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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Danna Dianceht Vie Ago 28, 2015 7:03 pm

En la búsqueda de la institutriz

Por más que deseara postergar el momento en que su pequeña hija tuviera su propia tutora; su propia institutriz, la duquesa sabía que era la hora de que eso sucediera. Con el compromiso y con el día del enlace con Scott tan cerca, no tenía mente para mucho más y en este tiempo necesitaría hacer mil cosas con lo que ya no podría estar tanto al pendiente de la educación de su pequeña. Y le costara asimilarlo o no, debía buscar la ayuda de alguien que en sus ausencias pudiese encargarse de la educación de su hija en todo lo referente de modales, historia y lenguas. Debía hacerlo quisiera o no, como así su madre en su momento también hizo con ella. Y ahora que estaba en París, iba a aprovechar su tiempo para entrevistarse con las jóvenes maestras más respetadas de toda la capital francesa.

No hizo falta mucho para atraer a las jóvenes candidatas al hotel en el que se alojaba. El anuncio de que una duquesa buscaba una tutora para su hija atraía mucho la atención y rápidamente Danna se encontró asediada con una larga cola de posibles maestras de su hija frente a su puerta. Sin embargo, todas y cada una de ellas las encontraba poco acertadas y poco aptas para su hija. Algunas eran demasiado jóvenes para el puesto, otras muy mayores y lo que encontró en la mayoría que le disgustó fue el hecho de que todas y cada una de ellas provenían de familias adineradas o con renombre, y no hacía falta saber mucho para adivinar las intenciones ocultas a la hora de conseguir el trabajo. Cualquier joven de buena familia de ser doncella o tutora de una duquesa, ya se hacía con una pequeña fama que luego podía consistir en encontrar un mejor buen partido e incluso, terminando con algún barón o caballero distinguido. Normalmente caballeros a los que en sus actuales circunstancias sería muy difícil de conocer o de entablar algo más que una vana conversación en alguna fiesta en la que podían asistir familias fuera del círculo de la realeza y la aristocracia.

Cuando terminó de despachar a la última de ellas suspiró cansada y extrañando las risas de su pequeña y su presencia alborotadora por la estancia, usó su último recurso para encontrar a la joven perfecta para el puesto que buscaba. Quería a alguien fuera de todo poder, o clase social elevada. Quería alguien humilde para su hija y que también pudiera reír a veces con ella. Recta pero a la vez; permisiva y dulce. Y por más que pensara en alguien así, la verdad es que ya le habían hablado antes de una joven así y precisamente ella iba a ser su última baza y esperaba, que la ganadora.

Aryine por favor, manda a arreglar el carruaje pequeño que debo salir con urgencia. —Dijo sonriéndole a su doncella y media hermana— Un sacerdote una vez me habló de una joven niña con grandes cualidades y creo saber dónde puede estar. Si mis averiguaciones no fallan, sé donde encontrarla.

La joven asintió y bajó a recepción donde empezaron a preparar el vehículo para la duquesa mientras ella se cambiaba de ropa. Danna dejó sus telas y vestidos de alta costura y se atavió con un sencillo vestido de aquellos que usaba para camuflarse entre el gentío cuando no quería ser descubierta. Enseguida quedó irreconocible, todo y que aún se distinguía entre las damas, la capa que portaba ayudaba a ocultar quien verdaderamente era. Con una sonrisa así es que bajó hacia recepción una vez terminó y subiéndose a la calesa que le esperaba en la entrada, solicitó al chofer que la llevase a uno de los hostales más regentados por la clase intermedia-baja, donde esperaba poder encontrar a la joven. Las últimas diligencias que había hecho le habían dicho que la joven se encontraba hospedada en aquel lugar, al menos hasta el día de hoy, por lo que mantenía esperanzas en poder conocerla y en encontrarla. Tampoco tenía mucho tiempo, ya que a la noche debía asistir a uno de los bailes de máscaras que se celebraban en el palacio Royal, pero si de algo si tenía; era curiosidad por conocer a la joven que tantos elogios se había llevado del sacerdote que una vez fue el confesor de su madre en vida tantos años atrás. Algo le decía que ella sería  la institutriz perfecta para su hija; Diana y deseaba averiguar el por qué de su corazonada lo más pronto posible. Hoy mismo tenía que haberla conocido y de ir todo bien, en los próximos días Diana también la conocería. Tiempo al tiempo.


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Mensaje por Calliope E. Graham Miér Sep 16, 2015 12:34 pm

Calliope observó las escasas diez monedas que le quedaban. Suspiró y las dejó sobre la mesita que había al lado de su cama. No es que la habitación tuviera grandes lujos, de hecho esa mesita era casi lo único que decoraba la estancia. Una cama demasiado vieja, un armario con termitas que amenazaba con desplomarse en cualquier momento y la mesita a su lado con una jarra de agua y un vaso. Eso era todo lo que tenía. Y seguiría siendo suyo al menos una semana más. Acababa de pagar por ello, aunque eso significaba que no le había quedado dinero para casi nada más. Tendría que encontrar un trabajo ya o de lo contrario...Sacudió la cabeza, no quería ni pensarlo. Se incorporó, ciñó a su cuerpo su modesto vestido, se recogió el cabello y salió por la puerta, con la esperanza de que los rayos del sol la animaran un poco, aunque no estaba segura de que eso pudiera ocurrir.

Nada más salir de sus aposentos, si es que a ese habitáculo se le podía llamar así, su casera llamó su atención. Calliope contuvo el aliento. No le gustaba esa mujer, pero sabía que ahora, a diferencia de los días anteriores, no iba a recriminarle que no hubiera liquidado todavía las cuentas pendientes. La muchacha se acercó y esbozó su perenne sonrisa, aquella que no se borraba de sus labios aunque su mundo se estuviera desmoronando por completo a su alrededor. La mujer le mostró el periódico y ella alzó una ceja, sin saber muy bien qué era lo que quería mostrarle. Los rechonchos dedos de la casera le mostró un anuncio que ella leyó con curiosidad. Una oferta de trabajo. Una que resaltaba entre todas las demás.—Es una buena oportunidad, Graham...para todos—dijo la señora, con su aguda y nasal voz. La chica se limitó a sonreír, apuntó la dirección que se daba, se la guardó en el bolsillo y, por fin, salio de esa pensión de mala muerte. Respiró hondo y dejó que sus pulmones se llenaran de aire puro. Releyó la dirección que había anotado en un papel arrugado y se mordió el labio inferior. No sabía qué hacer. Podía ir allí, sí, pero algo le decía que iba a ser más de lo mismo. Puede que ni siquiera se dignaran a mirarla, que desecharan su solicitud de empleo tan solo al escuchar su voz. No los culpaba, puede que ella misma lo hiciera si estuviera en la situación contraria. Sin un padrino, sin nadie que pudiera interceder por ella...

En realidad no era del todo así. No estaba completamente sola. Había un sacerdote que fue compañero del que la crió a ella y al que acudía cuando necesitaba hablar. Algo así como un consejero, aunque no del todo espiritual ya que cuando se veían hablaban de cualquier cosa, es cierto, pero no era bajo secreto de confesión. Era la única persona capaz de animarla cuando pensaba que era mejor marcharse, regresar a su casa. Era él quien le decía, rechazo tras rechazo, que cuando una puerta se cierra se abre una ventana y que solo tenía que esperar un poco más. Que tarde o temprano su oportunidad llegaría.

Sus pasos la encaminaron hasta el hotel donde se iba a llevar a cabo la entrevista para contratar a la institutriz, sin embargo ni siquiera llegó a entrar. Se limitó a observar a una distancia prudencial a todas las candidatas. Sus vestidos eran preciosos, elegantes e impecables, no como el suyo. Se sentía fuera de lugar, como si observarlas desde donde se encontraba estuviera mal. Suspiró. No, estaba claro que teniendo todas esas candidatas no iban a escogerla a ella. Tragó saliva y se apoyó en la pared del edificio que tenía a sus espaldas.

Las horas pasaron, o tal vez solo transcurrieron unos minutos que a la muchacha se le hicieron eternos. Colocó un mechón de su cabello detrás de su oreja y decidió que lo mejor era marcharse de allí. Podría regresar a la pensión, tomarse una buen baño, aunque no demasiado largo y con el agua más bien tirando a templada, por exigencias de la casera. Eso le ayudaría a despejarse y a pensar en un nuevo plan para su estancia en París. Quizá tendría que desechar la idea de que alguien la quisiera contratar para educar a sus hijos, para ser su institutriz. Quizá debería comenzar a plantearse buscar otro empleo, puede que sirviendo copas tras una barra de madera o...No lo sabía. Tampoco tenía muchos más conocimientos que los que los libros y las lecciones de aquel sacerdote que se apiadó de su madre y de ella le dio.

Todavía llevaba el cabello húmedo cuando alguien llamó a su puerta. Entreabrió ligeramente, lo suficiente como para dejar un hueco que le sirviera para poder saber quién era la persona que llamaba y alzó una ceja cuando se dio cuenta de que era la mujer que le había enseñado el anuncio esa mañana. La dueña de la pensión, la misma que la había mirado con desdén cuando había regresado y no traía buenas noticias. No es que la señora fuera un encanto y se preocupara por todos sus huéspedes, más bien por la fama, el dinero y la posibilidad de poder obtener algo. Calliope no quería ni pensar en  las historias sórdidas que una mente como la de esa mujer pudiera haber estado imaginando, pero seguro que todas pasaban por un caballero con una buena cartera que visitara esa pensión en busca de algo de privacidad en el antiguo cuarto de la nueva institutriz de sus hijos o algo por el estilo. La señora le avisó de que una distinguida dama la buscaba, por lo que Calliope alisó todo lo que pudo su vestido y fue hasta la recepción.-Me han dicho que me buscaba, señorita-comenzó a decir-Pero me temo que ha sido un error, que le han dado mal las señas de la persona que busca y que su viaje habrá sido en vano. De todas formas...¿Le puedo ofrecer un vaso de agua? ¿Té? Por las molestias-dijo, mirando a su alrededor. Sabía que el lugar en el que se encontraban distaba mucho a los que esa mujer estaría acostumbrada y rezó para que no saliera ninguna cucaracha de algún rincón.  
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Mensaje por Danna Dianceht Lun Sep 21, 2015 6:42 pm

El ambiente en París siempre había sido característico, y a ojos de Danna era un sinfín de contextos en un mismo paraíso. De un momento a otro podía estar un carro paseándose por la avenida más lujosa de la gran capital y de pronto estar en cualquier otro barrio. El de los obreros, las clases medianas y por último los oscuros callejones  y los temibles suburbios de las clases más pobres. Luego se encontraban los coloridos mercados ambulantes en las calles del centro, los grandes hoteles, las magníficas plazas francesas y el palacio Royal, lugar donde se movía la mayor cifra de dinero al ser las temporadas de valses y fiestas. Los bosques, la laguna y el puerto junto a su playa, si, sin duda París era bella y cada uno de sus rincones también. Por eso, cuando la calesa la llevó por aquellas calles que no solía visitar, no dejó de observarlo todo. Era como si estuviera en uno de sus teatros y obras favoritas, en que no podía dejar de mirar y cualquier cosa, por pequeña que fuera atrajera su atención. Era una mañana soleada y la luz del sol ayudaba a verlo todo de forma muy distinta a como podría otro verlo a simple luz de la tarde o de la noche. El caballo oscuro que llevaba la pequeña calesa finalmente, y demasiado temprano para la duquesa se detuvo frente unos edificios. Ahí estaba el hostal que debía visitar y esperaba hacerlo para encontrarse con esa joven, que esperaba pudiera recibirla. De no ser así, sin embargo, estaba dispuesta a regresar otro día. Le habían hablado muy bien de esa joven y si se fiaba de alguien, era de aquel sacerdote.

Esperadme aquí hasta mi regreso, por favor. —Solicitó cuando el chofer bajó y la ayudó a bajar de la calesa ofreciéndole de apoyo su brazo. Él joven asintió y dejando a la duquesa frente la puerta de su destino, se centró en el caballo que necesitaba reponer fuerzas y seguramente, de algún sorbo de agua. Danna miró el papel que tenía doblado en su mano y releyendo el nombre del hostal donde le habían asegurado encontrarse la joven, se aseguró de que fueran el mismo y al ser así, fue hacia él y abrió la puerta con decisión. Era ahora o nunca y quería dejar el tema de la institutriz de su hija, listo para todos. Tirando de la manecilla de la puerta, entró en lo que parecía una sobrecargada recepción, que quizás deseara aparentar más importancia de la que realmente tenía al estar llena de cuadros famosos y decoraciones en oro. Enseguida al ver todo aquel arsenal de decoraciones doradas, le nació una sonrisa y yendo directamente hacia la señora que se encontraba al otro lado de la recepción, le sonrío.

Buenos días madame. Necesito hablar con una joven que creo saber que se hospeda en una de sus habitaciones. Se llama Calliope y me temo, no tener su apellido completo pero me dijeron algo como Gradam o Graham. ¿Puede ser, eso verdad?— Preguntó tomando por sorpresa a la señora que se quedó unos instantes en silencio, sin dejar de mirarla, hasta que parpadeó y asintió. — La joven que busca se encuentra aquí, recién llegó apenas unos minutos, así que iré a llamarla. ¿Algo que quiera decirle? — La señora aún parecía conmocionada y al ver uno de los anuncios en la mesa de recepción de su anuncio de trabajo, la hizo atar los cabos y reír. Pese a su disfraz, parecía que era muy fácil descubrirla. — Solo que es urgente y necesito hablarle. Podría venir otro día si le va mejor, pero me gustaría dejar hoy el asunto zanjado y poder conocerla de primera mano. —Le contestó. La hostelera asintió y murmurando quien sabe qué demonios en vos baja para sí misma, dejó a un encargado en la entrada y se perdió escaleras arriba, buscando a la joven.

La duquesa aprovechó para observar el lugar y descubrió un pequeño salón, parecido al salón donde tomaba té en ocasiones y sonrío. Aquel lugar sería magnífico e ideal para llevar a cabo la entrevista, a pesar de que más que entrevista simplemente quería conocerla y entablar conversación. Estaba segura que con solo verla sabría si era la acertada o de nuevo, se habría equivocado con sus corazonadas, pero en cuento oyó las pisadas de la joven y subir la mirada a verla llegar hasta donde ella le esperaba, temió inmediatamente no haber equivocado ni un ápice. Calliope era como se la habían descrito, y todo cuanto transmitía con solo fijarse un poco en su reluciente aura, era tranquilidad, serenidad y paz. Lo que más le valía adquirir un poco Diana, ya que cada día que pasaba se volvía más inquieta y aún más curiosa que su propia madre.

Temo que esto no es ningún error, y que es a vos a quien deseaba ver y con quien tenía que encontrarme. Siento haber llegado sin aviso previo e interrumpiros, espero no molestar con mi inesperada presencia.—Contestó ella tras las palabras de la joven con una dulce sonrisa en sus labios. Enseguida, Calliope llegó junto a ella, notó el interés que ponía la señora del hostal en ambas y aquello aunque acostumbrada a ser el centro de atención, en aquel momento la incomodó. No deseaba estar intranquila en ese momento y aún menos sentir que a cada segundo unos ojos taladraban su espalda, llevándose todo cuanto decía a su memoria para luego repetirlo miles de veces, terminando por enredar toda palabra que hubiese dicho. Así que ladeando el rostro para la recepción donde las observaban, esperó que la joven se diera cuenta y no tomara a mal sus palabras de a continuación. — Este lugar creo por eso, no sea el apropiado para poder hablaros de mis motivos al venir aquí y demandar vuestra presencia. ¿Os importaría acompañarme a un lugar un poco más privado, como al salón del té de la habitación contigua… y así dejamos de molestar a la amable dueña del hostal a cargo del mismo, y tomamos allí el refrigerio? — Preguntó aprovechando que los únicos que ocupaban el salón del te justo en ese preciado instante dejaban el mismo vacío. Sus palabras, sin embargo, habian sido cuidadas con esmero para que la dueña del hostal no pudiera sentirse ofendida, sino incluso alabada de que otro pudiera considerar un alto despropósito poder siquiera molestarla. Así se aseguraba de cierta forma de que pasara lo que pasara, nadie se la tomara con aquella joven.

Traednos dos vasos de agua, por favor. — dijo a la dueña del hostal que asintió y mandó a una joven a traer agua y vasos para ellas. Danna se adelantó unos pocos pasos y esperó a que la joven fuera con ella.  — Si os preguntáis quien me habló de vos, fue un amigo que siempre os quiso mucho. Un sacerdote que en sus tiempos me ayudó y a quien nuevamente recurrí en busca de consejo. Lo que me llevó hasta aquí y hasta vuestro nombre. Soy de confianza, como por lo que sé también sois. — susurró al llegar a su lado y decirlo de forma que nadie más pudiese oírlo. — ¿Vamos, entonces? Con suerte no únicamente nos traerán el agua. —añadió divertida adivinando las acciones de la señora que para aparentar y quedar bien, ahora que sabía que una duquesa extranjera se encontraba en su casa, no creía que únicamente las agasajara con la mejor agua francesa. Con suerte podrían comer algo y de ser posible, alguno de esos croissants que tan deliciosos los hacían en esa tierra.
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Mensaje por Calliope E. Graham Vie Ene 08, 2016 8:08 pm

Calliope se desplomó sobre la cama. Estaba agotada, y hasta la última fibra de su ser le dolía. Se descalzó, sintiendo, así, un alivio momentáneo y dejó que un suspiro se escapara de sus labios.  Se sentía completamente perdida, tanto así que ni las palabras de aquel sacerdote conseguían calmarla. En momentos así le gustaría escuchar la voz de su pequeña, pero eso no era posible, por lo que se tenía que conformar con ver y acariciar un pequeño retrato que guardaba en un camafeo, colgado de su cuello. Cuando se sentía desolada y completamente sola, algo que le ocurría demasiado a menudo como para decirlo en voz alta. Se sentía casi como una completa inútil, el dinero comenzaba a escasear y los pocos ahorros que había conseguido juntar para poder empezar una nueva vida en París parecían no ser suficientes. Y, encima, seguía sin encontrar trabajo. Parpadeó un par de veces. Le hubiera gustado darse un baño, pero ese era un lujo que a esa hora no se podía permitir. Si salía de su habitación en busca de la dueña de la pensión pidiéndole que calentara un par de barreños de agua, no solo se reiría de ella, sino que le pediría un precio desorbitado por la hora que era. Dinero que no podía permitirse gastar. Y tampoco convenía enfadar a la mujer. Su situación ya era bastante complicada como para añadirle un problema más haciendo que ella se encargara de que su vida allí en la pensión fuera un auténtico infierno.

Volvió a fijar la vista en el retrato de su hija, acariciando el cabello de la pequeña, su frente, su mejilla...Tal y como le gustaría estar haciendo en ese preciso momento. Tragó saliva. Pensar en ella siempre le daba fuerzas, le hacía levantarse día tras día con una sonrisa en sus labios, pensando que ese era el día en el que todo cambiaría y encontraría trabajo, dándole así una vida mejor a su niña. Era un ritual que se repetía todos los días ya que esa sonrisa que tenía por las mañanas iba desapareciendo al igual que la luz del sol. Negativa tras negativa, minuto tras minuto, hora tras hora. Escuchó unas voces en el pequeño habitáculo que hacía de recepción, pero no le dio importancia. Era normal que la gente fuera y viniera, a pesar de las horas, y estaba demasiado cansada como para pensar en nada más. Su mente se encargaría de pensar en las rutas que seguiría al levantarse, en los lugares que visitaría pidiendo un trabajo, hasta quedarse completamente dormida. Su cuerpo dejaría que el cansancio la venciera una vez más. Y luego todo volvería a comenzar.

Acababa de cerrar los ojos cuando alguien entró en su habitación sin llamar. Se incorporó de un salto, buscando algo que pudiera servirle de arma con la que defenderse. Sus ojos se fijaron, tras unos segundos, en la persona que había entrado y respiró de nuevo al ver que era esa mujer. Ni siquiera se había dado cuenta de que había dejado de respirar, de que había contenido el aliento.—¿Le puedo ayudar en algo, señora?—le preguntó, aunque por su mente pasaban mil formas de recriminarle el hecho de que hubiera entrado así. Puede que ella fuera la dueña de todo, pero mientras pagara esa habitación era suya y de nadie más.—Será mejor que se ponga su mejor vestido y se arregle...O haga todo lo que pueda al respecto. Una dama que claramente es extremadamente refinada ha venido a nuestra humilde casa buscándola. No entiendo las razones por las que alguien así buscaría a alguien como usted, pero seguro que se corre la voz y eso le dará más caché al negocio. ¡Puede que incluso sea una noble! ¡Una dama de alta alcurnia en mi casa! Eso será bueno, muy bueno.

Por un segundo Calliope pensó que, a pesar de no expresarlo de la mejor de las maneras, la mujer se estaba preocupando por ella, pero pronto volvió a la realidad. Esa mujer no se preocupaba por nada más que no fuera ella y su negocio. Todavía menos de una muchacha que hasta ese momento había parecido ser más un lastre que cualquier otra cosa. La joven asintió tímidamente, se arregló lo mejor que pudo, peinando su cabello con sus propios dedos y salió tras la señora, en busca de esa dama que había ido hasta allí para verla a ella. Se encontraba nerviosa, no sabía quién era ni lo que quería, pero por la forma en la que la dueña la había descrito...Se mordió el labio inferior y tragó saliva. Se sentía pequeña, muy pequeña, y esa sensación aumentó cuando contempló a la damisela que se encontraba en la recepción.

Escuchó con atención las palabras que salían de los labios de la desconocida.—Alguien como usted no podría molestar, señora—le dijo, sintiéndose tentada a hacer una leve reverencia, cogiendo su falda y arrugándola entre los dedos. Le hubiera gustado poder ofrecerle algo ella misma, pero dependía de la dueña de la pensión. Y por experiencia propia sabía muy bien que todo lo que allí se servía distaba un poco de ser algo apetecible. Comestible, sí, al no haber nada más, pero apetecible...Volvió a esbozar una tímida sonrisa y la miró de nuevo. —Pase usted primero, por favor—le pidió, haciendo un gesto con su mano derecha hacia la sala de té que la dama había señalado y dando las gracias a Dios porque de esa forma no tendría a la dueña revoloteando a su alrededor. Si hubiera sido ella la que hubiera propuesto algo así no le habría parado sus planes, pero dudaba que ella fuera a hacer algo que pudiera molestar a la inesperada invitada. No en vano antes había dicho que su presencia sería buena para el negocio, que pronto el boca a boca se encargaría de que todo el mundo lo supiera y quisiera ir a alojarse a allí.

Calliope se tranquilizó un poco al saber que esa extraña reunión que se estaba sucediendo era cosa del sacerdote. Confiaba plenamente en él, por lo que esa damisela tenía su total confianza por el simple hecho de tener la del cura.—No le aconsejo que pruebe los dulces que aquí se sirven, puede que le resulten algo indigestos—murmuró, cuando la dueña ya se había marchado—Aunque es posible que tratándose de usted nos sorprenda con los más exquisitos manjares, seguro que tendrá algo así por la despensa—añadió, ladeando ligeramente la cabeza. Se sentó en uno de esos sillones de color crema con adornos en azul pastel y la miró directamente a los ojos, aunque fue incapaz de sostenerla durante más de unos segundos.—Siento si le parezco irrespetuosa o directa, pero...¿Puedo saber qué hace aquí, señora?—le preguntó, dejando que la curiosidad le venciera.
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Mensaje por Danna Dianceht Miér Feb 24, 2016 9:14 am

Al entrar en aquel lugar al cargo de aquella tan excéntrica señora, no sería de extrañar que otra en su misma situación, se hubiese dado la vuelta inmediatamente y hubiese abandonado prontamente el lugar, junto con la razón que la había llevado allí desde un buen principio. Por suerte, Danna no era de las que pensaban así, ni de las que juzgaban a nadie por ser como eran y además, siempre intentaba ver más allá. Y esta reunión le iba a ser muy importante por el simple hecho de que podría ver con sus propios ojos lo que otros le habían dicho y eso, para la licántropa era primordial y no tardó mucho en darse cuenta de que aquella joven reunía perfectamente cada una de sus expectativas. No era como si hubiese sido creada específicamente para ese puesto, sino que lo abordaba magistralmente incluso. Y sabiendo aquello no únicamente supo que había hecho bien acercandose a ella, sino que sintió una fuerte corazonada de que estaba ante quien y en el lugar, adecuado.

La duquesa vio la preocupación de la joven en cuanto le avisó de que quizás fuera mejor no probar de lo que les trajesen de comer y sonrío, aquello mismo esperaba encontrar en quien tomara el puesto de la tutora de su hija, Diana y también, en ella. Después de todas las maravillas y todas las loables aptitudes que le habían dicho que esta poseía, no esperaba menos. Y por el momento, la joven no la decepcionaba, sino todo lo contrario. Por primera vez en la mañana se arrepintió de no haberse llevado a su hija al encuentro, ya que así podrían conocerse y no se alargaría mucho más de lo necesario la primera toma de contacto. No obstante, las situaciones la habían llevado a creer en que su hija estaría mejor lejos de aquellas calles y que primero debía de conocer ella a la joven, antes de que Diana la conociera. El instinto de madre, protector y celoso como el de una loba protectora con sus lobeznos, en Danna se sentía de igual forma, al fin y al cabo, ella era también una loba y así solía actuar cuando se trataba de la seguridad de su pequeña, aunque fue justo esa protección que desbocó toda la verdad hacia Astor, cuando se encontraron y él quiso saber por Diana.

Yo preferiría que me sirviesen como a alguien corriente, sin distinción de ninguna clase y si, aun siendo lo mejor, las pastas se encuentran secas, se lo agradeceré de igual forma. —comentó tomando asiento frente a la joven que la observaba con curiosidad y a la que miró de igual modo. Calliope apartó la mirada y la duquesa la suavizó, su hija y ella acostumbraban a jugar esos juegos de aguantar la mirada cuando la pequeña no deseaba irse a dormir y la desafiaba de aquel inocente modo, más se había vuelto una manía en los últimos tiempos y sin querer, era completamente consciente de lo que su mirada a veces provocaba en los demás. Que bajasen la mirada, un sentimiento de inferioridad entre otras tantas cosas… y aquello, sin duda, era lo último que la duquesa deseaba. Aún menos de tratarse la que pudiera ser quizás la tutora de su hija y seguramente, amiga de ella. Pues al final, todos los que trabajaban con ella, eran de su confianza y en parte, familia. — Gracias por su aviso y preocupación, os prometo tendré cuidado aunque me da a mí, que si guarda bajo llave sus mejores surtidos, solo es para poder ofrecerlos a quienes le den un buen soplo de aire fresco que llevar a sus amistades más relevantes, y acudiendo una realeza extranjera a su humilde caserío, me jugaría a lo que queráis que ahora está tramando como sacar provecho de ello.

Dedicó una escueta mirada hacia donde la puerta se había cerrado, en la que se veía la sombra de la casera ordenando quien sabe que a su servicio y sonrío al escuchar finalmente la pregunta que esperaba. La curiosidad hoy en día era elemental y aunque su hija presentaba demasiada curiosidad por su propio bien en aquel mundo lleno de bestias sobrenaturales y asesinas sombras, estaba segura que tener una tutora, una institutriz de igual forma curiosa, le haría bien. Además, sin añadir lo bien que le haría la presencia humilde de alguien que no ha nacido entre algodones. Danna tampoco era la encarnación viva de la realeza, siempre Lenore, su fallecida madre le había inculcado una humildad y una cercanía inusual con la gente que le rodeaba, lo que terminó haciendo que la niña se volviese en la mujer hecha y derecha que ahora era. No obstante, el deseo de proteger a su hija estaba segura que algunas veces la haría pecar y para estar segura de que la educación de su hija, fuera lo más humilde aunque recta posible, necesitaba alguien que conociera ese mundo.

Me parece muy inteligente y yo también de estar en vuestra posición, me plantearía esas mismas preguntas. —coincidió volviendo su vista de nuevo al de ella y sonrió con franqueza. — Os seré franca, acudí a usted para evaluarla y a ofrecerle un puesto al lado de mi familia. Seguramente de aceptar lo que os ofreceré a continuación, vuestro estilo de vida cambie y debaís de abandonar ciertas temporadas estas tierras, pero la paga, vuestros honorarios, como así los beneficios que tengáis estoy segura podrán llenar vuestras expectativas, y si es verdad lo que el sacerdote me confesó, creo fervientemente que sea así y seáis la adecuada… lo que por el momento, solo habéis hecho que atestiguara cierta afirmación con vuestros impecables modales. — No buscaba unos modales como aquellos que les eran enseñados a toda la realeza, o a la clase alta de la burguesía. No quería educar a su hija en la lección de que lo único que debían hacer las mujeres era buscar un buen matrimonio y cuidar a sus esposos. También quería que por sí sola se supiese defender y pudiese pelear por sus propios intereses algún día. Por esas razones había terminado hablando con el sacerdote y finalmente, terminando con el nombre de aquella joven en un papel. —Busco una institutriz para mi hija Diana, de seis años y el señor, se creía convencido de que erais perfecta para ese puesto. —añadió finalmente, y  tras esas palabras la señora del lugar irrumpió en la sala llevando una safata, junto a un criada que llevaba los cafés.

Enseguida dejaron las pastas en la mesa, la duquesa sonrío al ver que en efecto, la señora había sacado sus mejores reservas para la ocasión, sin embargo, no todo estaba excelente. En una muestra de despreció y distinción puso la mitad del plato con las mejores pastas y en la otra mitad, las que suponía eran las pastas que ofrecía a cualquiera de sus clientes. Pastas pasadas, secas, e incomibles. Saber aquello la hizo fruncir los labios y antes de que pudiese hablar, los despidió con la mano al mismo tiempo en que moviendo el plato, dejaba las pastas más exquisitas al alcance también de la joven entrevistada. — Por favor, coged con confianza, no me gustaría que os privasen en mi presencia de probar tal exquisitez. —le dijo esperando que cogiese alguna de aquellos dulces y empezara con sus preguntas, que bien sabía se encontraban en su mente. De haber sido ella la joven, habría explotado a preguntar todo cuanto su curiosidad le hiciese decir, y el modo en que en cambio aquella joven parecía aceptar y asimilar todo aquello, era encomiable, muy difícil de hallar.


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Danna Dianceht
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