AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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"¿Que es un amigo?
Una sola alma habitando en dos cuerpos."
- Aristóteles
Una sola alma habitando en dos cuerpos."
- Aristóteles
Habían pasado un par de semanas desde que Imhotep y Siobhan no se habían visto. Aquello era extraño, pues mantenían una amistad muy estrecha, la mayor parte del tiempo hacían cosas juntos. Nadie entendía esa amistad, ni siquiera ellos, pero no había mucho que entender. Ella era feliz con un amigo así, en ocasiones podía verlo cómo un familiar, pero otras… No, simplemente no podía verlo cómo tal. Como se dice, es extraño, diferente, pero muy especial. La joven disfrutaba de las bromas que su amigo le hacía, y él quizás disfrutaba de su compañía. Todo era felicidad entre ellos, pues al no tener muchas personas a su alrededor, sólo se tenían mutuamente. ¿Acaso había demasiada extrañeza en eso? No es que se deba descifrar todo, pero los seres pensantes siempre buscan explicaciones y respuestas, todo con tal de saber cada detalle del ajeno.
Dado que la castaña vivía a las afueras de la ciudad, mucha gente pasaba, los miraba y siempre les preguntaban ¿qué hacían juntos? Cosa que para ella era bastante extraño, nunca había dado motivos para que todos pensaran mal, o que hubieran dobles intenciones, pero el ser humano como siempre mal entiende todo, imagina historias demasiado extrañas, en ocasiones aciertan, en otras simplemente se equivocan, pero tanta era la insistencia de todos a su alrededor, que en ocasiones llegaba a pensar que quizás si podría resultar. ¿Resultar qué? Que existiera una especie de atracción, una relación, algo que los mantuviera unidos no sólo por una amistad, sino también por algo más. ¿Acaso él pensaría lo mismo? Varias veces habían platicado al respecto, ¿pero acaso se podría? ¡Ellos eran como hermanos! O quizá como un papá y una hija. Nadie lo sabría.
Los últimos sucesos que habían acontecido en su vida la tenían con los pelos de punta. Todo daba vueltas, y aunque no entendía porqué pasaban tales cosas, debía tener fe en que todo estaba bien con ella. Quizás por esa razón no dejaba de sonreír, porqué siempre tenía una esperanza, porqué siempre debía estar feliz. La joven tenía un carácter particular, y siempre, siempre se encontraba una sonrisa detrás de ese rostro caprichoso y testarudo. Cada situación que se le presentaba, lo veía de forma positiva, le sacaba un aprendizaje, y sino le funcionaba simplemente lo desechaba. Su último encuentro con un desconocido que la llevó a casa después de encontrarlo en medio del bosque, la hacía pensar a cada momento en el rostro del hombre, debía compartirlo con su amigo, él debía darle un consejo.
Se despertó demasiado temprano, ni siquiera habían salido los rayos del sol. Su amigo no podía salir de casa antes de que ella llegara. Había preparado un desayuno perfecto para los dos, incluso había batido de plátano con leche de vaca. Todo perfectamente organizado y ordenado en una canasta de madera, de esas que se utilizan para el picnic en un prado. Salió de casa no sin antes ponerse un bonito vestido rosado, uno pálido, que hacía ver más hermosa su piel. Sus cabellos estaban sueltos, y a un lado había el adorno de una hermosa flor del mismo tono de su vestido.
Emprendió el camino a paso apresurado. Y antes de que el sol dejara ver sus primeros rayos, la joven ya estaba tocando la puerta de madera de aquel hogar, la cual resonaba pidiendo la atención del visitante al dueño.
—Ya despierte, te he traído el desayuno, eso por compensación a despertarle temprano — Siguió tocando, sabía las manías que tenía su amigo, era todo un dormilón cuando se lo proponía. — ¡Ábrame ya! — Estaba a punto de tirar la puerta pues no recibía respuesta. Aquello comenzaba ponerle un poco triste. Se sentó en la entrada, le tocaría ver los primeros rayos del sol sin su amigo, ni modo, no le quedaba de otra. Dejó la canasta a un lado, recargó sus brazos en las rodillas, y su cabeza la dejó en sus palmas, mirando hacía el bosque, mirando hacía la nada, hacía la obscuridad, esperando que la luz se hiciera presente.
Dado que la castaña vivía a las afueras de la ciudad, mucha gente pasaba, los miraba y siempre les preguntaban ¿qué hacían juntos? Cosa que para ella era bastante extraño, nunca había dado motivos para que todos pensaran mal, o que hubieran dobles intenciones, pero el ser humano como siempre mal entiende todo, imagina historias demasiado extrañas, en ocasiones aciertan, en otras simplemente se equivocan, pero tanta era la insistencia de todos a su alrededor, que en ocasiones llegaba a pensar que quizás si podría resultar. ¿Resultar qué? Que existiera una especie de atracción, una relación, algo que los mantuviera unidos no sólo por una amistad, sino también por algo más. ¿Acaso él pensaría lo mismo? Varias veces habían platicado al respecto, ¿pero acaso se podría? ¡Ellos eran como hermanos! O quizá como un papá y una hija. Nadie lo sabría.
Los últimos sucesos que habían acontecido en su vida la tenían con los pelos de punta. Todo daba vueltas, y aunque no entendía porqué pasaban tales cosas, debía tener fe en que todo estaba bien con ella. Quizás por esa razón no dejaba de sonreír, porqué siempre tenía una esperanza, porqué siempre debía estar feliz. La joven tenía un carácter particular, y siempre, siempre se encontraba una sonrisa detrás de ese rostro caprichoso y testarudo. Cada situación que se le presentaba, lo veía de forma positiva, le sacaba un aprendizaje, y sino le funcionaba simplemente lo desechaba. Su último encuentro con un desconocido que la llevó a casa después de encontrarlo en medio del bosque, la hacía pensar a cada momento en el rostro del hombre, debía compartirlo con su amigo, él debía darle un consejo.
Se despertó demasiado temprano, ni siquiera habían salido los rayos del sol. Su amigo no podía salir de casa antes de que ella llegara. Había preparado un desayuno perfecto para los dos, incluso había batido de plátano con leche de vaca. Todo perfectamente organizado y ordenado en una canasta de madera, de esas que se utilizan para el picnic en un prado. Salió de casa no sin antes ponerse un bonito vestido rosado, uno pálido, que hacía ver más hermosa su piel. Sus cabellos estaban sueltos, y a un lado había el adorno de una hermosa flor del mismo tono de su vestido.
Emprendió el camino a paso apresurado. Y antes de que el sol dejara ver sus primeros rayos, la joven ya estaba tocando la puerta de madera de aquel hogar, la cual resonaba pidiendo la atención del visitante al dueño.
—Ya despierte, te he traído el desayuno, eso por compensación a despertarle temprano — Siguió tocando, sabía las manías que tenía su amigo, era todo un dormilón cuando se lo proponía. — ¡Ábrame ya! — Estaba a punto de tirar la puerta pues no recibía respuesta. Aquello comenzaba ponerle un poco triste. Se sentó en la entrada, le tocaría ver los primeros rayos del sol sin su amigo, ni modo, no le quedaba de otra. Dejó la canasta a un lado, recargó sus brazos en las rodillas, y su cabeza la dejó en sus palmas, mirando hacía el bosque, mirando hacía la nada, hacía la obscuridad, esperando que la luz se hiciera presente.
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Siobhan Lundqvist- Humano Clase Alta
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