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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Faye Lun Oct 09, 2017 1:56 pm

Era una noche más en el burdel, un día de trabajo cualquiera, porque cuando se es una puta, se trabaja todos los días, de lunes a domingo y en realidad a cualquier hora, pero hacían turnos para dormir y que siempre hubiese chicas atendiendo a la clientela. A Faye le tocaba turno de noche y mañana, así que había dormido unas cuatro horas por la tarde. A muchos de los hombres que venían a verla ya los conocía, los había a los que les gustaba cambiar de mujer cada vez que pisaban el local, pero la mayoría tenían a una preferida, aquella que culminaba sus fantasías, ya fuera por el físico, la actitud o por lo mucho que cedían en la cama. La rubia había perdido algunos fijos debido a la sordera sufrida desde hacía dos años, pero algunos lo preferían así, porque ahora podían insultarla sin que ella se diera cuenta, aunque ellos no sospechaban que aquello no era así. Sólo dejaba de saberlo cuando se la tiraban de espaldas y no podía verles la boca.

Dieron las ocho cuando iniciaba su jornada laboral, aunque se enteró porque una de las chicas, Azure, vino a avisarla. Ya estaba arreglada, o más o menos, tampoco era que tuviera maquillaje o prendas bonitas para vestir, así que hacía lo que podía con lo que tenía a mano y a veces se intercambiaban cosas entre compañeras para que no pareciera que siempre llevaban puesto lo mismo. Descendió las escaleras hacia el gran salón donde se agolpaban los hombres en mesas, bebiendo, fumando y riendo como energúmenos. Faye suspiró, aquella noche no tenía cita previa y no tenía la menor idea de quién podría ser su primer cliente ni de cuánto pagaría por pasar un rato con ella, así que podía ser el único o que hubiera una ristra detrás para cumplir con la cuota diaria. Paseó por entre los distintos presentes, cruzándose con compañeros y compañeras de negocio, pero los clientes que asistían eran gran mayoría hombres, las mujeres solían pedir la visita a domicilio, seguramente por intentar mantener las apariencias, algo que a los varones no parecía preocuparles en exceso. Se detuvo junto a la barra y tomó una bandeja, la mejor manera de conseguir trabajo era mover el culo y servir copas. Borrachos soltaban más dinero y, con suerte, hasta podría medio elegir con quién pasar la noche si era suficientemente rápida como para esquivar algunos viejos verdes y arrimarse a los hombres más apuestos. No era que cualquier joven sirviera, ni que cualquier maduro fuera horrible, después de tantos años ya tenía cierta experiencia en reconocer a los buenos, pero si alguno de los capullos le pagaba suficiente a la mama o al dueño, entonces era imposible rehusar. Cargó varios vasos con whisky, girando sobre los talones e inicio su paseo por la sala, observando, analizando y, sobretodo, leyendo labios.

En mitad de su camino, vio a un joven a un par de mesas, con barba tupida y cabello gris, pero claramente no eran canas. Se veía elegante pero sin serlo de manera excesiva, aunque parecía estar algo malhumorado. Se aproximó hacia él, pero uno de los clientes de Vivi la detuvo con una fuerte nalgada que hizo por poco tirara todas las copas. Solían aprovecharse de su sordera, los habituales lo sabían y lo usaban en su favor para echarse unas risas más. La chica arrugó la frente y se mordió la lengua, aunque ganas de escupirle no le faltaron. -Disculpe...-
Le sirvió un vaso y se alejó tan rápido como pudo, de tal manera que a punto estuvo de comerse al desconocido de barba que estaba sentado, observando alrededor, y al parecer sin tampoco haberse percatado de la llegada repentina de Faye hasta que fue demasiado tarde. Ella tropezó y cayó sentada sobre el regazo ajeno, las copas acabaron en el suelo y ella abrazando la bandeja. Acababa de hacer un tremendo ridículo y las miradas acusatorias y de burla la fulminaron. Alzó el objeto que sostenía para cubrirse la cara, girando sólo para ver a la víctima de su accidente. -Lo siento, he tropezado...- El rubor ascendió desde el escote hasta las orejas, cambiando por completo el color algo pálido habitual de su piel. Había empezado la noche de la peor manera posible, eso estaba claro.


Última edición por Faye el Lun Oct 16, 2017 4:40 am, editado 1 vez
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Mensaje por Josiah D'Olincourt Lun Oct 16, 2017 12:25 am

Prejuicios.

Conciencias puras y conservadoras obras de artes, e incluso criminales de la seducción o de otro tipo caminaban por las calles sin remordimientos de llevar a su costado, del brazo, a sus esposos. Allí nacía el tipo de conciencia que Josiah manejaba muy bien, un hombre podría trasladar toda la inocencia de una señora como también suprimir a nada sus prendas para tenerle deseando perder un poco más que los prejuicios para su facción; Ser gitano, no correspondía siempre a la inmundicia, sino también a la debilidad que provocaba en mujeres de bien un desliz de niveles temibles. Una clase de delito del cual el hombre de cabello pálido no se reprimía.

Consideró la idea de aniquilar su entusiasmo con excesos, con reuniones fugaces que calmaban todo elemento aparente, que podría surgir de tinieblas fantasías que ahogaban cada vez más el anhelo que estrechar a su cuerpo al emblema injurioso de una mujer, y al llamarle injurioso se refiere netamente al ofensivo y ultrajante hecho de hacerlo débil bajo la simple práctica de admirar sus contornos, repasar una y otra vez cada tersa línea que dejaba su piel expuesta a las manos libidinosas de éste ser. Han actuado para él en proporciones tan incomparables que la incauta idea de pensar en uno de aquellos encuentros comenzaba a hacer presión.
Sabía exactamente que exigir y dónde hacerlo, aunque crápula  y libertino,  decidió escudriñar reproches en la cúpula de los fanáticos, dónde delirios y entusiasmo, efervescencia y pasión, fogosidad y viveza se concedía a la orden del día (Noche o madrugada).

Aprovechando el desorden horario que llevaba sobre su espalda, con vivacidad sólo caminaba por las rendijas que en estado de tranquilidad aún, recibían de brazos abiertos a cada ser que se atreviera entrar. Por casualidad y nada extraviado de hacia dónde dirigirse, tomó asiento. El Burdel prometía para él una buena noche.
Acariciaba a cada fémina con la mirada, lo suficientemente lejos como para admirar a toda doncella y lo suficientemente cerca como para sentirse excitado con las devoradoras miradas que recibía de un par; Bien se sabía que podrían elegir clientes, durante mucho tiempo permanecía atado a la cintura de más de alguna cortesana. Consolando su afán, satisfaciendo sus caprichos… como también, dando lo mejor de él a cada voluptuosa arraigada a su papel.

Bajo la extravagancia que dejaba en él la naturaleza de aquellas meretrices y transcurrido un par acechos tenía examinada de pies a cabeza a la mujer que deseaba para él. Estaba escrito en la línea que llevaría su noche las huellas divinas de aquella morena de alto estampe; Digna obra que impulsaba al gitano a beber con quietud la copa de licor entre sus dedos; Tan atónito encendía sus deseos que obvio por completo el traspié que dio una menuda mujer que cabellos dorados justo contra sus piernas.  Frunció el ceño, algo jocoso, algo cachondo — ¿Hice algo realmente bien para tenerla entre mis piernas o buscaba lanzar contra mi rostro todo ese centenar de licores? — Cuestionó, totalmente entretenido con la escena que había llegado a él.
Olvidó prontamente el interés con la morena, el destino jugaba a su favor y la virtud de encontrarse en aquella situación lo hizo egoísta de su fortuna. Con ligera apariencia, abandonando el hecho de que comenzaban a ser el centro de atención,  optó por alternativas entre sus ideas más exhibicionistas y presionando la cintura de la menuda mujer entre sus brazos la alzó del lugar dónde para él, estaba calzada, acompañando mismo acto para dispersar el esmero de curiosos — Pagaré eso — Señaló hacía el suelo — Y pagaré por ella — Apropió de sí mismo a la muchacha. — Espero que valga la pena — Comentó con vehemencia.


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Mensaje por Faye Lun Oct 16, 2017 4:40 am

Cuando el hombre la arrimó a su mismo de la cintura, por su semblante serio y algo amenazante creyó, por un instante, que lo que haría sería caerle una buena reprimenda, sin embargo, Faye estaba equivocada, o al menos eso parecía por el momento. Fue obligada a levantarse junto con el desconocido de barba espesa y observó a su alrededor como la atención dejaba de centrarse en ella para hacerlo en ese varón alto y de cabello plateado. Alzó la mirada, elevando ligeramente el rostro y con la bandeja aún abraza al pecho, observando al que podía ser su salvador o el verdugo. La muchacha era confiada por naturaleza a pesar del oficio que ejercía, pero desde el día en que perdiera la audición, se había vuelto más recelosa, aunque en escasa media, y sobretodo más asustadiza. Estaba algo compungida, pero debía intentar mantener la calma, las apariencias. No se enteró de casi nada de lo que dijo el contrario, pues hasta que no le miró a los labios no pudo descifrar sus palabras, pero en cuanto sintió el reverberar del pecho foráneo contra su espalda, que había dirigido hacia aquellos belfos su vista para entenderle, aunque luego debiera fingir que no sabía nada.

Una de las camareras se acercó a ellos y se arrimó al que parecía era el nuevo cliente de la rubia, agarrándole del brazo al que pegó sus voluptuosos pechos. Era Leyla, una chica morena y de lo más descarada, de las que solían abundar en el burdel. Pero tenía unos hermosos ojos verdes y eso solía hacerla destacar por encima de otras. -¿Por qué mejor no te vienes conmigo, guapetón?- Faye frunció el ceño y la miró con desdén. No sabía lo que le aguardaba con ese hombre si subían a la alcoba, pero ya que había llamado su atención desde el principio y parecía dispuesto a pagar por pasar tiempo con ella, no pensaba dejarle escapar. Con la pieza metálica aún en las manos, empujó a la prostituta, apartándola con un leve gruñido. -Yo le vi primero.- Acostumbrada a sólo murmurar por miedo a que sus palabras sonaran excesivamente altas y ella no saberlo, el tono de su voz se vio quebrado por el brusco intento de ser alzada. Le temblaron las vocales en la lengua, pero ella no se dio cuenta. Los demás sí lo hicieron y en especial Leyla que enseguida rio y miró de nuevo al de barba espesa. -¿Para qué pasar la noche con una sorda?- La rubia se sintió ofendida, pero debía disimular si no quería meterse en problemas. Llevaba dos años ocultando su capacidad de entender lo que le decían por el movimientos de los belfos y si ahora salía ese secreto a la luz, podría ocurrir cualquier cosa y ninguna sería agradable para la muchacha de cabellos dorados. Las risas de los demás, aunque no las escuchaba, las sentía vibrar a través del suelo y le pesaban en el corazón. Cerró las manos con fuerza, hasta que los nudillos se pusieron completamente blancos. Quería huir de allí, tan lejos que nadie pudiera encontrarla jamás. Pero aquello eran solo ilusiones imposibles de cumplir. Estaba a punto de deprimirse, de darse por vencida, pero entonces recordó que ella no era una víctima, ya no. Lo había sido en el pasado, lo fue cuando aquel hombre de bigote la golpeó y vejó hasta dejarla hecha un despojo en el suelo. Ya no más. No se iba a dejar pisotear y menos por aquella mujer grosera y engreída que no tenía más para ofrecer que unos ojos bonitos y unas grandes tetas. Se interpuso entre la morena y el cliente, pegando de nuevo su espalda al torso ajeno, pero inclinando la cabeza ligeramente hacia delante. -Al menos yo no tengo picores.- Ésta vez usó un tono muy bajo de voz, tanto que sólo la prostituta frente a ella fue capaz de escuchar sus palabras y éstas la hicieron ruborizar y enfadarse, pero en vez de atacar de nuevo, sin el control de alguien acostumbrado a ser avergonzado en público, Leyla no se contuvo y salió a toda prisa del local, a saber a dónde. Se sentía mejor, no satisfecha, porque a ella no le gustaba recurrir a tretas como hacían las demás, por eso en vez de gritarlo sólo se lo había susurrado. Aún así, era la única manera que se le había ocurrido para no dejarse avergonzar más. No se dio cuenta, pero estaba temblando, en parte por la rabia que había sentido y en parte por sentirse mal. Quería evitar aquellas situaciones, pero era difícil dada la situación. Inconscientemente, o tal vez no, buscó la mano del hombre con la suya propia y la apretó. Sentir el calor de otra persona la reconfortó ligeramente. Giró entonces despacio la cabeza y le volvió a mirar a los ojos. -¿Aún está interesado en… pagar por mí?-
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Mensaje por Josiah D'Olincourt Dom Oct 29, 2017 4:47 pm


Solía informarse de la situación que acontecían en lugares como ese, si bien, el joven de cabellos albinos no era nuevo en viajar por estos sitios, no obviaba el hecho de negar todo tipo de atención; Gozaba de ser invisible a la mirada de unos cuantos, de hecho, poseía esa facilidad muy pegada a las creencias que había inculcado en él desde muy infante; No pensaba devolver dicho placer por nada, pequeños momentos como esos lo hacían facilitador de dinero ajeno, algunas veces de vestigios de esmero de alguna que otra mujer de clase alta, la reflexión y la meditación para pasar por vista gorda solía manejarla muy bien, mismo hecho que lo hizo sentir bastante incomodo al no lograr uno de los objetivos por los cuales se encontraba allí. Simplemente ser fascinado por la imagen femenina, la representación de voluptuosidad y el retrato casi simbólico que se llevaría por recuerdo… ese preciado recuerdo comenzaba a mancharse con trazos de pintura bastante mal pincelada. Frunció el ceño al notar que el público presente seguía con la vista fija en la escena y parte de aquello se debía a la pertenecía que tenían éstas mujeres por sus cazas o clientes. No imaginaba de qué pasado podrían prevenir. Reflexionó sobre sus propios impulsos para agarrar el vaso contra la mesa y salir de allí, pero curioso al probable conflicto que se armaría decidió quedarse muy cerca del lugar de los hechos.

Novedades contra sus oídos, la menuda rubia que segundos antes estaba sobre sus muslos al parecer no tenían la capacidad de oír ¿Y eso qué? no la quería precisamente para entablar una conversación. El exceso de palabrería entre ambas féminas lo terminó de hartar, y ya al sentir la mano femenil sobre la suya no evitó reaccionar como solía hacerlo, era un gitano necio, imprudente e irrazonable ¿Acaso podría actuar de forma diferente? Pues no, misma razón que lo hizo retirar su mano de la ajena marcando un comportamiento bastante limitado entre ambos – No estoy buscando más atención de la que ya generó, mujer – Continuó – Y sí, pagaré por usted, y por aquello que se encuentra contra el empedrado – No era de los mejores burdeles a los que había visitado.

Si bien no quería influir en la sensibilidad de aquella mujer, inició su camino en solitario, conociendo a la perfección cada paso que lo llevaría a la habitación que a menudo usaba con un mujer completamente diferente a la que ahora lo acompañaría; Llegaba a la necesidad de marcar sus pasos tan firmes contra el suelo, que no se limitaba a diferenciar los efectos que podrían producir sus actos frente a terceros. Josiah solía ser el resultado de las consecuencias, si bien intentaba influenciarse a pasar una de las mejores noches de aquella semana, imaginaba que gran parte de sus deseos se habían visto desafiados por la opinión pública que había generado el acto. Ejercía su fuerza para abrir la puerta a la que se mantenía se pie ya hacer unos cuantos segundos, los pasos de la mujer tras de él lo llevaron una vez más a la realidad, entretanto el rechinar de la madera que lo separaba de aquella habitación se abría, el barbudo giró su rostro en busco de la joven; Allí estaba, con prendas bastantes predecibles bajo la mirada de que allí trabajaba. Esperó hasta que cruzara el margen del cuarto. Hizo lo mismo. Cerró la puerta tras su espalda y presionando su abdomen a la espalda de la fémina empleó sus dedos para recorrer el contorno de sus caderas, sus muslos y detenerse allí, marcando una respiración pesada sobre la cien de aquella. La volteó para verla de frente, acorralada a la pared más cercana subió sus manos por el contorno de su figura, seduciendo cada hilera de su piel. La cadena de caricias no se detuvo, y aunque aún no decía nada, alimentó sus ansias al acunar sus senos en la palma de sus manos, presionó estos en un suspiro latoso, cargante.

Solía manejar las situaciones a su gusto, afirmaba con sus actos cuantiosos deseos más que con la palabra. Empleaba movimientos, ánimos, deseos, anhelo y ensueños tan sólo con actos. El lenguaje no verbal era lo suyo, y aquella fémina comenzaba a ser la perfecta para lo que preferiría aquella noche, no obstante lo ahogo la curiosidad. Cortó entre ellos el contacto y aun teniendo su diminuto cuerpo contra el paredón, sus manos se apoyaron por sobre sus hombros, rozando su antebrazo con las orejas de la rubia – ¿Qué hará para entender mis deseos? – Moduló arrastrando cada letra en su lengua – ¿O no lo hace?



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Mensaje por Faye Vie Nov 03, 2017 6:12 am

La frialdad con la que el hombre retiró su mano la cohibió por un instante, mas no era el primer cliente de ese estilo con el que se topaba a lo largo de su vida como prostituta. Tomó distancia con él al dar un paso hacia atrás, regresándole su espacio personal y el área suficiente para que su carácter tosco no la afectara. Faye tenía un pequeño defecto además de la sordera y es que se empapaba de las emociones ajenas como si de una esponja se tratara. Mas con los años había aprendido a controlar aquel problema, a aislarse mentalmente de lo que la podía drenar o llenar de negatividad, como aquel desconocido de barba oscura y cabellera blanca. Le vio alejarse y subir las escaleras, le siguió, pues había leído sus labios cuando confirmó que pagaría por ella, aunque también entendió que no le gustaba llamar la atención, aunque en eso a la rubia no le ganaba, no era ella la que buscaba las miradas, sino que siempre recaían sobre ella como si la encontraran.

El moreno parecía querer romper los escalones con cada pisada que daba, firme y seguramente estruendosa, que hacía temblar los tablones incluso bajo los pies de la menuda muchacha que le iba detrás, recorriendo su mismo camino en dirección a la habitación. En realidad, cada prostituta tenía su propio cuarto en el burdel, era allí donde además de trabajar, vivía la mayoría, pero también había algunas salas libres que de vez en cuando se usaban. El cliente se dirigió hacia una de aquellas estancas y la jovencita le siguió. Se detuvo cuando vio que el contrario lo hacía y dejó que la observara. Portaba unos pantalones anchos y vaporosos que se ajustaban a los tobillos además de las caderas y una especie de blusa que le iba grande y dejaba a la vista sus hombros desnudos, cerrada en un nudo bajo el pecho para que así su cintura quedara visible, mostrando su ombligo. Pasó al interior de la habitación y pronto sintió el calor del cuerpo foráneo pegado a su espalda, con aquellas manos que recorrieron su figura por encima de las finas telas, dejando un sendero cálido por allí donde los dedos marcaban. Giró rápidamente sobre los talones con un único gesto del de barba cerrada y se le quedó mirando al rostro mientras él la estudiaba. Estaba prisionera entre la pared y el gitano, pero no se inmutó, sólo se dejó hacer, centrando cada vez más la vista en los ojos ajenos y sus labios por si le hablaba, aunque disimulaba en lo último, teniendo que proteger su secreto mejor guardado.

A la rubia le gustaba participar, tocar, acariciar, pero después del rechazo en la zona de bar, decidió no volverlo a intentar por el momento. Esperaría a que él se lo pidiera, si es que lo hacía, y entonces ya usaría las manos, las caderas, la boca y lo fuera.

Vio la pregunta dibujarse en aquellos finos labios que se escondían bajo el pelaje de su cara, lo que le dificultaba ligeramente la lectura, pero no del todo. Alzó la mirada a los ojos oscuros y penetrantes del moreno y en vez de responderle con palabras, como si evitara así realmente contestar pero sin hacerlo, lo tomó como la invitación que había estado esperando e inició la acción. Aunque visto que prefería más de tocar él, lo que hizo fue desatar el nudo de la blusa y seguidamente aflojó los botones, hasta que la prenda se deslizó brazos abajo y cayó al suelo, dejando al descubierto sus tersos y pálidos senos de areolas color canela. Le tomó luego de las muñecas y aproximó los dedos foráneos a tocarlos, le incitaba a que hiciera con ella lo que quisiera. Y no tenía duda alguna de que le satisfaría en cualquiera que fuera su deseo, lo dijera verbalmente o sólo se lo mostrara con actos.


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