Jarko Räsänen

Hosco. La vida lo ha hecho amargado y cínico, por lo que posee cero sentido del humor. Para él, el vaso siempre está medio lleno, pero cuando aparecen los demás, está vacío. Encuentra fallos en todo. Su propósito es destruir a los sobrenaturales, a tal punto que dicho fanatismo consume su existir. Vive por y para su causa. Siendo hijo de dos grandes cazadores, creció con la idea de ser el mejor entre lo mejor. Para Jarko, el fin justifica los medios, pues la causa es más importante de aquellos que la sirven. Es autócrata, quiere estar al mando. Ansía tener el reconocimiento como su padre lo tuvo una vez y como Lastor lo tiene ahora. Está convencido de que los demás son unos incompetentes. Codicia el poder y el control. Vive ansioso de elogios. Ansía aprobación y alabanzas, no de todo el mundo, simplemente de él: de quien le vio crecer; razón por la que recurrirá a cualquier cosa para conseguirla, incluso arriesgando aquéllo que aprecia y ama; o a sí mismo, de ser necesario. Altamente competitivo. Disfruta de perseguir la victoria. Para él, todo es una oportunidad para demostrar su superioridad como líder, como el más productivo, como el más imprescindible. Perfeccionista. Pide lo mejor, sólo lo mejor. Los trabajos a medias no le producen ninguna satisfacción, por lo que espera el mismo grado de compromiso de los demás. Es estricto y exacto, buscando cumplir con cada uno de sus objetivos de la manera más rápida y eficaz. Vorazmente astuto. Piensa y razona rápidamente en una situación dada. Mantiene la calma cuando el caos se desata. Pero es su ingenio, sin duda, su mejor arma.


Decir que Jarko Luukas Räsänen lo tuvo todo, es quedarse corto. Su padre, Niels, además de ser el dueño de una importante cadena de pastelerías, era un renombrado miembro de la Santa Inquisición y; como si aquello no fuese suficiente, su madre, también pisaba de cerca sus pasos. En una Organización donde el machismo estaba a la orden del día, Raffaella se hizo con una reputación intachable e incuestionable con sus cualidades. De modo que el primogénito de los Räsänen supo, desde el momento en que abrió los ojos, que su destino era servir como cazador. Nadie jamás se lo ocultó. Niels estaba orgulloso de que el primer miembro de su familia, fuese un varón al que pudiese instruir, tal como su padre había hecho con él. Mientras otros niños escuchaban cuentos para dormir donde los monstruos atemorizaban, Jarko creció oyendo las hazañas de Niels y su hermano, Lastor. A pesar de que el señor Räsänen salía durante las noches para cumplir con las misiones que le otorgaban o en viajes improvisados, siempre que podía pasaba tiempo con su hijo. En sus cumpleaños, Jarko no recibía juguetes como cualquier otro niño. Su padre le otorgaba armas, a sabiendas de que un día, serían esgrimidas para salvar vidas. Niels solía explicarle cómo debía sostenerlas, en qué órganos vitales golpear e incluso mencionarle cuánto tiempo podía la plata darle ventaja. No es que Jarko entendiese a la edad de cuatro años, pero su padre, parecía no poder esperar a que creciera para insertarle sus conocimientos. Con Raffaella, no era del todo distinto, aunque por ser su hijo, siempre hubo una reticencia a tratarlo como uno más de sus alumnos. El pequeño, sin duda, creció apegado a ella. Quizás se debía a que era quien más se quedaba en casa o que Jarko, presenciaba sus entrenamientos, admirándola.

Cuando a los cinco años le anunciaron que la familia pronto crecería, la noticia le llenó de alegría. Él, había dicho, enseñaría al nuevo integrante sobre los monstruos que cazarían. Juntos, serían imparables; tal como su tío y su padre. Sin embargo, la desgracia golpeó a los Räsänen. Niels cayó en un enfrentamiento con un vampiro y él, resultó ser ella. Al principio, Jarko veía a la nueva criatura con desconfianza. Se sentía decepcionado. Había estado esperando nueve meses para tener un compañero y ahora, se veía en la tarea de cuidar de una pequeña. Sorprendentemente, la muerte de su padre lo alejó de Raffaella y lo unió a Katriina. Fue Lastor quien por esa época, se acercó más a ellos, cuidándolos y protegiéndolos. Jarko no podía evitar mirarlo con reticencia al principio, pues fue evidente para él, que comenzaba a usurpar un lugar que no le correspondía. Pero a la edad de cinco años, la memoria es propensa a olvidar y, conforme los años pasaron, los pequeños detalles le hicieron ver a Lastor como el padre que había perdido. El que fuese inquisidor como sus padres, ciertamente ayudó, pues el sueño de Jarko siempre fue seguir los pasos de su progenitor. Cuando finalmente ingresó a la Inquisición para formarse como los demás, no podía evitar sentirse por encima de ellos. El Buitre Negro era su padre y aquello, ciertamente, le hizo ganarse a todos como sus enemigos; pero no le importaba, lo que realmente quería era ganarse la aprobación de éste. Lastor era admirado y odiado a altos niveles. Ni bien llevaba mucho tiempo en la Organización, la tragedia los golpeó: Raffaella se convirtió en uno de los seres que más odiaba. Si alguien les hubiese advertido que su metamorfosis los alcanzaría a todos, quizás habrían estado preparados para lo que se venía.


■ Todo el amor y la admiración que sentía por su madre, se transformó en puro y visceral odio al enterarse que ella, se convirtió en vampiro.
■ Si los cazadores tienen un ídolo, sin duda, el de Jarko es Lastor. Entrena duro (hasta la extenuación en la mayoría de los casos) sólo para agradarle.
■ Continúa dirigiendo la cadena de pastelerías, pues sigue usándolo de tapadera.
■ El lazo que forjó con su hermana es inquebrantable, por ello, detesta que Raffaella le haya injertado la semilla de la desconfianza, pues teme que Katriina siga sus pasos.