Tarde de compras (tomado)

por **Engel Edelweiss** Dom Jul 19, 2015 9:22 am

Tarde de Compras

por las calles de Paris

Le gustaba poder salir de la mansión en donde trabajaba, poder ir por la compra, o cualquier recado que le encargaban, para Clemence era un motivo de alegría. Amaba estar en el exterior, disfrutar del sol y de las personas que pasaban a su lado hablando de infinidades de temas. Al igual que le encantaba, sentir el viento acariciar su rostro. Pero sobre todo, haber encontrado la forma que le permitieran ir a ver a sus padres, a los que amaba y respetaba desde que los conoció. Podía ser que sus padres no la hubieran tenido desde bebé, que no fueran familia de sangre, pero Clemence creía que al haberla elegido, hacía que el amor que se profesara fuera más fuerte.

Amodorrada por el sol que calentaba su cuerpo. Su vestido y capa, aunque eran bastante gruesos, no lograban combatir totalmente el frío de una jornada invernal, por estar deteriorados. El calor que recibía, la hizo sonreír, se imaginaba estar envuelta en una suave y gruesa manta de lana, aquella sensación le pareció sublime, - como me gustaría poder descansar en un enorme lecho iluminado por el sol y recostada allí, sentir el suave abrazo de una siesta de invierno -, caviló, mientras suspiraba, sabía que aquello sería imposible, por la simple razón de que no poseía un hogar, ni tampoco tiempo para soñar con ello, era una simple doncella, que soñaba algún día llegar a ser una institutriz o alguien que pudiera aspirar a una vida más acomodada, tranquila, sin miedo a ser despedida por un hombre que jamás había visto. Inspiró con fuerza y marcó aún más la sonrisa que brotaba en sus labios, - bueno, basta de soñar, a trabajar que están esperando lo que has venido a buscar -.

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Lumsx

por **Zirkus Bogdanovic** Dom Jul 19, 2015 10:50 am

-Hijo. ¿Estáis bien?-El hombre volteo ligeramente para observar a la mujer que estaba detrás suyo. Era su abuela. Perla, él mecánicamente asintió era más por reflejo que por otra cosa. Sus pensamientos estaban más lejos, era duro encontrar trabajo en estos tiempos, nadie quiere a un empleado que apenas ha ingresado de sus estudios, nadie quiere experimentar con un jovencito de alta sociedad porque a lo mejor le quedarían ml, vaya, y pensaba que eran un poco más abiertos de mente los parisinos, siempre ha dicho: no quiere depender de la plata de la persona que los cogió en el hecho hace varios años, eso era como si una daga se calvara en el pecho del joven Zirkus, es vergonzoso en pocas palabras. No articulo ninguna palabra, y regreso a mirar un libro de cultura que estaba leyendo o mejor dicho tratando de leer, pero solamente estaba pasando hojas por hoja sin leer. –Se perfectamente lo que te agobia, Zirkus. A mí no me engañas. –Sencillamente una sonrisa apareció en el rostro del treintañero, sí, sabía perfectamente que la señora de esta casa lo sabía, no la hacían tonta. -¿Por qué no le has contado a esta vieja tus problemas, niño? –Pregunto y con un tono de reclamo, él, solo encogió sus hombros como diciendo que eso no importaba. –No eres de pocas palabras, pero respeto tú silencio, cuando estés más calmado, ¿podríamos hablar? –No recibió respuesta alguna. -Pero ahora, quiero que vayas al mercado, para que compres verduras, nos hace falta para hacer un riquísimo caldo de pollo. Así que ve, aquí te dejo las monedas, son suficientes para que te alcance. –Noto como sus hombros se tensaron, coloco su mano arrugada y delicada en esté, apretándolo. –Todo estará bien, veras que pronto recibirás una oferta de trabajo, y te aseguro que no será por mí. –Ríe quedito, para alejarse de él. Zirkus rodo los ojos, se levantó con pesadez, estiro su cuerpo, escucho como algunos de sus huegos truenan, agarro la bolsa de monedas y salió de la mansión para ir a comprar los dichosos víveres.

por **Engel Edelweiss** Miér Ago 12, 2015 6:20 pm

Tarde de Compras

Continuación

Había terminado de comprar todo lo escrito en la lista que Estella le entregara antes de salir de la mansión. En verdad no era mucho, la mayoría de las cosas eran cintas, botones, encajes y otros elementos para la costura. Clemence, pensó en el ama de llaves de la mansión Rosso y en como cuidaba y mimaba a la pequeña Mely , la hija del amo. Sonrió con un dejo de tristeza, era obvio que aquella mujer, intentaba con todas sus fuerzas hacer que aquella criatura no sufriera la ausencia de su madre, - pero eso es imposible, por más que le creara bellos vestidos para las muñecas de la chiquilla, o le cocinara deliciosos postres, la pequeña seguía lánguida, esperando eternamente a su madre, Dios quiera que el señor Rosso logre encontrar a su esposa… Mely la necesita. – Caviló mientras continuaba caminando con su cabeza puesta en los problemas ajenos, como siempre lo hacía. Aquello era algo muy común en la joven, ya que la empatía era parte de su esencia. Pero aquello casi siempre acarreaba que sus intenciones de ayudar a los demás fueran tomadas como meras intenciones de meterse en donde no le llamaban o sufriendo reproches por su comportamiento, - es que a veces, solo deseamos estar solos, que nadie nos quiera consolar – solía justificar el comportamiento de quienes la trataban mal o la hacían sufrir. Suspirando suavemente, continúo su camino.

Al llegar a la esquina, se había detenido, dispuesta a cruzar la calle, pues en su recorrido, temprano en la mañana, había descubierto un pequeño negocio en el que vendían guantes de piel y a muy buen precio. Recordando aquello y que uno de sus hermanos cumplía años, había decidido ir a comprar el regalo que pensaba entregarle en la visita que haría a su familia el fin de semana. Por esa razón había pedido permiso para salir, con la excusa de las comprar para Estella, logró tomarse la tarde libre y así buscar el regalo adecuado para Gonzalo, - Espero que sea de su agrado – se dijo al salir de la tienda con el pequeño paquete, en el que había gastado todos sus ahorros, pero se sentía feliz porque su familia lo era todo para ella. Sonriente y ensimismada en sus cavilaciones, caminaba segura por la acera cuando chocó con alguien. Todo ocurrió en un segundo, un golpe en el hombro la hizo quejarse, mientras el tan cuidado paquete salía volando de sus manos para caer en plena calle.

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