Melodías al anochecer (Rosette Lefebvre)

Era un día de esos en los que hasta una rata se veía tierna ante mis ojos, solo por el hecho de estar en París. Una noche serena a la resplandeciente luz de la luna, a pesar de la ausencia de estrellas, la noche era perfecta para mí.
Caminaba de forma lenta y confiada; disfrutando cada paso dado, sintiendo en mi piel, aquella brisa suave y ligera. Esa noche deseaba entablar una larga y entretenida conversación con quien esté dispuesto. Tenía ansias de conocer nueva gente, de poder entender y conocer más del mundo, ¡París! Esa bella ciudad de la cual sabía su nombre y apenas un par de pequeñeces.
Un hermoso vestido de color granate con escote pronunciado, adornado con sutil pedrería y encaje en color negro, el cual estaba complementado con unos pendientes largos negros y un par de zapatos de tacón con pedrería a juego, eran mis aliados esa noche. Llevaba en mis manos una rosa roja que un adorable pequeño me había regalado. Guiada por un dulce cantar apresure el paso y encontré a una hermosa muchacha, al parecer de no más de 17 años; había gente a su alrededor y se detenían aún más a escucharla, entre ellos dulces niños al lado de sus madres los cuales escuchaban atentos la hermosa historia que cantaba aquella muchacha, ella sonreía al ver a los niños escucharla con tal atención, una sonrisa como pocas, de gran sinceridad.
Disfrutaba de aquel espectáculo en la misma medida que los pequeños, con la diferencia de no estar sentada en el suelo. Me sacó de mi concentración un pequeño animal que brincaba de un lado a otro entre la gente, reí al verlo y confieso me quede con ganas de estrecharlo en mis brazos y acariciarlo, algunos reían otros gritaban, las reacciones de la gente siempre son diferentes.
Mi mirada bailaba al son de los movimientos de la gitana, a ese punto llegaba mi concentración a su relato, los niños se acercaban a ella cual metal a un imán, sus madres los observaban con miradas recelosas y desconfiadas, parecía no importarle; estrecho en sus brazos a una pequeña que corrió a ella con emoción, bailaba con ella en brazos, la niña reía e irradiaba felicidad ¡Que bella escena! Pensé.

El espectáculo había acabado, definitivamente lo mejor que había visto en la noche, lamentablemente no supe que darle a la muchacha, puesto que no traía ni una moneda conmigo. La gente poco a poco empezaba a abandonar el lugar, cada quien en caminos diferentes. Vi a la muchacha irse, la observé sentarse en el suelo al pie de un elegante edificio, camine hacia ella y pude oír que preguntaba a su dulce mascota “¿Fue una actuación excelente la de hoy en la noche… ¿no lo crees así, amigo?” ella agacho la mirada y empezó a contar el dinero, me acerque a ella y de forma entrometida pero afable respondí; – impecable y espectacular; felicidades señorita, tiene usted una hermosa voz, Lamento no haberle dado ni una sola moneda, pues no traigo conmigo ninguna, pero tenga – extendí mi brazo en dirección a ella, ofreciéndole la rosa roja que me había obsequiado horas antes aquel pequeño.