Il estero {Hayden Vaggö}

por **Dayanara Montero** Vie Mar 27, 2015 3:36 pm

—Verdaderamente es digno y justo, equitativo y saludable, que te demos gracias en todo tiempo y lugar oh Señor Santo, Padre todopoderoso y eterno Dios! Quien, con tu Hijo unigénito y el Espíritu Santo, eres un solo Dios...
—¡Señorita! Ponga atención.
—... sino en la Trinidad de una sola sustancia.
—Teodora no puedo evitarlo, es que me aburro.
—Dios santo, ¡cómo dices eso en la casa del Señor.
—...al reconocer una sola verdadera y eterna Divinidad, sea también adorada la propiedad en las personas.
—Ay, no puedo evitarlo, además no quería venir. ¿No podemos irnos?
—No, y ya ponga atención.
—Si claro— para ella era fácil decirlo como ya es una anciana, jajajaja, bueno que más me queda que terminar de escuchar al padre. ¿Pero por qué Alfonso y Juan siempre se quedan afuera? Eso no es justo, mi nana debería de obligarlos a entrar como lo hace conmigo, digo si son mi cortejo debería de estar aquí conmigo ¿no? —Teodora, ¿por qué Alfonso y Juan no están con nosotras?
—Ya hablamos de esto niña, no lo volveremos a discutir.
—Haz brillar tu rostro sobre tu siervo, y sálvame por tu misericordia: señor, no sea confundido, pues yo te he invocado.
Lo tengo. —Teodora voy por ellos.
—¡No, vuelve aquí!

Salí corriendo de la catedral de la Santa Cruz de Cádiz entre risas y un sentimiento de triunfo. Ahora me tocaba llegar con mi cortejo y esperar a Teodora que seguramente me reñiría. Pero un momento, ¿para qué ir con mi cortejo entonces?, con esa decisión empecé a andar en el alrededor, primero ubiqué a Juan y Alfonso, luego me fui al lado opuesto, bajé a la plaza y escuché a lo lejos mi nombre. Me alteré un poco y me eché a correr, tenía que esconderme entre la gente pero entonces salió un hombre de la nada y choque con él.
—¡Auch, hey!— pero entonces al verlo sentí calientes mis mejillas, debía de estar roja como un tomate —que torpe, no tuyo digo yo, jajaja— y como todo un caballero me ayudó a levantarme.

por **Hayden Vaggö** Miér Abr 01, 2015 4:37 pm

El viaje de Hayden fue largo, y a lo largo de ese gran viaje nunca tuvo ningún propósito. Algo le falta en su vida, no se sentía triste, pero evidentemente tampoco podía ser feliz, existía un vacío en su corazón que no pensaba llenar. Si antes pudo existir algo ahí, tal parecía que le había hecho daño por lo que creyó sería lo más conveniente. Además, estaban sus labores como inquisidor y no quería que algo se entrometiera.

Se hallaba en España, en Cadiz para realizar un encuentro con otro inquisidor, era un espía que le brindaría una información que más tarde ocuparía para efectuar una misión al norte de ese reino. Por la mañana se encontraba cruzando el mercado cuando se encontró con una circunstancia que cambiaría su vida.

Mientras andaba una jovencita chocó con él, a pesar de verla, no alcanzó a evitarla, la verdad era que si lo hacía caería y se veía muy gentil para dejarla caer. Hayden alcanzó a rescatarla antes de que tocara el suelo y al levantarla quedaron frente a frente. Hayden sonrió cuando la escuchó quejarse, era una joven encantadora. -Tranquila, no pasa nada niña- la observó a esos ojos encantadores, y se quedó sonriendo.

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