Huellas. [Libre]

El sol brillaba demasiado ese día. Llevaba tanto tiempo encerrado, investigando, que me molestaba. Ni siquiera los cristales opacos de mis gafas hacían que se fuera el dolor de cabeza. Como un martillo, me taladraba las sienes. Una y otra vez. ¡Tan molesto! Y, sin embargo, no tenía más remedio que estar allí. Por eso no lo soportaba. Tantos años bajo el mando de otros y lo rápido que me había acostumbrado a no tener que dar explicaciones, más allá de los altos cargos que por suerte casi nunca hacían acto de presencia. Y ahora decidieron aparecer para nada más y nada menos que mandarme a seguir una estúpida pista. Estúpida; sí. Para mi lo era, desde luego, y carecía por completo de importancia. ¿Por qué habían decidido acudir a mi, después de tanto? Ya no tenía nada que ver con ellos. Hacía ya mucho que había dejado de ser un soldado. Aunque eso sólo yo lo tenía en cuenta.

Ha dejado ya cuatro cadáveres en lo que va de mes, no podemos permitirnos más errores.

Recordando las palabras de mi antiguo líder, que aún intentando pedirme un favor no podía evitar sonar como una orden propia de él. Qué otra cosa podía haber hecho, a parte de aceptar al menos echar un vistazo en el lugar.

Según el informe, los cuerpos se habían encontrado en las afueras, dentro del bosque. Estaban completamente mutilados y no tenían ninguna duda de que había sido obras de un hombre lobo. Ponía, en las especificaciones, que había la posibilidad dado el número de cadáveres de que fuera un grupo. Algo muy extraño, dado que su especie acostumbraba a ser solitaria. Eran desconfiados, pues no sólo eran perseguidos por la Inquisición en este mundo. Esto fue lo que me hizo creer que no habían acudido a mi sólo por molestar; en realidad se habían encontrado con un problemón. Uno en el que no tenía ni la más mínima intención de indagar más allá de lo necesario, llegado el momento daría el relevo a los que de verdad les correspondía. Yo sólo quería volver a mi laboratorio, a mis libros y a mis investigaciones. Estaba muy cerca de llegar a algo bueno, que tanto tiempo y esfuerzo estaba requiriendo.

Una gota de sudor decidió resbalar hasta penetrar en mi ojo y maldije, una vez más. Maldito calor y maldito todo. Aunque de día me aseguraba de que nada iba a atacarme, tampoco estaba encontrando lo que había ido a buscar. Ni pistas, ni huellas, ni nada que me hiciera creer que allí podía encontrarse un grupo de depredadores.

El tiempo pasaba, y cuánto más tardaba más cerca estaba de que se oscureciera el cielo. Y, sinceramente, no tenía ningunas ganas de estar allí de noche. Ni estaba preparado para ello. Eso sólo era una misión de reconocimiento, hacía ya demasiado que no luchaba. No quería luchar. No quería volver a aquellos días que tan malos recuerdos me traían. Por otro lado, volver con las manos vacías nunca era una opción. Suspiré, cansado e indeciso. Allí no había nada; nada más allá de lo que había en el informe. Los espías habían hecho bien su trabajo ¿Qué les hacía pensar que yo podía encontrar algo más? Algo más que sus dos mejores facciones de soldados no habían sido capaces de hacer. En momentos como esos, me arrepentía de haber hecho que me tuvieran en tan alta estima, o de que mi padre me llevara hasta lo más alto. No dejaba de ser un hombre, un ser humano. Maldita sea, deberían haber mandado a uno de sus propios chuchos sarnosos a que olisqueara a los de su propia especie; eso fue lo que pensé. Para qué los tenían a sus órdenes entonces. Fools.

Crack

El sonido de una rama partida me hizo volver a la realidad. Me había sentado en un tronco, allí dónde se encontraron algunos de los cuerpos. El rastro de sangre seca que cubría absolutamente todo el lugar confirmaba que allí había ocurrido poco menos que una masacre. ¿Y quién era el que me estaría observando ahora? Me pregunté. Ese sonido no había sido producido por el aire. El aire no rompía ramas. Sopesé la idea de que fuera un hombre lobo, o incluso un vampiro, pero la descarté de inmediato. A pleno día era técnicamente imposible ver un hombre lobo transformado, según lo que conocíamos, y a un vampiro improbable por su alergia al sol. La sombra en el bosque era amplia pero fugaz, tan pronto podía estar como desaparecer. Eso sólo dejaba dos opciones: humano o animal. Ambas eran viables, quizás una más que otra. El humano, sin embargo, me molestaría bastante más. Haría preguntas, preguntas que ni quería ni podía responder. No tenía ganas de entablar una conversación y así había sido desde hacía mucho tiempo. Me aferré, pues, a la idea de que fuera un simple animal del bosque, observándome como a un ser desconocido. No sería peligroso, ni entorpecería la misión. Una misión que empezaba a pensar terminaría muy pronto, por primera vez en mucho tiempo, sin resultados que ofrecer.

Olvidándome de quién estuviera más allá, decidí inspeccionar el terreno. Aprovechando las ventajas del tiempo soleado y nada lluvioso en esos meses, podía observar cada detalle de lo que allí había ocurrido. Imaginaba los cuerpos destripados, que ya tantas veces había visto. Diferente escenario, mismo sujeto. Los hombres lobo se caracterizaban por hacer un destrozo de todo aquello que tocasen, no tenían control alguno una vez transformados. Más allá de unas cadenas de plata, ni siquiera la Inquisición había sido capaz de dominar su forma animal; haciéndolos inservibles en ese estado de inconsciencia.

La sangre seguía un camino entre los árboles que se desvanecía al borde de un lago. ¿Serían ellos conscientes de que estaban borrando huellas? O la casualidad quiso que se lo llevaran por allí, sin tener nada que ver la inteligencia. No habíamos sido capaces de demostrar que no la tuvieran, pero tampoco que la tuvieran estando en esa forma. Me senté en el borde. Hasta allí llegaba el informe, y hasta allí llegaría yo si no aparecía un milagro que me mostrara un camino diferente.

Hacía demasiado tiempo que había dejado de ser consciente del tiempo, y me estaba pasando factura. En el laboratorio podían pasar días y días, meses enteros; lo mismo daba. No me molestaban y, al final, valía la pena. Allí, sin embargo, cada minuto contaba. Si no encontraba nada en las próximas horas, tendría que volver al día siguiente. Y así una y otra vez, atrasando por contraparte mis avances en el campo que de verdad me interesaba. － Maldita sea －Con enfado, lancé un pedrusto al agua. No escuchar su caída me dio a entender que el lago era bastante profundo. Maravilloso. No es que me planteara bucear, pero por si más tarde se me hubiera pasado por la cabeza ya sabía que tendría que descartarlo. Fuera lo que fuera que estuviera en el fondo, quizás alguna pista más, no iba a ser yo el que se metiera allí para verla. A pesar de que podría considerarse como una orden, no dejaba de ser un favor. De líder a líder. De viejo conocido, a viejo conocido. Lo hacía por los viejos tiempos y no tenía pensado extralimitarme. Era poco probable que fuera un grupo el que había hecho aquella matanza. Dos, como mucho. Dos seres de aquellos salvajes y descontrolados podían causar semejantes estragos. Y si querían cazarlos, tenían que salir de noche. Buscar su guarida allí no era factible, lo estaba reafirmando; aunque ya lo supiera de antemano. ¿Quién los encontraría entre los humanos? Sólo ante la luna descubrían su verdadero rostro. Sólo ante la luz de las estrellas podían ser cazados.

Mi inquieta compañía todavía permanecía por los alrededores. A veces escuchaba una rama, otras el sonido de un olfato que lo olía todo exasperadamente, y de últimas un gruñido que me hizo pensar de un perro. Un perro callejero, seguramente, que se refugiaría por los alrededores. Lo cierto es que empezaba a molestarme el sentirme observado. Entiendo que, seguramente, había entrado en su territorio. Pero no era una amenaza, y lo había demostrado. Había puesto esmero en no tocar más allá de lo necesario, limitándome a observar. Ni una rama había arrancado. Entonces ¿Qué quéría?.

－ Sea lo que seas, me estás molestando. No le haré nada a este sitio, así que si me estás entendiendo; lárgate. － Eché un vistazo a mi alrededor, ignorando la figura que permancía entre los arbustos. Volviendo la vista al frente, me tumbé apoyando la cabeza en mis brazos; flexionados tras la nuca. Mirando al cielo, pensé la de tiempo que hacía que no me permitía un momento de tranquilidad al aire libre. No quería volver al pasado, recordar, sin embargo allí en la soledad y el silencio no había nada más que eso. Sólo los recuerdos podían hacerme compañía.