Hector Hannenfeld

Nombre Completo: Hector Hannenfeld
Nacimiento: 27/02/1783 (17 años)
Especie: Humano / Hechicero
Clase: Clase media
Orientación Sexual: ¿Qué importa?
Lugar de Nacimiento: Tottenham, Reino Unido
Poderes: Encandilamiento, Apatía, Dominación

La jobialidad de un joven combinada con una amabilidad propia de una vida sin grandes dificultades y criado por una madre amorosa que le mostrara ese camino de bien. Ese es Hector. Algunos podrían tacharle de insulso, soñador o, incluso, falto de virilidad, pero pocos de ser irrespetuoso o una mala persona. Esto es así porque desde joven le enseñaron a no utilizar sus poderes para su propio beneficio, sino exclusivamente para ayudar a los demás y, como hace, ganarse la vida.

Sin embargo, a pesar de haber crecido siguiendo aquella rectitud, en el fondo ve incongruencias incluso en la persona que se lo dijo. Si bien él no hubiera sabido que usase su don para su provecho con otros, sí que sabía que lo hacía con su padre, el cual él ni siquiera pudiera considerar como tal. Ella era extremadamente celosa con sus hijos y el progenitor había quedado relegado a un segundo plano en el panorama familiar, convirtiéndose en poco más que un amigo cercano y compañero laboral que se sentaba con todos a la mesa.

Y, como no podría ser de otra manera, también tiene sus peculiaridades. Aunque posiblemente ni quisiera reconocerlo, es alguien que necesita de, quizás no la aprobación, pero sí la admiración de otros. Necesita provocar, necesita ser el centro de atención. Por suerte, gracias a su voz, ese espacio nunca ha sido difícil de llenar. Por otro lado, es alguien vergonzoso en cuanto a su cuerpo. No es que le resulte desagradable o, en el fondo, esté inseguro respecto a él, pero le es incómodo mostrarse desnudo a otros. Posiblemente esa sea una de las razones por las que nunca ha estado con otra persona y el origen de que no sea alguien que piense demasiado en temas de sexualidad o relaciones sentimentales.

Y, respecto a sus creencias, se muestra incapaz de no creer en Dios. No está seguro de si es el Dios que predica la Iglesia, bien la católica, bien la anglicana, pero, cuando ve la belleza que el mundo posee, le es innegable que la mano de Dios está detrás de todo ello. Tampoco es tan ingenuo como para cegarse ante la desdicha, ya que creció entre ella, pero, a su parecer, que exista el mal no es razón para dudar de la existencia o la benevolencia de tal ente.

El protagonista de este relato fue traído al mundo hace diecisiete años, en una sencilla casa a las afueras de Tottenham, cerca de Londres. Llegó con fuerza, pues el berrido que soltó nada más nacer se hizo con todo el protagonismo de aquel edificio. Y eso provocó la sonrisa de su madre.

Aquella residencia pertenecía a los Hannenfeld, un feliz matrimonio que regentaba la posada adyacente, propiedad de la familia del padre desde hacía varias generaciones. Era conocida en la región, no por la calidad de su lechos, ni por el sabor de sus platos, sino por la dulce melodía con la que amanecían los clientes y que amenizaba durante las comidas a los comensales. Era así porque la voz de Edith sonaba casi siempre entre aquellas paredes. Y, por mucho que sonara, a nadie le cansaba. Es más, cada vez que formulara uno de aquellos suaves y delicados sonidos, que algunos quisieron asemejar al satén cayendo grácilmente, todo el mundo comenzaba a guardar silencio sometiéndose lentamente a aquel bello embrujo. Y es que, metáforas a parte, de eso era de lo que se trataba.

Muchos de los Alridge, apellido de soltera de Edith, poseían una voz muy peculiar. No importaba lo fea que pudiera resultar al hablar, en el caso de que resultara fea, pues siempre que entonaran, ésta lograba agradar a cualquiera. Y no sólo agradar, sino que robaba lentamente su atención hasta hacerle olvidar de todo lo demás. Era una poderosa arma que antaño algunos usaran para hacerse con poder o manipular a otros, pero que terminó por volverse en contra de casi todos ellos. Por eso, la familia había optado por evitar aquellas acciones desmedidas dada su peligrosidad y, al cabo del tiempo, la ausencia de mal abrió la puerta para obrar bien.

Pero como tampoco es de extrañar, algunos seguían aprovechándose de dicha ventaja. El marido de Edith, Radley, se quedó prendada de ella debido a su voz y ella, viendo un futuro prometedor y con ausencia de carencias, incentivó dicho embelesamiento hasta que pidieran su mano. El primer hijo, Lieb, no tardó en llegar y, un par de años después, fue cuando Hector nació.

Su pertenencia a la clase media le asignaba una vida alejada de toda la cultura que se saliera de lo básico. Sin embargo, él también aprendió a sacar partido de las posibilidades que le otorgaba una voz que su madre se había encargado de entrenar. A cambio de cantar, un vecino burgués le permitía asistir a las clases que tomaban sus hijos, que eran más o menos de la edad de él. Así fue como consiguió acceder a conocimientos destinados sólo a la aristocracia o a las familias con dinero y, lo que posiblemente fuera más importante, le enseñaron más idiomas. Esa era la herramienta básica con la que podía potenciar su principal atributo y, por ello, se centró especialmente en dichas competencias.

Pero no fue sino al cumplir quince años cuando se decidió por explotar al máximo su voz. Valiéndose de la cercanía a la capital, cada fin de semana se acercaba a las concurridas calles céntricas para cantar en las calles. Su fin más inmediato era ganar dinero, pero también el hacerse conocer. De callejero no ganaba mucho, pero al final logró su objetivo, cuando aquel hombre entrajetado se acercó a él para proponerle una prueba en su teatro. Hector aceptó y pronto se vio convertido en una de las atracciones de la ciudad del Támesis.

Sin embargo, como buen joven, aquel trabajo comenzó a hacérsele corto, especialmente cuando observaba las amplias posibilidades. Londres era una gran ciudad y se hallaba en camino de convertirse en el centro del Viejo Mundo, pero, por aquel entonces, París todavía tenía predominancia sobre todas las demás. Por tanto, al final tomó la decisión de cruzar el Canal de la Mancha y, tras lograr un contrato con un teatro francés, dejó su patria para llegar al continente.