al segundo no lo veía desde hace demasiado tiempo, parecía incluso que no existía. No había más nada. Ausencias, recuerdos, perdidas, y dolor, uno que se convertía en enojo, en coraje, en una venganza que buscaba con desesperación. De morir sin crear justicia alguna su alma andaría en pena, y jodería al primero que se cruzara frente a su recuerdo aún medio viviente.
La inquisidora hizo una mueca mostrando dolor, probablemente él creería que se debía a las palabras que le otorgó, nada tenía que ver con eso, pero era mejor que lo creyera así. Darse cuenta de su realidad le calaba hondo, por un instante quiso pedirle que le diera una tregua, que ya no discutieran, que la envolviera en sus brazos estrechándola con fuerza, que le dijera que todo estaría bien, que la quisiera, y que le pidiera que abriera su corazón destruyendo sus barreras. ¡No ocurrió! No ocurriría. Su orgullo era más grande que su necesidad de ser querida, ya se había acostumbrado a eso, no tenía porque salir de su zona de comodidad. No existía peor castigo para el ser humano que lo nuevo, y no es que fuera malo, pero no tener idea de ello abrumaba. No cambiaría, claro que no se lo permitiría; su rostro se endureció más de la cuenta, sonrió con descaro, y terminó por reír con ironía.
Giró la perilla de la puerta de nuevo, con ello incrementó el dramatismo de la situación. Parecía que prácticamente lo estaba corriendo de aquella oficina.
— Le sorprenderá, señor — Suspiró, le estaba dando un poco de respeto, completa educación a quien no se lo merecía — La cantidad de criaturas que han podido alojarse entre mis piernas, no te creas tan especial, tampoco único, se lidiar entre sabanas con otras especies, parece que lo hago mejor de lo esperado, siempre quieren volver por más — De nuevo buscaba seguir dañando el orgullo de una criatura que podía arrancarle las entrañas en un abrir y cerrar de ojos si eso era lo que deseaba. No temía, era una imprudente. Demasiado soberbia para ser permitido, pero que así era. No había más.
— El cachorro se queda, es parte del trato, y no tiene nada que ver con su condición, sin embargo las consideraciones son para él, no para usted — Movió su mano, le pedía de esa forma que se alejara de la criatura, no toleraba para nada el que quisiera si quiera sacarlo de ahí. Narcisse se sentía en parte más humana con el cachorro, quizás porque despertaba en ella sentimientos que creía muertos, unos que no llevaban dobles intenciones. — ¿Tiene algo más que decirme? Porque sino, prefiero que se vaya, me ha insultado un par de veces, eso no lo tolero con nadie, no será la excepción, ¡Me estás cansando, Moncrieff! — Gruñó de nueva cuenta.
Narcisse Capet- Inquisidor Clase Alta
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