Invisible {Zouleth Bourque}

por **Eléa Pelletier** Lun Jul 20, 2015 4:33 pm

El interior del carruaje olía cuero viejo, madera y un suave perfume femenino. Con la mirada fija a través de las pesadas cortinas veía a los transeúntes que pasaban junto al carruaje que la llevaba de vuelta a su hogar. La calle seguía animada a pesar de que ya había anochecido y se podía ver claridad procedente de las farolas de luz amarillenta. En el interior del vehículo, por el contrario, las sombras dibujaban figuras grotescas en el tapizado de las paredes y el aire cargado y quieto templaba la temperatura. La capa oscura con la que se cubría los hombros reposaba a su lado sobre el asiento que ocupaba y, sentada en frente de éste, una de las mujeres que trabajaba en su mansión acompañaba a la duquesa. Hacían el viaje en completo silencio, como si no se conocieran de absolutamente nada, siendo el único sonido el que provenía del otro lado de las paredes de madera.

Un traqueteo repentino y después un movimiento brusco del carruaje la sacaron de su ensimismamiento. Sujetándose fuertemente con ambas manos a sendos lados del asiento que ocupaba, sintió como los caballos que tiraban de su vehículo se detenían en seco, probablemente levantando las patas delanteras en un claro gesto de desacuerdo. El frenazo fue brusco, empujando a ambas mujeres hacia delante y tirando algunos objetos que reposaban en alguna altura.

Asomando la cabeza por el ventanuco, Eléa miró hacia delante en busca de la causa de aquella parada imprevista, pero sólo alcanzó a ver una hilera de carros que, como el de ella, esperaban a algo. Uno de los hombres que viajaba junto al cochero caminó unos metros y volvió hasta el carro a paso ligero.

—Mademoiselle, un carro ha perdido una rueda. Parece que estaremos parados durante largo rato —le comunicó, volviendo después a su puesto.

Asintió levemente y se recostó en el asiento, perdiendo las formas que debía mantener en ciertas ocasiones. Reposó la cabeza en el respaldo y siguió mirando a través de la ventana, moviéndose inquieta y cambiando de postura cada pocos minutos. Finalmente se echó la capa por los hombros y salió del carruaje.

—Seguiré caminando —anunció al cochero y, sin darle tiempo a contestar se perdió entre la multitud.

Se cubrió la cabeza con la capucha de la capa ocultando parcialmente su rostro y se perdió entre la gente. El aire frío de la noche le refrescó y le hizo tiritar ligeramente, pero lo agradeció. El ambiente cargado del carruaje había empezado a agobiarla, al igual que los interiores de los edificios. Necesitaba respirar aire fresco, fundirse con la tierra y ser parte de ella. Caminó en línea recta hasta que el camino llegó a una barandilla que daba a un pequeño acantilado en medio de la ciudad. Desde allí se podía disfrutar de una vista de pájaro de parte de París. Una barandilla de hierro forjado evitaba que los transeúntes cayeran al vacío perdiendo la vida.

Eléa se arrimó a la barandilla y se quitó la capucha, dejando su cabeza libre. El aire la golpeó agitando su pelo y soltando algunos mechones, que volaron libres alrededor de su rostro. Cerró los ojos y respiró hondo varias veces. Después los abrió y simplemente miró aquella estampa a su alrededor. Con las manos sobre el frío metal escuchaba como los parisinos iban y venían tras ella, algunos se paraban a observar, otros pasaban de largo. Ella simplemente se mezcló entre la multitud, sintiéndose invisible.