AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Luna menguante ||Pos+18 {Josiah D'Olincourt}
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Luna menguante ||Pos+18 {Josiah D'Olincourt}
La noche sugiere, no enseña.
La noche nos encuentra y
nos sorprende por su extrañeza;
ella libera en nosotros las fuerzas que,
durante el día, son dominadas por la razón.
—Brassai —
La noche nos encuentra y
nos sorprende por su extrañeza;
ella libera en nosotros las fuerzas que,
durante el día, son dominadas por la razón.
—Brassai —
Diez años justo haría ese día que la joven no paseaba por estos bosques tan conocidos por ella en su infancia. Diez años, en que la pequeña adolescente en aquel momento con dieciséis años decidió marchar y emprender su camino fuera del asentamiento gitano en el que había nacido, y en el cual, aún quedaba un miembro de su familia; el único más bien. Desde entonces, tras su decisión y su puesta en marcha de aquel lugar lleno hasta la inmensidad de recuerdos, había ocupado sus horas y días en ver mundo. Sin ataduras, únicamente dos noches en cada lugar en el que se había detenido y de nuevo, volvía a marchar sobre sus pies y lo poco que llevaba consigo, pues no necesitaba tampoco mucho más. Había visto tantos pueblos y ciudades, conocido tanto gente que estos nombres ahora se confundían unos y otros, y al final, los terminaba olvidando. ¿Cómo podría acordarse de la gente que había a su alrededor, si siempre cambiaba de ambiente y gentes? Siempre acababa huyendo, yéndose. Nada era permanente, por más negocios que pudiera hacer, lo máximo que habían logrado era que se quedase hasta seis días en Inglaterra, donde una joven de la realeza había deseado conocerla y contratado posteriormente. Porque sin duda, lo único no atemporal en su vida de los últimos años, había sido su negocio. Él era quien marcaba las fechas y las horas. Así como su difunta madre llegó a ser en su momento de pleno apogeo una de las mayores videntes de Francia, Darina como hija de la misma, no iba muy atrás de lo conseguido por su madre. No obstante, era la primera vez desde su marcha que volvía a Francia. Allí aún no era conocida y aunque su nombre traía consigo ya una reputación labrada tras años de esfuerzos y penurias recorriendo tierras extranjeras, debía reconocer con cierto recelo que era una extraña en su propia tierra.
Con el sustancioso dinero que había ganado todos aquellos años, a su llegada antes si quiera de presentarse ante el anciano de su asentamiento, quien también era su abuelo, decidió alquilar una tienda en el circo lejos de los gitanos de su núcleo. Aún no deseaba ser vista, y tampoco realmente sabía cuánto estaría lista para volver al lugar de donde había escapado. La tienda no era muy grande, con lo necesario para poner su decoración de velas y una mesa junto a sus piedras y cartas, tenía más que suficiente. A pesar de poder aspirar a más, siempre mantenía un perfil bajo. Excepto cuando era llamada por la nobleza, prefería vivir con lo mínimo y guardar todo lo demás para otros más necesitados que ella. Era consciente de la necesidad de su abuelo del dinero que periódicamente esta le enviaba para el cuidado y la protección de los miembros del asentamiento. En los últimos años las cosas por allí no habían ido muy bien y a pesar de que la inquisición por el momento parecía no verlos, ni interesarse por ellos, siempre estaba de más ser cautos. Luego también, sentía una predilección por los niños de la calle. Siempre se había planteado que si no tuviera esa necesidad imperiosa de volar a donde el viento la hiciese llegar, le gustaría construir un refugio para los huérfanos que sobrevivían como podían en la crueldad de aquel mundo oscuro. Aquel sueño algún día, en lo más hondo de su alma, sabía que haría realidad. En algún momento, ¿debería dejar de volar, no?
Inquieta tras todo el día atender a la gente en su tienda, la cerró junto a los demás feriantes y sin que nadie la viese, desapareció de camino al bosque. La luna ya había sido descubierta tras la puesta del sol y a su paso, toda vida nocturna del bosque empezaba a cobrar vida, embargándola de ruidos y rastros. Solo con su vestido blanco y su oscura capa ocultándola en la oscuridad del bosque, sin saber bien que camino coger conscientemente, sus pies actuaron por inercia. Aquellos paisajes salvajes de pequeña fueron su campo de juego, de escondite y de entrenamiento. La magia aunque los humanos no pudiesen verla, se encontraba por doquier. Había algo mágico en su tierra natal. Aunque se negase, Francia siempre la había llevado en el corazón. Allí, sobre los andamios de esa gran ciudad, en aquellos bosques, se habían conocido sus padres. Con una pequeña sonrisa recogió una flor de noche entre sus dedos y prosiguió su camino. Allá donde sus ojos se posaban, un recuerdo asaltaba su mente. Sin quererlo, sin ni siquiera desearlo, sus pies la estaban llevando a las inmediaciones de lo que antaño había sido su hogar; su cabaña. Si cerraba los ojos podía rememorar los llamados de su madre cuando la llamaba de vuelta a casa tras pasar todo la tarde campando buscando rastros en el bosque. Diez minutos fueron los que exactamente caminó entre el bosque hasta llegar ante la cabaña que a pesar de la vida que en su años albergó, por ahora, parecía únicamente una cabaña abandonada. En silencio, Dara volvió a sentirse en casa y volteando aquellos trozos de madera destartalados, sintió la nostalgia apoderándose de ella. —No debería de haber regresado… —susurró para si tras subir los peldaños y encontrarse frente a la puerta de entrada. Aquello era lo que había temido desde que su abuelo la había hecho volver con urgencia a su hogar natal. Se había ido de allí con la idea de nunca más regresar. El dolor de lo acontecido había desaparecido tras tantos años de escapar de los sentimientos, sin embargo, ahora allí parecía incapaz de echarse para atrás. Acarició la madera con reverencia, como si tocase algo muy delicado; una reliquia, y llevando su mano hacia el pomo, se sorprendió cuando de pronto antes de que pudiera siquiera hacer el intento de abrir la puerta, una voz a su espalda la sorprendió.
Darina Aleksandrova- Gitano
- Mensajes : 21
Fecha de inscripción : 31/08/2015
Re: Luna menguante ||Pos+18 {Josiah D'Olincourt}
Afrodisíacos... siento tu veneno en mis espaldas
bailando hasta cambiar la piel
bailando hasta cambiar la piel
Reconocía en él actitudes individualistas, pero no permitiría ser juzgado por aquello. También asumía ser un estafador de primera mano, pero nunca se dieron las oportunidades para ser un personaje de respeto. Tampoco quebrantaba alguna ley superior, pues cada esencia que seguía su camino era trazado por sus mismas manos. Sus mismos ideales y la moral que había adoptado desde que fue abandonado por sus padres, fue quien lo mantuvo con vida en muchas ocasiones donde se le deseo la peor da las muertes. Todo él, era un conflicto, pero uno bastante particular.
Por herencia, era un personaje aislado. Un ser solitario que no dependía de una manada para sentir ese calor que todos llaman “familia”. Jamás requirió de una palabra de apoyo ni mucho menos de un consuelo en noches de angustia. Quizás si dejaba que sus carencias se fueran en las caricias de alguna libertina muchacha en condiciones donde la precariedad abundaba, pero ¿Era culpable de aquello? No. No asumiría la culpa de algo que se comenzó a engendrar en él desde que era un infante corriendo por un campamento donde solo los pequeños de familias formadas recibían educación, y tips para manejar mucho mejor aquella sangre gitana que les daba vida. Desde allí, desde esa escasez, fue como se inició en los artes de la estafa. La gente no deseaba oír la verdad, tan solo querían que en otros labios se confirmaran sus deseos y así lo haría. Tras muchos fallos y una pésima actuación, se fue perfeccionando hasta tal punto de que el mismo se vio creyendo de la buena fortuna que deseaba a cada forastero que se detenía en su camino llenando de dinero de sus bolsillos tan solo por la confirmación de un futuro más llevadero. Si bien, con el pasar de los años y en contacto de otro grupo de colegas supo leer las cartas, la palma de la mano, tener premoniciones, percibir el aura… se manejó firme ante la creencia tacita de que no malgastaría sus energías en seres que no agradecerían el esfuerzo.
Había regresado al campamento tan solo hace un par de días. Solía regresar a ese lugar cuando las calles ya no tenían nada más que ofrecerle o cuando se encontraba en serio peligro. La segunda opción fue quien lo dejó descansando en la carpa de una señorita que lo recibió con gusto una de las tantas noches que se asentó. Oía los rumores de que los mayores deseaban verlo. No entendía la razón de aquellos chismes, pero bajo la burlona sonrisa que siempre detallaron sus labios se jactaba frente a terceros de que no le temía a nadie, mucho menos aun grupo de viejos que aseguraban velar por la paz de aquel sitio. Fue así, como en una de las tantas noches se le notificó y se plantó frente a los altos mandos.
Sus manos en la espalda, su cabeza ladeada y la postura para nada erguida. Estaba tranquilo, atento a lo que podría oír pero realmente para nada interesado en querer escuchar. Simplemente se quedaba en ese lugar por el poco respeto que le tenía a figuras que estaban por sobre él. A decir verdad, Josiah respetaba a todo el mundo como un igual. Altas clases, medias, bajas, realezas, etc. Todos para él, formaban parte de una misma comunidad. Mismo acto que lo llevaba de cierta manera a negar todo tipo de encuentro aristocrático aunque fuese uno entre los suyos, entre los gitanos.
Atento a la vaga idea que logró entender, sonrió y se retiró. Jamás lo amarrarían, mucho menos con la idea de hacerlo entrar en cabeza. Que idea más inocente, boba y descabezada era la que tenían. Creer que formar una familia lo podrían hacer cambiar. En sus planes no había concepto de familia, no sería buen esposo y mucho menos buen padre para nadie. Un ejemplo a seguir claramente no estaba entre sus opciones junto a ello, la idea de que personajes de su clase dependieran de él. A la perfección el barbudo podría pasar días sin comer, entender que el trabajo estaba cayendo un par de días y mantenerse a la espera de un pedazo de pan, como también el derroche que experimentaba cuando hacía de las suyas en cada esquina sintiendo que ya no había más espacio en sus bolsillos para el dinero. Así vivía él, en una travesía constante y para nada estable ¿Pensaban que de esa forma podría mantener a una mujer y a próximos bebés? No, por supuesto que no.
Omitió todo tipo de comentario, llevó sus manos a estrecharse entre sí para luego tronar sus dedos en desaprobación a toda palabra ante mencionada en su dirección. Salió de aquella carpa escuchando perfectamente como su nombre se vociferaba mientras se alejaba.
Pasaron los días, entre el trabajo y la ausencia, dio con una cabaña abandonada en las cercanías del bosque. La divisó muchas veces antes, creía conocerla de algún tiempo remoto, más su memoria le jugaban con flashes de imágenes que no lograba concretar. Violó la privacidad para tan solo hallarse así con arañas y animalillos que habían tomado posesión del sitio.
Hay días en que la buena fortuna juega a favor, y creyó que ese día todo se daba a manos abiertas. Visitó el lugar cada noche, durante 3 meses consecutivos. En el campamento aún vivían con la idea de atarlo a otro personaje, aunque menos insistencia que en un principio. Dedujo que nadie reclamaría aquel nuevo hogar por lo que llevando sus géneros, trapos y cachivaches se apoderó de las tierras y sus cimientos.
No le generaba gran satisfacción vivir en un sitio como aquel. Acostumbrado a dormir en carpas contra el suelo, entre callejones o sitios abandonados, el encontrar un lugar dónde se posaba un colchón en una habitación y en la otra una “sala” de estar, parecía traicionar toda tradición. Echó un par de murallas abajo, dejando una sola área dónde sin separaciones podía observar su habitación y otras intersecciones de la cabaña. No era un sitio enorme, pero perfecto para una o dos personas.
Una de las tantas estadías donde se preparaba para descansar escuchó el murmullo de una voz femenina. Creyó no esperar a nadie ¿Pero cómo negarse a tenerla en la puerta de entrada? Medio cerró una camisa holgada contra su pecho mientras se dirigía a la puerta escuchando con claridad sus comentarios. Sonrió, pues creía conocerla, pero no se atrevería a confundir su nombre. Aquello lo había aprendido por las malas — Más vale llegar temprano a ser invitado ¿No? — Sentenció, desde la marquesa de la puerta donde se deleitaba la mirada con aquella efigie que se alertaba ante la intromisión tan descarada y fuera de cortesía del gitano.
— Sea por lo que sea que haya venido, estaba por cenar y abrir una botella de vino ¿Me acompaña y me cuenta su historia? ¿O le teme a un gitano como yo? —A lo lejos podría reconocer que era una de los suyos, pero usando el dato de ignorancia, simplemente guardo silencio luego de la interrogación.
Josiah D'Olincourt- Gitano
- Mensajes : 97
Fecha de inscripción : 20/04/2014
Re: Luna menguante ||Pos+18 {Josiah D'Olincourt}
Los recuerdos están sobre la mesa:
en los vasos, la jarra, su color;
todo pasó, y en triste soledad,
con esta inquietud que tanto me pesa,
mostrando están ternura del amor
tras ser perdída su felicidad.
—Poemas de Camilo “Añoranza” —
en los vasos, la jarra, su color;
todo pasó, y en triste soledad,
con esta inquietud que tanto me pesa,
mostrando están ternura del amor
tras ser perdída su felicidad.
—Poemas de Camilo “Añoranza” —
Era difícil no poder controlar su mente, aunque había momentos en que tanto sus poderes como sin ellos, su mente se le hacia difícil de controlar. No siempre podía mantener la calma y como siempre su madre le había avisado, todo poder siempre conllevaba algún riesgo. En los últimos años había usado mucho sus poderes y aún le quedaban años por delante por hacerlo, pero había noches como esta en la que desde el cansancio mental, cometía estupideces y de momento recorrer el bosque que antes había conocido como la palma de su mano, había sido su primer error. Seguido del de encaminarse hacia la dirección en donde estaba la casa de sus padres y la suya. El bosque a su alrededor, el camino incluso... pese al paso de los años, poco había cambiado o modificado. Algún que otro árbol había caído por culpa seguramente de algún rayo o vendaval fuertes, no obstante, más allá de esas puntualizaciones en el paisaje y flora del bosque, todo estaba tal cual estuvo la ultima noche que se permitió pasearse por aquellos rincones. Casi podía rememorar la fría brisa que aquella noche oscura la acarició como si se estuviese despidiendo de ella. El corazón aquel día se había atrancado varias veces a medida se había ido alejándose del campamento gitano donde su abuelo había gritado hasta el cansancio su nombre. Aún podía saborear el sabor salado de sus lagrimas y del miedo que había sentido por aquella aventura totalmente solitaria, apenas iniciando en la adolescencia. Habia sido difícil el camino que había escogido, y ahora no se arrepentía. Habia sido necesario pero aún así, caminar por aquel lugar y recordar esas remembranzas de su pasado pusieron sus nervios y sus sentimientos a flor de piel.
Por eso, lo ultimo que habría esperado después de regresar por error, por una inercia enfrascada de recuerdos tanto hermosos como muy dolorosos, fue precisamente que hubiese alguien habitando en lo que aún consideraba su hogar. Eso por unos segundos la dejó en blanco, sin saber como diantres responder si quiera a las peticiones del moreno. El único hogar que realmente podía llamarlo así en todos estos años de su vida. Tras el gran susto inicial, vino la calma aunque esta fue realmente tensa. Los ojos de la fémina se enzarzaron en los masculinos y hasta que no se calmó, no llegó a entender ninguna de las palabras del gitano que enseguida reconoció. No podía no reconocerlo, de todos los hijos de los gitanos de antaño, quizás él podría haber sido si ella y él hubiesen querido; mejores amigos. —Josiah, eres tú. — Lo nombró sin reparos a equivocarse pues sabia que no era posible haberse equivocado. Lo miró, aún dilucidando si era real lo que estaba ocurriendo, sin poder creerse que su abuelo fuera tan indigno de darle a aquel gitano la cabaña que había pertenecido a sus padres antes de sus asesinatos a manos de la inquisición. Lo observó dudando, mientras notaba a la vista los cambios del cuerpo ajeno. Para la ultima vez hacia diez años atrás que había morado en la aldea, él apenas era un jovencillo como ella. Delgado y finito, no aparentaba ni por asomo que en unos años más pudiese llegar a lucir un cuerpo bien desarrollado, aún menos sus brazos ligeramente musculados. También ella había cambiado, de niña a mujer el cambio era verdaderamente fascinado, pero de los dos personajes el que se llevaba esa noche la corona era él. Él era aquel niño que siempre la había comprendido en silencio, y el cual en vez de molestarla como los demás niños hacían constantemente, él solo parecía ignorarla. O ciertamente la ignoraba por que le importaba poco aquella muchacha por aquel entonces, o era el mas listo de todos y lo único que hacia era dejarle su espacio vital para que poco a poco pudiese recuperarse en solitario tras la violenta muerte de sus padres. Ambos se habían parecido mucho de infantes, solo que al final ella había huido y él en cambio, ahí permanecía.
Regresando a los ojos masculinos, vio su ceño fruncido y ante aquello, pensando en que quizás había dejado pasar mucho tiempo entre la invitación de él y el tiempo establecido para que ella le respondiera, por si solo su cuerpo pareció moverse hacia él y sin decir ni una palabra más, antes de que el gitano pudiese repensarse lo de invitarla a una copa de un buen vino, entró sin más pasando por el lado del cuerpo masculino, quedándose pasmada en el centro de la sala. Todo lo había cambiado. Todo lo había trasteado. Repasó con sus ojos el lugar y siguió sin creérselo Había ido con la intención de terminar llorando al ver su casa destartalada, abandonada y completamente llena de arañas y todo tipo de criaturas y en cambio se encontraba con esto y en ese momento no sabia si reír o llorar. Las maderas seguían iguales, las mismas marcas seguían en las paredes, más la distribución no era la correcta. Todo había sido movido de sitio y no solo eso, si no que también había derrumbado las paredes interiores para hacer de toda la cabaña un solo espacio donde pudiera tener acceso a todo. Su madre si aún viviera y pudiera ver la actual distribución, estaba segura que le daría una buena dosis de su voz enérgica al oído y no para el buen sentido. — ¿En que momento mi abuelo os cedió esta cabaña? — le preguntó sintiendo como una parte de ella se rompía al comprender que aquella que antes había sido su casa, ya no existía y tampoco de una forma u otra era suya. Suspiró y tras acariciar una de las marcas de las paredes que usaron para medirla en su fase de crecimiento buscó la figura masculina, encontrandosela en la cocina preparando las dos copas de vino. — Creo que mejor sería que iniciarais contando vuestra historia... la mía es sencilla y la sabéis. Hui y ahora he regresado, mi abuelo me reclamaba que volviese, aunque nunca quise realmente hacerlo. — Agregó eso ultimo sin saber si hablaba de haber regresado a esta cabaña o al campamento gitano, de donde no esperaba que hubieran buenas nuevas tras el agobio constante al que su abuelo la había sometido, semana tras semana para que regresara a la tierra de sus ancestros. Llegó a su olfato el olor de la comida y sonrío viéndolo abrir el vino, era extraño por que en aquel lugar se sentía en casa nuevamente, solo que no era la misma casa que recordaba. — ¿Necesitáis ayuda en algo, gitano? — Preguntó yendo hacia donde se encontraba tomando entre sus manos las dos copas, esperando recibir de él una sola orden o que se sentase o que la ayudase a llevar la comida hacia la pequeña mesa que ocupaba la sala de estar.
Darina Aleksandrova- Gitano
- Mensajes : 21
Fecha de inscripción : 31/08/2015
Re: Luna menguante ||Pos+18 {Josiah D'Olincourt}
Cuando mi habitación alcanza para dos
Todo el universo calza bajo el mismo sol
Todo el universo calza bajo el mismo sol
— ¿Su abuelo? — Inquirió, pues a ciencia cierta, no sabía ni tenía porque saber a quién le pertenecía aquella morada, ahora le pertenecía y bien sabían los gitanos que los terrenos son fértiles como libres, si la tierra se cuida, es dueño quien la mantenga viva.
A pesar de la propiedad con la cual hablaba la joven frente a sus ojos, no evitó dar el mismo un vistazo por cada esquina del lugar en cuanto ella entró. Sí, había cambiado mucho desde la primera vez que hizo posesión. Derribar toda separación de espacios había sido su primera decisión, como también la idea de quitar todo tipo de puertas. La privacidad no era lo suyo, como tampoco la admiraba cuando de compartir espacios se trataba ¿Qué más sublime que observar a la belleza femenil recorrer cada esquina del hogar sin prenda alguna estorbando su delicada piel? Las paredes brindaban tapujo, y aquello, no podría estar más alejado de lo que era por ese entonces, el joven albino.
Y así mismo, como observó cada rincón de aquella cabaña, también detalló a la muchacha para hacer memoria de algún pasado que tenía reprimido. No recordaba ni su nombre por las mañanas ¿Cómo esperaba ella que la reconociera después de no haberla visto en una década? Enarcó una de sus cejas, chasqueó un par de veces su lengua, y cuando el síntoma de pertenencia abarcó la palabra “abuelo” dedujo de quien se trataba ella, como también de quien se trataba él que tanto nombraba. Soltó una risa, no burlesca ni mucho menos acosadora, simplemente se dejó divertir por lo dispersa que solía ser su cabeza. Y mientras servía un par de copas de vino asintió sin dar mirada fija por mientras a los grandes ojos de su colega — Su abuelo, vaya personaje ¿Eh? — Un tanto irónico, un tanto sarcástico — Pues no recuerdo del todo su historia, aunque puedo fingir hacerlo para terminar con la plática y pasar a lo interesante — Burló, mientras veía como aquella mujer se colaba en la cocina cargando entre sus manos las bebidas alcohólicas.
No tardó ni medio segundo en tenerla entre su cuerpo y el mesón de la cocina, sus manos a cada costado de su cintura, acorralándola entre el paso que cargaba el mismo corpulento hombre para extender parte de su tatuada anatomía en busca de la botella que se escondía tras la espalda de la castaña. De frente a su rostro, detallando sus facciones, dedico una sonrisa fresca para cortar cercanía y darle paso a lo que se suponía era una sala de estar muy poco diseñada. Tenía allí un par de telas lanzadas en las esquinas, un par de sofás de reutilización y uno que otro cuadro dedicado a él por comerciantes que no tenían dinero para pagar una leída de fortuna.
Esperó a que pasara para prontamente dejarse estar contra el suelo. Las modernidades, las comodidades estaban fuera de su estilo, muchas veces se encontraba como ahora, con las piernas cruzadas al estilo “indio” sobre el suelo, y entre los más común, con un papelillo junto a algo de hierba para crear un cigarrillo. Se mantuvo allí, mientras la botella le hacía compañía a un costado. Alzó la mirada, extendió su diestra y la invitó a colocarse más cómoda de la forma que a ella le pareciera la más correcta. No era quien para juzgar la vida que llevaban otros gitanos.
— No tuve la necesidad de huir como usted lo hizo ¿Sabía eso? He tenido uno que otro encuentro no muy placentero con su abuelo, resulta ser, como le dije hace un minuto un personaje peculiar, no del todo mi gusto, y no del todo mi agrado, pero sigue siendo que lleva el mando dentro de la tribu. Supongo que no le molestará que tome posesión de este sitio, pues lo dejó como quien dijera, se deja caer una botella vacía por las praderas —Argumentó, entre tanto extendía su brazo para enredar entre sus dedos la copa de vino mientras tanto releía una vez más aquel juvenil rostro que no tardó en reconocer luego de haber pasado ya un buen rato de selección de historias.
Así es que se trataba de ella, la pequeña nietecilla del mandamás. Tenía una que otra anécdota que la vinculaba, pero ni un encuentro certero que fuese el piso para contar historias juntas. En esos entonces Josiah simplemente se encargaba de conocer la vida a flor de piel, alcohol, mujeres, estafas, aunque su fama no era la mejor, y su facha no le acompañase, intentaba hacer de las suyas con lo que tuviese bajo la manga, y parecía ser que no le iba del todo mal. Parpadeó un par de veces y la podría ver de nuevo bajo el manto protector de aquel señor, un poco aislada, algo reprimida simplemente por la mera presencia del adulto. Una infancia no muy envidiable, si de ser sincero se trataba. Pero omitió comentarios, ya que si el había tenido una simple percepción de cómo pudo ser su paso por el campamento, seguramente ella asumía que todos se habían detenido en lo mismo, quizás por eso muchos de los asentados le daban la razón con su pronta desaparición.
— Mierda ¿Comió algo? Yo no — Masculló, mientras daba un salto desde el suelo nuevamente en dirección a lo que se suponía era su cocina. Tomó un par de verduras frescas que tenía por allí mientras entre ajetreo y ajetreo encontraba uno de sus cuchillos favoritos — ¿Gusta? No cocino con carne, no por un tema de sentimentalismos baratos o su sufrimiento, simplemente es una pereza cocinar la carne — Sinceró, mientras el agua se dejaba correr entre la textura de las hierbas — Nada que requiera de mucho tiempo y paciencia vale realmente la pena — Exageró, alzando un poco más la voz para que la gitana que lo acompañara le escuchase — ¿A quién le pertenecía exactamente este lugar…? — Dejó el espacio necesario para escuchar su nombre, ciertamente tenía remembranzas de sus andanzas, conocía su apellido pues ¿Cómo no hacerlo? Pero era pésimo para los nombres, y desde el semblante que enseñaba, términos como “Linda” “Bonita” o “Belleza” serían más un insulto de cómo llamarla que como un halago.
Josiah D'Olincourt- Gitano
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Fecha de inscripción : 20/04/2014
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