AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Never Forget || Siegfried
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Never Forget || Siegfried
No era la primera vez que iba a aquel lugar, y probablemente tampoco sería la última. Puede fuera la nostalgia la que la llevaba a acudir a aquel sitio cada día quince, de cada mes, o puede que simplemente tratara de recordarse a sí misma el lugar del que había salido, de dónde había logrado escapar. Quería tenerlo presente, siempre, cada día de su vida, para nunca volver a caer en los errores que la llevaron a entrar y salir de él en innumerables ocasiones. No confiar en aquellos que su instinto le decía que no eran confiables. No dudar nunca de las sensaciones que le producían las personas de su entorno, porque aunque las primeras impresiones solían ser erradas, no era tan así en su caso. Ella tenía la extraña facultad de acercar en su mayoría con las intenciones de aquellos que trataban de acercarse, sobre todo si éstas eran malas. Instinto de supervivencia, lo llamaba. Mientras otros eran capaces de utilizar la fría lógica para trazar modos de respuesta ante cualquier ataque, su inteligencia era más emocional o instintiva que otra cosa. No porque le faltaran facultades para analizar el mundo que le rodeaba, sino porque simplemente consideraba que no había forma más pura de percibirlo, que con la ayuda de sus sentidos. Ellos nunca la traicionaban.
Pero a veces necesitaba de aquel recordatorio para no perder de vista el objetivo final, que era sobrevivir. Eso llevaba haciendo toda su vida, en realidad, pero a veces, esa ligera comodidad, esa monotonía que se había instaurado en su día a día, gracias a su trabajo, lo que le permitía llevarse algo de comer a la boca, la hacía olvidarse de sus raíces, del animal que habitaba en su interior, del animal que realmente era, y que siempre sería. De su yo verdadero. Y eso era algo que no podía permitirse. Porque esa naturaleza le había llevado a donde estaba, la había ayudado a salir de aquel sitio, que ahora se alzaba ante ella, imponente, como un oscuro recuerdo procedente de su terrible pasado. De un pasado que siempre la acompañaría, que había dado forma a su carácter, pero que había logrado superar. Con creces.
Sin embargo, no era ese el único motivo que la llevaba a ir ese día concreto de cada mes a visitar el que había sido su "hogar" durante tanto tiempo. En esas visitas, además, trataba de ayudar como bien pudiera a los niños que, como ella misma había vivido, sufrían a diario los abusos de las religiosas que debían encargarse de cuidarlos. Les daba comida, dinero, les decía que podían salir de allí, y encontrar un camino que fuera suyo, que fuera propio, en el que nadie las dictara qué hacer, o cómo hacerlo; al menos, no del todo. Y además de eso, aunque era un motivo que nunca había comentado con nadie, y que nunca comentaría, en realidad... Iba a aquel tétrico lugar con el propósito oculto de encontrarle a Él. Ni siquiera sabía si podría reconocerle, pero algo la empujaba a acudir allí en su busca, como si pese al tiempo transcurrido desde que ambos se separasen, su corazón no hubiera podido olvidarlo. Su alma había conectado con la de Él, y eso era algo que muy probablemente, nunca dejaría de ser así. Y aunque en realidad nunca hubiese visto o tenido ninguna pista de su paradero, ni ningún indicio de que aún estuviera en aquella ciudad, no se rendiría. No podía hacerlo.
Porque en el fondo siempre supo, que él también la estaba buscando.
Pero a veces necesitaba de aquel recordatorio para no perder de vista el objetivo final, que era sobrevivir. Eso llevaba haciendo toda su vida, en realidad, pero a veces, esa ligera comodidad, esa monotonía que se había instaurado en su día a día, gracias a su trabajo, lo que le permitía llevarse algo de comer a la boca, la hacía olvidarse de sus raíces, del animal que habitaba en su interior, del animal que realmente era, y que siempre sería. De su yo verdadero. Y eso era algo que no podía permitirse. Porque esa naturaleza le había llevado a donde estaba, la había ayudado a salir de aquel sitio, que ahora se alzaba ante ella, imponente, como un oscuro recuerdo procedente de su terrible pasado. De un pasado que siempre la acompañaría, que había dado forma a su carácter, pero que había logrado superar. Con creces.
Sin embargo, no era ese el único motivo que la llevaba a ir ese día concreto de cada mes a visitar el que había sido su "hogar" durante tanto tiempo. En esas visitas, además, trataba de ayudar como bien pudiera a los niños que, como ella misma había vivido, sufrían a diario los abusos de las religiosas que debían encargarse de cuidarlos. Les daba comida, dinero, les decía que podían salir de allí, y encontrar un camino que fuera suyo, que fuera propio, en el que nadie las dictara qué hacer, o cómo hacerlo; al menos, no del todo. Y además de eso, aunque era un motivo que nunca había comentado con nadie, y que nunca comentaría, en realidad... Iba a aquel tétrico lugar con el propósito oculto de encontrarle a Él. Ni siquiera sabía si podría reconocerle, pero algo la empujaba a acudir allí en su busca, como si pese al tiempo transcurrido desde que ambos se separasen, su corazón no hubiera podido olvidarlo. Su alma había conectado con la de Él, y eso era algo que muy probablemente, nunca dejaría de ser así. Y aunque en realidad nunca hubiese visto o tenido ninguna pista de su paradero, ni ningún indicio de que aún estuviera en aquella ciudad, no se rendiría. No podía hacerlo.
Porque en el fondo siempre supo, que él también la estaba buscando.
Edith D. Keergård- Humano Clase Media
- Mensajes : 98
Fecha de inscripción : 20/07/2013
Re: Never Forget || Siegfried
Siempre es agradable poder sentirse orgulloso de un trabajo bien hecho. Y si ese trabajo, además, te relacionaba con uno de los más terribles seres que habitan sobre la faz de la tierra, el placer que se obtiene al terminarlo es doble. Le había entregado en bandeja a una pobre humana a una bestia sedienta de sangre, a una vampiresa... Y probablemente, si me hubiesen quedado escrúpulos, me hubiera sentido terriblemente mal. Pero no era el caso. Así que no me costó demasiado alejarme de ella, y de sus gritos, cuando la inquisidora comenzó a torturarla a mis espaldas. Ni siquiera me giré para mirarla. Porque de haberlo hecho, probablemente, sus ojos se hubieran quedado clavados en mi mente, y no me hubiera podido deshacer de ellos. Suspiré mientras caminaba en dirección a esa destartalada mansión que me había agenciado gracias al dinero que la vampiresa me había hecho ganar. Un dinero sucio, machado de sangre inocente, pero que me reportaría una tranquilidad y estabilidad que realmente necesitaba. Al menos, durante los próximos meses.
Y también me permitiría ayudar con una causa que me había estado rondando la cabeza durante los últimos meses. Aquel maldito orfanato en el que había pasado la mayor parte de mi infancia. Aquel siniestro lugar del que escapé con la única criatura a la que tenía la carga de echar mortalmente de menos. Aquel lugar que fue testigo de nuestras risas, de nuestras lágrimas. Aquel lugar entre cuyas cuatro paredes un lobo y un gato se hicieron amigos... Y algo más. Nuestros recuerdos seguían allí, impregnados en aquellas paredes de las que siempre ansiamos salir. Juntos. Pero luego tuvimos la desgracia de acabar separados. Quería contribuir. Quería ayudar a los niños que habitaban en su interior a salir de ahí, de ese agujero, de ese pozo para ratas en el que nadie tan joven debería tener la desgracia de ir a parar. Y eso pensaba hacer. No soy tan terrible, después de todo, ¿no? Vale que me dedicaba a secuestrar gente al mejor postor, pero eso sólo significaba que necesitaba ganarme la vida de alguna forma, y que el modo que había encontrado había sido de mercenario. No consideraba que fuera culpa mía, y tampoco me había sentido nunca especialmente culpable por ello. Algunos, ante la ausencia de suerte, tenemos que labrarnos nuestro propio futuro.
Y yo quería que esos niños tuvieran una opción de salir de ahí, de conseguir algo más. La sociedad no iba a enseñárselo, porque las clases altas no deseaban que los pobres recuperaran parte de su dignidad. Esa era la realidad. Una realidad que apestaba, ciertamente. Tras dejar en el interior de la mansión una bolsa con la mayor parte del dinero que me había ganado con aquella rubia, me dirigí hacia el orfanato, sin dejar de preguntarme si aquellas malditas monjas tendrían por lo menos la decencia de invertir el dinero en algo productivo. Parecía poco probable, y por eso había repartido los francos en dos cajas, una que daría a ellas, y otra que entregaría directamente a alguno de los niños para que lo repartiera con el resto. Así se ahorrarían tener que ir a mendigar durante una temporada, como sabía que les obligaban a hacer. Yo mismo había tenido que hacerlo entonces. Una vez en el interior, la madre superiora recibió la suma con cierto escepticismo, pero sin hacer demasiadas preguntas. Dar con el niño más apropiado para guardar el resto del dinero, sin embargo, no fue tan fácil. Pero lo logré, y resultó ser aquel que ocupaba el lecho que en su momento pertenecía a Sylvie. Aún olía a ella.
De hecho, la habitación entera parecía estar repleta de su aroma, de su esencia. Me concentré en él, dejé que me envolviera... Sólo para darme cuenta poco después que la cambiaformas había estado allí. Esa era la única explicación. Salí corriendo de la estancia, recorriendo a toda prisa los lugares por los que su olor era más intenso... Pero cuando salí al exterior, su rastro se perdió entre la multitud. Y no pude soportarlo más. Un grito salió disparado de mi garganta, sonando por encima del bullicio del gentío. Grité su nombre con fuerzas, movido por la necesidad.
Y nadie respondió.
Y también me permitiría ayudar con una causa que me había estado rondando la cabeza durante los últimos meses. Aquel maldito orfanato en el que había pasado la mayor parte de mi infancia. Aquel siniestro lugar del que escapé con la única criatura a la que tenía la carga de echar mortalmente de menos. Aquel lugar que fue testigo de nuestras risas, de nuestras lágrimas. Aquel lugar entre cuyas cuatro paredes un lobo y un gato se hicieron amigos... Y algo más. Nuestros recuerdos seguían allí, impregnados en aquellas paredes de las que siempre ansiamos salir. Juntos. Pero luego tuvimos la desgracia de acabar separados. Quería contribuir. Quería ayudar a los niños que habitaban en su interior a salir de ahí, de ese agujero, de ese pozo para ratas en el que nadie tan joven debería tener la desgracia de ir a parar. Y eso pensaba hacer. No soy tan terrible, después de todo, ¿no? Vale que me dedicaba a secuestrar gente al mejor postor, pero eso sólo significaba que necesitaba ganarme la vida de alguna forma, y que el modo que había encontrado había sido de mercenario. No consideraba que fuera culpa mía, y tampoco me había sentido nunca especialmente culpable por ello. Algunos, ante la ausencia de suerte, tenemos que labrarnos nuestro propio futuro.
Y yo quería que esos niños tuvieran una opción de salir de ahí, de conseguir algo más. La sociedad no iba a enseñárselo, porque las clases altas no deseaban que los pobres recuperaran parte de su dignidad. Esa era la realidad. Una realidad que apestaba, ciertamente. Tras dejar en el interior de la mansión una bolsa con la mayor parte del dinero que me había ganado con aquella rubia, me dirigí hacia el orfanato, sin dejar de preguntarme si aquellas malditas monjas tendrían por lo menos la decencia de invertir el dinero en algo productivo. Parecía poco probable, y por eso había repartido los francos en dos cajas, una que daría a ellas, y otra que entregaría directamente a alguno de los niños para que lo repartiera con el resto. Así se ahorrarían tener que ir a mendigar durante una temporada, como sabía que les obligaban a hacer. Yo mismo había tenido que hacerlo entonces. Una vez en el interior, la madre superiora recibió la suma con cierto escepticismo, pero sin hacer demasiadas preguntas. Dar con el niño más apropiado para guardar el resto del dinero, sin embargo, no fue tan fácil. Pero lo logré, y resultó ser aquel que ocupaba el lecho que en su momento pertenecía a Sylvie. Aún olía a ella.
De hecho, la habitación entera parecía estar repleta de su aroma, de su esencia. Me concentré en él, dejé que me envolviera... Sólo para darme cuenta poco después que la cambiaformas había estado allí. Esa era la única explicación. Salí corriendo de la estancia, recorriendo a toda prisa los lugares por los que su olor era más intenso... Pero cuando salí al exterior, su rastro se perdió entre la multitud. Y no pude soportarlo más. Un grito salió disparado de mi garganta, sonando por encima del bullicio del gentío. Grité su nombre con fuerzas, movido por la necesidad.
Y nadie respondió.
Siegfried Götz Wilhelm- Cambiante Clase Alta
- Mensajes : 28
Fecha de inscripción : 01/06/2014
Re: Never Forget || Siegfried
Muchas veces nos definimos a nosotros mismos en base a la imagen que otros tienen de nuestra persona. Y esto, en la vida adulta, es peligroso. Es peligroso por una simple razón, y es que corremos el riesgo de acostumbrarnos a vivir bajo los dictados y las opiniones que otros tienen de nosotros, olvidándonos de ser, de convertirnos, en aquello que siempre quisimos ser. Cuando somos pequeños, sin embargo, lo normal es precisamente eso. Comportarse como otros esperan que te comportes, ser como otros son, intentar verte igual que ellos se ven a sí mismos. Es una forma de supervivencia, una manera de integrarte, a fin de que no te dejen de lado por ser diferente. Ese aspecto había sido algo bastante importante en su infancia. Todo el mundo sabía y podía ver sin demasiado esfuerzo que era distinta. Que no se parecía en casi nada al resto de niños que se suponía que eran de su edad. Su única forma de sobrevivir, de intentar sobrellevar ese hecho era buscar su sitio en el mundo, o lo que era lo mismo, fijarse en alguien, intentar parecerse a ese alguien, y actuar en consecuencia. Los niños normalmente tienen a sus padres para que les instruyan en cómo actuar, o en cómo comportarse. Pero ella no.
Los huérfanos no tienen ninguna referencia adulta sobre la que empezar a construir su personalidad, piedra a piedra, poco a poco. Ellos sólo se tienen los unos a los otros para enseñarse, para apoyarse. Para crecer. Y cuando eres tan extraña que incluso el resto de huérfanos te dan de lado, ¿qué es lo que te queda? No le hubiera quedado nada, ni un ápice de cariño, ni una mínima muestra de comprensión por parte de otros... De no ser por él. Siegfried había sido su salvavidas, aquel sobre el que apoyar su creciente forma de ser, aquel en el que fijarse, en el que confiar su seguridad. Y eso a pesar de ser tan diferentes como un perro y un gato... Literalmente. ¿Cómo no iba a seguir pensando en él a pesar de todo lo que había ocurrido? A pesar de todo el tiempo transcurrido... Era lo único positivo que recordaba de su niñez, lo que la había salvado de convertirse en lo que normalmente la sociedad convierte a los huérfanos: en personas abandonadas a su suerte, muriendo a la intemperie. Ovejas a las que los poderosos manejan a su antojo.
Por eso seguía yendo a aquel lugar en el que tanto había sufrido, en el que tanto había llorado. Buscándole. Porque tenía la esperanza de que quizá ella hubiera sido para él lo mismo que él había sido para ella. Pero todavía no había dado con él. Ni una mínima señal de su paradero, ni una mínima pista que le indicara dónde podría estar. Ni siquiera un signo de su presencia... Siempre que se adentraba por los húmedos pasillos del orfanato, preguntaba a cada niño con una sonrisa si había oído hablar de él. Si alguien sabía algo. Pero siempre le decían que todavía no. ¿Cuántas veces les había contado, a modo de cuento, las aventuras que pasaron en el corto tiempo que estuvieron juntos, después de escapar? Aquel día también lo hizo, y entre las risas y los aplausos de los infantes, su corazón se fragmentó un poco más. Porque él no estaba allí, con ella. Tras darles de comer a los más pequeños, decidió que era el momento de marcharse. De regresar a la rutina, a una rutina que despreciaba enormemente, pero que le permitía sobrevivir dignamente...
Y entonces, lo escuchó. Una voz que pese a haber cambiado tanto, probablemente por el paso del tiempo, seguía teniendo aquel mágico timbre al pronunciar su nombre. Era él. Tenía que ser él. Se detuvo antes de doblar la esquina que la alejaría de aquel lugar y se giró de golpe, mirando frente a frente a la multitud que les separaba. Y gritó su nombre.
- ¡SIEGFRIED!
Los huérfanos no tienen ninguna referencia adulta sobre la que empezar a construir su personalidad, piedra a piedra, poco a poco. Ellos sólo se tienen los unos a los otros para enseñarse, para apoyarse. Para crecer. Y cuando eres tan extraña que incluso el resto de huérfanos te dan de lado, ¿qué es lo que te queda? No le hubiera quedado nada, ni un ápice de cariño, ni una mínima muestra de comprensión por parte de otros... De no ser por él. Siegfried había sido su salvavidas, aquel sobre el que apoyar su creciente forma de ser, aquel en el que fijarse, en el que confiar su seguridad. Y eso a pesar de ser tan diferentes como un perro y un gato... Literalmente. ¿Cómo no iba a seguir pensando en él a pesar de todo lo que había ocurrido? A pesar de todo el tiempo transcurrido... Era lo único positivo que recordaba de su niñez, lo que la había salvado de convertirse en lo que normalmente la sociedad convierte a los huérfanos: en personas abandonadas a su suerte, muriendo a la intemperie. Ovejas a las que los poderosos manejan a su antojo.
Por eso seguía yendo a aquel lugar en el que tanto había sufrido, en el que tanto había llorado. Buscándole. Porque tenía la esperanza de que quizá ella hubiera sido para él lo mismo que él había sido para ella. Pero todavía no había dado con él. Ni una mínima señal de su paradero, ni una mínima pista que le indicara dónde podría estar. Ni siquiera un signo de su presencia... Siempre que se adentraba por los húmedos pasillos del orfanato, preguntaba a cada niño con una sonrisa si había oído hablar de él. Si alguien sabía algo. Pero siempre le decían que todavía no. ¿Cuántas veces les había contado, a modo de cuento, las aventuras que pasaron en el corto tiempo que estuvieron juntos, después de escapar? Aquel día también lo hizo, y entre las risas y los aplausos de los infantes, su corazón se fragmentó un poco más. Porque él no estaba allí, con ella. Tras darles de comer a los más pequeños, decidió que era el momento de marcharse. De regresar a la rutina, a una rutina que despreciaba enormemente, pero que le permitía sobrevivir dignamente...
Y entonces, lo escuchó. Una voz que pese a haber cambiado tanto, probablemente por el paso del tiempo, seguía teniendo aquel mágico timbre al pronunciar su nombre. Era él. Tenía que ser él. Se detuvo antes de doblar la esquina que la alejaría de aquel lugar y se giró de golpe, mirando frente a frente a la multitud que les separaba. Y gritó su nombre.
- ¡SIEGFRIED!
Edith D. Keergård- Humano Clase Media
- Mensajes : 98
Fecha de inscripción : 20/07/2013
Re: Never Forget || Siegfried
Cuando la oí gritar, a mi espalda, mi nombre, sentí como si una especie de corriente eléctrica me recorriese de arriba abajo. No dudé ni por un instante de que se trataba de ella. ¿Qué otra persona podría provocar en mi semejante reacción, simplemente por llamarme? Me giré bruscamente, buscándola con la mirada. Intentando entrever entre la multitud aquella cabellera oscura y aquellos ojos negros como la noche. Intentando reencontrarme con aquella niña de aspecto grácil y apariencia desaliñada, sin pararme a pensar, al menos al principio, que ya sería una adulta, tanto en apariencia, como en mentalidad. ¿Qué más daba eso ahora? La había encontrado. Sí. No había dudas de que tenía que ser ella. Sólo me faltaba llegar hasta su lado. Un pequeño obstáculo más entre ambos. Me perdí buscando entre todos aquellos rostros desconocidos, sintiendo como lentamente un nudo se creaba en mi garganta. ¿Me lo habría imaginado, quizá? ¿Podía ser que estaba tan deseoso de reencontrarme con la niña de mis ojos, que comenzaba a desvariar? La expectativa de que eso fuera cierto me hubiera hecho trizas en aquel preciso instante, de no ser porque una cabellera oscura surgió de la nada.
Una cabellera oscura que enmarcaba un rostro pálido como la nieve que ya no se demoraría mucho más en caer sobre París. Un rostro pálido surcado por lágrimas de alegría. Y en ese momento, en ese segundo, la identifiqué. Aunque su cuerpo ya no fuera tan pequeño ni delgado como antes, aunque era evidente que el tiempo había pasado por su rostro, seguía siendo ella. Inconfundible. Única. Era mi Sylvie. Salí corriendo a su encuentro, dejando que una sonrisa fruto de la alegría más absoluta se apoderase de mi semblante. La primera sonrisa real, no irónica, que había dibujado desde que la perdiese hacía tantos años. Y me detuve frente a ella, mirándola, expectante. Por el brillo de sus ojos supe que también me había reconocido, y en su sonrisa, que aún seguía siendo tan infantil como siempre, identifiqué la misma alegría que embriagaba mi alma. Allí estábamos, frente a frente, después de tantos años. Allí estábamos, encontrándonos de nuevo, después de que nos separasen a la fuerza.
Y sin más, la abracé. La abracé como solía hacer cuando aún éramos pequeños. Estrechándola con fuerza contra mi cuerpo, para luego alzarla varios centímetros del suelo. Seguía siendo tan ligera como siempre, y su aroma a felino me invadió las fosas nasales como antaño. No recordaba lo mucho que había extrañado su olor. Y eso a pesar de ser lo que otros llamarían como "enemigos naturales". Nuestras naturalezas no importaban, no eran un inconveniente. No cuando nuestro vínculo era tan intenso. Siempre habíamos estado unidos, siempre nos habíamos complementado a la perfección. Siempre nos habíamos comprendido. Y estaba seguro, que a pesar de todo, eso tampoco habría cambiado.
- Sylvie... -Murmuré contra su oído, para luego depositar un dulce beso sobre su cabellera.
Una cabellera oscura que enmarcaba un rostro pálido como la nieve que ya no se demoraría mucho más en caer sobre París. Un rostro pálido surcado por lágrimas de alegría. Y en ese momento, en ese segundo, la identifiqué. Aunque su cuerpo ya no fuera tan pequeño ni delgado como antes, aunque era evidente que el tiempo había pasado por su rostro, seguía siendo ella. Inconfundible. Única. Era mi Sylvie. Salí corriendo a su encuentro, dejando que una sonrisa fruto de la alegría más absoluta se apoderase de mi semblante. La primera sonrisa real, no irónica, que había dibujado desde que la perdiese hacía tantos años. Y me detuve frente a ella, mirándola, expectante. Por el brillo de sus ojos supe que también me había reconocido, y en su sonrisa, que aún seguía siendo tan infantil como siempre, identifiqué la misma alegría que embriagaba mi alma. Allí estábamos, frente a frente, después de tantos años. Allí estábamos, encontrándonos de nuevo, después de que nos separasen a la fuerza.
Y sin más, la abracé. La abracé como solía hacer cuando aún éramos pequeños. Estrechándola con fuerza contra mi cuerpo, para luego alzarla varios centímetros del suelo. Seguía siendo tan ligera como siempre, y su aroma a felino me invadió las fosas nasales como antaño. No recordaba lo mucho que había extrañado su olor. Y eso a pesar de ser lo que otros llamarían como "enemigos naturales". Nuestras naturalezas no importaban, no eran un inconveniente. No cuando nuestro vínculo era tan intenso. Siempre habíamos estado unidos, siempre nos habíamos complementado a la perfección. Siempre nos habíamos comprendido. Y estaba seguro, que a pesar de todo, eso tampoco habría cambiado.
- Sylvie... -Murmuré contra su oído, para luego depositar un dulce beso sobre su cabellera.
Siegfried Götz Wilhelm- Cambiante Clase Alta
- Mensajes : 28
Fecha de inscripción : 01/06/2014
Re: Never Forget || Siegfried
Sin pensárselo dos veces, después de gritar su nombre, y sentir como si la mirada de todos los presentes, de toda la multitud, se centrasen en ella, echó a correr en dirección a su voz. En dirección a su presencia. Con ansias. Con desesperación. Con auténtica necesidad de reencontrarse con el que había sido su único apoyo durante años, su único amigo. Su compañero de penas y alegrías. Su primer amor. El primer chico por el que sintió que sería capaz de morir, y por el que podría llegar a luchar con uñas y dientes. Corrió con lágrimas en los ojos, tan rápido como sus piernas largas y flexibles le permitieron. Tan rápido como pudo, a pesar de que su aliento entrecortado le dificultase semejante tarea. Corrió porque realmente temía que si se demoraba demasiado, volvería a desaparecer. Porque no sabía si aquello estaba ocurriendo de verdad, o era únicamente producto de su mente, de la nostalgia que le había producido estar en aquel lugar tan cargado de recuerdos, de sueños infantiles que nunca había llegado a cumplir. Que probablemente, nunca cumpliría. Corrió porque por más tiempo que hubiese pasado, por más que la distancia y los años los hubieran podido cambiar a ambos, ese vínculo jamás se destruiría. Siempre lo supo.
Y justo cuando sus lágrimas caían con tal intensidad que apenas si podía entrever lo que había a su alrededor, sintió que otro cuerpo corría hacia ella, y aunque no reconoció ni su aspecto, tan distinto al chico enclenque que antes fue, ni su rostro, bastante más formado que antaño, su aroma era inconfundible. Alzó la vista para verse inmediatamente después atrapada por unos brazos que la estrechaban con fuerza. Unos brazos que olían a él, que eran de él. Que volvían a abrazarla después de tantos años, y de tantas desgracias pasadas. Pero había algo que no encajaba, algo que había cambiado en él, y que la había hecho temblar por un momento, a pesar de que luego se le pasara, debido a la emoción del reencuentro. Y eran sus ojos. En ellos podía ver al Siegfried que recordaba. Aquel brillo salvaje y divertido que siempre encontró en ellos, pero había algo más. Algo que la hizo preguntarse si, tal vez, no hubiese pasado, precisamente, demasiado tiempo. Un brillo siniestro, una pizca de maldad que antes no estaba allí. Maldad que aunque al principio no notó, probablemente por estar demasiado distraída rememorando, también se reflejaba en otros aspectos. Aquel era Siegfried, no le cabía duda. Estaba su olor, su forma de acogerla entre sus brazos. ¿Pero qué demonios había pasado con su aura, con su alma? ¿Qué era toda aquella oscuridad?
- ¿S-Siegfried? -La duda se hizo evidente en su voz, y de pronto parecía más asustada que alegre por reencontrarse con aquel al que acudía a buscar cada vez que podía al orfanato en el que ambos compartieron tanto. Se separó de él un poco, para mirarle directamente a los ojos. Allí estaba. No se lo había imaginado. Era él, y a pesar de ello, ya no lo parecía. No porque su físico hubiera cambiado, que también, sino porque ya no era ese chico inocente y benevolente que protegía a los más débiles. ¿Qué es lo que había hecho? ¿En qué se había convertido?
Y justo cuando sus lágrimas caían con tal intensidad que apenas si podía entrever lo que había a su alrededor, sintió que otro cuerpo corría hacia ella, y aunque no reconoció ni su aspecto, tan distinto al chico enclenque que antes fue, ni su rostro, bastante más formado que antaño, su aroma era inconfundible. Alzó la vista para verse inmediatamente después atrapada por unos brazos que la estrechaban con fuerza. Unos brazos que olían a él, que eran de él. Que volvían a abrazarla después de tantos años, y de tantas desgracias pasadas. Pero había algo que no encajaba, algo que había cambiado en él, y que la había hecho temblar por un momento, a pesar de que luego se le pasara, debido a la emoción del reencuentro. Y eran sus ojos. En ellos podía ver al Siegfried que recordaba. Aquel brillo salvaje y divertido que siempre encontró en ellos, pero había algo más. Algo que la hizo preguntarse si, tal vez, no hubiese pasado, precisamente, demasiado tiempo. Un brillo siniestro, una pizca de maldad que antes no estaba allí. Maldad que aunque al principio no notó, probablemente por estar demasiado distraída rememorando, también se reflejaba en otros aspectos. Aquel era Siegfried, no le cabía duda. Estaba su olor, su forma de acogerla entre sus brazos. ¿Pero qué demonios había pasado con su aura, con su alma? ¿Qué era toda aquella oscuridad?
- ¿S-Siegfried? -La duda se hizo evidente en su voz, y de pronto parecía más asustada que alegre por reencontrarse con aquel al que acudía a buscar cada vez que podía al orfanato en el que ambos compartieron tanto. Se separó de él un poco, para mirarle directamente a los ojos. Allí estaba. No se lo había imaginado. Era él, y a pesar de ello, ya no lo parecía. No porque su físico hubiera cambiado, que también, sino porque ya no era ese chico inocente y benevolente que protegía a los más débiles. ¿Qué es lo que había hecho? ¿En qué se había convertido?
Edith D. Keergård- Humano Clase Media
- Mensajes : 98
Fecha de inscripción : 20/07/2013
Re: Never Forget || Siegfried
Creo que nunca encontraré las palabras adecuadas para describir la felicidad que me embargó en aquel momento, en ese preciso instante en el que el sueño de volver a estrecharla entre mis brazos se hacía real. Patente. Cierto. De verdad estaba ocurriendo. Me había vuelto a reencontrar con ella, como tantas noches había deseado, mirando a las estrellas; como tantos días había ansiado, buscándola entre la multitud casi sin darme cuenta. Allí estaba. Allí estábamos. La estreché con aún más fuerza cuando ella pareció hacer el amago de apartarse. No estaba preparado para terminar aquel abrazo, y no lo estuve hasta que, minutos después, los dos dimos un mínimo paso atrás, como queriendo vernos con mayor detalle. No podía verme la cara, obviamente, pero no me cabe duda de que la sonrisa de mi rostro era la de aquel niño que alguna vez fui. La misma que creí haber perdido, cuando me la arrebataron. No sólo era dicha, era auténtica fascinación. Sylvie, mi Sylvie. Tan distinta y siendo la misma de siempre.
Vi sus lágrimas al mismo tiempo que percibí el cambio en su semblante. Y entonces me temí lo peor. Que no me hubiera reconocido. Que los años hubieran pasado por mi de tal forma que le impidieran ver que, tras mi aspecto de adulto, seguía siendo aquel mismo niño. Bueno, casi. Me mordí el labio levemente, antes de limpiarle las lágrimas con el dorso de la mano. No podía dejar de mirarla. En mi fuero interno creía que si lo hacía, ella volvería a desaparecer. Esta vez, para siempre. - Pequeña... No sé si esas lágrimas son de alegría o de pena, pero sea o no mutuo, no sabes cuánto me alegro de volver a verte... Sylvie... ¡Casi ni me lo creo! Si no fuera porque reconocería tu aroma, tu esencia, en cualquier parte, entre un millar de personas, pensaría que estoy dentro de un sueño. -Las palabras salieron atropelladas de entre mis labios. Podía leer la confusión en su rostro. Supe entonces que sí que me había reconocido. Era algo más. Quizá no se encontraba bien. Quizá no quería volver a verme. Quizá ella ya hubiera superado el pasado... No. Si así hubiera sido, ¿por qué volver al orfanato?
- Sabes que soy yo. ¡Tú también me reconocerías en cualquier parte! Lo sé. Mi pequeña, mi niña... ¿Te encuentras bien? Estás muy pálida... -Me volví a acercar a ella, y al depositar mi mano sobre su hombro me di cuenta de su tensión. La confusión se adueñó entonces de mi persona. ¿Qué le ocurría? Quizá el abrazo había sido demasiado precipitado, o quizá estuviera en shock... Cuando vi cómo su cuerpo se precipitaba hacia el suelo, comprendí que seguramente fuera lo segundo. La atrapé antes de que llegara a golpearse, y la mantuve bien sujeta, cerca de mi. Su rostro, a pesar de estar levemente contraído, seguía conservando muchos de los rasgos que aún recordaba. Dulzura. Vivacidad. Frescura. Belleza. Sylvie siempre había sido única.
Vi sus lágrimas al mismo tiempo que percibí el cambio en su semblante. Y entonces me temí lo peor. Que no me hubiera reconocido. Que los años hubieran pasado por mi de tal forma que le impidieran ver que, tras mi aspecto de adulto, seguía siendo aquel mismo niño. Bueno, casi. Me mordí el labio levemente, antes de limpiarle las lágrimas con el dorso de la mano. No podía dejar de mirarla. En mi fuero interno creía que si lo hacía, ella volvería a desaparecer. Esta vez, para siempre. - Pequeña... No sé si esas lágrimas son de alegría o de pena, pero sea o no mutuo, no sabes cuánto me alegro de volver a verte... Sylvie... ¡Casi ni me lo creo! Si no fuera porque reconocería tu aroma, tu esencia, en cualquier parte, entre un millar de personas, pensaría que estoy dentro de un sueño. -Las palabras salieron atropelladas de entre mis labios. Podía leer la confusión en su rostro. Supe entonces que sí que me había reconocido. Era algo más. Quizá no se encontraba bien. Quizá no quería volver a verme. Quizá ella ya hubiera superado el pasado... No. Si así hubiera sido, ¿por qué volver al orfanato?
- Sabes que soy yo. ¡Tú también me reconocerías en cualquier parte! Lo sé. Mi pequeña, mi niña... ¿Te encuentras bien? Estás muy pálida... -Me volví a acercar a ella, y al depositar mi mano sobre su hombro me di cuenta de su tensión. La confusión se adueñó entonces de mi persona. ¿Qué le ocurría? Quizá el abrazo había sido demasiado precipitado, o quizá estuviera en shock... Cuando vi cómo su cuerpo se precipitaba hacia el suelo, comprendí que seguramente fuera lo segundo. La atrapé antes de que llegara a golpearse, y la mantuve bien sujeta, cerca de mi. Su rostro, a pesar de estar levemente contraído, seguía conservando muchos de los rasgos que aún recordaba. Dulzura. Vivacidad. Frescura. Belleza. Sylvie siempre había sido única.
Siegfried Götz Wilhelm- Cambiante Clase Alta
- Mensajes : 28
Fecha de inscripción : 01/06/2014
Re: Never Forget || Siegfried
¿Cuántas noches había soñado con aquel momento? Con ese preciso instante en el que sus ojos volvieran a encontrarse con los de aquel que fue su apoyo en los momentos más difíciles de su infancia, su primer y único amor. Con Siegfried. Cientos de noches. Miles, quizá. Y ahora que lo tenía justo delante, a menos de un palmo de ella, no estaba segura de cómo debía sentirse al respecto. Algo era diferente. Algo había cambiado. No sólo dentro de sí misma, sino también en él. Algo era distinto, de un modo que no sabía ni podía explicar, pero que hacía que lejos de sentir una enorme alegría por el reencuentro, que sin duda era lo que habría esperado después de tanto tiempo, el visionado de su rostro le reportara una especie de mal presentimiento del que no era capaz de deshacerse. Cuando la mano ajena rozó su rostro, un escalofrío la recorrió desde la cabeza a los pies. Un escalofrío que, de la misma forma que las lágrimas, y las sensaciones que estaba experimentando, no supo comprender ni descifrar. No, no creía que fuera demasiado tarde. A pesar de que algo sin duda había cambiado en el interior de aquel chico, ahora convertido en hombre, seguía siendo él. Con maldad o no, no podía olvidarse de todo lo bueno que había hecho por ella en el pasado.
- N-no... no dudéis de que me alegro... No se trata de eso, mi viejo amigo... Yo también me alegro de veros... He fantaseado durante tanto tiempo con este momento que... quizá la confusión que me produce notaros tan... diferente es lo que opaca la alegría de mi corazón. -Sin darse tiempo a sí misma para pensar en ello, se lanzó nuevamente a sus brazos. ¿Qué más daba? Ahora que habían vuelto a reencontrarse, después de tantos años, de tantas penurias, no tenía intención de volver a separarse de él. Tendría tiempo de sobra para preocuparse o preguntarle acerca de sus cambios, acerca de ese punto de maldad que había adivinado en sus ojos instantes antes, y que había logrado que su repentina felicidad se viese convertida en un súbito terror. No quería perderle. No quería que fuera demasiado tarde. Aunque se viera obligada a luchar en contra del mundo, le haría regresar. Le haría volver. Traería de vuelta al Siegfried de siempre. Fuera como fuese.
- La verdad... creo que mi palidez se debe a la sorpresa. Vengo aquí con tanta frecuencia... Buscándoos, esperando de nuevo toparme con la desilusión de no encontraros... Que no pude evitar sentirme... en shock al darme cuenta de que mi sueño, ese sueño que creía irrealizable, se ha hecho realidad. Y de forma tan repentina, además. -De pronto, sintió que sus piernas se ponían a temblar violentamente. Ahí estaba de nuevo. En ese rostro varonil, que sin embargo aún conservaba ciertos rasgos infantiles, otra vez esa sombra de malicia. Y sintió miedo. Pero esta vez no de perderlo a él, sino de perderse a sí misma. Que esa sombra negra y alargada que era ahora su alma contagiase la relativa pureza de la suya, que había permanecido intacta a pesar de todo. Algunos cambios no son posibles de revertir. ¿Y si aquel era uno de ellos? Se alejó de él de nuevo, sintiéndose inestable, frágil, debilitada. Y luego, la oscuridad lo cubrió todo.
- N-no... no dudéis de que me alegro... No se trata de eso, mi viejo amigo... Yo también me alegro de veros... He fantaseado durante tanto tiempo con este momento que... quizá la confusión que me produce notaros tan... diferente es lo que opaca la alegría de mi corazón. -Sin darse tiempo a sí misma para pensar en ello, se lanzó nuevamente a sus brazos. ¿Qué más daba? Ahora que habían vuelto a reencontrarse, después de tantos años, de tantas penurias, no tenía intención de volver a separarse de él. Tendría tiempo de sobra para preocuparse o preguntarle acerca de sus cambios, acerca de ese punto de maldad que había adivinado en sus ojos instantes antes, y que había logrado que su repentina felicidad se viese convertida en un súbito terror. No quería perderle. No quería que fuera demasiado tarde. Aunque se viera obligada a luchar en contra del mundo, le haría regresar. Le haría volver. Traería de vuelta al Siegfried de siempre. Fuera como fuese.
- La verdad... creo que mi palidez se debe a la sorpresa. Vengo aquí con tanta frecuencia... Buscándoos, esperando de nuevo toparme con la desilusión de no encontraros... Que no pude evitar sentirme... en shock al darme cuenta de que mi sueño, ese sueño que creía irrealizable, se ha hecho realidad. Y de forma tan repentina, además. -De pronto, sintió que sus piernas se ponían a temblar violentamente. Ahí estaba de nuevo. En ese rostro varonil, que sin embargo aún conservaba ciertos rasgos infantiles, otra vez esa sombra de malicia. Y sintió miedo. Pero esta vez no de perderlo a él, sino de perderse a sí misma. Que esa sombra negra y alargada que era ahora su alma contagiase la relativa pureza de la suya, que había permanecido intacta a pesar de todo. Algunos cambios no son posibles de revertir. ¿Y si aquel era uno de ellos? Se alejó de él de nuevo, sintiéndose inestable, frágil, debilitada. Y luego, la oscuridad lo cubrió todo.
Edith D. Keergård- Humano Clase Media
- Mensajes : 98
Fecha de inscripción : 20/07/2013
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