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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Erinnia S. Graffiacane Jue Oct 30, 2014 9:00 pm

"The natural serenity of leaving this world...
Hear my wings caressing the wind
Hear my cry”

—Quoth the Raven. Eluveitie.



Sus pasos se volvían inseguros sobre la espesa hojarasca que cubría cada rincón del bosque aledaño a París. Sus pies desnudos no sufrían daño alguno ante las ofensivas ramas rotas que estaban dispersas por el suelo junto con las hojas marchitas. Cautelosa como cualquier animal salvaje, Erinnia avanzaba con lentitud, alerta a cualquier movimiento ajeno a la quietud propia de la naturaleza. Aunque su discreción se debía más a la cercanía de un sitio en especial, un lugar hundido entre la carroña y la humedad. Un lugar en donde la muerte se paseaba por cada esquina, en donde gobernaba con gusto vigilando a sus almas atormentadas. Se estaba acercando al antiguo cementerio de París. El camposanto se encontraba a tan sólo unos cuantos pasos de la ubicación de la cambiante, el graznido de sus aves compañeras así se lo hizo saber. Seguían a su ama con un espectral vuelo, una danza macabra que anunciaba tras la oscuridad de sus plumas, la desgracia encantada. El cuerpo de Erinnia apenas estaba cubierto por una túnica oscura que le llegaba un poco más debajo de las rodillas, en donde estaba algo roída. A pesar de pertenecer a la clase alta francesa, su apariencia se notaba algo descuidada, los cabellos los llevaba sueltos y enredados, pero eso realmente no importaba.

Sus pasos se detuvieron ya estando dentro de Montmartre, olía a putrefacción y el silencio apenas podía quebrarlo el sonido peculiar de los cuervos que la habían seguido, todos se posaron en las ramas de los árboles que circundaban a los alrededores. Todos tenían la mirada de la desgracia. Aquel lugar parecía abandonado y desdichado como quienes dormían profundamente debajo de su tierra, consumiéndose por el pasar de los años, siendo el alimento de los gusanos. Nada de aquello parecía causar mayor recelo en Graffiacane, estaba acostumbrada a deambular entre la peste y la muerte. Su semblante se mantenía sereno, muy contrario a sus pensamientos que parecían una tempestad desatada en el mar, algo desconocido la había traído hasta aquel lugar, algo que atormentaba su mente. Sus pies descalzos la guiaron hasta una de las antiguas lápidas, un ángel de piedra, en su rostro estaba tallado el dolor de la soledad. La humedad y el tiempo lo consumían lentamente. La joven lo observó con curiosidad y se atrevió a acariciar aquel rostro pedrusco, la punta de sus dedos examinaba la mueca de la efigie y aún así no era capaz de quebrantar el sosiego de la cambiante.

—Tantos años que llevas encerrado en la miseria de la piedra, en la inmortalidad del silencio. Tantos años sufriendo en soledad, gritando sin poder ser escuchado —murmuró Erinnia al ángel, como si ese ser de piedra pudiera estar vivo.

El sol moría dejando en su caída un incendio en las nubes haciendo que el cielo se incinerara como el infierno mismo. El infierno en la tierra. Los ojos azulados se dejaron atraer por aquella escena y fue entonces cuando la marca en su nuca ardió, recordándole su lugar en este mundo. No se quejó, apenas logró rozar con sus dedos la forma del ouroboros en su piel. La sensación hizo que cerrara sus ojos con fuerza, se dejó arrastrar por la oscuridad y un escalofrío recorrió su espalda. Volvió a alertarse ante el alboroto de sus aves. Ya no estaba sola. Quiso salir corriendo, quiso huir de nuevo, pero no pudo, sus piernas no reaccionaron. ¿Acaso aquellos demonios dieron con ella luego de tantos años? ¿La encontrarían? La idea la hizo estremecerse. La ansiedad volvió a invadir cada centímetro de su ser. Ella no deseaba estar con ellos, ella era libre. La muerte jamás servía a nadie a pesar de estar atrapada en uno de los círculos del infierno. Pero ya era tarde, alguien siguió sus pasos, alguien que olía a muerte como ella. Un ser capaz de hacer danzar a los espíritus en las penumbras de la noche. Erinnia sólo guardó silencio, se mantuvo impasible en su posición. Después de tanto tiempo enfrentaría cara a cara a alguien del pasado, alguien con la mirada marchita.

—Quien guarda el sexto círculo se acerca con paso firme arrastrando la inmundicia de la muerte tras su caminar, ¿Qué has venido a hacer aquí? —Mencionó la joven dándose la vuelta con un movimiento elegante y sobreactuado, le hablaba a la nada. De algo estaba segura, ya no estaría tan sola.


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Mensaje por Calcabrina Dom Nov 09, 2014 6:07 pm

“La entrada sigilosa de la muerte en un agujero de tentaciones.”


La misión infinita que reencarna año tras año se hacía presente frente a mí, en mi mente aparecía, debía buscar, debía matar u obligar. Debía hacer correr la sangre de quienes se negaran a cooperar. Así me decían mis instintos y en mi rostro parecía no notarse la emoción. Mis orbes estaban atormentados por la situación, pero en mis labios corría el sabor de la tortura. El tatuaje en mi pecho estaba ardiendo desde hacía días, cada mañana terminaba de averiguar una parte diferente de lo que tenía que hacer. Mi miembro se exaltaba más de lo habitual cuando terminaba de tener las visiones que los fantasmas me acercaban. Unos ojos celestes provocaban que mi lívido se eleve y con necesidades tan sádicas como las que corrían por mis venas, debía aguantarme, apretarme y torturarme hasta encontrar quien me calme la sensación. Pagaría por ello, la persona que estuviese haciendo que mis sentidos se nublen, tendría que pagarme con años y años de completa sumisión. Así es como yo lo deseaba, así es como se haría. No había otra salida y no encontraba otra cosa que me calmara más que la inevitable sensación de saciarme con la sangre ajena, sangre de demonio. Ya me habían asistido, ya me habían prometido, pero nada daba resultados, ahora, solo quedaba esperar por un poco más de mi pasado. Reencontrarme con la realidad, con el círculo que me pertenecía, ajeno al común. Mi rostro blanco y cubierto de barba se tensaba, hasta que un día pude saberlo, pude sentirlo en mis dedos.

Allí en donde la muerte reinaba se encontraba mi tatuaje gemelo, allí en las lejanías donde nadie te hablaba pero personas había demasiadas. En donde solo alguien con coraje o con demasiada locura podía asistir en soledad. Me relamía los labios cuando nadie estaba frente a mí y como si fuese un placer degollar, me preparaba para la noche en la que la luna llena cubriera el cielo. Los astros estaban a punto de alinearse para que un nuevo guardián del círculo se presentara entre nosotros, lo quisiera o no, estaría encarcelado a nuestra misión eterna. Porque habíamos pecado y ahora debíamos pagar por ello por todas las vidas que siguieran y aún más. Mis ropas eran adornadas con absolutamente nada, solo el luto era amigo de mi piel, un saco largo que aún llevaba cuando era verano, en los bolsillos estaban pociones estremecedoras, capaces de envenenar un río entero. Mi Seidmadr estaba cargado de fuerzas, podía sentir como estaba emocionado por ir a encontrarme con el círculo de Grafficane, aquel que había despertado hace tiempo, pero que el miedo parecía haberlo atormentado. No tenía tiempo para ir con Cagnazzo, era ahora o nunca, las especulaciones de horario no podían darse el lujo de equivocarse y de esa manera me adentré a aquel cementerio que no me agradaba. ¿Por qué? La gente muerta no puede volver a morir, no puede sufrir ni puede tener miedo. Aunque eran quienes me comunicaban todas las visiones y quienes me ayudaban a hacer todo lo que me proponía. Aun así, prefería estar rodeado de corazones palpitantes, listos para desesperarse. Preparados para temblar en mis manos, mientras mi rostro tan duro y seco se ablandaba al mero sonido de las tripas caer desde el interior de un estómago.

Cuando pisé aquel lugar, uno de mis brazos se levantó, haciendo así que un espíritu salga de su tumba, lo observé, era un anciano mediocre y bostezaba con pereza. — Una mujer con energía fuerte. — Pregunté con la sequedad que me caracterizaba, con los ojos que irradiaban una desesperación absoluta, quería agitarme, sonreír y divertirme, pero eso, solo pasaría en lo profundo de mi interior. El fantasma se retorció, miró en todas direcciones y un dedo largo y huesudo se alargó apuntando hacía una dirección. “Sigue a los cuervos” Acotó mientras se esparcía en el lugar y volvía a un sueño eterno. Y pensé ‘cuervos’ miré hacía allí y en los aleteos de los pájaros pude notar aquel sonido especial, como el de un jarrón de platino cayendo de un alto piso, siendo destrozado por martillos, y el sonido metálico raspaba en los cielos. Lo disfruté y me acerqué con los ojos semicerrados, mis manos se ocultaban en mis bolsillos. Y suavemente me arrastraba hacía el lugar, lo que observé fue algo hermoso. Una túnica negra que marcaba una figura ancestral, unos cabellos rebeldes que ocultaban una belleza que ya conocía interiormente. Me habló y mi cara quedo estática como quien se vuelve una estatua de cristal. En principio solo me acerqué, lo hice hasta que la distancia entre nosotros se reducía a centímetros. No me importaba su privacidad, ni mucho menos los deseos que tendría o no sobre mí. — -He venido a hacerme contigo Graffiacane. Acepta tu destino o te arrastrarás para toda esta eternidad en mis pies. — Canturreé con una melodía que podía llamarse silencio, pues era monótona y tan grave que quizá la frecuencia de mi tono cambiaba y se hacía inescuchable. Así era mi voz, un sonido gutural, rasposo. Porque no salía cotidianamente, mi boca, solo era abierta cuando la persona frente a mí me fascinaba. — Ya es hora de que vuelvas a nosotros, a mí. — Corregí y mi mano, que no tenía noción del derecho a la individualidad se levantaba y agarraba la cintura ajena, deslizaba los dedos como si fuese una tela que estaba a punto de comprar, mi mirada solo se fijaba en sus ojos, mientras mi mano enojada terminaba por rasgar su túnica, estaba buscando su tatuaje. — Desnúdate y muéstrame tu marca. ¿Eres tú el círculo que me pertenece? —

“En la locura solo existe libertad y frenesí.”  


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Mensaje por Erinnia S. Graffiacane Dom Nov 16, 2014 10:27 pm

“Rápido, sin pausa ni demora;
No dejes el campo de mi vida sobre el huerto
Con la ceniza de los sentimientos muertos,
Deja que mi canto fluya con ternura.”

—To Death. Amy Levi.


El graznido de los cuervos arrancaba con furia el silencio que moraba en el camposanto, haciendo que los susurros de los muertos fueran casi inaudibles ante el ajetreo de aquellas aves. La noche se había apoderado completamente de Montmartre y con ella se escapan los fantasmas de sus celdas de piedra. Andaban inquietas yendo de un lado a otro, pérdidas entre el hedor del infierno que empezaba a impregnarse en el lugar. Temían de los diablos que les hacían recordar su eterna desdicha. Uno de los demonios vestía como la muerte arrastrándose con pasos elegantes y su contraparte era el voraz mensajero de la desgracia en la tierra. El ave de que anunciaba la guerra y la muerte que se ocultaba tras sangrientas batallas. Erinnia permaneció en su posición, como si la tierra hubiera apresado sus pies, impidiéndole que se moviera de lugar o intentara huir. Su ouroboros le quemaba la piel queriendo arrancar un gemido de puro de dolor, pero no, la cambiante se mantuvo siempre serena, impasible. Soportaba la amargura de su propia alma ocultándola tras una fría máscara, siendo prisionera de un destino verdaderamente oscuro.

Sus sospechas habían sido confirmadas, Calcabrina había irrumpido con fuerte figura en su espacio. Él finalmente la había encontrado. El corazón de Graffiacane se retorció en su pecho, inquieto y asustado. Sus ojos celestres sólo pudieron fijarse en el otro demonio, reprochándole con la mirada su desagradable presencia. La peor pesadilla de Erinnia apenas comenzaba. Lo odiaba, Calcabrina sólo vendría a arrebatarle su anhelada libertad, estaba condenada  a él. Ese demonio del que tanto huía logró quebrar toda distancia entre ambos, asfixiando a la mujer, que nada parecía inmutarle a pesar de que internamente se desgarraba a gritos. El aliento ajeno se mezclaba con el propio y cada palabra que escapaba de los labios del hombre, hacia que Erinnia se sintiera extrañamente ansiosa y tensa a la vez.

El tacto del demonio la reclamaba tanto como sus palabras, como si en verdad tuviera todo derecho sobre ella. Aquel roce en su piel por encima de la consumada tela, provocó un escalofrío que recorrió todo su ser buscando de estremecerla, pero se contuvo. La cambiante evitó por todos los medios ocultar las sensaciones que provocaban las acciones ajenas sobre ella, aunque fueran leves, tenían un extraño efecto sobre ella y quería obviarlo a toda costa. No le quería dar gusto alguno a Calcabrina. Su orgullo no se lo permitía. Erinnia lo sabía, más que querer reunir a otro de los círculos infernales para Los Custodios, el hechicero la quería a ella. Cerró sus ojos y ambas manos se empuñaron al escuchar como la tela de su túnica era rasgada por la mano fuerte del demonio. De inmediato y antes de que la tela cayera al suelo, la sujetó con la diestra sobre su pecho, evitando exponerse frente a él. Erinnia retrocedió un par de pasos sin apartar la mirada de Calcabrina. Un siseo de su parte silenció el alboroto de los cuervos que empezaban a reaccionar al ver como su líder era amenazada por la presencia de otro diablo de Dante.

—Te equivocas, Calcabrina. Yo no le pertenezco a ellos y mucho menos a ti; no pienso regresar, no voy a condenarme a ningún círculo infernal. No quiero atarme a ti nuevamente… Yo soy libre —dijo Erinnia con la serenidad que la caracterizaba, mordiéndose inconscientemente el labio—. Puedes irte por donde viniste, sólo pierdes tu tiempo conmigo. No intentes buscarme nuevamente, permíteme ser libre una vez más.

Anduvo otros pasos más atrás con sus sentidos en alerta ante cualquier represalia que pudiera venir por parte de Calcabrina. Algo le decía que sus palabras habían sido en vanos, la terquedad ajena no iba cederle la libertad que ella tanto buscaba. Erinnia sabía que estaba pérdida, pero esperanza quería intentarlo una vez más. No quería amar y odiar hasta que le consumiera. Ya no más… Nunca más.

—Anda, ya no tienes nada que hacer aquí. Con saber que aún existo es más que suficiente —susurró, sintiendo como el aire comenzaba a faltarle. No sabía si era curiosidad lo que empezaba a despertarse en su interior y tampoco deseaba saberlo.


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Mensaje por Calcabrina Vie Dic 12, 2014 7:57 am

“Descubrirás de donde viene tu alma, cuando la dejes en la palma de mis manos”


Incluso pensé en reírme de su respuesta, pero lo amargo de mi rostro estaba infalible, se podía observar como los bordes de mis ojos se profundizaban, se hundían con malicia mientras observaba el cuerpo de la mujer. El demonio que llevaba dentro estaba allí frente a mí y cuando la tela crujió en el aire pude ver partes de su cuerpo, su piel nívea estaba al alcance de mi mano, pero como si fuese un juego, el fraude empezaría a hacerse presente luego. Sabía cómo era ella, en mi interior algo renacía, me rasgaba y me obligaba a mantenerla entre mis dedos hasta que los hilos del titiritero, quien era Dante, desaparecieran y nos volvieran a hacer. Así era la vida, existencia tras existencia encadenados a lo mismo. Pero yo lo disfrutaba, ya que al jamás poder recordarlo todo, algo nuevo siempre relucía, en aquel caso, era la figura flameante de la mujer, sus ojos claros y bellos que emanaban deseos de matarme, me gustaba, esa demanda, ese juego del tire y afloje. Siempre hacía eso con quienes mantenía prisionero y si era necesario ella se convertiría en un espécimen especial en mi sala de tortura. Incluso aunque su cuerpo parecía tener miedo y su alma temblaba por dentro, no me importó, me acerqué con aires de grandeza. Mi sonrisa estaba sin expresión alguna y solo mi mano se alargó para volver a rozar su lechosidad. ¿Así que ella era libre? Qué ironía era la que estaba escuchando, nosotros no podíamos nunca ser libres. Así como una sonrisa en mi expresión sería la muerte, las ganas de hacer lo que uno desea también lo eran.

— No eres libre, eres mía y del círculo. Aunque luches contra ello volverás tarde o temprano. No tengo deseos de dejarte ir. Ven aquí, no huyas. — Carraspeé con unos ojos inhumanos, capaces de atravesar todo para poder observarla. Deseaba ver su tatuaje, aunque sus palabras me convencían, ella era Grafficane, la persona que hacía tanto tiempo surcaba en mi mente. El destino que daba la baraja, me la había entregado y me la había quitado, era hora de que me la devuelvan. Como si fuese una propiedad me acerqué un paso cuando ella dio uno atrás y fruncí la mirada. Mi rostro tomaba emociones y en ella se tatuaba que estaba empezando a enojarme. Miré a un lado, el ruido de los cuervos se acallaba y el susurro de los muertos se hacía presente. Me deleité con ello y saboreé las auras muertas que pasaban por mí alrededor. Ellas querían ayudar, querían tomar eso que me pertenecía. Alcé entonces una mano, fue un movimiento muy suave, uno que parecía no tener fin alguno. Como si simplemente quisiera sentir la brisa de la amarga noche que estaba frente a nosotros. Y entonces al tiempo que terminé por llevar los dedos a la altura de mi hombro, cerré la empuñadura y los dedos de los muertos se agarraron del cuerpo ajeno, la sujetaban para dejarla en el suelo, mantenerla en el lugar, pues no deseaba que salga volando. De hacerlo tendría que utilizar la dominación y no era un poder que usaría con ella. Me acerqué entonces, cuando supe que era propicio, mi suavidad fue quebrada y simplemente quedé frente a ella, a escasos centímetros de distancia, solo una capa de aire a presión nos distanciaba. — Grafficane, ¿cuál es tu nombre en esta vida? Te hemos estado buscando por algún tiempo, pensábamos que no habías despertado. — Murmuraba mientras las miradas surcaban por su piel.

Y entonces decidí que aquella capa estaba molestándome y la arranqué por completo, tironeé de tal forma que la tela se rasgara en tiras y su cuerpo desnudo quedara a la intemperie. Observé como quien va a comprar algo al mercado, sin decir nada, sin expresar nada, busqué la marca del Ouroboros y no la encontré en su frente, miré sus ojos con molestia, se podía notar la decepción, no me importaba su busto expuesto, tampoco la intimidad de sus piernas que se insinuaba, yo quería sentir el poder de su tatuaje manar como el mío lo hacía en ese instante. Quemaba, dolía, como si me estuviesen clavando un hierro caliente en el pecho. — Mujer, gírate para mí, el tiempo pasa y recuerdo un poco más, sin ti no estaré satisfecho jamás. — Tomando su hombro con rudeza hice girar su cuerpo, los toques no eran con maldad, era curiosidad, calma, satisfacción. Y allí entre sus cabellos estaba la marca de la maldición. Las manos de los muertos apresaban a Grafficane con fuerzas, mantenían su alma y cuerpo atados a la lápida frente a nosotros. Y entonces la mía propia fue a tocarla, la yema de mis dedos acarició toda la marca, haciendo círculos viciosos, hasta que la cordura se fue de mi cuerpo y terminé abrazando su espalda con deseo, aprisionando su cuerpo, ignorando sus palabras que eran simples blasfemias para mí. — Tu lengua se vería hermosa en uno de mis frascos, ¿deseas con tanto anhelo que te la quite o medirás tus palabras para mí? Todo lo que está aquí es mío, lo sabes y aunque llores y grites, toda tu vida está predestinada a mí. ¿Lo entiendes? Rómpete de una vez. — Las palabras afloraban como si en mil años no hubiese hablado y ahora lo hiciera por todo ese tiempo. Mis extremidades la recorrían, pasaban por sus bustos y marcaban su cintura, casi me sentía excitado, pero al contrario de eso, no buscaba el propio placer, sino que ella recuerde lo que yo podía darle, la desesperación y el anhelo de tenerla en mi cama y en mis pies.


“Desearás morir una y mil veces más. Pero disfrutarás más el placer  de tu piel.” 


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Mensaje por Erinnia S. Graffiacane Miér Dic 17, 2014 12:23 am

“Sé silencioso en esa quietud,
la cual no es Soledad, ya que
Los Espíritus de los Muertos,
quienes te precedieron en la Vida,
en la Muerte te rodearán,
y con Sombras, tu quietud enlazarán.”

—Edgar Allan Poe.




¿Qué hay al final de esta injusta vida? Miseria, penumbras, ansiedad y un dolor que no cesa nunca. Las almas se hunden en su propia vanidad cuando están atadas a un cuerpo físico que les exige complacer innumerables caprichos, porque desean sentir todo aquello que no son capaces de conservar al momento de la muerte. Quieren realmente sentirse vivas, cuando la vida no existe, es una ilusión efímera. Una ironía, una verdadera tragedia. Pero ese sucio juego del eterno retorno sigue ahí, ¡Qué inteligente el que se ha osado llamarlo ley! Erinnia no había sido excluida de ese círculo vicioso, aquella maldita marca no la hacía más especial que a los pobres pecadores que se condenaban a arder en la brea. De entre los demonios era la más rebelde, se rehusaba a servir a sus propios dominios, aunque su naturaleza fuera tan demoníaca como la de los otros ocho lacayos del Lucifer. Graffiacane entre los nueve, era el único incapaz de soportar la prisión de un cuerpo mortal, era iracundo y a la vez apático. Eligió convertirse en el ave de los muertos y atormentar a los mortales con frases espectrales sólo por alimentar su sadismo. Pero no sólo eso, también lo hacía para evitar contacto con los suyos, en especial con su tan cercano y menos odiado Calcabrina. Era capaz de amar y odiar con la misma intensidad con la que disfrutaba del miedo de las personas. De las pesadillas que atormentan sus sueños y de las memorias que se vuelven filosas dagas capaz de herir la integridad de cualquiera, hasta del más maldito de los demonios.

La noche se cernió sobre Montmartre, siempre plagado de las inmundas almas de los muertos, siempre oliendo a desgracia. El silencio helaba los sentidos y los susurros espectrales de los espíritus que ahí habitaban amenazaban con hundir a las mentes de los inocentes en terribles tragedias, en donde la locura se unía con las pasiones del ego. Las copas de los árboles vestían de plumas negras, de pájaros oscuros, de alimañas que seguían los pasos de la bella muerte de ojos celestes. Ellos recordaban demasiado, pensaban mucho y se alimentaban de la carroña del mundo en abandono.

Las palabras de Erinnia habían sido precisas, sólo usaría las necesarias, sin embargo, todo dicho era inútil para el diablo que tenía en frente. Él no iba a ceder a sus deseos y ella era todo lo que su esencia maldita le reclamaba. El miedo y la ansiedad se volvieron ira, malestar y hasta odio; el interior de Graffiacane se había convertido en la más turbia de las tempestades, que rompía con toda su furia. Él volvía a quebrar la distancia y se acercaba como aquel dios que se cree capaz de obtener todo lo que desea con una simple palabra que escapara de sus deliciosos labios. Esa mirada oscura y vacía, capaz de traspasar la piel, no causó mayo malestar en Erinnia. Ni siquiera las palabras graves que surgían de su boca. Sus emociones dieron un giro brusco. Ya no era el animal asustadizo que se ocultaba en un rincón, sino la fiera que pretendía destrozar todo a su paso. Y más fue la rabia que se acumuló en sí misma cuando aquellos espectros la detuvieron, atándola en el lugar en donde yacía, impidiéndole moverse. Gruñó como el león que es encerrado en una jaula y miró desafiante al causante de todo aquel enojo. Pero no respondió nunca a sus palabras, su nombre mortal no era de su interés y ya a estas alturas, seguro que Cagnazzo, aquel con el que compartía su sangre, tuvo que habérselo dicho. Se removía por intentar liberarse, hallando la oportunidad en que su cuerpo dejara su forma humana para perderse entre las oscuras plumas de los demás cuervos. Pero no pudo, el ouroboros empezaba a quemarle el cuerpo, incinerando cada centímetro de su piel con flamas invisibles, le impedía escapar de su recipiente mortal haciéndola ver vulnerable ante el otro monstruo.

—Suéltame —masculló con frialdad, viéndole directamente a los ojos, esbozando luego una sonrisa burlona al ver como surgían incertidumbres con respecto a ella—. ¿No qué estabas muy seguro de que yo era Graffiacane? ¿Por qué dudas ahora?

Estaba irritada, pero sus palabras habían surgido con una suavidad casi inhumana. Aquel maldito la había dejado expuesta al arrancar la tela que a duras penas la cubría, su corazón latió furioso. Quería desfigurarle el rostro y a la vez sentía el deseo inconmensurable de apoderarse de sus carnosos labios. Pataleó como una niña pequeña, odiaba estar en aquella situación. Le estresaba enormemente verse así. Se vio frente a la fría piedra de aquella lápida quejándose sin poder evitarlo y ansiosa buscaba de liberarse hasta que el toque de sus dedos sobre su marca la dejó estática, tan sólo unos segundos para que Calcabrina se diera la tarea de recorrer aquella serpiente que se dibujaba en la piel de la cambiante. Erinnia cerró sus ojos mordiéndose el labio inferior al sentir las inusuales reacciones del ouroboros en su cuerpo, casi ignorando sus palabras y la presión del cuerpo ajeno sobre el propio, que se estremecía ante las manos viciosas e incautas del hechicero. La cambiante tamborileó los dedos sobre la húmeda superficie de la tumba. Esperaba paciente al ataque de sus animales, que no eran más que las mismas alimañas que seguían al demonio del quinto círculo. Eran creaciones de Graffiacane. Y ese demonio volvía a apoderarse de su mente, renacía entre sus pieles. Sólo Calcabrina era capaz de hacer reaccionar a aquella bestia.

—Ya basta —finalmente habló. Casi era un susurro, su voz no contenía emoción alguna. Fue en ese momento que el cantar de sus cuervos confundió a los espectros, ahuyentándolos con el himno de la muerte. Aprovechó la situación para liberarse, haciendo girar  su cuerpo quedando frente al hombre nuevamente, retándolo con la mirada—. Sólo te interesaba el tatuaje, no mi cuerpo. Así que no abuses de tu demacrado ego.

De pronto la actitud de Erinnia era diferente. Sí, era cierto que no podía escapar de su destino, pero no toleraba que la estuvieran presionando de ninguna manera. Su independencia era algo con lo que no vacilaba y eso precisamente odiaba de Calcabrina, que la quisiera reprimir cuando ella detestaba y le asqueaba que lo hiciera. Su diestra sostuvo la dureza de su mentón y le sacudió de un lado a otro, mientras le miraba con severidad. Aquellos ojos celestes perdieron su brillo, volviéndose de un azul tan opaco como el manto nocturno que los cubría a ambos.

—Ya viste suficiente y tus manos abusaron de lo que no debían. Ahora… Antes de que te largues de este maldito lugar, quisiera comprobar algo —Dijo con simplicidad y sin darle tiempo a nada, quitó las telas que cubrían su torso descubriendo ese tatuaje común entre ambos. Lo admiró tan sólo unos segundos antes de fijar su mirada en la del otro diablo—. Ah, entonces si es verdad. Eres el infeliz de Calcabrina. Vaya suerte la mía… Digo, hubiera preferido quedarme en la brea de mi círculo sin tener que soportarte de nuevo. Como tú has dicho antes, estamos condenados a esto, y sólo condenados, tampoco es para que te estés creyendo mi dios. Tendrías que esforzarte un poco más para lograr tal estatus, "querido".


"Veamos si eres realmente capaz de liberar mis deseos más impuros de la oscura prisión en la que han estado reprimidos durante siglos..."


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Mensaje por Calcabrina Vie Dic 26, 2014 4:30 pm

“Eso es todo y nada más”


Susurraba mi cántico a duras penas frente al cuervo de alas largas y profundamente negras. Sus ojos azules nublados por la ira y la infelicidad no causaban más que un dulce y perfecto consuelo en mi corazón humano y diabólico. No había sonrisa en mi rostro, tampoco decepción, solo estaba yo, allí frente a ella, buscando atraparle de una forma u otra. Aún podía recordar su aliento deslizarse sobre mi piel cuando tomaba aire del ambiente. Sus labios ovalados y rosados acompañados de una furia que no podía definir. ¿Quizá había estado vagando por muchos años en mi búsqueda? Patrañas, me dije mentalmente y no quise pensar ni un momento más. Hacerlo era difícil, era una lúgubre noche y estaba al ras de perder la paciencia con ella. Llevarla por las buenas era lo que había ido a hacer, pero las cosas no estaban saliendo como yo las esperaba. Era un súbito colme a mi conciencia y las garras de mi Ouroboros se prendían de mi piel como si con eso me exigiera que no me diese por vencido. Los espíritus que había invocado estaban tambaleándose ante los llamados de Graffiacane, mis ojos estaban encendidos en molestia, su cuerpo se removía como si con ello intentara transformarse. Un cuervo, pensé, que irónico y fantástico era el mundo y la condena a la cual había sido destinado. Siempre había tenido una fascinación por esos fanáticos de la muerte. Eran como los dioses oscuros de los cielos. Quienes traían la mala noticia a los animales o personas perdidas. Los llamados espíritus del mal agüero. Me recorrí los labios con la lengua viperina lentamente en tanto mis manos recorrían cada centímetro de su piel en búsqueda de un tatuaje que palpitara. Encontrarlo hizo que una nube de excitación subiera por todo mi cuerpo, acumulándose entre mis piernas de manera completamente dolorosa. Me torturó mi seca alma, pero mis facciones no podían moverse, estaban inutilizadas por la neutralización de mi pecado.

— Dudo porque quiero dudar. ¿Me dirás tú que debo o no hacer? — Su impertinencia hizo desear golpearle la mejilla con el dorso de la mano, pero me contuve, tenía toda una vida humana para enseñarle que podía o no decirme. Mis ojos estaban cargados de malestar, ella aún no era mía, eso es lo que entendía por esa situación, podía verlo perfectamente, estaba empeñada en salir volando y huir de su destino. Pero no podría, su tatuaje no le iba a permitir ir a ninguna parte, no había salvación para quien se negara. Cerré los ojos entonces, forcejeando con su cuerpo que estaba molesto por mis toques, no me importó, lo recorrí porque era mío y eso era todo. Hundí mis yemas tan profundo en su piel que las marcas quedaron rosadas. Pero no estaba satisfecho, aun cuando tenía frente a mis ojos su marca, quería más. Me acerqué antes de escucharla hablar, lo suficiente como para lamer la superficie y morder a un costado, clavando los colmillos humanos hasta sentir su sangre recorrer mi garganta. En ese momento fue cuando su cuerpo quedó liberado y me vi frente a una libre Graffiacane. Mis ojos entre azules y verdes se quedaron contemplándole, sin hacer nada con respecto a sus movimientos. Mientras no fuesen signos de querer salir corriendo no tenía necesidad de contrariarla. Así que cuando sus garras se apoderaron de mis ropas y desgarraron dejando mi pecho al descubierto me quedé observando, fríamente en el exterior, pero levemente curioso en lo profundo. Ella se deleitaba con la serpiente negra y yo no la privé de ello. Siquiera respondí a su anterior inquisición. Luego lastimaría cada centímetro de su lisa piel por aquella hostilidad. Dejaría escamosa su textura y le negaría la posibilidad de sentarse sobre sus posaderas. Eso indicaban mis ojos, estaba furioso, tanto o más de lo que había estado jamás.

Mis orbes se cerraron en un momento taciturno y sin tolerar ni un poco más de sus palabras dejé colgar una mano en su cuello. — Tu condena es mi felicidad. Y si no quieres perder esta vida y esperar años hasta volver a despertar vendrás conmigo. En realidad, lo harás igualmente. — Corregí rápidamente y busqué la ayuda de los espíritus una vez más, controlándolos de tal modo que se quedaran apresando a las criaturas del demonio frente a mí. Seres oscuros que existían desde siempre. No era capaz de controlarlos, porque mi humanidad era una pared que no dejaba fluir todas mis habilidades y aún no era capaz de romperla. Pero no me contuve y murmuré suaves palabras que se desplegaron apresando la humanidad de la cambiante. Dominaba su parte mortal de tal forma que sus brazos se entrelazaran dolorosamente. No pensaba llegar a eso, utilizar la dominación con otro demonio era algo casi maléfico. Tanto que me hacía dulce en la boca, me acerqué entonces a su rostro, tomando su mentón como antes ella había hecho y lo apreté con insatisfacción. No tenía orgullo, tampoco pasión, pero con ella las cosas eran diferentes, estaba literalmente condenado a amarla y apresarla en mi cuerpo todas las vidas anteriores y venideras. Esa no era la excepción. — Suficiente de este teatro, encontrarás que mis recuerdos no están tan vivos como aparentemente están los tuyos. Pero aun así, haré que tu alma recuerde un poco más. — Deslicé los dedos toscos por su nuca, tocando la marca con fuerzas, mientras mis dedos se deslizaban hacia sus posaderas y allí apretaba como si no hubiese un mañana, acercándome en tanto escuchaba el ruido desgarrador de los seres luchando a nuestras espaldas. Fue entonces donde por primera vez una media sonrisa acudió a mí mirar y volviendo a su Ouroboros lo apreté con los dedos en forma de estrella. — Tus pecados te apresan, tu odio te acelera. Las alas del cuervo se cortarán, impidiéndote transformar. La bestia tendrá que despertar o la libertad no conseguirá. —  Una de mis uñas se clavaba en mi piel, mientras que otra lo hacía en la ajena, lentamente caía el elixir rojo, juntándose, se marcaban en el contorno de su serpiente y penetraba la sangre en su piel. Un hechizo que solo era para ella y para nadie más podía funcionar. No podía hacerlo con otro cambia formas. Solo porque se trataba de mi Graffiacane. Que estaba luchando en su mente. Tenía que mantenerla fuera del aire, instalarla en la tierra hasta que aceptara su destino. — Nos vamos de aquí. No olvidarás esta noche, ni las siguientes, 'querida'. — Bramé con la conducta doblegada, mientras cubría la piel del demonio con su anterior capa y comenzaba a caminar fuera del cementerio. Si seguía luchando, tendría que hacerme con su conciencia, me preguntaba qué pasaría entonces.


“Posada e inmóvil, por siempre te quedarás” 


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Mensaje por Erinnia S. Graffiacane Miér Ene 14, 2015 5:46 pm


“Los hombres graves, moribundos,
que ven con ojos cegados
que los ojos ciegos podrían arder
como meteoros y ser dichosos,
se enfurecen, se enfurecen
contra la muerte de la luz.”

—Dylan Thomas.




Las palabras de Calcabrina le resultaban un mal chiste, estaba molesta por el irrespeto de éste y a la vez le causaba cierta gracia. Algo en Erinnia estaba diferente y claro, se trataba de Graffiacane. Ese demonio se había apoderado de sus sentidos y ella le permitió que lo hiciera, ambos se encargarían de amargar a Calcabrina como mejor sabían hacerlo. A la cambiante no le importó la marca que había dejado aquel en su piel y mucho menos sus palabras, ¿quién se creía? Esas ideas infantiles de tortura no funcionaban con ella. Pero quizás él no lo recordaba. No  rememoraba lo indiferente que resultaba ser Graffiacane cuando él perdía los estribos. Y justo aquella vez no iba a ser nada distinto. Recorrió la forma de la serpiente con su uña y la clavó hasta hacer sangrar su piel como lo había hecho el hechicero minutos antes con su mordida. Aunque al principio se negaba a que se la llevara, ahora le daba completamente igual. La apatía se apoderaba de ella una vez más. Ya tendría oportunidad de fugarse como siempre lo hacía. Era una manera de burlar a los demás demonios y de hacerlos enfurecer, esa es su labor en el círculo que le corresponde. Los perezosos y los iracundos eran su especialidad y provocarlos con acciones o juegos de palabras, sencillamente le fascinaba. Ni siquiera Calcabrina escapaba de las jugarretas de Graffiacane. Esbozó su mejor sonrisa, cargada de burla e ironía.

— ¿Felicidad? ¿Lo dices tú? —Largó una carcajada—. Eso si es que un buen chiste. Y deja de decir tonterías, no soportarías una vida más sin mi presencia. Las pesadillas no te dejarían en paz nunca y llorarás mi ausencia en cada rincón. Aparte, si haces eso no podrás tenerme como tanto deseas. Volverías a estar solo por las noches… En esa fría cama, en esa oscura habitación. Pobre brujito.

Las palabras de la cambiante estaban cargadas de sarcasmo, pero tenía razón. Ella se había encargado de atormentarlo cada noche, enviaba a sus oscuras alimañas vestidas de cuervos para causar malestares en el hechicero y sí que lo había logrado. Aunque eso terminaría costándole su libertad y en partes lo odiaba, pero un poco de diversión al viejo estilo de los demonios no estaría nada mal. Escuchó a las aves quejarse a sus espaldas, estaban furiosas. Y eso era lo que quería Erinnia, que aquellos seres negros se volvieran una amenaza para cualquiera. Que salieran a desgarrar los rostros de los inocentes en cada esquina y se dieran un exquisito festín de sangre. Frunció levemente el ceño al sentir como su parte más humana perdía el control de sí misma y casi por inercia entrelazó sus propios brazos causando que liberara un gruñido por el inevitable dolor que aquello le causó. La ventaja de ser cambiante era que poseía un cuerpo más resistente, si se tratara de una simple mortal, terminaría con los brazos rotos, de eso estaba muy segura. Entrecerró los ojos y su mirada  se clavó en la del hechicero con severidad, al cabo de un par de segundos terminó sonriendo como antes. Su mente le ordenaba a sus alimañas que rompieran el silencio con terribles y ensordecedores graznidos, así el efecto de la dominación iría debilitándose poco a poco. Aquellos obedecieron de inmediato, volaban en círculos sobre ambos en una danza cargada de muerte.

—Creí que ibas a darme inolvidables orgasmos en vez de hacerme gruñir. Empezamos con el pie izquierdo, odiado mío —dijo con ironía enarcando una ceja. No le importó que tomara su mentón de esa forma, ella sólo sonreía—. ¿Me harás recordar qué cosa? Al único que le falla la memoria entre los dos es a ti… Quizás sea yo quien termine haciéndote recordar todo o nada.

Erinnia lo volvió a retar con la mirada al sentir las manos incautas del otro demonio sobre su trasero, odiaba que se aprovechara de esa manera, así que ya estando libre de la dominación, manoteó sus manos. Siempre tenía que hacer esas cosas, ¿qué no podía aguantarse? Al parecer no y eso era lo que más irritaba a la cambiante.

—Al menos aguántate, no seas precoz —la cambiante no vaciló con sus palabras. Le regañaba por irrumpir de aquella manera. Su sonrisa se borró al escuchar las palabras ajenas y cuando los dedos del hechicero acudieron de nuevo a su tatuaje supo que era hora de volver a su forma de cuervo, pero fue inútil—. ¿Qué hiciste? Calcabrina…

Ahora si volvía a estar enojada con él. El maldito había elaborado un hechizo para tenerla bajo su control, era una jugada realmente sucia. Era de suponerse que podía usarla mediante el ouroboros y en ese momento sospechó de Malacoda, aquel quien controlaba a todos por poseer el sello mayor. Su esencia estuvo intranquila, una vez más Graffiacane volvía a arder en pura ira, el demonio en su interior estaba molesto. Erinnia vaciló un poco estando bajo los efectos del hechizo. La marca en la parte baja de su nuca dolía terriblemente, haciéndole perder los sentidos por un instante. No pudo resistirse a ser llevada por Calcabrina mientras se encontraba bajo los efectos de la brujería que había puesto sobre ella. Ni siquiera pudo ordenarles nada a sus bestias, pero éstas acudieron en bandada tras lo paso de su dueña. Aquel canto infernal hizo que Graffiacane recuperara al menos su fuerza de voluntad.

—Maldita sea, Calcabrina —se zafó de su agarre y masajeó sus sienes con frustración—. ¿Así pretendes tenerme? Te advierto, deja tus trucos baratos o no me verás nunca más y hablo en serio.

Las amenazas de Graffiacane iban en serio, se removió los cabellos con evidente frustración. Se sentía inquieta y todo era culpa de Calcabrina, ¿cómo se le había ocurrido hacer semejante cosa? Parecía un animal enjaulado caminando de un lado a otro. Entonces se detuvo. Quería alzar vuelo como solía hacerlo, pero ya no. Al menos confiaba que ese hechizo no fuera a durar demasiado tiempo o se iba a volver loca –más de lo que ya estaba–, se acercaría nuevamente al hechicero estando tentada a voltearle la cara de una bofetada, pero evitó hacerlo. Jugaría como él lo hacía, cambiando algunas cosas, claro estaba. Erinnia iba a provocarlo hasta la locura, esa era su parte favorita. Primero tomó el rostro masculino con fingida delicadeza y finalmente decidió apoderarse de los labios del otro demonio. Lo hizo con brusquedad sin importarle las consecuencias, no se detuvo hasta que la sangre ajena se impregnara en sus labios. Tenía que vengarse de alguna manera, aunque esta era menos convencional que las que tenía planeadas en un futuro.



"De los campos de matanza vienen las almas a refugiarse bajo la oscuridad de mis alas. Tú también has venido a ocultarte en ellas. Te hundiré en el más terrible de los sueños."


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Mensaje por Calcabrina Lun Ene 19, 2015 2:36 pm

“Noche doliente, noche sombría. Nuestra alma espectral terminará cantando al grito de un fuego iracundo”


Allí la veía escondida entre retazos que parecían locuras; encontraba a mi hermosa Graffiacane, llena de odio, llena de ira. Me excitaban cada uno de sus movimientos y por ello deseaba arrancar sus entrañas. Jugar dulcemente con su piel hasta que las marcas estuviesen tan profundas que no se pudiesen regenerar sin dejar marca. Sí, que se quede por siempre conmigo, que la lucha se acabe y que en mi cama quede posada hasta que el libido en mi interior sea saciado. Pero ella se negaba, jugaba con mi mente como siempre le gustaba y me hacía padecer un sinfín de dolores de cabeza. Me hacía gruñir en cada noche y retorcerme por los días. Pero era mi faceta sosegada de calma la que no hacía siquiera un movimiento de dolor. Mas mi mente me taladraba más en cada llegada del amanecer. Necesitaba tenerla, había encontrado, más por historias que por mis propios medios, que en cada una de mis vidas pasadas había tenido que buscarla. Desesperadamente la necesitaba aunque ella fuese fuego que quema mis manos. Y aún ahora no cambiaría. No había forma de doblegar mis intenciones. Y por ello agarraba sus brazos y dejaba que sus golpes fluyeran sin siquiera pestañearle. — Parece que te has divertido haciendo tales cosas. Por un momento pensé que había sido solo Calcabrina quien me había hecho tener esos sueños. Ahora al menos tengo algo más por lo que vengarme, mi hermosa Graffiacane. Estarás conmigo hasta que se termine ésta vida y en la siguiente también. — Sentencié con descaro, con odio. Porque aquel amor que le tenía, aquel solo sentimiento “puro” que había en mi interior estaba machado con un irracional rabia. La sangre y el dolor era lo más sabroso de su cuerpo. La pelea entre la dominación regía tan fuertemente que el deseo de pasear mis manos por su piel era irracional y necesitado.

Pronto, la sonrisa casi forzosa ante sus palabras salió a la luz y entrecerrando la mirada ladeé la cabeza. Ella se estaba confundiendo, estaba intentando hacerme caer a sus pies, pero yo sabía que hacerlo era verla escapar al final. Me habían advertido y tenía que tomar medidas, no podía dejarla escapar o quizá no habría otra oportunidad. Pero, ¿cómo haría para no tener que encarcelarla y tampoco tener que dejarla libre, con miedo a que desaparezca tan lejos que nunca más pudiese volverla a tocar? No lo sabía y esperaba que Malacoda tuviese alguna opción para aquello. —Hazme recordar todo. No me interesa el pie con el que haya empezado, el final terminará siendo el mismo. No puedo seguir sin ti, pero tú perderás toda tu cordura si te dejo sola, entonces te matarán. Y no dejaré que ninguna de las dos suceda. Por ello te llevaré conmigo y te pondré en una maldita jaula de ser necesario. — En el momento en que tomaba su mentón seguía hablando sobre sus labios, probando su esencia, disfrutando el hermoso sabor que salía de su boca. Era casi como absorber sangre. Me relamía tan deseosamente que mis manos no podían controlarse, en un arrebato tocaban más de su piel y si no fuese por aquellos graznidos que perforaban mis tímpanos hubiese seguido sin parar hasta terminar deleitándome con su interior allí mismo. Pero sus manotazos estropeaban todo y furiosamente la miraba. Se notaba el enojo, ella lo lograba, alteraba mi rostro de piedra. Hacía lo que quería conmigo y por eso es que nunca terminaba de aburrirme.

— Cállate. No hay otra forma de tenerte. ¿Vendrás por propia voluntad acaso? Me he cansado del juego. Yo he hablado en serio desde que he llegado. — Alzándome molesto, miré a aquellos cuervos malditos, las ganas de hacerlos cenizas no me faltaban. Quizá luego. Volteé a mirarla a ella y sin más me acerqué al momento en que ella también lo hacía. Estuve a punto de zamarrearla, pero sus brazos colándose por arriba de mis hombros interfirieron y me buscaron tan suavemente que mi cuerpo cayó en su engaño y sus labios poseyeron por unos minutos largos y ácidos mi mente. Su lengua se paseó por mi cavidad y la mía se adentró en la suya hasta que hube saboreado su garganta. Pero no pasó mucho más tiempo que eso hasta que sus dientes buscaron encarnarse en mí y el dolor me tensó los músculos de la espalda. Mi miembro terminaba de agitarse entre mis piernas ante aquella brusquedad y con furia no tardé en dejárselo notar, agitando mis caderas contra su entrepierna. ¿Fuego o hielo? Mis falanges terminaron en sus nalgas y como si se tratase de una pluma terminé por levantarla, enterrando su cuerpo contra el mío. Buscando que la extremidad escondida golpeara contra su hermosa flor que estaba al aire libre. Los golpes duraron poco, pues supe que estaba en un mal lugar. Fieramente terminé subiendo para agarrar su cuello y casi con la violencia al límite la arrastré hacía un carruaje que estaba esperándome. Ni una palabra fue dicha, había cerrado mi cabeza para no escuchar siquiera si gemía. Y lancé su cuerpo dentro, así como el mío contra el suyo.

Mi molestia estaba tan elevada que no supe cuando lancé un golpe a palma abierta contra su brazo, me negaba a lastimar su rostro. Busqué sus ojos y con una infinita ira terminé por hundir la pierna contra el frente de su femineidad. — El ‘truco’ fue bastante caro. Y lo pagará tu maldita entrada cuando busques hacer tu teatro para escapar una vez más. ¿Te gusta jugar sucio Graffiacane? ¿Quieres que me hunda en ti aquí mismo? Veremos que harás cuando Malacoda te vea. Si tus alas te alcanzan para librarte de él. — Esperé su respuesta, mientras mis manos se movían. Buscaban aprisionarla, acomodarla entre mis piernas para agarrarle los brazos con fuerzas y mantenerla contra mí. Respirar su aroma mientras el viaje se alargaba. Estábamos a diez minutos. Un largo viaje para ser un encuentro que mantenía la tensión al ras.

“Tu alma, tu pena y tu ira, sufrirán hasta que tu perezosa esencia termine por aceptarlo todo”


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Mensaje por Erinnia S. Graffiacane Jue Ene 29, 2015 12:20 am

“En el clima salvaje de otoño,
cuando la lluvia flotaba sobre el mar
Y las ramas sollozaban juntas,
la Muerte vino y me susurró:
"He venido a llevarme esas gotas rojas
que sangran de tu corazón;
Así como la tormenta quiebra la rosa,
tu amor será quebrado por mí."
Murmuró la Muerte cerca de aquí.”

—Rosa Mulholland.




Al parecer no tendría otra alternativa que perecer con ese hombre en el infierno, él se negaba a dejarla volar, a que pudiera elevar sus oscuras alas de muerte y quebrar el aire con su lúgubre aleteo. Calcabrina había impedido que la cambiante pudiera usar la única alternativa que tenía para fugarse de nuevo. Había sido un juego sucio por parte del hechicero, pero ella no se iba a quedar tan tranquila. SI bien Erinnia mostraba una actitud un tanto apática y distante, Graffiacane era una tormenta de emociones, todas terribles y gustaba más que nada jugar con su par. Así había sido siempre. Esa vez no le resultó nada difícil volver hacer caer en su jugarreta al otro demonio, disfrutaba verlo tan confundido y enojado a la vez. El hecho de que no recordara nada sobre sí mismo se volvía una ventaja para Graffiacane, quien no iba a perder oportunidad alguna para aprovecharse de eso y ya lo estaba haciendo. Sus animales malditos le llevaban sueños pesarosos a Calcabrina, lo atormentaban durante cada velada, todo por órdenes de Erinnia, quien lo vigilaba más cerca de lo que él creía. ¿Era Malacoda conocedor sobre los astutos movimientos de la cambiante? Lo dudaba. Graffiacane entre todos era el más disperso. Podía ausentarse tanto que los demás desconocían su paradero, e incluso el líder de aquel séquito no era capaz de seguirle el rastro.

Las palabras del brujo sólo causaban gracia en Erinnia, al igual que su actitud. Aunque le haya cortado las alas con aquel hechizo a ella no le preocupaba demasiado. Bien sabía que cualquier tipo de magia terminaría desvaneciéndose luego de un tiempo, su padre se lo dijo alguna vez en antaño. Aunque en esos momentos, le resultaba un tormento. Maldecía internamente a Calcabrina por haberla encarcelado, consumado por su oscura obsesión. A su alrededor seguían danzando los cuervos, en un rito oscuro, como si quisieran traspasar el alma del hechicero con el gélido graznido que salía como dagas de sus picos. Sabía que no lograría nada con violencia o siquiera con oponer resistencia, lo conocía lo suficiente como para considerar que con él tenía que valerse de otras artimañas. Tal como lo fue aquel beso y las caricias de sus dedos sobre las facciones de Calcabrina. Todo empezó como una melodía suave, pausada y luego se volvió todo un caos. Erinnia mordió su lengua y labios hasta hacerlos sangrar sintiéndose ligeramente animada por el sabor metálico propio de la sangre. No pasó demasiado tiempo para que el demonio tomara represalias en contra de la cambiante.

Graffiacane prácticamente gruñó sobre los labios del hechicero al sentir aquella represalia que ejercía con sus caderas, la entrepierna del hombre golpeaba con agresividad su propio edén. Inconscientemente las manos de la cambiante terminaron sobre los hombros ajenos, enterró sus dedos en el lugar, como si quisiera rasgar sus telas junto con su piel. Él la deseaba, lo sabía, pero ahora se cuestionaba algo más, ¿estaba bien eso?  Sí, quería volverlo loco, pero las cosas estaban tomando un rumbo inesperado, algo que a ella le costaba aceptar. Su cuerpo estaba respondiendo de diferente manera a la esperada y a pesar de que se estaba esforzando para que no fuese así, ni siquiera tuvo la intención de apartarse. Al contrario, le permitió a Calcabrina hacer lo que le dictaba su mente en esos momentos. E incluso cuando la tomó por el cuello y prácticamente la arrastró al coche que lo estaba esperando muy cerca del camposanto.

Sólo un pequeño quejido escapó de sus labios al ser arrojada en el interior de carruaje, sacudió la cabeza ligeramente y observó a Calcabrina con ojos de furia, de reproche. Su cuerpo se acomodaba como podía, pero las telas derruidas que cubrían su piel no corrieron con la misma suerte y mucho menos cuando la figura petulante del brujo había quedado sobre ella de un momento a otro. Erinnia entornó los ojos con un deje de fastidio, pero el gesto le duró poco, el golpe en su brazo le tomó por sorpresa, pero siendo la cambiante un verdadero demonio, no quiso mostrar queja alguna. Sólo sonrió.

— ¿De cuál truco hablas? ¿Estás bien? Quizás se te subió un poco la temperatura y ya deliras —mencionó con burla, mordiéndose la sonrisa—. Ya deja de hablar del antipático de Malacoda, su nombre sobra en nuestra conversación. Aparte, sin tan poderoso es, ¿por qué no logró dar conmigo durante todo este tiempo? Curioso, muy curioso. Pero honestamente no me importa.

Logró zafarse del agarre del hechicero y antes de que aquel pudiera hacer algo se abalanzo encima de él, dejándolo recostado en el suelo del vehículo, mientras ella se acomodaba sobre sus piernas. Erinnia le observó suspicaz, aquello lo tomó desprevenido y eso ella se lo debía a sus agiles movimientos como cambiante. Aprovechando esa posición en la que estaba, deslizó sus dedos sobre el pecho desnudo de Calcabrina hasta detenerse en su abdomen. Ladeó el rostro y sólo le sonrió.

—El único que siente deseos enfermizos de querer “hundirse” en mí eres tú… Mira cómo estás, ¿de verdad no pudiste aguantarte? —Espetó Erinnia siendo incapaz de mostrar una mueca de recelo—.  Eres frágil a mi lado, Calcabrina, con los demás eres una bestia, pero aunque me odies, conmigo siempre será diferente y eso no podrá cambiar. Nunca más…

El carruaje continuaba avanzando hacia su destino, porque esas eran los dictámenes que cumplía quien lo conducía, ignorando lo que estaba ocurriendo en el interior, en donde dos demonios estaban debatiéndose el control de cada uno. Graffiacane había tomado el control nuevamente y ahora era su turno de hundir en su propia locura a su contraparte. Las telas oscuras que cubrían parte de su piel fueron a parar a otro lado dejando su cuerpo libre. Se trataba de un acto intencional por parte de ella, pero eso no era todo. Se inclinó hacia adelante siendo capaz de rozar sus labios con los de Calcabrina, afirmando su intensa mirada en la de él.

— ¿Y qué estás esperando para hacerlo? No me digas que echarás todos tus esfuerzos a un lado y no querrás siquiera aprovechar un poco de la fastidiosa misión que fue encontrarme.


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Erinnia S. Graffiacane
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