Émile Bertrand ID

Émile nació en Micenas (Grecia) en el 1416 a.C bajo el nombre de Aemelius. Hijo de una de las familias nobles de la zona, desde bien pequeño fue instruido en el arte del conocimiento político. No era un momento en el que le permitieran cambiar su forma de vida únicamente porque quisiera o no le apeteciera estudiar aquello, por lo que sin quejas se avino a lo que le fueron enseñando desde pequeño. Su vida no tenía demasiadas emociones e iba pasando entre textos, clases y enseñanzas. No fue hasta los 17 que cobró un poco más de sentido. Fue a esa edad cuando se dio cuenta de que no únicamente había política a su alrededor, sino que un nuevo mundo se abría ante él lejos de edificios llenos de estudiosos.

Si abrió los ojos de semejante manera fue gracias a Philippo, aprendiz de un tal Asariel con el que pocas veces se había relacionado y del que no se había molestado jamás en buscar información. Su relación era buena, demasiado como para que en casa de Aemelius no empezaran a echarle en cara lo poco comprometido que parecía con la causa familiar y la mala apariencia que daba relacionándose con gente distinta de su propia clase social. Aemelius era consciente de que a Philippo también le resultaba problemática su vida diaria por lo que así avanzó su relación, tornándose cada vez más un paraíso para que ambos pudieran descansar sus mentes.

Pero el período de calma duró poco. Micenas se vio de pronto en una guerra interna que Aemelius no alcanzó a entender. Nadie quiso exactamente lo que sucedía, todos demasiado asustados como para hablar de algo a lo que temían. Fue entonces cuando decidió que había tenido suficiente política. A sus 19 años, Aemelius decidía por fin lo que quería hacer: buscaría a Philippo y se marcharía con él, lejos de todas aquellas tonterías que ni siquiera comprendía. Pero cuando estaba a punto de abandonarlo todo, apareció una presencia reclamando por él. Aemelius esperó que fuera Philippo, quizá sus propios padres o sus hermanos, pero en su lugar se presentó un hombre desconocido, lleno de furia. Aemelius quiso preguntar por qué un desconocido sería portador de semejante odio hacía él —y le reprocharía la muerte de Ariadne, persona a la que ni siquiera conocía—, pero fue incapaz de hacerlo pues el otro fue más rápido: antes de darle tiempo a parpadear, la figura extraña le había abierto la garganta.


Aquella figura desconocida resultó ser Asariel, maestro de Philippo. Pero no le mató como había creído Émile sino que le convirtió en algo que desconocía hasta el momento: en un vampiro. Se lo llevó consigo y procedió a borrar su memoria para hacerle creer que jamás había vivido en Grecia y en introducirle recuerdos nuevos, en los que no existía nada de lo que había conocido hasta el momento.

Émile se vio inmerso en una vorágine de recuerdos que le situaron en distintas partes hasta que 200 años después de Micenas, en 1215 a.C., apareció en Fenicia, siendo un comerciante asociado con un gran amigo que había conocido tiempo atrás —según sus recuerdos implantados. Dicho amigo no era otro que Asariel y su posición alrededor de Émile —en ese momento llamado Hiram— resultaba realmente útil para tenerle bajo su control. Su vida fue tranquila, como siempre creía que había sido, hasta que ocurrió un intercambio de mercancías que lo cambió todo: durante la entrega de unos manuscritos, Hiram se encontró con una persona extraña que le observaba como si él fuera un fantasma. Temió en un principio su presencia (como la temería cada vez que le encontrara) pero a medida que fue hablando con él, comprendió que no era alguien peligroso, más sí alguien lleno de curiosidad por las vidas ajenas.

Le conoció adecuadamente y poco a poco fue acercándose más a aquella figura llamada Philippo quién parecía buena persona a pesar de confundirle con un tal Aemelius, de Micenas, a quién había conocido mucho tiempo atrás. Poco a poco las palabras contrarias fueron haciendo meya en su propia memoria y Hiram pronto se dio cuenta que quizá su compañero no pareciera tan loco como aparentaba. Lo recordó, también a Asariel, aparente comerciante inocente que le había mantenido a su alrededor todo aquel tiempo. Pero su conocimiento de toda la situación no duró demasiado, solo el tiempo necesario hasta que Asariel volviera a hacer su jugada e hiciera desaparecer sus recuerdos de nuevo.

Los años pasaron rápido y pesadamente para alguien que no poseía más recuerdos de los que Asariel le permitía. En el 543 a.C. se vio a sí mismo siendo un buen sirviente en la corte del faraón Ahmose II, de la dinastía XXVI según la cronología que se usaría muy posteriormente. Nuevamente había adoptado un nuevo nombre, Issa, y era el encargado de servir a durante las comidas y las cenas. Su trabajo era sencillo nuevamente, más si había alguien de confianza a su alrededor, ése era el hechicero del faraón, nuevamente Asariel con otro aspecto.

Ahmose II murió antes de que nadie pudiera haberlo planeado, más su pirámide estaba ya parcialmente hecha gracias a los planos de una persona de renombre de quién Issa no se molestó demasiado en recaudar información. Los sirvientes eran enterrados con el faraón. Y eso le ocurrió al vampiro de 500 años que cargaría para siempre su aspecto de 19; fue encerrado en la tumba junto a su difunto propietario y durante días vio morir de sed y de hambre a los sirvientes a los que había conocido. No quiso morder a ninguno de ellos, no hasta que la desesperación por luchar por su propia vida fue tal que se vio obligado a hacerlo, pero en aquel momento ya no quedaba gente viva de la que se pudiera alimentar. Solo, encerrado en mitad de la oscuridad y escuchando los gritos de los demás todavía en su cabeza, Issa permaneció días encerrado en aquel lugar, desesperado, esperando que quizá el hechicero pudiera ayudarle.

No fue él quien llegó en su auxilio y le salvó de la desesperación. Phil, el cerebro que había inventado aquella trampa sin salida fue quien le encontró.

Aquel desconocido dijo conocerle y, como siempre, Émile no le creyó hasta el inicio del fin de aquel ciclo que habían construido entre todos. Estuvo años con él, aprendiendo de cada una de las palabras contrarias, comprendiendo que había sido algo más que un tranquilo sirviente del faraón. Que en otro tiempo había vivido en Micenas junto a la maravillosa persona que se esforzaba por hacérselo recordar y de quién inevitablemente y una vez más se enamoraba. Tantos “como siempre” llamaron al último del ciclo y pronto apareció Asariel de nuevo, dispuesto a arrancar a Émile una vez más de los brazos protectores de Phil, la única persona a la que amaría siempre. O eso creía él.

Aemelius, Hiram, Issa… todos ellos se equivocaron cuando creyeron en algún momento que solo amarían a Phil. Fue en el segundo siglo antes de Cristo cuando Ícaro —con su nuevo nombre (quizá comparándole irónicamente con el mito) y vida dados por Asariel— se enamoró de un desconocido Patricio con el que había tropezado en una ocasión.

Ícaro llevaba una vida sencilla; regentaba un tabernae situada en los bajos de la metrópoli y no tenía mayores aspiraciones que continuar con ella. Así vivía hasta que tropezó con un patricio demasiado atractivo para la época que le pareció demasiado parecido a los dioses romanos que crearon el mundo en el que vivía. Sintiéndose como un ladrón, perseguía al desconocido por las calles, observándole de lejos y recordando con amor al único hombre de clase diferente que había sido amable con él —según un recuerdo implantado que quizá no había llegado nunca a suceder. Aquel patricio era Asariel, pero Émile tardaría mucho tiempo en descubrirlo.

Algo cambió en su vida una noche en la que un desconocido le secuestró. Ícaro intentó apartarle y pelear, deshacerse de aquella persona que amenazaba tan vilmente su paz, pero le fue imposible. Terminó encerrado en una casa, con una persona extraña explicándole historias más extrañas aun y deseando que aquel patricio al que había seguido llegara para rescatarle. Una vez más, pasó mucho tiempo con Phil, el secuestrador, el ente extraño que se metía siempre en su vida para salvarle de la monotonía y recordarle que él era diferente porque tenía a alguien que le amaba.

Pero en esta ocasión, Émile tardó mucho en recordar su pasado y en aceptar que sus sentimientos por el patricio desconocido no eran más que un engaño para hacerles infelices a los dos. No quería aceptar que su corazón tenía razón y que su cerebro no estaba dividido entre dos personas importantes sino seguro de la persona a la que amaba sinceramente. ¿Consiguió recordarlo todo? ¿Consiguió descubrir que su atracción por el patricio no era más que una vil traición a sus propios sentimientos? Importaba poco, pues Asariel volvió para separarlos una vez más.

Pierce —nuevo nombre de aquel que empezó siendo Aemelius— empezó una nueva vida en el reino anglosajón. Una nueva vida más desdichada de la que había tenido con anterioridad, esta vez encerrado en una iglesia, acusado de cargos que ni siquiera recordaba si eran reales o no pero que se había empezado a creer. Una vez más la historia se repetía y la única persona que le acompañaba, escuchaba y entendía era el cardenal, Asariel. En la iglesia se dedicaba a hacer todo aquello que “dios” mandara a quienes se hacían cargo de él.

No tenía apenas contacto con el exterior, más sí tenía conocimiento del héroe del mundo, aquel caballero que peleaba al servicio de todos y cuyo rostro nadie había jamás descubierto. En ocasiones, Pierce solía pensar que si había cometido alguna vez algún pecado había sido enamorarse de la gran cantidad de historias que se contaban sobre aquel militar desconocido. Soñaba en que le rescatara, en que le explicara que no había cometido ningún pecado e incluso que le llevara consigo. Y puede que Pierce tuviera consciencia de que eran pocos los deseos que se cumplían, pero el suyo se cumplió. Fue Philip, el mismo Philippo que le liberaba siempre, quién apareció en aquella iglesia para llevarle consigo antes siquiera que el Cardenal pudiera tener conocimiento sobre aquello.

Recordar su pasado fue más sencillo, llevado por el pensamiento de que la iglesia no era en absoluto su sitio. Se encontraba con el griego al que había amado durante toda su vida y aquello fue suficiente para él, para recordar todo lo que Asariel le había ocultado y para convertir a la otra persona en el elemento más importante de su vida.

Durante todo ese tiempo, Émile —Pierce— se había mantenido cerca de Philip. Ambos habían convivido bien, viviendo en calma y felicidad. Sin rastros de Asariel hasta el momento y con esperanzas de haber ganado por fin, ambos iniciaron una vida alejada de la gente, tranquila y —puertas adentro— activamente amorosa. Adoptaron nuevas apariencias e incluso Émile creyó conveniente cambiar su nombre por el de Phoenix (haciendo alusión al mito, pues se consideraba el monstruo que había ardido en llamas tal y como había pronosticado Asariel otorgándole el nombre de Ícaro pero a la vez creía haber revivido tras aquello gracias al contacto con Phil). Inconscientemente, al hacerlo, formó parte del juego que había empezado Asariel con sus nombres, pero aquello iba a ser desvelado en mucho tiempo.

Sus vidas tranquilas cesaron cuando decidieron tomar parte de la revolución de Guy Fawkes, aquella persona a la que consideraron un héroe y a quien quisieron ayudar a cambiar las cosas. Su plan era volar el parlamento británico a partir de pólvora acumulada en el sótano y Phoenix y Phil tenían intención de ayudarle junto con muchos otros fieles a la causa. Pero antes de poder llevarlo a cabo, uno de ellos delató al grupo y sin poderlo evitar fueron arrestados y encarcelados. Quizá la pareja habría intentado ir demasiado lejos al creer que Asariel no se metería en medio de ellos.

Fue él quien les delató y se llevó consigo a Émile, apartándole una vez más de Phil después del tiempo que les había concedido no gratuitamente. Nuevamente, sus recuerdos, que tanto había costado que volvieran a Émile, fueron borrados y tuvo que empezar una nueva vida con otro nombre y otras memorias.

Una vez más, la vida de Émile empezó con otro nombre —Pietro en esta ocasión— y otro oficio —modelo—. Vivir de su cuerpo le aportó menos inquietud de lo que había supuesto en un primer momento (cuando, según sus recuerdos, decidió empezar a servir de modelo para los artistas de la época) y pronto se vio viviendo de aquello para poder pagar su alojamiento. No fue un modelo demasiado conocido, sus empleadores solían ser hombres de gran edad cuyas obras habían conocido momentos mejores o jóvenes recién iniciados en su arte que necesitaban más horas de las necesarias para hacer algo mínimamente bueno.

Sus cercanos quisieron impulsarse a acercarse a gente destacable para pedir trabajo, y aquello fue lo que hizo cuando se acercó al lugar en el que residía Philippo, un artista de renombre que había ayudado a concluir la capilla Sixtina entre otras obras destacables. En la entrada se encontró con una desconocida, Leah, de apariencia amable pero que resultó ser una mujer antipática que quiso echarle antes de que pudiera dirigirse a Philippo. Finalmente, en mitad de la discusión, apareció el dueño de la casa, quién no pareció guardar tanto rechazo por él como había demostrado tener Leah.

Tras aquel encuentro extraño empezaron a verse y a trabajar juntos. Phil no intentó explicarle su pasado esta vez. Agradecido con la nueva persona que le contrataba, Pietro poco a poco fue acercándose a la vida privada de Phil, descubriendo que le comprendía como si le conociera de toda la vida a pesar de haber pasado con él poco más que algunos años. Pietro sabía que aquello no era adecuado, pero no pudo evitar empezar a anhelar a aquella persona que le retrataba centrándose en cada detalle, casi pareciendo que quisiera captar su alma en vez de su cuerpo.

Asariel apareció nuevamente solo para devolverle los recuerdos a Émile. Consciente de la auténtica persona que se hallaba frente a él cada vez que modelaba, corrió en busca de Phil para hablarle sobre huidas y oportunidades. No duró demasiado, por supuesto. Su memoria, contrariamente a lo que pensaba Émile, no había regresado sola sino que traía consigo las garras de Asariel quién, una vez más, alejó a la pareja.

Asariel situó a Émile en España esta vez, en Cádiz, bajo el nombre de Odalis y siendo alguien completamente solitario y sin recursos. Asariel no estaba cerca de él en aquella ocasión. No conocía a nadie más allá de los vagabundos que le saludaban y le felicitaban por haber sobrevivido un día más a aquella miserable tortura en la que se había convertido su vida. Su única opción había sido la prostitución y aquella fue la profesión que ejerció durante los tiempos en los que en España se hablaba de un nuevo continente que tenían que explorar que había sido descubierto hacía 200 años y de un oro que les estaba ricos y los dueños del mundo.

Consciente de que en el mundo que le rodeaba la inquisición española podría capturarle en cualquier momento, Odalis continuó con aquel trabajo hasta que una figura nuevamente desconocida apareció ante él. Phil se presentó una vez más y le contó historias que un principio creyó leyendas inventadas sobre una vida mejor. Le salvó del mundo de la prostitución pidiendo únicamente a cambio que se le escuchara  y una vez más recordó que había vivido otras vidas y tenido otros nombres.

Asariel lo había hecho bien: Hiram, Issa, Ícaro, Pierce, Phoenix, Pietro, Odalis no eran más que un mensaje que le indicara a Émile quién era la persona a la que Asariel quería destrozarle la vida. H.I.I.P.P.O. P.H.I.[L.]I.P.O. si reordenabas las letras (hecho del que se dio cuenta el propio Phil). Pero justamente por eso, Émile se dijo que la cadena tendría que terminar después de una última vida. Completarían el nombre y podrían ser felices. Émile creía que acabaría el círculo. Que solo necesitaban permanecer juntos y que todo terminaría… Asariel apareció una última vez para alejarles y separarles. Con el desconocimiento de que Phil parecía haber hallado el misterio que escondían los nombres de Émile, llevó al chico consigo y le entregó la "L" que les quedaba para finalizar.

Y de esta absurda manera se llega a la actualidad.

Émile tiene un nuevo nombre y una nueva vida, esta vez como músico al servicio del señor para el que componga. Los instrumentos de cuerda suelen traerle recuerdos nostálgicos, sueños en los que se ve a sí mismo en Grecia y donde se siente un poco mejor. Es por ello por lo que, pese al dolor de la melancolía, su instrumento es la viola, parecida al violín pero diferente al mismo tiempo.

Lleva una vida tranquila, sin conocimiento de Phil pero siendo rondado de nuevo por Asariel, quién ahora considera su maestro; la persona que le convirtió en vampiro. Le gusta componer y aprecia su tiempo a solas. Nuevamente, es un cuerpo con una vida nueva, un nuevo nombre, nuevos recuerdos y nuevas historias por vivir. No espera demasiado del futuro, pero eso es quizá porque todavía no se ha encontrado con nadie que le haga cambiar su manera de ver las cosas. ¿Será esta parte la que rompa el círculo?