No Mercy | Privado

por **Jarko Räsänen** Miér Oct 21, 2015 4:26 am

Jarko no tenía amigos. No los necesitaba y no los quería. Luchaba contra los demás soldados por una misma causa, la destrucción de los sobrenaturales que rompían las reglas básicas, tales como matar humanos o revelar secretos que por muchísimos años, los inquisidores habían guardado. Él, por supuesto, veía más allá. Le resultaba absurdo no colocar a todos en el mismo saco. Daba igual si solo querían ser dejados en paz para vivir sus vidas, eran un peligro. Si se les daba la espalda, tarde o temprano, clavarían sus garras. Con un movimiento de la cabeza, instruyó a James – un compañero que entrenaba también con Lastor – a que avanzara hacia la casa. Podría no querer entablar amistad con nadie, pero eso no significaba que no pudiera utilizar los activos que la Inquisición poseía para su beneficio. Requería al menos a otro cazador para cumplir con esa misión autoimpuesta. Había averiguado, gracias a su hermana, que aquélla casa a las afueras de la ciudad era la guarida de un vampiro. Katriina pertenecía a la facción de los espías y Jarko había aprendido a sacar provecho de ello en sus esporádicos encuentros. No había sido difícil entrar. Una rápida inspección, les hizo saber que una de las ventanas no tenía metido seguro. Su anfitrión, o bien no se preocupaba por el robo de pertenencias o de esa forma, invitaba a los ladrones a ser su cena. Hicieron a un lado las pesadas cortinas oscuras que protegían la habitación – una biblioteca – de los rayos del Sol y prepararon su cargamento. Iban armados, pero lo que realmente les importaba, eran las cadenas de plata que colgaban de sus hombros. Efectivo para licántropos, pero también para vampiros, siempre que se supiera cómo utilizarlas. Por allí donde pasaban, abrían cortinas, dejando entrar la luz, alejando las tinieblas. Si el vampiro les escuchó, no apareció. Jarko contaba con eso. Los de su especie eran demasiado arrogantes. Se llamaban a sí mismos inmortales, aunque no lo eran. No del todo. El dueño de esa mansión en particular, estaba a punto de descubrirlo de primera mano.

Buscaron en las habitaciones principales, pero no encontraron el ataúd que contenía al no-muerto. Estaban por darse por vencidos, cuando una pintura les llamó la atención. El cuadro no tenía nada de asombroso, era un retrato de una hermosa joven que miraba hacia el fondo de un acantilado. Si Jarko tuviese que adivinar, diría que estaba calculando cuánto dolería la caída. Algo en ella le recordó a su madre. Raffaella también había puesto fin a su vida, aunque de manera distinta. James logró sacarlo de su ensimismamiento pues se acercó a la enorme pintura, buscando un pasaje secreto. ¡Y lo había! Éste se abrió, como si fuese una puerta, dejando ver un cuarto aún más oscuro. En ese momento, todo el cansancio que sentían, resultado de los arduos entrenamientos a los que les sometía su mentor, pareció esfumarse. En sus miradas solo había excitación. Cogieron un candelabro y entraron. A partir de allí, actuaron con rapidez. Un grande y elegante ataúd estaba en medio de la habitación. Las sombras jugaban sobre las paredes mientras los inquisidores envolvían las cadenas alrededor de la madera con impecable ritmo. Solo asegurarían el traslado, más tarde las retirarían para dejarlo al descubierto. Cargarlo fue una tarea difícil. En más de una ocasión se les cayó, sobre todo cuando el vampiro empezó a luchar por abrirlo. Pero la determinación de éstos, solo se hacía más fuerte con cada minuto que pasaba. Finalmente, cruzaron el umbral de la puerta y soltaron su carga. Sus pechos subían y bajaban por el esfuerzo. Jarko se sentó sobre el ataúd para recuperarse y su compañero no tardó en copiar su gesto. Pasó media hora o quizás la hora completa, antes de que procedieran. Arrastraron aún más el féretro y quitaron las cadenas. La quietud del vampiro debió haberles advertido de que algo fallaría, pero no lo hizo. Tan cegados por la victoria, abrieron la tapa y fueron atacados. Fue demasiado tarde. El maldito chupasangre, había ido a por la yugular de James, destrozándole el cuello. Jarko vio arder a su enemigo mientras el cuerpo sin vida del cazador caía. ¿Por qué entonces se sorprendía de que solo se sintiera bien por la destrucción de uno de los hijos de la noche? Porque el fin justifica los medios, fue su respuesta a ese pensamiento.

por **Vibeke de Bordeaux** Miér Dic 16, 2015 9:37 pm

"La verdad del universo es que nada es seguro.
No existe justicia perfecta ni maldad perfecta: se puede hacer justicia desde la maldad"

De Bordeaux era un completo caos. Algunos habían caído por manos enemigas, otros, por la mano de su propia familia dada su imprudencia, y algunos más, por el desespero que los poseía mientras Vibeke desangraba bajo llave a un miembro de d’Auxerre, sus enemigos de años. Dorian había sido drenado por ella y alimentado por su hermano gemelo. Ese cambio lo dejaba relegado de su antigua familia, pero subyugado a Lorian y Vibeke hasta que a ella se le diera la gana. Luego de eso, algunos sobrevivientes partieron fuera de Francia, y otros, sencillamente se limitaron a moverse hacia las afueras de París. Ese, fue el caso de William, quien ahora gritaba mientras era arrastrado dentro de su ataúd.

Lo que Vibeke hacía allí esa mañana no necesitaba saberse demasiado al detalle. Lo que sí era claro, era el control que seguía ejerciendo sobre cada vampiro que compartiera con ella el apellido. El principal siré jamás había llegado, pero controlar a los más jóvenes era necesario hasta que aquél se dignase a aparecer. Por las noches, llegaba sin ser invitada y ahondaba en ellos todo lo que le fuera posible. A veces, podía pasar la mañana allí, durmiendo en espacios previamente dispuestos para ella, por voluntad suya, y mantenidos todos bajos sus más estrictas y detalladas órdenes, pues, contrario a lo que se creería, a ella no le gustaba en absoluto dormir ni en sótanos ni féretros. La excéntrica noruega prefería lugares enormes y en cuyo interior se encontrara una impoluta cama con sábanas de seda. Su cuerpo exigía comodidad y por eso no daba el brazo a torcer en esas situaciones. Las habitaciones eran todas en plantas superiores, pero eso sí, exentas todas ellas de ventanas. En el interior, no podía haber el más mínimo resquicio de polvo, aunque ella tardara cien años en aparecer. Era estricta, pese a que jamás se le venía enojada. Los sirvientes de cada casa la respetaban a pesar de sus actos extraños y no había tenido que repetir órdenes dos veces. Y William, sabía eso. El único polvo que había en esa casa, era ahora él mismo, mezclándose con la sangre de uno de los cazadores que se atreviera a exponerlo. Lástima, él era de los más fieles y obedientes, pero Vibeke no sacrificaba su vida por nadie.

¿Ahora qué seguía? Era un humano en la luz, y un vampiro en las tinieblas. Alguien tenía que moverse, renunciar a su ventaja y enfrentarse con lo que naturalmente tenía. En el gran salón, las cortinas habían sido corridas por los dos hombres. Vibeke los había escuchado, había visto a través de ojos ajenos lo que acontecía, porque leía las mentes de los humanos que se escondían por todo el lugar. Aquello no era de extrañarse, los de Bordeaux preferían tener varios sirvientes humanos por razones de peso que no ahondaban jamás. Y ellos, eran su pieza clave ¿Qué haría entonces el intruso que sobrevivía hasta el momento? No podría salir de ese lugar hasta tener a Vibeke de frente, así lo había dispuesto ella y así sería, porque sus piezas ya habían sido movidas de manera imperceptible. Tenía dones que podían cambiarlo todo. Pero ¿Qué podría ofrecer él?

Por lo mismo, en el gran salón, dejó de repente de ser sólo un cazador. Una pequeña niña descalza, sucia y con los ojos inflamados, asomó el rostro tras una columna. Se dejaba ver a propósito para él, porque algo quería ¿Por qué tendría que dudar? La luz del sol le iluminaba las mejillas empapadas, y también lo hizo con sus pies cuando se dejó ver un poco más — ¿Viene a ayudarnos, señor? — preguntó la niña con voz temblorosa. No obstante, el principal cuestionamiento era otro ¿Quién era ella, que incluso temblaba mientras se asomaba? En el fondo del salón, una mujer gritó, y la niña se mostró el doble de aterrorizada ¿Cuántos más y quiénes habría allí? Quien caza, debe saber discernir para después actuar. Ahora estaba sólo contra lo desconocido.

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