AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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El Cazador que la Iglesia Quiere [Privado]
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El Cazador que la Iglesia Quiere [Privado]
¿Cuánto tiempo tenía Killer Bee desde la última visita al Vaticano?
La inquisidora no lo sabía con exactitud, aunque de algo si estaba segura, ya habían pasado años desde entonces.
Visitó al Papa y luego al obispo de España que casualmente se encontraba en el lugar. Charlaron por horas y con él Killer Bee se confesó. Pasó toda una noche con él y a la mañana siguiente, antes de partir fue llamada por el Papa.
Killer Bee se apresuró al llamado y entrando a la grande sala del Papa, se hincó frente a su santidad.
—Querida mía, ponte de pie y toma asiento que tengo una misión muy importante y no pienso confiarla a nadie más— dijo y caminó con lentitud a tomar asiento, Killer Bee le siguió de cerca y después de un nuevo gesto por parte del Papa, la inquisidora se sentó enfrente de él.
—Estoy a sus ordenes su excelencia, usted demande y yo cumpliré con su voluntad, que es la de Dios— dijo Killer Bee acompañándolo de un gesto de cabeza.
—¿Y lo es?— apremió el Papa, la inquisidora ladeó la cabeza con un semblante de interrogante. —¿Realmente es la voluntad de Dios?— continuó y con el dedo señaló el medallero que registra a todos los inquisidores, Killer Bee siguió el dedo y sostuvo su mirada en aquellas medallas que más bien eran identificaciones. —Aunque no lo parece, la iglesia pierde fuerza. Nuestros inquisidores más experimentados han abandonado la orden o han muerto perdiendo la fe, los jóvenes prometedores como lo eres tu desaparecieron. Ya no se interesan en ser soldados o espías, prefieren los laboratorios, la comodidades de los escritorios. Es por eso que has de buscar a un hombre—.
—¿Un hombre?— cuestionó la inquisidora a la vez que interrumpía a su santidad.
—Si, es un habilidoso cazador según los reportes de nuestros espías— respondió el Papa con su voz suave y paciente.
—¿Un cazador?— replicó Killer Bee frunciendo el cejo, sin comprender el por qué buscar a un cazador.
—Quiero que ayude a la iglesia, necesitamos un maestro de las armas para el entrenamiento de la facción de soldados y presiento que con su estancia aumentaremos la orden de los soldados— explicó con su paciencia y su imborrable sonrisa.
—Pero un cazador es solitario, no obedece a reglas o a alguien. Asesina por gusto y no por designio divino. Además, ¿qué sabrán ellos de la palabra de Dios?— continuaba Killer Bee refutando, y sin embargo, el Papa no mudaba de su expresión serena.
—Por eso quiero a un cazador, no quiero que a mis jóvenes les dé clases acerca de la palabra de Dios, esas clases ya las dan otros profesores y lo sabes. Quiero que los entrené como guerreros, así como Ruggero Rosso te entrenó a ti, sin hablar de la biblia, sólo de las armas, de la estrategia, de los seres sobrenaturales— y Killer Bee desvió su mirada, no estaba de acuerdo con el Papa, existían varios inquisidores maestros que podrían tomar ese cargo.
—¿Y por qué piensa que podré convencer a ese cazador, por qué no manda a una espía que se especialice en la seducción? Usted sabe que no se me da...— quiso proseguir pero el Papa la interrumpió, —es porque dudas, por que tendrás tanta curiosidad por él como él por ti. Debatirán, sus personalidades distintas harán que él te escuche y que tu quieras explicarte. A un cazador como él no se le trata con seducción. Por eso irás tu— y el Papa se levantó y caminó hasta Killer Bee, ella hizo lo propio y besó la mano que su santidad le ofreció.
—Girolamo Di Moncalieri es su nombre y se encuentra en los alrededores, en la salida te darán más información— continuó el Papa e hizo una pausa. —¿Di Moncalieri?— susurró Killer Bee más para sí que para ella y antes de hacer otra pregunta el Papa se le adelantó. —Si mi niña tiene relación con la prometida de Ruggero, y cuando termines con el señor Di Moncalieri irás por Ruggero a ejecutar la orden que ya se te hizo llegar— finalizó el Papa con seriedad en su última orden.
Y Killer Bee se quedó allí, viendo a la nada. Aquella duda sobre la misión entorno a Ruggero ya había sido contestada, la inquisidora suspiró de pena. No era algo que quisiera hacer pero sí era la voluntad del Sumo Pontífice, no dudaría en cumplirla aunque significara atentar contra uno de los seres que más quería.
Luego de un breve lapso Killer Bee dejó la estancia y se encaminó a la salida, recogió los reportes acerca de Girolamo Di Moncalieri, su retrato y la posible ubicación. Hizo una vista rápida a los documentos, los guardó en el bolso que la guardia del Papa le hubo dado y salió a coche a la casa que tenía en los Países Pontificios, necesitaba cambiar su atuendo antes de buscar al cazador.
La inquisidora no lo sabía con exactitud, aunque de algo si estaba segura, ya habían pasado años desde entonces.
Visitó al Papa y luego al obispo de España que casualmente se encontraba en el lugar. Charlaron por horas y con él Killer Bee se confesó. Pasó toda una noche con él y a la mañana siguiente, antes de partir fue llamada por el Papa.
Killer Bee se apresuró al llamado y entrando a la grande sala del Papa, se hincó frente a su santidad.
—Querida mía, ponte de pie y toma asiento que tengo una misión muy importante y no pienso confiarla a nadie más— dijo y caminó con lentitud a tomar asiento, Killer Bee le siguió de cerca y después de un nuevo gesto por parte del Papa, la inquisidora se sentó enfrente de él.
—Estoy a sus ordenes su excelencia, usted demande y yo cumpliré con su voluntad, que es la de Dios— dijo Killer Bee acompañándolo de un gesto de cabeza.
—¿Y lo es?— apremió el Papa, la inquisidora ladeó la cabeza con un semblante de interrogante. —¿Realmente es la voluntad de Dios?— continuó y con el dedo señaló el medallero que registra a todos los inquisidores, Killer Bee siguió el dedo y sostuvo su mirada en aquellas medallas que más bien eran identificaciones. —Aunque no lo parece, la iglesia pierde fuerza. Nuestros inquisidores más experimentados han abandonado la orden o han muerto perdiendo la fe, los jóvenes prometedores como lo eres tu desaparecieron. Ya no se interesan en ser soldados o espías, prefieren los laboratorios, la comodidades de los escritorios. Es por eso que has de buscar a un hombre—.
—¿Un hombre?— cuestionó la inquisidora a la vez que interrumpía a su santidad.
—Si, es un habilidoso cazador según los reportes de nuestros espías— respondió el Papa con su voz suave y paciente.
—¿Un cazador?— replicó Killer Bee frunciendo el cejo, sin comprender el por qué buscar a un cazador.
—Quiero que ayude a la iglesia, necesitamos un maestro de las armas para el entrenamiento de la facción de soldados y presiento que con su estancia aumentaremos la orden de los soldados— explicó con su paciencia y su imborrable sonrisa.
—Pero un cazador es solitario, no obedece a reglas o a alguien. Asesina por gusto y no por designio divino. Además, ¿qué sabrán ellos de la palabra de Dios?— continuaba Killer Bee refutando, y sin embargo, el Papa no mudaba de su expresión serena.
—Por eso quiero a un cazador, no quiero que a mis jóvenes les dé clases acerca de la palabra de Dios, esas clases ya las dan otros profesores y lo sabes. Quiero que los entrené como guerreros, así como Ruggero Rosso te entrenó a ti, sin hablar de la biblia, sólo de las armas, de la estrategia, de los seres sobrenaturales— y Killer Bee desvió su mirada, no estaba de acuerdo con el Papa, existían varios inquisidores maestros que podrían tomar ese cargo.
—¿Y por qué piensa que podré convencer a ese cazador, por qué no manda a una espía que se especialice en la seducción? Usted sabe que no se me da...— quiso proseguir pero el Papa la interrumpió, —es porque dudas, por que tendrás tanta curiosidad por él como él por ti. Debatirán, sus personalidades distintas harán que él te escuche y que tu quieras explicarte. A un cazador como él no se le trata con seducción. Por eso irás tu— y el Papa se levantó y caminó hasta Killer Bee, ella hizo lo propio y besó la mano que su santidad le ofreció.
—Girolamo Di Moncalieri es su nombre y se encuentra en los alrededores, en la salida te darán más información— continuó el Papa e hizo una pausa. —¿Di Moncalieri?— susurró Killer Bee más para sí que para ella y antes de hacer otra pregunta el Papa se le adelantó. —Si mi niña tiene relación con la prometida de Ruggero, y cuando termines con el señor Di Moncalieri irás por Ruggero a ejecutar la orden que ya se te hizo llegar— finalizó el Papa con seriedad en su última orden.
Y Killer Bee se quedó allí, viendo a la nada. Aquella duda sobre la misión entorno a Ruggero ya había sido contestada, la inquisidora suspiró de pena. No era algo que quisiera hacer pero sí era la voluntad del Sumo Pontífice, no dudaría en cumplirla aunque significara atentar contra uno de los seres que más quería.
Luego de un breve lapso Killer Bee dejó la estancia y se encaminó a la salida, recogió los reportes acerca de Girolamo Di Moncalieri, su retrato y la posible ubicación. Hizo una vista rápida a los documentos, los guardó en el bolso que la guardia del Papa le hubo dado y salió a coche a la casa que tenía en los Países Pontificios, necesitaba cambiar su atuendo antes de buscar al cazador.
Camile Avery- Inquisidor Clase Alta
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Fecha de inscripción : 28/09/2012
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Re: El Cazador que la Iglesia Quiere [Privado]
Había viajado a los estados pontificios desde Paris, porque un espía le tenía información importante del paradero de su padre, aquel hijo de ramera, que ocultándose en su noble cuna había engendrado no uno sino dos hijos, con la misma mujer y aunque intuía que había sido por amor, él, no se lo perdonaría, por cobarde, por no luchar por lo que amaba, - Todo hombre que no locha por lo que ama es un total cobarde – dijo mientras apresuraba el trago de excelente vino Shyrac, un añejo de las mejores reservas, esas que solo estaban destinadas a la mesa del Santo Padre, se quedó viendo la copa medio vacía, de pronto ese elixir le supo amargo. Vio sus propios ojos reflejados en el cristal del ventanal de su Villa Giulia aquella que comprara pensando en el recuerdo de su madre. – tú no eres mejor que tu padre – mascullo, apretando la copa en su mano – ¿acaso luchaste por el amor de Maryeva? – se reprochó, mirando con odio serval, esos ojos verdes azulados que lo miraban inquisidores desde el reflejo - ¡No! – gritó mientras estampaba la fina copa de cristal en la pared dejando una aureola color sangre. - ¡no!, la dejaste ir, la alejaste de ti, le hiciste sentir que no era digna de ti, que solo la usabas para saciar tus instintos y que era una simple… una simple … puta – dijo mientras esa última palabra le sangraba en la boca.
Se pasó la mano temblorosa, por su frente, acomodando su pelo y sintió los débiles golpes en la puerta, seguro era la mujer que cuidaba de todo en aquella mansión - señor, ¿se encuentra bien? – Miró furioso hacia la puerta – ¡lárgate! Mujer entrometida del demonio. Vete no quiero volver a ver tu rostro – hubiera querido gritarle, pero era un caballero ante todo – no pasa nada, Susana, vuelve a tus cosa, solo una distracción de mi parte – dijo con la voz aun cargada de la tormenta emocional que lo acosaba – no necesitaré nada más por hoy, puedes retirarte - . Miró la habitación, le parecía tan fría, tan extraña, nada le llamaba la atención, volvió a mirar la huella en la pared y un escalofrío le recorrió el espinazo, si hubiera sido supersticioso diría que la imagen que se había formado era el anuncio de una muerte, de la muerte de un ser al que amaba con desesperación, sin dejar de mirar aquella imagen premonitoria, buscó donde sentarse y apoyando sus codos en sus rodillas tomó su cabeza entre las manos y dejó que el amargo sentimiento de abandono lo cubriera como un manto.
Lloró como un crio, durante horas, pensando en ella, en que nunca más su cuerpo recibiría el suyo, ni sus labios cubrirían esa piel sedosa, ni llegaría al límite del paraíso en el momento del éxtasis. – solo contigo amor – susurro dolorido y desesperado, hurgó en el bolsillo izquierdo de su chaleco, allí pegado al corazón, sacó el retrato pintado, aquella miniatura de su único amor, lo acarició con sus dedos como si pudiera sentir la delicadeza de esos labios, las miradas llenas de deseo de esos ojos y acercó sus labios a esa reliquia, tal si fueran las de un santo, cerró los ojos y pensó en los besos que ella le diera. – Cuando vuelva a Paris, amor, juro buscarte, dejaré todo por ti, nada, ni nadie, logrará hacer que me demore, ni siquiera Dios – dijo sin pensar que esas palabras podrían ser una blasfemia.
Decidió salir a tomar una grapa por alguno de los tantos lugares que existían en la afueras de esa ciudad y por ahí, desfogar ese deseo de sentir aunque mas no fuera en una leve ilusión las caricias de su amada, aunque no fueran otra cosa que las de una puta en alguno de los burdeles que proliferaban por esa zona – vamos que bien vienen a estos sitios tanto, cazadores, inquisidores y ensotanados – se dijo para sí mismo mientras cabalgaba airoso en un bello ejemplar frisón. No tardó en llegar a un tranquilo mesón donde pidió una botella de la mejor grapa y un poco de chorizo, queso y pan – para que más, si solo en tus pechos, encuentro, el néctar que necesito – mascullo, mientras daba un mordisco al trozo de pan.
Se pasó la mano temblorosa, por su frente, acomodando su pelo y sintió los débiles golpes en la puerta, seguro era la mujer que cuidaba de todo en aquella mansión - señor, ¿se encuentra bien? – Miró furioso hacia la puerta – ¡lárgate! Mujer entrometida del demonio. Vete no quiero volver a ver tu rostro – hubiera querido gritarle, pero era un caballero ante todo – no pasa nada, Susana, vuelve a tus cosa, solo una distracción de mi parte – dijo con la voz aun cargada de la tormenta emocional que lo acosaba – no necesitaré nada más por hoy, puedes retirarte - . Miró la habitación, le parecía tan fría, tan extraña, nada le llamaba la atención, volvió a mirar la huella en la pared y un escalofrío le recorrió el espinazo, si hubiera sido supersticioso diría que la imagen que se había formado era el anuncio de una muerte, de la muerte de un ser al que amaba con desesperación, sin dejar de mirar aquella imagen premonitoria, buscó donde sentarse y apoyando sus codos en sus rodillas tomó su cabeza entre las manos y dejó que el amargo sentimiento de abandono lo cubriera como un manto.
Lloró como un crio, durante horas, pensando en ella, en que nunca más su cuerpo recibiría el suyo, ni sus labios cubrirían esa piel sedosa, ni llegaría al límite del paraíso en el momento del éxtasis. – solo contigo amor – susurro dolorido y desesperado, hurgó en el bolsillo izquierdo de su chaleco, allí pegado al corazón, sacó el retrato pintado, aquella miniatura de su único amor, lo acarició con sus dedos como si pudiera sentir la delicadeza de esos labios, las miradas llenas de deseo de esos ojos y acercó sus labios a esa reliquia, tal si fueran las de un santo, cerró los ojos y pensó en los besos que ella le diera. – Cuando vuelva a Paris, amor, juro buscarte, dejaré todo por ti, nada, ni nadie, logrará hacer que me demore, ni siquiera Dios – dijo sin pensar que esas palabras podrían ser una blasfemia.
Decidió salir a tomar una grapa por alguno de los tantos lugares que existían en la afueras de esa ciudad y por ahí, desfogar ese deseo de sentir aunque mas no fuera en una leve ilusión las caricias de su amada, aunque no fueran otra cosa que las de una puta en alguno de los burdeles que proliferaban por esa zona – vamos que bien vienen a estos sitios tanto, cazadores, inquisidores y ensotanados – se dijo para sí mismo mientras cabalgaba airoso en un bello ejemplar frisón. No tardó en llegar a un tranquilo mesón donde pidió una botella de la mejor grapa y un poco de chorizo, queso y pan – para que más, si solo en tus pechos, encuentro, el néctar que necesito – mascullo, mientras daba un mordisco al trozo de pan.
Bernard Liusse- Vampiro Clase Media
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Re: El Cazador que la Iglesia Quiere [Privado]
Se vistió como una inquisidora del Vaticano, igual a una jinete, de negro ataviada con una cruz de plata muy brillante y un rosario de madera bendecido por su santidad, llevaba puesto un ámbito blanco y grabada en éste una gran cruz roja con bordes en oro. Se puso una capa negra, con los bordes rojos y bajo su capa se colocó un correaje con cartuchera y se enfundó el revólver que le dio Ruggero Rosso. En su cinto cargó su larga espada que grabada en la hoja llevaba una oración y finalmente en su bota derecha colocó un estilete.
Killer Bee se sintió lista y decidida se dispuso a salir, sin embargo en la puerta se detuvo. Sacó el revólver de la cartuchera y la miró. Había liberado muchas almas malditas con sus finos disparos, su orgullosa arma que tanto quería comenzaba a sentirse pesada. Pensó en Ruggero Rosso —¡Idiota!— exclamó como si lo viese de frente, —¿por qué desertaste maestro, será acaso alguna brujería que lo influenció?— repuso furiosa y arrojó el arma como una niña berrinchuda, desvió la mirada y sintió ganas de llorar. Por primera vez en su vida se encontraba en una encrucijada pero ella sabía que si no quería dudar cuando tuviera en frente a Ruggero Rosso, tenía que mentalizarse desde ahora, si habría de llorar, este era el momento, mas Killer Bee no lo hizo, sólo apretó los puños y salió.
Afuera ya le esperaban con un hermoso corcel blanco y la dirección del supuesto lugar donde habían visto a Girolamo Di Moncalieri, Killer Bee montó y vio al joven inquisidor que le había preparado todo para el viaje, era un aprendiz de espía que le facilitó un grande sombrero negro estilo español y con una pluma roja.
—Tu revólver— pidió Killer Bee extendiendo su mano y sin voltear a ver al joven. De inmediato le entregó el arma y la guardó en la cartuchera vacía.
Inició su camino a la Villa Giulia una propiedad del señor Di Moncalieri, llegó a las afueras de una ciudad límite con la Villa Guilia, un camino de seis horas recorrido en cuatro con el galope del corcel de mata gris, primero llevó el corcel a un establo y pago con monedas de plata. La gente de los alrededores miraban a Killer Bee con respeto y cuando cruzaban con la mirada de la inquisidora la reverenciaban con respeto y algunos con temor, ya que al parecer lo vio Killer Bee hacía mucho que ningún inquisidor se pasaba por ahí.
—La iglesia se encuentra por allá— se le acercó un hombre de edad avanzada, —si quiere la puedo acompañar su santidad— continuó y antes de que continuara Killer Bee alzó su mano en gesto de que guardara silencio.
—Gracias buen hombre pero mi misión no le atañe a su sacerdote— dijo y entonces al hombre se le pusieron los ojos como platos, palideció y se retiró cabizbajo. Killer Bee pensó en preguntar por la Villa, sin embargo, no lo hizo decidió ir a un mesón, sin imaginarse que encontraría allí.
Se sentó en la barra y vio pasar a un hombre con una charola que llevaba chorizo, queso, pan y una botella. —Deme un extracto de jugo, cualquiera que tenga— se dirigió al de la barra.
—Como ordene su excelencia— dijo, Killer Bee asintió, no le gustaba que le llamarán así, pues no lo era y la ignorancia de la gente le irritaba, pero no hizo nada al respecto, el hecho era que sólo quería encontrar a Girolamo lo más pronto posible y de esta forma concluir su misión.
Mientras esperaba volteó ligeramente a una mesa y lo vio, Girolamo Di Moncalieri, estaba comiendo precisamente lo que llevaba la charola de hacía pocos minutos. Killer Bee lo miró con interés, era un cazador joven y atractivo, de ojos azules y con un mentón fuerte, todo un hombre que cualquier mujer desearía. Pero la mirada altivo hacía que Killer Bee pensará en la selección, la discriminación, la soberbia... ¿Sería aquel cazador un divo? De eso Killer Bee se enteraría.
La inquisidora aguardó a que comiera y bebiera, no pretendía interrumpirlo en plena comida ya que a ella eso le fastidiaba y procuraba no hacer lo que no quería que le hicieran.
El jugo llegó al fin, Killer Bee lo tomó y le pareció que el hombre le miraba, o al menos lo había hecho según creía, tomó con avidez y caminó finalmente hasta Girolamo. No estaba segura de sí fue real esa mirada pero no esperaría a que él se fuese. Killer Bee iba vestida como lo que era, una inquisidora y si él (aunque el informe lo negaba) tenía problemas con la inquisición se marcharía de inmediato. Por lo tanto, Killer Bee se apresuró.
—¡Buon pomeriggio!— saludó en el idioma local, sin ocultar su acento inglés. El cazador a penas la miró, pues, hasta un tonto sabría lo que ella era. —No le molesta que me siente, ¿o sí? Después de todo, ¿espera a alguien?— continuó mientras tomaba asiento y clavaba sus ojos en los de él.
—Mi nombre es Cammile y como ya lo habrá notado, soy una sirviente de la iglesia señor Di Moncalieri— y le sonrió. Un joven tendiente retiró el sombrero que la inquisidora le ofreció exponiendo su cabello negro, la luz iluminó su agraciado rostro produciendo un brillo especial en sus ojos azules. —He venido a usted con un propósito, el Papa lo quiere y pretende ofrecerle una remuneración muy atractiva— la sonrisa se le borró de la cara, se dedicó a examinar la facciones del cazador, el color y la forma del cabello y esperó la respuesta.
Killer Bee se sintió lista y decidida se dispuso a salir, sin embargo en la puerta se detuvo. Sacó el revólver de la cartuchera y la miró. Había liberado muchas almas malditas con sus finos disparos, su orgullosa arma que tanto quería comenzaba a sentirse pesada. Pensó en Ruggero Rosso —¡Idiota!— exclamó como si lo viese de frente, —¿por qué desertaste maestro, será acaso alguna brujería que lo influenció?— repuso furiosa y arrojó el arma como una niña berrinchuda, desvió la mirada y sintió ganas de llorar. Por primera vez en su vida se encontraba en una encrucijada pero ella sabía que si no quería dudar cuando tuviera en frente a Ruggero Rosso, tenía que mentalizarse desde ahora, si habría de llorar, este era el momento, mas Killer Bee no lo hizo, sólo apretó los puños y salió.
Afuera ya le esperaban con un hermoso corcel blanco y la dirección del supuesto lugar donde habían visto a Girolamo Di Moncalieri, Killer Bee montó y vio al joven inquisidor que le había preparado todo para el viaje, era un aprendiz de espía que le facilitó un grande sombrero negro estilo español y con una pluma roja.
—Tu revólver— pidió Killer Bee extendiendo su mano y sin voltear a ver al joven. De inmediato le entregó el arma y la guardó en la cartuchera vacía.
Inició su camino a la Villa Giulia una propiedad del señor Di Moncalieri, llegó a las afueras de una ciudad límite con la Villa Guilia, un camino de seis horas recorrido en cuatro con el galope del corcel de mata gris, primero llevó el corcel a un establo y pago con monedas de plata. La gente de los alrededores miraban a Killer Bee con respeto y cuando cruzaban con la mirada de la inquisidora la reverenciaban con respeto y algunos con temor, ya que al parecer lo vio Killer Bee hacía mucho que ningún inquisidor se pasaba por ahí.
—La iglesia se encuentra por allá— se le acercó un hombre de edad avanzada, —si quiere la puedo acompañar su santidad— continuó y antes de que continuara Killer Bee alzó su mano en gesto de que guardara silencio.
—Gracias buen hombre pero mi misión no le atañe a su sacerdote— dijo y entonces al hombre se le pusieron los ojos como platos, palideció y se retiró cabizbajo. Killer Bee pensó en preguntar por la Villa, sin embargo, no lo hizo decidió ir a un mesón, sin imaginarse que encontraría allí.
Se sentó en la barra y vio pasar a un hombre con una charola que llevaba chorizo, queso, pan y una botella. —Deme un extracto de jugo, cualquiera que tenga— se dirigió al de la barra.
—Como ordene su excelencia— dijo, Killer Bee asintió, no le gustaba que le llamarán así, pues no lo era y la ignorancia de la gente le irritaba, pero no hizo nada al respecto, el hecho era que sólo quería encontrar a Girolamo lo más pronto posible y de esta forma concluir su misión.
Mientras esperaba volteó ligeramente a una mesa y lo vio, Girolamo Di Moncalieri, estaba comiendo precisamente lo que llevaba la charola de hacía pocos minutos. Killer Bee lo miró con interés, era un cazador joven y atractivo, de ojos azules y con un mentón fuerte, todo un hombre que cualquier mujer desearía. Pero la mirada altivo hacía que Killer Bee pensará en la selección, la discriminación, la soberbia... ¿Sería aquel cazador un divo? De eso Killer Bee se enteraría.
La inquisidora aguardó a que comiera y bebiera, no pretendía interrumpirlo en plena comida ya que a ella eso le fastidiaba y procuraba no hacer lo que no quería que le hicieran.
El jugo llegó al fin, Killer Bee lo tomó y le pareció que el hombre le miraba, o al menos lo había hecho según creía, tomó con avidez y caminó finalmente hasta Girolamo. No estaba segura de sí fue real esa mirada pero no esperaría a que él se fuese. Killer Bee iba vestida como lo que era, una inquisidora y si él (aunque el informe lo negaba) tenía problemas con la inquisición se marcharía de inmediato. Por lo tanto, Killer Bee se apresuró.
—¡Buon pomeriggio!— saludó en el idioma local, sin ocultar su acento inglés. El cazador a penas la miró, pues, hasta un tonto sabría lo que ella era. —No le molesta que me siente, ¿o sí? Después de todo, ¿espera a alguien?— continuó mientras tomaba asiento y clavaba sus ojos en los de él.
—Mi nombre es Cammile y como ya lo habrá notado, soy una sirviente de la iglesia señor Di Moncalieri— y le sonrió. Un joven tendiente retiró el sombrero que la inquisidora le ofreció exponiendo su cabello negro, la luz iluminó su agraciado rostro produciendo un brillo especial en sus ojos azules. —He venido a usted con un propósito, el Papa lo quiere y pretende ofrecerle una remuneración muy atractiva— la sonrisa se le borró de la cara, se dedicó a examinar la facciones del cazador, el color y la forma del cabello y esperó la respuesta.
Camile Avery- Inquisidor Clase Alta
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Fecha de inscripción : 28/09/2012
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Re: El Cazador que la Iglesia Quiere [Privado]
Aun los recuerdos le nublaban el entendimiento, cuando entre sus ensoñaciones pudo ver una figura vestida como inquisidor que entraba al mesón. La observó sin mucha curiosidad solo el acostumbrado análisis casi inconsciente para decidir a qué raza pertenecía. No le llamó la atención más del hecho de que se trataba de un “perro de la inquisición” como él los llamaba. Dio otro mordisco y apresuró el bocado con un poco de grapa. – Maldición, que querrán, estos, no aparecen nunca y cuando lo hacen es para problemas – pensó mientras, bajaba la cabeza y cerraba los ojos un instante tratando de serenar su mente que volaba con mil problemas.
- Cuando vuelva a Paris, hablaré seriamente con ese mequetrefe de Rosso y más le vale que no haya osado ponerle un dedo encima a Chiara – farfullo, ese perro viejo le traía mala espina, sabía muy bien que aunque tratara de abandonar la organización no se lo permitirían. Como así también conocía los peligros que correría su hermana, si esa unión se consumaba físicamente, la inquisición podría detenerla por bruja – dirán que lo hechizo con su vientre – caviló – ¡ Puta Madre! – gruño, no quería ver a su hermana en una hoguera. Tendría que ayudar a ese tipejo como fuera para que todo saliera bien, porque si intentaba separarlos, su hermana moriría de tristeza, no era inconsciente, había visto esos ojos soñadores, ese volver a la vida luego de haber vivido muerta durante tantos meses – pero justo te tenías que enamorar de un asesino de la Inquisición – volvió a mascullar.
Su cabeza voló a otro pensamiento, él no era mejor que su hermana, ¿acaso no se había enamorado de un enemigo? Acasos rompiendo todas las normas, ¿no se había unido a ella, por amor? Sus ojos de fijaron en el líquido transparente que era contenido en su vaso. Como si fuera un catalizador de sus pensamientos y recuerdos se sintió transportado a otro tiempo, a otro lugar, a ese lecho en el que se amaban. La recordó, con sus cabellos sueltos y alborotados, rosada y sudada por lo que acababan de hacer. Sus miradas veladas de pasión, su mano recorriéndole el vientre, sus bocas unidas y susurrándose juramentos que no pudo cumplir. Aquella última vez, no hacía más de dos meses, ella había insinuado tener un hijo y él, aunque en ese momento alego que no quería ningún sobrenatural en su familia y que lo repudiaría, solo lo había hecho para cuidarla – ¿cómo explicarle que algo así sería su sentencia de muerte? - pensó,- que un niño quedaría huérfano - y él que lo había vivido, no podía permitir que un ser de su carne sufriera eso. Aunque tener un hijo de Maryeva fuera su sueño más preciado. Todavía podía sentir la mirada de profundo rencor que ella le había obsequiado, como se marchara dejándole un vacío que hasta ahora y por el resto de la vida no podría llenar. Masculló otro insulto mientras se tragaba el líquido – ojalá fuera veneno, me lo merezco por dañarte - susurró mientras contemplaba el vaso ya vacío. – loco, eres un demente -, pensó mientras, recordaba las veces que luego de la ruptura de aquella relación la había seguido, conocía todos los lugares donde se dirigía, con quienes se codeaba, que ahora vivía sola y que desde hacía un tiempo a esta parte, su salud no estaba del todo bien. Se mesó el mentón pensando, cuál sería el mal que la estaba aquejando.
En ese momento, se percató que la mujer inquisidora, que había estado sentada se levantaba y se dirigía en su dirección – maldita mi suerte, y ahora que quiere este “perro” – farfullo. Ella lo saludó en italiano pero con un terrible acento que destrozaba el armonioso idioma del amor, contestó el saludo con un gesto. Cuando, ella, pidió permiso para sentarse pero sin esperar que él accediera hizo que Girolamo enarcara una ceja – de educación, cero, debe ser un buen asesino, nada de normas, las justas y necesarias – caviló mientras la recorría con la mirada como si evaluara cuanto podía vales – llegas, matas y te vas - pensó mientras en su rostro se dibujaba una sonrisa de compromiso y un hartazgo en la mirada.
A sus palabras y la oferta del Santo Padre, él la miró incrédulo, - ¿tiene el tupé de venirme a pedir algo? – pensó mientras trataba de calmar las ganas de darle un golpe y sacarla a empujones del local, pero era un hombre que podía ocultar sus emociones y un diplomático de cuna. Se sirvió una generosa medida de Grapa y la apresuró por su garganta, el líquido pasó quemando su interior, pero el fuego era más fuerte en su pecho que en su garganta. Una lagrima se formó en sus ojos y tras golpear el vaso contra la mesa y acomodarse para verla a los ojos le contesto – Señorita Cammile, es una pérdida de tiempo, para usted y para mí, tengo muchas obligaciones pendiente, sepa que no necesito más de lo que tengo y si en otro momento el Santo Padre me hubiera pedido que mate mil infieles lo habría hecho con devoción – la observó un instante, quería ver que ella entendiera – pero toda relación debe tener reciprocidad. Dígale, que el día que dejó a su suerte a mi familia, para ser asesinada por aquellos vampiros, rompió nuestro contrato y si encuentra la maldita forma de volverlos a la vida, me avise así le acepto este trabajito – concluyó.
Buscó su sombrero del asiento de al lado y guardó su pistola en el cinturón, se incorporó – lo lamento pero la entrevista a terminado, buenas tardes – le dijo en un excelente ingles, le hizo una reverencia y caminó hacia la salida – Domínico, anótame esto y lo que consumió la señorita – dijo desde la puerta al cantinero.
- Cuando vuelva a Paris, hablaré seriamente con ese mequetrefe de Rosso y más le vale que no haya osado ponerle un dedo encima a Chiara – farfullo, ese perro viejo le traía mala espina, sabía muy bien que aunque tratara de abandonar la organización no se lo permitirían. Como así también conocía los peligros que correría su hermana, si esa unión se consumaba físicamente, la inquisición podría detenerla por bruja – dirán que lo hechizo con su vientre – caviló – ¡ Puta Madre! – gruño, no quería ver a su hermana en una hoguera. Tendría que ayudar a ese tipejo como fuera para que todo saliera bien, porque si intentaba separarlos, su hermana moriría de tristeza, no era inconsciente, había visto esos ojos soñadores, ese volver a la vida luego de haber vivido muerta durante tantos meses – pero justo te tenías que enamorar de un asesino de la Inquisición – volvió a mascullar.
Su cabeza voló a otro pensamiento, él no era mejor que su hermana, ¿acaso no se había enamorado de un enemigo? Acasos rompiendo todas las normas, ¿no se había unido a ella, por amor? Sus ojos de fijaron en el líquido transparente que era contenido en su vaso. Como si fuera un catalizador de sus pensamientos y recuerdos se sintió transportado a otro tiempo, a otro lugar, a ese lecho en el que se amaban. La recordó, con sus cabellos sueltos y alborotados, rosada y sudada por lo que acababan de hacer. Sus miradas veladas de pasión, su mano recorriéndole el vientre, sus bocas unidas y susurrándose juramentos que no pudo cumplir. Aquella última vez, no hacía más de dos meses, ella había insinuado tener un hijo y él, aunque en ese momento alego que no quería ningún sobrenatural en su familia y que lo repudiaría, solo lo había hecho para cuidarla – ¿cómo explicarle que algo así sería su sentencia de muerte? - pensó,- que un niño quedaría huérfano - y él que lo había vivido, no podía permitir que un ser de su carne sufriera eso. Aunque tener un hijo de Maryeva fuera su sueño más preciado. Todavía podía sentir la mirada de profundo rencor que ella le había obsequiado, como se marchara dejándole un vacío que hasta ahora y por el resto de la vida no podría llenar. Masculló otro insulto mientras se tragaba el líquido – ojalá fuera veneno, me lo merezco por dañarte - susurró mientras contemplaba el vaso ya vacío. – loco, eres un demente -, pensó mientras, recordaba las veces que luego de la ruptura de aquella relación la había seguido, conocía todos los lugares donde se dirigía, con quienes se codeaba, que ahora vivía sola y que desde hacía un tiempo a esta parte, su salud no estaba del todo bien. Se mesó el mentón pensando, cuál sería el mal que la estaba aquejando.
En ese momento, se percató que la mujer inquisidora, que había estado sentada se levantaba y se dirigía en su dirección – maldita mi suerte, y ahora que quiere este “perro” – farfullo. Ella lo saludó en italiano pero con un terrible acento que destrozaba el armonioso idioma del amor, contestó el saludo con un gesto. Cuando, ella, pidió permiso para sentarse pero sin esperar que él accediera hizo que Girolamo enarcara una ceja – de educación, cero, debe ser un buen asesino, nada de normas, las justas y necesarias – caviló mientras la recorría con la mirada como si evaluara cuanto podía vales – llegas, matas y te vas - pensó mientras en su rostro se dibujaba una sonrisa de compromiso y un hartazgo en la mirada.
A sus palabras y la oferta del Santo Padre, él la miró incrédulo, - ¿tiene el tupé de venirme a pedir algo? – pensó mientras trataba de calmar las ganas de darle un golpe y sacarla a empujones del local, pero era un hombre que podía ocultar sus emociones y un diplomático de cuna. Se sirvió una generosa medida de Grapa y la apresuró por su garganta, el líquido pasó quemando su interior, pero el fuego era más fuerte en su pecho que en su garganta. Una lagrima se formó en sus ojos y tras golpear el vaso contra la mesa y acomodarse para verla a los ojos le contesto – Señorita Cammile, es una pérdida de tiempo, para usted y para mí, tengo muchas obligaciones pendiente, sepa que no necesito más de lo que tengo y si en otro momento el Santo Padre me hubiera pedido que mate mil infieles lo habría hecho con devoción – la observó un instante, quería ver que ella entendiera – pero toda relación debe tener reciprocidad. Dígale, que el día que dejó a su suerte a mi familia, para ser asesinada por aquellos vampiros, rompió nuestro contrato y si encuentra la maldita forma de volverlos a la vida, me avise así le acepto este trabajito – concluyó.
Buscó su sombrero del asiento de al lado y guardó su pistola en el cinturón, se incorporó – lo lamento pero la entrevista a terminado, buenas tardes – le dijo en un excelente ingles, le hizo una reverencia y caminó hacia la salida – Domínico, anótame esto y lo que consumió la señorita – dijo desde la puerta al cantinero.
Bernard Liusse- Vampiro Clase Media
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Re: El Cazador que la Iglesia Quiere [Privado]
Y Girolamo salió, Killer Bee no le siguió de inmediato, de hecho reparó en las palabras del cazador. –¿Qué tiene de especial este cazador?– pensó mientras mantenía fruncido el cejo. Pero entonces Killer Bee tuvo una interesante idea, atacarle, y no físicamente, sino de forma sentimental, tocar esas cicatrices y con el aguijón de sus palabras abrir heridas. Solamente así podría saciar las dudas que envolvían a Girolamo, al enigmanitco cazador.
Killer Bee al fin se retiró, Girolamo no estaba muy lejos por lo que forzando el paso Killer Bee logró darle alcance, caminando junto a él.
—La iglesia no quiere que pelees por ellos, después de todo alguien que no tiene interés en la vida no es más que un alma en pena. El Papa te quiere como maestro de armas, un instructor en las artes de guerra... ¿Dices que la entrevista ha terminado? Sí, concuerdo desde un principio yo no tenía interés en ti, no entiendo el porqué tu y no alguien más. Para mis ojos y mi entendimientos no eres más que un hombre herido que no se atreve a superar su dolor, un hombre que aleja a sus seres queridos y busca en el alcohol y la matanza una paz que nunca encontrará— hablaba Killer Bee en inglés, sin siquiera mirarlo, con sus gestos serios y una voz firme.
—Digame señor Di Moncalieri, ¿qué clase de hombre es usted?— dijo más como un reto que como una pregunta y se detuvo, esperando que se volteara para verle a los ojos. —¿Es el cobarde que añora morir pero que no se atreve a quitarse la propia vida, escudándose en la falta que le ahoría a otros?, ¿o es el hombre intrigante que me cautivará hasta que descubra su enigma, comprenda su psicología y forma de pensar?—
Pero Girolamo no respondía y Killer Bee siguió asediándolo de comentarios, aún no provocaba heridas y tenía que ejercer más precisión.
—¡A Usted y yo nos une la presencia de un hombre, aquel que desposará a su hermana!— exclamó con astucia, en aquel cazador debería de existir un amor y la inquisidora apostó por la hermana, después de todo era muy posible que Girolamo buscará a Killer Bee, buscarla para asesinarla si mataba a Ruggero o a Chiara.
—No se necesita ser un miembro de la iglesia para saber que se les hace a los desertores, a los que abandonan la orden antes de cumplir con su palabra a Dios. Ruggero Rosso es un maestro inquisidor él ya desertó una vez y fue perdonado, pero en sus nuevos votos juró servir a la iglesia el resto de su vida. Ahora lo comprende, su hermana no tiene futuro con él y a ella también la capturarán— sentenció la inquisidora, sacó el pergamino con la orden que le dieran y lo arrojó a los pies del cazador. —La orden ya ha sido dada. Léelo por ti mismo—.
Killer Bee esperó a que lo leyese y entonces dijo, —no siempre una recompensa es medida en el precio de un metal o una joya, a veces y sólo a veces negociar la salvación de dos vidas por un servicio es la gratificación— así dijo.
—¿A qué le teme usted señor Di Moncalieri?—
Killer Bee al fin se retiró, Girolamo no estaba muy lejos por lo que forzando el paso Killer Bee logró darle alcance, caminando junto a él.
—La iglesia no quiere que pelees por ellos, después de todo alguien que no tiene interés en la vida no es más que un alma en pena. El Papa te quiere como maestro de armas, un instructor en las artes de guerra... ¿Dices que la entrevista ha terminado? Sí, concuerdo desde un principio yo no tenía interés en ti, no entiendo el porqué tu y no alguien más. Para mis ojos y mi entendimientos no eres más que un hombre herido que no se atreve a superar su dolor, un hombre que aleja a sus seres queridos y busca en el alcohol y la matanza una paz que nunca encontrará— hablaba Killer Bee en inglés, sin siquiera mirarlo, con sus gestos serios y una voz firme.
—Digame señor Di Moncalieri, ¿qué clase de hombre es usted?— dijo más como un reto que como una pregunta y se detuvo, esperando que se volteara para verle a los ojos. —¿Es el cobarde que añora morir pero que no se atreve a quitarse la propia vida, escudándose en la falta que le ahoría a otros?, ¿o es el hombre intrigante que me cautivará hasta que descubra su enigma, comprenda su psicología y forma de pensar?—
Pero Girolamo no respondía y Killer Bee siguió asediándolo de comentarios, aún no provocaba heridas y tenía que ejercer más precisión.
—¡A Usted y yo nos une la presencia de un hombre, aquel que desposará a su hermana!— exclamó con astucia, en aquel cazador debería de existir un amor y la inquisidora apostó por la hermana, después de todo era muy posible que Girolamo buscará a Killer Bee, buscarla para asesinarla si mataba a Ruggero o a Chiara.
—No se necesita ser un miembro de la iglesia para saber que se les hace a los desertores, a los que abandonan la orden antes de cumplir con su palabra a Dios. Ruggero Rosso es un maestro inquisidor él ya desertó una vez y fue perdonado, pero en sus nuevos votos juró servir a la iglesia el resto de su vida. Ahora lo comprende, su hermana no tiene futuro con él y a ella también la capturarán— sentenció la inquisidora, sacó el pergamino con la orden que le dieran y lo arrojó a los pies del cazador. —La orden ya ha sido dada. Léelo por ti mismo—.
Se alza la siguiente acta como autorización a:
Dar muerte al desertor Ruggero Rosso.
[Pues ha faltado a la palabra de Dios por segunda ocasión.
No se sometió al castigo de la iglesia.
Ofensa al Sumo Pontífice]
Capturar a la Srta. Chiara Di Moncalieri
[A motivo de investigación e interrogación
La iglesia a de comprobar la causa que hizo
que Ruggero Rosso desertara por segunda ocasión.]
Killer Bee esperó a que lo leyese y entonces dijo, —no siempre una recompensa es medida en el precio de un metal o una joya, a veces y sólo a veces negociar la salvación de dos vidas por un servicio es la gratificación— así dijo.
—¿A qué le teme usted señor Di Moncalieri?—
Camile Avery- Inquisidor Clase Alta
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Re: El Cazador que la Iglesia Quiere [Privado]
Cuando llegó a la calle, pensó a donde se dirigiría, no deseaba volver a Villa Giulia, aun quería pasar la noche en un burdel, pero el incidente con aquel perro de la Inquisición le había fastidiado la tarde. Además, debía comprar algunas semillas, y otros utensilios para la labranza y las bodegas de la Villa.
Se puso su sombrero y caminó deprisa, pero en seguida escuchó los pasos de aquella mujer que lo seguía, intentó eludirla pero se notaba que era un buen perro de caza. Pronto la tuvo a su lado, la miró de soslayo - fuera de ese ropaje estúpido es una bella hembra, pero solo para un revolcón – pensó, siguió con la vista fija a la distancia y la mirada altiva. Ella le hablaba, se dio cuenta que su intención era provocarlo, pero él era un hombre con demasiado entrenamiento para caer en una simple treta.
A su primer alegato, contesto mentalmente – poco me importa lo que la Iglesia quiera o pretenda de mí. ¡Que le vaya a enseñar a sus vástagos el puto gusano que me engendro! Lo que haga con mi vida y mis borracheras es cosa solamente mía – caviló mientras tensionaba la mandíbula y seguía su camino. – Lo que tu pienses de mí me importa muy poco chucho endemoniado – le hubiera espetado en la cara. Aunque le hablara en inglés, en francés, en ruso, en alemán, lenguas que él conocía muy bien, le importaba muy poco lo que ella insinuara.
La sintió detenerse y preguntarle qué tipo de hombre era, un cobarde o un enigma, él se detuvo, pero no se dio vuelta ni se acercó a ella, solo esperó que siguiera con su soliloquio mientras mantenía levantada la mirada. No le daría la satisfacción de hacer contacto visual. Volvió a pensar que le diría – quédate con tus malditas ganas de saberlo, no entraré en tu juego infantil, no necesito demostrarte nada y se ve que los informantes de la iglesia son bastantes básicos, claro ya las cosas no son como antes– se sonrió de forma burlona, no esperó que ella reaccionara y siguió caminando unos pasos más. Odiaba a la Inquisición pero más detestaba las malditas inquisidoras.
Pero las siguientes palabras le hicieron detenerse y girar, sentir que nombraban a su hermana le hizo correr un sudor frio, si había personas por las cuales mataría y moriría esas serían sus hermanas y Maryeva, no existía en este mundo nada más, ni iglesia, ni cristo que se ampare si alguien osaba amenazar a sus mujeres. Una mueca maligna se dibujó en su rostro, los ojos se volvieron como el frío color de la piedra de jade en un cuchillo de sacrificio. Se acercó entonces a ella y la perforó con su mirada, cada palabra que ella había dicho era la cruel realidad, su hermana corría un destino incierto, por un maldito miserable, que no había pensado en nada más que su amor. En un movimiento fugaz tomo del suelo el papel y lo leyó, el calor que sentía en su interior provocó que todo se volviera rojo, la ira lo estaba consumiendo, pero debía ser frio y calculador. Sus latidos se habían desbocado y necesitaba un poco de tranquilidad, levantó la mirada para no ver a esa asesina y clavó los ojos en la cruz de una iglesia – maldito seas, Santo Padre, que al fin y al cabo eres un sucio humano que se pudrirá en un sarcófago – pensó – y yo brindaré por tu pronta muerte – concluyo.
Ella tenía razón, la recompensa de dos vidas era mejor que un tesoro incalculable. Dejo escapar el aire de sus pulmones lentamente. No podía hacer un paso en falso, pero Killer Bee, se olvidaba de algo, él no era un simple cazador, era uno de los más importantes, último de una estirpe poderosa de cazador, tanto como Rosso, el maestro de ella y su antiguo… ¿Amante?, una sonrisa iluminó su rostro, recordó los informes que le habían acercado sobre la asesina Killer bee y Ruggero Rosso. – creo, cuore mio – dijo en tono irónico – te une más que un simple amor de maestro - alumna a ese hombre, ¿o me equivoco? – la miró con total desprecio – tú no tienes ni idea quienes somos los Di Moncalieri, El Santo Padre, si, como también sabe de buena tinta, que su estadía en el trono de San Pedro puede tambalear, si le llega a tocar un solo pelo a Chiara, de lo que haga o no con su perro, me importa bien poco, sabré cuidar y consolar a mi querida hermana si enviudara – dijo mirando a la asesina, dobló el papel en varias partes, dio media vuelta y siguió su camino, pasó al lado de la fragua de un herrero y tiró el bendito papel al fuego.
Se puso su sombrero y caminó deprisa, pero en seguida escuchó los pasos de aquella mujer que lo seguía, intentó eludirla pero se notaba que era un buen perro de caza. Pronto la tuvo a su lado, la miró de soslayo - fuera de ese ropaje estúpido es una bella hembra, pero solo para un revolcón – pensó, siguió con la vista fija a la distancia y la mirada altiva. Ella le hablaba, se dio cuenta que su intención era provocarlo, pero él era un hombre con demasiado entrenamiento para caer en una simple treta.
A su primer alegato, contesto mentalmente – poco me importa lo que la Iglesia quiera o pretenda de mí. ¡Que le vaya a enseñar a sus vástagos el puto gusano que me engendro! Lo que haga con mi vida y mis borracheras es cosa solamente mía – caviló mientras tensionaba la mandíbula y seguía su camino. – Lo que tu pienses de mí me importa muy poco chucho endemoniado – le hubiera espetado en la cara. Aunque le hablara en inglés, en francés, en ruso, en alemán, lenguas que él conocía muy bien, le importaba muy poco lo que ella insinuara.
La sintió detenerse y preguntarle qué tipo de hombre era, un cobarde o un enigma, él se detuvo, pero no se dio vuelta ni se acercó a ella, solo esperó que siguiera con su soliloquio mientras mantenía levantada la mirada. No le daría la satisfacción de hacer contacto visual. Volvió a pensar que le diría – quédate con tus malditas ganas de saberlo, no entraré en tu juego infantil, no necesito demostrarte nada y se ve que los informantes de la iglesia son bastantes básicos, claro ya las cosas no son como antes– se sonrió de forma burlona, no esperó que ella reaccionara y siguió caminando unos pasos más. Odiaba a la Inquisición pero más detestaba las malditas inquisidoras.
Pero las siguientes palabras le hicieron detenerse y girar, sentir que nombraban a su hermana le hizo correr un sudor frio, si había personas por las cuales mataría y moriría esas serían sus hermanas y Maryeva, no existía en este mundo nada más, ni iglesia, ni cristo que se ampare si alguien osaba amenazar a sus mujeres. Una mueca maligna se dibujó en su rostro, los ojos se volvieron como el frío color de la piedra de jade en un cuchillo de sacrificio. Se acercó entonces a ella y la perforó con su mirada, cada palabra que ella había dicho era la cruel realidad, su hermana corría un destino incierto, por un maldito miserable, que no había pensado en nada más que su amor. En un movimiento fugaz tomo del suelo el papel y lo leyó, el calor que sentía en su interior provocó que todo se volviera rojo, la ira lo estaba consumiendo, pero debía ser frio y calculador. Sus latidos se habían desbocado y necesitaba un poco de tranquilidad, levantó la mirada para no ver a esa asesina y clavó los ojos en la cruz de una iglesia – maldito seas, Santo Padre, que al fin y al cabo eres un sucio humano que se pudrirá en un sarcófago – pensó – y yo brindaré por tu pronta muerte – concluyo.
Ella tenía razón, la recompensa de dos vidas era mejor que un tesoro incalculable. Dejo escapar el aire de sus pulmones lentamente. No podía hacer un paso en falso, pero Killer Bee, se olvidaba de algo, él no era un simple cazador, era uno de los más importantes, último de una estirpe poderosa de cazador, tanto como Rosso, el maestro de ella y su antiguo… ¿Amante?, una sonrisa iluminó su rostro, recordó los informes que le habían acercado sobre la asesina Killer bee y Ruggero Rosso. – creo, cuore mio – dijo en tono irónico – te une más que un simple amor de maestro - alumna a ese hombre, ¿o me equivoco? – la miró con total desprecio – tú no tienes ni idea quienes somos los Di Moncalieri, El Santo Padre, si, como también sabe de buena tinta, que su estadía en el trono de San Pedro puede tambalear, si le llega a tocar un solo pelo a Chiara, de lo que haga o no con su perro, me importa bien poco, sabré cuidar y consolar a mi querida hermana si enviudara – dijo mirando a la asesina, dobló el papel en varias partes, dio media vuelta y siguió su camino, pasó al lado de la fragua de un herrero y tiró el bendito papel al fuego.
Bernard Liusse- Vampiro Clase Media
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Re: El Cazador que la Iglesia Quiere [Privado]
Killer Bee quedó conmocionada cuando Girolamo insinuara el amor de hombre que alguna vez sintió por su maestro, cuando ella aún rebozaba de pureza, –¿Qué tanto sabrá de ello?– pensaba, aquel era un secreto que sólo Dios sabía y que a nadie había confiado. Y Killer Bee entró en conflicto. –¿Qué es lo que esconde su santidad, quiénes son los Di Moncalieri?– se irritó y trató de comprender por qué ella. Killer Bee era una soldado, una asesina no una maldita informante, un espía.
–¡Que soberbio!, creer que la ira de un hombre puede con el poder de la iglesia, y más ingenuo es pensar que puede proteger a su hermana de la muerte– meditó mientras lo veía marchar y fue entonces que descifró la encrucijada... –Su santidad no pretende tenerlo en sus filas, sabía perfectamente que no lograría convencer a un hombre que él conoce y menos cuando yo no tengo interés ni comprensión en él. Debo de conocer a mi enemigo quizás él se convierta en mi siguiente blanco– y desapareció de su vista.
—Primero lo primero, deshacerme de este atuendo ridículo— susurró la inquisidora mientras se perdía en la oscuridad, caminó al parecer sin rumbo y como si ya supiera donde estaba llegó hasta Clark, su corcel, montó y marchó a su destino... La villa Giulia, hogar de Girolamo Di Moncalieri.
Y mientras Killer Bee cabalgaba velozmente, confiada de que Girolamo iría a una taberna o quizás a un burdel, la inquisidora interrumpiría en su mansión para buscar información que el Papa no le había dado, información que los informes ocultaban y que despertó interés en Killer Bee, acerca de toda la persona que representaba el cazador.
Y llegó, era una edificación magnifica y las luces en el interior demostraban que el cazador gozaba de servidumbre, quizás leal servidumbre que no facilitaría un interrogatorio y la delatarían ante su amo.
Entonces Killer Bee cabalgó alrededor de la mansión y algo alejada de los patios traseros amarró a Clark a un árbol, bajó y se despojó de la capa y del ámbito blanco, removió la cruz y el rosario que podían estorbarle si libraba combate cuerpo a cuerpo con el cazador. Confiaba en su velocidad, sus reflejos y flexibilidad que su cuerpo delgado le proporcionaban contra los robustos y musculosos, era la mayor ventaja de Killer Bee y que Girolamo no podría superar, no con ese cuerpo. Dejó la espada, los rollos y desenvainó el estilete, sacó uno de los venenos que llevaba en su cinturón y baño el arma, no era un veneno mortal, más bien del tipo que deja inconsciente, marea, roba energías y genera perdida de memoria a corto plazo. Desenfundó el revólver, no era suyo por lo que las balas no tenían veneno como todas las balas que la inquisidora cargaba en sus armas de fuego, así que con un guante baño las balas en el mismo veneno y fue colocando estando ya secas las balas una a una. La malicia de estar lista le hizo sonreí con astucia y antes de marchar a la mansión rezó.
Corrió de prisa y disminuía la velocidad antes de acelerar su corazón y escucharse jadear, y cuando sus ritmos se estabilizaban aumentaba la velocidad, hasta que finalmente llegó. Aprovechó la oscuridad para acercarse, tenía que ser hábil para introducirse a la mansión. No era una espía pero si sabía pasar desapercibida y sin que lo notase la servidumbre Killer Bee entró por una de las ventanas. Le sería difícil encontrar los aposentos del cazador, siempre le parecía complicado todo cuando no entraba por la puerta principal le parecía sentir que todo estaba al revés.
Siguió por varios pasillos hasta que encontró finalmente la biblioteca, estaba abierta por lo que no representó ningún problema entrar. Reinaba la oscuridad, mas Killer Bee se hizo de una lampara de aceite y fue investigando, asegurándose por supuesto de que la luz no se colara por debajo de la puerta y la delatara.
Y dentro de la amplia colección de Girolamo Killer Bee vio un enorme cuadro de una mujer a cuerpo entero. Era hermosa de eso no cabía duda, pero no tenía ningún rasgo que la asemejara a Girolamo por lo que la descartó como su madre o su hermana, era alguien más y entonces Killer Bee sintió un gran interés en ese cuadro era como si a esa mujer ya la hubiera visto antes, ¿pero en donde? Aquellos ojos de la dama del cuadro parecían vivos, más bellos de lo que una mujer podría tener, ojos sobrenaturales según la experiencia de Killer Bee, aunque después de todo sólo era un cuadro no era ella en persona. Y aunque el cuadro era tan maravilloso no quiso seguir mirándole pues pretendía regresar y observarlo a la luz del día y así tal vez recordar dónde la vio y borrar o afirmar sus dudas.
Siguió caminando y llegó al escritorio y ahí sobre la mesa había una carta.
—¿Maryeva Aude?— susurró y el nombre se le hizo conocido, lo volvió a pronunciar y se sentó a leer la carta.
–¡Que soberbio!, creer que la ira de un hombre puede con el poder de la iglesia, y más ingenuo es pensar que puede proteger a su hermana de la muerte– meditó mientras lo veía marchar y fue entonces que descifró la encrucijada... –Su santidad no pretende tenerlo en sus filas, sabía perfectamente que no lograría convencer a un hombre que él conoce y menos cuando yo no tengo interés ni comprensión en él. Debo de conocer a mi enemigo quizás él se convierta en mi siguiente blanco– y desapareció de su vista.
—Primero lo primero, deshacerme de este atuendo ridículo— susurró la inquisidora mientras se perdía en la oscuridad, caminó al parecer sin rumbo y como si ya supiera donde estaba llegó hasta Clark, su corcel, montó y marchó a su destino... La villa Giulia, hogar de Girolamo Di Moncalieri.
Y mientras Killer Bee cabalgaba velozmente, confiada de que Girolamo iría a una taberna o quizás a un burdel, la inquisidora interrumpiría en su mansión para buscar información que el Papa no le había dado, información que los informes ocultaban y que despertó interés en Killer Bee, acerca de toda la persona que representaba el cazador.
Y llegó, era una edificación magnifica y las luces en el interior demostraban que el cazador gozaba de servidumbre, quizás leal servidumbre que no facilitaría un interrogatorio y la delatarían ante su amo.
Entonces Killer Bee cabalgó alrededor de la mansión y algo alejada de los patios traseros amarró a Clark a un árbol, bajó y se despojó de la capa y del ámbito blanco, removió la cruz y el rosario que podían estorbarle si libraba combate cuerpo a cuerpo con el cazador. Confiaba en su velocidad, sus reflejos y flexibilidad que su cuerpo delgado le proporcionaban contra los robustos y musculosos, era la mayor ventaja de Killer Bee y que Girolamo no podría superar, no con ese cuerpo. Dejó la espada, los rollos y desenvainó el estilete, sacó uno de los venenos que llevaba en su cinturón y baño el arma, no era un veneno mortal, más bien del tipo que deja inconsciente, marea, roba energías y genera perdida de memoria a corto plazo. Desenfundó el revólver, no era suyo por lo que las balas no tenían veneno como todas las balas que la inquisidora cargaba en sus armas de fuego, así que con un guante baño las balas en el mismo veneno y fue colocando estando ya secas las balas una a una. La malicia de estar lista le hizo sonreí con astucia y antes de marchar a la mansión rezó.
Corrió de prisa y disminuía la velocidad antes de acelerar su corazón y escucharse jadear, y cuando sus ritmos se estabilizaban aumentaba la velocidad, hasta que finalmente llegó. Aprovechó la oscuridad para acercarse, tenía que ser hábil para introducirse a la mansión. No era una espía pero si sabía pasar desapercibida y sin que lo notase la servidumbre Killer Bee entró por una de las ventanas. Le sería difícil encontrar los aposentos del cazador, siempre le parecía complicado todo cuando no entraba por la puerta principal le parecía sentir que todo estaba al revés.
Siguió por varios pasillos hasta que encontró finalmente la biblioteca, estaba abierta por lo que no representó ningún problema entrar. Reinaba la oscuridad, mas Killer Bee se hizo de una lampara de aceite y fue investigando, asegurándose por supuesto de que la luz no se colara por debajo de la puerta y la delatara.
Y dentro de la amplia colección de Girolamo Killer Bee vio un enorme cuadro de una mujer a cuerpo entero. Era hermosa de eso no cabía duda, pero no tenía ningún rasgo que la asemejara a Girolamo por lo que la descartó como su madre o su hermana, era alguien más y entonces Killer Bee sintió un gran interés en ese cuadro era como si a esa mujer ya la hubiera visto antes, ¿pero en donde? Aquellos ojos de la dama del cuadro parecían vivos, más bellos de lo que una mujer podría tener, ojos sobrenaturales según la experiencia de Killer Bee, aunque después de todo sólo era un cuadro no era ella en persona. Y aunque el cuadro era tan maravilloso no quiso seguir mirándole pues pretendía regresar y observarlo a la luz del día y así tal vez recordar dónde la vio y borrar o afirmar sus dudas.
Siguió caminando y llegó al escritorio y ahí sobre la mesa había una carta.
—¿Maryeva Aude?— susurró y el nombre se le hizo conocido, lo volvió a pronunciar y se sentó a leer la carta.
Camile Avery- Inquisidor Clase Alta
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Re: El Cazador que la Iglesia Quiere [Privado]
Sentado en el local del burdel, observó a los parroquianos, unos entrando, otros retirándose, las mujeres, con sus atributos casi a la vista, pero ninguna con la piel de alabastro de su Maryeva – que estoy haciendo aquí – pensó mientras posaba sus ojos en el líquido ambarino de su bebida. Recordó esos grandes ojos azul grisáceos y esa boca que lo enloquecía, esos pechos en donde acunaba su rostro al abrazarla, - la última vez estaban más generosos – caviló – no, deja de pensar tonterías Giro – pero él, bien sabía que hubiera dado su vida por un hijo de ella – si me dieras uno, yo lucharía hasta el infierno por é… por ti – sus palabras se le volvieron amargas como la hiel, recordó cómo le había jurado que no quería un hijo de ella, que odiaría solo pensar en tener un sobrenatural en su familia. Se maldijo, por herirla. Recordó algunas de las frases de su última carta, en la que le pedía que luchara por ella, por ellos.
Estaba tan ensimismado con sus pensamientos que no se había percatado que una de las cortesanas le hablaba y acariciaba su cuello, sus hombros, cuando la caricia se hizo más profunda e invasiva y esas manos se deslizaron por su abdomen, él de un solo movimiento la hizo girar apretando su delgado brazo en la espalda de la mujer, retorciéndole la muñeca. La joven de cabellos rubios y sedosos como su amada dio un grito y le rogó que la soltara, fue allí que se dio cuenta que no era buena compañía para nadie. La soltó y le pidió disculpas, cosa que pocas veces hacía, pero se había comportado como un patán. – Disculpa, pero no debes acercarte así a un hombre que está en sus cosas – se trató de excusar. La joven se frotaba la zona donde él le hiciera daño – lo lamento, en verdad – bajó la mirada y tomó su mano, que la muchacha intentó liberar – vamos, déjame que trate de reparar el daño – le sonrió mientras abría su alforja y sacaba un ungüento y unos paños enrollados – veraz como con lo que te pondré mañana te sentirás mucho mejor - Ella sonrió desconfiada.
Luego que la terminara de vendar, le pidió que se quedara en su mesa, se levantó, fue hasta donde se encontraba el dueño del burdel y le dijo con mala cara – cuanto – el hombre lo miró, conocía bien quien era y sabía que no le convenía llevarse mal con esa familia y sus conocidos – ¿cuánto qué? – preguntó haciéndose el tonto – una lira por la noche – los ojos del proxeneta brillaron codiciosos, Girolamo lo miró con odio, y lo tomó de la camisa, lo levantó unos varios centímetros del suelo y le gritó – no me hagas perder la paciencia, ni el tiempo, dime ya cuanto quieres por la chica – El hombre se asustó, no tanto porque con una sola mano lo pudiera levantar sino, porque sintió el frio de la daga a milímetros de la tetilla izquierda lista para atravesarle el corazón. – do..do..dos mil liras – dijo en un hilo – no!!! … no… me equivoque , que sean quinientas y no se hable más – dijo asustado cuando la daga comenzó a perforar su piel. Los ojos de Girolamo relumbraron de placer, amaba poder cambiar los destinos de los más necesitados, eso era algo que su dulce Maryeva le había enseñado – si cuando tu camino cruza el de otro y no mejora su vida, pues entonces no ha servido de nada – le decía mientras le acariciaba el pecho formando un corazón – tu cambiaste el mío – todavía podía sentir el dulce beso en su hombro.
Bajó al hombre, le tiró en el pecho una bolsa con la paga estipulada y se alejó, éste masculló algo pero al verlo girar nuevamente, huyó como alma que se la lleva el diabla hacía los cuartos de las prostitutas.
Volvió a su mesa, la joven estaba con la cabeza inclinada y las lágrimas corrían por su mejillas, el verla así, le hizo recordar al amor ausente. Se sacó un pañuelo del bolsillo y la hizo levantarse – vamos límpiate la cara – la tomó dulcemente del brazo y le secó de forma torpe el rostro. Le entregó el pañuelo - es hora de que nos vayamos, el sol ya se ha ocultado hace horas y necesito descansar -. Ella lo miró asustada, - no te preocupes, tus días como…- , no quería ofenderla pero no sabía que palabras usar, - tus días aquí han terminado, desde hoy trabajaras en la villa y cuando me hayas pagado lo que he tenido que entregar por tu libertad podrás irte a donde te plazca – La muchacha abrió sus ojos desmesuradamente, se abalanzó a su pecho y comenzó a llorar y a agradecerle, él al principio no supo cómo reaccionar, luego lentamente comenzó a acariciar sus cabellos, pensó en los de su amada y una sonrisa invadió su rostro, destensando su sien.
El camino a la propiedad fue lento y la madrugada los encontró cuando estaban llegando, el movimiento de la casa era apenas perceptible, los labradores comenzaban a deambular y las siervas acarreaban agua para la limpieza del día. La muchacha se había dormido en su espalda así que la despertó antes de que se cayera al piso, la ayudó a bajar y tras entregar su caballo a un muchacho, se dirigió donde se encontraba su ama de llaves – Buenos días, Susana – dijo de forma parca, muy normal en él, - te he traído una nueva ayudante, mira en donde la pones, luego te diré cuál será su paga y hasta cuando se quedará en esta casa – sin decir más se fue a sus aposentos – señor el baño estará listo en unos minutos – dijo la mujer mientras él ya subía las escaleras, necesitaba leer esa carta otra vez, sentarse frente a su imagen y pedirle nuevamente perdón.
Abrió la puerta de la Biblioteca y un repelús cruzó su espina dorsal, no sabía que era, pero alguien había estado allí, algo no estaba bien, miró de forma prolija y detallada el lugar, un candelabro no estaba en su lugar y la carta de Maryeva no reinaba en su escritorio – ¡no! - gritó desesperado - Susana, Susana – corrió como un demonio tirando todo a su paso. La mujer corría hacia él – dime quien ha irrumpido esta noche en esta villa - mientras vociferaba como un demente, la tomó por los brazos y la zamarreó – dime, quien ha osado llevarse su carta – dijo mientras caía como un niño a los pies de la mujer y lloraba amargamente, ella le acarició los cabellos, lo conocía desde que era un joven, sabía del amor por esa mujer, de su rudeza por el alma herida, pero no podía darle una explicación, esa mansión era una fortaleza y quien hubiera entrado a ella era verdaderamente un experto.
Estaba tan ensimismado con sus pensamientos que no se había percatado que una de las cortesanas le hablaba y acariciaba su cuello, sus hombros, cuando la caricia se hizo más profunda e invasiva y esas manos se deslizaron por su abdomen, él de un solo movimiento la hizo girar apretando su delgado brazo en la espalda de la mujer, retorciéndole la muñeca. La joven de cabellos rubios y sedosos como su amada dio un grito y le rogó que la soltara, fue allí que se dio cuenta que no era buena compañía para nadie. La soltó y le pidió disculpas, cosa que pocas veces hacía, pero se había comportado como un patán. – Disculpa, pero no debes acercarte así a un hombre que está en sus cosas – se trató de excusar. La joven se frotaba la zona donde él le hiciera daño – lo lamento, en verdad – bajó la mirada y tomó su mano, que la muchacha intentó liberar – vamos, déjame que trate de reparar el daño – le sonrió mientras abría su alforja y sacaba un ungüento y unos paños enrollados – veraz como con lo que te pondré mañana te sentirás mucho mejor - Ella sonrió desconfiada.
Luego que la terminara de vendar, le pidió que se quedara en su mesa, se levantó, fue hasta donde se encontraba el dueño del burdel y le dijo con mala cara – cuanto – el hombre lo miró, conocía bien quien era y sabía que no le convenía llevarse mal con esa familia y sus conocidos – ¿cuánto qué? – preguntó haciéndose el tonto – una lira por la noche – los ojos del proxeneta brillaron codiciosos, Girolamo lo miró con odio, y lo tomó de la camisa, lo levantó unos varios centímetros del suelo y le gritó – no me hagas perder la paciencia, ni el tiempo, dime ya cuanto quieres por la chica – El hombre se asustó, no tanto porque con una sola mano lo pudiera levantar sino, porque sintió el frio de la daga a milímetros de la tetilla izquierda lista para atravesarle el corazón. – do..do..dos mil liras – dijo en un hilo – no!!! … no… me equivoque , que sean quinientas y no se hable más – dijo asustado cuando la daga comenzó a perforar su piel. Los ojos de Girolamo relumbraron de placer, amaba poder cambiar los destinos de los más necesitados, eso era algo que su dulce Maryeva le había enseñado – si cuando tu camino cruza el de otro y no mejora su vida, pues entonces no ha servido de nada – le decía mientras le acariciaba el pecho formando un corazón – tu cambiaste el mío – todavía podía sentir el dulce beso en su hombro.
Bajó al hombre, le tiró en el pecho una bolsa con la paga estipulada y se alejó, éste masculló algo pero al verlo girar nuevamente, huyó como alma que se la lleva el diabla hacía los cuartos de las prostitutas.
Volvió a su mesa, la joven estaba con la cabeza inclinada y las lágrimas corrían por su mejillas, el verla así, le hizo recordar al amor ausente. Se sacó un pañuelo del bolsillo y la hizo levantarse – vamos límpiate la cara – la tomó dulcemente del brazo y le secó de forma torpe el rostro. Le entregó el pañuelo - es hora de que nos vayamos, el sol ya se ha ocultado hace horas y necesito descansar -. Ella lo miró asustada, - no te preocupes, tus días como…- , no quería ofenderla pero no sabía que palabras usar, - tus días aquí han terminado, desde hoy trabajaras en la villa y cuando me hayas pagado lo que he tenido que entregar por tu libertad podrás irte a donde te plazca – La muchacha abrió sus ojos desmesuradamente, se abalanzó a su pecho y comenzó a llorar y a agradecerle, él al principio no supo cómo reaccionar, luego lentamente comenzó a acariciar sus cabellos, pensó en los de su amada y una sonrisa invadió su rostro, destensando su sien.
El camino a la propiedad fue lento y la madrugada los encontró cuando estaban llegando, el movimiento de la casa era apenas perceptible, los labradores comenzaban a deambular y las siervas acarreaban agua para la limpieza del día. La muchacha se había dormido en su espalda así que la despertó antes de que se cayera al piso, la ayudó a bajar y tras entregar su caballo a un muchacho, se dirigió donde se encontraba su ama de llaves – Buenos días, Susana – dijo de forma parca, muy normal en él, - te he traído una nueva ayudante, mira en donde la pones, luego te diré cuál será su paga y hasta cuando se quedará en esta casa – sin decir más se fue a sus aposentos – señor el baño estará listo en unos minutos – dijo la mujer mientras él ya subía las escaleras, necesitaba leer esa carta otra vez, sentarse frente a su imagen y pedirle nuevamente perdón.
Abrió la puerta de la Biblioteca y un repelús cruzó su espina dorsal, no sabía que era, pero alguien había estado allí, algo no estaba bien, miró de forma prolija y detallada el lugar, un candelabro no estaba en su lugar y la carta de Maryeva no reinaba en su escritorio – ¡no! - gritó desesperado - Susana, Susana – corrió como un demonio tirando todo a su paso. La mujer corría hacia él – dime quien ha irrumpido esta noche en esta villa - mientras vociferaba como un demente, la tomó por los brazos y la zamarreó – dime, quien ha osado llevarse su carta – dijo mientras caía como un niño a los pies de la mujer y lloraba amargamente, ella le acarició los cabellos, lo conocía desde que era un joven, sabía del amor por esa mujer, de su rudeza por el alma herida, pero no podía darle una explicación, esa mansión era una fortaleza y quien hubiera entrado a ella era verdaderamente un experto.
Bernard Liusse- Vampiro Clase Media
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Re: El Cazador que la Iglesia Quiere [Privado]
La inquisidora rodeó el escritorio con la carta en una mano y en la otra la lampara, llegó hasta el sillón que representaba la silla y tomó asiento. Con cuidado depositó la lampara en la mesa de cálida madera, de forma que desprendiera la luz a ella y no a la puerta. Sacó la carta, el papel era elegante, limpio y la tinta muy fina. Killer Bee reconocía todo aquello debido a sus largas lecturas y sus estudios, después iba a ser una bibliotecaria.
Y leyó.
Y Killer Bee se detuvo sonriendo con malicia, dejó de ver la carta y sus ojos se movieron de un lado a otro, –¿sacrilegio?– pensó con interés, —pecado— susurró con una voz que ni ella pudo escuchar, luego continuó la lectura.
Una nueva pausa, —igual que cualquier de los mortales— repitió con voz queda y se puso de pie dejando la carta sobre la mesa y cogieo la lampara para volver a donde el cuadro.
Vio a la hermosa mujer y se detuvo en sus ojos, en aquellos ojos brillantes, sobrenaturales... —Una felina...— susurró y sus ojos ojos destellaron astucia. –¿Acaso esto era lo que el Papa buscaba?– meditó y regresó a donde la carta para concluir la lectura. Esta vez no se sentó, sólo la tomó y la extendió.
Killer Bee dejó la carta y suspiró. Recordó el rostro del cazador, aquel rostro atractivo y pecador. La inquisidora caminó hasta un ventanal y vio los jardines que bajo la luz de luna deleitaban la vista con su hermosura.
—Livítico 20:15 Y cualquiera que tuviere cópula con bestia, morirá; y mataréis a la bestia— pronunció con el cejo fruncido. –Cada atardecer en el lugar donde pecaron uniéndose en cópula, lo esperará. Una casa al lado de la laguna– meditó con una sonrisa maliciosa. –Tengo que encontrar esa casa, Maryeva recibirá la justicia de Dios y después, Girolamo– continuaba pensando cuando vio que se acercaba el amanecer. Era hora de partir, la servidumbre aún no despertaba por lo que era el momento preciso.
Killer Bee regresó al escritorio y tomó la carta, —bueno no creo que extrañes esto— dijo embolsándose la carta, luego tomó la lampara y la depositó en otro mueble, apagó la luz y salió de la biblioteca. Retornó por el mismo camino, los mismos pasillos y salió por la misma ventana.
Y después de un camino de 10 minutos llegó hasta Clark, lo montó y se dispuso a marcharse. —Regresaré por ti Girolamo Di Moncalieri— dijo cuando ponía el caballo a dos patas y cabalgó a toda velocidad al vaticano. Pues tenía que entrevistarse con el Papa y revelar su descubrimiento.
Y leyó.
Amado mío:
Mi adorado Girolamo, quizá esta sea la última carta que te escriba, no sé cómo llegará a tus manos, si la conservaras, o terminará como tantas otras avivando el fuego de tu alcoba. Que como lo sé, porque lejos de ti me cuesta hasta respirar y muchas veces te he observado, aún dormido, entonces entro y te observo, cuido de tu sueño y muero por abrazarte y protegerte cuando se convierten en pesadillas. No creo que haya pasado inadvertida, pero sé que has querido poner un muro entre nosotros, me has condenado al olvido, al destierro, a la soledad más absoluta.
Amor, yo no temo, sé que intentas resguardarme, que temes por mi vida, ya te lo he dicho prefiero vivir un día a tu lado que miles separada de ti. Si nuestra relación es un pecado, si el amarnos es un sacrilegio...
Y Killer Bee se detuvo sonriendo con malicia, dejó de ver la carta y sus ojos se movieron de un lado a otro, –¿sacrilegio?– pensó con interés, —pecado— susurró con una voz que ni ella pudo escuchar, luego continuó la lectura.
...Dios deberá perdonarnos, no fue mi voluntad nacer como soy, ni amarte de esta forma, pero llegaste a mi vida y el mundo se desbarató.
No puedes ahora hacerme a un lado, tirar nuestra historia como un libro viejo que ya no llama tu atención. No, no lo acepto, no porque crea que no me ames, sino por eso mismo, porque sé que sufres de la misma manera en que lo hago yo, y no logro entender, que importa lo que los demás piensen de mi condición, si al final de cuentas sufro, amo y moriré igual que cualquiera de los mortales.
Una nueva pausa, —igual que cualquier de los mortales— repitió con voz queda y se puso de pie dejando la carta sobre la mesa y cogieo la lampara para volver a donde el cuadro.
Vio a la hermosa mujer y se detuvo en sus ojos, en aquellos ojos brillantes, sobrenaturales... —Una felina...— susurró y sus ojos ojos destellaron astucia. –¿Acaso esto era lo que el Papa buscaba?– meditó y regresó a donde la carta para concluir la lectura. Esta vez no se sentó, sólo la tomó y la extendió.
Te suplico, danos una oportunidad, te esperaré, cada atardecer en el lugar donde sellamos nuestro amor, ¿te acuerdas? En aquella casa al lado de la laguna, en una noche de luna nueva, cuando fui tu mujer, cuando fuiste mi esposo. No permitas que tus miedos, y las normas nos alejen, no ahora, que entre nosotros existe el amor que no se terminará ni siquiera con la muerte misma.
No puedo seguir escribiéndote, sé que pronto partirás, que tu destino es lejano y lo haces para no vernos, pero aun que no pueda estar contigo con mi cuerpo, mis caricias, mis besos, los que llevas tatuados en tu alma no se borraran y te traerán a mí, tarde o temprano y te estaré esperando, aunque el mundo se derrumbe, aunque colapsen los mares y los polos se conviertan en desiertos. Allí estaré para ti, solo para ti, como tú lo estarás para mí.
Adiós Amor mío, adiós esposo mío, hasta que tu corazón decida seguir su destino junto al mío.
Tuya Eternamente
Maryeva
Killer Bee dejó la carta y suspiró. Recordó el rostro del cazador, aquel rostro atractivo y pecador. La inquisidora caminó hasta un ventanal y vio los jardines que bajo la luz de luna deleitaban la vista con su hermosura.
—Livítico 20:15 Y cualquiera que tuviere cópula con bestia, morirá; y mataréis a la bestia— pronunció con el cejo fruncido. –Cada atardecer en el lugar donde pecaron uniéndose en cópula, lo esperará. Una casa al lado de la laguna– meditó con una sonrisa maliciosa. –Tengo que encontrar esa casa, Maryeva recibirá la justicia de Dios y después, Girolamo– continuaba pensando cuando vio que se acercaba el amanecer. Era hora de partir, la servidumbre aún no despertaba por lo que era el momento preciso.
Killer Bee regresó al escritorio y tomó la carta, —bueno no creo que extrañes esto— dijo embolsándose la carta, luego tomó la lampara y la depositó en otro mueble, apagó la luz y salió de la biblioteca. Retornó por el mismo camino, los mismos pasillos y salió por la misma ventana.
Y después de un camino de 10 minutos llegó hasta Clark, lo montó y se dispuso a marcharse. —Regresaré por ti Girolamo Di Moncalieri— dijo cuando ponía el caballo a dos patas y cabalgó a toda velocidad al vaticano. Pues tenía que entrevistarse con el Papa y revelar su descubrimiento.
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Re: El Cazador que la Iglesia Quiere [Privado]
Se encerró en su cuarto dando un portazo que el sonido se expandió por toda el ala de la mansión. Era su culpa, lo sabía bien, se había comportado como lo que era, un bastardo arrogante, delante del perro de la inquisición y como buen sabueso, mientras él nublaba su mente para no pensar en su amada, ese demonio, había irrumpido en sus dominios, sacado conclusiones. Ya no le interesaría que él aceptara la proposición del cargo ofrecido, ahora esa maldita mujer, tenía una presa más interesante, más jugosa, - más inocente y pura para el altar del sacrificio de esa sarta de locos desquiciados que formaban la “Santa Inquisición” – pensó mientras en su mano la copa de vino estallaba en pedazos, no sintió los aguijones punzantes de las puntas de cristal lacerando sus carnes, no sentía el ardor del líquido en sus heridas, la sola posibilidad de que aquella asesina llegara antes que él a donde Maryeva lo esperaba, lo enloquecía.
Susana entró a la habitación, luego de golpear suavemente la puerta, al no oír respuestas y preocupada por la reacción de su señor, decidió irrumpir en la alcoba, aunque eso le costara un sermón de lo impertinente de entrar al cuarto de un hombre soltero. Se sonrió, pensando que ella ya no podía tener miedo a eso, pues rondaba los 55 años y su pequeño se había vuelto todo un hombre, recio y perdidamente enamorado.
La sonrisa se le helo en el rostro, parado frente al ventanal, con la mirada perdida, se encontraba Girolamo, aun con los despojos de la copa apretados en su mano, la sangre goteando en el piso y su rostro bañado en lágrimas. Corrió a su lado, le quitó la copa y le exigió con ternura que se sentara, buscó lo necesario para curarlo, tuvo que desenterrar varios trozos afilados y cocer algunos cortes – le quedarán marcas – susurró afectada por el trance que estaba pasando aquel enamorado – si la llegan a matar este hombre se convertirá en un demonio – pensó mientras miraba sus ojos perdidos en el recuerdo de vaya a saber qué momento de su relación con la bella mujer.
Girolamo, se dejó hacer, como si fuera un muñeco sin vida, un ente, sin entendimiento. Su mente volaba a momentos importantes e inolvidables de su vida. – Pero quien se cree usted para venir a decirme que soy una aberración, ustedes que matan y destruyen, son las aberraciones, no elegí nacer de esta forma y en mis venas corre la misma sangre y del mismo color que la suya – le había dicho Maryeva apenas conocerse, cuando él la encontró en el bosque y decidió cazar esa hermosa pantera negra. Estaba a punto de matarla cuando ante sus ojos se convirtió en una bella mujer de largos y rubios cabellos, la vio vestirse y subir a un caballo. La había seguido y espiado por varias semanas hasta que se le presentó, en el mismo lugar junto al lago, comenzaron dialogando, pero luego se convirtió en una encarnizada discusión y entonces ella le había espetado esa frase, con lágrimas en los ojos, con sus delicadas manos apretadas en un puño y no supo en que momento cruzo el corto espacio que los separaba, soltando sus armas, y simple mente la abrazo, y trató de consolarla. Ella podía decirle lo que quisiera, pero si la veía derramar una sola de sus adoradas lagrimas por culpa suya, el mundo colapsaba – eres un tonto enamorado – pensó mientras volvía a la realidad y observaba como Susana terminaba de curarle. – Gracias – dijo quedo, mientras la mujer le sonreía y le informaba que el baño estaba listo.
Se levantó y dirigiéndose al cuarto de baño, giró un poco su torso – Susana que preparen mi equipaje, y el carruaje, parto luego de comer algo, vuelvo a Paris – la mujer asintió con un leve movimiento de cabeza y se retiró. – vuelvo a Paris – dijo para si – vuelvo a tus brazos Maryeva o solo a proteger tu pisada, aunque ya no me aceptes, aunque hoy tengas otro amor – pronunció esas últimas palabras con el dolor de quien sabe que se merece todo lo que le puede pasar en la vida.
Se desnudó, y sumergió en el agua, estaba agradable, su mente no dejaba de jugarle malas pasadas – esta adorable el agua ¿verdad amor? – la sonrisa dulce en el rostro de Maryeva mientras se acercaba desnuda, mojada, deseosa, le rosaba su toso, besaba su pecho, tocaba con sus delicadas manos el cuello del cazador, lo hicieron estremecer – vamos amor, que sabes muy bien que no me puedo resistir a dejarte solo en tu baño – los recuerdos parecían tan vividos que por un momento se acomodó para darle espacio y abrazarla, pero ella se desvaneció y el agua se volvió fría, como el frio de la muerte. Se cubrió el rostro con sus manos y dejó que el llanto y la angustia brotaran de su alma.
Susana entró a la habitación, luego de golpear suavemente la puerta, al no oír respuestas y preocupada por la reacción de su señor, decidió irrumpir en la alcoba, aunque eso le costara un sermón de lo impertinente de entrar al cuarto de un hombre soltero. Se sonrió, pensando que ella ya no podía tener miedo a eso, pues rondaba los 55 años y su pequeño se había vuelto todo un hombre, recio y perdidamente enamorado.
La sonrisa se le helo en el rostro, parado frente al ventanal, con la mirada perdida, se encontraba Girolamo, aun con los despojos de la copa apretados en su mano, la sangre goteando en el piso y su rostro bañado en lágrimas. Corrió a su lado, le quitó la copa y le exigió con ternura que se sentara, buscó lo necesario para curarlo, tuvo que desenterrar varios trozos afilados y cocer algunos cortes – le quedarán marcas – susurró afectada por el trance que estaba pasando aquel enamorado – si la llegan a matar este hombre se convertirá en un demonio – pensó mientras miraba sus ojos perdidos en el recuerdo de vaya a saber qué momento de su relación con la bella mujer.
Girolamo, se dejó hacer, como si fuera un muñeco sin vida, un ente, sin entendimiento. Su mente volaba a momentos importantes e inolvidables de su vida. – Pero quien se cree usted para venir a decirme que soy una aberración, ustedes que matan y destruyen, son las aberraciones, no elegí nacer de esta forma y en mis venas corre la misma sangre y del mismo color que la suya – le había dicho Maryeva apenas conocerse, cuando él la encontró en el bosque y decidió cazar esa hermosa pantera negra. Estaba a punto de matarla cuando ante sus ojos se convirtió en una bella mujer de largos y rubios cabellos, la vio vestirse y subir a un caballo. La había seguido y espiado por varias semanas hasta que se le presentó, en el mismo lugar junto al lago, comenzaron dialogando, pero luego se convirtió en una encarnizada discusión y entonces ella le había espetado esa frase, con lágrimas en los ojos, con sus delicadas manos apretadas en un puño y no supo en que momento cruzo el corto espacio que los separaba, soltando sus armas, y simple mente la abrazo, y trató de consolarla. Ella podía decirle lo que quisiera, pero si la veía derramar una sola de sus adoradas lagrimas por culpa suya, el mundo colapsaba – eres un tonto enamorado – pensó mientras volvía a la realidad y observaba como Susana terminaba de curarle. – Gracias – dijo quedo, mientras la mujer le sonreía y le informaba que el baño estaba listo.
Se levantó y dirigiéndose al cuarto de baño, giró un poco su torso – Susana que preparen mi equipaje, y el carruaje, parto luego de comer algo, vuelvo a Paris – la mujer asintió con un leve movimiento de cabeza y se retiró. – vuelvo a Paris – dijo para si – vuelvo a tus brazos Maryeva o solo a proteger tu pisada, aunque ya no me aceptes, aunque hoy tengas otro amor – pronunció esas últimas palabras con el dolor de quien sabe que se merece todo lo que le puede pasar en la vida.
Se desnudó, y sumergió en el agua, estaba agradable, su mente no dejaba de jugarle malas pasadas – esta adorable el agua ¿verdad amor? – la sonrisa dulce en el rostro de Maryeva mientras se acercaba desnuda, mojada, deseosa, le rosaba su toso, besaba su pecho, tocaba con sus delicadas manos el cuello del cazador, lo hicieron estremecer – vamos amor, que sabes muy bien que no me puedo resistir a dejarte solo en tu baño – los recuerdos parecían tan vividos que por un momento se acomodó para darle espacio y abrazarla, pero ella se desvaneció y el agua se volvió fría, como el frio de la muerte. Se cubrió el rostro con sus manos y dejó que el llanto y la angustia brotaran de su alma.
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