La sueur et les paroles

por **Donatien de Artois** Sáb Feb 28, 2015 10:31 pm

El cachorro corría eufórico entre los viñedos, esquivando arbustos y una que otra patada lanzada por los trabajadores a los que les importunaba su presencia. Aunque tales acciones eran el reflejo de la molestia en la que se había convertido, el animalillo de blanco pelaje solo se limitaba a saltar a un lado, batir la cola y, en algunas ocasiones, latir con alegría. No les percibía de manera negativa, para él todo era un juego. Poco tiempo había transcurrido desde que consiguió mantener la concentración necesaria para permanecer con esa apariencia, y precisamente por ello es que no perdía un solo segundo en el que pudiese disfrutarla. Algunos de los trabajadores cuestionaban al capataz, su padre, sobre la permanencia de un canino en la zona. Después de todo los sabuesos de la casa permanecían en ella o en sus cercanías y no se les permitía deambular a sus anchas por las zonas plantadas. Además, nadie había visto a ese animal en específico en la casa principal. Esos cuestionamientos conllevaban, por lo general, dos respuestas: las que les daba Bruno a sus hombres tranquilizándoles sobre la presencia del cachorro e instándoles a no hacerle ningún daño, y las reprimendas para su hijo al finalizar la jornada. Pero no había amenaza o regaño suficientemente fuerte como para frenar el impulso de Donatien. Así, todos los días, una vez liberado de sus quehaceres, el niño corría hasta internarse en la arboleda cercana, se despojaba de toda su ropa y transformaba su cuerpo.

El mundo cambiaba entonces. Percibía y sentía diferente. Sus sentidos aumentaban al punto de no poder distinguir si olía o si veía los aromas. Era tan extraño y fascinante que no comprendía las razones por las que sus padres preferían la forma humana. En ocasiones, mientras observaba el techo en medio de la noche en espera de que el sueño le envolviera alejándolo de la realidad, planeaba escapar y vivir en el bosque. Deambular en cuatro patas, vivir como un animal salvaje, disfrutar libremente de la naturaleza y de su propia fuerza y velocidad. La mente de un pequeño, por supuesto, no asimila ni analiza con la misma factibilidad que un adulto los potenciales riesgos en determinada situación. En la mente de Donatien aquella aventura sería exquisita, con peligros que sortearía fácilmente, sin hambre ni necesidades… sin dolor. Esa noche en particular le parecía no solo posible sino imprescindible ¿Por qué no hacerlo? Llevaba semanas transformándose sin problemas. Su forma ya no se alternaba con la de humano cuando se asustaba o sorprendía. ¡Había incluso mordido a uno de los trabajadores! Daba vueltas en su cama, enredándose con las mantas y alejando el sueño cada vez más. La ansiedad no le permitía sosegarse lo suficiente como para cerrar los ojos. Finalmente saltó de su lecho. Lo haría ¡Lo haría! No había razón para esperar más. Con todo el sigilo del que era capaz se deslizó hasta el exterior donde esperó algunos minutos. Ninguna vela fue encendida, ningún sonido delató el despertar de sus padres. Una sonrisa de triunfo se extendió por el rostro del pequeño. Entonces corrió con todas sus fuerzas hasta la arboleda. En poco tiempo se encontraba en su forma preferida (un cachorro de perro de montaña de los pirineos) trotando alegremente y alejándose de la zona poblada.

El regocijo le inundaba. Se sentía tan libre y poderoso como había soñado y cuando una pequeña ardilla le salió al camino no dudó en arrojarse tras el asustadizo animal hasta la base del árbol en el que esté se escondió. Entonces, apoyado sobre sus cuartos traseros, se dedicó a latirle mientras batía la cola. Deseaba que el bribón se deslizara hasta un lugar en el cual fuese fácil atraparlo. Ansiaba desatar el instinto predador que sabía poseía. Clavar sus colmillos en la tierna carne, astillas los huesos, saborear la sangre. Sin embargo la ardilla era por mucho más astuta que el pequeño, por lo que se perdió en medio de las hojas del frondoso árbol y se negó a descender hasta el alcance de las jóvenes mandíbulas. – Esto es tonto, estoy perdiendo mi tiempo – caviló cansado de dar vueltas en torno al tronco sin obtener resultados. Entonces un sonido cercano le sorprendió. Un pequeño animalillo cubierto de pelo pasó corriendo cerca a su pata izquierda. ¡Aquel no se le escaparía! Un gruñido poco feroz salió de su hocico antes de que saltara hacia adelante.

Le costó bastante acortar la distancia que les separaba pero, finalmente, una de sus patas delanteras consiguió golpear al ratoncillo haciéndole rodar por el suelo. El corazón le saltaba en el pecho ¡Lo había conseguido! Ahora ya era un cazador y en medio de sus fantasías se veía de repente como el señor del bosque, el más temido de los depredadores. Con una confianza recién adquirida mostró sus colmillos a la indefensa y aterrada criatura para después clavárselos en el torso. De inmediato sus visiones de grandeza se transformaron en una pesadilla. Bastó ese solo mordisco para que sus deseos se cumplieran. Sintió como la carne se desgarraba con apenas resistencia ante sus tiernos colmillos, la sangre inundo su hocico y los huesos del ratoncillo se quebraron ante la presión a la que se enfrentaban. Pero también hubo chillidos de agonía y desesperación. El cuerpo se retorcía y convulsionaba incluso después de que él le hubiese soltado. Entonces se vio obligado a contemplar su obra. El horror de una muerte innecesaria y dolorosa. Los angustiantes movimientos de un cuerpo inservible que se negaba ante lo inevitable y que se resistía ante la tortura más de lo que debería. Un dolor desgarrador se apodero de Donatien. Deseo deshacer lo hecho, deseo no haber soñado nunca con aquello, se lamentó por su falta de juicio y por el tormento en el que había sumido al pequeño ratoncillo. Pero más que nada se odio a sí mismo por no poseer la valentía de terminar lo que había empezado, de rematar al animal y acabar con su sufrimiento.

Permaneció observando paralizado la macabra escena hasta que finalmente la muerte sobrevino. Entonces se echó en el suelo, al lado del cuerpo. Fueron los gemidos y lamentos del cachorro lo que finalmente guió a su padre hasta su paradero. Le bastó a Bruno una mirada para comprender lo que había sucedido. Llevaba preparada en su mente una fuerte reprimenda ¿Cómo había osado el chico huir en medio de la noche? ¿Es que acaso no le había pasado por la cabeza lo angustiados que estarían sus padres por él? ¿Es que no pensaba en los peligros que podría enfrentar? Sin embargo al verle comprendió que no era necesario. La lección que había aprendido esa noche su hijo era más fuerte y duradera que cualquier palabra de su progenitor. Se tomó su tiempo acariciando la pequeña cabeza peluda, dándole consuelo, antes de izar al animalillo y, acunado entre sus brazos, llevarlo de nuevo a su hogar.