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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Calcabrina Miér Feb 04, 2015 11:32 pm

Viene de: Black wings


"Recordarás el placer, la angustia y el pésame rezarás" 


Sus expresiones eran fastidiosas, me calentaban de una manera que se debatía entre el odio y la pasión. Me excitaba y me frustraba al mismo tiempo, haciendo así que mi cuerpo no sepa hacía donde disparar. ¿Por qué los recuerdos no terminaban de llegar a mi mente? ¿Por qué no encontraba la forma ideal de controlar a aquella cuerva salvaje que era por mismísimo destino, mía? Me relamía los labios de solo pensar en el cuerpo de aquel demonio, de su piel juntándose con la mía. Por primera vez en años, no deseaba destripar a mi acompañante de cama. No pensaba en hundirle las manos en los órganos y sacarlos lentamente. Siquiera se pasaba por mi cabeza contar la longitud, si eran once metros o un poco menos. Eso no me importaba si se trataba de Graffiacane y por momentos me preocupaba. Me hacía preguntar qué clase de poderes tendría ella sobre mí mente. Ya que las torturas en las noches eran incesables, todas perturbadoras y aunque me consumían en placer, se volvían un agobio cuando los años comenzaban a ser eternos sin ella. Pero ahora la tenía, justo frente a mí estaba una mujer de ojos del color del cielo. Aunque la zamarreaba y golpeaba, ella sonreía, su locura, tal como la mía, era gratificante. Clavar las uñas en los bordes de su cintura, disfrutar del choque de los dientes contra mi lengua, cuando el beso se prolongaba hasta deshacerse en mi interior. — A mí tampoco me importa eso, Graffiacane. Yo solo deseo lo que me pertenece. No importa que tanto digas, seremos siempre así. Por la eternidad.— Los golpes ajenos y los movimientos del carruaje provocaron que mi espalda choque contra el suelo duro del coche y mi rostro sin siquiera una manifestación se quedó duro, mirando fijamente los gestos ajenos.

Dudaba completamente de todo, siquiera pude estar seguro de que terminaríamos en la casa de los Seidmadr. Pues ella tenía tantos ases bajo la manga que me ponía en duda la existencia. Y los movimientos solo provocaban que el quejido de mi entrepierna se vuelva más famélico, el falo estaba agarrado y apretado por el peso de la femenina, que se curveaba a la par de las vueltas y un gruñido áspero se me terminaba de escapar cuando su deliciosa voz se posó en mí. — Estamos llegando, esperaré. Ya que eres tú, voy a darte el placer que te debo. — Fue un bramido sin demasiado ímpetu, pues el revoloteo de sus senos no hacía otra cosa más que distraerme. Su ropa estaba lejos de cubrirla y la lejanía de la casa me ponía inquieto. Siquiera pude terminar de esperar cuando una piedra nos obligó a hacernos saltar y su cuerpo se balanceó tan alineadamente, que cuando se vio bajar aquel busto; mi boca se alargó y con la misma intensidad se agarró a la suavidad ajena. Mis brazos decidieron envolverla como si así quisiera llevármela y apenas con su voz saliendo en la lejanía, me dediqué a absorber aquella crueldad, masticando la punta como si aquella quisiera ser tragada enteramente. — No quiero escuchar otra de tus mentiras. Removeré tu habla por esta noche si no te portas como debes. Voy a poseerte. Sí, me hundiré enfermamente en tu cuerpo y no harás nada para detenerme. — Solté al salir de aquel pecho en una mordida gutural. Aún sentía el gusto a hierro salir de mi propia cavidad y el sabor con aquel manjar me obligó a elevar  aún más mi entrepierna, hasta sentir que se clavaba en el edén de fuego ajeno.


Fue entonces cuando sentí el móvil detenerse, si todo había salido correctamente, estábamos justo en la puerta de la casa. El chofer se iría en cuanto nos hayamos bajado y de allí todo se convertiría en pasión. Había organizado esa noche para que las trabas de las ventanas estuviesen forjadas. Incluso había comprado una enorme jaula por si tenía que empezar a cazar un cuervo en la noche. No se escaparía. Me negaba a dejarla ir y mucho menos cuando sentía lo que ella lograba provocarme. Un escozor en mis dídimos que me hacía contracturar. —La misión no ha sido fastidiosa. Buscarte provocó que mi libido se elevara y ahora. El premio es más grande. — Mis ojos eran los que sonreían, pues en las demás partes de mi mirada no se hallaba nada. Tan solo la rebeldía de tumbarla en el sillón y penetrarla dura y espesamente. Y fue entonces cuando me lo pregunté, por un mismísimo instante estaba entre la duda de querer que sea verdad o mentira. Pero antes de preguntarlo y con los brazos aún enredados en su espalda me dediqué a arrastrarme hasta la puerta, arrancándola desnuda de allí. Ella sabía lo que pasaría, pero aun así mi mente estaba en la balanza sobre qué hacer. — ¿Ya has sido penetrada? Si la respuesta es sí. Dime con quién. Éste cuerpo y todos los anteriores son míos. Tú no deberías haber hecho esto con nadie. ¿De dónde haz sacado la experiencia? ¿Por qué parece que tu entrepierna sabe qué hacer?— La ira y los celos se golpearon en mí ser y pronto me apresuré a tomarla del brazo para hacer los cuatro pasos hasta la puerta. Estaba sujetándola quizá demasiado fuerte. Pues no lo había pensado, no se me había ocurrido preguntarme si alguien más había estado en esas piernas. El agua ardiente y el alcohol en seco se arrastrarían por su interior hasta que se quemase toda la primer capa de su piel si la respuesta era positiva. Pero por mientras me aceleré a no mirar atrás, a meterla dentro del techo para que siquiera el conductor pudiese ojearla. Y ya dentro, mi cuerpo se acarameló contra el de la femenina, se untó con fuerzas hasta hacerla elevar un poco pues mi miembro erguido se enardecía entre sus nalgas y la obligaba a ponerse en puntas de pie. Justo con la espalda contra mi pecho, mi boca se acercaba a su oreja. — No sigas escapando de tu destino y páctate conmigo una vez más.— 
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Mensaje por Erinnia S. Graffiacane Sáb Feb 07, 2015 5:01 pm



De grandes faltas vengador terrible
dócil llenaste tu misión, ¿la ignoras?
no era tuyo el poder que irresistible
postró ante ti mis fuerzas vencedoras.

—Gertrudis Gómez de Avellaneda
.



Graffiacane estaba fuera de control, apoderándose de cada una de las acciones de la cambiante, a quien no le molestaba en lo absoluto estar en la situación en la que se hallaba con Calcabrina. Al principio, le costaba aceptar la idea de poder estar cerca de aquel hombre, de ese demonio al que odiaba y amaba con locura. Ambos eran su propia perdición. Al haberse encontrado con él en Montmartre todo lo que creía y afirmaba se vio arruinado y pisoteado por las emociones que sólo era capaz de despertar en ella su compañero eterno. Quizás esa era la razón por la cual decidió alejarse de todos y de su propio infierno; huir y olvidarse de su maldición. Un intento desesperado de querer alejarse de Calcabrina, pero fue inútil. Cada noche lo visitaba, con la forma de un ave oscura revolvía su mente, hurgando en los recovecos de su memoria haciendo que la locura y el deseo en su interior fuera en un aumento. Y justo ese día, cuando el cielo ardió en oscuridad, ambos se habían encontrado finalmente, siendo incapaces de huir de su marca. Erinnia y Graffiacane habían vuelto a sucumbir ante el demonio vestido de brujo.

En un principio la negativa de la mujer era evidente, una mezcla de fastidio, repulsión, de deseo y curiosidad se aunaban en su interior, confundiéndola quemando sus entrañas a través del maldito ouroboros. Erinnia no estaba segura de acercarse a Calcabrina, le repudiaba y sus cuervos lo odiaban, pero la manera en que él avanzó hacia a ella, con aires de grandeza no fue sino que una invitación para avivar las flamas mortales de Graffiacane, quien despertó del letargo en que lo había sumergido el ave de los muertos durante ya bastante tiempo. Ahora, Graffiacane y Erinnia eran un mismo: Un demonio de alas negras, mirada maldita, garras de cuervo con un atractivo y bien formado cuerpo femenino.

El hechicero se empeñó en marcar la tersa piel de Erinnia, que ya estaba prácticamente a la intemperie, la sacó casi a la fuerza del cementerio y sus aves siguieron el curso del coche en donde la había internado Calcabrina. Las almas atrapadas en cuerpos de pájaros negros atravesaban el cielo nocturno de París, como vigilantes del averno. En el interior de aquel carruaje yacían ambos demonios, debatiéndose entre sí, tratando de poseerse el uno al otro. El cuerpo de la cambiante reposaba sobre las piernas del hechicero y sus uñas se clavaban en la piel del pecho masculino como si fueran afilados garfios. Estuvo tan cerca de sus labios que apenas los rozó cuando habló, saboreando el aliento ajeno mezclarse con el propio. Mordió su labio inferior y la punta de sus dedos se aferró más a la piel del hombre. Era la manera de evitar que un suspiro complaciente escapara de sus labios cuando Calcabrina tomó la punta de su pecho como un animal hambriento. El vicio maldito de que sus cuerpos se fundieran se avivó más en el interior de Erinnia, quien prácticamente se estaba entregando a ese diablo. Pero debía contenerse, pues no le dejaría las cosas tan fáciles.

— ¿Y se supone que es eso una amenaza? Que complaciente sigues siendo, mi querido demonio y tan ingenuo. Siempre terminas cayendo entre mis garras y en el negro de mis alas —espetó con una sonrisa burlona, observándolo con intensidad, mientras sus dedos nada incautos jugaron con las prendas masculinas, amenazando con arrancarlas, pero no lo hizo—. Que delicia… No podría estar más complacida de que lo hagas. Me encanta cuando caes lentamente en mi propio juego, Calcabrina. Tan bestia y conmigo eres un manso cachorrito de lobo.

Besó sus labios tras sus palabras, pero se separó de inmediato al saber que ya habían llegado a su destino. Un aire de inseguridad invadió su parte mortal al saber que la situación se volvía más tensa y seria, aunque gustaba de hacer sufrir al hechicero con sus provocaciones, ahora los resultados eran otros y se los esperaba. Pero no había razonado tan bien como para aceptarlo del todo, ya no había marcha atrás. Respiró profundamente y sin darle tiempo a más nada, Calcabrina la sacó del vehículo sin molestarse siquiera en cubrir la piel desnuda de la cambiante. Aún así no permitió que nadie más la viese, su egoísmo alcanzaba niveles que seguían siendo predecibles para el demonio Graffiacane, así como la interrogante que surgió por parte del hombre. Aquella pregunta era muy personal, tanto, que logró irritar a Erinnia, quien no hizo otra cosa que voltear el rostro y fruncía el entrecejo con recelo. Todo lo que ansiaba parecía disiparse con las palabras ajenas. Sólo lo siguió en silencio, pero ya se vengaría, ella no se quedaría de brazos cruzados.

Calcabrina era tosco y de cierta manera eso era algo que Graffiacane detestaba y amaba a la vez. Al estar finalmente entre las cuatros paredes de la propiedad, la mujer sólo se quedó un tanto confusa observando todo, recordó a su hermano y a su hogar en Toulouse. Hacia tanto que escapó de aquel lugar que hasta su mente había olvidado la calidez de su antigua morada. Todos esos años sobrevivió como una nómada, un demonio sin destino propio y ahora que se hallaba dentro del domicilio del hechicero sintió el deseo incontenible de escapar de inmediato, queriendo abandonar su propio deseo. Aquella idea que había acudido a su mente en un instante y estaba dispuesta nuevamente a extender sus alas hacia el cielo oscuro. Sin embargo, la voz áspera del nigromante y la dureza de su cuerpo sacaron a Erinnia de sus pensamientos. Permaneció inmóvil ante la tentativa de Calcabrina, aunque la cercanía de la figura masculina hacia reaccionar a su cuerpo casi de manera irreversible, ¿qué hacer? Volvió a confundirse nuevamente. Pero ahí estaba Graffiacane para contraatacar a las dudas y a la angustia. Aspiró el perfume del ambiente llenando de aire sus pulmones para luego liberarlo en un suspiro, fue entonces cuando se alejó con brusquedad de su acompañante, recorriendo el recinto con la mirada antes de volver a pronunciar palabra alguna.

—Podrías ahorrarte tus malditos celos si quieres conseguir que te acompañe durante esta noche, ¿podrías? Es enfermizo tener que soportar como alardeas de que te pertenezco y cosas superfluas que poco me interesan. Al menos muestra un poco de sentido común, ¿o ya te olvidaste de que soy un demonio como tú? Lo dudo —habló Graffiacane. Sus palabras estaban cargadas de molestia y sarcasmo, su cuerpo se movía de un lado a otro como si estuviera danzando—. Está bien, no escaparé. Pero sólo lo haré si logras atraparme en tu propia morada… Hagamos algo divertido, juguemos a la cacería del lobo y el cuervo, ¿te parece?

Ella podía ser tan malditamente provocadora como se le diera en gana y justo iba a volver a jugar de la manera en que siempre lo hacía cuando se trataba del hechicero. Estiró sus musculos adoptando una postura elegante y manierista, su cuerpo humano se retorcía por dentro anunciando una pronta metamorfosis. Así su cuerpo se cubrió de plumas oscuras y el ave alzó vuelo posándose en los pasamanos de los peldaños que conducían al segundo piso de la residencia. El cuervo rompió el silencio con su graznido y elevó sus alas, sacudiéndolas en el aire. Un sígueme golpearía en la mente de Calcabrina y antes de que pudiera siquiera intentar abalanzarse encima de aquel pajarraco, Erinnia emprendió el vuelo hacia el corredor en donde se hallaban las habitaciones de la mansión, deteniéndose en una en particular. Ahí, ya en su forma humana dejó reposar su cuerpo entre las sabanas. De seguro que el hechicero estaría echando maldiciones al aire por la repentina jugada de la cambiante y eso, poco le importaba.
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Mensaje por Calcabrina Lun Feb 16, 2015 11:37 am

“No te volveré a escuchar llorar ni reír jamás”


El hermoso afán en los ojos de aquel demonio no hacía más que quemar los sentidos de mi piel, me laceraba la superficie por solo tocar aquellos senos que se guardaban en el pecho. Pequeños, delicados, pero míos. Mi luzbel estaba gruñendo por aquella alma, quería salir y arrancarse de mi interior para poder entrometerse con ella como realmente lo deseaba. Mi cuerpo era una simple botella, demasiado chica para aquel hereje que solo ansiaba a la mujer que estaba en mis caderas y que mandaría incluso al mismísimo Lucifer al cielo si con ello se pudiese ahorrar las molestias de existir. Pero no podía ser de esa manera. Y ahora lo único que quedaba era aceptar el destino del Ouroboros una vez más. El ave oscura se veía obligada a encarcelarse y por fin relucía el brillo del capricho que tanto me gustaba saborear. Sí, recordaba eso, la sensación de éxtasis cuando la tenía. Y el horrible descontrol que se promulgaba hacia los demás cuando ella no estaba, empezaba a deshacerse. El hecho de que me hubiese acostado con otras personas antes, no quitaba que no sintiera una experiencia nueva. Pues mis manos no querían destriparla, no quería engullir mis dedos en su piel hasta tocarle las entrañas y tironear de ellas. No. Solo quería acariciar un poco más hasta desgastar mis huellas. Las líneas de mi destino se querían deshacer en sus palmas. — ¿Piensas acaso que negaré que me enfermas? Pensé que no podría volver a desacatarme. Han pasado muchos años, mi ira y pereza. — Pensé que no volvería a hablar fluidamente contigo. Discurrí tan solo mirándola y un pequeño, casi mínimo resplandor de sentimiento puro se sintió en mis orbes malignos. Me ahogaba en su esencia.

Ella era como una maldita droga dolorosa, pues no solo eran las terribles y tediosas pesadillas, sino que era el hecho de que parte de mi memoria estuviese sellada, la que me obligaba a doblegarme en situaciones en las cuales no estaba seguro de mí mismo. Mi poder, mi círculo. Era poderoso y desgraciado, como el Calcabrina de los escritos. Pero me hacían falta pedazos, necesitaba encontrar aquel retazo de firmamento que haría que mi mente se volviera clara y que mis ojos pudiesen volver a hablar. Y mi rostro de roca solida frente a todos iría cambiando al de egocentrismo de un demonio de Dante. — Tus llamados en cada sueño han sido una demencia. Tengo que cobrarme el placer y el dolor que me ha causado. — El murmullo ronco salió de mi garganta como si ésta fuese a quebrarse al medio, aprisionándola entre los brazos, sintiendo como se erguía, el odio de pensar que ella se iría nuevamente y el deseo que tenía tanto en mi entrepierna como en mi cabeza no podría saciarse ni en dos vidas venideras. — ¿Esta noche? Creo que ha habido un mal entendido. — Espeté y estuve a punto de seguir blasfemando, pues ella no tenía otra salida que quedarse conmigo por siempre. Pero su mirada y sus pasos me hicieron titubear. Quizá habían sido sus labios los que me habían distraído, pues ella estaba un poco más alejada y mis manos no estaban rodeando su piel y acariciando sus entradas, lo cual me enervaba y no me hacía para nada feliz. Sentía el calor que emanaban mis dedos.

— Ya tuve suficiente de cacerías, no quiero ju… ¡Graffiacane! Cuando te agarre será lo último que harás con esas jodidas alas. — Sentí los azules cristales de mi rostro gritar en un rojo sulfúrico y los dientes casi se querían salir de mi boca cuando el gruñido desgarrador se posó en mi garganta y me dirigí a aquel animal como si fuese a quemar todo lo que pasara frente a mí. Los pasos iban alborotados hacia arriba de las escaleras. Mis garras querían lanzar conjuros incluso de muerte. Pero mis uñas estaban clavadas a la madera cada vez que daba un paso, cada vez que saltaba y el piso se hundía temiéndome. Las ventanas estaban cerradas, ella tenía que volver a bajar si quería huir. Pero ya era tarde, lo había pensado luego de estar en el segundo piso. Y no era prudente volver a bajar. El aleteo se escuchó a la vuelta por el pasillo y me encaramé llevándome al mundo por delante. Incluso cuando un sirviente que acababa de limpiar quien sabe qué estuvo a un paso mío, me cercioré de patearlo tan lejos que el ruido de sus costillas me calmó la ansiedad y no pude ver donde quedó. Quería destruir y ahora la víctima estaba muy lejos. Golpeando el marco de mi habitación me metí allí. Y el juego me mostró al ganador entre sábanas blancas recién puestas. — Erinnia… ¿Te has divertido? Espero que lo hayas disfrutado mucho. — La sensación de calor y los jadeos en mi cuerpo fueron aberrantes cuando su hermosa y blanca figura se esparcía como si fuese un ángel. Qué irónico era pensar que ella parecía un ser celestial. Me reí mientras la puerta era cerrada y me abalancé a la cama con cuidadosa misericordia. Al costado de ella me senté, con una mano apoyada en la parte izquierda y la otra se acercaba a su mejilla, parecía que quería comerla y la realidad no estaba muy lejos.


— ¿Te gusta la cama? — Pregunté buscando sus labios, tan lentamente me propuse a acariciarlos que temía que una parte descontrolada de Calcabrina quisiera arrancarle la piel. Pero no, tan solo sucumbí a su sabor, mientras mi mano acariciaba su piel, me deslicé hasta sus caderas, como si fuese una figura de cerámica recién hecha, contorneaba y paseaba por su ingle, mirándola en tal apetito carnal que los vellos de mi piel apuntaban a arriba fogosamente. Era el momento, podría hundirme en ella. Solo un movimiento y mis pies eran liberados de los zapatos, quería meterme, hacerlo bajo las sabanas hasta que la sangre y el sudor las empapara. — ¿Acaso lo has hecho con alguien más que doblegas mis palabras para no responderme? Dímelo.— Carraspeando toqué su cuello, lo apreté por el medio, soltándolo pronto. Ella no podía huir, no más y no había razón para torturarla demasiado. 
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Mensaje por Erinnia S. Graffiacane Lun Mar 02, 2015 9:39 pm



En tu alcoba techada de ensueños, haz derroche
de flores y de luces de espíritu; mi alma
calzada de silencio y vestida de calma,
irá a ti por la senda más negra esta noche.

—Delmira Agustini.


El aleteo lúgubre de las alas del cuervo quebraban el silencio que reinaba en aquella oscura mansión, su figura negra flotaba con elegancia en el aire y buscaba un lugar adecuado en donde refugiarse. Aunque en un principio aquel pájaro endemoniado quería hacer incinerar en ira al hechicero, no lo hizo. Erinnia se había cerciorado de que todas las ventanas de la residencia estaban cerradas, ¿de verdad tenía intenciones de dejarla encerrada? Eso la hizo reír internamente. A Graffiacane jamás se le enjaulaba, siempre conseguiría escapar cuando se le diera la gana. Esa vez simplemente no lo hizo, había pasado mucho desde que iniciaran los tormentosos sueños para Calcabrina y ya era hora de ponerle punto final a aquellas pavorosas pesadillas. Sin embargo, eso no significaba que la cambiante no dejara de hacerle jugadas sucias. Disfrutaba de verlo perder los estribos a causa de la rabia que sólo Erinnia era capaz de causarle. A veces se sentía orgullosa de sí misma, el círculo infernal de la ira y la pereza, había sido perfectamente asignado a sus dominios, pues la provocación era parte de su terrible figura. Un demonio en forma de cuervo que se vuelve un tormentoso infierno para las débiles mentes de los hombres.

Erinnia observó el lecho, aún estaba indecisa, ¿de verdad era eso lo que quería? Sus labios se fruncieron con cierta frustración y volvió nuevamente su mirada hacia el ventanal de la habitación, afuera, las copas de los árboles eran decorada por alas negras, los cuervos le habían seguido hasta la morada de Calcabrina. No le gustaba sentirse encerrada, era algo que le asfixiaba y tentada a valerse de ese recurso para huir se había acercado a la única salida para su libertad. Las palabras secas del hechicero resonaron en sus oídos, volvía a confundirse y le desesperaba. Sus dedos recorrieron el umbral de la ventana, debía tomar una decisión apresurada antes de que Calcabrina la alcanzara, pero antes de que volviese siquiera a extender sus alas, el ouroboros incrustado en su piel le mostró con dolor que ella sólo pertenecía a un único lugar y para su propio malestar, estaba al lado del demonio Calcabrina.

Tras liberar un pesado suspiro terminó dejándose caer entre las suaves sábanas, ya cansada de continuar con aquel tedioso juego. Su mente se convertía en un laberinto sin salida y Graffiacane se había declarado como el ganador en una batalla en donde el sano juicio de Erinnia no valía absolutamente nada. El demonio vestido de brujo estaba muy cerca, escuchaba su voz haciendo eco en el extenso corredor que lo llevaría directamente hasta la cambiante. Se revolvió en la cama con frustración y luego al notar la figura de Calcabrina en el umbral de la puerta se quedó en paz consigo misma. Le restó demasiada importancia a su presencia, a sus palabras y ni siquiera mostró emoción alguna cuando aquel se acercó de manera imponente, atreviéndose a rozar su mejilla. Graffiacane se burlaba internamente de aquel, ¿qué pretendía luego de todo el espectáculo que había armado? Le estaba regalando su corazón en bandeja de plata y eso no lo iba a desaprovechar el demonio cuervo. No pararía hasta que de sus ojos brotara preciosa sangre, la amaría hasta que le doliera aún más.

Ella permaneció inmóvil ante las caricias incautas de la mano masculina, como si el recorrido de ésta no fuera capaz de despertar ninguna emoción en la cambiante. Pero la verdad es que esperaba pacientemente el momento en que haría su jugada, pues era su manera acostumbrada de actuar, especialmente cuando se trataba de Calcabrina. Guardó silencio escuchando atentamente cada palabra que escapaba de los labios del hombre, a pesar de la intensa mirada de Erinnia, estaba quieta mientras su espíritu hacia mofa de la necesidad que sólo ella era capaz de despertar en el monstruo que ahora le acompañaba.

— ¿Qué si me gusta la cama? —Interrogó enarcando una ceja—. Preferiría la estancia de la desnuda rama de un árbol muerto antes que esto. Además… —Dijo con ironía mientras clavaba su mirada pétrea en la del hechicero—. ¿Acaso te fastidia tanto que otro haya sido el primero? Oh, pero mira, tenemos a un iracundo enjaulado en mi círculo infernal, ¿qué se supone que debería hacer con él? Creo que me lo pensaré detenidamente.

Ya con disgusto  amenazando con salirse de sus límites a causa de las palabras poco amables de Calcabrina, tomó la mano que rodeaba su cuello y apartándola tomó el impulso necesario para abalanzarse sobre el cuerpo ajeno hasta quedar sentada prácticamente sobre sus caderas. Su mirada haría sacudir la mente de su compañero, estaba cargada de una oscuridad tan propia de su demonio Graffiacane que quien no la conociera pudiera sentirse petrificado ante semejante avistamiento. Aún sujetaba la mano ajena con firmeza como si quisiera quebrarla.

— ¿Crees que me iba a tomar el tiempo para estar con otro cuando tenía que hallar la manera de apartar el letargo de tu alma? ¡No! Sencillamente no me interesa, ¡Maldita sea! Tampoco me preocupa que estuvieras con otras durante el tiempo que permanecí alejada de todos —reclamó Erinnia soltando bruscamente la mano del brujo para así rodear el cuello de éste con la mano—. Te diré algo más y espero que te quede bastante claro, Calcabrina… Vuelves a mencionar una vez más eso y te juro que me alejaré de ti y esta vez será para siempre. No bajaré la cabeza y si tengo que sacrificarme al inclemente invierno, lo haré y tú, ¡Tú! Tendrás que lidiar con la amargura de mi ausencia, ¿no quieres eso, verdad? No me colmes la poca paciencia que soy capaz de conservar.
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Mensaje por Calcabrina Vie Mar 06, 2015 8:24 pm

“Fuego inalcanzable, quema, rebota e incinera”


No había nada más perturbador en mi mente que su sola esencia colmando en mi círculo infernal. Su rostro de cuervo amenazante era disfrazado por una pequeña paloma blanca, hermosa y adornada. Con un fondo tétrico que excitaba cada rincón de mi ser. La sentía enjaulada en mí y el dolor en mi mente, al saber que era mentira, era como puñaladas justo en el centro de mi Ouroboros, donde no solo se encontraba una magia ancestral, sino que también estaba mi humano corazón. Uno que jamás podría cambiar, pues estaba predestinado a eso, a sentirme latir, morir y volver a existir. Mis manos insaciables no podían quedarse quietas cuando no estaba ella, era un vacío total, pues literalmente me faltaba un pedazo de demonio. Me lo habían robado y con ello la poca cordura que en algún momento había tenido. Como persona, como hijo, sobrino y familiar de un letargo de magos. Ahora solo quedaba el saber, las cosas estaban allí, en mi mente y mi poder. Pero la hermandad se había esfumado con el primer sueño de los muertos. Incluso el rostro de Erinna no me era de gran importancia, su cuerpo, su sangre o su color; era algo secundario para mí. Yo necesitaba su alma y con decir que la necesito es que poco a poco me voy muriendo con los años si no la tengo. Pero siempre era difícil. No podía saber las otras vidas, no había conseguido aquella habilidad aún, pero era de ese modo. Complicado, doloroso, ensangrentado. Una batalla que siempre terminaba uniéndonos al final, como dos piezas de rompecabezas. Están destinadas a formar algo, de lo contrario, no sirven, hay que tirarlas.

Y exactamente así era con Graffiacane; el demonio que ahora estaba completamente deslizado en sabana y cubrecamas blancos. Esparcida y escondida como si quisiera desaparecer de allí. Tenía dos partes, Samuel me explicaba que era porque las ventanas estaban cerradas con magia y Calcabrina, me gritaba con euforia que era porque ella así lo deseaba. Sí, esa era la razón, ya que su fuerza y su habilidad eran mucho más fuertes que unos cuantos precarios círculos mágicos previstos de barreras. Su ira la hacía capaz de cualquier cosa, pero así mismo la pereza la terminaba llevando a estar conmigo, a cansarse del juego del gato y el ratón, a sucumbir a las garras de la herejía que haría cualquier cosa por estar a su lado. Traicionar a la familia o al mismísimo diablo; ellos no eran primordiales. Solo yo lo era, yo y el goce que me daba poseer, masacrar, despellejar y torturar cualquier alma que se cruce en mi camino. Menos claro, aquella que ahora estaba frente a mí, mirándome con los ojos de la cólera. Y yo me preguntaba qué me gritaría primero, con qué haría que mi excitación vuelva a nacer. Ni una sonrisa, ni una expresión se promulgó en mi rostro cuando su respuesta irónica salió al aire. ¿No le gustaba la cama? ¿Quería una rama? ¡Blasfemias! Me dije a mi mismo sin inmutarme, pues tan solo pasar la mano por su mejilla calmaba mis aires de supremacía. Incluso me dejé escucharla, pasando mis dedos por debajo, palpando por nueva cuenta su ingle, sintiendo su aura en mi mano que era como fuego azul, incandescente, que me estaba gritando por más. Y yo iba a dárselo, estaba a punto de subirme a su pequeño y esbelto cuerpo cuando la vesania de aquel luzbel se dignó a atacar. Como un gusano se convertía en araña y me agazapaba como si con ello hubiese más ausencia.

— No hay nada que puedas hacer contra eso, es un ciclo infinito. — La respuesta fue como un murmullo que sonsacaba palabras, mi habla reducida y  mi solo anhelo por tenerla sobre mis caderas no me permitían hacer fluir la voz adecuadamente. Y no fue para mejor cuando sus garras se aprisionaron ante mí. Cada tanto, y cuando mi parte humana se acercaba a hablarme, podía entender un poco los sentimientos de ella, negación y aseveración al mismo tiempo. La histeria en su estado puro colapsando ante mí. Y mis ojos verdes e inmaculados la observaban con frivolidad. Procesando, engullendo su odio y a la vez incrementando el mío con fervor. Un odio que no sería expuesto, lo guardaría, profundamente hasta el momento adecuado. El solo pensar que ella pudiese sacar mi alma de la suya había hecho que mis circuitos colapsaran. Su egoísmo y vagancia, su deseo de soledad eterna que nunca se iba a poder cumplir. ¡Ella era mía! En mi mente no había otras opciones, no estaba siquiera en regla buscar la manera de liberarme. Yo había nacido para eso, estaba predestinado orgullosamente a tenerla en mis brazos y a destruir todo lo demás. A desmembrar a cualquier otro ser que quisiera acercarse a deshacer aquel nido. — Tomaré tus palabras, Graffiacane. No tengo que repetir la pregunta, después de todo ya me la haz respondido y ahora lo único que deseo es unirme a ti una vez más. Quiero verter toda mi sangre en tu Ouroboros y toda la tuya en el mío. Y penetrarte, entera. ¿Tu paciencia podrá con esto? No podré dejarte ir nunca más, así que no lo pienses. —

Con el cuello apresado por ella, su fuerza de cambiante era peligrosa, mis orbes estaban fijos en los ajenos y con lentitud mis manos se abanicaban a su cintura, deslizándome un poco por arriba y por abajo, terminé por decidirme a moverme entero. Aunque ahora la tenía sentada sobre mí, de repente mis deseos habían cambiado. No había tiempo de quitarme la ropa y por ello tan solo me elevé, recostándola sobre el colchón blando. Lentamente fue que mis labios se acercaron a los suyos. En otra instancia, los hubiese arrancado antes de penetrar aquel cuerpo. Hubiese mordido su lengua hasta arrancarla y el sexo habría comenzado con el silencioso sonido de unos sollozos de cristal. Pero con ella se conservaba la carne, hacía brillar sus labios entre los míos y los quitaba de allí. Buscando su cuello, para morderlo y marcarlo. Aspiraba su esencia, me emborrachaba de ella con una brutalidad exasperante. Y olvidaba por momentos el halo de odio que había escondido. La deseaba, quería sodomizar todo su ser y reinarle los círculos, al demonio y a la humana. — No quiero cargar con tu ausencia más. Deja de torturarme, eres la única que tiene ese poder. — Con excitación intenté frotarme entre sus piernas, engullir aquella boca y con destreza apresar sus senos entre mis manos. Quería destrozarla, amarla y darle un placer efímero e infinito. Enroscarme en aquellas alas hasta hacerla caer rendida a mí. — Déjame hundirme en ti. Haz atormentado mis sueños por demasiado tiempo, ¿no crees que sea tiempo de dejarte caer? —
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Enfolding me +18 [Erinnia] Empty Re: Enfolding me +18 [Erinnia]

Mensaje por Erinnia S. Graffiacane Miér Mar 25, 2015 9:15 pm



¿Deseas que te amen?
Nunca pierdas, entonces,
el rumbo de tu corazón.
Sólo aquello que eres has de ser,
y aquello que simulas, jamás serás.

—Edgar Allan Poe.
.



Quiso hundir más las garras en el cuello ajeno hasta que la sangra brotara, pero se contuvo, a pesar de ser lo que era, no se sintió capaz de ir demasiado lejos. Quizás con otro, las cosas hubieran sido muy distintas y es que, Erinnia jamás se había interesado en algún otro hombre en su vida. Le era indiferente relacionarse con alguien. Sin embargo, al momento en que acudieron los recuerdos de Calcabrina a su mente, fue directamente por él, aunque al principio sólo se divirtió con su agonía durante cada noche, Graffiacane así lo exigía, pero al final se dio cuenta de algo de lo cual se negaba a sí misma constantemente y ahora que estaba en esa maldita situación con él, su mente era una tempestad desatada en el mar. Lo observó con la mirada ausente, oscurecida por la esencia demoníaca que la consumía por dentro. ¿Debía entregarse a ese demonio o volar de nuevo al alto cielo nocturno? Una parte de ella lo pedía a gritos, desgarrando sus sentidos, y otra, simplemente quería sucumbir a las necesidades de su alma, a sus deseos y anhelo por volver a encontrarse con Calcabrina después de tantas lunas.

Las palabras ajenas hicieron eco en su cabeza y el cuervo sólo calló, su bestia interior se vio apaciguada por un momento, como si un extraño letargo se hubiera apoderado de sus pensamientos. Era verdad lo que el otro demonio le decía, no podía volver a escapar, no cuando Graffiacane prácticamente la obligó a estar ahí. El ouroboros ardía en su piel y aquel tormentoso infierno quemaba en puro deseo. El agarre de su mano fue haciéndose más débil hasta que soltó el cuello del hechicero, ya no tenía ganas de seguir luchando, porque no podía contenerse más, no quería seguir sosteniendo la barrera que había creado para resguardarse de Calcabrina. Ya no más.  Se dejaría arrastrar por los fuertes vientos, que guiaran sus alas a tierras desconocidas. Erinnia había perdido la batalla.

— ¿Y crees que voy a sucumbir ante tus amenazas? No seas iluso, “Samuel”. Jamás haría tal cosa… Alzaré vuelo cuando quiera y regresaré cuando lo decida. No tengo porque quedarme encerrada en estas cuatro paredes. No puedes obligarme a hacerlo, sabes que no —le refutó con seriedad, siguiendo con su mirada la forma del ouroboros en su pecho—. Esa marca no es más que un simple sello para encerrar nuestro verdadero ser. Alguien que juega a ser el Creador nos ha condenado a esto y no solamente a nosotros, sino a los suyos —murmuró, mientras su índice recorría aquel tatuaje. Erinnia no sólo era el cuervo, sino el búho mensajero de los tres mundos.

Quizás se distrajo tanto en sus pensamientos que no opuso resistencia alguna cuando Calcabrina le hizo quedar nuevamente bajo su cuerpo robusto. Sólo un suave suspiro escapó de los labios de la cambiante, cerró sus ojos y los labios ajenos sobre los suyos hicieron arder cada fibra de su cuerpo e inevitablemente sus manos fueron a parar a los hombros masculinos. Se odió a sí misma por haber cedido tan fácilmente al gesto del otro demonio, pero, ¿qué hacer? En secreto ella también deseaba lo mismo, aunque se empeñara en negarlo una y otra vez. Sólo él era capaz de despertar sus más bajos instintos. Sus dedos recorrieron la piel desnuda del pecho del hombre, quien besaba el delicado cuello femenino sin cuidado alguno. Erinnia no hizo más que ladear su cabeza y disfrutar de aquellos labios marcando su propia piel. ¿A quién quería engañar? Extrañamente le gustaba la situación. Calcabrina era su demonio, con el único que siempre quiso unirse, ignorando a cualquier otra criatura.

—Entonces… —susurró—. No provoques mi ira, Calcabrina. Tampoco despiertes pereza ni apatía en mí, ¿es mucho pedir o te cuesta comprender semejante cosa? Es frustrante y agotador tener que lidiar con tu prepotencia, aún cuando he sido completamente diferente contigo.

Sus palabras se volvieron lamento y queja, hay cosas que se guardaba y jamás decía, no por temor, sino porque no creía que fuera prudente dejarlas escapar así como así. Sólo en ese momento tuvo la necesidad de hacerlo, de poder hablar fluidamente sin cerrarse tanto, como usualmente lo hacía. Frunció los labios al sentir las caricias incautas sobre su cuerpo, aún le costaba reaccionar y acoplarse a dicha circunstancia, pero lentamente iba dejándose llevar por el vicio que era estar con él nuevamente. Sostuvo el marcado rostro de Calcabrina afirmando la mirada en la suya. Sus alientos se mezclaban entre sí y el calor de los cuerpos iba en aumento por aquella exquisita cercanía.

—Te deseo tanto como tú a mí, pero no intentes cortarme las alas o nuestro infierno puede desaparecer en el momento en el que oses dañar el plumaje del mensajero —advirtió en un murmullo, recorriendo la forma de los labios masculinos con su dedo índice.

Erinnia Graffiacane se dio cuenta de que era inútil nadar contra la corriente, que en algún momento ésta la arrastraría y precisamente eso era lo que estaba ocurriendo. La cambiante se apoderó con vehemencia de la boca amarga de su compañero al momento en que sus brazos le rodeaban el cuello y sus piernas apresaban las caderas del hechicero moviéndose contra ellas, invitándole a sucumbir ante su propio deseo.

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Mensaje por Calcabrina Vie Abr 03, 2015 12:41 am

“Solo incrementas la pasión de mis deseos”


Su boca me gritaba, aquellas pequeñas palabras que salían y se fundían en mi cabeza estaban atosigándome y es porque no paraba de desearla. Tan solo a ella, siempre a ella. Cuando sentía el placer carnal con otros cuerpos, su recuerdo aparecía en forma etérea, porque no podía saber su físico, tampoco me importaba. Aunque claramente ese estaba perfectamente hecho, suave y seductor, con las curvas justas para calcinar mi lengua en sabores. Pero su mirada estaba frenándome a poseerla, su mano que me retenía como si quisiera romperme el pescuezo, no se comparaba con aquel rostro marfilado que empezaba a descontrolarme. ¿Qué otra cosa más que su alma era lo que podía hacerme enloquecer de esa manera? Aquellas pesadillas que por largo tiempo había tenido no eran culpa más que de aquella persona que tenía contra mí. Y aun así, la venganza es lo último que estaba pasándose por mi mente. Querer hundir mis garras en sus órganos estaba muy lejos de ser ansiado. Pues con Graffiacane las cosas pasaban diferentes, los sentimientos estaban muy separados de la realidad. Por ello mismo es que mis manos se esparcieron por su piel, acariciándola como si de una pluma se tratase, escuchando aquella manera desafiante de hablarme. Manera que me hacía reír indisimulablemente; algo extraño, jamás lo hacía. — Puedo hacerlo, tengo el poder para ello y aun así, tienes razón. No lo haría. Sé que te quedarás, e irás y volverás a mí de ahora en más. —  

Más fue como un hechizo para mí mismo que una realidad total. Era lo que quería creer, doblegar la verdad lo más que fuese posible. En lo que tomaba aire lentamente cuando sus pequeños dedos terminaron de molestarme. Y volví a sus labios, a sus mejillas, escuchándola con interés, pero no el suficiente como para detenerme. Pues ella valía mucho más que todo lo demás. Aunque les tuviese respeto a varios demonios, la que me mantenía ligada a hacer las cosas que así quería el rey del infierno, no era otra más que ella, la única que aplacaba mi propio círculo. — ¿A los suyos? ¿Acaso estás hablándome de ángeles, Graffiacane? Sería divertido, matar a uno en vida. Aunque tampoco sé cómo se siente hacerlo en nuestra verdadera forma, ¿tú eres capaz de recordarlo? — Consulté, divagando, besando su cuello en lo que alzaba la mano para apoyarla sobre la ajena que estaba recorriéndome, apretándola contra aquel Ouroboros de mi pecho.  Tomando la posición dominante una vez más, abrazando el diminuto cuerpo que se apreciaba sobre las sábanas blancas. Unos ojos verdes que me observaban atentamente y un aura que empezaba a calmarse como así lo hacía la mía. Jugando con sus pezones, palpando los bustos mientras me derretía en aquel olor que desde sus poros salían. La humanidad, como así su forma animal, me excitaban, tanto que mi miembro era fácilmente descubierto, estaba duro y aplastado contra la pierna ajena. — No me cuesta comprenderlo, me cuesta hacerlo, que es diferente. —

Dejé salir una verdad que me perturbaba a donde sea que estuviese. Y es porque aunque nos complementábamos, nuestras personalidades estallaban en choques. Mi esencia deseaba tener el control de todo y así mismo, la de ella todo lo contrario, un mundo donde su libertad y alas era lo más importante. Su manera de torturar difería mucho con la mía, más poderosa, más sanguinaria en una manera muy lejana a la que se entiende por la palabra. Aquella maldad que se da con la lengua. Gruñí bajo, abrazando su cintura, recorriendo su pecho de manera tosca y cuidadosa al mismo tiempo. Desesperado, pero con el autocontrol para no dañar ni una sola pizca de su materia. Quería estamparla, golpearle sus adentros hasta caer rendido en su interior. Llenarla con aquella escencia hasta que no hubiese más espacio y quedarme tatuado por dentro para que nadie más que no jamás pudiese complacerla. Pues aunque su propia lengua me insistía de que era yo aquel que importaba, jamás podía creerle a aquella que dominaba el circulo de la ira. Y podía hacer cualquier cosa solo para molestarme. — No me llames de ese modo, maté a Samuel tan solo con tu primera pesadilla. Haré mi esfuerzo, Graffiacane, estoy rendido a ti después de todo. Esta maldición va más allá de atarme a la tierra. Parece que tengo que sufrir la peregrinación de mis deseos. Amando a lo que más odio, que es la libertad ajena. — Me resistía a aceptar mis palabras, pero por momentos así tenían que ser dichas, para tener su alma conmigo. Saborearía ese momento.


Aquellas piernas se unían a mí, su entrepierna me rozaba y así mismo todo el peso estaba aprisionándome hacia abajo, viajé por su espalda para sujetarla, acariciando aquel trasero con cuidado, rozando así mi miembro cubierto. Tenía que desnudarme, quedar a la intemperie por completo frente a ella. Y con movimientos bruscos fue que lo hice, tironeando el pantalón hasta que éste se dignaba a ceder. Junto con los zapatos y las medias que enroladas eran exiliadas de la cama. Una de mis manos fue a la prenda interior y la otra se quedó sobre la mejilla de ella, acariciándola mientras terminaba de quedar a piel expuesta. — ¿Qué tanta maldad puedes llegar a tener como para no haberme venido a buscar antes? ¿Cómo para no venir a despertarme cuando supiste qué cuerpo estaba conteniéndome? — Era casi un reproche, mismo que ella me había acusado antes, ahora era yo el que preguntaba y al mismo tiempo acariciaba. Encerrándome entre sus piernas, alzando aquel diámetro de sus muslos para sentarla en mis piernas, acunándola por la cintura. Mis labios bajaron por debajo de sus bustos, lamiendo su ombligo. Me arqueaba hacia abajo dejando toda la curva de mi columna expuesta. Llegando incluso a los bordes de sus caderas con mi lengua. Mordí su piel y mis dedos se hundieron un poco sobre ésta, manera de controlar aquellos efímeros deseos de arrancarle pedazos que tenía por momentos. 
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Enfolding me +18 [Erinnia] Empty Re: Enfolding me +18 [Erinnia]

Mensaje por Erinnia S. Graffiacane Jue Abr 09, 2015 12:42 am



Cuando el insaciable corazón susurra entre lamentos
"o es demasiado o es poco",
y los labios se abstienen tardíamente resecos.

—Delmira Agustini.


Silencio. Sólo eso hubo en su cabeza en ese momento, ya no existían las palabras, ya no era la razón la que dominaba en su ser, sino sus emociones. Su cuerpo estaba extrañamente relajado y la terrible ansiedad que la obligaba a huir una y otra vez simplemente se había vuelto nada. ¿En qué momento había permitido que eso pasara? ¿Por qué decidió dirigirse a Montmartre aquella vez sabiendo el destino que correría? Sus alas no serían cortadas, pero ahora debían permanecer guardadas entre su esencia mortal. La única respuesta que golpeaba en la mente de Erinnia era “deseo”. Sí, quizás eso haya sido lo que la motivó a regresar nuevamente con Calcabrina, a pesar de haber estado ausente durante tanto tiempo. Pero seguía dudando, a pesar de que su piel quemaba con cada caricia ajena, se sentía insegura. Graffiacane odiaba estar atrapado en esa situación de inestabilidad. Su disfraz caía lentamente, su alma estaba completamente desnuda ante aquel demonio.

Sus labios permanecieron juntos en un gesto de completa rebeldía, mientras su mirada gélida seguía clavada en la del hechicero. Graffiacane, por ser aquel que portaba el poder del mensajero y quien guiaba a las almas a través de los sueños, era conocedor de aquello que ignoraban los demás. Por eso es que Caraffa la necesitaba más que a nadie. Sería el cuervo quien le confirmaría sus dudas. Erinnia sabía de los arcángeles, estaban entre ellos, pero prefirió no divulgarlo. Algo se entretejía en la complejidad de su memoria. Sus planes resultaban ser más oscuros que los de los otros demonios. Ella abogaba por una estrategia menos común. Tenía el poder del pensamiento de su parte y eso podría significar una gran ventaja, pero un terrible obstáculo al tratarse de Graffiacane.

Estrechó la mano de Calcabrina, enredando sus dedos con los de él, sintiendo a su vez como aquella maldita marca latía bajo su propio tacto. ¡Qué diablos! Debía admitir de una vez por todas que se sentía bien al estar en la posición en la que ahora se encontraba. Bajo el peso del cuerpo de aquel maldito hechicero, muriendo lentamente ante el recorrido de esos labios venenosos. Se estaba obligando a desconectar su cerebro. Erinnia era demasiado analítica, su ouroboros era el del pensador, el arcano que guarda los secretos de la memoria y a veces le resultaba una terrible desventaja. Pero ahora es diferente… Permítele a tu lado mortal ganar esta vez. Susurró con aire espectral Grafficane en la mente de la cambiante. Eran uno solo, ya no debía oponer más resistencia. Debía entregarse completamente.

—Sí, arcángeles… Son tan reales como nosotros —le miró con el ceño fruncido—. Lo recuerdo, pero ¿podrías dejar de apabullarme con esas cosas? Quisiera abandonar mi mente en estos momentos. No me ha sido fácil volver a ti, así que no lo arruines —admitió Erinnia al dejar que su visión se quedara completamente oscura, parecía consternada y molesta. Quizás si lo estaba, pero tratándose de ella era difícil saberlo.

Lentamente recorrió la marcada musculatura del cuerpo ajeno, seguía aquel camino por el abdomen masculino con tan sólo la punta de sus dedos, entreabriendo los labios en un gesto silencioso a la vez que sus manos empezaban a reconocer cada detalle de la piel de su compañero. Respiró profundo, como si quisiera absorber la esencia de Calcabrina y a la vez que dejaba que su cuerpo se relajase completamente.

—No, tú no mataste a Samuel. Aunque lo niegues, sigues siendo él, porque Calcabrina y Samuel son un único hombre. Pero eres tan terco que sigues negándolo en tu aparente letargo. A mí no me puedes engañar —tomó el rostro del hechicero entre sus manos. Aún con los ojos cerrados y sus labios rozando los ajenos, sintiendo como sus alientos colisionaban entre sí al igual que sus caderas—. Podría hacerte llorar lágrimas de sangre, Calcabrina… He ahí la respuesta que tanto deseas.

Ahora sus cuerpos estaban completamente libres, sin ataduras, sin nada que impidiera que sus pieles se acoplaran en perfecta armonía. Al fin de cuentas, Calcabrina había ganado, pero eso no significaba que debía enjaularla. Eso jamás se lo permitiría, podría volver con él las veces que quisiera, siempre y cuando respetara su libertad. Aunque Graffiacane burlaba sus ataduras, terminaría regresando con su compañero. Ella jamás vacilaría con algo así y se lo haría entender de algún modo. En su nueva posición deslizó sus uñas por los hombros masculinos, arrastrando sus dedos a través de la nuca y los cabellos rebeldes del hechicero. La cambiante mordió su sonrisa y se arqueó hacia él, presionándose más contra su cuerpo, que se estremecía levemente por las sensaciones causadas por las acciones de su demonio.

— ¿Aún quieres recordarlo todo? —Susurró—. Porque sí es así, durante esta noche, el ardor en tu pecho dolerá tanto que te verás reducido a un simple amante mortal. Como siempre hemos sido desde que nos condenaron a vagar por la tierra —dijo finalmente cuando logró recuperar la sensatez de su voz, antes de empujar su cuerpo hacia adelante cayendo por completo sobre la contextura fuerte de Calcabrina—. Sé que odias tu mortalidad. Todos lo hacemos. Sin embargo, mi queja se ve acallada por algo que quizás en mi antigua naturaleza jamás podría haber experimentado. Lo único que me ha mantenido atada fielmente a este hálito vital has sido tú, porque has despertado en mí la posibilidad de poder saber qué es lo que se siente desear fervorosamente a alguien después de tantas vidas —ocultó su rostro en el cuello ajeno, besando y mordiendo suavemente esa piel al tiempo que sus manos acariciaban su pecho y descendían hasta su abdomen. Con él no se permitía mentir y menos cuando lograba desvestirle el alma.

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Mensaje por Calcabrina Jue Abr 23, 2015 12:25 pm

“Me encuentro agobiado con tus ojos incandescentes”


Por momentos pensaba en callarle la boca con suaves mordidas, cambiar sus palabras por jadeos insaciables. Que el sonido en el aire fuese solo el de nuestras respiraciones y los cuerpos golpeándose uno con el otro. Pero estaba al tanto que no tenía que perturbar los mensajes del cuervo, aunque fuesen en los momentos más inhóspitos, me dediqué entonces a acariciar sus mejillas, paseando la boca por su cuello, mientras la pesada mano derecha se cargaba en sus pechos y los acariciaba lentamente, cabían completamente en mis manos, eran del tamaño justo para que aquel área no se vaya para ningún lado lejos de mi tacto. — Mi habla queda sellada en estos momentos Graffiacane. — La forma de aceptar lo que me decía era bastante modesta, como si en realidad le estuviese dando algún tipo de premio. Eso estaba por verse, primero quería saborearla, recorrerla para así memorizar sus puntos angulosos. Saber los lugares donde sus ojos se dilataban y la expresión de placer volvía a la carga como una vil enredadera. Suspiré, pasando los brazos al costado de su rostro, mi erección estaba suplicando por verterse en su interior. Y frotaba con cuidado aquella entrepierna desnuda sobre la de ella, el falo duro y dispuesto casi estaba gritándole, mientras me relamía mis labios. Una sonrisa se despilfarraba en mi cara al momento de bajar y besar las cadenas que eran su piel.

Estuve a punto de soltar una carcajada casi demencial cuando sus manos me abrazaron las mejillas y provocaron que mi vista quede fija en la ajena. Su lengua eran dagas que me hacían temblar y la única manera que tenía de contrarrestarlas era enfocándome nuevamente en la escena que tenía debajo de mí. Pero en mis orbes claros estaba escrito el odio que acababa de arder en mi interior. Paseé mi brazo hasta donde estaba su entrada delantera y una de mis falanges comenzó a introducirse oblicuamente, mientras bajaba mi rostro para lamer el borde de su clavícula, empujaba hacia adentro, buscaba meter otro dedo, porque la realidad es que era yo el que quería introducirme, pero tenía que abrir su cuerpo, aunque me gustara escuchar el dolor en los ajenos, el de ella era especial, lo era en cada sentido de la palabra, tanto su alma como su exterior, eran protegidos incluso de mí mismo. — No dudo que lo puedas lograr, en absoluto. — El rencor era notable y pronto se lo hice terminar de advertir con la intromisión de un segundo y tercer dedo, empezaban danzar por dentro y un jadeo suave se despedía de mi garganta, la tortura de mis músculos era abrumadora, me tensaba y sus malditas habladurías intentaban prenderme fuego. Aunque también me apaciguaban, era un dado, podía acariciarme o golpearme según lo que saliera aleatoriamente.

¿Realmente quería recordar las miles de vidas pasadas? Estaba en una encrucijada, no saber era algo que me daba la chance de equivocarme sin sufrir consecuencias. Sin embargo, la curiosidad estaba latente, la pregunta era, si aquel que nos gobernaba se enteraría de mi recobramiento de memoria. Entrecerré los ojos, pensando por unos momentos cual sería la respuesta optima, mientras mis falanges se dedicaban a abrirla por completo, dilatarle, untándose y acariciando con el pulgar allí donde su pequeño botón rosado estaba despertando su clítoris parecía estar contento con mis toques, igual que toda aquella alma que empezaba a reaccionar y a tensarse para mí. — Encontraré mi memoria por mí mismo. Porque incluso sin ella, sé que eres lo único que hace que no termine provocando cualquier cosa. Sabes que ser ortodoxo es algo que no se me da. Cumplo los mandatos de ellos solo porque sé que de ese modo te podré tener siempre a mi lado. ¿Acaso hay alguna manera de poder quitarte de mí círculo? — Estaba molesto, chasqueaba mi lengua con ira y lentamente empezaba a sacar los dedos, pasando mi erección por su entrada, aun no me adentraba, pero estaba a punto. Bajé mi boca para pasearme por su vientre, lamiendo desde el inicio hasta su ombligo. — Eres lo único que me importa de estas miles de reencarnaciones. Incluso con el dolor que me provocas, aún si no puedo tenerte atada a mí… De alguna forma, ya sabía todo. El mensajero del diablo, qué ironía que estés enamorado de la herejía. — Balbuceé y entre mordidas sin dolor y volví a su rostro, presionándola en lo que empezaba a penetrarla, mis labios buscaron los ajenos, apresándolos, agarré con fuerzas las sabanas que estaban debajo y con las piernas duramente quietas me abaniqué de manera axial, haciendo que la primera parte se quede asfixiada entre sus paredes. El gruñido escapó de mi garganta y me quedé mirándola. ¿Los demonios siempre han tenido permitido amar? El halo de voz se mezclaba en su respiración, mi cadera se abanicaba buscando que se introduzca más aquel órgano sexual. La tensión me obligó a sujetar la pierna ajena hacia arriba, la abertura ampliada estaba haciendo fricción. Era doloroso, dulce y un placer que se elevaba directamente a mi Ouroboros en el pecho. Éste quemaba, los gritos de dolor se ahogaron e incendiaron y el traqueteo empezó a sentirse periódico, cada golpe hacía que un centímetro de miembro de adentre hasta llegar a tocar aquel suave y esponjoso lugar, donde los fluidos me abrazaban y el temblor terminaba produciendo un movimiento inconsciente. Éste era quizá el mejor cuerpo que había poseído, agarrándola de una pierna y lentamente tomando su nuca, alzándola para así tener su peso a disposición y la vista de sus expresiones en perfecta sintonía. Parecía que estábamos bailando, incluso había olvidado la conversación, no me interesaba en lo más mínimo. En mi mente solo estaba viajando el placer de tenerla a ella abrazándome con su sexo, me exprimía y los jugos dejaban salir un ruido pecaminoso y lujurioso. Me chillaba que no me detuviera jamás.
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Enfolding me +18 [Erinnia] Empty Re: Enfolding me +18 [Erinnia]

Mensaje por Erinnia S. Graffiacane Sáb Mayo 30, 2015 1:42 am


Pico rojo del buitre del deseo
que hubiste sangre y alma entre mi boca,
de tu largo y sonante picoteo
brotó una llaga como flor de roca.

—Delmira Agustini.


Hubo un momento en donde se dio cuenta que era incapaz de huir, supo que ya no podía hacerlo más. Sí, estaba condenada a estar para siempre con aquel demonio. Su cuerpo reaccionaba de una manera que ella no comprendía del todo, era desconocido. Pero le agradaba y algo en su interior le suplicaba que se entregara por completo, que dejara su mente divagar, que se cerrara completamente a lo lógico, permitiéndole a sus sentimientos ganar terreno esta vez. Aunque todavía, el hecho de tener sentimientos le parecía absurdo y completamente sacado de sí. En ese instante admitió, en silencio, que ese algo que la ataba mortalmente a ese hombre eran esas sensaciones que crecían en su pecho cada vez que pensaba en Calcabrina, en la posibilidad de que la encontrase en algún momento y en lo que sentía ahora que estaba entregándose completamente a él.

A su lado era diferente. Incluso el odio hacia el hechicero no existía; sólo se paseaba, de vez en cuando, una insignificante molestia. Más bien era un reproche por las palabras ajenas y su constante superioridad por tratar de retenerla, como si quisiera enjaularla como se hace con las aves silvestres. Y eso ciertamente le incomodaba a Graffiacane, era tedioso. Ella estaría con él por siempre, pero debía respetar sus condiciones o volverían a lo mismo. Los demonios condenados a la mortalidad también sufren el cansancio de lo mundano de la Tierra.

Permitió que Calcabrina recorriera cada centímetro de su piel, que explorara abiertamente su cuerpo sin ninguna limitación. Ya no existía confusión alguna en su mente, aunque al principio se sentía incomoda por la situación y un tanto limitada, todo eso había quedado desaparecido. Así que simplemente dejó que su cuerpo se relajara por completo, que le permitiera disfrutar de cada sensación que despertaban las caricias ajenas y el roce constante de sus intimidades. Sus labios se entreabrieron, pero aún así era incapaz de regular su respiración, que parecía volverse más pesada en cada minuto. Debía hacer algo, le molestaba estar tan quieta sin saber qué hacer. Fue esto lo que la llevó a morder la piel del hombro masculino con brusquedad. Lo hizo en modo de queja.

—Esto es incomodo —se quejó casi susurrando, mordiéndose el labio inferior a la vez que parpadeaba e intentaba mantener el control de sus sentidos—. No… —Jadeó y como venganza clavó sus uñas en los hombros de Calcabrina.

No vio venir cuando el hechicero profanó su sexo con los dedos, haciéndolos danzar de una manera tortuosa para ella, causando que su visión se volviera oscura. Instintivamente mordió su propio labio inferior ahogando un gemido en su garganta. No estaba acostumbrada a lo que le estaba haciendo Calcabrina en ese instante, sólo se removió bajo el cuerpo masculino, tratando de hallar una posición cómoda. Pero esto sólo avivó más las sensaciones producidas por las acciones del hombre. Era como si una corriente eléctrica recorriera su columna vertebral y aumentaba más su temperatura corporal.

— ¿Qué dices? Te doy una opción y… La rechazas porque —tensó su mandíbula siendo incapaz de continuar con sus palabras y en vez de esto sólo dejó escapar un pesado suspiro—. Se te da la gana, siempre porque ¡Se te da la regalada gana! Y no… Yo me quito sola, cuando quiera. Porque sí.

Aunque dudo que pueda hacerlo ahora. Maldición…

No podía creer lo que estaba pensando, por primera vez en tanto tiempo dudó de sus capacidades. Que batalla más sucia le estaba dando su compañero demonio. Quería relajarse, pero no podía y menos ahora. Era indignamente placentero. Porque debía reconocer que aunque fuera un tanto molesto estar así, incapaz de poder tomar acciones contundentes, lo estaba disfrutando. Así se lo hacía saber su cuerpo que estaba contento por las atenciones que recibía.

—Sí, sí, ironías de la vida o lo que sea —gruñó porque claramente no le gustaban sus palabras. Graffiacane odiaba perder—. Sí, claro, te importo. Que buen chiste fue ese, demonito… Muy bueno. Hasta podría reírme. Lo haría, si dejaras de tocarme así o de hacer lo que sea que estés haciendo.

Pudo haber continuado con su queja, pero sus dichos fueron silenciados por los labios de Calcabrina, a los que correspondió sin impedimento alguno. A esto se le sumaba el hecho de que aquel empezara a invadir su interior. Erinnia no supo qué decir o qué pensar. Ni siquiera pensaba. Frunció el ceño y se quejó aún con sus labios unidos a los de su acompañante. En un principio todo había resultado agradable, pero esta parte no lo era tanto. En realidad, le causaba molestia aquella invasión a su sexo. Al abrir sus ojos se encontró con la mirada de Calcabrina e instintivamente enarcó una ceja, como si le estuviera reprochando algo.

— ¿Amar? Maldita sea, me está doliendo y tú piensas en amar… En la próxima vida, pido ser un nabo o una piedra. Gracias, Lucifer, gracias —volvió a quejarse cuando separó sus labios bruscamente de los ajenos y antes de volver con sus protestas un gemido surgió desde su garganta.

No quiso seguir hablando más y ya no tenía la posibilidad de hacerlo. Aunque sus labios permanecieran entreabiertos, los constantes jadeos era lo único que escapaba de éstos. Sabiendo que ya no valía queja y oposición alguna, buscó la manera de acoplarse a los movimientos ajenos, en un comienzo no lo había hecho porque el malestar se lo impedía, pero al cabo de unos minutos sus caderas empezaban a danzar por sí mismas aliviando más el dolor de aquella unión. Enredó los dedos entre los cabellos del hombre, jalando de éstos, mientras su mano libre masajeaba su espalda, marcando la tersa piel con las uñas. Una vez más sintió la necesidad de probar los labios de su demonio favorito, los mordisqueó y tiró de ellos para así apropiarse de éstos, fundiéndolos en un profundo beso.


Erinnia S. Graffiacane
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Mensaje por Calcabrina Mar Jun 23, 2015 12:20 pm

Un halo de placer estaba recorriéndome con lentitud, con pasos acelerados me removía sobre ella, balanceaba la pelvis en su estreches y los quejidos de mi garganta se suicidaban antes de salir al aire. Aquellas pequeñas habladurías de la cambiante detenían la libido que estaba subiendo en mi interior. No quería escucharla, no quería saber la verdad de nada. Por mi parte, siempre me había caracterizado por ser una persona sencilla, si podía llevarle la contra a los demás era mejor, pero en el caso de no poder me escondía en mis propios pensamientos. Exactamente como lo quería hacer ahora, solo que era en ella en donde quería cubrirme. Mis manos se paseaban por su piel suave y el antojo de lacerarla se fundía en mis ojos cuando lograba distraerme de aquel deleite que estaba degustando. — Shhh — Casi fue una súplica cuando mis dedos terminaron de lubricar su entrada para darle paso a la longitud que escondía entre mis piernas. Mi rostro se fruncía al contacto con sus uñas hundiéndose en mi carne, pero de igual forma seguí aquellos deseos que no podía parar. Sabía muy bien que las ansias de Erinnia no estaban basadas en lo físico, que el hecho de que se abriera a mí era porque estaba dispuesta a volver a asentarse a mi lado. A posar sus diminutas patas de cuervo sobre mi hombro. A ella le gustaba la libertad y a mí me gustaba tenerla encarcelada. Me preguntaba si en las vidas pasadas habían sido las mismas peleas, pero no estaba seguro de saber si ella pretendía decirme algo de recónditos siglos atrás.

— ¿Duele mucho? Seré la tierra debajo de la piedra de ser así; no te puedes liberar de mí, después de todo estoy unido a la mensajera. — Lo dije en más de un sentido, pues mi sexo comenzaba a introducirse, lentamente, intentaba no lastimarla porque no importara lo muy demonios que fuésemos, estábamos cubiertos y encarcelados por la piel de un humano, con sus mismos sentimientos y pesares, con las mismas frustraciones y debilidades que cualquier otro y eso significaba que la virginidad de Erinnia era tan sagrada como así lo era nuestro pacto con las entidades infernales. Sus labios de abajo se contraían sobre mí e intentaba relajarme, moviendo muy despacio el cuerpo, buscando ensanchar aquel lugar hasta caber con perfección y poder empezar a penetrarla con firmeza. Con los brazos enrollados en su cintura, la abrazaba, escuchaba sus chirridos y apenas una sonrisa burlona aparecía en mi rostro. Ella tenía grandes habilidades para tergiversar mí cara, le ponía muchas emociones en ella y aunque no solía gustarme; en aquel instante lo estaba disfrutando mucho más que cualquier muerte del pasado. Lamiendo sus mejillas, repartiendo besos hasta sus ojos y la punta de su nariz, evité responderle las groserías, como si de repente me hubiese quedado sordo. Necesitaba saciarme de ese momento, hacerlo durar infinitamente, pues luego tendría que ir con su hermano, tendría que ir a la logia y explicar que ya estaba listo el demonio que nos proveería de sabiduría. ¡Mi egoísmo se acrecentaba cada vez más! ¿Acaso no podían hacer todo sin ella? La quería para mí y lo peor de todo era el sentimiento de pensar que se volvería a escapar. Malacoda o Caraffa querrían abusar de ella, exprimirla hasta saberlo todo.


El odio por aquellas imaginaciones mías provocó que la fuerza se viera involuntariamente desplegada en mis caderas y un pequeño jadeo se escapó de entre mis labios, arqueándome contra ella, dejando la columna erguida y la frente sobre su fragilidad. Desparramé mis dedos por ella, afirmándola por los glúteos, untándome con más profundidad hasta que así ambos nos hubiésemos saciado. No me detuve, incluso luego de que la noche se apagó inmensamente, me rehusé a salir de su fuerte, estaba caliente allí dentro, quería dormir en su interior si así fuese posible. Saber que estaba allí y que no escaparía de ninguna forma. — Te dejaré descansar, Graffiacane. Espero verte aquí cuando vuelva a abrir los ojos. — De alguna forma, la manera en la que habíamos hecho el amor -uno algo brusco- había calmado mis aires de grandeza, quizá porque seguía siendo un simple humano que se cansaba y agitaba. Me descubrí a un lado de su cuerpo, abrazándome, apretando los músculos contra su delgada figura. La barbilla sobre su cabeza, estaba intentando succionarla para mis adentros. — La guerra va a empezar pronto, cuando todos despertemos, me pregunto si seré el primero en morir esta vez. — El susurro no provino de mi conciencia, fue algo entre dormido, una curiosidad que no estaba seguro de que fuese real. Pero algo me decía que en las batallas anteriores siempre había durado poco, ¿qué otra razón habría para estar tan demencialmente poseído por las ganas de tener a aquel circulo que estaba enrollado en el mío? Después de todo, era lógico pensar –desde afuera- que no importaba la forma, ambos terminaríamos juntos, siempre sucedía, pero el tiempo era corto, humanamente hablando. Como fuese, los minutos de la noche pasaron y el sueño comenzó a combatirnos, dejando que al fin las pesadillas no se apoderaran de mis pensares. 

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