AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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The man in the mirror / Simonetta
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The man in the mirror / Simonetta
El libro cayó a mis pies, momento en que me pude dar cuenta de que me había quedado dormido sin percatarme de tal hecho. Froté mis ojos, incorporándome para recoger mi pequeño ejemplar escolar. Al parecer no habría sufrido mayor daño que el recibir una ligera capa de polvo al chocar contra el piso. Le sacudí un poco aún adormilado. Me levanté con mucho desgano para estirar los músculos, bostezando. ¿Cuánto tiempo habría pasado ya? no tenía la menor idea, pero el reloj de bolsillo que habitualmente siempre llevaba conmigo me revelaría que faltaban menos diez minutos para las once de la noche. ¿Tanto tiempo había pasado? alcé ambas cejas asombrado. El extenuante período de evaluaciones me estaban arrancando el sueño todos los días; demasiado ajetreo y nerviosismo. Suspiré. Al parecer la “hora de estudio” me había llevado mucho más tiempo del esperado, porque mi estómago comenzó a protestar de hambre. Indudable e irremediablemente perdí la hora de la comida. Dios, no tenía remedio; siempre perdía la noción del tiempo al adentrarme a las páginas de cualquier libro que cayese en mis manos. Estaba seguro de que la Tía Rose se pondría furiosa conmigo, porque no era la primera vez que me ocurría tal falta de atención. A ella no podría darle gusto en nada aunque me esforzase el triple, de cualquier manera. Su especialidad era señalarme, recalcando mis grandes y graves errores… Como si ella fuese perfecta. Todo un dechado de virtud.
Una ráfaga helada proveniente de un inmenso ventanal apostado a mis espaldas, me sacó de concentración, haciendo que las llamas de la chimenea estuviesen a punto de apagarse. Apresuré mis pasos para cerrarle. Aquella zona de la casa era particularmente fría en cualquier estación del año, pero lo suficientemente apartada de todo y de todos, para que nadie me molestase. El refugio perfecto para mi alma solitaria. Una vez acomodado el cortinaje, deposité el pequeño libraco sobre la cubierta de un escritorio de madera; ahí esperaría hasta el día siguiente en que volvería a requerir de sus servicios y conocimientos médicos. Volví a bostezar al mismo tiempo que mi estómago protestó por segunda vez consecutiva. Necesitaba alimentarme, pero dada la hora, cualquier mozo de servicio estaría ya instalado en sus aposentos y no iba a tener el desatino de sacarle de su lecho solo por el simple hecho de haberme quedado dormido. El sueño de cualquier individuo era sagrado tratase de quien se tratase.
Habiendo cerrado las puertas del pequeño estudio tras de mí, dirigí mis pasos hacia la cocina, que quedaba dos pisos más abajo. Traté de hacer el menor ruido posible, pero era tal el silencio, que incluso las pisadas más tenues podían hacer eco al caminar. Casi que de puntillas bajé las escaleras, penetrando aquel recinto del arte culinario para tratar de robar algo que oliera exquisitamente apetitoso, que no requiriera demasiada elaboración, ya que a mi no se me daba del todo bien aquel don. Había poca luz, por lo que mi olfato era el candidato adecuado para tal travesía nocturna. A tientas logré encontrar un par de frutas y algo parecido a un tipo de queso envuelto en un paño, y al lado de éste, un cuenco rebosante de leche y tres rebanadas de pan. ¡Todo un manjar al paladar! El botín perfecto para un ladronzuelo hambriento como yo.
Acomodé todo perfectamente en una charola, encaminando mis pasos hacia el comedor, donde esperaba tener una apacible y reconfortante cena improvisada. Al llevar ambas manos ocupadas, tuve que hacer malabares al abrir la puerta recargando un costado y parte de mi espalda. Pero… Nada me había preparado para lo que mis ojos verían: Delante de mi se encontraba un hombre. Un sujeto que me pedía no gritar, y al juzgar por lo andrajoso de sus ropas, se trataba nada más y nada menos que de un ladrón. ¡Un ladrón enfrente de mí! La bandeja tembló en mi manos. Abrí la boca tratando de decir algo, alguna palabra, pero como siempre ocurría, no pude decir ni una sola palabra. Mi problema de tartamudez jugando una mala pasada en el momento menos oportuno. ¿Qué cosa debía hacer? No podía gritar pidiendo por ayuda, mis pies se anclaron en el piso y la bandeja con los alimentos cayó al piso, haciendo un ruido seco. Todo mi cuerpo temblaba, pensando en la factible posibilidad de que en cualquier momento el ladrón arremetería contra mi persona, para asesinarme. Iba a morir aquella noche... Mi vida pasó ante mí, como un rayo aparece y desaparece en el cielo.
Una ráfaga helada proveniente de un inmenso ventanal apostado a mis espaldas, me sacó de concentración, haciendo que las llamas de la chimenea estuviesen a punto de apagarse. Apresuré mis pasos para cerrarle. Aquella zona de la casa era particularmente fría en cualquier estación del año, pero lo suficientemente apartada de todo y de todos, para que nadie me molestase. El refugio perfecto para mi alma solitaria. Una vez acomodado el cortinaje, deposité el pequeño libraco sobre la cubierta de un escritorio de madera; ahí esperaría hasta el día siguiente en que volvería a requerir de sus servicios y conocimientos médicos. Volví a bostezar al mismo tiempo que mi estómago protestó por segunda vez consecutiva. Necesitaba alimentarme, pero dada la hora, cualquier mozo de servicio estaría ya instalado en sus aposentos y no iba a tener el desatino de sacarle de su lecho solo por el simple hecho de haberme quedado dormido. El sueño de cualquier individuo era sagrado tratase de quien se tratase.
Habiendo cerrado las puertas del pequeño estudio tras de mí, dirigí mis pasos hacia la cocina, que quedaba dos pisos más abajo. Traté de hacer el menor ruido posible, pero era tal el silencio, que incluso las pisadas más tenues podían hacer eco al caminar. Casi que de puntillas bajé las escaleras, penetrando aquel recinto del arte culinario para tratar de robar algo que oliera exquisitamente apetitoso, que no requiriera demasiada elaboración, ya que a mi no se me daba del todo bien aquel don. Había poca luz, por lo que mi olfato era el candidato adecuado para tal travesía nocturna. A tientas logré encontrar un par de frutas y algo parecido a un tipo de queso envuelto en un paño, y al lado de éste, un cuenco rebosante de leche y tres rebanadas de pan. ¡Todo un manjar al paladar! El botín perfecto para un ladronzuelo hambriento como yo.
Acomodé todo perfectamente en una charola, encaminando mis pasos hacia el comedor, donde esperaba tener una apacible y reconfortante cena improvisada. Al llevar ambas manos ocupadas, tuve que hacer malabares al abrir la puerta recargando un costado y parte de mi espalda. Pero… Nada me había preparado para lo que mis ojos verían: Delante de mi se encontraba un hombre. Un sujeto que me pedía no gritar, y al juzgar por lo andrajoso de sus ropas, se trataba nada más y nada menos que de un ladrón. ¡Un ladrón enfrente de mí! La bandeja tembló en mi manos. Abrí la boca tratando de decir algo, alguna palabra, pero como siempre ocurría, no pude decir ni una sola palabra. Mi problema de tartamudez jugando una mala pasada en el momento menos oportuno. ¿Qué cosa debía hacer? No podía gritar pidiendo por ayuda, mis pies se anclaron en el piso y la bandeja con los alimentos cayó al piso, haciendo un ruido seco. Todo mi cuerpo temblaba, pensando en la factible posibilidad de que en cualquier momento el ladrón arremetería contra mi persona, para asesinarme. Iba a morir aquella noche... Mi vida pasó ante mí, como un rayo aparece y desaparece en el cielo.
Última edición por Miles Walker el Mar Nov 17, 2015 11:20 am, editado 1 vez
Miles Walker- Humano Clase Alta
- Mensajes : 29
Fecha de inscripción : 05/07/2014
Re: The man in the mirror / Simonetta
Sólo minutos para las once de la noche; me había atrasado. De tanto examinar el jardín botánico en busca de materia prima, había dejado que el romanticismo que me propiciaba la idea de generar mis propias pociones me sedujera a tal punto, que la hora me pareció una invitada sin asunto, y por ende, fácil de ignorar. Sólo la tenebrosidad del caer del manto nocturno pudo con mi afán, y terminé retirándome veloz, mas cubierta y discreta.
Dudaba que mi abuela estuviera preocupada, porque me daba la impresión de que no había sido madre nunca. Mas la noche, si bien no es enemiga de nadie, tampoco es amiga de ninguno, por lo que si a algún audaz se le ocurría aturdirme por la espalda, no sería un escollo para él.
Corrí por la calle, suplicando que mis pasos no advirtieran a los maleantes como a los gatos el roer de las ratas. Bienaventurada mi fortuna; bienaventurados mis pies, pues después de un rato acudió a mí un coche sin mayor revés. Pero antes de que mi pié izquierdo me llevara al interior del carro, un objeto extraño apareció por la esquina de mi ojo: un hombre andrajoso merodeando por el interior de un ostentoso jardín.
— Si esa es su casa, a partir de hoy yo creeré todo lo que me digan. — pensé, mas mi incredulidad murió cuando el “sutil” ingresó por una ventana — Meridiano que no, palurdo
Otro asalto más bajo la mirada de guardias incompetentes y dueños despreocupados, nada nuevo, aburrido. No era mi tema. Pero al instante me di cuenta de otra cosa: era una oportunidad. ¿Para qué? Para probarme a mí misma. Porque si esa fuese mi casa, utilizaría mi hechicería para frenar al infeliz, pero ¿cuántas personas habían pasado por el misterio de mis manos? No más de cero. Desconocía la potencia y rango de mis propios hechizos.
— Está helando, señorita. Debemos irnos.
El cochero me apuró, y yo también debía hacerlo.
Honestamente no me importaba lo que pudiera pasar con los moradores de esa casa; no significaban nada para mí ni yo para ellos. Podía hacer como si no hubiera visto y subir al carruaje. ¿Qué podía pasar si fallaba? Nadie me culparía, y yo quería ver qué tan lejos podía llegar con un parafraseo de mis labios. «Dios te ve» me dije enseguida; «Él sí puede juzgarte». No podía ocultarle las intenciones que guarecía en mis entrañas. Muy bien, no lo haría entonces.
— Tenga buenas noches y que Dios lo guarde, señor. Gracias. — despedí al chofer, viéndolo desaparecer a la vuelta de la esquina.
Me sinceré por dentro. Pondría a prueba el rango de mi naciente poder. Si lograba detener al bandido al mínimo de acercamiento, tendría éxito en mi propósito; si no, mala suerte.
Me apresuré a buscar un punto para actuar, acercándome lo más posible a la casa hasta apegarme a la reja. Porca miseria, no se podía ver nada. ¿Cómo establecer contacto visual así? Ya me comenzaba a poner como una idiota cuando el mismo zafio me ayudó. Vi un par de sombras moviéndose, una apresando a la otra, a través de una ventana. Eran sólo siluetas negras a mis ojos, pero bastaban. Enfoqué mi objetivo en mi mirada, congelándola en el acto. Y comencé a crear mi ilusión. Bastaba con atontar al pobre bribón.
— Non voglio che tu qui; non voglio che tu lì. Voglio vedere voi lontano, catturati in una tempesta.
Si mi bisbiseo había surtido efecto, el vándalo perdería la orientación, tal vez preso del miedo, producto de la alucinación. Si lo lograba, conocería mis límites actuales. Si no, pues… un humano menos del cual preocuparse. Tal vez dos, si la tierra tenía suerte.
Dudaba que mi abuela estuviera preocupada, porque me daba la impresión de que no había sido madre nunca. Mas la noche, si bien no es enemiga de nadie, tampoco es amiga de ninguno, por lo que si a algún audaz se le ocurría aturdirme por la espalda, no sería un escollo para él.
Corrí por la calle, suplicando que mis pasos no advirtieran a los maleantes como a los gatos el roer de las ratas. Bienaventurada mi fortuna; bienaventurados mis pies, pues después de un rato acudió a mí un coche sin mayor revés. Pero antes de que mi pié izquierdo me llevara al interior del carro, un objeto extraño apareció por la esquina de mi ojo: un hombre andrajoso merodeando por el interior de un ostentoso jardín.
— Si esa es su casa, a partir de hoy yo creeré todo lo que me digan. — pensé, mas mi incredulidad murió cuando el “sutil” ingresó por una ventana — Meridiano que no, palurdo
Otro asalto más bajo la mirada de guardias incompetentes y dueños despreocupados, nada nuevo, aburrido. No era mi tema. Pero al instante me di cuenta de otra cosa: era una oportunidad. ¿Para qué? Para probarme a mí misma. Porque si esa fuese mi casa, utilizaría mi hechicería para frenar al infeliz, pero ¿cuántas personas habían pasado por el misterio de mis manos? No más de cero. Desconocía la potencia y rango de mis propios hechizos.
— Está helando, señorita. Debemos irnos.
El cochero me apuró, y yo también debía hacerlo.
Honestamente no me importaba lo que pudiera pasar con los moradores de esa casa; no significaban nada para mí ni yo para ellos. Podía hacer como si no hubiera visto y subir al carruaje. ¿Qué podía pasar si fallaba? Nadie me culparía, y yo quería ver qué tan lejos podía llegar con un parafraseo de mis labios. «Dios te ve» me dije enseguida; «Él sí puede juzgarte». No podía ocultarle las intenciones que guarecía en mis entrañas. Muy bien, no lo haría entonces.
— Tenga buenas noches y que Dios lo guarde, señor. Gracias. — despedí al chofer, viéndolo desaparecer a la vuelta de la esquina.
Me sinceré por dentro. Pondría a prueba el rango de mi naciente poder. Si lograba detener al bandido al mínimo de acercamiento, tendría éxito en mi propósito; si no, mala suerte.
Me apresuré a buscar un punto para actuar, acercándome lo más posible a la casa hasta apegarme a la reja. Porca miseria, no se podía ver nada. ¿Cómo establecer contacto visual así? Ya me comenzaba a poner como una idiota cuando el mismo zafio me ayudó. Vi un par de sombras moviéndose, una apresando a la otra, a través de una ventana. Eran sólo siluetas negras a mis ojos, pero bastaban. Enfoqué mi objetivo en mi mirada, congelándola en el acto. Y comencé a crear mi ilusión. Bastaba con atontar al pobre bribón.
— Non voglio che tu qui; non voglio che tu lì. Voglio vedere voi lontano, catturati in una tempesta.
Si mi bisbiseo había surtido efecto, el vándalo perdería la orientación, tal vez preso del miedo, producto de la alucinación. Si lo lograba, conocería mis límites actuales. Si no, pues… un humano menos del cual preocuparse. Tal vez dos, si la tierra tenía suerte.
Simonetta Vespucci- Hechicero Clase Media
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Re: The man in the mirror / Simonetta
Era un hombre muy corpulento y demasiado alto, al menos me sacaba unos 20 cm de estatura no tendría yo nada que hacer contra él, porque - aparte de que estaba congelado por el miedo- yo no sabía pelear. Nunca había usado un arma en toda mi vida, era carne fresca e indudablemente, iba yo a morir esa noche. El ladrón dio corrió hacia mí y me sujetó por la ropa mirándome con ojos furiosos inyectados en sangre. Olía a sudor y a mugre. Su rostro era el de una persona avejentada, cruel, sin sentimientos y dispuesto a todo.
-¡Dime dónde guardas la plata! Dímelo o te corto en pedacitos niño bonito. - Sentí el filo de una navaja a punto de traspasar mi piel por un costado.
Por supuesto que yo no podía hablar, estaba muerto de miedo y mi tartamudez no ayudaba, por más que abría la boca para intentar decir algo, no solía ningún sonido de ella; parecía que mi voz también la había robado a que ladrón apenas entró por la ventana.
-¡Eres un maldito inútil! - Me arrojó contra la pared. Me golpeé en la cabeza y caí de rodillas aturdido. No bastándole con ésto, volvió a levantarme en vilo, para arrastrarme hacia la ventana, donde me empujó. ¡Él quería arrojarme hacia el vacío! Mi instinto de supervivencia me obligaba a darle golpes a arañarle la cara, pero el no cesaba en su empeño de hacerme daño, todo el posible, hasta que revelara mi escondite secreto, que sea dicho de paso, no tenía la más remota idea de dónde se encontraba. Tía Rose era la encargada de las finanzas.
-N-No..dé..jeme... en..paz.
-¡Vas a morir como el perro que eres. Tú y toda la clase pudiente debería pudrirse en el infierno! ¡Ahora muere!
No tengo muy claro qué ocurrió, pero el hombre comenzó a comportarse de manera errática, titubeante, parecía fuera de sí. Tanto, que soltó el agarre y yo finalmente pude escabullirme hacia la puerta de salida del comedor, para intentar buscar ayuda.
-¡Dime dónde guardas la plata! Dímelo o te corto en pedacitos niño bonito. - Sentí el filo de una navaja a punto de traspasar mi piel por un costado.
Por supuesto que yo no podía hablar, estaba muerto de miedo y mi tartamudez no ayudaba, por más que abría la boca para intentar decir algo, no solía ningún sonido de ella; parecía que mi voz también la había robado a que ladrón apenas entró por la ventana.
-¡Eres un maldito inútil! - Me arrojó contra la pared. Me golpeé en la cabeza y caí de rodillas aturdido. No bastándole con ésto, volvió a levantarme en vilo, para arrastrarme hacia la ventana, donde me empujó. ¡Él quería arrojarme hacia el vacío! Mi instinto de supervivencia me obligaba a darle golpes a arañarle la cara, pero el no cesaba en su empeño de hacerme daño, todo el posible, hasta que revelara mi escondite secreto, que sea dicho de paso, no tenía la más remota idea de dónde se encontraba. Tía Rose era la encargada de las finanzas.
-N-No..dé..jeme... en..paz.
-¡Vas a morir como el perro que eres. Tú y toda la clase pudiente debería pudrirse en el infierno! ¡Ahora muere!
No tengo muy claro qué ocurrió, pero el hombre comenzó a comportarse de manera errática, titubeante, parecía fuera de sí. Tanto, que soltó el agarre y yo finalmente pude escabullirme hacia la puerta de salida del comedor, para intentar buscar ayuda.
Miles Walker- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 05/07/2014
Re: The man in the mirror / Simonetta
¡Ahí estaba! Las ilusiones dándose un festín con la mente aturdida. Sostuve la mirada, muy a pesar de la insuflación que había recibido mi ego. Mi poder todavía era joven, menudo, pero estaba allí, creciendo. Con cada segundo que mantenía la alucinación, una emoción renovadora me propiciaba energías verdes, como si estuviera aplicando la correcta función a la herramienta que constituía yo completa.
Mas era un efecto engañoso; mientras más recibía, más necesitaba. Y me daba gusto contemplar las consecuencias de la magia que emanaba de mí, aunque fueran desastrosas, aunque la víctima del bandido se viera tan afligida y yo pudiera frenar esa angustia. Los veía desde afuera, no solamente en el sentido literal. Yo era espectadora y directora de mi propia obra.
Pero no duraría para siempre. Ya contaba los segundos en que podría seguir manteniendo esa fuerza. ¿Qué haría, entonces? La muerte del desafortunado dueño no significaría nada para mí; el pan no llegaría a la mesa con mayor abundancia, ni tampoco se vería menos niños pidiendo limosna en las calles. Su existencia se borraría tan fácilmente como en cualquier instante podía extinguirse la mía. Sin embargo, ya había llegado lejos, y por una cuestión de orgullo me rehusé a que el bandido se saliera con la suya. Con lo que me quedaba de energía vital, le obsequié en su vista dominada la criatura más aterradora que pude idear.
— Bête du Gévaudan —susurré. Un mito urbano francés, ¿qué mejor? La Bestia de Gevaudan le presenté, con sus garras y dientes también.
Fui testigo de cómo el palurdo desgraciado chilló y retrocedió hasta golpearse en la cabeza. Se desmayó, el achantado. Sé que gruñí para mis adentros con el resultado; hubiese preferido verlo achicharrarse antes, como un pedazo de basura arrojado al fuego, pero no me dio esa satisfacción.
Mi vista se volcó sobre el joven que continuaba aterrado.
— Vamos, levántese. — murmuré impaciente. Ni que lo hubieran zamarreado tanto.
¿Sería ya tiempo de irme? Ya comprobado lo que quería. Además, no tenía paciencia para lidiar con el estado de shock del señorito de la casa, y tampoco quería ser descubierta. ¿Qué excusa válida podía dar?
Mas era un efecto engañoso; mientras más recibía, más necesitaba. Y me daba gusto contemplar las consecuencias de la magia que emanaba de mí, aunque fueran desastrosas, aunque la víctima del bandido se viera tan afligida y yo pudiera frenar esa angustia. Los veía desde afuera, no solamente en el sentido literal. Yo era espectadora y directora de mi propia obra.
Pero no duraría para siempre. Ya contaba los segundos en que podría seguir manteniendo esa fuerza. ¿Qué haría, entonces? La muerte del desafortunado dueño no significaría nada para mí; el pan no llegaría a la mesa con mayor abundancia, ni tampoco se vería menos niños pidiendo limosna en las calles. Su existencia se borraría tan fácilmente como en cualquier instante podía extinguirse la mía. Sin embargo, ya había llegado lejos, y por una cuestión de orgullo me rehusé a que el bandido se saliera con la suya. Con lo que me quedaba de energía vital, le obsequié en su vista dominada la criatura más aterradora que pude idear.
— Bête du Gévaudan —susurré. Un mito urbano francés, ¿qué mejor? La Bestia de Gevaudan le presenté, con sus garras y dientes también.
Fui testigo de cómo el palurdo desgraciado chilló y retrocedió hasta golpearse en la cabeza. Se desmayó, el achantado. Sé que gruñí para mis adentros con el resultado; hubiese preferido verlo achicharrarse antes, como un pedazo de basura arrojado al fuego, pero no me dio esa satisfacción.
Mi vista se volcó sobre el joven que continuaba aterrado.
— Vamos, levántese. — murmuré impaciente. Ni que lo hubieran zamarreado tanto.
¿Sería ya tiempo de irme? Ya comprobado lo que quería. Además, no tenía paciencia para lidiar con el estado de shock del señorito de la casa, y tampoco quería ser descubierta. ¿Qué excusa válida podía dar?
Simonetta Vespucci- Hechicero Clase Media
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Re: The man in the mirror / Simonetta
Sentía las piernas pesadas, el cuerpo rígido y me dolía el cuello; podía sentir la presión de esas manos fuertes tratando de estrangularme, o tirarme hacia abajo por la ventana; cualquiera de las cosas que pasase primero. Más nada ocurrió, simplemente por instinto de supervivencia, salí corriendo hacia las amplias escaleras que dirigían a la entrada principal, misma que abrí con premura. Avancé sorteando los escalones y parte de la jardín que llevaba hacia otra reja aún mayor. Le abrí también sin importar nada más. Intenté dar algunos pasos más allá, pero el cuerpo terminó por engarrotarse, impidiéndomelo. La Tía Rose estaba en casa, y por más que no le soportase, no podía dejarle morir a manos de aquel bandolero, era mi única familia y si algo le ocurriese, me quedaría completamente solo.
Cuando intenté dar media vuelta, no pude despegar los ojos del balcón que daba hacia el comedor. Ese sujeto continuaba ahí, gritando y revolcándose en el suelo, como si le estuviese dando un ataque al corazón. ¿Qué estaba ocurriendo? Tenía muchas preguntas y pocas respuestas rondando por mi cabeza. Sólo esperaba no entrar en estado de pánico; me solían sentar fatal las emociones fuertes, ya que el nerviosismo era tal, que sentía morir, literalmente. Traté de controlar mi respiración sentándome sobre el suelo, pensar coherentemente e ir en busca de la policía, antes de que alguien más resultase herido y mucho antes de que el ladrón se recuperase en dado caso, situación que dudaba, casi nadie - por no decir nunca nadie - sobrevivía a un ataque como aquel.
-Vamos, levántese.- la voz de una mujer me hizo brincar. También le miré confuso. ¿Llevaba tiempo ahí y no me había percatado de su presencia? ¿Estarìa en complicidad? Por instinto me alejé un par de pasos, dispuesto a echar a correr, pero algo me mantuvo sujeto ahí. ¡No podía seguir huyendo toda la noche! Le haría frente, podría con ella, prácticamente era una niña.
¿-Q-qui...en e-eres tú? - a pesar de la tartamudéz, pude al ligar un par de palabras -. -Estoy..di, di..dispuesto a... a defen..defenderme.- la boca seca, el corazön desbordado y con muchas ganas de devolver el estómago. Esa era mi situaciön actual.
Cuando intenté dar media vuelta, no pude despegar los ojos del balcón que daba hacia el comedor. Ese sujeto continuaba ahí, gritando y revolcándose en el suelo, como si le estuviese dando un ataque al corazón. ¿Qué estaba ocurriendo? Tenía muchas preguntas y pocas respuestas rondando por mi cabeza. Sólo esperaba no entrar en estado de pánico; me solían sentar fatal las emociones fuertes, ya que el nerviosismo era tal, que sentía morir, literalmente. Traté de controlar mi respiración sentándome sobre el suelo, pensar coherentemente e ir en busca de la policía, antes de que alguien más resultase herido y mucho antes de que el ladrón se recuperase en dado caso, situación que dudaba, casi nadie - por no decir nunca nadie - sobrevivía a un ataque como aquel.
-Vamos, levántese.- la voz de una mujer me hizo brincar. También le miré confuso. ¿Llevaba tiempo ahí y no me había percatado de su presencia? ¿Estarìa en complicidad? Por instinto me alejé un par de pasos, dispuesto a echar a correr, pero algo me mantuvo sujeto ahí. ¡No podía seguir huyendo toda la noche! Le haría frente, podría con ella, prácticamente era una niña.
¿-Q-qui...en e-eres tú? - a pesar de la tartamudéz, pude al ligar un par de palabras -. -Estoy..di, di..dispuesto a... a defen..defenderme.- la boca seca, el corazön desbordado y con muchas ganas de devolver el estómago. Esa era mi situaciön actual.
Miles Walker- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 05/07/2014
Re: The man in the mirror / Simonetta
¡Fui descubierta! Me lo merecía por tener la boca tan grande.
Mi primer impulso fue correr como una delincuente hasta que se consumiera por completo la suela de mis zapatos y mis enaguas acabaran por romperse. Pero si hacía eso, ¿no estaría delatándome falsamente por un delito que no había cometido? Así como el que callaba otorga, perfectamente el que huía podía verse afectado por las mismas consecuencias. Así que salí de mi escondite, y con un nudo en la garganta que más bien parecía una guerra entre pulpos, hice presencia con la cabeza gacha y postura de sumisión. Di pasos cortos y en puntillas. Terminé construyendo mi defensa con la sola actitud que exhibiera ante el dueño de casa.
Mas cuando levanté los ojos, pero no la cabeza, me pregunté quién amenazaba a quién. Es que… pobre crío; apenas se podía su lengua. Manifestaba su intención de luchar por su vida como si fuese la primera vez que alzaba los puños para algo que no fuese tomar los cubiertos de la mesa. Hasta ternura provocaba. Por ende, me mostré con el perfil más bajo que pude para no hacerlo sentir más insignificante. No había justicia en pisotear a los abatidos.
— Con su permiso, me muestro ante vuestra señoría. — volumen bajo, pero nítido. — Discúlpeme, yo… quise detenerlo, pero todo fue tan rápido. Estaba subiendo a mi carruaje cuando vi que entró sospechosamente a su jardín — de acuerdo, eso era verdad, pero no le diría toda — No supe qué hacer para evitarlo sin que me confundiese con una ladrona. Véame y se dará cuenta de que no hay nada en mí que pueda ser una amenaza para usted. Estoy desarmada, a rostro descubierto. Ni siquiera Por favor, no me haga daño. Estaba nerviosa y no sabía qué hacer. Si gritaba, podía ser peor para usted. Puedo irme enseguida si lo desea y llamar a sus guardadores. ¿Usted está bien? Oí un forcejeo. Un médico, cualquier cosa que necesite, ¿qué puedo hacer por usted? Dígame; no protestaré.
A cambio, lo único que pedí mentalmente fue que no hiciera un escándalo, lo cual era poco factible. ¿Cómo lo sabía? Con sólo mirarlo; tan nervioso que parecía apunto de quebrarse no en dos, sino en cientos de pedazos. ¿Era siempre así de tartamudo o sólo era producto de la impresión de haber estado tan cerca de no contarlo? Ojalá fuese sólo temporal; si no, se trataba de alguien impulsivo. Frente a alguien de esa naturaleza, mi nombre no tenía altas probabilidades de salir indemne de esa incómoda situación.
Mi primer impulso fue correr como una delincuente hasta que se consumiera por completo la suela de mis zapatos y mis enaguas acabaran por romperse. Pero si hacía eso, ¿no estaría delatándome falsamente por un delito que no había cometido? Así como el que callaba otorga, perfectamente el que huía podía verse afectado por las mismas consecuencias. Así que salí de mi escondite, y con un nudo en la garganta que más bien parecía una guerra entre pulpos, hice presencia con la cabeza gacha y postura de sumisión. Di pasos cortos y en puntillas. Terminé construyendo mi defensa con la sola actitud que exhibiera ante el dueño de casa.
Mas cuando levanté los ojos, pero no la cabeza, me pregunté quién amenazaba a quién. Es que… pobre crío; apenas se podía su lengua. Manifestaba su intención de luchar por su vida como si fuese la primera vez que alzaba los puños para algo que no fuese tomar los cubiertos de la mesa. Hasta ternura provocaba. Por ende, me mostré con el perfil más bajo que pude para no hacerlo sentir más insignificante. No había justicia en pisotear a los abatidos.
— Con su permiso, me muestro ante vuestra señoría. — volumen bajo, pero nítido. — Discúlpeme, yo… quise detenerlo, pero todo fue tan rápido. Estaba subiendo a mi carruaje cuando vi que entró sospechosamente a su jardín — de acuerdo, eso era verdad, pero no le diría toda — No supe qué hacer para evitarlo sin que me confundiese con una ladrona. Véame y se dará cuenta de que no hay nada en mí que pueda ser una amenaza para usted. Estoy desarmada, a rostro descubierto. Ni siquiera Por favor, no me haga daño. Estaba nerviosa y no sabía qué hacer. Si gritaba, podía ser peor para usted. Puedo irme enseguida si lo desea y llamar a sus guardadores. ¿Usted está bien? Oí un forcejeo. Un médico, cualquier cosa que necesite, ¿qué puedo hacer por usted? Dígame; no protestaré.
A cambio, lo único que pedí mentalmente fue que no hiciera un escándalo, lo cual era poco factible. ¿Cómo lo sabía? Con sólo mirarlo; tan nervioso que parecía apunto de quebrarse no en dos, sino en cientos de pedazos. ¿Era siempre así de tartamudo o sólo era producto de la impresión de haber estado tan cerca de no contarlo? Ojalá fuese sólo temporal; si no, se trataba de alguien impulsivo. Frente a alguien de esa naturaleza, mi nombre no tenía altas probabilidades de salir indemne de esa incómoda situación.
Simonetta Vespucci- Hechicero Clase Media
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Re: The man in the mirror / Simonetta
Sabía perfectamente que el haber dicho que iba a defenderse, era meramente simbólico, porque no habría sido capaz de ponerle una mano encima a la doncella, pero estaba nervioso, tenía miedo, tartamudeaba, y de alguna manera se sentía más débil de lo que comúnmente ocurría. Se sentía un completo chico inútil y mimado, incapáz de actuar de acuerdo a las circunstancias. Aunque había una cosa muy cierta: El nunca se entrometía con nadie. Por lo tanto, no sabía pelear - ya no digamos verbalmente - sino con los puños.
Escuchó atentamente sus palabras, trató de visualizar toda la escena: El ladrón tratando asesinarlo, ella tratando de escapar, luego volver y explicarle todo... Había ocurrido en tan sólo unos minutos, y estaba aturdido. Cerró los ojos masajeó sus sienes y trató de calmarse lo más que podía; una tarea muy ardua dado su condición de tartamudo, que ante cualquier indicio de nerviosismo, acrecentaba su padecimiento. ¿Qué desición tomar? Ahora mismo envidiaba a la tía Rose y su carácter fuerte y decidido. Ella sabría que hacer puntualmente.
-Discúlpame un momento.- Inhaló y exhaló -No voy a hacerte daño ni.. Ha..hacer ésto más...más grande. Es... La...primera vez...que...que me ocurre algo así.
¡Quería decir tántas cosas al mismo tiempo! que su mente y su boca no concordaban y se desesperaba demasiado. Incluso sentía que sus manos sudaban y el corazón le golpeaba el pecho, como si de un martillo de hierro se tratase.
- Debo..tener una marca... En mi cuello. El...ladrón, trato de... Estran....gularme. Afortunadamente... En realidad... No sé qué...ocurrió..simple...mmmente se desvaneció. Debber..ia llamar a la policíiia. -comenzaba a desesperarse nuevamente.
Era la primero que tenía que haber hecho desde un principio, pero había corrido como un auténtico cobarde, dejando a la tía a su suerte, aunque conociéndole, el ladrón lo habría pasado bastante mal antes de intentar cualquier cosa. La mujer era una persona mayor, pero un hueso rudo de roer.
Escuchó atentamente sus palabras, trató de visualizar toda la escena: El ladrón tratando asesinarlo, ella tratando de escapar, luego volver y explicarle todo... Había ocurrido en tan sólo unos minutos, y estaba aturdido. Cerró los ojos masajeó sus sienes y trató de calmarse lo más que podía; una tarea muy ardua dado su condición de tartamudo, que ante cualquier indicio de nerviosismo, acrecentaba su padecimiento. ¿Qué desición tomar? Ahora mismo envidiaba a la tía Rose y su carácter fuerte y decidido. Ella sabría que hacer puntualmente.
-Discúlpame un momento.- Inhaló y exhaló -No voy a hacerte daño ni.. Ha..hacer ésto más...más grande. Es... La...primera vez...que...que me ocurre algo así.
¡Quería decir tántas cosas al mismo tiempo! que su mente y su boca no concordaban y se desesperaba demasiado. Incluso sentía que sus manos sudaban y el corazón le golpeaba el pecho, como si de un martillo de hierro se tratase.
- Debo..tener una marca... En mi cuello. El...ladrón, trato de... Estran....gularme. Afortunadamente... En realidad... No sé qué...ocurrió..simple...mmmente se desvaneció. Debber..ia llamar a la policíiia. -comenzaba a desesperarse nuevamente.
Era la primero que tenía que haber hecho desde un principio, pero había corrido como un auténtico cobarde, dejando a la tía a su suerte, aunque conociéndole, el ladrón lo habría pasado bastante mal antes de intentar cualquier cosa. La mujer era una persona mayor, pero un hueso rudo de roer.
Miles Walker- Humano Clase Alta
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Re: The man in the mirror / Simonetta
— Tranquilo, señor. Respire. Siéntese. —qué ironía que pareciera él el intruso.
Dios mío, pero qué manojo de nervios. Pobre chico; daba hasta ternura, pero también tenía la potencia de desesperarme. Si seguía así, se iba a orinar en los pantalones. Qué pena. Tan joven y tan temeroso. Sentía tanto temor a hacia sí mismo que no se daba cuenta del daño que se ocasionaba. Quizás si hubiese sabido que tenía el rostro fresco como amor matutino, no lo hubiese arruinado con esas expresiones tan feas.
Fuera por la evidente indefensión del muchacho o porque sencillamente no estaba en posición de exasperarme, mis sentimientos maternales ganaron. Y como si me acercase a un gatito callejero, avancé con la lentitud del silencio y en puntillas hacia el angustiado.
Tomé un respiro y pensé en qué decirle. Maldición, no se me ocurría nada. ¿De qué me servía leer tanta doctrina, discursos y palabrerías si ni siquiera podía con un chiquillo joven? Tonta, Simonetta, tonta. Pensé en las cosas que a mí me tranquilizaban sin importar la causa de mis desvelos: mi padre, solamente. Pero, ¿y a él?
— Esta es su casa y su refugio. Nadie lo va a tocar. Lo importante ahora es ocuparse de que no vuelva a hacerle daño, ¿me entiende? Apuesto a que debe dolerle hablar, pero si pudo articular, no debe ser tan grave. Puede las huellas duren más de lo que le gustaría, mas no os preocupéis, que también se borrarán. — es lo que mamá hubiera dicho para hacerme sentir mejor — ¿Necesita que llame a su mayordomo o al ama de llaves?
Antes de que pudiera responderme, llegó a mí el ruido de pasos, incrementándose junto con los segundos acumulados. Por supuesto, los gritos debían haber despertado a más de algún desprevenido. El dueño de casa seguramente esperaría a alguien que lo confortase en primer lugar, algún santo con la capacidad de contención que necesitaba, porque yo no disponía de ella. Mas en cuanto mí, yo sólo quería verle la cara al mequetrefe encargado de la seguridad, que de lo deficiente había puesto al joven en una trampa mortal.
Procuré verme tan asustada como el señorito, pero compuesta. De la primera impresión dependía mi credibilidad, porque no confiaba ni por un instante en que el aturdido mancebo estuviera lo suficientemente repuesto como para defender mi maquinada e irresoluta inocencia.
Dios mío, pero qué manojo de nervios. Pobre chico; daba hasta ternura, pero también tenía la potencia de desesperarme. Si seguía así, se iba a orinar en los pantalones. Qué pena. Tan joven y tan temeroso. Sentía tanto temor a hacia sí mismo que no se daba cuenta del daño que se ocasionaba. Quizás si hubiese sabido que tenía el rostro fresco como amor matutino, no lo hubiese arruinado con esas expresiones tan feas.
Fuera por la evidente indefensión del muchacho o porque sencillamente no estaba en posición de exasperarme, mis sentimientos maternales ganaron. Y como si me acercase a un gatito callejero, avancé con la lentitud del silencio y en puntillas hacia el angustiado.
Tomé un respiro y pensé en qué decirle. Maldición, no se me ocurría nada. ¿De qué me servía leer tanta doctrina, discursos y palabrerías si ni siquiera podía con un chiquillo joven? Tonta, Simonetta, tonta. Pensé en las cosas que a mí me tranquilizaban sin importar la causa de mis desvelos: mi padre, solamente. Pero, ¿y a él?
— Esta es su casa y su refugio. Nadie lo va a tocar. Lo importante ahora es ocuparse de que no vuelva a hacerle daño, ¿me entiende? Apuesto a que debe dolerle hablar, pero si pudo articular, no debe ser tan grave. Puede las huellas duren más de lo que le gustaría, mas no os preocupéis, que también se borrarán. — es lo que mamá hubiera dicho para hacerme sentir mejor — ¿Necesita que llame a su mayordomo o al ama de llaves?
Antes de que pudiera responderme, llegó a mí el ruido de pasos, incrementándose junto con los segundos acumulados. Por supuesto, los gritos debían haber despertado a más de algún desprevenido. El dueño de casa seguramente esperaría a alguien que lo confortase en primer lugar, algún santo con la capacidad de contención que necesitaba, porque yo no disponía de ella. Mas en cuanto mí, yo sólo quería verle la cara al mequetrefe encargado de la seguridad, que de lo deficiente había puesto al joven en una trampa mortal.
Procuré verme tan asustada como el señorito, pero compuesta. De la primera impresión dependía mi credibilidad, porque no confiaba ni por un instante en que el aturdido mancebo estuviera lo suficientemente repuesto como para defender mi maquinada e irresoluta inocencia.
Simonetta Vespucci- Hechicero Clase Media
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Re: The man in the mirror / Simonetta
Efectivamente, hice caso sus palabras y tomé asiento en alguna piedra que estaba por ahí a las afueras del camino. Cerré ojos, respiré hondo tratando de calmarme y olvidar todo el incidente, pensando que todo se trataba de un sueño y que nada de aquello era real; que abriría los ojos y me despertaría en cama, pero lamentablemente todo era real. Tan real que me sentía avergonzado y estúpidamente tonto frente a la señorita, que tal vez estuviese pensando que trataba con un chiquillo mimado bueno para nada, que se quejaba por cualquier tontería. Pero más que el dolor en la garganta, era un dolor anímico, pues aborrecía ser tartamudo, y aunque claro ella no lo sabía, tenía una pena muy profunda porque no iba poder recuperarme del todo de aquella enfermedad. Jamás de los jamases. Y situaciones incómodas como ésta, sólo hacían que mi lengua estuviese más torpe de lo normal. Tonto de mí.
Ahí estaba yo tratando de controlarme, cuando escuché pasos a nuestras espaldas. Se trataba de la tía Rose que venía ajustándose la fina bata de seda estampada, seguida por dos trabajadores con un machete cada uno en las manos. Cuando nos observó a lo lejos, pude darme cuenta de que su rostro se volvió de piedra; seguro estaba pensando que había escapado a mitad de la noche, para encontrarme con una mujer a solas. Si aquello era verdad a sus ojos, ya me esperaba un castigo ejemplar. La tía Rose era muy estricta y chapada a la antigua.
-Miles querido, qué haces levantado a tales horas en compañia de... Ella. - la observó de pieza cabeza sin un ápice de remordimiento, tenía la ceja derecha levantada y esto sólo significaba que no estaba de acuerdo, que reprochaba su presencia y que tal vez mentalmente le estaba insultando, llamándole mujerzuela. No iba a permitir tal atropello, porque nada de lo que su retorcida mente estuviese pensando era verdad; así pues me concentré lo mejor que pude y oré porque todo aquello que quisiese decir fuera de corrido y coherente:
-Tuvimos un intento de robo, tia Rose. -Señalé hacia la ventana del comedor, donde yacía el ladrón - Yo... Salí a pedir ayuda y...Y... Ella iba a ayudarnos, en ése preciso momento llegaste tú.
Involuntariamente la estaba inmiscuyendo en el problema, pero me hubiese dolido demasiado el que la tía le hubiese dicho palabras inapropiadas hacia su persona, porque ya la conocía, era demasiado grosera y altanera y no medias palabras, tratase de quien se tratase.
Aún así no parecía creérselo. Indicó a los trabajadores que se apresuraran, que ya se encargaría ella de llamar a las autoridades correspondientes. Volvió a mirarme y me hizo un gesto con la cabeza, era la señal de que debía retirarme hacia dentro. No supe que decir al momento y fue justamente cuando ella volvió a interceder:
-Discúlpelo, mi sobrino Miles es tartamudo. Le cuesta trabajo expresarse, le ruego disculpe su torpeza.
Ahí estaba su cruel venganza, había abierto la herida echándole sal. Me dejó en ridículo y era más de lo que podía soportar; apreté las manos en un puño bajé la mirada volví a dirigirla hacía ella y me retiré avergonzado y molesto.
Ahí estaba yo tratando de controlarme, cuando escuché pasos a nuestras espaldas. Se trataba de la tía Rose que venía ajustándose la fina bata de seda estampada, seguida por dos trabajadores con un machete cada uno en las manos. Cuando nos observó a lo lejos, pude darme cuenta de que su rostro se volvió de piedra; seguro estaba pensando que había escapado a mitad de la noche, para encontrarme con una mujer a solas. Si aquello era verdad a sus ojos, ya me esperaba un castigo ejemplar. La tía Rose era muy estricta y chapada a la antigua.
-Miles querido, qué haces levantado a tales horas en compañia de... Ella. - la observó de pieza cabeza sin un ápice de remordimiento, tenía la ceja derecha levantada y esto sólo significaba que no estaba de acuerdo, que reprochaba su presencia y que tal vez mentalmente le estaba insultando, llamándole mujerzuela. No iba a permitir tal atropello, porque nada de lo que su retorcida mente estuviese pensando era verdad; así pues me concentré lo mejor que pude y oré porque todo aquello que quisiese decir fuera de corrido y coherente:
-Tuvimos un intento de robo, tia Rose. -Señalé hacia la ventana del comedor, donde yacía el ladrón - Yo... Salí a pedir ayuda y...Y... Ella iba a ayudarnos, en ése preciso momento llegaste tú.
Involuntariamente la estaba inmiscuyendo en el problema, pero me hubiese dolido demasiado el que la tía le hubiese dicho palabras inapropiadas hacia su persona, porque ya la conocía, era demasiado grosera y altanera y no medias palabras, tratase de quien se tratase.
Aún así no parecía creérselo. Indicó a los trabajadores que se apresuraran, que ya se encargaría ella de llamar a las autoridades correspondientes. Volvió a mirarme y me hizo un gesto con la cabeza, era la señal de que debía retirarme hacia dentro. No supe que decir al momento y fue justamente cuando ella volvió a interceder:
-Discúlpelo, mi sobrino Miles es tartamudo. Le cuesta trabajo expresarse, le ruego disculpe su torpeza.
Ahí estaba su cruel venganza, había abierto la herida echándole sal. Me dejó en ridículo y era más de lo que podía soportar; apreté las manos en un puño bajé la mirada volví a dirigirla hacía ella y me retiré avergonzado y molesto.
Miles Walker- Humano Clase Alta
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Re: The man in the mirror / Simonetta
Pudenda mujer apareció ante nosotros como si su primerísima intención hubiese sido enfrentarnos más que alcanzarnos. Yo procuré quedar neutra, vacía, sin un sola emoción en mi rostro, además del diámetro un poco exagerado que exhibieron mis ojos. No era fácil, considerando que podía jurar que aquella mujer me estaba diciendo “puta” con la mirada. En circunstancias normales hubiera reaccionado a la defensiva, hipócrita y altiva, como si por mi sangre corriera la misma alcurnia del tiritón muchacho.
— Simonetta Vespucci. Es un honor, señora. — me presenté de inmediato, reverenciándome y evitando el contacto visual con ella. Antes de que se me escapase la rebeldía por los poros.
Comprendí su inicial falta de tacto hacia mí, pero no había necesidad de humillar a Miles, lastimando además su ego de macho. Claramente no lo estaba ayudando con sus palabras; imaginé que debía hacerlo sentir culpable. Como si el pobre no supiera que era tartamudo, para que se lo refregaran en la cara y delante de otras personas, por todos los cielos.
— Yo no hice nada, estimada señora — me adelanté antes de que el joven se retirase — Fue su sobrino, el señor Miles, quien noqueó al maleante. Sí, yo quise ayudar, pero la verdad es que poco podía hacer cuando el señorito ya tenía la situación bajo control. Lo único en que aporté fue en calmarlo; no todos los días se derriba a un feroz atacante y se sale indemne. Así que hoy no solamente tenemos un delincuente, sino que también a un héroe.
Busqué la aprobación del señorito Miles, aunque me conformaba con que no me contradijera delante de su tía. Esto porque si quedaba de mentirosa, ella me mostraría su faceta más severa y cruel, disparando mi rabia, y por ende mi magia. Por su bien, y no por el mío, mantuve la calma.
— Simonetta Vespucci. Es un honor, señora. — me presenté de inmediato, reverenciándome y evitando el contacto visual con ella. Antes de que se me escapase la rebeldía por los poros.
Comprendí su inicial falta de tacto hacia mí, pero no había necesidad de humillar a Miles, lastimando además su ego de macho. Claramente no lo estaba ayudando con sus palabras; imaginé que debía hacerlo sentir culpable. Como si el pobre no supiera que era tartamudo, para que se lo refregaran en la cara y delante de otras personas, por todos los cielos.
— Yo no hice nada, estimada señora — me adelanté antes de que el joven se retirase — Fue su sobrino, el señor Miles, quien noqueó al maleante. Sí, yo quise ayudar, pero la verdad es que poco podía hacer cuando el señorito ya tenía la situación bajo control. Lo único en que aporté fue en calmarlo; no todos los días se derriba a un feroz atacante y se sale indemne. Así que hoy no solamente tenemos un delincuente, sino que también a un héroe.
Busqué la aprobación del señorito Miles, aunque me conformaba con que no me contradijera delante de su tía. Esto porque si quedaba de mentirosa, ella me mostraría su faceta más severa y cruel, disparando mi rabia, y por ende mi magia. Por su bien, y no por el mío, mantuve la calma.
Simonetta Vespucci- Hechicero Clase Media
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Re: The man in the mirror / Simonetta
Detuve mi andar apenas escuché las palabras de la señorita, de quien aún no sabía el nombre. Ella estaba tratando de ayudarme, quedando ante la tía en buenos términos, mostrándome como un héroe. Le miré directamente a los ojos con la boca abierta, puesto que no creía lo que estaba ocurriendo en ese momento. Después centré mi atención en mi "adorable y sarcástica" tía, quien estaba seguro respondería a mi "cómplice", ya que no iba a desbaratar su historia fantástica; sólo que en lugar de ayudarme, tal vez me estuviese condenando más.
-¿Un héroe Miles? -Mi tía no pudo contener la risa sicarrona, en claro tono de burla. -No es capaz de matar ni a una mosca. Se asusta hasta de su..duu.suu propia sombra.
Fue más de lo que pude soportar. Mi tía me había remedado de la manera más cruel que pudo haber hecho, en toda su repugnante y pestilente vida. Torció la boca, llevó las manos al frente como si estuviese tuyida. ¡Cúanto la odiaba! De haber podido hacerlo, la habría ahorcado ahí mismo sin importarme las consecuencias, pero me contuve. Apreté los dientes, le regalé una última mirada a la chica rubia, echando a correr hacia el interior.
-Tampoco goza de un buen sentido del humor. -ajustó su bata de seda -- Creo que ya es tiempo de que cada quien se preocupe de sus propios asuntos querida. -dio dos pasos hacia atrás para cerrar la reja. -¡Vuelve a tu casa ramera oportunista!. Lo dijo con una media sonrisa de suficiencia. Así era esa mujer, fría, calculadora y déspota.
-¿Un héroe Miles? -Mi tía no pudo contener la risa sicarrona, en claro tono de burla. -No es capaz de matar ni a una mosca. Se asusta hasta de su..duu.suu propia sombra.
Fue más de lo que pude soportar. Mi tía me había remedado de la manera más cruel que pudo haber hecho, en toda su repugnante y pestilente vida. Torció la boca, llevó las manos al frente como si estuviese tuyida. ¡Cúanto la odiaba! De haber podido hacerlo, la habría ahorcado ahí mismo sin importarme las consecuencias, pero me contuve. Apreté los dientes, le regalé una última mirada a la chica rubia, echando a correr hacia el interior.
-Tampoco goza de un buen sentido del humor. -ajustó su bata de seda -- Creo que ya es tiempo de que cada quien se preocupe de sus propios asuntos querida. -dio dos pasos hacia atrás para cerrar la reja. -¡Vuelve a tu casa ramera oportunista!. Lo dijo con una media sonrisa de suficiencia. Así era esa mujer, fría, calculadora y déspota.
Miles Walker- Humano Clase Alta
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Re: The man in the mirror / Simonetta
Gorda patética. Basura sin valor alguno. Si su sobrino era tartamudo, era por su culpa. Sentí lástima del pobre chico, de que tuviera que vivir con semejante energúmena. No solamente me había tratado de ramera, término que ocupaba el último lugar en mi lista de preocupaciones, sino que, más importante aún, continuaba pisoteando al señorito Miles. ¿Qué tenía en contra de él? Una señora de experiencia debía saber cuán hondo calaba una puñalada así en la hombría de los muchachos. ¿Con qué cara, con qué confianza podría el joven pedir la mano de una señorita en matrimonio? ¿Cómo defendería su hogar? ¿Cómo podría sentirse útil, amado, necesario? Era como si a propósito estuviese planeando su deceso. De cierta forma lo incitaba a autodestruirse. Coraje y compasión. Dos sentimientos dispares para dos personas opuestas, que curiosamente eran parientes. Qué desgraciado era Miles, pero no tanto, pensé, porque ser tartamudo debía ser el menor de los males al lado de esa mujer.
Sé que mis ojos quisieron roer la cara de la tía del joven, pero mi cobardía y mi prudencia me protegieron. Podía adularle, manifestarme con la clase de la que ella disponía técnicamente, pero de la que carecía en la práctica. Sin embargo, uno de los consejos más valiosos que me había dado mi padre era tomar las cosas de quien venían. Esa Por lo que, por mucho que me esforzara en detallarle el porqué de mi conducta, aunque me postrara a sus pies, y adulase su excelente gusto al vestir, no giraría ni un solo grado su cabeza, por lo que mis denuedos serían baldíos.
— Sí, señora. Su sobrino es un héroe. Debería ser condecorado. Sobrevivir a vuestra excelencia es una hazaña proverbial. — El truco estaba en que mi frase era un halaga y un insulto a la vez. No necesitaba nada más que eso, por el momento, aunque gustosa le hubiese hecho arder cada una de las hebras de su cabello, pero la idea de pasar los días en una celda no me seducía en absoluto, y ya había abusado bastante de mi suerte por una noche. Hice una reverencia antes de que se diera cuenta de mi vituperio, y me largué — Gracias por su atención a mi persona. Con su permiso.
Miré al mancebo de cabellos solares y ojos temerosos por última vez, apenas un instante, para que supiera que no estaba solo. No era propio de mí compadecer a nadie, ni siquiera voltear a ver, pero él movió algo. Creo que vida fue esculpida sobre el amor y la comprensión de mi familia. Y él, además de no tenerlo, recibía contratiempos. Qué injusticia. ¿Y si las humillaciones habían conseguido tapar por completo a un científico, filósofo, artista, u otra clase de mente brillante? De ser el caso, no se lo perdonaría nunca a aquella bestia de patas regordetas.
Volvería a aquel lugar. Y de vuelta en el camino, esperando un carruaje que me llevara a casa, intenté idear una forma, la que fuera, que me permitiera acceder al señorito sin alertar la presencia de esa bosta humana que difícilmente podía llamar persona.
Sé que mis ojos quisieron roer la cara de la tía del joven, pero mi cobardía y mi prudencia me protegieron. Podía adularle, manifestarme con la clase de la que ella disponía técnicamente, pero de la que carecía en la práctica. Sin embargo, uno de los consejos más valiosos que me había dado mi padre era tomar las cosas de quien venían. Esa Por lo que, por mucho que me esforzara en detallarle el porqué de mi conducta, aunque me postrara a sus pies, y adulase su excelente gusto al vestir, no giraría ni un solo grado su cabeza, por lo que mis denuedos serían baldíos.
— Sí, señora. Su sobrino es un héroe. Debería ser condecorado. Sobrevivir a vuestra excelencia es una hazaña proverbial. — El truco estaba en que mi frase era un halaga y un insulto a la vez. No necesitaba nada más que eso, por el momento, aunque gustosa le hubiese hecho arder cada una de las hebras de su cabello, pero la idea de pasar los días en una celda no me seducía en absoluto, y ya había abusado bastante de mi suerte por una noche. Hice una reverencia antes de que se diera cuenta de mi vituperio, y me largué — Gracias por su atención a mi persona. Con su permiso.
Miré al mancebo de cabellos solares y ojos temerosos por última vez, apenas un instante, para que supiera que no estaba solo. No era propio de mí compadecer a nadie, ni siquiera voltear a ver, pero él movió algo. Creo que vida fue esculpida sobre el amor y la comprensión de mi familia. Y él, además de no tenerlo, recibía contratiempos. Qué injusticia. ¿Y si las humillaciones habían conseguido tapar por completo a un científico, filósofo, artista, u otra clase de mente brillante? De ser el caso, no se lo perdonaría nunca a aquella bestia de patas regordetas.
Volvería a aquel lugar. Y de vuelta en el camino, esperando un carruaje que me llevara a casa, intenté idear una forma, la que fuera, que me permitiera acceder al señorito sin alertar la presencia de esa bosta humana que difícilmente podía llamar persona.
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Re: The man in the mirror / Simonetta
Regresé a mi habitación, derrotado. Me arrojé hacia la cama y ahí golpeé el almohadón de plumas una y otra y otra vez, hasta que la reventé esparciéndola por todas partes. ¡No podía desquitar mi frustración de ninguna otra manera! Y lloré. Logré de tristeza, pero también de frustración y coraje por lo arpía que podía ser la tía Rose y por lo cobarde que yo era. Aquella muchachita sólo quería ayudarme y yo... No pude...
Así había sido mi vida los últimos meses a su lado. Siempre sin sabores y malos tratos, sin ninguna clase de cariño o amor. No como lo era de una madre hacia a un hijo, pero al menos un amor fraterno, de familia. Sin embargo mi tía era un témpano de hielo. Inamovible, fría, calculadora. ¡Unas auténtica bastarda! ni más ni menos. Estaba mal decirlo, pensarlo, sin embargo era la verdad. La tía sólo se quería a ella misma y a todos sus millones. Yo solo tenía a Bequer. Si, mi gato... Ni siquiera el estaba ahí para consolarme. Estaba sólo en aquella fría habitación.
Por un momento pensé en la posibilidad de fugarme e irme lejos de toda aquella porquería. Pero era realista. No sabía hacer absolutamente nada. Era un completo inútil, sumado a mí tartamudez mal vista hasta en la clase baja Parisina. ¿Qué podía hacer? Una voz interior me susurró: Trabajar muy fuerte, ser alguien importante y después a valerse por sí mismo. Ése pensamiento me hizo feliz y llenarme de renovados bríos. Tomé una cobija, un libro y una veladora para dirigirme a aquel lugar en la parte mas alta para tratar de olvidarme de todo.. Más no de aquella chiquilla de ojos claros y rubia cabellera.
Así había sido mi vida los últimos meses a su lado. Siempre sin sabores y malos tratos, sin ninguna clase de cariño o amor. No como lo era de una madre hacia a un hijo, pero al menos un amor fraterno, de familia. Sin embargo mi tía era un témpano de hielo. Inamovible, fría, calculadora. ¡Unas auténtica bastarda! ni más ni menos. Estaba mal decirlo, pensarlo, sin embargo era la verdad. La tía sólo se quería a ella misma y a todos sus millones. Yo solo tenía a Bequer. Si, mi gato... Ni siquiera el estaba ahí para consolarme. Estaba sólo en aquella fría habitación.
Por un momento pensé en la posibilidad de fugarme e irme lejos de toda aquella porquería. Pero era realista. No sabía hacer absolutamente nada. Era un completo inútil, sumado a mí tartamudez mal vista hasta en la clase baja Parisina. ¿Qué podía hacer? Una voz interior me susurró: Trabajar muy fuerte, ser alguien importante y después a valerse por sí mismo. Ése pensamiento me hizo feliz y llenarme de renovados bríos. Tomé una cobija, un libro y una veladora para dirigirme a aquel lugar en la parte mas alta para tratar de olvidarme de todo.. Más no de aquella chiquilla de ojos claros y rubia cabellera.
Miles Walker- Humano Clase Alta
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