AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Le store sombre [Ekaterina]
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Le store sombre [Ekaterina]
La esperanza de Hero siempre había sido uno de sus mayores logros, creer que al final de la oscuridad siempre hay una luz capaz de ser abrazada era lo que lo mantenía en pie a pesar de cualquier tipo de circunstancias. Y no estaba errado, pues luego de haber pasado muchas tragedias poco a poco había encontrado un sendero sin tantos nudos en su recorrido. Sin tantos acertijos que vinieran de golpe a molestarlo. Claro que, ahora que toda su vida se había clarificado, se encontraba en grandes problemas, pero había decidido intentar resolverlos poco a poco. Fueron semanas de irremediable locura y llantos las pasadas. En donde la tragedia de ambos amantes se había abierto paso a traumantes memorias que nunca antes habían sido apreciadas, siquiera por bocas ajenas. Parecía que la profecía de Maia, la gitana, se había cumplido. La mente del asiático había terminado por blanquearse luego de grandes traspiés. Y con ello era Nicolás el que por fin había descubierto su verdadera y única identidad. Una extraña, una que no sabía realmente dónde estaba. Pero no había dudas de que saldrían a delante, siempre lo hacían y Hero era una clara muestra de que con la humildad y las ganas de existir se podía hacer cualquier cosa. Incluso sentir el más puro amor humano que podría llegar a conservarse.
Y ahora el muchacho se encontraba en la oscuridad del parque, cruzado de brazos y sentado de manera india, mirando fijamente a un cuaderno en blanco en lo que una pluma reposaba sobre el pasto. “Tengo que hacerlo, enumeraré cada una de mis grandes locuras y así las iré resolviendo. Es la mejor manera, ¿no es así?” Se preguntaba a sí mismo mientras barullos inentendibles salían desde sus mejillas infladas y al final con sorna tomó la pluma, mojándola fogosamente sobre la tinta para comenzar a escribir punto por punto. El primero sería su familia, sí, los nombres de sus hermanas, intentar escribir su historia lentamente, para descifrar todas aquellas imágenes que le aparecían en la cabeza y le causaban tanto dolor.
—Las cosas serían más fáciles si hubiesen quedado en la nada, no quería saber de ellos. ¡Tonto Nicolás! — Gritó al final aquel de ojos largos. Parecía no importarle en lo absoluto la oscuridad eterna de la noche y eso se debía a que era un inmortal, un chupa sangre que años atrás se había quedado sin colmillos a causa de la inquisición que se los había arrancado. Ahora mostraba unos dientes romos bastante simples y contaba con un aura lo suficientemente cálida y armoniosa para incluso pasar desapercibido entre la gente. Era a causa de Mina, una muchacha que maquillaba muertos que le había enseñado la mejor manera de mitigar la blancura de su piel. Sí, parecía que lentamente se quería convertir en uno de esos vampiros tristes de ser lo que eran. Pero no, Hero siempre había sido feliz con su naturaleza, aunque ahora no podía decirse lo mismo que antes. Pues antiguamente él solo sabía que no recordaba su humanidad y que había nacido como un chupa sangre. Ahora, con las memorias recobradas, todo era más confuso y doloroso; volviéndose él incapaz de encontrar una razón coherente para la felicidad. Y miraba las hojas, los puntos que debía escribir con la misma incredulidad de siempre. “No es que no quiera hacerlo, es que quiero volver a como era antes, ¿cómo podré sentir el mismo amor por mi padre? ¿Realmente fue él el que mató a todos? No recuerdo por qué… Era muy pequeño” Pensaba, perdido en su mundo en tanto el resonar de unos pasos se hacía presente. Hero buscó el punto de donde salía, pero en realidad no le dio demasiada importancia. Hacía más de medio año que siquiera se encontraba con vástagos de la iglesia. Y aunque no había bajado la guardia, estaba más distendido, sabía que había conseguido poder a lo largo de los años, el aprendizaje con Svein con el hacha y las emociones con sus diferentes amigos y compañeros lo habían hecho más fuerte y mucho más dulce y bondadoso que antes. — ¿Quién está por allí? — Consultó, con la misma simpatía de siempre, esa que notoriamente era sincera. Y se acunó hacía delante, apoyando las manos sobre el pasto, oliendo, intentando encontrar el aroma de la vida o de la muerte sobre el aire. Y era un cadáver, un vampiro sin duda alguna, la pregunta era, ¿de quién?
Y ahora el muchacho se encontraba en la oscuridad del parque, cruzado de brazos y sentado de manera india, mirando fijamente a un cuaderno en blanco en lo que una pluma reposaba sobre el pasto. “Tengo que hacerlo, enumeraré cada una de mis grandes locuras y así las iré resolviendo. Es la mejor manera, ¿no es así?” Se preguntaba a sí mismo mientras barullos inentendibles salían desde sus mejillas infladas y al final con sorna tomó la pluma, mojándola fogosamente sobre la tinta para comenzar a escribir punto por punto. El primero sería su familia, sí, los nombres de sus hermanas, intentar escribir su historia lentamente, para descifrar todas aquellas imágenes que le aparecían en la cabeza y le causaban tanto dolor.
—Las cosas serían más fáciles si hubiesen quedado en la nada, no quería saber de ellos. ¡Tonto Nicolás! — Gritó al final aquel de ojos largos. Parecía no importarle en lo absoluto la oscuridad eterna de la noche y eso se debía a que era un inmortal, un chupa sangre que años atrás se había quedado sin colmillos a causa de la inquisición que se los había arrancado. Ahora mostraba unos dientes romos bastante simples y contaba con un aura lo suficientemente cálida y armoniosa para incluso pasar desapercibido entre la gente. Era a causa de Mina, una muchacha que maquillaba muertos que le había enseñado la mejor manera de mitigar la blancura de su piel. Sí, parecía que lentamente se quería convertir en uno de esos vampiros tristes de ser lo que eran. Pero no, Hero siempre había sido feliz con su naturaleza, aunque ahora no podía decirse lo mismo que antes. Pues antiguamente él solo sabía que no recordaba su humanidad y que había nacido como un chupa sangre. Ahora, con las memorias recobradas, todo era más confuso y doloroso; volviéndose él incapaz de encontrar una razón coherente para la felicidad. Y miraba las hojas, los puntos que debía escribir con la misma incredulidad de siempre. “No es que no quiera hacerlo, es que quiero volver a como era antes, ¿cómo podré sentir el mismo amor por mi padre? ¿Realmente fue él el que mató a todos? No recuerdo por qué… Era muy pequeño” Pensaba, perdido en su mundo en tanto el resonar de unos pasos se hacía presente. Hero buscó el punto de donde salía, pero en realidad no le dio demasiada importancia. Hacía más de medio año que siquiera se encontraba con vástagos de la iglesia. Y aunque no había bajado la guardia, estaba más distendido, sabía que había conseguido poder a lo largo de los años, el aprendizaje con Svein con el hacha y las emociones con sus diferentes amigos y compañeros lo habían hecho más fuerte y mucho más dulce y bondadoso que antes. — ¿Quién está por allí? — Consultó, con la misma simpatía de siempre, esa que notoriamente era sincera. Y se acunó hacía delante, apoyando las manos sobre el pasto, oliendo, intentando encontrar el aroma de la vida o de la muerte sobre el aire. Y era un cadáver, un vampiro sin duda alguna, la pregunta era, ¿de quién?
Invitado- Invitado
Re: Le store sombre [Ekaterina]
Los recuerdos dejaban en el pequeño cuerpo de Ekaterina una profunda huella durante las largas noches que vagaba sin rumbo por las calles. Aunque el dolor no entraba dentro de su vocabulario si había momentos en los que se sentía molesta por no haber tenido la fuerza suficiente como para proteger lo que ella misma había creado, aquello a lo que le había dado vida. Elizabetta había sido una fiel acompañante hasta el momento en el que aquellos malditos cazadores habían finalmente reunido sus filas para acabar con ellas. Contando ella misma con el apoyo de los dioses, tal vez, había logrado sobrevivir a la otra mujer, escuchando el crepitar de las llamas que quemaban su cuerpo desde las sombras.
Los recuerdos no tardaron mucho en abordarla de nuevo, reviviendo como si fuera ayer el momento en el que se encontraron. Ella tendida contra un viejo y casi vacío árbol muerto en un helado bosquecillo de Rusia. Ella corría, descalza y con un viejo y roído vestido aunque o parecía sentir el frío que la rodeaba. Cuando sus miradas se cruzaron la de aspecto más adulto se había quedado completamente parada, mirándola fijamente, y una sonrisa había nacido en sus labios. Un gruñido había salido de los pálidos labios de la vampiresa al ver como la otra joven intentaba acercarse, aunque eso no evitó que la joven la tomase en brazos y se la llevase a su hogar. Esa molesta mujer volvía cada día con algo nuevo de comida que, por supuesto, Ekaterina no tomaba. La primera vez que se alimentó de ella fue tras intentar asustarla con sus colmillos, fue entonces cuando Elizabetta le ofreció su cuello. La niña no dudó en aprovecharlo. Durante el día se escondía en lo más oscuro de la pequeña casa, y durante la noche Ekaterina escuchaba a la joven parlotear alegremente. Su momento llegó cuando unos bandidos atacaron aquella pequeña aldea, casi matándola. Después de eso la niña no dudó en hacer de ella su compañera eterna.
Ahora miraba sin ver nada, acariciando con los dedos la rugosa capa de los árboles. Escuchaba sonidos de fondo, pero estaba tan ensimismada en sus propios recuerdos que poco le importaba lo demás. Con Eliza había perdido, tal vez, el último trozo de humanidad que le quedaba y la niña sangrienta era ahora más real que nunca. Familias enteras habían sido masacradas allá por donde pasaba.
El silencio era su aliado más cercano, aquel que le permitía evadirse del mundo y olvidar. Lo que más ansiaba era poder olvidar todo el tormento, los años en soledad no habrían sido tan molestos sin ese tiempo donde siempre había alguien hablándole y riendo. Eliza tenía la culpa de su tormento. Negó con la cabeza intentando apartarse de ese hilo de pensamientos, estaba hambrienta y, tal vez por esta razón había comenzado a divagar. El parque había sido la mejor opción que había encontrado tras salir de aquella maravillosa casa donde la habían escondido durante el día. No estaba acostumbrada a aquel alboroto cuando, años atrás, los niños habrían corrido a sus casas a ocultarse bajo sus mantas. Ahora mismo todavía podía sentir en su nariz la picazón de sangre joven y pura, libre de cualquier mal, y eso solo conseguía abrir todavía más su apetito. Caminó tratando de alejarse, y llegó a un punto donde una voz desconocida parecía recriminar algo a otra persona. Se acercó, aspirando el aroma que había en el aire. Su voz, seguramente dirigiéndose a ella, no la tomó por sorpresa.
—No soy más que un infante, milord —comentó con la cabeza alta. Sus ojos vacíos de cualquier visión estaban fijos en el lugar donde había podido escuchar la voz. Se había mostrado, quedando delante de él y a una distancia prudente para poder analizar su situación en caso de que la presencia fuera hostil. Sin sus ojos no podía deducirlo— ¿Y vos?
Los recuerdos no tardaron mucho en abordarla de nuevo, reviviendo como si fuera ayer el momento en el que se encontraron. Ella tendida contra un viejo y casi vacío árbol muerto en un helado bosquecillo de Rusia. Ella corría, descalza y con un viejo y roído vestido aunque o parecía sentir el frío que la rodeaba. Cuando sus miradas se cruzaron la de aspecto más adulto se había quedado completamente parada, mirándola fijamente, y una sonrisa había nacido en sus labios. Un gruñido había salido de los pálidos labios de la vampiresa al ver como la otra joven intentaba acercarse, aunque eso no evitó que la joven la tomase en brazos y se la llevase a su hogar. Esa molesta mujer volvía cada día con algo nuevo de comida que, por supuesto, Ekaterina no tomaba. La primera vez que se alimentó de ella fue tras intentar asustarla con sus colmillos, fue entonces cuando Elizabetta le ofreció su cuello. La niña no dudó en aprovecharlo. Durante el día se escondía en lo más oscuro de la pequeña casa, y durante la noche Ekaterina escuchaba a la joven parlotear alegremente. Su momento llegó cuando unos bandidos atacaron aquella pequeña aldea, casi matándola. Después de eso la niña no dudó en hacer de ella su compañera eterna.
Ahora miraba sin ver nada, acariciando con los dedos la rugosa capa de los árboles. Escuchaba sonidos de fondo, pero estaba tan ensimismada en sus propios recuerdos que poco le importaba lo demás. Con Eliza había perdido, tal vez, el último trozo de humanidad que le quedaba y la niña sangrienta era ahora más real que nunca. Familias enteras habían sido masacradas allá por donde pasaba.
El silencio era su aliado más cercano, aquel que le permitía evadirse del mundo y olvidar. Lo que más ansiaba era poder olvidar todo el tormento, los años en soledad no habrían sido tan molestos sin ese tiempo donde siempre había alguien hablándole y riendo. Eliza tenía la culpa de su tormento. Negó con la cabeza intentando apartarse de ese hilo de pensamientos, estaba hambrienta y, tal vez por esta razón había comenzado a divagar. El parque había sido la mejor opción que había encontrado tras salir de aquella maravillosa casa donde la habían escondido durante el día. No estaba acostumbrada a aquel alboroto cuando, años atrás, los niños habrían corrido a sus casas a ocultarse bajo sus mantas. Ahora mismo todavía podía sentir en su nariz la picazón de sangre joven y pura, libre de cualquier mal, y eso solo conseguía abrir todavía más su apetito. Caminó tratando de alejarse, y llegó a un punto donde una voz desconocida parecía recriminar algo a otra persona. Se acercó, aspirando el aroma que había en el aire. Su voz, seguramente dirigiéndose a ella, no la tomó por sorpresa.
—No soy más que un infante, milord —comentó con la cabeza alta. Sus ojos vacíos de cualquier visión estaban fijos en el lugar donde había podido escuchar la voz. Se había mostrado, quedando delante de él y a una distancia prudente para poder analizar su situación en caso de que la presencia fuera hostil. Sin sus ojos no podía deducirlo— ¿Y vos?
Ekaterina Drăghicescu- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 9
Fecha de inscripción : 03/09/2015
Re: Le store sombre [Ekaterina]
Un pequeño cuerpo sin vida estaba frente al oriental de mirada inocente, el cual se quedó estupefacto ante la palidez de la fémina. ¿Cuántas cosas había escuchado sobre los niños vampiros? Muchas, más de las que podía imaginar, no obstante todas eran malas. Antiguamente un vampiro de procedencia extranjera le había advertido sobre lo feroces y malvados que podían ser los jóvenes inmortales. Las razones eran un tanto descaradas, comenzaban por decir que los caprichos de la niñez nunca se apagaban y que por eso eran sangrientos y mataban sin pensarlo ni una sola vez. Otros decían que no podían sobrevivir mucho tiempo porque se volvían locos más rápido de lo normal y ocasionaban estragos por donde fueran. Pero la verdad era que a Hero ninguna de esas cosas le convencía. Él creía firmemente que todos eran diferentes a su modo y que no debía generalizar como así le habían dicho que haga. Aunque claro que tenía miedo y era porque él había aprendido a reconocer las marcas de la eternidad, sabía qué tono de cuero concordaba con cual año y así podía distinguir auras y fortalezas de los demás. En aquel caso estaba penetrado en los poros femeninos una antigüedad inmutable. Sin embargo no podía decirlo, pues el muchacho irradiaba, como siempre, un miedo sin igual. Uno que podía compararse con estar frente a la muerte todo el tiempo. — Infante… Entonces yo soy un muchacho de diecinueve. ¡Hola! Buenas noches señorita, es un gusto. — Bromeó con algo de pena el asiático enternecido, observando la distancia que proponía dejar la niña. No estaba en desacuerdo, después de todo no había que confiarse de nada en el mundo. Aunque él siempre metiera la pata en los lugares menos indicados. Pero no dejó de sonreír, buscando los ojos ajenos con una curiosidad sin igual. ¿Qué podía estar haciendo por esa parte de la ciudad? ¿Quizá simplemente pensando así como él? Su mente quedó perdida durante unos instantes hasta que decidió levantarse.
— Yo estoy escribiendo, ¿quieres una pluma y una hoja para escribir conmigo? En el parque no hay nadie a estas horas, es inseguro… Así que no creo que encuentres a algún ser vivo. — Explicó en lo que sacudía los pantalones ajustados de época que tenía puestos, Hero siempre relucía por sus formas de vestirse y de peinarse, siempre lo más a la última moda parisina que pudiese, cuidando cada detalle, incluso maquillando la aterciopelada piel de un rosa tenue para pasar así como un humano normal. Le gustaba ese juego, camuflarse entre la gente sin ser mirado con miedo. Aunque él tenía muy en cuenta que estaba muerto y que no era parte de esa sociedad. Y le gustaba, le gustaba ser especial, llamar la atención y hablar con diferentes tipos de personas para conocer todas las maravillas del mundo. Dejó escapar su risa grácil, moviendo la mano para así indicarle que se acercara. En realidad a Hero no le agradaban los seres pequeños, solían robarle toda la atención que a él le gustaba tener, vanagloriarse en cualquier situación. Mas como estaban solos no había nada que le impidiera ser igual de amable que con los demás. Así que volvió al suelo, escuchando con cautela como los movimientos de carruajes se hacían escuchar en la lejanía. — ¿No te da miedo estar en las calles sola? En realidad yo no debería estar por aquí… Ah. ¿Estoy hablando mucho, no? Es que he estado solo aquí desde que se escondió el sol. — Murmuró entonces, avergonzándose de repente por dejarse llevar entre sus hablas sin sentido. Siempre era igual para él. Se escondía en el mundo de las palabras artificiales para nunca encontrarse con el yo interno que en realidad debía escuchar. Pero Hero no quería, no le gustaba la realidad cruel de la existencia y buscaba en todo momento escapar de aquello que le hacía daño. Aunque se pinchara con la punta de madera en cada paso aterrado que diera.
— Yo estoy escribiendo, ¿quieres una pluma y una hoja para escribir conmigo? En el parque no hay nadie a estas horas, es inseguro… Así que no creo que encuentres a algún ser vivo. — Explicó en lo que sacudía los pantalones ajustados de época que tenía puestos, Hero siempre relucía por sus formas de vestirse y de peinarse, siempre lo más a la última moda parisina que pudiese, cuidando cada detalle, incluso maquillando la aterciopelada piel de un rosa tenue para pasar así como un humano normal. Le gustaba ese juego, camuflarse entre la gente sin ser mirado con miedo. Aunque él tenía muy en cuenta que estaba muerto y que no era parte de esa sociedad. Y le gustaba, le gustaba ser especial, llamar la atención y hablar con diferentes tipos de personas para conocer todas las maravillas del mundo. Dejó escapar su risa grácil, moviendo la mano para así indicarle que se acercara. En realidad a Hero no le agradaban los seres pequeños, solían robarle toda la atención que a él le gustaba tener, vanagloriarse en cualquier situación. Mas como estaban solos no había nada que le impidiera ser igual de amable que con los demás. Así que volvió al suelo, escuchando con cautela como los movimientos de carruajes se hacían escuchar en la lejanía. — ¿No te da miedo estar en las calles sola? En realidad yo no debería estar por aquí… Ah. ¿Estoy hablando mucho, no? Es que he estado solo aquí desde que se escondió el sol. — Murmuró entonces, avergonzándose de repente por dejarse llevar entre sus hablas sin sentido. Siempre era igual para él. Se escondía en el mundo de las palabras artificiales para nunca encontrarse con el yo interno que en realidad debía escuchar. Pero Hero no quería, no le gustaba la realidad cruel de la existencia y buscaba en todo momento escapar de aquello que le hacía daño. Aunque se pinchara con la punta de madera en cada paso aterrado que diera.
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