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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Audrey Browning Miér Dic 03, 2014 1:03 pm

Un viaje inesperado, una encomienda de alguien a quien sencillamente no se la podía negar y una vuelta triunfal después a Inglaterra, a presentar sus nuevos planes de boda con un hombre que sin saber no vería nunca más. Eso era lo que sucedía según lo que Audrey había vivido en la ultimas semanas. Desde que su prometido real Caleb se fuese a la guerra y no regresara, dandole todos por muerto; todos los planes familiares y personales de la Browning habían cambiado por completo. Creyendo que nada volvería a ser como antes y que no existía sorpresa alguna en París fue que acepto ir, a sabiendas de que no conocía verdaderamente el motivo de ese viaje, pero sin embargo, confiaba en Dominique. Su casi aluna vez suegra no podía desearle ningún mal y Audrey la respetaba, junto con el hecho de que desde la muerte de su hijo lucía evidentemente decaída, algo quizás no ta notorio para otros pero que se veía en sus ojos cuando se le miraba fijamente.

Convencida de que el asunto que se encomendara en París le alejaría poco tiempo de casa, viajo lo más pronto posible que se pudo y a su llegada se instalo en el Hotel des Arenes, donde se suponía que se encontrará con alguien que la diría el motivo de su presencia en aquel país. Llevaba de hecho apenas algunas horas desde su llegada, pero se encontraba lista para recibir a quien le diera indicaciones -por las cuales ya estaba rogando- pues cuanto más rápido supiera su cometido, mucho más velozmente se encargaría de él y partiría de regreso a su hogar.

La puerta de su habitación recibió algunos toques y cuando aquella puerta que separaba su pasado del futuro, sin que ella lo supiera, se sorprendió; ahí frente a ella no se encontraba alguien que supiera realmente que era lo que haría sino sencillamente un mayordomo que le dijo que las verdaderas indicaciones las recibiría en una residencia no muy lejana de ahí. Quizás ese debió ser el momento donde ella se negara y se dispusiera a regresar a Inglaterra, pero no lo hizo, sonrió como si aquello resultara normal y siguió al mayordomo sin decir palabra alguna. Aquel hombre le guió hasta un carruaje y una vez que ella estuvo sentada, comenzaron a avanzar entre las calles. De manera sincera Audrey podía decir que aquello le causaba curiosidad y que deseaba llegar de una vez por todas a su destino.

Tal como lo dijera el mayordomo, el viaje no fue muy largo y antes de que su mente se enfrascara en vanas preocupaciones sobre lo que estaba aconteciendo a su alrededor, fue que la puerta del carruaje volvió a abrirse y le ofrecieron ayuda para bajar. Le guiaron hasta encontrarse con una mujer que se mantenía firme y le miraba de manera fija, con una ligera sonrisa en su rostro.
La señora Dominique lamenta el misterio de todo esto, señorita Browning pero pronto todas sus dudas serán aclaradas – señalo la mujer mientras que le indicaba seguirle – Ella esta segura de que cuando usted se encuentre con cierta persona, entenderá la necesidad de su presencia en este lugar – cada vez que la mujer hablaba un poco más, las dudas le asaltaban. Solo le decían que pronto se enteraría de la situación, de lo que era debido hacerse y cosas que no le servían en lo absoluto como una respuesta. Al menos no la recibió hasta que quedaron frente a la puerta de una habitación, donde la mujer se detuvo antes de ponerse frente a Audrey – Lamento informarle, que ya no puede irse de París; usted pertenece a este lugar, señorita usted debe estar al lado de su prometido. Aguarde aquí – fue lo ultimo que le dijo antes de entrar en la habitación, dejando a la mujer sumida en una confusión como la que nunca en su vida experimentara antes. ¿Su prometido? Él estaba muerto, ella tenía nuevos planes. La respiración de Audrey no parecía ser suficiente y puso su mano en la pared más cercana para evitar un mareo que bien pudo hacerla terminar en el suelo. La puerta se abrió nuevamente, mientras que la mente de la inglesa estaba perdida en otras cosas; la mujer le toco suavemente el hombro indicándole que era momento de entrar en esa habitación. Audrey Browning necesitaba explicaciones y las necesitaba ya.
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Mensaje por Caleb Nottingham Lun Dic 22, 2014 1:48 am

– ¿Estás sordo o qué demonios? O-pio. ¡Estoy pidiendo que me suministres opio! No agua ni esta mierda. – Como si necesitase darle énfasis a su última palabra, fulminó con la mirada la bandeja que habían colocado sobre su regazo. Estaba a tan solo unos segundos de barrer con su contenido. – Y si no la sacas de mi vista, pronto tendrás que limpiar el piso. – Las palabras de Caleb, rezumaban odio y amenaza. Quien lo hubiese conocido en el ejército, habría dudado que el hombre postrado en cama, se trataba del mismo. Se había negado a que alguien le cortara el pelo o intentase afeitarlo. Sus días como soldado, habían acabado cuando sus inútiles piernas, fallaron. Su vida misma, se había terminado. Solo estaba a unos jodidos pasos de saldar deudas con la muerte, siempre que  los tres sirvientes que habían sido contratados por el temible Señor Nottingham y viajado con él desde Inglaterra, ¡no se interpusieran! Su pecho, subía y bajaba con brío. Estaba seguro de que, cualquiera de esos idiotas, podía oír sus latidos. Quería el adormecimiento. Dejar de pensar en la miseria que pesaba sobre sus hombros y olvidar que estaba en ese país de poca monta, porque su padre se negaba a aceptar que ahora su primogénito era un inválido. Philip, había preferido anunciar que estaba muerto y; no conforme con ello, seguía controlando su existencia aún desde tan lejos. Por supuesto, había algo que no podía hacer y eso era obligarlo a ingerir cualquiera clase de alimento. Ninguno en esa mansión podría. La última vez que habían intentado forzarlo, lo habían pagado. Milo, su ayudante, quitó la bandeja de inmediato. Los dardos venenosos que Caleb le lanzaba, no le afectaban. – ¡Maldito bastardo! – Gruñó con rabia. – ¡¿Puedes hacer eso, pero no acatar mi otra petición?! – En la pequeña mesa que estaba al lado de su cama, habían un par de libros. El inglés, no tardó en usar uno de éstos como potencial arma. La lanzó contra el hombre, quien lo esquivó de inmediato, sin ningún esfuerzo.

La rabia aumentó, quemándole la cabeza, cara y cuello; como ya era habitual. La vena en su cuello saltaba. Juliet, la cocinera y ama de llaves, entró en su habitación lanzándole una mirada cargada de reprensión. Él, la devolvió. Excepto que la suya lanzaba rayos. Si las miradas matasen, la empleada había caído hacía mucho tiempo. – Tal vez ella pueda hacerle entrar en razón. – Murmuró, sin dar muestras de reconocer su malhumor. Caleb apretó la mandíbula con tanta fuerza, que sus dientes rechinaron. Gesto que no duró mucho porque rápidamente, su voz aumentó, si fuera posible, otros decibeles. – ¿Ella? ¿Has contratado a otra enfermera cuando te dije, clara y llanamente, que no quería una? – Prefirió ignorar la voz que decía que había hecho tal petición, antes de que la primera de las seis mujeres ofreciendo sus cuidados, apareciera. Juliet, por supuesto, no respondió a su cuestión. – Esta carta ha llegado esta tarde, Señor. Es de su madre. – Por primera vez durante ese día, la mujer se acercó con cautela. Supuso que se veía como un perro a punto de morder la mano que le tendían. Un vistazo a las letras con florituras de Dominique fue suficiente para que se obligase a apartar la mirada. ¿No se iba a dar por vencida? ¿No había entendido la indirecta aún? Jamás había respondido a una de sus misivas. ¿Esta vez qué le diría? ¿Qué su padre había ganado otra condecoración? – ¿Y quién más podría ser? – Preguntó son sarcasmo. – Nadie le escribe a los muertos. – Se burló, con el rostro lleno de determinación. – Déjala en la mesa, junto con las otras. – Demandó, extendiendo el brazo para que Milo le devolviese su libro. Apiladas, había al menos cinco cartas y una de su hermana Eleanor. Ambas mujeres parecían condenadas a describirle cómo era la vida fuera de esas cuatro paredes. – Ahora trae mi maldito opio y dile a la enfermera que está despedida, que el señor de la casa no necesita de sus servicios a menos que sea para yacer con él en su cama. – Eso último lo gritó con más fuerza, solo por si la susodicha no estaba en el pasillo.


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Mensaje por Audrey Browning Vie Ene 16, 2015 9:37 pm

La mujer le estaba jugando una broma, eso debía ser. Todos debieron pensar que decirle que su prometido estaba vivo sería divertido, pero a ella nada de eso le parecía divertido. Un sudor frío le recorría el cuerpo y en cualquier momento sentía que las piernas le flaquearían para hacerle caer al suelo aunque se apoyaba contra la pared. Las palabras dentro de la habitación donde desapareciera la mujer le pasaron desapercibidas, su cabeza por si misma era una maraña de palabras incomprensibles que iba orientadas a desconfiar en la presencia verdadera de su difunto prometido entre las paredes de esa casa. Su ex suegra Dominique nunca le mentiría, ella no era capaz de hacerle algo así a ella que siempre sintió un enorme aprecio por la cabeza femenina de los Nottingham.
Nada de esto es real, es un sueño y pronto despertaras – se garantizaba a si misma, como una chiquilla que quiere convencerse que los monstruos debajo de su cama son solo un invento de su misma mente; pero sin importar cuanto se esforzara, no despertó.

El tacto de la mano femenina sobre su hombro la arranco de las dudas y le hizo volver a respirar con dificultad y negar con firmeza a la mujer aquella.
Vamos niña, él señor esta impaciente por verle – menciono la mujer en un intento por tranquilizar a Audrey que se opaco ante las palabras que llegaron a sus oídos desde la habitación donde era obligada a entrar. ¿Enfermera? ¿Despedida? ¿Qué era todo aquello que la voz masculina decía? ¿Para que necesitaba su prometido una enfermera? Si es que aquel individuo era verdaderamente Caleb. Entonces la realidad le golpeo con una fuerza brutal. En el interior de la habitación, aquella a la que había entrado al lado de la mujer que le acompaño hasta ese sitio, se encontraba el hombre que creyera muerto y que ahora aparecía frente a ella una vez más. En la cama, con la apariencia de una mera sombra del hombre que fuera estaba su prometido y de manera automática la cabeza de Audrey comenzó a moverse en un gesto de negativa – Niña, todo esta bien. ¿No te alegra saber que tu prometido se encuentra con vida? – pregunto la mujer que acariciaba suavemente la espalda de la inglesa en un gesto de consuelo que no era capaz de llegar a sanar nada de lo que en el corazón de Audrey se caía a pedazos.

Aquel hombre simbolizaba que no volvería a Inglaterra, que no podría casarse y quien sabía que tanto más. Con un movimiento brusco se aparto de la mano que buscaba consolarle y dio dos pasos en dirección a Caleb.
Tu… tu estabas muerto… – la voz de ella parecía más un reclamo que otra cosa y con una ira en aumento por la mentira con la que había sido llevada hasta aquel lugar, levanto la voz más de lo apropiado – ¡Fuera todos! ¡Ahora! – quienes trataron de advertir sobre la petición fueron acallados ante su grito – ¡DIJE AHORA! – su mundo se desmoronaba y no era un sueño simplemente. Audrey estaba viviendo la peor realidad que pudiera afrontar cualquier mujer.

Con dudas y pasos lentos, aquellos que se hallaban en el interior de los aposentos de Caleb terminaron por salir y no fue hasta que la puerta volvió a cerrarse que Audrey poso su mirada en él.
Dime que esto es una broma. Tu no puedes ser Caleb porque él esta muerto, ¡MUERTO! – su voz pasaba de la tranquilidad a la histeria y sus piernas se negaban a responderle. Quería acercarse y cerciorarse de que aquel hombre con apariencia de vagabundo no era quien decía ser, pero tenía miedo de que al hacerlo, confirmara sus más grandes temores y entonces debiera permanecer atada a él, por siempre.


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Mensaje por Caleb Nottingham Miér Ene 21, 2015 4:51 am

Todo pasó demasiado rápido. Un segundo, era él quien daba las órdenes a esos buenos para nada y al siguiente, una desconocida e histérica mujer, se creía con derecho de gritarles a sus empleados.  Para ese entonces, Caleb estaba seguro que estaba rojo por la ardiente ira que le consumía. Si de pronto sucediese un milagro y empezase a caminar, ¡se habría sorprendido menos! ¡¿Y qué demonios pasaba con todos los que vivían bajo su techo, que de pronto se convertían en mansos corderos?! –  ¡Milo! ¡Vuelve aquí bastardo! – Las cuerdas vocales iban a saltarle en cualquier momento. El libro que recién había recuperado de la mano de su ayudante, salió volando en dirección a la puerta que sigilosamente habían cerrado. Su mirada, cargada con intenciones oscuras, se negaba a abandonar la entrada a sus aposentos, como si esperase que en cualquier momento alguien regresase para lanzarle lo primero que estuviese a su alcance. No fue sino hasta que escuchó su nombre salir de los labios de la extraña que clavó los ojos en ella. – Esto es una broma. – Agregó, después de lo que pareció una eternidad. Solo la sonrisa cargada de sarcasmo, desmentía sus serias palabras. Sin duda, estaba pensando de dónde se conocían, pero en seguida desistió de ese trabajo. Él había pasado toda su vida sirviendo en el ejército y raras veces asistía a eventos sociales. Las mujeres con las que había yacido habían sido en su mayoría, o bien prostitutas o hijas de los sirvientes que trabajaban para los Nottingham. – Solo está soñando, despertará en cualquier momento. – Continuó, estudiándola a conciencia. Por su vestido, era evidente que pertenecía a los de su clase y, más importante, era inglesa. Gracias al cielo por los pequeños malditos favores. Detestaba a los franceses. – Mientras eso ocurre, páseme el jodido libro. – Siempre exigente, Caleb era intratable. En más de una ocasión, le habían escupido que se comportaba como un crío, pero le importaba un bledo. Era el señor de la casa, tanto si les gustaba como si no.

– Vamos, ¡de prisa! O esto pronto se convertirá en una pesadilla. – Cogió la campanilla que estaba sobre la almohada a su lado y la hizo sonar, una y otra vez, farfullando. – Si están tras la puerta escuchando, más les vale enterarse que sus días sirviendo a mi familia están contados. – Y hablaba en serio. Amenazaría al mariscal de campo con ponerlo en ridículo, al anunciar su regreso de la tumba en el periódico, de tal modo que se trasladase a ese país de poca monta para echarlos. El sonido que hacía con el instrumento era tal, que si la mujer hubiese hablado, no la hubiese escuchado. Podría hacer eso todo el día, estaba más que comprobado. Uno de sus pasatiempos, era hacer sonar la campanilla durante la noche para despertar a la mansión entera. Si su vida era miserable, ¿por qué no compartir la carga con otros? Así de bueno era. Le pareció ver que la hembra movía los labios y aunque captó unas palabras, negó con la cabeza. – El libro. – Repitió, señalando al objeto en cuestión. Solo detenía el sonar cuando era él quien hablaba. – Se me ha caído. – De alguna manera, había transformado la sonrisa burlona en una que destilaba paciencia. Misma que se esfumó cuando ladró la siguiente cuestión. – ¿Quiere dejar de actuar como una bruja y ayudar a un inválido? – Gruñía las palabras con rabia, sin importarle si estaba siendo grosero. Atrás había quedado el hombre que había sido. Si antaño, Dominique le hubiese visto tratar así a una dama, le habría reprendido por su descortesía. Pero su hermosa madre, jugaba a complacer a su padre, fingiendo que no existía. Solo su conciencia, le hacía escribir esas misivas. No le pasó por alto la mirada sorprendida de la hembra al revelar su condición física. – ¿Debería gritar sorpresa? Porque me temo que ni usted ni yo, despertaremos. Deben haberle pagado una fortuna para venir hasta aquí con engaños, ¡¿pero no soy un cabrón afortunado?! ¡He resucitado! – A pesar de que actuaba con malicia al rebajarla de status social, había llegado a la conclusión de que se trataba de su prometida. Ahora comprendía tanta insistencia de Dominique por hablar de ella.


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Mensaje por Audrey Browning Miér Feb 25, 2015 10:10 pm

Fue terriblemente engañada por aquellos que creía que jamás osarían traicionarle. Sus acciones nunca habían estado orientadas a herir a ninguna de aquellas personas que verdaderamente apreciaba y sin embargo, la madre de su prometido le engaño y le hizo llegar a aquel lugar para destruir sus sueños e ilusiones de la manera más burda y cruel posible. De habérselo dicho ellos en Inglaterra igual se encontraría ahora en París, solo que la sorpresa sería menor y la oportunidad de aclarar todo con el hombre que pensaba casarse le hubiera sentado bien. No tenía Audrey la menor idea de que aquello era un secreto de la familia, ni que para todos parecía ser mucho más funcional creer a Caleb muerto. Ella igual no diría palabra de aquello, lo único que pedía era que no lo mintieran porque la mentira y la incredulidad era lo que habían destrozado momentáneamente su cordura, llevándole a gritar y dar ordenes como si aquella mansión fuese la suya propia.

La mirada que Audrey le lanzaba cada vez que abría la boca iba con una intensión meramente asesina. De poder terminar con aquel hombre de aquella forma, lo hubiera hecho en el preciso instante que la mujer que le llevo ahí le decía que era su prometido. Ante los ojos de la inglesa, él no era más que un vagabundo malhumorado que tenía la suerte de estar en la casa de una persona rica, que con un corazón demasiado bondadoso le permitía pasar su desafortunada vida, rodeado de comodidad. Cuando sus piernas terminaron por responder, se movió casi en automático a ir a recoger el libro que aquel sujeto le pedía, pero no se lo dio inmediatamente. Sus pensamientos se encontraban tan desordenados que las palabras del hombre le molestaban y se convertían en algo más que flotaba en su mente. Se aferro a aquel libro para cerciorarse de que no estaba realmente soñando. Se reía de si misma en sus pensamientos, como si desear que muriera o que fuera un sueño cambiara la realidad o le ayudara a solucionar todo; aquella era la realidad, no un sueño que añoraba vivir, y lo que debía hacer era enfrentar como siempre, con orgullo y dignidad todo lo que viniera.

El sonido de la campanilla sonar le trajo un poco más al presente y ante la amenaza que su prometido daba a la servidumbre una molestia sin medida le embargo, pero no dijo nada. La campanilla sonaba insistente y eso estaba ayudando a Audrey a centrarse a ver aquel hombre como lo que sería desde ese momento y en adelante. ¿Decía que aquello se convertiría en una pesadilla? Ella ya se encontraba en una y al ver la expresión en el rostro de Caleb supo que ambos, se dedicarían de cierta manera a hacer la vida del otro un infierno. Aquello era simplemente maravilloso, apenas llevaban unos minutos en la misma habitación y la inglesa ya podía sentir que serían como una pareja o matrimonio cualquiera que se esfuerza por destruir al otro desde dentro. Ella se comportaría como él lo hiciera, de esa manera aquel hombre no tendría manera de quejarse de malos tratos.
¡Por supuesto, ayudare con muchísimo gusto! – Dijo aquello con voz fuerte para que lograra escucharle por sobre el sonido de la campanilla y termino por hacer algo que no era nada común de ella tampoco. Levanto el libro y sin cuidado alguno se lo lanzo a Caleb  con completa intención de que fuera golpeado, pero apenas sus dedos se alejaban del objeto, Audrey capto algo que paso por alto en las palabras masculinas. Inválido.

La ira, la sorpresa, la desesperación. Todo se mezclaba en el semblante de la inglesa. Era necesario que se recompusiera y no se permitiera ser débil. La nueva confesión le dejo nuevamente a la deriva, sin saber la manera correcta de proceder ante lo que él decía. En cierto punto sintió pena por él y comenzo a creer que la única que obraba mal era ella, pero bastaba apenas con que él abriese la boca para que esas ideas abandonaran su mente.
Creo que ya has gritado lo suficiente por hoy – dijo un poco más serena, diciendose a si misma que no debía gritar más que él, pero entonces le miro ofendida y el enojo comenzó a fluir a través de ella nuevamente así que finalmente camino en dirección a donde estaba su inválido prometido – ¿Pagarme una fortuna? ¿Estas de broma? No me pagaron anda, me pidieron un favor para tu familia y resulta que les creí. Era lo menos que podía hacer por la familia de mi difunto prometido – la palabra prometido sonó más a burla que a cualquier otra cosa y negó con una sonrisa en los labios cuando Caleb se decía afortunado – ¿Lo eres? Porque no tienes cara de verte precisamente afortunado – le sonrió con burla. Ella podría estar atada a él en aquel lugar, pero al menos no estaba condenada a vivir en una cama por siempre.


Última edición por Audrey Browning el Miér Jul 01, 2015 10:05 pm, editado 1 vez


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Mensaje por Caleb Nottingham Vie Mayo 01, 2015 9:21 pm

– ¡Vaya mierda de prometida me ha conseguido Dominique! ¡Una tan insensible como mis jodidas piernas!– Al parecer, desde que había sido abandonado en ese horripilante país; Caleb, siguiendo el ejemplo de su padre, había hecho a un lado también sus modales. Los Nottingham se habían deshecho de su hijo y él, a cambio, había creado un hombre completamente nuevo, acorde a su condición de inválido. ¡No podía creerse que la intrusa le había lanzado su libro! ¡A él! ¡El dueño de la maldita casa! – ¡Y voy a gritar hasta que se me revienten las malditas cuerdas vocales si es necesario, porque todos en esta jodida casa, parecen estar sordos! – Fulminó con la mirada a su prometida, dejando en claro que ella, también estaba incluida en la lista. Deslizó su mano por el cabello, tirando de éste. En su apariencia física, se podía apreciar el cambio radical que había sufrido el primogénito y heredero de la fortuna de una de las familias más importantes e influyentes de toda Inglaterra. O al menos, aún se creía el heredero. Su madre no podría dar ningún otro hijo y su padre, tan interesado en su reputación, jamás reconocería a un bastardo de tenerlo. El respetable mariscal de campo, cuidaba y protegía de su prestigiado apellido. Nada le importaba más que eso. El inglés lo sabía de primera mano. Mientras había escalado en el ejército británico, el pecho de su padre se había ido hinchando soberanamente ante los elogios que no paraban de llegar de sus compañeros para con él. Postrado en una cama, sin poder utilizar sus piernas, Caleb Zach Nottingham había perdido toda valía como hijo, como comandante en jefe, ¡y como puto hombre! Eso era lo que reflejaba, lo miserable que era su vida. No había permitido que nadie se le acercara. Llevaba una barba de varios meses y, aunque su ayudante de cámara había dejado de insistir en hacer su maldito trabajo; cierto era que los idiotas esos que su padre había enviado con él a Francia, se encargaban de mantenerlo limpio.

Cruel. Despiadado. Huraño. Caleb odiaba todo lo que le rodeaba. Su existencia se había convertido en un teatro. Quería arrastrarlos al mismo fango en donde él se revolcaba. Audrey tenía la mala suerte de formar de ese bando. Nunca se habían visto, pero las circunstancias le llevaban a tratarla como uno de sus mayores enemigos. Cuando lo comprometieron, simplemente le informaron quién sería su esposa. Sus padres y los de ella, habían sellado aquél trato. Ambas partes ganaban. Venían de familias adineradas. Un día, sabía que tendría que cumplir con ese arreglo, pero mientras ese día llegaba, no había dedicado más de un pensamiento hacia ella; tal como estaba seguro, que tampoco le había robado el sueño a ella. Con una sonrisa déspota y cargada de desprecio, cogió el libro que su atractiva prometida le había lanzado, pensando sus siguientes palabras para hacer el mayor daño. Quien le viera ahora, calmado, no podría creer que hacía unos minutos, había estado haciendo berrinches como un crío de tres años. – Mis padres deben estar realmente preocupados si la han traído aquí con engaños, señorita Browning. – Aunque no por él, pensó con desprecio. – Quieren que les demos un heredero. Philip no ha de descansar bien por las noches teniendo ese problema de por medio. – Y cuando lo hicieran, si es que lo hacían, su padre le arrebataría al pequeño para educarlo a su manera; tal como había hecho con su propio hijo. - ¡Y yo aquí preguntándome a quién dejarían al mando de nuestra fortuna! – Ironizó, soltando una carcajada completamente fría. Parecía que no había manera de que pusiera fin a su risa. Cuando lo hizo, clavó sus orbes en los ajenos. – Ese es el favor que le pide que haga mi familia, aunque yo le llamaría más bien sacrificio. Usted tendrá que hacer todo el trabajo para que podamos conseguirlo. – Estaba siendo malo. Lo sabía y no le importaba ni un ápice. – ¿Quiere que empecemos ahora? ¿O firmamos los papeles primero? – Abrió el libro, que era su manera de decirle << que le daría tiempo a que lo asimilara >>, pues le haría la vida desgraciada.


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Mensaje por Audrey Browning Miér Jul 01, 2015 11:11 pm

Gente extraña se te mete en casa.
Gente extraña te arranca el corazón.
Gente extraña te saca la sangre.
Ray Bradbury


Ella no sabía nada de la condición de Caleb y ¿Cómo iba a saberlo? Después de todo aquella era la primera vez que se encontraba con él a solas y aún por encima de ese hecho, apenas y se había enterado de que se encontraba vivo. Todo el shock y la confusión le llevaron a actuar de una manera muy poco apropiada y por eso era que ante las palabras ajenas, ahora se sentía completamente avergonzada. Audrey lanzó un libro contra su invalido prometido y eso le llevaba a pensarse como el monstruo en aquella habitación. Caleb gritaba, se hacía el fuerte y el que llevaba las riendas de todo pero en realidad era simplemente un hombre que no podía valerse por si mismo.
Si no quieres que actué como una insensible entonces deberías controlar tu lengua y lamento haberte lanzado el libro, me sacaste de mis casillas – admitió aquello como si fuese un error cualquiera y pasó una de sus manos por sus cabellos, acomodando algunos que habían salido de su sitió, al igual que su compostura momentos antes. Ante los nuevos reclamos masculinos, la inglesa no hizo más que sonreír – Si todos se comportan como sordos es porque seguramente tus gritos ya los dejaron de esa manera – y lo decía en serio. El Nottingham gritaba como si de eso dependiera su vida, aunque evidentemente, su vida no dependía de la presencia de la servidumbre sino de algo que ellos le proveían y de lo cual la inglesa aún no sabía nada. Era evidente que la familia de su prometido no deseaba que Audrey supiera de la situación en la que se encontraba su primogénito; ellos debieron suponer que si contaban a la inglesa sobre la invalidez de su hijo ella se negaría a ir, pero estaban equivocados. La familia Browning se enorgullecía de cumplir todas sus promesas, por tanto, si cumplir con sus promesas incluía sacrificar a su hija a una vida miserable, ellos lo harían justo de la misma manera en que Audrey hubiese aceptado sin oponer resistencia alguna.  

Llorar sobre lo perdido no iba a cambiar nada, era necesario que se hiciera rápidamente a la idea de que su vida no iba a volver a ser como antes y de que estaría ligada a Caleb hasta que alguno de los dos muriera, así es como las cosas estaban arregladas para ser y lo mejor era que dejara de agobiarse a si misma y comenzara a centrarse en lo verdaderamente debía. Ella iba a estar ahí, cumpliendo lo que se suponía que toda buena esposa debería de hacer, tal y como su madre le dijo siempre, sin embargo, aquel hombre parecía estar empeñado en echar abajo sus planes. Cuando Caleb volvió a abrir la boca, entrecerró los ojos, sin comprender del todo a que era lo que se refería.
¿Preocupados? ¿Por qué iban a estarlo? – sus ingenuas preguntas recibieron una rápida respuesta y una sonrisa le surcó el rostro – Bueno, es natural que ellos vayan a querer un heredero para nuestras fortunas – ella no era estúpida, para ese punto ya había deducido que sus propios padres colaboraron con el plan de llevarle a Francia.  Sus progenitores tenían muy en claro a quien querían para su hija y por ende, no desaprovecharían la oportunidad de formar un vinculo indestructible entre ambas familias. Ya podía ver a donde se dirigía todo; un heredero de los Nottingham y los Browning, un niño con un gran poder y fortuna, una manera de hacer que los nombres de ambas familias subieran en la escala de la aristocracia. Y aunque no le sorprendía en absoluto que se esperase un heredero de parte de ellos, lo que hizo que abriera los ojos de par en par y que un sonrojo tanto de ira como vergüenza le coloreara las mejillas, fueron los siguientes comentarios de Caleb. Audrey era incapaz de imaginarse aún a si misma “haciendo todo el trabajo” y mucho menos empezando justo en ese momento. La desfachatez de su prometido era enorme y aunque trató de responder de inmediato, lo único que logro conseguir fueron tartamudeos que le obligaron finalmente a cerrar la boca y mirar ofendida en dirección a su invalido prometido, quien no parecía afectado en lo más mínimo. Ver que él no reaccionaba ante nada le llevo a tomar aire de manera profunda y acercarse con decisión hasta aquella cama donde el cuerpo masculino se encontraba; la mano de Audrey fue a tomar el libro que antes hubiera lanzado y de un movimiento se lo quitó de las manos a Caleb – Te diría que comenzáramos justo ahora pero es evidente que prefieres la lectura a estar conmigo, así que firmaremos los papeles primero – notaba la calidez de sus mejillas, las cuales seguramente aún se encontraban sonrojadas pero su orgullo le impedía volver a mostrarse desconcertada y frágil ante algo que tarde o temprano pasaría. Una vez que se casaran, Audrey debería entregarse a su esposo aunque eso incluyera que ella hiciera todo el trabajo – De hecho, ¿Cuándo crees que podamos firmarlos? Así comienzo a hacer "mi trabajo" – en cuanto más pronto se casaran, más pronto podría tratar de salir de la tortura si es que quedaba embarazada o al menos eso pensaba ella y que manera tan errada de pensar que tenía.


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