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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Katrina J. Olivier Lun Ene 19, 2015 11:57 am

Como era costumbre a aquellas horas de la tarde, las calles estaban llenas de gente. Mujeres y hombres que por sus andares y vestimentas dejaban claro que estaban por encima de las demás, cosa que también mostraban sus gestos y expresiones hacia aquellas personas que no eran dignas de su atención, y aquellas personas que no merecían un segundo del valioso tiempo de las primeras. Me había percatado casi de forma inmediata de esa brecha invisible que separaba a unos u otros en función de su estatus social, así como también que mayoritariamente eran los más pobres los que mostraban una actitud más vivaz y una alegría genuina. Ese era uno de los motivos por los cuales acababa por adentrarme o acercarme constantemente a las zonas de la ciudad donde abundaban aquellas gentes cuando salía a dar un paseo, y es que había algo en ese talante jovial y risueño que parecía tirar de mí como si de un imán se tratara. Extraño pero cierto.

Sin embargo, hoy iba a dedicar mi tiempo a un asunto de carácter más personal. Estaba cansada, no físicamente sino emocionalmente, pues me abrumaba no hallar respuestas a las preguntas que se agolpaban en mi mente y observar miles de rostros, todos ellos desconocidos, día tras día sin que ninguno prendiera la chispa de reconocimiento que precisaba. Me hacía reflexionar sobre el futuro, tal vez debiera dejar de indagar en mi pasado olvidado y centrarme en los días que estaban por llegar, pues en todo este tiempo no había avanzado ni hacia delante ni hacia atrás. Notaba que de cada vez mi afán por saber sobre mí y mi vida iba menguando, nada sorprendente si ves que todos tus esfuerzos son en vano y que no basta tan solo con desearlo. También es posible que haya pecado de ingenua al creer que todo se resolvería en un breve lapso de tiempo y por ello mi aguante resultase escaso. Por estas razones decidí que hoy sería el último intento, acudiría a una comisaría diferente a la de la primera vez. Si esta incursión tampoco daba sus frutos no me quedaba otra que pensar y aceptar que el Señor así lo quería y seguir adelante.

Pese a mis pasos apremiantes, no dejaba de contemplar mi alrededor y disfrutar del calor. Todos comentaban que eran días calurosos y quien podía permitírselo caminaba con parasoles que les dieran cobijo y protegieran de los rayos de sol, mientras que en mi opinión el clima no podía ser más agradable. En ello estaba pensando cuando advertí a unas pocas personas detenerse en mitad del pavimento con expresión de alarma en sus rostros. Sus ojos estaban puestos en algo situado detrás de mí y a causa de la curiosidad me volteé para descubrir lo que les tenía tan inquietos. Un enorme carro tirado por dos caballos avanzaba por la calle, nada demasiado llamativo si no fuera porque en su trayectoria se encontraba un niño. Al principio creí que el conductor lo había visto y frenaría para evitar la colisión con el pequeño, pero el carro seguía avanzando sin dar muestra alguna de reducir la velocidad.- ¡Deténgase! ¡Pare el carro! -Grité sin ser plenamente consciente de haber dejado la seguridad de la acera para salir corriendo a socorrer al pequeño, al contrario del resto de personas que seguían allí de pie a la espera de que tuviera lugar la catástrofe. Nada más alcanzar al niño lo envolví con mi cuerpo con la esperanza de amortiguar el golpe y así sufriera menos daño, pues no estaba segura de poder quitarnos de en medio. Cerré los ojos esperando el impacto, pero éste no se produjo.- ¿Estás bien cielo? -pregunté al niño tras comprobar que los caballos se habían detenido justo a tiempo. El pobre estaba temblando.
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Mensaje por Jack La Fayette Lun Ene 19, 2015 4:06 pm

Desperté con un dolor agudo. Desde primera hora de la mañana había intentado levantarme de la cama sin resultado; estaba exhausto. ¿Cuántos días pasaron desde la última vez que dormí? Ni siquiera lo recordaba. El trabajo en el laboratorio me tuvo tan ensimismado que descuidé, una vez más, el cuidado de mi cuerpo. No es extraño; me pasaba muy a menudo de hecho. Y, como de costumbre, después me costaba la misma vida recuperar todas esas fuerzas perdidas. No me bastaba con dormir las ocho horas de sueño habituales para recuperarme, ni comer tres veces en el día para saciar mi hambre. Ni mucho menos. Una vez dejaba el trabajo de lado, todo caía sobre mi. Después de comer, saquear más bien, mi cuerpo caía prácticamente en coma. Diez, doce y hasta veinticuatro horas seguidas había llegado a dormir. Para, al día siguiente, levantarme cómo si me hubieran apaleado salvajemente con un palo la noche anterior. Siempre me recordaba a mis primeros años de entrenamiento, cuando volvía a casa sin ni un sólo músculo que no me doliera. Me dolía hasta en sitios de los que no era conocedor que pudiera sentir de esa forma.

Con el pasar de la mañana, ese dolor generalizado se acabó concentrando en un sólo sitio; la cabeza. Un dolor agudo y persistente, que hasta por lo menos otras veinticuatro horas no desaparecería. En días como esos, recordaba por qué era tan importante no descuidarme de aquella manera. Sufrir las consecuencias, a mi edad, era horrible. Realmente horrible.

Ya era por la tarde cuándo recordé que me esperaba trabajo en la oficina. Y no me refiero al laboratorio; sino a la oficina literalmente. En el cuartel de la Inquisición, todos los líderes y segundos al mando de las facciones teníamos un cubículo por el que debíamos dejarnos ver de vez en cuando. Aquel día en concreto podría haber hecho los informes en la tranquilidad en mi casa, sin voces ni ruidos innecesarios a mi alrededor, pero recordé que llevaba más de un mes sin hacer acto de presencia. Malo. Si seguía sin pasarme, acabarían preguntando por mi. Y si preguntaban, significaba que centraban su atención en mi persona. Un error que me he permitido cometer en varias ocasiones y por el que he pagado cada una de las veces.

Estaba intentando calmar los martillazos en mi cabeza, dentro del carruaje que me llevaba hacia el cuartel, cuando sin venir a cuento un brusco empujón me estampó de lleno contra el frente. Dolió. MUCHO. Fue un golpe en mi cabeza completamente innecesario que agrabó el dolor ya de por sí existente. Salí, con una mezcla de confusión y enojo, esperando unas fantásticas explicaciones por parte de mi cochero. Me encontré, sin embargo, con una cara pálida, casi en shock diría yo, que miraba al frente. Siguiéndola encontré lo que era el motivo de su estado. Una mujer, abrazada a un muchacho, estaba justo frente a los caballos que tiraban del carro. No era muy difícil deducir lo que acababa de pasar. La cuestión era ¿Los habíamos atropellado o sólo había sido un susto?. Me acerqué, notando un escozor sospechoso en la frente, seguramente una herida producida por el golpe. - ¿Se encuentran bien? Disculpe, creo que ha sido mi carro - Por encima de la mujer vi a un muchacho tembloroso, aunque aparentemente ileso. No parecía tener ningún rasguño físico.

Muy en el fondo suspiré, aliviado. No necesitaba un accidente para añadirlo a la lista de cosas por las que preocuparme ese día.


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Mensaje por Katrina J. Olivier Mar Ene 20, 2015 1:39 pm

El jovencito no respondió con palabras a mi pregunta sobre su estado, simplemente hizo un movimiento afirmativo con la cabeza. No era difícil suponer que sufría una pequeña conmoción debido al susto, incluso yo me sentía un poco turbada por el suceso, pero por suerte era algo que se nos pasaría en breve. Pasé una mano por su cabello a modo de caricia, aliviada porque el chico estuviera bien, pero a la vez un tanto enojada. ¿Dónde estaba la madre de la criatura? Por su aspecto no debía tener más de seis o siete años, ¿cómo era capaz de perderle la vista? Esperaba que esto la hiciera estar más atenta a su pequeño, pues un solo despiste podía acabar en tragedia. Cierto era que el niño podía haberse escabullido de su madre para jugar y, por tanto, no toda la culpa recayera sobre ésta, pero aun así ella era la adulta y la hacía más responsable del descuido. Dejé esos pensamientos a un lado en el momento que el pequeño alzó la vista y noté que alguien se había acercado a nosotros. Me puse en pie y me volví para quedar de frente al hombre.- No se preocupe caballero, tan solo fue un pequeño susto -dije esbozando una leve sonrisa para aclarar que estábamos ilesos y no había motivos para preocuparse.- Y me temo que no hemos sido los únicos -añadí posando mi mirada durante una fracción de segundo en el cochero. El pobre hombre había perdido todo su color y por la expresión que atisbé en su rostro pude garantizar que de haberle ocurrido algo al niño no se lo habría perdonado.

Al regresar mi atención a quien se había aproximado para comprobar que no habíamos sufrido daños, percibí que algo en su semblante había cambiado y también reparé en la herida de su frente, a lo que atribuí aquel cambio. Quise hacérselo saber, mas otra persona se acercó a nosotros impidiéndomelo. La madre del pequeño. Supe que era ella por su rostro contraído debido a la angustia y la forma en que lo estrechó entre sus brazos. Me situé junto al hombre para dejarles más espacio y los contemplé en silencio. Aquella imagen removió algo en mi interior, figurando que se debía al hecho de ponerme en el lugar de la madre y pensar en lo mal que lo habría pasado si su hijo no hubiese tenido tanta suerte. ¿Qué otra cosa iba a ser? Poco después la mujer se levantó tomando de la mano al pequeño y nos dio las gracias por haberle salvado.- No ha sido nada. Cualquiera habría actuado de la misma forma -Ambas sabíamos que aquello no era cierto, pues aparte de mí nadie más hizo ademán de auxiliarlo y muchos habían retomado sus caminos pasado todo.- Mas no lo pierda de vista. No creo poder estar presente si hay una próxima vez -comenté a modo de advertencia. Él era su responsabilidad y debía tener siempre un ojo puesto encima para que cosas como estas no tuvieran lugar.

Una vez se marcharon pude centrarme definitivamente en el caballero que tenía a mi lado. Seguía sin tener muy buen aspecto y eso que no fue él a quien casi pisotean unos caballos.- Señor, ¿se encuentra usted bien? -pregunté con un deje de preocupación en mi voz.- Tal vez debiera tomar asiento, tiene una... herida en la cabeza -sugerí señalando la parte de mi frente donde él tenía la lesión. No se veía muy grande, pero los golpes en la cabeza no son para tomarse a la ligera y lo más prudente en ese momento era que se sentara para evitar posibles mareos.
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Mensaje por Jack La Fayette Miér Ene 21, 2015 1:14 pm

Debería recordar lo que pasó a continuación, pero lo cierto es que lo único que sé es que mi cabeza entró en shock. Recuerdo haber visto levantarse al muchacho, con ayuda de la mujer que lo socorría. Ella me dijo que sólo había sido un susto, que no me preocupara. Yo en lo único que podía pensar era en el chico y en la cara de susto que tenía ¿Cómo habría llegado a ponerse frente a los caballos? ¿Por qué su madre lo había permitido? Era lo que se me pasaba por la cabeza. No presté atención a nada más, hasta que hizo acto de presencia la madre (al parecer no era la otra mujer) escandalizada. Estuve a punto de disculparme, mas me di cuenta de que no tenía motivo alguno. Yo estaba circulando por el lado que me correspondía y a juzgar por la cara de mi cochero, éste no era precisamente de los que le importaba todo tres pimientos. No, él estaba casi tan asustado como el chico. De haberlo dañado, hubiera sido un peso muerto en su conciencia.

Ya con el incidente fuera de juego, mi cabeza hacía acto de presencia. Se quejaba de una forma mucho peor que antes. Ahora, en lugar de martillear, parecía que se agujereaba una y otra vez. Como si me metieran una aguja por la sien una y otra vez. Para más inri, la herida me ardía. ¿Se encuentra usted bien? escuché que preguntaba una voz femenina, pues al parecer la mujer que había ayudado al muchacho todavía seguía allí. Le hubiera dicho que sí. Tendría que haberlo hecho para, seguidamente, volver a mi carruaje y seguir mi camino. Seguramente hubiera vuelto a casa a descansar, porque ahora sí que no estaba en condiciones de ponerme a escribir ningún informe estúpido; ni nada que se le pareciera. Lo habría hecho si no hubiera levantado la mirada para ver, por primera vez, el rostro de la buena samaritana. Imposible. Ahí fue cuándo entré verdaderamente en shock. Nada común en mi, pero sin duda la ocasión lo requería. - ¿A..melia? - Fruncí el ceño, no entendía nada. ¿Quién era esa mujer? No Amelia. Amelia murió, yo vi su cadáver. ¿Por qué, entonces, ella era exactamente igual? El golpe, tenía que ser el golpe; fue lo que pensé. Aún sabiendo que era fruto de mi cabeza dañada, me acerqué para ver más de cerca lo que mi mente había creado e hice ademán de acariciar su rostro - Dios bendito, eres igual que ella - Mi cara estupefacta no podía más que observar. Observar ese cabello rubio platino y semi-ondulado que tanto me había gustado de ella siempre. Esos ojos verde esmeralda que me cautivaron desde el primer día que nos conocimos, aún siendo unos niños. Esos labios. Ese todo.

Me acaricié la barba, incrédulo ante lo que mis ojos procesaban. Impulsivamente la abracé, hasta enterrar la cara en su cuello. - Sé que no eres ella. No puedes serlo. Pero.. te echo tanto de menos, Amelia. No te vayas, por favor. No me dejes de nuevo- Murmuré en apenas un susurro que sólo ella estaría escuchando. He muerto y estoy en el cielo. Fue lo último que pensé antes de desmayarme.


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Mensaje por Katrina J. Olivier Sáb Ene 24, 2015 7:51 am

La expresión de preocupación de mi rostro mudó a una de completa confusión. ¿A melia? ¿Qué significaba aquello? No comprendí que las palabras del caballero de ojos azules en realidad hacían referencia a un nombre hasta poco después. Este hecho se debía a que al no poder escuchar me baso en el movimiento de los labios para entender lo que me dicen, y el término expresado por él me era totalmente desconocido, lo cual repercutía también en que posiblemente le estuviera dando una entonación errónea. Tenía intención de pedirle educadamente que repitiera sus palabras por si lograba sacar algo en claro, pero entonces comenzó a acercarse e hizo ademán de acariciar mi rostro haciendo que yo retrocediera un par de pasos incómoda. Me empezaba a inquietar el comportamiento del desconocido y deseaba que no tratara de volver a aproximarse, pues no sabría cuál sería mi reacción. ¿Una bofetada? ¿Un grito? ¿Salir corriendo? Me planteaba seriamente la opción de marcharme del lugar y lo hubiese hecho de no ser porque volvió a hablar. “Dios bendito, eres igual que ella”. ¡Ah! Ahora todo empezaba a cobrar sentido. No había dicho “a melia”, sino Amelia, el nombre de una mujer. Al darme cuenta de su confusión me permití bajar la guardia y relajarme, después de todo no sería la primera vez que alguien confundía a una persona con otra a la que conocían. Sorprendentemente, en ocasiones podían hallarse casos de personas de aspecto casi idéntico que daban lugar a equivocaciones como la que tuvo lugar.

- Como ya se ha percatado, lamento decirle que no soy dicha Amelia -Si de algo podía estar plenamente segura era de mi nombre, Katrina, lo único que no me había sido arrebatado, el único trazo de mi vida que conservaba de antes de padecer la amnesia y a lo que me he estado aferrando tanto desde que volví a recobrar la consciencia al ser la sola evidencia de mi existencia. Mi nombre era lo que me daba fuerzas para seguir y no sumirme en la oscuridad de la locura que creía sufrir.- En realidad mi nombre es… -No pude acabar lo que iba a ser mi presentación (no la había pedido pero, dada la situación consideraba que era lo correcto), debido a que de pronto me rodeó con sus brazos dejándome totalmente paralizada, siendo incapaz de reaccionar. Permanecí muda de asombro, pues las palabras quedaron atrapadas en mi boca y tampoco lograba procesar todos los pensamientos que se agolpaban en mi mente, ni siquiera me veía capacitada para deshacerme del abrazo de aquel hombre. Todo estaba resultando muy extraño y no solamente las libertades que se había tomado el desconocido para conmigo, pues existía otra razón para que me sintiera tan desconcertada por aquel acto impulsivo, y esta era la sensación de naturalidad e incluso familiaridad con la que sentía los brazos del hombre alrededor de mi cuerpo, como si éste de alguna manera lo reconociera. Del mismo modo, cuando enterró su cara en mi cuello parecía que encajábamos a la perfección, como dos piezas de un mismo puzle. ¿Me habría contagiado con sus delirios?

Volví a la realidad cuando sentí que el cuerpo del desconocido se tornó pesado y se desmoronaba. Traté de sostenerlo pero siendo él más grande que yo, apenas pude sujetarlo y acabó por desplomarse en mitad de la carretera. Por mi parte, casi caí con él pero logré no perder el equilibrio y simplemente me deslicé hasta el suelo quedando de rodillas junto a él.- No me haga esto -murmuré sintiendo cómo el nerviosismo se propagaba por mi organismo. Con mano temblorosa coloqué dos dedos sobre su cuello en busca de signos vitales y mientras rogaba porque los hubiera, lo sentí. Tenía pulso.- Gracias a Dios -exclamé dejando escapar el aire que desconocía había estado conteniendo (y que en verdad no precisaba por eso de estar muerta, aunque yo aún no lo sabía) y tomando una de sus manos, aliviada. La sola idea de que hubiese fallecido entre mis brazos me daba pavor.

Me giré un poco para buscar con la mirada al cochero pero no hizo falta llamar su atención en busca de ayuda, puesto que ya se había bajado del carro y tan solo nos separaban un par de metros.- ¿Qué ha ocurrido? -preguntó nada más llegar y agacharse junto a mí.- N-no lo sé… Perdió la consciencia, sin más -expliqué posando mis ojos azul-verdosos en el hombre inconsciente. La única explicación lógica que le encontraba a lo sucedido era que el golpe de la cabeza fuera más grave de lo que parecía en un principio. ¿Cómo iba a plantearme siquiera que una vez fuimos marido y mujer, y que a mí ya no me correspondía estar en el mundo de los vivos?- Permítame –Me aparté un poco y dejé que el cochero cogiera en brazos al hombre para tumbarlo en el asiento del carruaje. Le seguí y me ofrecí para acompañarlo, ya que no creía prudente dejarlo sin supervisión. Además, pese a tener cosas que hacer, no me sentía bien si no lo acompañaba.

Al cochero no pareció importarle mi ofrecimiento y si lo hacía, no lo dejó entrever. Así pues, me subí al vehículo para velar por el caballero del cual desconocía incluso el nombre. Tal vez estaba cometiendo un terrible error, pero ahora eso era lo de menos. Al principio de ponerse en marcha contemplé las calles a través de la ventanilla, pero pronto desvié la mirada hacia el moreno a la espera de que despertara. Desconozco el tiempo que pasó hasta que lo hizo, pues cinco minutos bien podrían haberme parecido veinte.- Procure no incorporarse bruscamente. No querrá marearse, ¿verdad? -dije con suavidad.- Espero que no le importe la intromisión y comprenda mi incapacidad de dejarle solo en su estado -aclaré medio disculpándome. Después de todo éramos unos completos extraños y yo me había metido en su carro sin permiso alguno. Viniendo de mí aquel era un gran atrevimiento.- ¿Necesita que le ayude? –pregunté inclinándome hacia él para ayudarle en caso de necesitarlo.


FDR: No te preocupes, tenía constancia de ello n.n Si tienes algún inconveniente con lo que puse en el post, me dices y edito lo que haga falta (:
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Mensaje por Jack La Fayette Lun Feb 09, 2015 4:16 pm

Antes de despertar recordé el pasado como hacía tiempo no me permitía hacerlo. Mucho antes del accidente, por la época en la que nuestra hija acababa de nacer y no tenía otra preocupación más aparte de lo que se cociera dentro de la Inquisición. Cuándo las misiones y el tiempo fuera de casa, lejos de ellas, era lo único que no soportaba. El anhelo de saber que al volver estarían esperándome cómo siempre lo habían hecho. Y sólo fue cuestión de unos minutos que todo aquello cambiara drásticamente. Que nunca más volvieran a estar allí dependió de eso. Realmente nunca fui tan consciente de lo efímera que podía ser la vida humana. Recordé también la paranoia de las semanas posteriores a su pérdida, viéndome incapaz de salir de casa. Sólo quería volver a verlos y, para ello, el único camino a seguir era el de la muerte. Y, de no ser por algún que otro compañero que supo venir a verme en el momento adecuado, lo habría seguido gustoso. Quizás fue por eso que decidieron darme el puesto en la facción que tanto había solicitado en los últimos años y de igual forma me habían denegado todas las ocasiones. Según ellos, mi potencial como soldado era demasiado valioso como para desperdiciarse dentro del mundo de la ciencia. Supongo que entre desaparecer y dedicarme a la ciencia, prefirieron aprovechar el poco potencial que por aquel entonces me quedaba antes de que desapareciera por completo.

Un murmullo lejano me trajo de vuelta a la realidad, haciéndome recordar (aunque con lentitud) lo sucedido. Un suceso de lo más extraño; pensé. Cuándo hice un intento por abrir los ojos lo primero que me vino fue el martilleo en la sien. Dolor de cabeza. Apenas era capaz de distinguir qué era lo que me estaban diciendo mientras intentaba incorporarme, lo que en un primer intento fue imposible. - Ya me acuerdo.. - Suspiré, volviendo a recostarme y cerrando los ojos. Acaricié la parte dónde me había dado el golpe, notando un sospechoso bulto. Por lo menos la sangre ya estaba seca, lo que era una buena señal. ¿Necesita que le ayude? Me pareció escuchar de una voz femenina no muy lejos. Al mismo tiempo, me di cuenta del resonar de los caballos ¿Estábamos en movimiento? Pero ¿Dónde? y ¿Por qué?. Entreabrí uno de los ojos, mirando a la mujer. Lo recordaba todo perfectamente y, aunque todavía estaba sorprendido, antes prefería resolver mis dudas. Y volver a ser una persona consciente. No soportaba estar tan débil frente a desconocidos; nunca sabía lo que podía encontrarme por ahí fuera.

Después de varios intentos logré sentarme sin que me diera vueltas todo y sin querer echar por la boca lo poco que había comido en las últimas horas. - A ver ¿Qué estamos haciendo aquí? ¿Es el carro en el que iba yo? ¿Y hacia dónde va el cochero? - Murmuré en prácticamente un susurro, porque cualquier otra cosa que fuera más alta me suponía un dolor inaguantable. Esperando por una respuesta confirmé lo que mis ojos ya habían observado antes de desmayarme: la mujer que tenía frente a mi era exactamente igual a mi difunta Amelia. No llevaba las mismas ropas que ella solía ni el mismo maquillaje, pero en todo lo demás no podía encontrar una sola diferencia. ¿Y cómo era eso posible? Esa pregunta, sin embargo, no era de las que podía preguntar y ella podría responder. Amelia estaba muerta, yo mismo vi su cuerpo junto al de nuestra hija sobre un charco de sangre. Un rostro demacrado y pálido que correspondía al mundo de los muertos. Y descarté automáticamente al ser llamado vampiro, el no-muerto, puesto que el sol todavía brillaba en el cielo. Además, sería la primera vez en encontrarme con un ser de ese tipo tan amigable. No, imposible. Por lo tanto, no quedaba nada (que supiéramos), que resucitara a los muertos. ¿Entonces serían alucinaciones mías? ¿La mujer tendría algún parecido y yo la estaba viendo a ella? No podía más que atribuirlo al golpe en la cabeza (puesto que nunca antes me había sucedido nada parecido, pese a todo lo que he visto) y hasta que no se me pasara la conmoción haría todo lo posible por ignorarlo.


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Mensaje por Katrina J. Olivier Dom Feb 22, 2015 2:25 pm

Me recliné en el asiento y permanecí quieta sin hacer ademan alguno de ayudar al hombre a incorporarse a pesar de percatarme de sus diversos intentos hasta conseguirlo, ya que él no lo había pedido expresamente aun con mi ofrecimiento y preferí no aventurarme por si le resultaba incómodo. De hecho, ahora que había recobrado la consciencia y parecía estar lúcido, el ambiente se había enrarecido bastante para mí. No existía ninguna razón concreta para ello, simplemente el hallarme dentro de un carruaje ajeno con un individuo igual de extraño. Cierto era que la idea fue mía, nadie me obligó a ello, pero desde mi punto de vista en mi cabeza esa acción me pareció mejor de lo que estaba resultando ahora mismo. Tal vez era producto de no dejar las ideas y pensamientos quietos, de estar dándole vueltas a la cabeza en todo momento sin dejar espacio a la tranquilidad. ¿De verdad creía que estando en ese estado se iba a dedicar a juzgarme? Menuda tontería. Decidí desechar toda idea que condujera a esos pensamientos, pero entonces él habló y mi inquietud volvió a hacer acto de presencia. Me mordí el labio inferior y desvié un poco la mirada, avergonzada e intimidada a partes iguales. Solamente era capaz de responder a una de sus preguntas, dos a lo sumo si llegaba a comprender exactamente qué hacíamos allí.- Respondiendo a su segunda pregunta, está en lo cierto al sospechar que es el carro en el que viajaba antes -dije volviendo a posar mis ojos azules en él. ¿Habría pensado que lo secuestramos? Si llegó a pensarlo, definitivamente debió de ser por la conmoción.- En cuanto a la tercera, siento decirle que desconozco hacia donde se dirige. Creo que hizo un cambio de rumbo, pero no podría asegurárselo del todo -añadí tratando de recordar. Al principio observé el panorama a través de la ventanilla, por lo que debería saber con seguridad si el cochero había continuado recto o, por el contrario, había dado media vuelta, pero teniendo en cuenta que en aquellos momentos mi preocupación estaba puesta en el hombre también era comprensible que no me fijara en ese detalle.

No obstante, la pregunta de mayor envergadura para mi persona era la primera que había formulado y para la que no tenía una respuesta certera. ¿Qué estamos haciendo aquí? En un primer momento la toma de mi decisión fue el no abandonarlo a su suerte tras haber sufrido un desmayo, así como también el hecho de que mi conciencia no hubiera sido capaz de estar tranquila de haberlo dejado solo. Pero había algo más, algo que no lograba descifrar pero que estaba ahí, en alguna parte mi ser.- Como le comenté, no me pareció prudente dejarlo sin más. ¿Qué clase de persona sería si hiciera eso? -comencé a decir, a modo de explicación y quizás también como justificación, esbozando una sonrisa tímida a la par que alisaba unos pliegues del vestido. Por alguna razón sentía que debía argumentar mi presencia en su carruaje. No es muy habitual este tipo de atrevimientos por parte de las mujeres, no al menos de las decentes, y tampoco deseaba que tuviera un concepto erróneo sobre mí.- Pero entiendo que pueda parecerle inapropiado, incluso incómodo, y por ello me gustaría hacerle saber que puedo apearme en este mismo instante. No me ofenderé si así lo desea -No, no me resentiría si eso es lo que quería. Puede que una pequeña parte de mí pensase que era un tanto desagradecido después de mi predisposición a ayudarle, pero viendo el conjunto comprendería lo violenta que podía resultar la situación. ¿Cuál sería mi reacción en una situación similar? Eso es lo que debía considerar. Y mientras aguardaba a una respuesta por parte del ojiazul empecé a juguetear distraídamente con mi pulsera sin desviar mi mirada de él, atenta a lo que tuviese que decir.
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Mensaje por Jack La Fayette Vie Feb 27, 2015 5:58 pm

Uno. Dos. Tres. Contaba las palpitaciones en el cerebro, a una por segundo aproximadamente. Era como un puto martillo en la cabeza que no te dejaba pensar o hacer ninguna otra cosa. ¿Tan viejo me había vuelto que no era capaz de soportarlo? Sin darme cuenta, me había vuelto un vejestorio que sólo servía para aplicar fórmulas matemáticas. ¿De verdad no quedaba nada del soldado que una vez fuí? Eso me estaba demostrando el cuerpo. No era momento, sin embargo, de relajarme. Seguía estando en una situación extraña. Extraña de cojones. Me había dado un golpe en la cabeza que parecía estar haciéndome ver visiones pero, aún así, no dejaba de ser inquietante que estuviera en un carruaje con una mujer desconocida. Primero, estaba en mi carruaje. Ella me lo confirmó y me alivió saber que no me habían llevado a cualquier otro. Le tenía aprecio de muchos años al cochero. Segundo, ella no sabía hacia dónde nos dirigíamos. Yo, sí. Conociendo al viejo, habría puesto el coche de vuelta a casa. Obviamente, no había ningún otro lugar al que llevarme en esa situación, pues ni se me pasaba por la cabeza el que me llevara a un centro médico. Me conocía lo suficiente. Y, por último, no menos importante, ¿qué hacíamos allí?. Según la muchacha, me caí sobre ella (de hecho, recuerdo así el momento) y no tuvo a bien dejarme allí sin acompañarme. Bien, es bastante lógico y creíble. ¿Por qué desconfiar de ella? No se había topado en mi camino a propósito ni se había acercado a mi. Pensándolo fríamente, fuí yo ante la sorpresa del parecido el que la abrazó.

Abrí los ojos, controlando los molestos zumbidos en mi cabeza. Era realmente molesto no poder concentrarme en mis pensamientos y en lo que quería hablar. De esta forma,queriendoo decir una cosa, me saldría otra. - Está bien, te creo. Y te agradezco el detalle de acompañarme. Me disculpo, además, por haberme caído sobre ti. - ¿Que por qué le hablo con la confianza de haberla conocido íntimamente? Quizá porque la estoy viendo a ella cuándo la miro, y no soy capaz de tratarla como a una desconocida. - Espero que no te ofenda que te trate de tú, pero si te soy sincero, con este encuentro he intercambiado más palabras contigo que con gente que veo a diario - Excusas baratas, claro. Sin embargo, en esta sociedad, sólo se trataba de tú en un primer encuentro a cierto tipo de mujeres, que te daban un tipo de servicios por los que no era necesaria la cortesía. Y puede que esta mujer tuviera su lado oscuro, pero desde luego no la había conocido yo en esas circunstancias. Ni quería pensar en lo que ella tuviera o dejara de tener que yo desconociera, si soy sincero. En definitiva, no quería ofenderla y hacerle un feo. Lejos de aceptar la propuesta de apearse en ese mismo instante, deseaba pasar más tiempo a su lado. Obviamente, era todo mera curiosidad. En el fondo esperaba que en un abrir y cerrar de ojos, viera a quién estaba realmente detrás de esa máscara que había fabricado mi cerebro. En cuánto se pasara la contusión, acabaría por desvanecerse.

Con el puño propiné un par de golpes al techo, a lo que el cochero se apartó a un lado de la vía para hacer una parada. Asomé la cabeza por la ventana, sólo para que supiera que todo estaba correcto. - Está todo bien, sólo fue el golpe en la cabeza. De vuelta a casa, Fritz - A lo que escuché un sí, señor como respuesta, antes de que el carro reanudara tranquilamente la marcha. Ahora que ya sabía que me encontraba en mis facultades, no era necesario que fuera deprisa y corriendo. - ¿Ibas a algún lugar? Yo sí, pero dado el percance, vuelvo a casa. Si nadie te está esperando, me gustaría que me acompañaras para agradecerte lo que has hecho por mi - Volví a recostarme, pues sólo así me llegaba más sangre al cerebro y en consecuencia aminoraba el dolor. No desaparecía, pero menos es nada. - Y, por cierto, me llamo Jack. Con todo el alboroto, no he podido presentarme antes. ¿Cómo debería llamarte yo? -Giré la cabeza para mirarla y dos segundos después volví a mirar al techo. Vale, acababa de comprobar que no era capaz de sostenerle la mirada. Simplemente no podía.
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Mensaje por Katrina J. Olivier Dom Mar 29, 2015 3:17 pm

Moví la cabeza a uno y otro lado en un leve gesto de negación. No tenía motivos para disculparse por haberse caído sobre mí puesto que no había sido a propósito y, además, se notaba que no se encontraba en sus mejores momentos. Si no fuera porque se trataba de alguien desconocido habría insistido en que debería de ver a un doctor, pero al no tener confianza con él no lo consideré apropiado. No obstante, al hombre no parecía importarle demasiado el asunto de la confianza porque se dirigió hacia mi persona tratándome de tú; y no sé si fue por la expresión de mi rostro o la simple necesidad de aclararlo que comentó que esperaba que no me molestase ese tipo de trato.- No se preocupe, no me ofende -respondí aunque en realidad no estaba muy segura de como sentirme al respecto. A mí no me salía natural el hablarle de aquel modo a una persona con la que apenas tenía trato y pese a resultarme raro que él lo hiciera, procuré no darle más importancia de la que en verdad tenía.- Pero permítame poner en duda que yo sea la persona con la que más palabras ha cruzado -De ser cierto eso significaría que apenas cruzaba un saludo con sus conocidos ya que no es que nosotros hubiésemos conversado mucho –en parte debido a que había estado inconsciente–, y eso se me hacía difícil de creer porque no me daba la impresión de que fuera una persona asocial o ingrata, claro que tampoco había tenido tiempo para juzgarlo correctamente y podía estar equivocada. De hecho, si me detenía a inspeccionar su aspecto con respecto a su vestimenta y demás... Digamos que no era una persona a la que te acercarías a saludar sin más en una situación normal, puesto que se le veía un tanto desaliñado y eso ya era suficiente para que la mayoría lo calificarán de indeseado. ¿Qué pensaba yo? Pues la verdad, no tenía nada en contra de ello y mi retraimiento se debía única y exclusivamente al hecho de que no lo conocía. Tanto me daba la apariencia.

Cuando descargó unos golpes en el techo y el cochero detuvo el carro junto al arcén, sentí un pequeño desazón al creer que lo había hecho parar para darme la oportunidad de apearme tal y como había sugerido con anterioridad. Así pues, mientras trataba de comprender aquel pesar repentino que anidó en mi interior también buscaba las palabras adecuadas para despedirme. Cuál fue mi sorpresa al ver cómo él se asomaba por la ventanilla y casi al momento el carro volvía a ponerse en marcha. Mas no me dio tiempo a mostrar mi confusión por lo que acababa de suceder; el hombre empezó a hablar y sus palabras hicieron que todo desconcierto desapareciera al instante así como también la tristeza que me había embargado, para dar lugar a una sonrisa genuina que iluminó mi rostro. ¿Podía ser más extraña? Toda la situación resultaba inverosímil y una parte de mí decía que no debía permanecer allí, pero la parte restante –y que sonaba con más fuerza– deseaba quedarse en compañía del desconocido. Era como albergar dos personas opuestas en un mismo ser, ¿era aquello signo de locura?

- Me encontraba llevando a cabo un recado, nada importante -mentí haciendo un gesto breve con la mano para restarle importancia. Estuve tan ensimismada y preocupada que se me había olvidado por completo la razón por las que me hallaba en esas calles, y ahora parecía carecer de sentido regresar. Siempre tenía la opción de hacerlo en otro momento, pese a que ya me había resignado del todo.- Me complacerá acompañarle, señor. Y no, nadie me espera -Mi sonrisa y el brillo de mis ojos se ensombrecieron brevemente al decir aquellas últimas palabras. En todo momento era consciente de que me encontraba totalmente sola, pero decirlo en voz alta lo hacía más real y dolía. Pero no podía volver a la oscuridad, así que me esforcé por apartarlo de mi mente aunque fuera durante un tiempo escaso.- Es un placer... Jack. Usted puede llamarme Katrina, ése es mi nombre -dije al rememorar cómo me había llamado él el primer momento en que me vio. Y su expresión... Pareció que me había reconocido de verdad, pero tan solo me confundió con otra mujer. Ojala hubiese dicho mi nombre en lugar de Amelia, eso habría significado que me conocía y yo habría avanzado un paso en mi búsqueda desesperada. Supongo que era demasiado pedir. Ahogué un pequeño suspiro y tras contemplar el paisaje unos instantes me volví hacía Jack.- ¿A su familia no le importará? -pregunté de pronto. No había contemplado la posibilidad de que Jack viviera con alguien y, por tanto, tampoco había pensado que pudiera resultar una molestia para su esposa e hijos, si es que los tenía. Quizás era un pensamiento algo tonto, pero yo era una desconocida y no a todos sienta bien que lleven a alguien extraño a su hogar.
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