Compañeros de soledades (Privado)

por **Jong Bum Kim** Miér Feb 11, 2015 6:23 pm

Fue extraño, él un hombre tan frío, distante, hasta algo neurótico e inestable, de pronto comenzaba a cambiar. Si hasta ahora trataba bien al pequeño Anton, el niño que había empleado a su llegada a la ciudad. Algo o alguien en París, en ese pequeño universo de seres, lograba que Roger bajara la guardia. Ese ser había sido una mujer, que sin proponérselo había llamó su atención.

No supo si fueron aquellos ojos de enorme tristeza, su piel blanca como la nieve de Escocia, o su boca que parecía una invitación a morir en ella, pero fuera cual fuera el motivo, su carácter comenzaba a modificarse y eso en vez de enojarlo, le provocaba sonrisas. No creía que pudiera pasar de una simple amistad, porque daba la sensación que ella seguía enamorada de el recuerdo de su marido. Pero él tampoco estaba en condiciones de comenzar una relación. Era una amistad que les convenía a los dos, o por lo menos así le parecía. Por un lado, él había conseguido una compañía con quien pasar largas horas hablando de filosofía, arte y hasta un poco de política, aunque éste último tema había causado un poco de asperezas ya que no congeniaban con sus maneras de pensar. Pero fuera de ello, había descubierto que aun existían mujeres que podían sorprenderle.

Desde entonces, pasaba sus horas libres o en un café, en un restaurante o en el museo del Louvre, donde ella trabajaba, - por Dios, una mujer que trabaja – había pensado al principio, es que para un escoces tan inmerso en las costumbres, la mujer debía estar protegida en el seno de la familia y no debía trabajar. Por supuesto, el caso de su amiga era especial, ya que no tenía otra forma de mantenerse.

Con la excusa de hacer una donación de obras de arte, que pertenecían a su colección particular, había solicitado una entrevista con la joven. La primera vez que la encontró, ella estaba ocupada en acomodar unas piezas de arte griego, la había observado manipularlas con una delicadeza que le hizo pensar en las hadas del bosque, lo que provocó que se sonriera al pensar en las tonterías que provocaba en su imaginación aquella mujer.

Esa tarde volvería en encontrarla, en un café, le llevaba varios libros, uno de Platón y un ejemplar de la divina comedia, sabía que aquello los haría hablar de un tema que les dolía, pero en ocasione es mejor hablar de aquello que nos atormenta, en vez de simplemente callarlo.