AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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La joven de la perla || Adrien Veidt
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La joven de la perla || Adrien Veidt
Tras una tarde demasiado calma, empezaba a prepararse ya para salir de casa. Tenía una cita, no con un hombre, ni con una amiga, con nadie realmente, en realidad había descubierto hacía apenas un par de días que tendría lugar una subasta en el jardín botánico a favor del cuerpo militar. Como viuda de uno de esos valientes se sintió inmediatamente obligada a asistir y adquirir alguna de las obras de arte que allí se congregarían. Y ya sabía cual. Tras analizar minuciosamente en panfleto en que se describía cada cuadro y objeto, se decantó sin un ápice de duda por un cuadro de Vermeer que siempre la cautivó. Hacía años que lo conocía pero sólo había podido disfrutarlo una vez. “La joven de la perla” era para ella más que un cuadro, la forma en que aquel maestro del pincel había retratado a la joven y la mirada de esta le relajaban. Esta obra pictórica demostraba que Vermeer era mucho más que un pintor de encantadoras escenas de género de la vida cotidiana a pequeña escala. Era un auténtico seductor visual. Atraía al espectador hacia el lienzo a través de la mirada por encima del hombro de la joven. Los labios entreabiertos creaban ese toque de sensualidad y misterio, y su turbante añadía el exotismo a esta mezcla seductora. Su pintura con suaves modulaciones tanto de luz, que ilumina el rostro y crea reflejos en el pendiente, como de color, a través de una paleta basada en azules y amarillos acababa por crear esa pequeña gran obra de arte que quería para sí misma. Como último regalo a su difunto esposo.
La ropa de ese día fue oscura, no se sentía cómoda aún luciendo prendas alegres en lugares públicos. Por lo que escogió un elaborado vestido en tonos azules oscuros, casi negros, en los que resaltaban detalles en pedrería de los mismos tonos en forma de lágrima que decoraban en escote del diseño brillando sutilmente por el contoneo propio del cuerpo y los reflejos de luz. Apenas se maquilló los ojos, dando un suave toque de color a sus párpados inferiores y ruborizando levemente las mejillas. El pelo recogido acomodó un velo muy fino que, aunque dejaba ver quien se ocultaba tras él, no facilitaba las cosas a quien no se encontraba justo delante de ella para reconocerla.
Una vez la informaron de que la calesa esperaba en la entrada para llevarla al jardín botánico abandonó su alcoba dejando al servicio recogiendo todo a sabiendas de su fobia al desorden. El trayecto hasta su destino se le hizo largo y angustioso, quería estar en un buen sitio durante la subasta y el hecho de ser mujer la obligaba a llegar antes que los caballeros si quería disponer de tal honor. Con su habitual puntualidad entró en el recinto indicando que era una de las pocas, si no la única mujer, que asistiría al evento. Un amable empleado la acompañó a su sitio en una discreta segunda fila, ideal para no llamar demasiado la atención pero, al mismo tiempo, seguir de cerca la evolución de las adjudicaciones.
Cuando los hombres empezaron a atiborrar el pequeño claro que habían adecuado para proceder, pudo distinguir un porte que recordaba y sonrió para sí misma, así que por eso le recordaba Adrien a su marido, también era militar. Inmediatamente sintió una complicidad con él, de la que sin embargo no dio señal alguna. Aprovechando el velo y la distancia que los separaba decidió por el momento centrarse en la compra de su ansiado cuadro y dejar la vida social para más tarde. El caballero que iba a guiar el acto pidió permiso generalizado a los hombres para comenzar y a ella en particular, cosa que hizo que su preferencia de no llamar la atención demasiado se evaporara en el aire. - Por favor... - movió la mano con elegancia dejando que procediera y aquella batalla tan civilizada diera comienzo.
La ropa de ese día fue oscura, no se sentía cómoda aún luciendo prendas alegres en lugares públicos. Por lo que escogió un elaborado vestido en tonos azules oscuros, casi negros, en los que resaltaban detalles en pedrería de los mismos tonos en forma de lágrima que decoraban en escote del diseño brillando sutilmente por el contoneo propio del cuerpo y los reflejos de luz. Apenas se maquilló los ojos, dando un suave toque de color a sus párpados inferiores y ruborizando levemente las mejillas. El pelo recogido acomodó un velo muy fino que, aunque dejaba ver quien se ocultaba tras él, no facilitaba las cosas a quien no se encontraba justo delante de ella para reconocerla.
Una vez la informaron de que la calesa esperaba en la entrada para llevarla al jardín botánico abandonó su alcoba dejando al servicio recogiendo todo a sabiendas de su fobia al desorden. El trayecto hasta su destino se le hizo largo y angustioso, quería estar en un buen sitio durante la subasta y el hecho de ser mujer la obligaba a llegar antes que los caballeros si quería disponer de tal honor. Con su habitual puntualidad entró en el recinto indicando que era una de las pocas, si no la única mujer, que asistiría al evento. Un amable empleado la acompañó a su sitio en una discreta segunda fila, ideal para no llamar demasiado la atención pero, al mismo tiempo, seguir de cerca la evolución de las adjudicaciones.
Cuando los hombres empezaron a atiborrar el pequeño claro que habían adecuado para proceder, pudo distinguir un porte que recordaba y sonrió para sí misma, así que por eso le recordaba Adrien a su marido, también era militar. Inmediatamente sintió una complicidad con él, de la que sin embargo no dio señal alguna. Aprovechando el velo y la distancia que los separaba decidió por el momento centrarse en la compra de su ansiado cuadro y dejar la vida social para más tarde. El caballero que iba a guiar el acto pidió permiso generalizado a los hombres para comenzar y a ella en particular, cosa que hizo que su preferencia de no llamar la atención demasiado se evaporara en el aire. - Por favor... - movió la mano con elegancia dejando que procediera y aquella batalla tan civilizada diera comienzo.
Última edición por Ava Vernetti el Dom Ago 02, 2015 8:53 am, editado 1 vez
Ava Vernetti- Humano Clase Alta
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Re: La joven de la perla || Adrien Veidt
Cuando un hombre va a la guerra una parte de él se queda en el campo de batalla, entre los gritos de sus hermanos de sangre. La otra vuelve rota, como si le faltara la esencia de la vida, como si se hubiera acostumbrado a la muerte, la sangre y la destrucción que esta generaba. Desde luego Adrien había vuelto de la guerra victorioso pero con una huella que asolaría su corazón siempre. Y eso era algo que le acompañaría toda su vida, al igual que el dolor y el temor a volver a ver a más hombres perecer y morir a su lado.
Soltó un gran suspiro frente al espejo, convenciendo al mismísimo reflejo de que estaba listo para volver a involucrarse en ese mundo que había jurado dejar de lado, pero como todas las sombras del mundo, estas vuelven tarde o temprano haciendo que se encoja el corazón del hombre más fuerte y diestro de los hombres. Pero tenía el suficiente buen corazón y el coraje necesario para hacer frente a todos aquellos miedos y ayudar de una manera u otra a las familias y hombres que se encontraban en la guerra. Quizás no fuera su país, pero aquellos hombres que estaban en el frente, eran los hijos, los maridos y los hermanos de alguien que seguro que necesitaban ayuda y de hecho, la mayoría de los que combatían eran hombres y jóvenes de clases bajas y medias que no podían permitirse pagar el indulto por el servicio militar.
Así pues Adrien al cabo de unos minutos se vio en mitad de una rifa benéfica, rodeado de hombres militares, algunos veteranos y otros representados por las más nobles familias del país que exhibían con orgullo las condecoraciones. Adrien suspiró y estiró su traje, había deicidio ir de civil completamente, aún no podía verse con su traje de oficial y sus condecoraciones y prefería no hacerlo, pues su mente aún estaba frágil con ello. Sin embargo, se mostró seguro y decidido una vez dentro de ello. Se sentía solo, a pesar de que muchos de los hombres le saludaban y presentaban, deseosos por hablar con un veterano. El infierno para Adrien estaba en ese mismo lugar de París y todo parecía estar devorando su corazón, su júbilo y alegría cuando el caballero que presidía la rifa de las obras de arte habló y pidió silencio. Sin embargo entre todo aquel gentío de varones, como si fuera un faro luminoso en mitad de una ventisca, una silueta femenina sobresalía entre lo demás. Se le encogió el corazón al ver que se trataba de Ava Vernetti. Instintivamente se llevó la mano al pelo para asegurarse de que se encontraba peinado y decente, después sus nervios le llevaron a estirar y colocar la solapa de su chaqueta por segunda vez y tragó saliva con fuerza al notar la garganta seca- Tomen asiento por favor- dijo el maestro de la ceremonia, mientras todos lo hacían, Adrien cogió su paleta y se colocó en la misma fila y a una larga distancia para observarla- ¿Qué diantres hace ella aquí?- susurró por lo bajo intentado que nadie lo escuchara. Decidió ir a saludarla al final de la velada, y gracias a la presencia de esa mujer, su ánimo cambio, su miedo empezó a transformarse en impaciencia y disfrutar de la velada que se le ponía por delante. Desde luego esa criatura era un ángel que iluminaba el oscuro y sombrío humor de Adrien hasta el punto de no prestar casi atención a los cuadros que se ofertaban en subasta.
Hasta que salió el cuadro de "la joven de la perla". Por primera vez Adrien dejó de prestar atención a la joven y dirigió su mirada a la segunda pieza más bonita de la sala - Este cuadro tiene una puja inicial de 200 francos- informó el maestro mirando por debajo de las gafas de lente redonda. Miró de reojo a su damisela que estaba moviendo la paleta con su número algo ansiosa y comprendió que su presencia se debía, a la pérdida de su esposo y el querer obtener aquel cuadro.
Adrien que había ido allí en apoyo de las familias y los hombres en el frente, no pudo sentirse más conforme de intentar conseguir ese cuadro para ella o apoyarla en conseguirlo, siendo un cuadro tan solicitado y un artista tan en auge, se aproximaba una lucha entre tiburones y mucho dinero en la mesa de juego. Sin pensarlo, Adrien levantó la paleta con el número 42 cada vez que alguien decía un nuevo número- 600 francos- dijo mientras otros dos competidores salían al ruedo. Ava en silencio y con una gentil sonrisa también lo hizo.
¿Quizá se estaba confundiendo?¿pensará que lo hago para obtenerlo y molestarla? rápidamente las preguntas sin posible respuesta asaltaron la cabeza de Adrien y se agobió de pensar que podría labrarse una mala idea de esa mujer con él- Pensará que soy un estúpido arrogante y envidioso hombre...-susurró para sí mismo, en el momento que otro hombre ofreció 1200 francos. Adrien llevó la mirada en esa dirección y a falta de unos cuantos segundos elevó la paleta y proclamó- 2000 francos y en oro- en ese momento la habitación se giró hacia él, que se había dejado llevar por la situación y se había puesto en pie, imponente como su chorro de voz proyectándose en la sala. Se hizo el silencio y solo fue roto por el martillazo de madera del maestre gritando- Adjudicado- Bajó la paleta con la misma rapidez con la que había pujado y se acercó a dejar los datos al secretario. Pero una vez allí le dijo que se lo entregara a la señorita Ava Vernetti como muestra de su afecto y respeto por su familia y la causa. Y así lo hizo, en el descanso de la puja el secretario fue hasta donde la señorita y le informó y Adrien se aproximó hasta ella después de se marchara el mensajero con gesto preocupado- Espero no haberla incomodado, en absoluto quería esa pieza para mí. Y debido a su hospitalidad y la causa de su familia, quería mostrarle mi afecto- le explicó con una reverencia- Es un placer volver a verla, Srta. Vernetti-
Soltó un gran suspiro frente al espejo, convenciendo al mismísimo reflejo de que estaba listo para volver a involucrarse en ese mundo que había jurado dejar de lado, pero como todas las sombras del mundo, estas vuelven tarde o temprano haciendo que se encoja el corazón del hombre más fuerte y diestro de los hombres. Pero tenía el suficiente buen corazón y el coraje necesario para hacer frente a todos aquellos miedos y ayudar de una manera u otra a las familias y hombres que se encontraban en la guerra. Quizás no fuera su país, pero aquellos hombres que estaban en el frente, eran los hijos, los maridos y los hermanos de alguien que seguro que necesitaban ayuda y de hecho, la mayoría de los que combatían eran hombres y jóvenes de clases bajas y medias que no podían permitirse pagar el indulto por el servicio militar.
Así pues Adrien al cabo de unos minutos se vio en mitad de una rifa benéfica, rodeado de hombres militares, algunos veteranos y otros representados por las más nobles familias del país que exhibían con orgullo las condecoraciones. Adrien suspiró y estiró su traje, había deicidio ir de civil completamente, aún no podía verse con su traje de oficial y sus condecoraciones y prefería no hacerlo, pues su mente aún estaba frágil con ello. Sin embargo, se mostró seguro y decidido una vez dentro de ello. Se sentía solo, a pesar de que muchos de los hombres le saludaban y presentaban, deseosos por hablar con un veterano. El infierno para Adrien estaba en ese mismo lugar de París y todo parecía estar devorando su corazón, su júbilo y alegría cuando el caballero que presidía la rifa de las obras de arte habló y pidió silencio. Sin embargo entre todo aquel gentío de varones, como si fuera un faro luminoso en mitad de una ventisca, una silueta femenina sobresalía entre lo demás. Se le encogió el corazón al ver que se trataba de Ava Vernetti. Instintivamente se llevó la mano al pelo para asegurarse de que se encontraba peinado y decente, después sus nervios le llevaron a estirar y colocar la solapa de su chaqueta por segunda vez y tragó saliva con fuerza al notar la garganta seca- Tomen asiento por favor- dijo el maestro de la ceremonia, mientras todos lo hacían, Adrien cogió su paleta y se colocó en la misma fila y a una larga distancia para observarla- ¿Qué diantres hace ella aquí?- susurró por lo bajo intentado que nadie lo escuchara. Decidió ir a saludarla al final de la velada, y gracias a la presencia de esa mujer, su ánimo cambio, su miedo empezó a transformarse en impaciencia y disfrutar de la velada que se le ponía por delante. Desde luego esa criatura era un ángel que iluminaba el oscuro y sombrío humor de Adrien hasta el punto de no prestar casi atención a los cuadros que se ofertaban en subasta.
Hasta que salió el cuadro de "la joven de la perla". Por primera vez Adrien dejó de prestar atención a la joven y dirigió su mirada a la segunda pieza más bonita de la sala - Este cuadro tiene una puja inicial de 200 francos- informó el maestro mirando por debajo de las gafas de lente redonda. Miró de reojo a su damisela que estaba moviendo la paleta con su número algo ansiosa y comprendió que su presencia se debía, a la pérdida de su esposo y el querer obtener aquel cuadro.
Adrien que había ido allí en apoyo de las familias y los hombres en el frente, no pudo sentirse más conforme de intentar conseguir ese cuadro para ella o apoyarla en conseguirlo, siendo un cuadro tan solicitado y un artista tan en auge, se aproximaba una lucha entre tiburones y mucho dinero en la mesa de juego. Sin pensarlo, Adrien levantó la paleta con el número 42 cada vez que alguien decía un nuevo número- 600 francos- dijo mientras otros dos competidores salían al ruedo. Ava en silencio y con una gentil sonrisa también lo hizo.
¿Quizá se estaba confundiendo?¿pensará que lo hago para obtenerlo y molestarla? rápidamente las preguntas sin posible respuesta asaltaron la cabeza de Adrien y se agobió de pensar que podría labrarse una mala idea de esa mujer con él- Pensará que soy un estúpido arrogante y envidioso hombre...-susurró para sí mismo, en el momento que otro hombre ofreció 1200 francos. Adrien llevó la mirada en esa dirección y a falta de unos cuantos segundos elevó la paleta y proclamó- 2000 francos y en oro- en ese momento la habitación se giró hacia él, que se había dejado llevar por la situación y se había puesto en pie, imponente como su chorro de voz proyectándose en la sala. Se hizo el silencio y solo fue roto por el martillazo de madera del maestre gritando- Adjudicado- Bajó la paleta con la misma rapidez con la que había pujado y se acercó a dejar los datos al secretario. Pero una vez allí le dijo que se lo entregara a la señorita Ava Vernetti como muestra de su afecto y respeto por su familia y la causa. Y así lo hizo, en el descanso de la puja el secretario fue hasta donde la señorita y le informó y Adrien se aproximó hasta ella después de se marchara el mensajero con gesto preocupado- Espero no haberla incomodado, en absoluto quería esa pieza para mí. Y debido a su hospitalidad y la causa de su familia, quería mostrarle mi afecto- le explicó con una reverencia- Es un placer volver a verla, Srta. Vernetti-
Adrien Veidt- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 12/06/2015
Localización : París
Re: La joven de la perla || Adrien Veidt
Con alguna mirada furtiva había podido comprobar que Adrien estaba tan sorprendido de su presencia como entusiasmado. Las pocas ocasiones que se había servido de su velo para girar levemente el cuello y vislumbrar su figura, había captado la mirada nerviosa del hombre que, sin lugar a dudas, no se encontraba del todo cómodo en ese ambiente. Los estragos de la guerra habían pasado factura, no cabía duda.
El nombre de su cuadro, o más bien del que tenía que ser su cuadro, hizo que abandonara sus cábalas sobre Adrien y se centrara en la puja. Si no estaba siendo la lucha más dura por un cuadro, al menos a ella se lo parecía. No paraban de surgir interesados entre los presentes, paletas en el aire y cifras cantadas de lo que cada uno quería ofrecer. Ella no se quedaba atrás e iba superando, con suaves contoneos de su muñeca, cada cifra ofertada. La voz de Adrien pujando también por dicha obra la distrajo considerablemente, ¿le gustaba de verdad el cuadro? ¿Lo hacía para molestarla? ¿Para llamar su atención? Los malditos pensamientos sobre el motivo que había llevado al hombre a ofertar por el cuadro hicieron que perdiera el ritmo de la puja y finalmente fuera él el triunfador. Dejó caer la paleta con pesadez sobre los muslos. De nuevo su rostro se tornó triste, el último regalo que quería dedicar a su marido se había escapado entre sus dedos. Observó como retiraban la obra de vista de todos para preparársela al nuevo propietario, Adrien.
Estaba realmente sofocada, el calor que hacía en aquella explanada sumado al tono oscuro de su vestido estaban convirtiendo la velada en un infierno para ella. - Una limonada por favor - pidió al camarero encargado de entregar a los asistentes el refrigerio que solicitaran. Con el vaso helado ya en la mano y a punto de dar el primer trago se vio sorprendida por el secretario de aquella ceremonia preguntado si se trataba de la Srta. Vernetti, - Soy la señora Vernetti - corrigió al hombre que se había referido a ella como señorita, retiró la bebida de sus labios y quedó expectante de que la dijera el motivo de aquel asalto. Al recibir el paquete y la explicación de este, quedó altamente sorprendida. En absoluto se hubiera podido imaginar que Adrien estuviera pujando para regalarle esa obra. Por una parte se había sentido gratamente halagada por despertar un sentimiento en Adrien capaz de generar tal desembolso por su parte simplemente para agradarla. Pero su lado más egoísta protestaba ante aquello. Ella era quien quería comprar el cuadro, quería "regalárselo" por sí misma a su marido y, en ese aspecto, había fracasado.
La llegada de Adrien junto a ella forzó una sonrisa de agradecimiento en sus labios que instantáneamente se curvaron hacia arriba. - Sr. Veidt - saludó con un gesto cortes y educado, - si le soy sincera sí me ha molestado su actuación porque tenía la egoísta idea de conseguir ese cuadro personalmente - comentó, aunque de forma dulce sin gota de resentimiento hacia él, - pero he de admitir que ha tenido un gesto muy digno al notar mi interés en el cuadro y decidirse comprarlo para mi - finalizó. Acto seguido dio ese merecido trago a la bebida que sostenía hacía rato. Su cometido allí estaba cumplido, ella se iba con el cuadro a por el que había ido y Adrien había hecho entrega de una cuantiosa cantidad que sin duda vendría muy bien a las familias de los soldados que estaban en el extranjero. Solicitó que el cuadro fuera transportado con el máximo cuidado a su casa y emprendió entonces un paseo por el jardin botánico. Nunca había estado en él y sin duda era una de las zonas más bonitas que hasta entonces había podido visitar de Paris. - Sr. Veidt, usted seguro que lleva más tiempo que yo en París, ¿qué sitios me recomienda que visite? - preguntó esperando que él disfrutase igualmente de aquel paseo entre flores de toda clase, origen, color y tamaño.
El nombre de su cuadro, o más bien del que tenía que ser su cuadro, hizo que abandonara sus cábalas sobre Adrien y se centrara en la puja. Si no estaba siendo la lucha más dura por un cuadro, al menos a ella se lo parecía. No paraban de surgir interesados entre los presentes, paletas en el aire y cifras cantadas de lo que cada uno quería ofrecer. Ella no se quedaba atrás e iba superando, con suaves contoneos de su muñeca, cada cifra ofertada. La voz de Adrien pujando también por dicha obra la distrajo considerablemente, ¿le gustaba de verdad el cuadro? ¿Lo hacía para molestarla? ¿Para llamar su atención? Los malditos pensamientos sobre el motivo que había llevado al hombre a ofertar por el cuadro hicieron que perdiera el ritmo de la puja y finalmente fuera él el triunfador. Dejó caer la paleta con pesadez sobre los muslos. De nuevo su rostro se tornó triste, el último regalo que quería dedicar a su marido se había escapado entre sus dedos. Observó como retiraban la obra de vista de todos para preparársela al nuevo propietario, Adrien.
Estaba realmente sofocada, el calor que hacía en aquella explanada sumado al tono oscuro de su vestido estaban convirtiendo la velada en un infierno para ella. - Una limonada por favor - pidió al camarero encargado de entregar a los asistentes el refrigerio que solicitaran. Con el vaso helado ya en la mano y a punto de dar el primer trago se vio sorprendida por el secretario de aquella ceremonia preguntado si se trataba de la Srta. Vernetti, - Soy la señora Vernetti - corrigió al hombre que se había referido a ella como señorita, retiró la bebida de sus labios y quedó expectante de que la dijera el motivo de aquel asalto. Al recibir el paquete y la explicación de este, quedó altamente sorprendida. En absoluto se hubiera podido imaginar que Adrien estuviera pujando para regalarle esa obra. Por una parte se había sentido gratamente halagada por despertar un sentimiento en Adrien capaz de generar tal desembolso por su parte simplemente para agradarla. Pero su lado más egoísta protestaba ante aquello. Ella era quien quería comprar el cuadro, quería "regalárselo" por sí misma a su marido y, en ese aspecto, había fracasado.
La llegada de Adrien junto a ella forzó una sonrisa de agradecimiento en sus labios que instantáneamente se curvaron hacia arriba. - Sr. Veidt - saludó con un gesto cortes y educado, - si le soy sincera sí me ha molestado su actuación porque tenía la egoísta idea de conseguir ese cuadro personalmente - comentó, aunque de forma dulce sin gota de resentimiento hacia él, - pero he de admitir que ha tenido un gesto muy digno al notar mi interés en el cuadro y decidirse comprarlo para mi - finalizó. Acto seguido dio ese merecido trago a la bebida que sostenía hacía rato. Su cometido allí estaba cumplido, ella se iba con el cuadro a por el que había ido y Adrien había hecho entrega de una cuantiosa cantidad que sin duda vendría muy bien a las familias de los soldados que estaban en el extranjero. Solicitó que el cuadro fuera transportado con el máximo cuidado a su casa y emprendió entonces un paseo por el jardin botánico. Nunca había estado en él y sin duda era una de las zonas más bonitas que hasta entonces había podido visitar de Paris. - Sr. Veidt, usted seguro que lleva más tiempo que yo en París, ¿qué sitios me recomienda que visite? - preguntó esperando que él disfrutase igualmente de aquel paseo entre flores de toda clase, origen, color y tamaño.
Ava Vernetti- Humano Clase Alta
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Re: La joven de la perla || Adrien Veidt
Sintió una punzada en su sistema nervioso al escuchar que ella quería toma el cuadro por su propia fortuna y libertad, que las piernas de él parecieron fallarle por un breve periodo de tiempo. Pero después descubrió que en el fondo de sus palabras había un tono amable y reconocedor de esfuerzo que le hizo sonreír abiertamente para ella.
- Ni qué decir tiene, Sra. Vernetti, ha sido un placer que no me importaría volver a repetir en su honor, en el de su marido y por todos aquellos camaradas de ambos que hoy luchan en el frente- respondió con solemnidad al agradecimiento. También sus palabras eran igual de frescas y sinceras que las de ella. Fue entonces cuando Ava comenzó a dar un paseo, de ritmo lento y acogedor sobre aquel basto imperio natural que se mostraba ante ellos. El lugar de la puja presidía un pequeño y angosto pasillo que llevaba al jardín botánico. Sin duda estaba dividido en varios apartados, pasando por las plantas que necesitaban un invernadero a aquellas que podían conservarse al aire y el clima de Francia en esa época del año. Sin duda el despliegue de colores que había sacaba relucir lo mejor de aquellas flores, de aquellos tallos tan altos como podía serlo cualquier hombre, y tan bellas y suaves como podía ser cualquier mujer. Sin duda la belleza de ese lugar era un sitio sublime y el lugar indicado para conocer a Ava un poco más en profundidad. Así que cuando Adrien reunió en su cabeza una serie de temas para entablar conversación, Ava manifestó su amor y admiración por la botánica del lugar y Adrien lo agradeció con una sonrisa, no recordaba estar mucho sin hablar, pero Ava era una mujer con la que podía disfrutar de su presencia así como de su silencio.- Oh...-dijo sonriendo- Por supuesto, aunque no lelvo aquí tanto tiempo como me gustaría. Tendría que decirle que visitara el Palacio real, Versalles y sus jardines son exquisitos a la par de bastos. Necesitaría al menos un jornada entera para disfrutarlos, y puede que a caballo- indicó mientras se acercó a una gran flor de tonos naranjas y azulados- Ave del Paraíso- leyó la etiqueta que colgaba de su lado con una excelente caligrafía- Es muy bonita..¿no cree?- se acercó a verla con detenimiento- Estas cosas no se ven todos los días, ha valido la pena salir hoy de casa- comentó y memorizó en su cabeza el nombre de esas plantas. Si alguna vez volviera a tener una velada con Ava, de forma intencionada, le haría llegar un ramo de ellas si es que le gusta- Se me olvidaba, Madame- dijo ahora recordando otro lugar y girándose hacia ella- Notre Dame, una maravilla arquitectónica. Una vidriera y rosetón excelentes, de hecho es sublime casi toda la estructura, las gárgolas y cada piedra- comentó recordando su visita hará un par de meses- Quizá le parezca muy atrevido, pero si quiere, le puedo acompañar a visitar Notre Dame, y después en la zona norte, podríamos dar un paseo por el parte o cerca del río- le sugirió y se quedó callado expectante por su reacción ante la proposición. Sabía que era una mujer viuda, pero estaba claro que la amistad entre ellos y la cordialidad, empezaban a estrechar los lazo suficientes para tener alguna velada los dos solos. Y a Adrien no se le ocurrió otra oportunidad que ofrecerle su compañía en el recorrido turistico de la ciudad, e incluso así él mismo sería capaz de aprender algo más, que nunca estaba de más -¿Qué me dice? Podría agradecerme así lo del cuadro- susurró intentando persuadir a aquella magnífica mujer que se camuflaba entre la exótica maleza de flores, como el Ave del Paraíso.
- Ni qué decir tiene, Sra. Vernetti, ha sido un placer que no me importaría volver a repetir en su honor, en el de su marido y por todos aquellos camaradas de ambos que hoy luchan en el frente- respondió con solemnidad al agradecimiento. También sus palabras eran igual de frescas y sinceras que las de ella. Fue entonces cuando Ava comenzó a dar un paseo, de ritmo lento y acogedor sobre aquel basto imperio natural que se mostraba ante ellos. El lugar de la puja presidía un pequeño y angosto pasillo que llevaba al jardín botánico. Sin duda estaba dividido en varios apartados, pasando por las plantas que necesitaban un invernadero a aquellas que podían conservarse al aire y el clima de Francia en esa época del año. Sin duda el despliegue de colores que había sacaba relucir lo mejor de aquellas flores, de aquellos tallos tan altos como podía serlo cualquier hombre, y tan bellas y suaves como podía ser cualquier mujer. Sin duda la belleza de ese lugar era un sitio sublime y el lugar indicado para conocer a Ava un poco más en profundidad. Así que cuando Adrien reunió en su cabeza una serie de temas para entablar conversación, Ava manifestó su amor y admiración por la botánica del lugar y Adrien lo agradeció con una sonrisa, no recordaba estar mucho sin hablar, pero Ava era una mujer con la que podía disfrutar de su presencia así como de su silencio.- Oh...-dijo sonriendo- Por supuesto, aunque no lelvo aquí tanto tiempo como me gustaría. Tendría que decirle que visitara el Palacio real, Versalles y sus jardines son exquisitos a la par de bastos. Necesitaría al menos un jornada entera para disfrutarlos, y puede que a caballo- indicó mientras se acercó a una gran flor de tonos naranjas y azulados- Ave del Paraíso- leyó la etiqueta que colgaba de su lado con una excelente caligrafía- Es muy bonita..¿no cree?- se acercó a verla con detenimiento- Estas cosas no se ven todos los días, ha valido la pena salir hoy de casa- comentó y memorizó en su cabeza el nombre de esas plantas. Si alguna vez volviera a tener una velada con Ava, de forma intencionada, le haría llegar un ramo de ellas si es que le gusta- Se me olvidaba, Madame- dijo ahora recordando otro lugar y girándose hacia ella- Notre Dame, una maravilla arquitectónica. Una vidriera y rosetón excelentes, de hecho es sublime casi toda la estructura, las gárgolas y cada piedra- comentó recordando su visita hará un par de meses- Quizá le parezca muy atrevido, pero si quiere, le puedo acompañar a visitar Notre Dame, y después en la zona norte, podríamos dar un paseo por el parte o cerca del río- le sugirió y se quedó callado expectante por su reacción ante la proposición. Sabía que era una mujer viuda, pero estaba claro que la amistad entre ellos y la cordialidad, empezaban a estrechar los lazo suficientes para tener alguna velada los dos solos. Y a Adrien no se le ocurrió otra oportunidad que ofrecerle su compañía en el recorrido turistico de la ciudad, e incluso así él mismo sería capaz de aprender algo más, que nunca estaba de más -¿Qué me dice? Podría agradecerme así lo del cuadro- susurró intentando persuadir a aquella magnífica mujer que se camuflaba entre la exótica maleza de flores, como el Ave del Paraíso.
Adrien Veidt- Humano Clase Alta
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Re: La joven de la perla || Adrien Veidt
La variedad de flores, árboles y arbustos otorgaba al jardín botánico una fiereza indómita que atrapaba a Ava por completo. Las manos distraídas acariciaban a su paso los pétalos más o menos grandes de las rosas salvajes que tenía a su lado por uno de los caminos. Los olores dulces, cítricos... se mezclaban de tal forma que aspiraba de vez en cuando tratando de retenerlo en su mente. Observó, cobijada tras el velo que la cubría su rostro, a Adrien, no hubiera pensado que le interesara la botánica y sin embargo parecía absorto oliendo y analizando un ejemplar de Ave del Paraíso. - Es originaria de Sudáfrica - comentó para ahorrarle la lectura de toda la información. Siempre le había parecido una flor preciosa por lo que tenía ciertas nociones de botánica en general y de alguna planta en particular, siendo esa una de ellas. - Necesita luz intensa tres o cuatro horas diarias de luz solar directa - explicó señalando tras ello al techo con grandes ventanales que facilitaban la entrada de luz, ya que de lo contrario esa planta no florecía. Sonrió a Adrien tras la explicación esperando no haberle aburrido y cntinuó el paseo junto a él.
Las propuestas de su acompañante la agradaron sobre manera, - Vayamos a Versalles - dijo con una impulsividad que hacía demasiado tiempo que no demostraba. Nunca había podido visitarlo y le habían comentado que era impresionante, una de las joyas arquitectónicas de la época. Pero se tuvo que detener al escuchar el ofrecimiento de Adrien, en realidad estaba mucho mejor estructurado su plan para aquella jornada que el propio por lo que asintió con una sonrisa y tomó el brazo del hombre apretando, cariñosamente con la otra mano, su hombro. Al contrario de lo que él parecía pensar, no era agobiante con ella.
Las propuestas de su acompañante la agradaron sobre manera, - Vayamos a Versalles - dijo con una impulsividad que hacía demasiado tiempo que no demostraba. Nunca había podido visitarlo y le habían comentado que era impresionante, una de las joyas arquitectónicas de la época. Pero se tuvo que detener al escuchar el ofrecimiento de Adrien, en realidad estaba mucho mejor estructurado su plan para aquella jornada que el propio por lo que asintió con una sonrisa y tomó el brazo del hombre apretando, cariñosamente con la otra mano, su hombro. Al contrario de lo que él parecía pensar, no era agobiante con ella.
Quizás si era poco apropiado que una mujer que aún guardaba el luto por su marido se fuera un día entero con un hombre a quien apenas conocía y a solas pero Ava tenía ganas de volver a vivir. La compra o más bien el regalo de aquel cuadro debía marcar un antes y un después en su vida. Habían llegado al final de uno de los invernaderos y aprovechó el momento para retirarse el velo, tenía que obligarse a ciertos actos por nimios que parecieran y así la auténtica Ava renacería de sus propias cenizas. El rostro de la mujer apareció por primera vez durante ese día ante Adrien mostrando una sonrisa abierta para él.
- ¿Vamos? - preguntó esperando a que su cochero la ayudara a subir para que Adrien pudiera indicarle a dónde dirigirse. Era imprescindible para ella en un día como aquel en el que parecía que iba a llover de un momento a otro, contar con el servicio continuo de aquel hombre que hacía tanto de cochero como reparaba muebles o ensillaba a los caballos. - Debes saber que mi también me agrada tu compañía - dijo ahora en la intimidad del vehículo, - no siento que me quieras seducir o conquistar, tan sólo es amable y un hombre decente - era lo que sentía y pensaba de Adrien y era hora de que supiera su idea sobre él. De momento el lado sexual que la inspiraba prefería callárselo, eso sí que era demasiado atrevido. La bondad y timidez del hombre la hacía desear someterlo, conseguir que se rindiera a ella y a sus juguetes. Controlar cada parte de su cuerpo y usar su deseo para generar en él oleadas de placer. Semejantes ideas hicieron que sintiera calor de repente, teniendo que recurrir a abanicarse con una de sus manos. - ¿Cuál dirías que es tu tipo de mujer ideal para formar una familia? - añadió esto último para que no fuera muy obvia la pregunta y su posible interés en él.
- ¿Vamos? - preguntó esperando a que su cochero la ayudara a subir para que Adrien pudiera indicarle a dónde dirigirse. Era imprescindible para ella en un día como aquel en el que parecía que iba a llover de un momento a otro, contar con el servicio continuo de aquel hombre que hacía tanto de cochero como reparaba muebles o ensillaba a los caballos. - Debes saber que mi también me agrada tu compañía - dijo ahora en la intimidad del vehículo, - no siento que me quieras seducir o conquistar, tan sólo es amable y un hombre decente - era lo que sentía y pensaba de Adrien y era hora de que supiera su idea sobre él. De momento el lado sexual que la inspiraba prefería callárselo, eso sí que era demasiado atrevido. La bondad y timidez del hombre la hacía desear someterlo, conseguir que se rindiera a ella y a sus juguetes. Controlar cada parte de su cuerpo y usar su deseo para generar en él oleadas de placer. Semejantes ideas hicieron que sintiera calor de repente, teniendo que recurrir a abanicarse con una de sus manos. - ¿Cuál dirías que es tu tipo de mujer ideal para formar una familia? - añadió esto último para que no fuera muy obvia la pregunta y su posible interés en él.
Ava Vernetti- Humano Clase Alta
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Re: La joven de la perla || Adrien Veidt
El perfume de Ava estaba en ese coche, se había incrustado de forma permanente en la atmósfera e incluso la tapicería parecía despertar el vuelo de su aroma al sentarse sobre él. Adrien se sentó y miró la por ventana, sus ojos claros recibieron la luz de aquel día gris e hicieron que achinara su gesto para acomodarlos a la luz, el ceño fruncido y la barba dejada le daba una postura varonil, pero distinguida de la que Ava hablaba y lo mismo pensó él de Ava. Cuando la elocuente y preciosa voz de esa mujer acarició los oídos de Adrien, de forma melosa y elogiadora no pudo reprimir una sonrisa ladina de orgullo y buscó con sus ojos los de aquella mujer a la que profesaba tanto respeto, como admiración- No es por devolverla el cumplido, pero tu eres tan amable como apetitosa- aquella voz áspera, que le caracterizaba se había proyectado con total sinceridad y a pesar de que la pregunta que ella le hizo después le pilló desprevenido, sintió que en aquel coche no había lugar para la vergüenza y ambos eran mayorcitos para saber en qué juego iban a empezar la partida.
Adrien pensó en contestar que su prototipo de mujer era exactamente ella. Cada centímetro de su cuerpo, de su rostro. Cada gesto que hacían sus manos, tan elegantes, femeninos... analizó bien la respuesta que debía darle y después de que aquellos pensamientos lujuriosos desaparecieran de su cabeza, volteó la mirada por la pequeña ventana mientras contestaba- Una mujer buena, generosa. Muy femenina a la que no la importa recibir cuidados y detalles, pero que sea algo independiente. Que tenga vida y ganas de vivir, de dar la vida a sus hijos y disfrutar. Una persona que no tenga miedo, que sea paciente, educada y preciosa. No me gusta que sean muy delgadas, tampoco que coma como un minero. Pero que tenga buen apetito... supongo que una mujer como usted- resumió volviendo a mirar a su ojos, para encontrarse con la expresión ajena por la descripción que Adrien tenía sobre esa mujer. Después de los segundos de silencio reglamentarios, su sonrisa se hizo más amplia para tranquilizarla, en aquel coche solo existía la intimidad de sus declaraciones y ahora era el turno de Adrien- Espero que le haya gustado, la idea que tengo de usted-
En aquel momento el cochero detuvo el coche y los cascos de las caballos dejaron de chasquear en el suelo ligeramente asfaltado. Abrió la puerta del coche y la poca luz que quedaba les dio de lleno. Se bajaron juntos y ambos elevaron el rostro hacia la catedral que parecía imponente entre el río que atravesaba parís. Era el corazón de luz y piedra que tenía aquella enorme y preciosa ciudad y Adrien le indicó el camino- Es impresionante desde dentro, cada arco, cada piedra y cada vidriera. Es un cuadro de luz, entre- se quedó en la pequeña puerta del lateral mientras ofrecía su mano para pasar. Había leído mucho sobre aquella obra de arte arquitectónica, pero no quería parecer presuntuoso y sabelotodo, aquella mujer sabía probablemente más que él sobre arte y desde luego, aquellas cosas se disfrutaban mejor en silencio. Aún quedó la conversación que habían mantenido bajo la intimidad del coche.
Cuando caminaron por el interior, se dirigieron con paso lento y silencioso hasta la fachada principal, la luz se filtraba en la vidriera de colores azules, rojos y la representación de aquella virgen. Era algo precioso, algo que valía la pena disfrutar, pero cuando ambos se quedaron mirando hacia arriba, la tormenta decidió descargar sobre la piedra, para darles una experiencia única.
La lluvia empezó tímidamente a resbalar por el vidrio, esto hacía que la luz cambiara dando diferentes formas. La estancia iluminaba por los enormes candelabros llenos de velas, lo hacían una estancia aún más reconfortante y Adrien sonrió maravillado- Creo que este día no se me olvidará en la vida- susurró quedando detrás de ella y posando una mano en su hombro. En señal de gratitud por estar junto a él y porque en el fondo deseaba estrechar la distancia entre ambos.
Adrien pensó en contestar que su prototipo de mujer era exactamente ella. Cada centímetro de su cuerpo, de su rostro. Cada gesto que hacían sus manos, tan elegantes, femeninos... analizó bien la respuesta que debía darle y después de que aquellos pensamientos lujuriosos desaparecieran de su cabeza, volteó la mirada por la pequeña ventana mientras contestaba- Una mujer buena, generosa. Muy femenina a la que no la importa recibir cuidados y detalles, pero que sea algo independiente. Que tenga vida y ganas de vivir, de dar la vida a sus hijos y disfrutar. Una persona que no tenga miedo, que sea paciente, educada y preciosa. No me gusta que sean muy delgadas, tampoco que coma como un minero. Pero que tenga buen apetito... supongo que una mujer como usted- resumió volviendo a mirar a su ojos, para encontrarse con la expresión ajena por la descripción que Adrien tenía sobre esa mujer. Después de los segundos de silencio reglamentarios, su sonrisa se hizo más amplia para tranquilizarla, en aquel coche solo existía la intimidad de sus declaraciones y ahora era el turno de Adrien- Espero que le haya gustado, la idea que tengo de usted-
En aquel momento el cochero detuvo el coche y los cascos de las caballos dejaron de chasquear en el suelo ligeramente asfaltado. Abrió la puerta del coche y la poca luz que quedaba les dio de lleno. Se bajaron juntos y ambos elevaron el rostro hacia la catedral que parecía imponente entre el río que atravesaba parís. Era el corazón de luz y piedra que tenía aquella enorme y preciosa ciudad y Adrien le indicó el camino- Es impresionante desde dentro, cada arco, cada piedra y cada vidriera. Es un cuadro de luz, entre- se quedó en la pequeña puerta del lateral mientras ofrecía su mano para pasar. Había leído mucho sobre aquella obra de arte arquitectónica, pero no quería parecer presuntuoso y sabelotodo, aquella mujer sabía probablemente más que él sobre arte y desde luego, aquellas cosas se disfrutaban mejor en silencio. Aún quedó la conversación que habían mantenido bajo la intimidad del coche.
Cuando caminaron por el interior, se dirigieron con paso lento y silencioso hasta la fachada principal, la luz se filtraba en la vidriera de colores azules, rojos y la representación de aquella virgen. Era algo precioso, algo que valía la pena disfrutar, pero cuando ambos se quedaron mirando hacia arriba, la tormenta decidió descargar sobre la piedra, para darles una experiencia única.
La lluvia empezó tímidamente a resbalar por el vidrio, esto hacía que la luz cambiara dando diferentes formas. La estancia iluminaba por los enormes candelabros llenos de velas, lo hacían una estancia aún más reconfortante y Adrien sonrió maravillado- Creo que este día no se me olvidará en la vida- susurró quedando detrás de ella y posando una mano en su hombro. En señal de gratitud por estar junto a él y porque en el fondo deseaba estrechar la distancia entre ambos.
Adrien Veidt- Humano Clase Alta
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Re: La joven de la perla || Adrien Veidt
La mirada de la viuda se achinó por la sonrisa que apareció extendiendo sus labios, Adrien iba más allá que la mayoría de hombres que conocía a la hora de hacer cumplidos. Se alejaba de lo vulgar y claramente buscaba una manera educada de referirse a lo que elogiaba de Ava, lo que esta agradeció sincera. Estaba cada vez más claro que la relación que estaba naciendo entre ellos se alejaba a pasos agigantados de una sencilla amistad. La atracción era fuerte pero asi lo era también el respeto que ambos se profesaban. El resumen que le había dedicado de la que era su mujer perfecta dejó a Ava sin palabras durante un momento, no se esperaba que su acompañante le definiera de manera tan elocuente y detallista sin conocerla de apenas más de unas semanas. - Cómo no me va a gustar, hacía demasiado tiempo que no oía palabras tan atentas - contestó posando de manera furtiva la mano sobre la rodilla de Adrien notando el calor de este chocar con su piel fina.
Al bajar del coche y pasear con Adrien hasta la entrada de la catedral se dio cuenta. Hacía mucho tiempo que necesitaba algo así. Ese hombre conseguía alejar a sus demonios y mantenerla calmada, su forma de ser encandilaba a Ava a cada paso que daba. Su atención bailaba entre el hombre que se mantenía erguido a su lado y el edificio que se extendía ante ella. El interior era simplemente magnífico. Había renunciado a su fe en la religión después de la muerte de su marido y el bebé que crecía en su vientre, pero entrar en aquel santuario cristiano forzó su corazón en un latido rápido e intenso. Lo que para Adrien parecía ser simplemente una visita a una obra arquitectónica impresionante, para Ava era una vuelta a los orígenes, un regreso a los días en la iglesia rezando y confesando sus pecados. Sin embargo caminó junto a él por los pasillos hasta clavar la mirada en la maravillosa vidriera por la que ahora resbalaban las gotas de lluvia que la estruendosa tormenta estaba dejando caer sobre ellos. La acústica de la catedral hacía que los truenos retumbaran más fuertes aún, Ava empezaba a incomodarse -pues su disgusto con las tormentas no era pequeño- cuando la mano firme de Adrien llegó a su hombro.
La mirada de la joven se posó en la mano ajena y así mismo lo hicieron después sus labios dejando un beso sobre esta. Durante un rato mantuvo el silencio, era mejor que decir algo que rompiera el momento que se había creado. - Necesito un momento a solas - pidió en voz baja. Necesitaba acabar con el dolor y una manera para ella era quedarse ante la virgen y rezar para ella, contarle todo lo que le había ocurrido y esperar a que la paz le fuera concedida de nuevo por el que estaba en lo más alto. Los pasos la alejaron de Adrien y acabó arrodillada en el banco delantero frente al altar, las manos unidas bajo su barbilla y los ojos cerrados precedieron a la confesión murmurada. Tras ello se santiguó y emprendió su camino en busca de Adrien. Sabía que no se habría alejado mucho de allí y en efecto le encontró analizando todo lo que encontraba a su paso.
Sonrió al ver su espalda encorvada sobre unas losas que ocultaban una tumba y se quedó medio escondida tras una de las columnas que enmarcaban en pasillo lateral. No era difícil para ella ocultar su presencia dado el ruido de la tormenta por lo que puedo sorprender al hombre cuando por fin llegó a su posición. Las manos cubrieron los ojos ajenos y no puedo reprimir una risa al notar el cuerpo de Adrien tensarse por lo poco que se esperaba que le cazara de aquella manera. - ¿Ya te has olvidado de tu acompañante de hoy? - bromeó liberando los ojos del hombre mientras colaba su brazo por el de Adrien para continuar su particular paseo en el interior de la catedral. - Me temo que no podremos pasear tanto como habíamos pensado - dijo sobre su oído señalando hacia el techo refiriéndose a la tormenta, - a no ser que no te importe coger una mojadura... - dejó en el aire.
Al bajar del coche y pasear con Adrien hasta la entrada de la catedral se dio cuenta. Hacía mucho tiempo que necesitaba algo así. Ese hombre conseguía alejar a sus demonios y mantenerla calmada, su forma de ser encandilaba a Ava a cada paso que daba. Su atención bailaba entre el hombre que se mantenía erguido a su lado y el edificio que se extendía ante ella. El interior era simplemente magnífico. Había renunciado a su fe en la religión después de la muerte de su marido y el bebé que crecía en su vientre, pero entrar en aquel santuario cristiano forzó su corazón en un latido rápido e intenso. Lo que para Adrien parecía ser simplemente una visita a una obra arquitectónica impresionante, para Ava era una vuelta a los orígenes, un regreso a los días en la iglesia rezando y confesando sus pecados. Sin embargo caminó junto a él por los pasillos hasta clavar la mirada en la maravillosa vidriera por la que ahora resbalaban las gotas de lluvia que la estruendosa tormenta estaba dejando caer sobre ellos. La acústica de la catedral hacía que los truenos retumbaran más fuertes aún, Ava empezaba a incomodarse -pues su disgusto con las tormentas no era pequeño- cuando la mano firme de Adrien llegó a su hombro.
La mirada de la joven se posó en la mano ajena y así mismo lo hicieron después sus labios dejando un beso sobre esta. Durante un rato mantuvo el silencio, era mejor que decir algo que rompiera el momento que se había creado. - Necesito un momento a solas - pidió en voz baja. Necesitaba acabar con el dolor y una manera para ella era quedarse ante la virgen y rezar para ella, contarle todo lo que le había ocurrido y esperar a que la paz le fuera concedida de nuevo por el que estaba en lo más alto. Los pasos la alejaron de Adrien y acabó arrodillada en el banco delantero frente al altar, las manos unidas bajo su barbilla y los ojos cerrados precedieron a la confesión murmurada. Tras ello se santiguó y emprendió su camino en busca de Adrien. Sabía que no se habría alejado mucho de allí y en efecto le encontró analizando todo lo que encontraba a su paso.
Sonrió al ver su espalda encorvada sobre unas losas que ocultaban una tumba y se quedó medio escondida tras una de las columnas que enmarcaban en pasillo lateral. No era difícil para ella ocultar su presencia dado el ruido de la tormenta por lo que puedo sorprender al hombre cuando por fin llegó a su posición. Las manos cubrieron los ojos ajenos y no puedo reprimir una risa al notar el cuerpo de Adrien tensarse por lo poco que se esperaba que le cazara de aquella manera. - ¿Ya te has olvidado de tu acompañante de hoy? - bromeó liberando los ojos del hombre mientras colaba su brazo por el de Adrien para continuar su particular paseo en el interior de la catedral. - Me temo que no podremos pasear tanto como habíamos pensado - dijo sobre su oído señalando hacia el techo refiriéndose a la tormenta, - a no ser que no te importe coger una mojadura... - dejó en el aire.
Ava Vernetti- Humano Clase Alta
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Re: La joven de la perla || Adrien Veidt
Una carcajada sarcástica no era lo mejor en ese momento, pero en su mente la broma de Ava le pareció hasta ingenua "¿De verdad cree que podría olvidarme de ella?" Adrien sintió el tacto suave de su piel en sus ojos que se cerraron haciéndole aún más partícipe de su perfume, de su suavidad, de la atmósfera y el silencio. Agradecido por el momento y la complicidad, el contacto desapareció dejando nuevamente el camino libre para devorar con sus ojos azules a Ava. Suspiró por la tormenta y la miró a los ojos - No creo que exista nada más bonito que París bajo la lluvia- le dijo como si al soldado, al hombre con alma atormentada le hubiera poseído un poeta. ¿Pero qué era un artísta sino un alma atormentada? Adrien sintió un escalofrío al notar de nuevo el aliento de Ava tan cerca de su cuerpo, haciendo aún más evidente aquel deseo y aquel pecado en un lugar santo. Elevó la mirada pensativo por la tormenta y se encaminaron juntos a la salida.
El primer contacto con la lluvia hizo que el pelo de Adrien cayera sobre su frente, evitando cualquier peinado y severidad. Los hombros de su chaqueta empezaron a oscurecerse por el contacto húmedo y después se giró para mirar a Ava - París bajo la lluvia tiene otro color...-dijo en un tono casi inaudible. Parecía un día triste, sino fuera por la brisa primaveral y cálida. La luz de un sol vespertino que se ocultaba por el oeste, de forma parezosa. Digna pareja de un cuadro impresionista o de un poema lúgubre. Pero no .
Adrian ofreció la mano a Ava, esta vez evitó ofrecer su brazo para que le acompañara. El paraguas eliminaba algo de lluvia, porque no sabía si a Ava le gustaría mojarse como a él. ¿Pero por un día que pasaría? Su mano era firme y grande, pero en cuanto tocaba el contacto de la mano de Ava se sintió´reconfortante. Las gotas parecían ni tocarles y la tensión sexual desapareció por un sentimiento de cariño, ternura y romanticismo en el que sobraban las palabras. Entrelazó sus dedos con los de ella y la acarcó contra él, disfrutando a cada paso que daba, del silencio, de la lluvia y de su compañía. Se sentía completo desde hacía mucho tiempo, como si aquel día y con aquella mujer todos sus males volaran y se fueran de su espalda. Eliminando cada miedo y paranoia. Solo quería notar su contacto y no separarse jamás -Mi casa no está lejos- dijo sin preguntar si quería acompañarle. Quizás fuera egoista pero se lo merecía, se merecía a esta mujer y se la llevaría con él. La prepararía un baño caliente y dejaría que sus manos recorrieran con suavidad todo su cuerpo, su melena oscura y sedosa.
El camino fue en silencio, sus manos no se separaron, e incluso notó la cabeza de Ava apoyarse sobre su hombro en el trayecto. Una vez que llegaron a la casa de Adrien, las puertas de madera oscura se abrieron y dejaron ver una estancia poco recargada, no tan ostentosa, pues era un hombre de gustos sencillos. Despidió al servicio y quitó la chaqueta mojada a Ava. La tomó en brazos y la subió escaleras arriba, buscando el baño, con el agua caliente en el que cabían los dos, pero arrejuntados.
Se colocó detrás de ella empezó a besar su cuello con suavidad, mientras deslizaba con sus manos los lazos del corsé y dejaba que cayera la ropa al suelo, vencida por el peso del agua. Besó su hombro y deslizó las manos por ellos hasta acariciar sus brazos desnudos. Con delicadeza. Si hubiera sido otro momento, habría sacado su ropa sin miramiento, pero para él Ava era como una obra de arte. Algo que sólo expertos podían tocar y si bien sabía de sus intereses sodomitas, decidió dejarse llevar por cómo quería sentirla y quería que aquel momento, desde que ella besó su mano , en silencio se traspasara hasta ese momento.
Adrien apoyó la frente en su cabeza con los ojos cerrados, disfrutando de cada minuto que pasaba sin prisa. De la noche que caía impasible entre la tormenta y ellos ahí, desnudos. De pie frente a la pila. Disfrutando del silencio y la compañía de forma intensa y suave. De forma que ninguno de los dos esperaba. Tan joven y perfecta.
El primer contacto con la lluvia hizo que el pelo de Adrien cayera sobre su frente, evitando cualquier peinado y severidad. Los hombros de su chaqueta empezaron a oscurecerse por el contacto húmedo y después se giró para mirar a Ava - París bajo la lluvia tiene otro color...-dijo en un tono casi inaudible. Parecía un día triste, sino fuera por la brisa primaveral y cálida. La luz de un sol vespertino que se ocultaba por el oeste, de forma parezosa. Digna pareja de un cuadro impresionista o de un poema lúgubre. Pero no .
Adrian ofreció la mano a Ava, esta vez evitó ofrecer su brazo para que le acompañara. El paraguas eliminaba algo de lluvia, porque no sabía si a Ava le gustaría mojarse como a él. ¿Pero por un día que pasaría? Su mano era firme y grande, pero en cuanto tocaba el contacto de la mano de Ava se sintió´reconfortante. Las gotas parecían ni tocarles y la tensión sexual desapareció por un sentimiento de cariño, ternura y romanticismo en el que sobraban las palabras. Entrelazó sus dedos con los de ella y la acarcó contra él, disfrutando a cada paso que daba, del silencio, de la lluvia y de su compañía. Se sentía completo desde hacía mucho tiempo, como si aquel día y con aquella mujer todos sus males volaran y se fueran de su espalda. Eliminando cada miedo y paranoia. Solo quería notar su contacto y no separarse jamás -Mi casa no está lejos- dijo sin preguntar si quería acompañarle. Quizás fuera egoista pero se lo merecía, se merecía a esta mujer y se la llevaría con él. La prepararía un baño caliente y dejaría que sus manos recorrieran con suavidad todo su cuerpo, su melena oscura y sedosa.
El camino fue en silencio, sus manos no se separaron, e incluso notó la cabeza de Ava apoyarse sobre su hombro en el trayecto. Una vez que llegaron a la casa de Adrien, las puertas de madera oscura se abrieron y dejaron ver una estancia poco recargada, no tan ostentosa, pues era un hombre de gustos sencillos. Despidió al servicio y quitó la chaqueta mojada a Ava. La tomó en brazos y la subió escaleras arriba, buscando el baño, con el agua caliente en el que cabían los dos, pero arrejuntados.
Se colocó detrás de ella empezó a besar su cuello con suavidad, mientras deslizaba con sus manos los lazos del corsé y dejaba que cayera la ropa al suelo, vencida por el peso del agua. Besó su hombro y deslizó las manos por ellos hasta acariciar sus brazos desnudos. Con delicadeza. Si hubiera sido otro momento, habría sacado su ropa sin miramiento, pero para él Ava era como una obra de arte. Algo que sólo expertos podían tocar y si bien sabía de sus intereses sodomitas, decidió dejarse llevar por cómo quería sentirla y quería que aquel momento, desde que ella besó su mano , en silencio se traspasara hasta ese momento.
Adrien apoyó la frente en su cabeza con los ojos cerrados, disfrutando de cada minuto que pasaba sin prisa. De la noche que caía impasible entre la tormenta y ellos ahí, desnudos. De pie frente a la pila. Disfrutando del silencio y la compañía de forma intensa y suave. De forma que ninguno de los dos esperaba. Tan joven y perfecta.
Adrien Veidt- Humano Clase Alta
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Re: La joven de la perla || Adrien Veidt
No pudo si no sonreír por aquella frase, realmente era verdad pues no había nada comparable a París bajo la lluvia. Se le antojaba romántico y de una belleza inigualable. La risa inundó los oidos de ambos al verse en aquel estado lamentable bajo la lluvia, no había cobijo posible pero poco les importaba, la manera en que esa pareja había conectado les llevaba a otro nivel ajeno al mundo que les rodeaba. Donde había personas corriendo para resguardarse de la tormenta, estaban ellos de pie dejando que sus ropajes se calaran por completo. El paraguas acabó sobrando pero la mujer no diría nada al caballero que amablemente se lo había estado sujetando para evitarla acabar tan mojada como él.
Lo cierto es que se extrañó del ofrecimiento de Adrien, no pensaba que fuera un hombre lanzado o más bien que tuviera trato fácil con las damas y supiera manejar situaciones como aquella, pero gratamente sorprendida caminó junto a él de la mano entre caricias furtivas y sonrisas cómplices. Al llegar pudo comprobar que la casa era igual que el dueño, era sencillo, pulcro y elegante, para nada ostentoso... Sonrió dejándose hacer una vez más por aquel hombre que se deshacía en atenciones hacia ella. El silencio les acompañó en la subida al baño de la planta superior, Ava no sabía si Adrien sentiría la tensión concetrada entre ambos con la misma fuerza en que ella lo hacía, pero de ser así ambos estaban demostrando una fuerza de voluntad sobrehumana.
Las manos del hombre, a pesar de su tamaño y dureza, se sentían suaves al tacto. Las caricias al retirar la ropa mojada precedieron al momento que temía, ¿debía dar un paso al frente y entregarse? Lo deseaba con fuerza, con una fuerza que hacía años no sentía recorrer sus venas. Pero temía por la vida de aquel joven vivaz y caballero, no se perdonaría que corriera la misma suerte que su marido. No sabía si el vampiro que lo había asesinado seguiría pensando en acabar uno tras otro con todos los hombres a los que Ava amara de una u otra manera. Esos pensamientos fueron los únicos que la frenaban a atacar los labios de Adrien. Esos ojos azules, esos ojos azules eran como dardos para la morena que acabó por sujetarse en él para entrar en la tina y dejar su cuerpo sumergido en el cálido agua. Hasta ese momento ni se había dado cuenta de la desnudez de su propio cuerpo y ahora del de Adrien. Repasó con lentitud cada forma y músculo de su cuerpo, sus marcas... todo Adrien quedó grabado en la mente de la italiana que no hizo otra cosa que estirar la mano hacia él esperando que se uniera.
Las manos ágiles de ella atendieron el cuerpo ajeno repartiendo jabón por cada sitio que sobresalía del agua y prestando especial atención al pelo ahogando una risa al ver como este respondía cerrando los ojos a tales caricias y masajes. - Voy a tener que bañarte a diario, olías mal - susurró debido a que un tono de voz superior rompería ese momento y con la broma era más que suficiente. La sonrisa que estiró los labios de Adrien fue suficiente para que el corazón de Ava se encogiera y temiera lo que estaba sintiendo por él. Era esa mezcla de hombre fuerte y de convicciones firmes y el niño indefenso de su interior lo que hacía que deseara cuidarlo y dejarse cuidar por él.
No pudo resistirlo más y, ayudándose de la mano que tenía sobre la nuca de Adrien, se acercó a los labios ajenos entregándose al primer beso sincero que daba en toda su vida, al primer beso que daba sintiendo de verdad lo que era amar a alguien. No estaba enamorada, no como pudiera estarlo dentro de quizás un año tras conocerle, pero estaba segura de que era él con quien quería empezar una nueva vida, de que era Adrien la persona a la que había estado esperando siempre. Nada podría separarla de él más que él mismo y así se lo hizo saber pegando su cuerpo al ajeno y rodeando el cuello con sus brazos sin dejar de atender su boca con suaves besos que se alternaban con fugaces juegos entre sus lenguas y jadeos por la ansiedad y tensión contenidas.
Lo cierto es que se extrañó del ofrecimiento de Adrien, no pensaba que fuera un hombre lanzado o más bien que tuviera trato fácil con las damas y supiera manejar situaciones como aquella, pero gratamente sorprendida caminó junto a él de la mano entre caricias furtivas y sonrisas cómplices. Al llegar pudo comprobar que la casa era igual que el dueño, era sencillo, pulcro y elegante, para nada ostentoso... Sonrió dejándose hacer una vez más por aquel hombre que se deshacía en atenciones hacia ella. El silencio les acompañó en la subida al baño de la planta superior, Ava no sabía si Adrien sentiría la tensión concetrada entre ambos con la misma fuerza en que ella lo hacía, pero de ser así ambos estaban demostrando una fuerza de voluntad sobrehumana.
Las manos del hombre, a pesar de su tamaño y dureza, se sentían suaves al tacto. Las caricias al retirar la ropa mojada precedieron al momento que temía, ¿debía dar un paso al frente y entregarse? Lo deseaba con fuerza, con una fuerza que hacía años no sentía recorrer sus venas. Pero temía por la vida de aquel joven vivaz y caballero, no se perdonaría que corriera la misma suerte que su marido. No sabía si el vampiro que lo había asesinado seguiría pensando en acabar uno tras otro con todos los hombres a los que Ava amara de una u otra manera. Esos pensamientos fueron los únicos que la frenaban a atacar los labios de Adrien. Esos ojos azules, esos ojos azules eran como dardos para la morena que acabó por sujetarse en él para entrar en la tina y dejar su cuerpo sumergido en el cálido agua. Hasta ese momento ni se había dado cuenta de la desnudez de su propio cuerpo y ahora del de Adrien. Repasó con lentitud cada forma y músculo de su cuerpo, sus marcas... todo Adrien quedó grabado en la mente de la italiana que no hizo otra cosa que estirar la mano hacia él esperando que se uniera.
Las manos ágiles de ella atendieron el cuerpo ajeno repartiendo jabón por cada sitio que sobresalía del agua y prestando especial atención al pelo ahogando una risa al ver como este respondía cerrando los ojos a tales caricias y masajes. - Voy a tener que bañarte a diario, olías mal - susurró debido a que un tono de voz superior rompería ese momento y con la broma era más que suficiente. La sonrisa que estiró los labios de Adrien fue suficiente para que el corazón de Ava se encogiera y temiera lo que estaba sintiendo por él. Era esa mezcla de hombre fuerte y de convicciones firmes y el niño indefenso de su interior lo que hacía que deseara cuidarlo y dejarse cuidar por él.
No pudo resistirlo más y, ayudándose de la mano que tenía sobre la nuca de Adrien, se acercó a los labios ajenos entregándose al primer beso sincero que daba en toda su vida, al primer beso que daba sintiendo de verdad lo que era amar a alguien. No estaba enamorada, no como pudiera estarlo dentro de quizás un año tras conocerle, pero estaba segura de que era él con quien quería empezar una nueva vida, de que era Adrien la persona a la que había estado esperando siempre. Nada podría separarla de él más que él mismo y así se lo hizo saber pegando su cuerpo al ajeno y rodeando el cuello con sus brazos sin dejar de atender su boca con suaves besos que se alternaban con fugaces juegos entre sus lenguas y jadeos por la ansiedad y tensión contenidas.
Ava Vernetti- Humano Clase Alta
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Re: La joven de la perla || Adrien Veidt
Sus besos se precipitaron sobre los labios de Adrien como un dulce que se derretía en su boca. Notaba el contraste del agua caliente evaporarse en el silencio de la habitación. Cerró los ojos absorto e intentando dedicar todos sus sentidos a aquel contacto tan íntimo que parecía una burla constante al erotismo. Sin embargo, para Adrien, el erotismo no necesita de la desnudez sino de la intimidad y las muestras de afecto entre aquella viuda a la que le pesaba el luto de su corazón y de este soldado perdido en el campo enemigo, desorientado y tan solo un halo de luz capaz de guiar sus manos y sus labios con seguridad.
Cada fibra de su cuerpo transpiraba deseo, por el cuerpo ajeno, por sus labios e incluso por sus manos. Que aún siendo expertas, cubrían de cuidados a Adrien desarmando cualquier coraza impenetrable y sintiendo la vulnerabilidad de sus labios.
El sonido del agua en la pila se podía escuchar en cada movimiento de sus cuerpos, los brazos de Adrien salieron ligeramente para rodear la cintura de Ava y así acercarle contra él. No era tanto la necesidad física de hacerla suya, sino del contacto. De sentirle. Sin duda alguna su excitación se hacía palpable pero tampoco quería estropear el momento. Se quedó en silencio compartiendo aquel momento con ella.
Adrien no era de muchas palabras, no sabía expresar sus sentimientos, lo único que podría acercarse a ese tipo de "declaraciones" era su silencio, sus hechos, pero sin palabras. Si el cerraba los ojos ante un beso se trataba de una forma devota de entregarse. Si sus manos buscaban la cintura ajena con intención de acercarle, era porque necesitaba sentir cada centímetro, empaparse de su olor, de su tacto y memorizar con la yema de sus dedos el cuerpo ajeno. Como un invidente que necesitaba tocar para hacerse la idea de lo que tenía. Como una escultura de mármol tallada que necesitaba el cuidado de las manos para lustrarla y conocer su voluptuosidad.
Las horas pasaban sin percatarse del tiempo que habían pasado juntos así, pero Adrien no pudo reprimirse y precediendo la calma de la tormenta, dejó un beso en su cuello, abrió los ojos para descubrir que ella también disfrutaba de su contacto y buscó su interior. Se quedó dentro y miró a su boca cuando los labios se abrieron por sorpresa y por deseo, el jadeo de sus labios sonó quizás más ronco pero no la dejó zafarse de sus brazos. Continuaron en la pila el tiempo que pudieron, quería todo de ella. Beber sus jadeos, embriagarse de su cuerpo y sobre todo no separarse de ella nunca. Después de lo ocurrido esa noche, después de ese momento, para Adrien las cosas estaban bastante claras. Amaba a esa mujer. La quería para él, sólo y exclusivamente. Quería formar una familia, darle todo lo que tenía y aprender de ella.
A la mañana siguiente Adrien se quedó sentado en el sillón individual frente a la cama. La melena de Ava caía como una cascada castaña tendida por todos los almohadones. Las sábanas cubrían exactamente las partes pudentas de la joven a excepción de sus brazos y pierna derecha. Tostadas con ese color mediterráneo que tenían los italianos. Sus labios carnosos estaban escondidos en el abrazo que esta dando a la almohada y él absorto, aún desnudo la miró en silencio hasta que se despertó.
-Sigue lloviendo- le dijo mirando por la ventana, en un susurro dulce. Parecía que el mundo les había dado un descanso, paralizando el tiempo desde su visita a la catedral. Se levantó, sin pudor, con su cuerpo curtido de batallas, de pérdidas y muerte. Y dejó en el borde de la cama, frente la mirada de Ava un clavel rojo. Suspiró y buscó sus manos para besar el dorso con ellas- No quería despertarte, la doncella ha lavado y planchado tu ropa- le informó por si quería vestirse- Pero no quiero que te vayas- hizo el esfuerzo sobrehumano de decir esas palabras. ¿Qué otra opción tenía para que se quedara? A una mujer como esa había que decirle las cosas, claras y concisas, con decisión. Esa mujer tan íntegra necesitaba estabilidad para sentirse segura y él, a pesar de sus pequeños errores de personalidad lo era. La quería para él. - Quédate aquí conmigo. El tiempo que haga falta, el que te sobre o que quieras darme- le pidió ahora arrodillado en el umbral de la cama escondiendo su boca en la mano ajena- Eres la luz de París-
Cada fibra de su cuerpo transpiraba deseo, por el cuerpo ajeno, por sus labios e incluso por sus manos. Que aún siendo expertas, cubrían de cuidados a Adrien desarmando cualquier coraza impenetrable y sintiendo la vulnerabilidad de sus labios.
El sonido del agua en la pila se podía escuchar en cada movimiento de sus cuerpos, los brazos de Adrien salieron ligeramente para rodear la cintura de Ava y así acercarle contra él. No era tanto la necesidad física de hacerla suya, sino del contacto. De sentirle. Sin duda alguna su excitación se hacía palpable pero tampoco quería estropear el momento. Se quedó en silencio compartiendo aquel momento con ella.
Adrien no era de muchas palabras, no sabía expresar sus sentimientos, lo único que podría acercarse a ese tipo de "declaraciones" era su silencio, sus hechos, pero sin palabras. Si el cerraba los ojos ante un beso se trataba de una forma devota de entregarse. Si sus manos buscaban la cintura ajena con intención de acercarle, era porque necesitaba sentir cada centímetro, empaparse de su olor, de su tacto y memorizar con la yema de sus dedos el cuerpo ajeno. Como un invidente que necesitaba tocar para hacerse la idea de lo que tenía. Como una escultura de mármol tallada que necesitaba el cuidado de las manos para lustrarla y conocer su voluptuosidad.
Las horas pasaban sin percatarse del tiempo que habían pasado juntos así, pero Adrien no pudo reprimirse y precediendo la calma de la tormenta, dejó un beso en su cuello, abrió los ojos para descubrir que ella también disfrutaba de su contacto y buscó su interior. Se quedó dentro y miró a su boca cuando los labios se abrieron por sorpresa y por deseo, el jadeo de sus labios sonó quizás más ronco pero no la dejó zafarse de sus brazos. Continuaron en la pila el tiempo que pudieron, quería todo de ella. Beber sus jadeos, embriagarse de su cuerpo y sobre todo no separarse de ella nunca. Después de lo ocurrido esa noche, después de ese momento, para Adrien las cosas estaban bastante claras. Amaba a esa mujer. La quería para él, sólo y exclusivamente. Quería formar una familia, darle todo lo que tenía y aprender de ella.
A la mañana siguiente Adrien se quedó sentado en el sillón individual frente a la cama. La melena de Ava caía como una cascada castaña tendida por todos los almohadones. Las sábanas cubrían exactamente las partes pudentas de la joven a excepción de sus brazos y pierna derecha. Tostadas con ese color mediterráneo que tenían los italianos. Sus labios carnosos estaban escondidos en el abrazo que esta dando a la almohada y él absorto, aún desnudo la miró en silencio hasta que se despertó.
-Sigue lloviendo- le dijo mirando por la ventana, en un susurro dulce. Parecía que el mundo les había dado un descanso, paralizando el tiempo desde su visita a la catedral. Se levantó, sin pudor, con su cuerpo curtido de batallas, de pérdidas y muerte. Y dejó en el borde de la cama, frente la mirada de Ava un clavel rojo. Suspiró y buscó sus manos para besar el dorso con ellas- No quería despertarte, la doncella ha lavado y planchado tu ropa- le informó por si quería vestirse- Pero no quiero que te vayas- hizo el esfuerzo sobrehumano de decir esas palabras. ¿Qué otra opción tenía para que se quedara? A una mujer como esa había que decirle las cosas, claras y concisas, con decisión. Esa mujer tan íntegra necesitaba estabilidad para sentirse segura y él, a pesar de sus pequeños errores de personalidad lo era. La quería para él. - Quédate aquí conmigo. El tiempo que haga falta, el que te sobre o que quieras darme- le pidió ahora arrodillado en el umbral de la cama escondiendo su boca en la mano ajena- Eres la luz de París-
Adrien Veidt- Humano Clase Alta
- Mensajes : 28
Fecha de inscripción : 12/06/2015
Localización : París
Re: La joven de la perla || Adrien Veidt
¿Era lógico sentir tanto en tan poco tiempo? Las caricias de Adrien sobre su piel conseguían que se derritiera una mujer que había dejado de sentir algo diferente al dolor o la pena. Era tan reconfortante sentirse querida… No era sólo cuestión de deseo, aunque a ambos les sobraba, sino de conexión y confianza. Aquel ex-soldado había logrado llegar a un corazón tan rápido como Ava se estaba entregando a él. El sexo no había sido algo premeditado, simplemente había surgido así entre ellos y había terminado siendo realmente maravilloso. Además de que Adrien sabía lo que hacía, el cuidado con el que la movía y mimaba era reflejo de lo que él parecía sentir también por la morena. Ese hombre era terrible, nunca se hubiera esperado esa dulzura de alguien con una apariencia tan dura, aunque lo cierto era que ella también mostraba una fachada gélida en un principio. Los besos se mezclaban entre sus bocas uniendo ambos cuerpos de todas las maneras posibles, el contacto no podía acabarse y así luchaban por ello. Cuatro manos recorriendo ambos cuerpos, cual tentáculos, no dejaron un solo centímetro sin recorrer.
Cuando Adrien acabó, el cansancio se hizo evidente así como cierto pudor en ambos que parecían no saber cómo habían llegado a aquello. Ava dio las gracias mentalmente a haberse confesado a la virgen, todos sus pecados habían expirado y se había prometido empezar una vida nueva, ¿por qué no podía ser junto a Adrien? La cama les hacía una invitación que ambos agradecieron y aceptaron una vez sus cuerpos estuvieron secos y arropados por las camisolas. A la iltaliana siempre le había parecido ridícula esa prenda para dormir, era larga y molesta, se pegaba al cuerpo y siempre acababa enroscándose en vez de dar el calor que se suponía debía dar al cuerpo. Pero no sería en la primera noche junto a Adrien cuando expusiera dicha teoría, ya habría tiempo de dormir desnuda más adelante. La oscuridad dio paso a una noche tranquila en la que ambos durmieron plácidamente, notar el calor ajeno era algo que no recordaban ya y fue como un bálsamo.
No fue hasta bien entrada la mañana cuando Ava abrió los ojos, la luz que entraba con el ventanal hizo que se desperezara recordando poco a poco dónde estaba y lo que había pasado. La voz de Adrien llegó a los oídos de una Ava todavía somnolienta. - Buenos días... - sonrió al hombre acabando por sentarse en el borde de la cama. - No tengo intención de irme pero no puedo quedarme aquí para siempre - dijo en tono bajo. No sabía el aprecio que le tendría él a aquella casa pero Ava no podría dejar de vivir donde lo hacía, por respeto a su familia y por ella misma. Se planteó ofrecerle el que viviera con ella, que se mudara a la casa en las afueras de París, estarían tranquilos y podrían ser totalmente ajenos a la ruidosa vida de la capital sin estar alejados de todo, pero había algo que atormentaba a la morena y no podía guardarse. - Adrien, hay algo… algo que no sabes de mi - por nada del mundo quería perderle ahora, pero si no era sincera, si no se lo contaba sabía que la culpa viviría con ella. - Cuando estuve casada, me quedé embarazada - los ojos azules de Adrien parecían impasibles pero notaba el pulso de este acelerado y la respiración más rápida de lo normal, - cuando él fue asesinado y yo entré en depresión, perdí al bebé. Salió de mi como si no pudiera soportar el dolor que sentía… - el recuerdo de ese momento hizo que se le encogiera el estómago y una punzada de dolor se instaurara en su pecho. Aquel bebé sin acabar de formar, la sangre… todo daba vueltas en su mente sin piedad y sintió que las fuerzas le fallaban. ¿Qué iba a pensar Adrien de ella? Si él quería tener hijos ella no era una buena opción dadas las circunstancias. - Perdóname por no habértelo dicho antes. -
Aprovechó, como él había dicho, que la ropa estaba lavada y lista para ella y se movió por la habitación hasta dar con ella y empezar a cambiarse. El silencio de Adrien pesaba sobre ella como una losa y lo único que necesitaba era salir de allí. No quería desmoronarse delante de él y se había prometido a sí misma que sería feliz, aunque esa sensación parecía haber sido lo más efímero de su vida. Llevaba el pañuelo mal colocado, el vestido mal atado y el pelo revuelto cuando el paso de Adrien le impidió la salida de la habitación.
Cuando Adrien acabó, el cansancio se hizo evidente así como cierto pudor en ambos que parecían no saber cómo habían llegado a aquello. Ava dio las gracias mentalmente a haberse confesado a la virgen, todos sus pecados habían expirado y se había prometido empezar una vida nueva, ¿por qué no podía ser junto a Adrien? La cama les hacía una invitación que ambos agradecieron y aceptaron una vez sus cuerpos estuvieron secos y arropados por las camisolas. A la iltaliana siempre le había parecido ridícula esa prenda para dormir, era larga y molesta, se pegaba al cuerpo y siempre acababa enroscándose en vez de dar el calor que se suponía debía dar al cuerpo. Pero no sería en la primera noche junto a Adrien cuando expusiera dicha teoría, ya habría tiempo de dormir desnuda más adelante. La oscuridad dio paso a una noche tranquila en la que ambos durmieron plácidamente, notar el calor ajeno era algo que no recordaban ya y fue como un bálsamo.
No fue hasta bien entrada la mañana cuando Ava abrió los ojos, la luz que entraba con el ventanal hizo que se desperezara recordando poco a poco dónde estaba y lo que había pasado. La voz de Adrien llegó a los oídos de una Ava todavía somnolienta. - Buenos días... - sonrió al hombre acabando por sentarse en el borde de la cama. - No tengo intención de irme pero no puedo quedarme aquí para siempre - dijo en tono bajo. No sabía el aprecio que le tendría él a aquella casa pero Ava no podría dejar de vivir donde lo hacía, por respeto a su familia y por ella misma. Se planteó ofrecerle el que viviera con ella, que se mudara a la casa en las afueras de París, estarían tranquilos y podrían ser totalmente ajenos a la ruidosa vida de la capital sin estar alejados de todo, pero había algo que atormentaba a la morena y no podía guardarse. - Adrien, hay algo… algo que no sabes de mi - por nada del mundo quería perderle ahora, pero si no era sincera, si no se lo contaba sabía que la culpa viviría con ella. - Cuando estuve casada, me quedé embarazada - los ojos azules de Adrien parecían impasibles pero notaba el pulso de este acelerado y la respiración más rápida de lo normal, - cuando él fue asesinado y yo entré en depresión, perdí al bebé. Salió de mi como si no pudiera soportar el dolor que sentía… - el recuerdo de ese momento hizo que se le encogiera el estómago y una punzada de dolor se instaurara en su pecho. Aquel bebé sin acabar de formar, la sangre… todo daba vueltas en su mente sin piedad y sintió que las fuerzas le fallaban. ¿Qué iba a pensar Adrien de ella? Si él quería tener hijos ella no era una buena opción dadas las circunstancias. - Perdóname por no habértelo dicho antes. -
Aprovechó, como él había dicho, que la ropa estaba lavada y lista para ella y se movió por la habitación hasta dar con ella y empezar a cambiarse. El silencio de Adrien pesaba sobre ella como una losa y lo único que necesitaba era salir de allí. No quería desmoronarse delante de él y se había prometido a sí misma que sería feliz, aunque esa sensación parecía haber sido lo más efímero de su vida. Llevaba el pañuelo mal colocado, el vestido mal atado y el pelo revuelto cuando el paso de Adrien le impidió la salida de la habitación.
Ava Vernetti- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 14/06/2015
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