Thaddeus E. Morgenstern

Habilidades. Sigilo, sentidos aumentados, buenos reflejos, agilidad, flexibilidad, velocidad y fuerza sobrehumana. Atributos. Garras afiladas, dentadura afiliada, rasgos lobunos (en su forma transformada) y longevidad. 1. Transformación. Habilidad de cambiar de forma humana a animal y viceversa. Cuando el licántropo está en su forma transformada aumenta un 50% su potencia física. 2. Sanación acelerada. Habilidad para sanar rápidamente heridas y contusiones no tan graves (esto no aplica al desmembramiento, si les arrancan un brazo, el brazo no volverá a crecer). El tiempo de recuperación varía según el personaje y la gravedad de la herida o lesión. Cuando se trata de balas de plata o fuego pueden morir si las heridas son muy graves. 3. Percepción del aura. Habilidad para ver las auras de otros seres, cuyos colores indican su humor, identidad y nivel de hostilidad, de este modo saben si están bajo amenaza. Este poder también les permite reconocer a otros cambiantes o licántropos cuando no están transformados e identificar a los vampiros gracias a su aura pálida y su característico olor. 4. Ojo superior. Habilidad para tener visión aún con los ojos cerrados o en la oscuridad. El licántropo posee naturalmente una visión más aguda, pero no se compara con esta habilidad que se puede igualar a la visión de un halcón. 5. Aullido. Habilidad para aturdir y dejar paralizado, por algunos instantes, a sus enemigos por medio de un aullido ensordecedor. En ese momento, el sonido golpea fuertemente el oído del enemigo y en ocasiones puede llegar a destrozarle los tímpanos o incluso causarle algunas lesiones cerebrales. El aullido también sirve para llamar otros de su misma raza. 6. Adherencia. Capacidad para pegarse a las paredes. Esta habilidad le permite trepar grandes edificios.




Odia la cobardía en todas sus formas, ya sea miedo a derramar sangre o temor a morir. Cualquiera que caiga en una de esas trampas, no durará mucho tiempo a su alrededor. Desprecia la debilidad física y moral. Es bastante despiadado con los débiles y aún más con los fuertes. Thaddeus no buscaba liderar una manada, pero su sangre de Alfa, lo llamaba. No se preocupa por los humanos y no podría importarle menos que alguien fuese asesinado delante de él. Lo único que hará, en última instancia, será sacarle provecho al cuerpo. En eso, no es diferente a cualquiera de ellos; pues para el lobo son como los animales que a diario se comen en toda clase de platillos exquisitos. La sangre le enferma a un punto casi febril, creerás que lo ves temblar de la emoción al ver sus manos manchadas de rojo. Es, sin duda, todo un enigma. Un enfermo mental. Asesino frío, demente y coleccionador de muertes. No posee modales ni sentimientos. Tal parece que nunca fue humano y, ciertamente, no tuvo mucho tiempo para acostumbrarse a serlo. Su naturaleza es ser la bestia. Gobernado cien por ciento por sus instintos, percibirás a simple vista que el lobo es Emmerich y no viceversa. La fuerza en su mirada, hará retroceder incluso al más suicida. A diario libra una lucha por el poder, por la autoridad, por el dominio. ¿Quieres ser el idiota que se atreva a desafiarlo?


Los Morgenstern eran leñadores. Thaddeus tenía seis años cuando cogió, por primera vez, un hacha. Antes de eso, su único trabajo había sido apilar y cargar madera, pero la muerte de su hermano mayor, le obligó a tomar su lugar como ayudante de su padre. La jornada siempre era larga y pesada. Ellos mismos repartían la leña yendo casa tras casa. Era un trabajo honrado que permitía llevar alimento a su mesa y comprar vestimenta. Al menos, así fue hasta que al cabo de un par de meses, llegaron las gemelas. Su madre había muerto al darlas a luz, habiendo nacido éstas prematuras. A partir de entonces, todas las ganancias estaban destinadas para pagar los cuidados que las pequeñas requerían. Necesitaron hacer trabajo extra. Traer un médico de la ciudad hasta donde ellos vivían cada tanto, les costaba una fortuna que no poseían. Razón por la cual, Thaddeus se vio obligado a crecer demasiado rápido. Él y su padre se turnaban para cuidar de las niñas. Fue en una de esas noches, mientras él volvía solo y extenuado, jalando la carretilla, que sufrió el ataque que cambiaría para siempre su vida. Un enorme lobo, había saltado de entre los árboles, amenazante. En su asombro, la pila de madera había caído, junto con el hacha que a sus nueve años, sabía manejar con asombrosa facilidad. Las fauces del animal, cerrados sobre su hombro, prometían que perdería más que la sangre. Emmerich había luchado, tratando de encontrar una oportunidad para alcanzar su arma, aun cuando el aliento de la bestia parecía susurrarle que todo estaba perdido. Un aullido a lo lejos, seguido de otro y otro, fue su salvación. ¡La manada estaba llamando a los suyos! El lobo le soltó el tiempo suficiente para responder a su líder, antes de continuar con su cacería sin duda, pero ese minuto fue suficiente para que el niño cogiese el hacha y la clavara con cada onza de su fuerza contra su atacante. Más tarde, Thaddeus recordaría con enferma satisfacción los chillidos de la bestia, pues la hoja se había ensartado en el ojo derecho. Si se hubiese quedado a ver, hubiese sido testigo de que el daño era irreparable. Mientras él corría hacia su casa, con la herida chorreando sangre, el licántropo luchaba por deshacerse del arma, desprendiéndose el ojo en su totalidad.

Su padre ayudó a curarle la herida, sin siquiera ser consciente del monstruo que ahora aguardaba a la próxima Luna Llena para manifestarse. Los primeros días fueron terribles. Si bien ahora sólo ostentaba una cicatriz, su deseo por carne cruda había empezado a trastocarle. En los bosques, mientras trabajaba, era consciente de que sus sentidos eran más agudos. Podía percibir a los animales a su alrededor y la bestia dentro de él, ansiaba comérselas. Talar nunca le había resultado tan fácil como después del ataque. No se agitaba ni se cansaba. Estaba seguro que podría pasar día y noche sin detenerse y su cuerpo lo soportaría. La noche en que la Luna llamaba a su nuevo hijo al cambio, Emmerich se preparaba para salir de casa. Las gemelas – que estaban por cumplir su tercer aniversario – corrían y gritaban por la pequeña casa, jugando al escondite con su padre. Hannes siempre encontraba los ánimos para darles a sus hijas una vida tranquila, llena de risas. El romper y acomodo de huesos, mientras mutaba, pondría fin a ese colorido ambiente. Thaddeus había caído sobre el suelo, preso del dolor y del horror, al ver cómo brotaba pelaje de su piel. Victoria – una de sus hermanas – al verlo sufrir, salió de su escondite para intentar socorrerlo. El olor de la niña le atraía, él podía sentir como salivaba por probarla. Tan cuerdo como podía estar antes de perder el control, intentó empujarla, pero sus manos eran ahora garras. Un simple rasguño sobre la mejilla de la cría fue suficiente para volver loco al lobo. Olía el miedo y le gustaba. Atrás quedó el humano, en su lugar, había ahora un licántropo. La devoró. Simple y llanamente. La sangre tiñó de rojo su hocico, sus garras clavadas en el pequeño cuerpo corrían con la misma suerte. Cuando Hannes cogió el hacha para alejarlo de su hija, era demasiado tarde. Una nube debió ocultar a la Luna porque por instantes, el cuerpo de Thaddeus pareció transfigurar a la normalidad. Al ver lo que había hecho, huyó hacia los bosques. El sabor de la carne humana, era tan exquisito. Quería más. No. No podía querer más, pero entonces, la Luna Llena volvió a asomar.

Dispuesto a pagar por sus actos, regresó a casa al día siguiente. Su padre, que había enterrado lo poco que había quedado de Victoria, le esperaba con un arma de fuego sobre sus rodillas. Lo llevó al cuarto donde solían guardar la leña y le puso unas pesadas cadenas. Emmerich creyó que eso era lo mejor. Era un peligro para todos. “Encontraremos una cura”, fue todo lo que su padre dijo, negándose a perder a otro de sus hijos. Pero no existía cura y dejarlo en libertad, con el paso de los años, no fue una opción. La plata sobre su cuello, sus muñecas y tobillos, habían terminado por desquiciarlo. Tonto, tonto, Hannes. Debió imaginarse que las cadenas no siempre iban a funcionar. Muy tarde, aprendería que a un Alfa no se le humillaba. Su hijo había desaparecido, al ser tratado como algo menos que un animal. Y una noche, tras quebrarse los huesos en medio de un abrasador dolor, escapó. Esa vez, no huyó. Entró a su casa como si hubiese sido invitado, mientras su hermana y su padre dormían.  Se sentó a la mesa donde solían compartir las comidas en familia. Todo le resultaba tan extraño, pues por el miedo que despertaba en ellos, sus alimentos le eran lanzados al suelo, como un maldito prisionero. El no crecer como un humano normal, tampoco le había ayudado. Había escuchado, gracias a su sentido desarrollado, que iban a matarlo. “Es un monstruo, Kerstin, ya no es tu hermano.” Pero Hannes había querido destruirlo cuando fuese Luna Llena, no antes. Así su consciencia estaría limpia cuando mirase a los orbes ambarinos de la bestia y disparara, arrebatándole la vida. Con una sonrisa perversa curvando sus comisuras, Thaddeus decidió que les mostraría realmente lo que era. Cogió el hacha que hacía mucho tiempo no había usado y se dirigió al primer cuarto. Por suerte para Kerstin, era el de su padre. Hannes estaba roncando cuando de tajo, le separó la cabeza del cuello. El olor a sangre, despertó su apetito y, como un hombre sin razón, se sirvió del cuerpo ahora inerte. Esa, fue la primera vez que probó la carne humana siendo un hombre y no un lobo. Nunca hubiese imaginado que a raíz de ello, ese se volvería el ingrediente principal de todas sus cenas.


■ Adora las cenas, porque es cuando se alimenta de carne humana.
■ Kerstin, sorpresivamente, vivió esa noche y las próximas. Cuando Thaddeus no conseguía una fuente de alimento, ella aportaba el ingrediente con su propio cuerpo. Ahora, también es un licántropo. En su piel se puede apreciar trozos blancos, donde la carne fue cortada.
■ Sigue trabajando como leñador.
■ Vive rodeado de lobos salvajes.