~Lecho de luna menguante~ (Annabel Hemingway)

Hace ya varias horas que la noche se cernía sobre el cielo de Paris adquiriendo en el mismo una luminosidad tan brillante que lograba opacar a las múltiples estrellas que habían decidido acompañarle esa noche pero que a su lado palidecían en cuanto a belleza y presencia. La luna aún en su estado menguante atraía a ciertos seres de naturaleza nada ordinaria, primordialmente a aquellos que se encontraban clasificados como hombres-lobos o en un término más sofisticado para la época: licántropos.

De qué manera influía en los diferentes seres nocturnos, no sabría decirlo pues ese asunto poco le interesaba a la loba que hace mucho había perdido a su ser más querido, a otro de su misma especie, a quien a pesar de transcurrido el tiempo aún ella lloraba tanto físicamente como en sueños pues el recuerdo de aquel a quien había amado le perseguía en ellos de forma recurrente impidiéndole proseguir con su vida y alimentando en ella el deseo de venganza, deseo que crecía y que nunca se extinguiría pues en realidad nunca nada podría resarcirla de la pérdida.

En esa noche Annabel no dormía, un sueño inquieto la había despertado unas horas antes, provocando en ella un ligero temblor que tardó aún un momento en desaparecer del todo. Abandonó el lecho y se acercó a la ventana adonde al observar la luna se detuvo en ella unos minutos, abstraída por su brillantez, y más aún como obedeciendo a una especie de hechizo en el cual la misma le comandaba que abandonase su mansión. La loba que dormía en el interior de la mujer dominaba sus actos en ese momento, orillándole a cambiar rápidamente su camisón de seda por otro atavío más apropiado para salir.

Si tan sólo las parcas dejaran de joder con los hilos de mi vida y me resultase factible toparme con ellos... ah entonces disfrutaría de esta noche... sin importar cual fuera el resultado. No me importaría teñir mi piel de sangre y heridas si pudiera de alguna manera castigar a los que en el nombre de la iglesia tiñen de sangre sus celdas y calabozos día tras día invocando a un Dios al que en realidad no sirven sino que usan como simple pantalla para hacer lo que desean, igual o peor que los fariseos. Falsos...

Annabel caminó por la ciudad, examinando las calles con la mirada y adentrándose en los oscuros callejones que en el pasado ya había recorrido y que por ende conocía a la perfección. A su paso solo se topó con un borracho somnoliento quien la miró con ojos vidriosos antes de volver a entregarse a morfeo tras cubrirse con unas cuantas hojas de un periódico. Ella no le prestó demasiada atención sino que siguió su avance, buscando y deteniéndose un instante, con la mirada fija nuevamente en la luna, arqueó las cejas un momento, en rotunda protesta.

-¿Para que me orillaste a salir? Si no fue más que para reírte silenciosamente de mi...- Escuchó entonces un sonido y mirando alrededor inhaló percibiendo el aroma de un caminante nocturno.  -Si sóis de los que se dedican al robo y al hurto y aprovechando las sombras nocturnas creéis que seré presa fácil os equivocáis por completo.- Dijo en voz alta al aire, tanto en forma desafiante como plena advertencia. -Por lo que en realidad si tales son vuestras intenciones os convendría más seguir vuestro camino, si en algo valoráis seguridad y pellejo.- Calló entonces y aguzó el oído pues el personaje se había detenido en sus pasos y a esas horas y en semejantes lugares las posibilidades de encontrarse con un alma noble eran escasas. A menos... que fuera uno de ellos... en ese caso todo sería diferente, y al imaginarlo el corazón de la loba comenzaba a latir con mayor fuerza.

Los latidos del corazón de Annabel continuaban golpeando con fuerza su pecho. Si tan solo fuera uno de ellos, pensaba, si fuera uno de los llamados siervos de la Iglesia, uno de aquellos mismos que se dedicaban a pregonar los mandatos divinos y a calificar a todo ser inmortal como blasfemia y apostasía. Si fuese uno de los miembros de la llamada Inquisición y la luna le hubiese traído frente a ella... A uno de los que capturaban, atormentaban y torturaban de las formas más crueles, arrancando confesiones por todos los métodos imaginables, cercenando voluntades y quebrando espíritus, sin importar en realidad si los capturados eran realmente culpables o no. Si se topaba con uno de ellos no sería el primero, ni el segundo, ni el tercero y mientras le quedase algo de aliento que continuase alimentando su impulso motor, mientras esa bomba que impulsaba la sangre en sus venas continuase su diario trajinar en su pecho, se aseguraría de que tampoco fuese la última vez.

Cada fibra del cuerpo de la loba se tensó, sus ojos se concentraron aún con mayor intensidad en la oscuridad nocturna que invadía el callejón en el cual se encontraba de pie, inmóvil y atenta, ajustando su mirada con prontitud a la ausencia de luz gracias a su naturaleza de licántropa. Sus oídos siguieron los sonidos que cercanos se escuchaban pero sutiles, indicando que el ser que deambulaba muy cerca era un sobrenatural, así como se lo había indicado igualmente hace unos minutos el aroma tan peculiar que suele caracterizarlos y que ya hace tiempo había aprendido a reconocer.

El corazón de la loba entonces cambió su ritmo, desacelerando su bombeo y tornándose más apaciguado, aunque no por ello dejó de estar alerta. No era extraño que uno de su especie decidiese pasearse a altas horas nocturnas por pasajes solitarios de la ciudad pero cabía esperar que efectivamente, sus intenciones fuesen oscuras y anduviese buscando desventuradas víctimas a quienes desvalijar o que quisiese llevar a cabo asuntos de índole más morbosa y perturbadora. A muchos de ellos les dominaba la locura al no poder balancear de forma efectiva al lobo y al humano, o la desesperación de no poseer dominio de si mismos o de sus memorias durante las noches de luna llena. Era demasiado para las voluntades más débiles y quebradizas, y en esos casos en que la demencia predominaba se podía esperar cualquier cosa.

El castaño cabello de la mujer lobo se agitó suavemente bajo el influjo de la brisa nocturna y de entre las sombras, en lo que habían sido apenas unos escasos segundos, surgió el licántropo y no era este nada de lo que había esperado ver. Más bien tratábase de un hombre bastante joven, al menos en apariencia, ya que aunque físicamente resemblaba una edad similar a la suya, basándose en un primer vistazo no tenía manera de saber si en realidad tenía el doble de esa edad.

Sus ropas eran más bien modestas, por llamarlas de alguna manera, pero Annabel no reparó en eso sino más bien en sus manos elevadas que de esa manera querían reafirmar sus palabras.

Relajose entonces finalmente después de verle, al no parecer una amenaza, al menos inmediata. Sus brazos se alzaron para de esa manera envolverse en un intento de abrazo propio que al rodear su pecho buscaba protegerla del repentino frío helado que erizaba los finos vellos de los mismos, pero no era ni la brisa que en ese momento casi se volvía inexistente ni el clima, sino más bien la reflexión que cruzaba por su mente la que lograba tal efecto.

¿Qué hacía ella allí? ¿Había seguido el llamado de la luna que imperiosa la había orillado a abandonar su morada? ¿Había sido su inquietud artística que aún en lugares citadinos buscaba inspiración para más tarde vertir en sus lienzos? O más bien... había escapado del lecho que en aquella noche le había cobijado entre sus sábanas otorgándole una falsa sensación de serenidad e invitándola a dormir para luego condenarla a soñar con él...

Se mantuvo en silencio un instante, con los ojos fijos en el presente acompañante, sin mirarle en realidad pero no duró esa especie de abstracción mucho tiempo. Le vió entonces realmente por primera vez y con la mirada fija en él apretó ligeramente los labios, gesto que indicaba que no le gustaba demasiado que tras presentarse le estuviese formulando dicha pregunta, aunque pareciese hacerla de forma inofensiva.

-Interesante elección de palabras las que acaba de utilizar...- dijo, en un tono más tranquilo, analizando al recién llegado. -La maldición del lobo como usted le acaba de llamar impulsa a muchos a salir en noches como esta cuando ella- señaló con un leve gesto de sus manos hacia la luna -nos lo indica así y en noches como esta aún en cuarto menguante suele ser muy persuasiva. Aunque si tras intercambiar saludos he de responder sinceramente a su pregunta, los motivos que me impulsan a recorrer la ciudad de noche no son los más puros ni los más benévolos.-

Los ojos verde azulados de Annabel permanecieron fijos en él mientras proseguía. -Es cierto que le he recibido con palabras más bien ásperas pero comprende usted los motivos.- En sus labios se dibujo una sonrisa ladeada. -Si usted fuera en realidad un ladrón y un asesino le resultaría más conveniente indicar que no lo es. Incluso su nombre podría no ser realmente su nombre o podría estármelo diciendo con la intención de no permitirme revelárselo a nadie si usted quisiera arrancarme todo soplo de vida.- Arqueó una ceja al mirarlo enfatizando las palabras pero sin usar un tono beligerante. Lo cierto es que el licántropo parecía honesto en sus palabras, y quizás por una vez en la vida podía ella bajar la guardia y optar por confiar en que alguien se presentaba tal cual como era. ¿No resultaría agradable toparse con alguno de su especie que fuese genuino?

-Annabel Hemingway.- dijo sencillamente, presentándose de esa manera. -Dígame, ¿a cuales seres del infierno se refiere específicamente?- Las palabras del lobo habían capturado su atención por un instante. -Algunos podrían señalar con bastante certeza, que nosotros, sobre quienes influye la luna de forma absoluta incitando nuestras transformaciones somos en realidad los verdaderos seres provenientes del infierno, aunque no todos lo veamos así. ¿Ha visto algo peor esta noche?- Por un instante desplazó la mirada de él hacia la luna que se visualizaba sobre su hombro en callado interrogatorio. ¿Qué pretendía hacerle lograr con este fortuito encuentro? O una mejor pregunta sería ¿Que era lo que ella misma pretendía lograr esta noche al recorrer estos miserables parajes?

La noche avanzaba de forma muy pausada  y de manera casi imperceptible. La luna no parecía moverse de su posición en el plano oscuro, como si fuera una pintura perfecta de la tenebrosidad nocturna  con millones de estrellas en congregación al blanco astro, que a pesar de su incompleta fase, no carecía de belleza y la luz que reflejaba era la idónea para no opacar a las constelaciones a su alrededor.

Debo admitir que no supe como leer esa ligera presión que note en sus labios, pudo ser simple erotismo, en un juego con la boca, o bien incomodidad y una muestra nerviosa, enojo, en fin… puedo imaginar tantas posibilidades de que fue lo que paso por su mente al realizar esa acción, puedo quebrar la regla base de la lectura e interpretar que sucedió en su subconsciente, y podrían aun así estar todos y cada uno de mis pensamientos total o parcialmente errados.
Me limite simplemente a pasar por alto el gesto y declararme como un desentendido con respecto a los sentimientos de emoción o remoción de mi acompañante, quedando en un “obstáculo” o desventaja que hacía tiempo no experimentaba en algo tan simple como una mera y vaga conversación.

-¿Por qué te interesa conocer las intenciones o motivos de aquella loba que deambula por nuestro camino?- Se preguntaba un tanto engorroso el cuervo.
-Simple curiosidad… o mero desgano e inapetencia… tal vez algo más maldito carroñero- Pensé molesto, discutiendo para mis adentros. Si, esa ave ya me tiene bastante enfadado por sus graznidos mientras permanecía en mi letargo sobre el tejado de aquella morada.

Decidí nada más entregar una ladeada y casi oculta sonrisa, mientras inclinaba la cabeza, al escuchar de sus ásperas y acertadas palabras sobre mi inexistente condición de ladrón o asesino. Pensé antes en retozar con el mismo tema, sin embargo era enserio muy pertinente su apreciación del asunto y podría bien, mal interpretarse mi posición y espantar o enfadar a Annabel.

~Precisamente, al menos para mi parecer estamos considerados en ese término “despectivo” tal vez para algunos~ Le dije a la mujer, para luego subir la vista a lo que al parecer nos convocó esa noche. ~Seres del infierno como nosotros los lycan, obligados contra nuestra voluntad a volvernos feroces bestias sin conciencia alguna de la humanidad que alguna vez poseímos...~ deje notar sin intención alguna un ligero pesar por la condición que poseía hace ya tantos años, pero fue inevitable, tengo un especial agrado por los demás licántropos solo por el hecho de pertenecer a “La Manada”, sin embargo yo mismo no estoy incluido en ese simpatía propia.

Volví a bajar la vista hasta encontrarme con sus luceros y continúe~…pasando por las inmortales criaturas con complejo de murciélago que emiten un aroma que trae la muerte enseguida a nuestras mentes, incluso los humanos con poderes como son los hechiceros que rompen las reglas de la vida al utilizar la nigromancia podrían entrar también en este tártaro por el que deambulamos los más sobrenaturales… Pero tal vez para suerte mía es usted la única que me ha hecho compañía durante esta velada~

Logre volver a enfocarme luego de pequeñas distracciones en una rápida lectura hacia Annabel, dejaba ver en sus expresiones ligera duda, quien sabe hacia qué, pero como me es ya un mal habito, interprete esa duda en la misma que poseía yo en aquel instante. ¿Qué hacia allí?

Probablemente fuera simple atracción hacia la luna, ambos eran licántropos, y mirar un mangata era particularmente atrayente para aquellos lobos que requerían de un tiempo diferente. Tal vez simplemente para aullar al causante de sus pasadas y futuras transformaciones, o conocer al resto de “La Manada” simplemente, no viene nada de mal tener un compañero con complicaciones similares a las tuyas.

Me acerque ligeramente a Annabel, aun manteniendo mi distancia, solo con la intención de no parecer alguien en quien ella deba desconfiar… al menos ella no parece tener otra intención que dar un paseo nocturno, así que me relaje un tanto.
~Annabel… me agrada el nombre… me es imposible comprender la razón de mi estar en este lugar, por lo que me limitare a culpar a la luna, que se posa sobre nuestros cráneos, al parecer tanto a mi como a usted nos mueve un mismo astro del plano nocturno~ Mencione sonriéndole a la loba.

Ante los ojos de la loba la luna permaneció impasible, en muda contemplación del par de lobos sobre los cuales sus rayos plateados reflejaba, brillante y majestuosa, ofreciendo así su baño de luz sobre ambas figuras, como si le reprochase de esa forma que se comportara de forma tan arisca con quien había descendido de los tejados para dirigirle la palabra.

Sus finas cejas se arquearon muy ligeramente, apenas notándose cambio alguno, aunque protestaba en contra de ella, ya que no le gustaba que dictaminase sus pasos aprovechándose de la hipnótica atracción que ejercía sobre ella y al parecer, igualmente sobre otros de su especie.

Devolvió entonces su mirada verde azul a los oscuros ojos del lobo, escuchando sus reflexiones en silencio, y su descripción de ellos mismos, aunque por su manera de decirlo no podía deducir si lo decía porque efectivamente, se consideraba a si mismo y a los demás licántropos como las feroces bestias que salidas del averno desataban sus impulsos demoníacos en las noches de luna llena, o si lo narraba como mera confirmación del sentir general de quienes solían referirse a ellos.

Sus labios se permitieron dibujar una leve sonrisa del más puro entretenimiento al escuchar como llamaba a los vampiros. Al parecer el lobo poseía ingenio. Aunque su mención de no haber visto a otros seres en las cercanías no logró calmar la necesidad apremiante que la perturbaba esa noche por lo que su sonrisa se difuminó.

-La suerte es asunto de percepción. Lo que puede resultar afortunado para uno con facilidad resulta desventurado para otro.- respondió con un tono medianamente beligerante. Por supuesto él no tenía la culpa de que esa noche los cazadores de la llamada Inquisición no pareciesen interesados en hacer acto de presencia, quizás ignorando la influencia de la luna, y por ende la salida nocturna de los licántropos que tanto buscaban.

-No puedo decir que su nombre inspire la mayor de las confianzas. Si mal no recuerdo el primero en ostentarlo embaucó a su hermano Esaú para robarle su primogenitura.- Comentó, refiriéndose al hecho narrado en las Escrituras que de joven escuchaba de labios del sacerdote que dirigía la misa matutina los domingos a la cual acudían invariablemente tanto Annabel como sus hermanas y cuyo recuerdo más bien empolvado limpiaba ahora camino en su memoria.

Justo en ese momento los rayos plateados que iluminaban el callejón se vieron momentáneamente apagados dejando que fuesen las sombras las que dominasen a su alrededor. La luna le indicaba por qué se estaba comportando de esa manera, era algo muy simple en realidad, el lobo había capturado su atención y Annabel activaba subconscientemente esa faceta de su carácter.

-Eso explica por qué se paseaba por lugares más altos.- comentó, y esta vez se abrió camino en sus labios una sonrisa de medio lado. -No era necesario que descendiera, si coincide en que allá se aprecia mejor al astro nocturno.- Volteóse la loba y observando con rapidez, buscó el método más eficaz para trepar por el edificio que se encontraba directamente a un lado de ellos. Adquirió el necesario impulso para saltar a la escalerilla lateral de incendios, ascendió velozmente, saltó hacia la canoa sobre la cual perdió momentáneamente el equilibrio al deslizarse su calzado de forma inoportuna, osciló su cuerpo sobre el vacío peligrosamente pero se afianzó lo suficiente con sus brazos al tejado para recuperarse y saltó sobre las tejas. No lo hacía tan mal una demonio del averno.

Una vez alcanzadas las alturas se inclinó ligeramente hacia adelante observando directamente hacia abajo. Era bastante posible que el lobo prefiriera seguir en terreno más plano en lugar de ascender para prolongar su companía. -Dejando la historia a un lado, Jacob resulta un nombre de tintes mayormente agradables.- dijo sin alzar la voz y se enderezó observando el despliegue de tejados que cubría diversos metros entre los laberintos conformados por las calles de ese lado de la ciudad.

Mientras no sepas como morir
y volver nuevamente a la vida,
no serás más que un triste
viajero en esta tierra sombría
Goethe

La sangre del lobo corre con fuerza en todos los licántropos, pero es casi como si quemara tus venas al ver cualquier estado lunar, o al menos eso me pasa a mí, no es habitual que me siente a charlar con otro lycan, por lo  que desconozco como sentirán ellos las cosas que para mí resultan diferentes o especiales. Pero ya podía estar más seguro de que el plateado y luminoso astro, tenía influencia sobre mi raza, fuera de su plenilunio.
Me agrada enserio que fuera una mujer con licantropía quien se cruzara esa noche por mi camino, la historia habría transcurrido muy diferente si mi acompañante perteneciera a otra raza, tal vez más sangrienta y violenta, o bien, simplemente una mirada indiferente para seguir con la apacible noche.

Me intrigo su comentario acerca de mi nombre, imagine que tal vez conoció a otro Jacob en su pasado, el cual por lo que dice no fue el mejor hombre… o puede ser de alguna obra teatral o bien un libro… como fuera, desvió mi atención un ligero instante.
Mire el firmamento nocturno apenas mis ojos notaron el cambio en la luminosidad, ligeras tinieblas rodearon y  colmaron cada rincón de los callejones, pero como siempre, son solo temporales, te abrazan un segundo, pero luego se alejan y disipan. A pesar de eso dio tiempo suficiente para que la joven loba me sorprendiera gratamente.

Logre ver una sonrisa dibujarse en su rostro y luego de sus palabras volteo para correr hacia el edificio más cercano… como dije antes, me asombro en ese momento, donde vi como ágilmente subió hasta el tejado de la edificación, sin vacile en los saltos que realizo, solo un pequeño tambalear sobre la cornisa, logro ponerme un tanto nervioso ver su cuerpo danzar en el cenit del edificio.

Me perdí tan solo un parpadeo en el pensamiento de lo fugaz y delicada que puede llegar a ser la vida, una caída desde esa altura, de seguro habría sido grave, si no fatal, pero hay tantos momentos donde la muerte nos seduce en la vida cotidiana, que ya no logra llamar la atención más de un lapso de susto y adrenalina.

-valla… es extraño ver una mujer que maneje un buen desplazamiento en esa ruta… posiblemente la licantropía la ayude como a ti ¿no Jacob?- Grazno el curvo
Miro hacia mi descendida posición para unas últimas palabras, antes de desaparecer de mi campo de visión.

Me voltee pensando que era un oportuno momento para retirarme… En vez de eso solo observe el suelo un instante -¿Estás seguro lobito?- interrogo el ave…, sonreí, volví a mirar en dirección a mi desaparecida compañera… y comencé la carrera hacia las alturas.

El desplazamiento es algo que domino en verdad bien, y viendo además la ruta por donde subió la muchacha se hizo más simple aún. Vertiginosamente salte, trepe, manteniendo un ritmo bastante constante en mi acenso, llegue a la techumbre para verla mirar el paisaje que entregaba la altura.

~Impresionante en verdad~ Alague sutilmente a Annabel
Me quede unos segundos compartiendo el cuadro que nos entregaba la elevada posición donde permanecíamos.

~Es verdad que desde la altura todo se ve más claro, más nítido… o tal vez solo diferente, y alejado de la realidad… como sea, es una vista que alegra un poco el alma… o lo que sea que tengamos nosotros~ miro haciendo un gesto de gracia a la mujer.

~Veo que sabes moverte, que tal si avanzamos un poco… tómelo como… un paseo diferente con un total desconocido~

Vuelvo a mostrar una ladeada sonrisa y regreso mis ojos a las techumbres.

El castaño cabello de la joven loba se movía por la brisa que soplaba en la noche invernal, quizás algo fría pero sin llegar a convertirse en una molestia para ella. Muy por el contrario, le agradaba sentir el roce de la misma en sus mejillas ya que le mantenía alerta y le orillaba a moverse para que fuese su propia temperatura corporal la que encontrase un balance adecuado, ventaja que también había adquirido gracias a su licantropía, sumada a la agilidad con la que ahora gozaba y que le permitía escalar y saltar con rapidez.

-Al final te sales con la tuya al guiarme hasta acá y recordarme lo que ahora soy.- dijo en voz baja, dirijiendose a la luna que la llamaba, y al cerrar los ojos un instante volvió a pensar en él, en quien le visitaba siempre en sus recuerdos, en François...

Ahora podía comprender porque su antiguo prometido había parecido siempre tan a gusto cuando realizaban paseos nocturnos, cuando caminaban bajo un cielo cubierto de estrellas y del plateado astro en sus diferentes fases, a excepción de la luna llena. Siempre pensó que era una faceta más de la sensibilidad del artista, que aprecia un suceso hermoso a la vista o fuera de lo común, como le sucedía en ese momento a ella, al observar la ciudad desde su elevada posición. Si tan solo hubieran podido compartir más tiempo...  Abrió los ojos y miró el escenario una vez más, mientras su mano secaba una lágrima que había notado al sentir la humedad en su mejilla.

Inspiró el aire fresco profundamente y sus oídos captaron el sonido casi inaudible del lobo al caer sobre el tejado. A pesar de que no se volteó, no necesitó hacerlo para saber que caminaba hacia ella. Cruzó sus brazos sobre su pecho manteniéndose en la misma posición, y lanzando una mirada de soslayo, le vió de pie a su lado.

-No estaba segura de si otros lo sentían o si era la única.- dijo, tras escuchar sus palabras. De forma muy extraña, bastaba con ascender y fijar la mirada en una vista como la que se expandía frente a ellos para sentirse más ligera, como si las cargas invisibles que llevaba sobre sus hombros se apartasen momentáneamente. -No tenía planes de salir esta noche pero me bastó ver la luna para comprender que me llamaba y que no pudiera resistirme a acudir... Presiento que sabe a que me refiero.-

Annabel no había convivido con otros licántropos, ni había conocido a ninguno a fondo. Únicamente a François, pero el tiempo que compartieron después de que descubriera que era un licántropo había sido muy corto, y él nunca llegó a conocerla como loba. En ocasiones sentía que al no compartir con otros como ella se perdía de algo, pero estaba tan acostumbrada a ser independiente que solía relegar esa idea a un rincón de su mente.

Giró sobre sus zapatos para ver al lobo de frente mientras retiraba con sus dedos un mechón rebelde de su castaño cabello que se empeñaba en tapar su visión. -Es muy tarde para que sea un total desconocido.- Una sonrisa se abrió paso en sus labios y se detuvo en ellos un momento. -Me refiero a que ya me ha dicho su nombre.-

Comenzó a caminar para atrás, sobre la orilla del tejado mientras continuaba hablándole. -Ya que la situación es inusual supongo que al menos nos ahorraremos las típicas cortesías que la etiqueta demanda al inicio de una presentación. Ya sabe: ¿Cómo está usted? ¿Le agrada el clima invernal? Nunca lo había visto por estos callejones, ¿los visita con frecuencia?- Lo dijo a manera de broma y se inclinó para desgarrar su falda a un lado y así tener mayor libertad de movimiento y poder hacer lo que estaba a punto de hacer con mayor facilidad.

-Pero le tomaré la palabra, que sea este un paseo inusual y que sea la luna quien nos indique hasta donde llegar.- Lo miró con un brillo lobuno en los ojos. La adrenalina de saltar, trepar y correr, comenzaba a adueñarse de ella. Le sonrió de lado nuevamente y corrió impulsándose para saltar desde el tejado en que estaban hasta el de la siguiente casa, adonde aterrizó perfectamente. Si le hubieran dicho tiempo atrás que en lugar de encontrarse en una reunión de damas de la alta sociedad parisiense para tomar el té, estaría saltando por los tejados de las casas a lo largo de París no lo hubiera creído jamás.

Desde donde estaba podía observar muy bien el rostro masculino que se encontraba aún en el otro tejado. -¿No dejará que me adelante Jacob o si?- De esa manera bajó la guardia y se animó a aceptar la compañía de otro de su especie por primera vez desde que la licantropía le había sido transmitida.