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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Clara Oswald Vie Oct 16, 2015 3:46 pm

Clara se sentía inquieta cuando andaba por las concurridas calles de París de camino a la mansión de la señora de Bricassart. Aquél era su primer trabajo como institutriz desde que había puesto un pie en la ciudad, y Dominique iba a ser su primera alumna. Allí en Inglaterra estaba acostumbrada a dar clases a niños más pequeños, pero ahora, sola en una ciudad que desconocía por completo, excepto por las historias que le había contado su madre de cuando vivía allí, necesitaba ampliar la edad de sus alumnos para poder vivir y sustentarse sólo de trabajar de lo suyo. No estaba dispuesta a servir ni una sola jarra de cerveza más ni a zafarse de las manos largas de los comensales.

París era muchísimo más grande que Blackpool y también había mucha variedad de clases. Clara siempre se fijaba en la gente de su alrededor como si de un ratón que observa el entorno en busca de algo que comer se tratara. Sabían poco o nada de los de Brissat, sólo que la niña vivía allí con su tía y siempre había estado sin escolarizar. Pensaba enseñarle todo lo que sabía, desde literatura, a latín, pasando por aquello que a Clara menos le gustaba, las matemáticas. No creía que a la chica le fuera necesario que le impartieran clases de ética y modales, por que se veía que en aquella casa debían estar acostumbrados a acoger a gente de una clase mucho más alta que la de Clara.
Una vez en la puerta llamó y esperó mientras se plisaba el vestido color azuly se arreglaba el sombrerito que llevaba como tocado. Cruzó pacientemente las manos frente al regazo, sujetando con ambas el asa de su bolsa. No pasó tan siquiera un minuto antes de que la hicieran pasar. Aquél lugar era enorme y bastante frío.

- Buenos días  -. Se presentó sonriente. Notaba como el corazón le latía en la garganta, nunca había estado tan nerviosa antes, pero tampoco había trabajado para una familia visiblemente tan acaudalada-. Soy la señorita Oswald.


Última edición por Clara Oswald el Jue Oct 22, 2015 4:04 am, editado 1 vez


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Mensaje por Dominique de Bricassart Miér Oct 21, 2015 5:38 pm


La joven de Bricassart. Damisela de alta cuna que nunca llegó a saber a ciencia cierta sobre su oscura procedencia, siendo guiada por poco más que su peculiar intuición con respecto a empresa similar. Víctima de una educación religiosa en extremo que fomentó parte de sus peores, y a la vez mejores, características. Conocedora en adelante de sus propios poderes. Tan agradecida a éstos como detractora de los mismos debido al terrible pecado que conllevan a ojos de Dios.
La soledad de un alma olvidada, el concilio de la desesperanza. El amor incondicional de un padre que nunca ha tenido. Eso era Dios para la niña, representado ahora tristemente en la figura del Cardenal de La Rive, el hombre que había aparecido en el peor de sus momentos: la muerte de su madre -la única persona que la hubo querido tanto como el Altísimo-, para cuidar de aquel pajarillo herido. Aquel ruiseñor que acostumbraba a acallar su dulce canto por miedo al rechazo. Un rechazo basado en la experiencia, en una amarga experiencia de años y abusos que esperaba haber podido dejar atrás.

Su nueva situación se había convertido en otro de esos descensos a los Infiernos. Después de nadar en la abundancia, de sentir el calor de una familia, de un hogar… volvía a sentir la confinación de un pajarillo enjaulado. Su desconformidad con las decisiones que tomaba su tía sobre ella, era algo que la niña dejaba entrever con cada pataleta. Cansada ya de su actitud, la más añeja de las dos decidió hacer hincapié en los modales de la joven. Evitaba que la más pequeña de los Bricassart recibiera ningún tipo de estímulo proveniente de cualquier desconocido. Esa chispa que podía encender una auténtica hoguera de brujas en la familia y convertir a la reina de aquella partida de ajedrez en una pieza menor, obligándola a sortear al resto de piezas con un poder en auge. El alfil, el ejemplo perfecto. Un impedimento difícil de sortear, pues el movimiento cruzado del Cardenal ponía de los nervios a la mujer, que nunca lograba descubrir que se traía éste entre manos.
Sin embargo, una nueva pieza en el tablero estaba a punto de comenzar su andanza en favor de la reina: la torre. Es así que la joven Dominique comenzaría a recibir en adelante la visita de una institutriz que aleccionaría a ésta en materias fundamentales.


- Madame Oswald –se escuchó a lo lejos. Una voz deslizándose suave pero segura en dirección al hall principal, seguida de una mujer de cabellos negros y carácter agrio-, no le esperábamos tan pronto. ¡Dominique!

La niña hizo acto de presencia, emocionada. Su sonrisa, aunque tímida, la delataba. Que se moría por continuar con sus estudios era algo palpable.

- Ésta es la niña. Tenga cuidado y si se porta mal no tenga reparos en utilizar mano dura con ella. Ahora, si me disculpa, he de acudir a una cita –la educación de su sobrina, un interés menor, así como lo era ella-. Buenos días.

La puerta se cerró y en la casa ya sólo quedaron una risueña Nique y su nueva institutriz.



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Mensaje por Clara Oswald Jue Oct 22, 2015 4:03 am

La institutriz quedó con la boca abierta y un dedo alzado, iba a decir algo, pero la temprana marcha de Madame de Bricassart la había dejado con la palabra en los labios. Cuando consiguió salir de su asombro por el tosco recibimiento, cambió su expresión a una más dulce, mirando a la chica.

- Encantada de conocerte, Dominique -. Por la actitud con la que había aparecido en la escena, rauda, veloz y sonriente, le había parecido de menor edad por un segundo. Había sido como los otros niños, aquellos que, por lo menos, eran siete u ocho años menores que Dominique, pero ella tenía un brillo especial y un nerviosismo patente. Ahora la casa le parecía algo más cálida que la primera vez que la visitó, aunque el recibimiento había sido igual o incluso peor, con aquella señora a la que se le veía que le daba igual la educación de la muchacha a su cargo. Clara tenía la impresión de que podría haber fijado el precio de pago que quisiera y se lo habrían concedido con tal de sacarse de encima a su sobrina.
A decir verdad tenía muchas ganas de instruirla, alguien mayor para lo que Clara estaba acostumbrada era todo un reto y se preguntaba si podría subir el nivel de sus enseñanzas, quizá menos latín y más literatura. Orgullo y Prejuicio, La Profecía de Dante... Descartaba Justine o los infortunios de la virtud, obra que ella misma había leído a escondidas de sus padres cuando ya tenía 22 años, y había enrojecido sus mejillas más de una vez, por su contenido cuestionable. Tenía la certeza de que madame de Bricassart no lo aprobaría de ninguna de las maneras. Se moría de ganas por enseñar, por enseñar lo que fuera, ansiaba transmitir su amor por todo aquello que a ella la había sacado de la burbuja en la que vivía.
Cuando se aseguró de que la tía ya no andaba cerca dio un paso al frente hacia su alumna, todavía corría el riesgo de ser oída, así que susurró- No creo que usted y yo vayamos a tener problemas de conducta ¿verdad? -. Le guiñó un ojo con complicidad y luego se adelantó hacia el pasillo para encaminarse a la sala que les había sido asignada para las clases-. ¿Empezamos?

Clara no podía dejar de sonreír, estaba fuera de sí, contenta, feliz por poder ejercer y enseñar a una chica que poco le recordaba a ella, tan echada para adelante siempre que había escuchado cientos de reprimendas por su comportamiento "indigno de una señorita", palabras textuales de su padre.
El padre de Clara, Dave Oswald, un hombre protestante y protestón, que siempre corría tras ella cuando era niña y se negaba a asistir a las misas, o cuando jugaba con los demás niños del barrio, "¡Comportándote como una salvaje!", decía. En cambio su madre, Ellie, era la persona más dulce que Clara había conocido nunca, la que le leía por las noches y arreglaba su aspecto cuando no había podido resistirse a jugar en el barro y su padre estaba a un soplo de aire de llegar a casa para recogerlas. La echaba de menos, claro que a su padre también, pero no en la misma medida.

Lo único que la señorita Oswald no lamentaba era haberse mudado a París, por muchas penurias que pudiera pasar al principio, había conseguido la libertad.


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Mensaje por Dominique de Bricassart Vie Oct 23, 2015 8:22 am


El momento más feliz del día para Dominique de Bricassart era cuando su odiosa tía abandonaba el hogar –por llamarlo de algún modo-. En esta ocasión en particular, el momento era doblemente dichoso. Por fin se repetía la niña. Por fin su tía había caído del árbol y se había golpeado su dura cabeza lo suficiente para aceptar la posibilidad de que la joven Nique pudiera ser instruida. ¿En su propio hogar? Bueno, por algo se empieza y eso es mejor que nada, desde luego. Lo que sí le resultaba curioso a la niña es la elección de su futura tutora. Conociendo a su subyugadora, debería haberse tratado de una mujer con una imagen bien distinta a la de aquella joven de rostro cándido y Dominique, acostumbrada a sentir la esencia ajena –algo propio de su condición mágica- estaba segura de la calidez que le proporcionaba el aura de la mujer que ante ella se atrevía a sonreír.

- ¿Problemas de conducta? No, señorita –manos entrelazadas sobre su faldón, contestó atenta, ansiosa por comenzar con todo aquello-.

Existe la posibilidad de que la joven Bricassart, aquella cabellera rubia de bucles revoltosos, esperara otra clase de disciplinas en las que formarse. Echaba de menos su educación católica –que no a las monjas, siempre martirizándola-, y aunque las constantes visitas del Cardenal sirvieran en ocasiones para aumentar esta lista de conocimientos acerca de la materia –pues la niña nunca se quedaba callada, siempre preguntando, siempre buscando lecturas-, la educación que en adelante se encontraría de la mano de la señorita Clara Oswald, posiblemente no cumpliera con sus expectativas. 120 días de clase no eran mucho para ella, pero 120 días de Sodoma era algo con lo que la joven no estaba dispuesta a acarrear pudiendo servirse de las desventuras amorosas de San Agustín en sus Confesiones. Suficiente, demasiado quizás, pensaba la niña. Ver un hombre de la Iglesia temblar, dudar en cuanto a esa clase de asuntos pecaminosos se refiere, algo que a la joven le hacía sentir de todo menos gracia –cuando, irónicamente, su querido Arzobispo caía día sí y día también en aquellos infortunios llenos de pecado, sólo con contemplarla-. Su nueva y prometedora tutora debería imponerle todo aquello a la fuerza si quería recibir respuesta y, aún así, esto no aseguraba que fuera positiva.

Lo más seguro era que en muchas de las ocasiones en que la señorita Oswald acudiera a la mansión de los Bricassart, su dueña permaneciera en ésta. Motivo por el cual la niña le mostró el camino escaleras arriba hacia una pequeña estancia contigua a su cuarto en la que darían la clase. A no ser, claro, que su nueva tutora decidiera escoger otra.

- Bien, ¿con qué vamos a empezar? ¿Summa Theologiae? ¿Santo Tomás Moro? ¿O algo más literario –pobre inocente-?



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Mensaje por Clara Oswald Vie Oct 23, 2015 8:43 am

- Freeeena -. Susurró con suavidad y sonriente Ciertamente Dominique era hiperactiva y se la veía con muchas ganas, pero lo primero es lo primero. Subía las escaleras tan atenta a su alrededor que a poco más da un traspiés en la senda alfombra que cubría éstas. Cuadros y retratos inmensos que cubrían las paredes del piso bajo, cuadros y retratos que le ponían, cuanto menos, los pelos de punta.

La barandilla, y toda la casa, estaba impecable. Clara creía que la señora de Bricassart eran de esas mujeres que sentaban al servicio en un taburete de madera y les hacía limpiar la plata hasta que su cara de urraca pudiera reflejarse en ella.
Cuando pudo asomarse por fin a la habitación hacia donde su alumna la había llevado le pareció acogedora, o por lo menos más que el resto de la vivienda.

- Servirá -. Y dicho eso se echó a un lado para dejar que Dominique entrara delante-. El primer paso, debe responder a una sencilla pregunta.

El ligar estaba lleno de libros, contaba con un tresillo, un pupitre y un par de sillas, era todo lo que necesitaban. Clara llevaba su bolsa de trabajo, un bote de tinta, un par de plumas y papel. También contaba con lacre, todo era poco. Cargaba con unos pesados libros, pero todavía no pensaba sacarlos hasta hablar con la chica. Su tía no le había dado ninguna instrucción para la enseñanza de su sobrina, sólo le había hecho saber que Dominique contaba con una educación católica por parte de alguien de quien Clara no recordaba el nombre.
Para ella los niños no debía aprender por educación, si no por gusto, empezando por aquello que les hiciera sentir más curiosidad, dentro de un límite, por supuesto.


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Mensaje por Dominique de Bricassart Vie Oct 30, 2015 4:40 am


Diecisiete años de edad. La madurez llamando a su puerta y la bruja, apegada a los placeres y desavenencias de una joven niña, negándose a abrir ésta en parte. Su comportamiento, el de una dama que comienza a descubrir el mundo, era triste en comparación a aquellas otras ya resabiadas en cuanto a temas más serios se refiere.

Sin embargo, la desventaja de algunos es conocimiento para otros, y Dominique no perdió en absoluto el tiempo que hubiera dedicado a estudiar alguien de su edad. Aprendió magia, historia, religión. Aprendió sobre todo a apreciar a las personas, pues en algún momento podían desaparecer como ya hiciera su querida progenitora.
La niña no era la inocencia hecha mujer pero, no obstante, así parecía ser a simple vista y así acostumbraba a comportarse, desconocedora todavía de las intrincadas tretas de la mujer adulta que doblega con la mirada al varón.

- ¿Cuál es esa pregunta?

La campana había tocado -metafóricamente, claro- y la hora de la clase había llegado.


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Mensaje por Clara Oswald Vie Oct 30, 2015 3:17 pm

¿Qué quieres aprender? -. Clara seguía en el quicio de la puerta, y ya que estaba había aprovechado para mirar más allá del pasillo, que aunque oscuro, todavía podía vislumbrar el final de éste.- Yo siempre he creído que a un niño no hay que empezar a enseñarle por obligación, si no porque le guste. Ya tendréis tiempo de cumplir obligaciones cuando lleguéis a la madurez.

Hizo una pausa para sujetar con fuerza su bolsa, que se le estaba escurriendo de las manos. Clara creía que dentro de cada niña, de cada chica y de cada mujer hay una Alice esperando a ver al Conejo Blanco, e intentaría sacar la que estaba agazapada en el interior de Dominique. Ella sería su Conejo Blanco, pero al contrario que él, Clara no tenía ninguna prisa.

- Así que, usted dirá.


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Mensaje por Dominique de Bricassart Vie Nov 06, 2015 9:12 am


Era curioso como una pregunta tan simple podía convertirse en la mente de una niña como Dominique en algo tan sumamente complejo.
Para la joven, la religión no era cuestión de deber. Había no sólo sino instruida de forma devota, sino que ella misma se había entregado a su Dios. Tal vez no en cuerpo y alma, consagrando su cuerpo al hábito y al monocroma, pero si de una forma muy personal y muy íntima. Lo suficiente para cambiar a la niña.
Su condición mágica siempre ha sido un contrapunto a esta clase de educación. No obstante, al ser algo inherente a ella de nacimiento, no ha podido remediarlo, que sí ocultarlo. Ocultarlo durante sus años de hospicio hasta que ya no pudiera más, avergonzándose en el mayor de los silencios sobre ello, pero sintiendo al mismo tiempo el ligero interés de aquel que quiere saberlo todo acerca de sus raíces y de su potencial.

- Mi tía no me permite leer lo suficiente. Registra mi cuarto con frecuencia en busca de libros que puedan... ya sabe -sonrió ligera y tristemente-, llenar mi cabecita con ideas tontas. A veces incluso me arrebata bellas novelas por miedo a que piense demasiado en lo que no tengo que pensar. Tiene miedo a que mi mente la ocupen los chicos y los amoríos y no los idiomas. Miedo a que deshonre a mi familia por cometer imprudencias románticas, buscando belleza o dejándome llevar por lo que siento, en lugar de priorizar el capital. Sé que todavía soy una niña, pero... ¿qué puede decirme acerca del amor, señorita Oswald? ¿Hay diferentes tipos de amor? Porque yo amo a mi Dios y amo a mi madre aunque ya no esté entre nosotros, pero también amo fuera de los lazos del deber y con estos amores se entremezclan una serie de sensaciones que nunca llegué a sentir con los anteriores. Algunas incluso...vergonzosas de explicar -finalizó al tiempo que sus mejillas se sonrojaban-.

¿Qué otra cosa buscaba, sin embargo, Dominique? Amor, como todas las muchachas. El amor hacia su Dios le resultaba escaso y se escudaba en las enseñanzas de éste para alimentar un interés recién descubierto: la atracción por los chicos.


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Mensaje por Clara Oswald Sáb Nov 07, 2015 8:55 am

Estaba segura de que en algún momento la tía de la niña se arrepentiría de haberla contratado, segurísima. Veía a Dominique como se veía a sí misma cuando tenía su edad. Desinformada. Por suerte para Clara podía confiar en su madre para según que... Secretillos. Pero la chica no podía hacer lo mismo.
Una vez Dominique hubo entrado, la institutriz volvió a mirar a ambos lados del pasillo, como si lo que estaba apunto de decir estuviera mal. Su alumna quería respuestas y respuestas tendría.
Cerró pues la puerta y dirigió la vista a la muchacha mientras paseaba por la habitación. Dejó la bolsa sobre el escritorio, para esa clase no necesitaría libros.

- El amor es algo sencillo, y a la vez muy complicado -. Tomó asiento, se inclinó para adelante y posó ambas manos sobre el regazo- Hay muchos tiempos distintos de amor; el amor hacia tu madre, por ejemplo, es el más puro, naces con él y luego puedes o no perderlo por tu cuenta, pero nunca jamás te lo podrá arrebatar nadie.

Luego está el amor hacia los amigos, en mi opinión es mejor tener pocos y quererlos mucho, quererlos con todo tu corazón. Y el amor hacia las cosas, ese ese que sientes cuando algo te encanta, cuando algo te apasiona. Tu sientes amor por los libros -. le guiñó un ojo con complicidad- El mismo siento yo. Mi amor por enseñar es lo que me ha traído aquí.
Después tenemos el amor por Dios, pero ese es distinto, no puedes tocarlo, ni verlo, pero está ahí. Mi padre es pastor, así que pasé mucho tiempo en la iglesia con él
-. "Y otro tanto escabulléndome de ella" - El amor por Dios, Dominique, está dentro de cada uno. No encerrado entre cuatro paredes y una cruz -. Eso último lo dijo con toda la solemnidad y la seriedad del universo- Y por último, querida, tenemos el amor que os preocupa. El que quiere con el corazón y con el alma. Ese amor no lo borra ni la razón a la que tanto se aferran las personas -. ¿Qué sabría ella de ese último? Tan solo había amado una vez y no fue nada bien. Era mayor que Dominique por aquél entonces, y ni todas las razones del mundo la hubieran hecho dar un paso atrás.

Estaba muy, muy segura de que acabaría despedida.


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Mensaje por Alphonse de La Rive Mar Dic 15, 2015 5:11 pm



Dios le necesitaba -ya que estaba segurísimo de que él, Alphonse, no necesitaba a Dios para absolutamente nada-. Y esas necesidades del Altísimo le tenían ocupado, como de costumbre. Sus batallas en pos de terminar con el Diablo -siempre perdiendo ante sus sobornos, ante esas tentaciones que aparecían por aquella senda hacia el Reino de los Cielos, de la cual cada día se alejaba sin ni siquiera preocuparse por ello-, por otro lado, le tenían entretenido. No lo consideraba una obligación, sino más bien un placer necesario en aquella vida tan tétrica que le había tocado vivir. ¿Culpabilidad? Quizá. Aunque se justificaba tomando las palabras del Señor. Después de todo, Cristo se retiró al desierto durante cuarenta días, y el diablo solo le tentó tres veces. Quizá la riña entre ambos no era tan inmensa como nos han hecho creer. O tal vez, el Mal tiene cierta manía al arzobispo, ya que a él le ha tentado tres veces por minuto a lo largo de medio siglo -y le seguirá tentando sin descanso-.

En fin, todas aquellas obligaciones y escarceos endemoniados le habían tenido alejado de su querida Dominique. La necesidad de hablar con ella, de sentir su risa como una pequeña canción, de verla jugar junto a él gracias a esa inocencia que tanto deseo causaba en su interior. Necesidad. ¿Amor? Una pequeña abandonada, ciega ante Dios. Era él, tiempo atrás. Y, Alphonse, se amaba a sí mismo más que a nadie, ¿como no amar, pues, al reflejo de su persona cuando aún había cierta bondad en su alma, teniendo además el rostro de una mujer que años atrás deseó con locura? Por fortuna, la joven desconocía todo esto. Ni siquiera era consciente de que de La Rive no era solo su pastor, su padre, sino que la figura paterna era más real de lo que pudiera imaginar.

Tenía las llaves de la mansión ya que, a pesar de que la tutora legal de la pequeña era su propia tía, por deseo expreso de la madre ya fallecida, él tenía ciertas responsabilidades sobre la muchacha. Y, por mucho que eso enojara a la familia de la chiquilla, no eran quiénes para negar la presencia del representante del Señor en la Tierra en su hogar -y, siendo hechiceros, sabían que debían andarse con ojo ante un inquisidor-.

Desde luego, aquella institutriz extranjera, no tenía ni la remota idea de dónde se había metido y a quién podría enfrentarse.

Llamó varias veces a Dominique, mas no obtuvo respuesta. Suspiró, creyendo que no se encontraría allí, cuando escuchó unos susurros arrastrase por las escaleras hasta llegar a él. Como si se tratara de su propia casa, no dudó en responder las preguntas que habían hecho acto de presencia en su mente.

Antes de nada, se detuvo en la puerta de aquella sala donde Dominique y la desconocida hablaban de temas que no debían ser tratados. Y en el rostro del clérigo apareció una mueca de confusión e ira. ¿Ella, la niña inocente, atreviéndose a hacer ese tipo de preguntas a una mujer de la que, seguramente, no sabía nada? Él, Alphonse, podía cometer todos los pecados que deseara, empero su pequeña no -no al menos con otros que no fueran su persona-.


-Disculpen, señoritas -murmuró, una vez entró allí sin ningún tipo de reparo. Llevaba sus ropajes habituales, rojizos y negros, y la cruz plateada moviéndose sobre su pecho-. Sé que están manteniendo una conversación de lo más interesante... pero me veo en la obligación de intervenir -mientras decía todo esto, intercalaba su mirada entre la institutriz y la muchacha. Finalmente, sus azulados ojos solo observaban a la morena-. ¿Y tú eres...? ¿La nueva amiguita de Dominique?


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Mensaje por Dominique de Bricassart Mar Feb 02, 2016 10:42 am



La inesperada aparición de Alphonse en escena consiguió arrancar una eufórica sonrisa de la joven de Bricassart.

- ¡Alphonse!

Con el paso del tiempo, los formalismos que se hubieron implantado entre ellos dejaron de cobrar sentido y el cardenal pasó de recibir el trato respetuoso que ambos se hubieron impuesto en un comienzo, a convertirse en Alphonse y Dominique

- ¿Has estado escuchando detrás de la puerta? Tus modales menguan por visitas, querido Alphonse. ¿Qué opinión te merece pues nuestra conversación? Ya que tan interesado pareces en ella.

Difícil era que al arzobispo no le interesara una conversación similar. Más cuando era su estimada Dominique quien formaba parte de ella pero, sobre todo, por el hecho de que probablemente tuviera reparos en que nadie que no fuera él, instruyera a la niña en los quehaceres del corazón o los pecados de la carne.

- Disculpen ambos mis modales. Señorita Oswald, éste es el cardenal de La Rive. No muy buen amigo de la familia, pero sí de mi difunta madre y de mi misma.

La mirada de la niña presentando al religioso no podía traducirse más que en orgullo y admiración. La punta de un iceberg que todavía no había hecho naufragar el barco de la joven que navega a ciegas.

- Dinos, Alphonse, ¿conoces algo más que el amor profesado a Dios? –todas sus preguntas siempre con picardía, buscando el ceño fruncido del hombre y su propio regocijo ocioso - ¿Fuiste joven en alguna ocasión? ¿Pudiste gozar de encuentros fugaces bajo los almendros?


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Mensaje por Clara Oswald Miér Feb 10, 2016 4:39 am

Clara estuvo a punto de responder a la puya de aquél hombre, eso sí, haciendo gala de sus modales, pero en cuanto vio sus ropajes y escuchó la palabra "cardenal" abrió mucho los ojos y se limitó a saludar con una pequeña reverencia. Si había algo que la muchacha no había perdido con los años, a pesar del comportamiento de su padre, era el respeto por la iglesia.


Aún habiendo escuchado la relación que tenían el cardenal y su alumna a la institutriz le sorprendió el tono y la clase de preguntas que Dominique le formuló a Alphonse.


A ella no se le habría ocurrido ni en un millón de años, aquél hombre de aspecto serio era de lo más alto en la iglesia. Por supuesto que prácticamente todo el mundo se enamora, eclesiástico o no, pero Clara no lo encontró adecuado y carraspeó con la garganta, mirando a la niña de soslayo.


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